martes, 5 de enero de 2016

CAPITULO 12 (PRIMERA PARTE)




Paula abrió los ojos y se encontró a Pedro inclinado sobre ella intentando despertarla.


—Arriba. Hora de levantarse e ir al trabajo —le dijo.


Ella se restregó los ojos en un intento de recuperar su nítida visión.


—¿Qué hora es?


—Las seis. Dúchate y vístete, cogeremos algo para desayunar de camino a la oficina.


Cuando estuvo más despierta se percató de que Pedro ya estaba vestido. No se había enterado siquiera de cuándo se había levantado de la cama, pero pudo advertir el olor a limpio y a pulcro de su gel de baño y el seductor aroma de su colonia. Llevaba puestos unos pantalones, una camisa, cuyo último botón seguía desabrochado, y una corbata alrededor del cuello, todavía por anudar.


Estaba… intachable. Indiferente y tranquilo. Un gran contraste con el hombre que la había hecho suya la noche anterior una y otra vez.


Paula se impulsó hacia arriba y maniobró entre las mantas hasta llegar al borde de la cama.


—No tardaré mucho.


—Tómate el tiempo que quieras. Esta mañana no tengo prisa. Tengo una reunión a las diez, hasta entonces estoy libre.


Se dirigió torpemente al cuarto de baño y se miró minuciosamente en el espejo. Además de mostrar signos de cansancio, no se veía diferente. No sabía por qué pero esperaba que el mundo pudiera ver en su piel todo lo que ella y Pedro habían hecho la noche anterior.


Durante un buen rato, Paula se quedó sentada en la tapadera del váter y dejó que el agua corriera en la ducha. Necesitaba unos minutos para serenarse. Estaba dolorida; Paula nunca había tenido un maratón de sexo en su vida. 


Todos sus encuentros sexuales habían sido muchísimo más lentos y monoorgásmicos.


Pedro la había poseído cuatro veces a lo largo de toda la noche. Cuando terminó se disculpó con hosquedad, como si le estuviera haciendo daño por dentro. Sus ojos habían estado llenos de verdadero arrepentimiento. Le dijo que quería ser más suave con ella, que quería mantener la promesa que le había hecho de ir con calma al principio pero que era incapaz de contenerse, que la deseaba demasiado.


¿Se suponía que eso la tenía que molestar?


Tener a un hombre tan loco por ella que no pudiera siquiera controlarse no era algo malo precisamente. Obviamente estaba dolorida y tenía marcas y pequeños moratones que le habían dejado sus manos y su boca, pero no le había hecho daño. Había disfrutado cada minuto de la noche aunque la mayor parte del tiempo se hubiera sentido completamente abrumada.


Se metió en la ducha y se quedó de pie para dejar que el agua caliente le cayera por el rostro.


Consciente de que Pedro ya estaba vestido y listo para ir al trabajo, Paula se lavó rápidamente el pelo y se enjabonó el cuerpo antes de salir de la ducha y de envolverse en una toalla.


Fue entonces cuando se dio cuenta de que no se había traído ninguna muda al baño; no sabía siquiera lo que él había hecho la noche anterior con la bolsa que Carolina le había preparado.


Tras enrollarse el pelo con una toalla, Paula abrió la puerta y se asomó. Pedro estaba sentado en la cama y la ropa que ella necesitaba se encontraba justo a su lado. Cuando se encaminó hacia él, este cogió las bragas y las dejó colgando de la punta de un dedo.


—No las necesitarás —le dijo.


Paula puso los ojos como platos.


—Sin bragas en el trabajo. Son un estorbo —dijo Pedro con ojos resplandecientes mientras se la quedaba mirando fijamente.


Paula desvió su mirada hasta la falda y la camisa que yacían encima de la cama y luego devolvió su atención a Pedro.


—¡No puedo llevar falda sin ropa interior! 


Él arqueó una ceja.


—Harás lo que yo quiera, Paula. Ese era el trato.


—Ay, Dios… ¿Qué pasa si alguien me ve? 


Pedro se rio.


—A menos que seas tú la que lo enseñe, ¿cómo te van a ver? Quiero mirarte y saber que no llevas nada por debajo de la falda. Además de que hace que todo sea mucho más fácil cuando te la suba hasta la cintura y hunda mi polla en tu interior.


Paula tragó saliva. Ella se había dado cuenta de que su trabajo era solo una tapadera, un medio por el cual Pedro pudiera tenerla a su entera disposición cuando trabajara, pero no había contado con que quisiera tener sexo en la oficina. La idea de que alguien los pillara la hacía querer meterse bajo la cama y esconderse para que nadie la encontrara.


—Y, Paula, eso es para todos los días. Sin bragas. Como las lleves cuando estés conmigo, te las quitaré y se te quedará la marca de mi mano en ese bonito culo que tienes.


Ella se estremeció como respuesta a sus palabras. Se lo quedó mirando en silencio, sorprendida por el hecho de estar excitada ante la idea de que la azotara. ¿En qué clase de perversa la convertía eso?


Pedro cogió la falda, la camisa y el sujetador y se los tendió.


—Es mejor que te vayas vistiendo. Nos vamos en media hora.


Aturdida, Paula agarró la ropa y se precipitó de nuevo hasta el baño. Su mente no dejaba de enviarle imágenes en las que Pedro la poseía en la oficina y la azotaba en el trasero. 


La ponía nerviosa que no estuviera tan horrorizada como debería. Aunque estaba claro que no quería que nadie los interrumpiera inesperadamente mientras Pedro la tenía inclinada sobre la mesa, sí que le excitaba la idea de que alguien pudiera descubrirlos en cualquier momento.


¿Qué narices le estaba pasando?


Se vistió y casi se murió cuando se puso la falda sobre el trasero desnudo. Se sentía rara al no llevar bragas, y no es que el tanga le ofreciera mucha más protección que unas bragas normales, pero tener incluso algo pequeño que la cubriera era mejor que nada.


Se secó el pelo y se lo peinó. No iba a conseguir nada maravilloso esta mañana, y, como no tenía tiempo de pelearse con el peine, se lo recogió en un moño y lo aseguró con una horquilla. Tras echarse suficiente maquillaje para cubrirse las ojeras, respiró hondo y se inspeccionó en el espejo.


No tenía aspecto de ganar ningún concurso de belleza, pero intentaría arreglarlo como pudiera.


Una vez se hubo cepillado los dientes, se aplicó el brillo de labios y salió del cuarto de baño para coger los zapatos que estaban desperdigados por la habitación. Metió la ropa de la noche anterior en la bolsa que le había preparado Carolina y, a continuación, salió del dormitorio en busca de Pedro.


Estaba de pie en la barra de la cocina bebiéndose un vaso de zumo. Cuando la vio, se lo acabó de un trago y lo puso en el fregadero.


—¿Lista?


Ella respiró hondo.


—Sí.


Pedro le hizo un gesto con la mano para que se encaminara hacia la puerta y Paula fue a coger la bolsa.


—Deja esto aquí, no tienes por qué llevártelo a la oficina. 
Eso sí que sería una señal clara de que hemos pasado la noche juntos y no creo que eso sea lo que quieres. Te la enviaré a casa después del trabajo, si quieres.


Paula asintió y se la tendió mientras esperaba a que llamara al ascensor.


Descendieron en silencio, pero Paula se percató de que Pedro no dejaba de mirarla de arriba abajo.


Ella mantuvo la mirada apartada de la de él; el valor la estaba abandonando. ¿Que por qué se sentía tan nerviosa tras la noche que habían pasado juntos? Paula no tenía ni idea, pero sí que se vio invadida por la incomodidad. Por alguna razón, hablar de cosas tontas y sin importancia le parecía demasiado forzado, así que se quedó en silencio mientras ambos dejaban el edificio y se subían al coche que los estaba esperando.


—Comeremos en Rosario's y luego iremos al despacho —le dijo refiriéndose a un restaurante que había a dos manzanas del edificio de oficinas.


Estaba hambrienta. Se sentía agotada y el día no había siquiera empezado todavía. Como Pedro tuviera planeadas más noches como la anterior, iba a convertirse en una zombi viviente en el trabajo.


Para su sorpresa, Pedro estiró el brazo y entrelazó sus dedos con los de ella antes de darle un pequeño apretón, casi como si le hubiera leído la mente y quisiera animarla.


Ella se volvió hacia él y le regaló una sonrisa; el gesto le había llegado. Él le sonrió también y le dijo: —Eso está mejor. Antes estabas muy seria. No puedo dejar que todo el mundo piense que ya en tu primer día de trabajo desearías estar en cualquier otro sitio menos conmigo.


Paula ensanchó la sonrisa y dejó que parte de la tensión abandonara su cuerpo. Todo iba a salir bien.


Podía hacerlo; era lista y capaz y estaba perfectamente cualificada para hablar y razonar en público aunque algunas veces Pedro la hiciera actuar como una auténtica idiota. 


Este trabajo iba a ser un reto, pero uno que aceptaría con ganas. 


De acuerdo, no debía hacerse ilusiones pensando que la había contratado por su cerebro, pero tampoco había razón alguna por la que no pudiera demostrar ser valiosa fuera del dormitorio también.


Desayunaron tranquilamente, y cuando dieron las ocho y media recorrieron dos manzanas a pie hasta llegar al edificio de oficinas. Una vez allí, cogieron el ascensor para subir hasta su planta. A Paula le entró un ataque de nervios cuando ambos salieron del ascensor y pasaron junto a Eleanora.


—Buenos días, Eleanora —saludó Pedro con voz formal—. Paula y yo estaremos a puerta cerrada hasta la reunión de las diez. La pondré al corriente de sus obligaciones laborales. Asegúrate de que no nos molesten. Cuando esté en la reunión, quiero que le enseñes todo esto y que le presentes al resto del personal.


—Sí, señor —le respondió esta con rapidez.


Paula tuvo que contener la risa mientras recordaba la conversación que había tenido con Pedro sobre llamarlo «amo». y «señor».. Este le lanzó una mirada gélida y la guio por el pasillo hasta llegar a su oficina.


Cuando entraron, se sorprendió de ver otra mesa colocada en la pared de enfrente de donde él tenía situada la suya. Los muebles y los elementos fijos los habían reorganizado de manera que hubiera espacio suficiente para la nueva mesa, y, además, las dos estanterías llenas de libros habían desaparecido.


—Aquí es donde vas a trabajar —le dijo—. Como ibas a trabajar tan cerca de mí no vi necesidad de darte una oficina propia —entonces bajó el tono de voz a uno más suave y seductor—. Estarás cerquita de mí a todas horas.


Ella se estremeció al escuchar la sensual promesa en su voz. ¿Cómo narices iba a poder trabajar estando sentada justo enfrente de él y sabiendo que en cualquier momento le podían entrar ganas de tener sexo con ella?


Pero entonces todo rastro de insinuación desapareció de su rostro y volvió a comportarse con rapidez y formalidad. Él se dirigió a su mesa y sacó una carpeta llena de documentos. 


Se la dio, y dijo:
—Estos son archivos sobre inversores, compañeros de negocios y otra gente importante para esta empresa. Quiero que te leas todos sus perfiles y los memorices. Hay información sobre lo que les gusta y no les gusta, sobre los nombres de sus esposas y los de sus hijos, sobre las aficiones e intereses que tienen, y demás asuntos de interés. Es importante que retengas toda esta información en la cabeza para que la puedas usar cuando estés con ellos en actos o en reuniones. Espero de ti que seas personal y
acogedora y que los conozcas como personas. En los negocios es imprescindible que sepas todo lo que puedas sobre ellos y que uses cada ventaja que puedas obtener. Como mi asistente, me ayudarás a cautivar a todas estas personas. Queremos su dinero y su respaldo. No hay margen de error.


Paula abrió los ojos como platos y tanteó la carpeta con las manos para ver cuánto pesaba. Había muchísima información ahí, pero Paula se armó de valor y se tragó el miedo. Podía hacerlo. Claro que podía hacerlo.


—Ahora tienes un rato para dedicarte a esto —le dijo—. Mientras tanto, he de ponerme al día con correos electrónicos y mensajes atrasados antes de empezar la reunión. Cuando termine, nos pondremos con algunas de tus otras obligaciones.


Paula asintió con la cabeza y se dirigió a la mesa que Pedro le había asignado. Seguidamente se acomodó en la lujosa silla de piel que estaba situada delante y se dispuso a comenzar a memorizar la enorme cantidad de información que tenía delante.








CAPITULO 11 (PRIMERA PARTE)





Antes de darse cuenta, Paula se había quedado dormida. Se sentía tan saciada y cálida entre las sábanas que todo con lo que pudo soñar fueron imágenes vívidas de Pedro. No mucho después, el Pedro de verdad la despertó al quitarle de encima las sábanas que la tenían arropada hasta la barbilla.


En el rostro tenía dibujada una mirada completamente excitante que hizo que el corazón le diera un vuelco. La inmediata reacción que Paula tuvo a esos penetrantes ojos azules fue pegar los muslos para intentar aliviar el dolor instantáneo que había aparecido entre sus piernas.


—De rodillas.


Dios santo, la forma en que había pronunciado la orden la había convertido en gelatina.


No estaba completamente segura de lo que quería decir. 


¿La quería literalmente de rodillas, casi vertical? ¿O se refería a estar sobre las manos y rodillas? Porque si era esto último… a Paula le entró un escalofrío de tan solo considerar la opción de manos y rodillas.


Cuando Pedro entrecerró los ojos de impaciencia, Paula se apresuró a darse la vuelta hasta que estuvo boca abajo. 


Antes de siquiera poder ponerse de rodillas, este le plantó la mano en el centro de la espalda y la mantuvo ahí pegada contra el colchón con firmeza.


—Quédate ahí un momento. Será más fácil si lo hago ahora.
«¿Hacer qué ahora».


El corazón de Paula latía contra el colchón mientras permanecía con los ojos cerrados con fuerza. Se imaginaba que si no la estaba mirando directamente no habría ningún problema con que los cerrara.


Con suavidad, Pedro agarró y tiró primero de una muñeca y luego de la otra hasta que las colocó pegadas una encima de la otra sobre el coxis. Ella de inmediato abrió los ojos cuando se percató de que estaba enrollando. una cuerda. alrededor de sus muñecas para amarrarlas juntas.


«Joder, joder, joder». ¡No bromeaba con lo de los juegos con cuerdas y la sumisión que había leído en el contrato!


Paula no se había dado cuenta de lo tensa que se había puesto hasta que Pedro se inclinó hacia abajo y le rozó la oreja con los labios — Relájate, Paula. No te haré daño, ya lo sabes.


Esa promesa susurrada logró que sus músculos se distendieran de nuevo y que ella misma se derritiera en la cama con una sobrecarga mental. Estaba excitada, nerviosa y asustada, pero principalmente muy, muy excitada. Sus sentidos estaban hiperalerta, sus pezones duros y pegados contra el colchón, y su sexo tan contraído que temblaba de expectación.


Entonces, él le subió el trasero de manera que sus rodillas quedaran bajo su cuerpo, y la colocó con la cara pegada contra el colchón, el culo en pompa y las manos firmemente atadas a la espalda.


Pedro comenzó a acariciar y a masajear sus cachetes y luego pasó uno de los dedos por la hendidura de su culo hasta que se detuvo justo en el ano. Su voz salió grave y ronca al hablar.


—Me muero por follarme este culito, Paula. Y lo haré. Aún no estás preparada, pero lo estarás, y yo disfrutaré de cada segundo que esté bien dentro de tu precioso culo.


Paula se estremeció sin control alguno, una sensación de frío le estaba recorriendo toda la piel desnuda.


—Por ahora, solo te follaré el coño mientras me imagino que es tu culo.


Se mordió el labio inferior cuando una ola de lujuria la atravesó entera dejándola acalorada, excitada y desesperada por sus caricias y su posesión.


Entonces la cama se hundió cuando Pedro pegó su cuerpo al de ella. Deslizó las manos por su espalda y luego las volvió a bajar hasta quedarse sobre sus muñecas atadas. Le acarició los constreñidos dedos y seguidamente tiró de la cuerda para comprobar si de verdad estaba bien amarrada.


Paula no podía ni respirar. No podía procesar todo ese bombardeo de emociones, estaba completamente indefensa y, aun así, sabía que estaba segura con Pedro. Sabía que él no le haría daño, no la llevaría demasiado lejos.


Con una mano aún bien sujeta a sus muñecas, deslizó la otra entre sus piernas hasta llegar a su sexo.


Luego la apartó para guiar su verga hasta la entrada de su cuerpo. La punta de su miembro la provocaba y la abría antes de que Pedro se introdujera en ella apenas unos pocos centímetros.


—Estás tan preciosa —le dijo con voz ronca—. En mi cama, de rodillas y con las manos atadas a tu espalda sin más elección que aceptar lo que sea que te quiera dar.


Paula estaba más que lista para gritar de la frustración. 


Estaba casi a punto y él no había hecho más que quedarse quieto dentro de su vagina con el glande bien enclavado en la entrada de su cuerpo. Ella intentó moverse contra él para obligarlo a hundirse más en su interior; sin embargo, solo consiguió abrir la boca contra las sábanas cuando Pedro le dio un fuerte cachetazo en el culo. Entonces Pedro se rio entre dientes.


¡Se rio!


—Tan impaciente —le dijo con diversión en la voz—. Vamos a hacerlo a mi manera, Paula. Te olvidas muy rápido. Yo también quiero estar dentro de ti tanto como tú, pero estoy disfrutando de cada segundo que te tengo atada y en mi cama. En el mismo momento que hunda mi polla en tu interior, no voy a durar mucho así que voy a saborear cada segundo que pueda ahora.


Paula cerró los ojos y gimió.


Él se rio de nuevo entre dientes y entonces se introdujo en ella otros pocos centímetros, abriéndola mucho más conforme avanzaba. Paula suspiró, tensa y expectante, con todo el cuerpo temblándole y contrayéndosele, y su sexo succionando su miembro y queriéndolo más adentro. Paula lo quería todo. Lo quería a él.


—¿Me quieres entero, Paula? —le preguntó Pedro con una voz ronca que viajó a través de su piel.


«Dios, sí».


—Sí —respondió ella con el mismo tono de voz que él.


—No te escucho.


—¡Dios, sí!


—Pídemelo bien —le dijo con voz sedosa—. Pídeme lo que quieres, nena.


—Te quiero a ti —le dijo—. Por favor, Pedro.


—¿Me quieres a mí o quieres a mi polla?


—Los dos —dijo con una voz estrangulada.


—Buena respuesta —murmuró Pedro justo antes de inclinarse y depositar un beso sobre su columna vertebral.


Afianzó su agarre contra las muñecas atadas y entonces la embistió. Paula jadeó, abrió los ojos como platos y dejó la boca abierta mientras un grito sordo hacía eco dentro de su cabeza.


—Muy buena respuesta —le susurró Pedro mucho más cerca de su oído esta vez.


Su cuerpo cubrió el de ella, cobijándola y oprimiéndole las manos atadas. Ella se retorció y se pegó contra él incapaz de reprimir por más tiempo su desesperación.


Paula nunca se hubiera imaginado que podría tener tantos orgasmos en una sola noche. Peor, ¡en unas pocas horas! 


Era exagerado a más no poder. La situación se encontraba incluso tan por encima de las fantasías más salvajes que había tenido con Pedro que su mente estaba totalmente emborrachada.


Entonces Pedro se retiró de entre las hinchadas y resbaladizas paredes vaginales hasta dejar solo la punta de su erección en su interior justo en la abertura de su cuerpo.


—¡Pedro, por favor!


Le estaba suplicando. La voz le sonaba ronca y desesperada, pero a Paula no le importaba. No le importaba que estuviera rompiendo las reglas, ni tampoco le importaba si por ello se llevaba una reprimenda. Dios, incluso deseaba que le volviera a dar un cachetazo en el culo, porque a estas alturas de la situación cualquier cosa la haría llegar al límite y olvidarse hasta de cómo se llamaba.


—Shhh, cariño —la intentó calmar Pedro con esa voz dulce y ronca que podría hacer que una mujer se corriera de solo escucharla—. Voy a hacerme cargo de ti. Confía en mí para eso.


—Confío en ti, Pedro —le susurró.


Entonces, en ese momento giró lo suficiente la cabeza como para ver una salvaje satisfacción reflejada en los ojos de Pedro. Era como si esas simples palabras le hubieran llegado al alma y le gustaran.


Puso las dos manos sobre las atadas muñecas de Paula, sujetándolas aunque ella no tuviera forma alguna de moverlas igualmente, y comenzó a embestirla mientras usaba sus manos como asidero. Las embestidas eran profundas, lentas, y estaban llenas de fuerza.


Su cuerpo entero empezó a sacudirse. Las piernas se le debilitaron del esfuerzo por mantenerse elevada, las rodillas se le hincaron en el colchón, e hizo que Paula pudiera sentir cómo se hundía en la cama, y los músculos se le hicieron gelatina mientras estos se contraían en espera del orgasmo que estaba a punto de estallar en su interior.


Unas mariposas comenzaron a revolotear dentro de su vientre hasta extendérsele por todo el cuerpo e invadir sus venas. Pedro era una droga dura para ella. Se deslizaba en su interior lentamente y con suavidad y la intoxicaba con un placer embriagador y maravilloso.


Pudo oír el sonido suave de varios gemidos en el ambiente, pero luego se dio cuenta de que venían de ella. No podía hacerlos callar; provenían de lo más hondo de su ser, una parte de ella que había estado encerrada hasta ahora.


Entonces una de las manos de Pedro soltó sus muñecas y la enredó en el cabello tan largo que tenía.


Se envolvió los dedos con sus mechones como si de verdad disfrutara del tacto de su pelo y luego se agarró a él con más fuerza, con más fiereza. Le dio pequeños tirones y luego lo soltó solo para poder hundirse más en su cuero cabelludo.


Con la mano formando un puño entre su pelo, Pedro tiró de su cabeza hasta que esta le dejó ver su rostro.


—Los ojos, Paula.


La orden fue tajante, una que Paula no iba a desobedecer. 


Esta abrió los ojos y pudo verlo por el rabillo del ojo; su expresión la dejó completamente sin aliento.


Había algo salvaje en sus rasgos faciales. Sus ojos le brillaban mientras el cuerpo de Paula se sacudía entero por la fuerza de sus embistes. Cada vez que se salía de su cuerpo, la cabeza se doblaba ligeramente más hacia atrás debido a lo fuerte que la tenía agarrada por el pelo.


No le dolía, o a lo mejor sí que lo hacía, pero estaba demasiado borracha de placer como para siquiera notarlo. 


Estaba excitada por la forma en que su mano estaba enredada en su cabello, por cómo le tiraba de la cabeza para poder verla cuando se corriera.


Pedro quería mirarla a los ojos.


Y solo por eso ella torció más el cuello, decidida a dejarle ver lo que quería. Se embebió en su precioso rostro, anguloso, tan masculino y desfigurado de inmensa satisfacción. De placer. Ella le estaba provocando todo eso.


Sus miradas se encontraron y ambos las mantuvieron. Había algo en sus ojos que le llegó a Paula muy adentro. Como un disparo en el alma. Ese lugar donde ella tenía que estar, a donde ella pertenecía. Justo aquí, en la cama de Pedro Alfonso, a su merced y a sus órdenes. Esto era lo que ella ansiaba.


Y era todo para ella.


—¿Estás cerca? —le dijo Pedro con la voz forzada y tensa.


Ella lo miró confusa.


Pedro entonces suavizó su tono.


—¿Cuánto te queda para correrte, nena?


—Oh, dios. Estoy a punto… —dijo con un jadeo.


—Entonces córrete para mí, preciosa. Déjame verlo en tus ojos. Me encanta cómo se derriten y se dilatan. Tienes unos ojos muy expresivos, Paula. Son como un reflejo de tu alma, y yo soy el único hombre que los mirará cuando te corres. ¿Entendido?


Ella simplemente asintió, el nudo que tenía en la garganta era demasiado grande como para dejarla hablar.


—Dímelo —le dijo con un tono más bajo—. Dime que esos ojos son míos.


—Son tuyos —le susurró—. Solo tuyos, Pedro.


Él aflojó la mano que tenía agarrado su pelo y poco a poco la sacó dejando que los mechones se deslizaran por sus dedos hasta que estos llegaran a las puntas. Le recorrió toda la columna vertebral de forma cariñosa y tranquilizadora, y luego le rodeó la cintura con el brazo para llevar los dedos hasta la unión de sus piernas.


Le acarició el clítoris y Paula gritó cuando una descarga eléctrica le atravesó todo el cuerpo.


—Eso es, nena. Déjate ir. Déjame tenerte. Lo quiero todo, Paula. Todo lo que tengas. Es mío. Dámelo, ahora.


Pedro empezó a moverse en su interior de nuevo con las caderas golpeando contra su trasero mientras le seguía acariciando ligeramente con los dedos el clítoris erecto — Oh, dios —dijo en voz baja—. ¡Pedro!


—Aprendes rápido, nena. Mi nombre y tus ojos cuando te corras.


Paula casi rompió el contacto visual con él. La visión se le volvió toda borrosa. Gritó su nombre sin reconocer siquiera su propia voz. Era ronca, alta, como nada que hubiera escuchado antes. Estaba llena de anhelo y de desesperada necesidad. Era una súplica para que le diera lo que necesitaba.


Y lo hizo.


Pedro se ocupó de ella. Le dio lo que quería, lo que necesitaba. Él mismo.


Paula se sentía caliente y resbaladiza en su interior mientras él la bañaba en su semen. Sin poder mantener más el contacto visual, se quedó flácida encima de la cama y descansó la mejilla en el colchón.


No tenía fuerzas para mantener el cuello torcido ni siquiera lo poco que lo había tenido. Cerró los ojos y apenas supo si estaba plenamente consciente, ya que le pareció estar en algún otro lugar diferente. Como si estuviera borracha como una cuba, pero en uno de los lugares más bonitos del mundo.


Se sentía flotando en el aire, eufórica, totalmente saciada.


Y completamente feliz. Consumadamente contenta.


Y no hubo reprimenda alguna, solo pequeños besos que iban por toda la columna vertebral y luego hasta la oreja. 


Pedro le murmuró palabras en el oído que ella ni siquiera entendió, y luego se retiró de su cuerpo provocando que la protesta de Paula fuera inmediata. La arrancó con brusquedad de su cálido abotargamiento y entonces solo sintió frío y la falta de Pedro en su interior.


—Shhh, cariño —le susurró—. Tengo que desatarte y cuidar de ti.


—Mmmm —fue todo lo que ella pudo lograr decir. Sonaba muy bien, eso de que la cuidaría. Le parecía bien.


Un momento más tarde sus manos se liberaron y Pedro, cogiéndolas por turnos, las masajeó y le bajó los brazos hasta la cama para que no estuviera incómoda. 


Entonces la giró y la estrechó entre sus brazos.


Se bajó de la cama y luego la cogió en brazos pegándola a su pecho. Paula estaba hecha una bola bien moldeada contra su cuerpo y con las manos por detrás de su cuello como si nunca lo quisiera soltar.


Dios… Pedro la sentía tan vulnerable. Tan... expuesta. Completamente asustada por lo que había
ocurrido esta noche. Paula habría esperado sexo, por supuesto. ¿Pero esto? Eso no era simplemente sexo.
¿Cómo podría describir una simple palabra de cuatro letras, que estaba atribuida mayormente al coito, el infierno explosivo, primitivo y fiero que acababa de tener lugar?


Fue impactante. Paula había tenido buen sexo en otras ocasiones, pero nunca nada tan. impactante.


Pedro la llevó al cuarto de baño y abrió la ducha hasta que el vapor comenzó a salir y cubrir toda la habitación. Entonces la metió bajo el agua aún sujetándola contra sí y la dejó que se deslizara por su cuerpo mientras el agua los mojaba a ambos.


Cuando estuvo seguro de que Paula tenía el equilibrio suficiente como para quedarse de pie, se separó de ella lo bastante como para coger el gel y luego procedió a cubrir cada centímetro de su cuerpo con las manos. No dejó ninguna parte de su piel desamparada, sin tocar o sin acariciar.


Para cuando terminó, Paula apenas podía mantener el equilibrio. Cuando Pedro se alejó para salir de la ducha, ella casi se cayó redonda al suelo. Él se lanzó a por ella soltando una maldición que hizo eco en los oídos de Paula. La cogió de nuevo y la colocó en el taburete que había junto al lavabo mientras se estiraba para poder coger una de las toallas dobladas que se encontraban en el estante junto a la ducha.


La envolvió en su calidez y Paula respondió con un suspiro y posando su frente contra el pecho mojado de Pedro.


—Estoy bien —le murmuró—. Sécate. Yo me quedaré aquí sentada.


Cuando Paula levantó la mirada, la boca de Pedro estaba torcida hacia arriba a modo de sonrisa y sus ojos brillaban de diversión. De todos modos, le siguió echando un ojo mientras alargaba la mano para cogerse él otra toalla.


Se secó bastante rápido, y Paula disfrutó de todos y cada uno de los segundos que duró el espectáculo.


El tío estaba bueno. Era guapo con mayúsculas. Y ese culo… Paula nunca había prestado demasiada atención a su culo porque siempre había estado mucho más centrada en la parte delantera de esa particular zona de su anatomía. 


Porque, sí, el hombre tenía un miembro bonito.


Y, de acuerdo, era raro llamar bonito a un pene teniendo en cuenta que en realidad eran bastante feos.


¿Pero el de Pedro? Todo él estaba perfecta y maravillosamente formado, incluso su pene. Ya estaba
teniendo fantasías bastante vívidas sobre poder tenerlo en su boca, saboreándolo, haciéndole perder la cabeza tanto como ella la perdía con él.


—¿En qué demonios estás pensando justo ahora? —murmuró Pedro.


Ella parpadeó y se percató de que Pedro estaba dentro de su espacio personal otra vez. Se había colocado entre sus piernas y la estaba mirando directamente al rostro con ojos inquisidores y escrutadores. El calor bañó sus mejillas, lo cual era bastante estúpido teniendo en cuenta el hecho de que acababa de tener sexo tórrido y perverso durante las últimas horas. ¿Y ahora se estaba sonrojando porque la habían pillado pensando en hacerle una mamada?


Desde luego no tenía ningún arreglo.


—¿Tengo que responder a eso de verdad? —espetó.


Pedro alzó una ceja y la diversión le volvió a brillar dentro de los ojos.


—Sí, de verdad de la buena. Especialmente ahora que te acabas de poner tan roja como un tomate — ella suspiró y pegó la frente contra su pecho.


—Te estaba dando un repaso.


Él la agarró por los hombros y la separó para poder mirarla a los ojos otra vez.


—¿Y ya está? ¿Me estabas dando un repaso y eso te ha dado vergüenza? —Paula vaciló y luego suspiró.


—Tienes un miembro espléndido, ¿entendido? Lo estaba admirando.


Pedro contuvo la risa. Bueno, casi. Un sonido estrangulado se le escapó de la garganta y ella gimió.


Antes de que pudiera perder la poca valentía que le quedaba, soltó abruptamente el resto.


—Y estaba fantaseando con…


Paula pudo sentir cómo las mejillas le ardían incluso más que antes.


Y entonces Pedro se pegó más contra ella al mismo tiempo que le abría las piernas mucho más. Le levantó el mentón con los dedos y su fiera mirada la penetró.


—¿Fantaseando con qué?


—Con tenerte en mi boca —le susurró—. Con saborearte y con hacerte perder la cabeza tanto como tú me la has hecho perder a mí.


Todo su cuerpo se tensó contra el de ella y la lujuria se reflejó en sus ojos como si de un infierno se tratase.


—Tendrás tu oportunidad, cariño. Te lo puedo asegurar.


Una vez más, imágenes de todo tipo se adueñaron de su cabeza. Imágenes verdaderamente vívidas donde sus labios rodeaban su gran verga y lamían cada centímetro de su piel.


Pedro llevó su boca hasta los labios de Paula para darle un pequeño beso en la comisura.


—Tenemos que dormir —murmuró—. No tenía intención… no tenía intención de llevar las cosas tan lejos esta noche. Estarás cansada mañana en el trabajo.


Pronunció eso último casi con arrepentimiento. Le acarició la barbilla y la mejilla con el dorso de los dedos, y luego le dio otro beso. Un beso dulce y tierno que parecía la completa antítesis del otro que le había dado antes, tan lleno de descontrol y de un furor intenso.


—Vamos, cielo —le dijo con voz ronca—. Te llevaré a la cama para que puedas dormir unas horas.