miércoles, 3 de febrero de 2016
CAPITULO 17 (TERCERA PARTE)
—Quiero que lleves mi collar, Paula —dijo Pedro en voz baja.
Paula se giró entre sus brazos, sorprendida ante la brusca declaración. Los dos estaban tumbados en el sofá del apartamento de Pedro; una mañana relajada tras haber hecho el amor y haber dormido una pequeña siesta antes.
Tras haberse despertado de nuevo, Pedro le había traído el desayuno a la cama y luego la llevó al cuarto de baño donde le lavó cada centímetro de su piel y de su pelo en la ducha.
La secó, le peinó el pelo y luego la envolvió en una bata antes de llevársela al salón, donde se habían quedado en el sofá desde entonces.
Pedro la miró con intensidad como si estuviera calibrando su respuesta. Su mirada se movió por todo su rostro pero luego volvió a centrarse en sus ojos.
—Sé que llevaste el de Martin. También sé que no significó nada. Significa algo para mí, Paula. Quiero que signifique algo para ti también.
—De acuerdo —susurró.
—Quiero elegirlo especialmente para ti. No lo tengo todavía, pero lo haré. Y cuando lo tenga, quiero que lo lleves. ¿Lo harás por mí?
Ella asintió, ya imaginándose llevando su collar con pleno conocimiento de lo que significaría para él.
—Tenemos mucho de lo que hablar hoy —continuó—. Muchas cosas que necesitamos solucionar. Preferiría quitármelo de encima todo hoy para que así podamos avanzar en la relación sabiendo lo que necesitamos saber. Y sabrás lo que necesitas saber.
—De acuerdo, Pedro. Estoy preparada.
Él la apretujó entre sus brazos con la satisfacción reflejándose en sus ojos.
—Significa mucho para mí que confíes en mí. Especialmente tras lo que te pasó con ese gilipollas. Yo nunca te haré daño de esa forma, Paula. Puede que no estés completamente segura ahora mismo, pero lo sabrás pronto.
—Sé que no me harás daño —dijo al mismo tiempo que bajaba su boca hasta la de él—. Confío en ti, Pedro. De verdad. No lo digo por decir. Tienes que saber lo difícil que todo esto es para mí, pero me siento bien con mi decisión. Sé que es la correcta. Eso no me lo tienes que demostrar.
—Sí, sí que tengo que hacerlo —la refutó—. Todos los días. Tengo que demostrar todos los días lo que significarás para mí. Ese es mi trabajo. Y lo lograremos. Sabes… tú eres importante para mí. Voy a asegurarme de que lo sepas todo el tiempo.
Ella se inclinó y apoyó la cabeza sobre su hombro al mismo tiempo que se acomodaba sobre el cuerpo de él. Se sentía muy bien pegada contra él. Su cuerpo era tan sólido y fuerte que no tenía que hacer mucho para que se sintiera segura.
Ya lo hacía con el simple hecho de estar cerca de él.
—Lo primero que tenemos que discutir son los exámenes médicos y el sistema anticonceptivo que vamos a usar.
Ella volvió a levantar la cabeza con una ceja arqueada a modo de interrogación.
—No quiero usar condones. No contigo. Quiero poder correrme dentro de ti, sobre ti. Y para que podamos hacer eso, tienes que tener algún otro método anticonceptivo y también necesitamos hacernos unas pruebas para saber que ambos estamos limpios, aunque te lo diré ahora, Paula. No estoy seguro de lo que hiciste con Martin, pero yo siempre uso condones. Siempre. Y ha pasado bastante desde la última vez. No desde…
Se paró y sacudió la cabeza.
—Eso vendrá en un momento.
Paula ladeó la cabeza.
—¿El qué vendrá?
—Las circunstancias por las que tuve sexo la última vez con una mujer —dijo Pedro con voz seria —. Llegaré ahí, pero ahora hay otras cosas que necesitamos hablar y dejar claras.
La forma en la que lo había dicho la preocupó. Frunció el ceño, pero Pedro levantó el brazo y le rodeó la nuca con la mano para atraerla hacia él de manera que pudiera posar sus labios sobre su frente.
—Martin y yo usamos condones —dijo en voz baja—. Él es el único hombre con el que he estado en dos años. Y ya estoy tomándome la píldora.
—¿Tienes suficiente con mi palabra o quieres una copia de la última prueba médica que me hice? —preguntó Pedro.
Ella frunció el ceño, preguntándose si aquello tenía alguna clase de trampa. Si decía que quería una copia de su informe médico, ¿parecería que no confiaba en él? ¿Le estaba preguntando si confiaba en él tan pronto? Pero si no lo pedía, si decía que su palabra era suficiente, sería dar un paso enorme.
Y su vida era demasiado importante como para tomar esa clase de riesgos.
—Me gustaría tener una copia —dijo.
Él asintió sin parecer para nada molesto por su petición.
—Me aseguraré de que la tengas esta tarde.
—¿Y yo qué? —preguntó ella—. ¿Quieres que me haga una prueba? La última vez que vi a mi médico fue hace tres meses. Obviamente he tenido sexo desde entonces.
—Concertaré la cita para esta tarde.
Ella abrió los ojos como platos.
—No puedo conseguir una cita con mi médico tan rápido.
—Recurriremos al mío. Él te verá —dijo con confianza.
Paula asintió.
—Ahora tenemos que discutir nuestra relación aquí. En este apartamento.
—De acuerdo.
Paula no había querido que sonara vacilante, pero las cosas parecían mucho más simples en lo abstracto. Ahora que estaban entrando en los detalles específicos, se encontraba nerviosa e inquieta.
—No hay otra forma de hacer esto más que a lo brusco —dijo Pedro con voz tranquilizadora—. Sé que estás nerviosa, pero lo hablaremos todo y luego nos pondremos de acuerdo.
Ella respiró hondo y luego asintió.
—Este apartamento no es práctico para coger el transporte público. Lo cual es bueno, porque yo preferiría tener la seguridad de que estás segura cuando salgas de aquí. Lo cual significa que mi chófer me llevará al trabajo por las mañanas y me recogerá por las tardes. Entre esas horas, volverá aquí y estará a tu disposición. Pero, y no es que sea un cabrón controlador, quiero saber adónde vas, cuándo
vas, y quiero saber que estás segura mientras haces lo que quieras hacer.
»Ahora tenemos que solucionar el tema de tu apartamento y coger todo lo que necesites de allí. Te lo traerás aquí, todo lo que necesites. Tengo una oficina y dormitorios extra. Puedes usar cualquier espacio que quieras para pintar o dibujar. Pensé que el salón podría ser la mejor opción simplemente
porque tendrás más luz y tendrás la vista del río.
Paula se sintió mareada. Como si todo a su alrededor se estuviera moviendo a velocidad supersónica mientras ella se quedaba ahí de pie conmocionada, intentando digerirlo todo.
—Querré y necesitaré que seas flexible, porque cuando llegue a casa todos los días, te querré aquí.
Lo cual significa que me mantendré en contacto contigo y tú harás lo mismo conmigo. Mi horario varía. Algunos días llegaré a casa más temprano, y esos días te lo haré saber. Otros llegaré más tarde.
Si viajo, aunque por ahora no tengo planes inmediatos de ningún viaje, voy a querer que te vengas conmigo. ¿Puedes lidiar con eso?
Ella inspiró y luego sonrió agitadamente.
—¿Tengo elección?
Pedro se paró por un momento.
—No. Esas son mis expectativas.
—Bueno, entonces supongo que estaré en casa cuando vengas —dijo con ligereza.
Pedro soltó la respiración y los hombros se le hundieron ligeramente del alivio, como si hubiera esperado a que se negara. Paula se preguntaba qué habría hecho si se hubiera echado atrás. ¿La habría echado? ¿O habría intentado comprometerse a cambiar esas expectativas?
Le había admitido con muchísima rapidez la necesidad que tenía de ella. La deseaba sin lugar a dudas. ¿Pero cuán inflexible era en realidad? Tenía curiosidad, pero no estaba preparada para enfrentarse a él. Aún no. No por algo que en realidad no le molestaba. Cuando llegara el momento en
que propusiera algo que ella no podía aceptar, entonces sí que pondría a prueba los límites de su nueva y reciente relación.
—Para poder entender mejor tus… expectativas. Básicamente quieres que esté aquí cuando tú lo estés. O donde tú estés. Y quieres que te diga adónde voy y cuándo y dónde. Y quieres que te ponga al día con frecuencia.
No le sonaba tan exigente a ella, parecía razonable. Ella no quería que se preocupara por ella. No quería ser una distracción para él. Si se preocupaba —y era obvio que lo hacía— quería hacer todo lo que pudiera para aliviar ese estrés.
—Sí —dijo él con los ojos llenos de más determinación—. Pero, Paula, tienes que entenderlo.
Haces que suene algo ligero, pero no lo es. Me enfadaré si no lo haces bien. No se trata de decirme un «lo siento, me olvidé completamente de decirte dónde iba» y luego todos felices. Espero que me lo digas todo.
—De acuerdo, Pedro —dijo en voz baja—. Lo entiendo.
Él asintió.
—Ahora, hay cosas que tienes que saber sobre mí. No quiero que todo esto salga más tarde y te sorprenda o te haga sentir incómoda. Es mejor que lo sepas todo desde el principio para que puedas lidiar con ello y no se convierta en un problema luego con el tiempo.
Ella arqueó una ceja. Parecía muy serio, como si fuera a soltarle un pedazo de bomba encima a punto de estallar.
Quería bromear con él y preguntarle si estaba a punto de admitir ser un asesino en serie, pero estaba demasiado serio y no apreciaría su intento de quitarle importancia al asunto. Así que se quedó en silencio, esperando a escuchar lo que él tenía que decirle.
Él se enderezó un poco hacia arriba, hizo una mueca durante un momento y luego se inclinó hacia delante para poder poner un cojín entre su espalda y el brazo del sofá. Paula se sentó más adelante para que él tuviera espacio pero luego él le rodeó la cintura con una mano y la atrajo sólidamente contra él para que estuviera una vez más acurrucada contra su cuerpo.
—Cualquier conversación seria que tengamos será teniéndote entre mis brazos para así poder tocarte —dijo—. Nunca separados en la misma habitación. Eso no me hará feliz. Te advierto ahora que si te enfadas conmigo y estamos discutiendo, no vas a poner distancia entre nosotros.
Ella sonrió contra su pecho. Eso sonaba bien para ella. Una de las cosas que más le habían disgustado de Martin era su indiferencia para con ella, la distancia —la distancia emocional— que había entre ellos. Martin era más un tipo de sentarse separados y luego discutir. Y lo que es más, la
única vez que él la tocaba era cuando tenían sexo. No era expresivo ni afectivo. Y Pedro no parecía ser capaz de mantener las manos separadas de ella ni dos segundos. A Paula eso le gustaba. Le gustaba mucho.
—¿Va a ser esto una discusión seria? —preguntó, sin poder evitar mostrar el deje burlón en su voz.
No había ninguna duda de que Pedro radiaba seriedad en ese momento. Y estaba empezando a asfixiarla. Necesitaba quitar hierro al asunto, aunque solo fuera por un breve segundo. No estaba en su naturaleza tomárselo todo con tanta seriedad. Pedro era un tío intenso. Quizás al final sí que se relajaría a su alrededor, o a lo mejor siempre sería así… pensativo y serio en lo que a ella se refería.
Su abrazo se volvió más fuerte alrededor del cuerpo de Paula.
—Sí. Es seria. Todo lo que se trate de mí y de ti es serio. Entiendo que parezca muy fuerte, especialmente hoy que lo estamos sacando todo fuera. No siempre será así de… intenso. Pero hoy, sí. Necesito sacar fuera todo lo que pueda hacerte daño en un futuro porque eso sí que no toleraré que
ocurra.
Ella frunció el ceño otra vez y se impulsó hacia arriba para poder mirarlo a los ojos. Estaba tan serio y decidido… con ella. Observaba cada reacción que tenía.
—¿Qué es,Pedro? —preguntó—. ¿Qué es lo que piensas que me va a hacer daño?
Él suspiró.
—No sé si lo hará o no, pero podría si no lo entiendes desde el principio. Yo lo único que quiero es que no te pille por sorpresa. Si estás preparada y lo sabes todo, entonces no tendrá el poder de cogerte desprevenida ni con la guardia baja.
Paula levantó la mano para tocarle el mentón y le recorrió con los dedos la ligera barba incipiente que llevaba. No se había afeitado esta mañana, así que el rubio oscuro formaba una sombra sobre su barbilla.
—Entonces cuéntamelo. Lo entenderé.
Él le cogió la mano y se la besó, acercando los labios a su palma.
—Juan Crestwell es mi mejor amigo. Tanto él como Gabriel Hamilton. Pero Juan… compartíamos un vínculo. Gabriel es mi mejor amigo, sin duda. Pero Juan y yo siempre habíamos tenido una amistad más cercana. Él es mi hermano en todos los sentidos de la palabra. Confío en él. Siempre me guarda las espaldas y yo las de él. Siempre. Solíamos compartirlo todo, y con eso me refiero también a las mujeres. He tenido muchos tríos con Juan durante todos estos años.
Ella arrugó la frente y alzó las cejas mientras se lo quedaba mirando a los ojos. Y pensar que había estado preocupada por tener que compartirlo con otras mujeres. Eso sí que no se lo había esperado. No se podía imaginar a Pedro, tan posesivo como era, queriendo que ella tuviera sexo con otro hombre mientras él miraba o participaba en la acción. Y lo que es más, no era algo que ella quisiera.
—¿Es eso…? Quiero decir, ¿eso es lo que tú quieres hacer conmigo? ¿Compartirme con otro hombre?
—Joder, no.
La negación fue explosiva. Las palabras salieron de su boca como una ráfaga de aire que sintió en su barbilla. El alivio la invadió con fuerza y se relajó mientras esperaba a que continuara.
—No lo entendía entonces —murmuró—. Cómo Juan era con Vanesa. No lo entendía, pero ahora sí.
—Estoy perdida —dijo ella con paciencia—. No entiendo de lo que estás hablando.
—Como he dicho, Juan es mi mejor amigo. Él está saliendo ahora con Vanesa. Están comprometidos. Los veremos mucho. Quiero compartirte con ellos… como amistades, quiero decir.
Ellos son importantes para mí y tú eres importante para mí también, así que pasaremos tiempo con ellos. Y lo que necesito que sepas es que al principio, la primera noche que Juan y Vanesa estuvieron juntos, yo estaba con ellos.
Ella abrió los ojos como platos.
—¿Aún… tienes… tríos… con ellos?
Pedro sacudió la cabeza.
—No. Juan no lo quería ni siquiera esa primera vez, pero yo no lo sabía por entonces. Es un lío muy complicado, pero lo que necesitas saber es que he tenido sexo con Paula. Y la verás a ella. Y a Juan. Y no quiero que sea incómodo para ti. Ya lo era bastante las primeras veces que estábamos todos
juntos después de esa noche, pero ahora lo hemos superado. Vanesa ya está bien y Juan también. No es un tema que suela salir, pero está ahí. Y no quiero que te haga daño cuando la mires y sepas que he tenido sexo con ella. Porque no hay nada ahí, Paula. Nada más que una profunda amistad. Vanesa es una mujer estupenda. Creo que te gustará. Pero no es ninguna amenaza para ti.
—Lo entiendo —dijo en voz baja—. Valoro que me lo hayas contado y que hayas sido directo conmigo. Puedo ver perfectamente lo incómodo que habría sido, especialmente si no lo llego a saber y de alguna forma meto la pata o algo.
Pedro centró su mirada en ella y la estudió atentamente.
—¿Va a suponerte un problema pasar tiempo con una mujer con la que me he acostado y de la que me preocupo mucho?
—No si me dices que no debería suponerme ningún problema.
Él sacudió la cabeza.
—No, no es un problema. Como he dicho, no entendía lo que Juan sentía en ese momento. Su posesividad en todo lo relacionado con Paula. Nunca habíamos tenido ningún problema entre nosotros por ninguna mujer, nunca ha habido ninguna que nos importara. Pero ahora sí que lo entiendo porque sé que yo no quiero compartirte con nadie, y especialmente con mi mejor amigo aunque este estuviera soltero y no tuviera una relación. Y referente a los otros hombres, eso es algo por lo que nunca tendrás que preocuparte. He tenido tríos con Juan y otra mujer. Muchas veces, no te voy a mentir. Nos hemos tirado a incontables mujeres a lo largo de los años. No es algo de lo que me sienta orgulloso pero tampoco me quita el sueño. Es lo que es. Pero no habrá tríos contigo, Paula. Solo seremos tú y yo. Yo voy a ser el único hombre que te haga el amor de ahora en adelante.
Todo sonaba tan inapelable, y al mismo tiempo Paula sabía que solo eran palabras. ¿Cómo podían ser algo más? Se conocían desde hacía muy poco. Solo habían tenido sexo una vez, y él hablaba como si tuviera la última palabra.
Como si fueran algo permanente y estuvieran inmersos en una relación a largo plazo.
Y aunque ella no dudaba de su palabra, o incluso la suya propia, no había forma alguna de que pudiera mirar al futuro con ninguna autoridad todavía. Había demasiados «¿Y si?».
—Ahora dime lo que piensas —la animó.
Paula sonrió.
—No estoy segura de saber cómo esperabas que reaccionara, Pedro. ¿Pensaste que cambiaría de parecer porque has tenido sexo perverso con un puñado de mujeres? ¿Qué tienes, treinta y cinco años? ¿Treinta y seis? No es realista pensar que no hayas tenido aventuras.
—Tengo treinta y ocho. Casi treinta y nueve —la corrigió.
—Bueno, de acuerdo, pues tienes treinta y ocho. Yo te acabo de contar que he tenido una relación, y sexo, con un hombre apenas hace unas semanas. No puedo echarte en cara a ti el haber tenido relaciones similares.
—Pero nosotros no veremos al hombre que te has estado follando todo este tiempo —señaló Pedro.
Ella suspiró.
—No diré que vaya a ser divertido mirarla y compararla mentalmente conmigo o imaginarme siquiera a ti y a tu amigo haciéndole el amor. Pero lidiaré con ello, Pedro. Y si es tan simpática como dices que es, entonces me gustará y espero que podamos ser amigas. Solo tendré que evitar torturarme imaginándote a ti con ella en la cama.
—Solamente ocurrió una vez —dijo con brusquedad—. No quiero que pienses en ello cuando estemos todos juntos. Porque cree esto, Paula: no importa quién estuviera en el pasado, tú eres mi presente y mi futuro. Y esas otras mujeres no tienen nada que hacer contra ti.
Una sonrisa se dibujó en los labios de Paula y se inclinó hacia delante para apoyar su frente contra la de él.
—Entonces, haré todo lo que pueda para no pensar en ello.
—Bien. Ahora ya casi es la hora del almuerzo y aún tenemos que dejar solucionado lo de tu apartamento. ¿Quieres que comamos algo ahora y luego nos pasemos por tu apartamento para que puedas traerte todas tus cosas para pintar? Si haces una lista con todo lo que necesitas mientras
estemos allí, haré que alguien vaya y lo traiga aquí. No quiero que te preocupes por nada más que instalarte en mi piso.
—Eso suena bien —dijo ella.
Pedro la besó con ansia.
—Ya tendremos tiempo de quedar con los demás. Por ahora, te quiero toda para mí. Estoy tentado de llamar al trabajo el lunes y cogerme toda la semana libre para estar contigo.
El corazón le dio un vuelco. Era un plan tentador. Toda una semana en la cama de Pedro, entre sus brazos.
—Desafortunadamente, con Gabriel en su luna de miel y todas las transacciones que tenemos abiertas actualmente, Juan y yo no podemos faltar.
—Lo entiendo —dijo Paula con facilidad—. Yo también tengo trabajo que hacer.
—Me gusta la idea de que trabajes en mi espacio —murmuró—. Cuando esté en la oficina, tú estarás aquí. Me gusta esa imagen. Y luego estarás aquí cuando llegue a casa. Sin ropa, Paula. Te llamaré cuando esté de camino cada día, y cuando llegue aquí, te quiero desnuda y esperándome. A menos que te diga algo diferente, así es como lo quiero.
—De acuerdo —susurró Paula.
CAPITULO 16 (TERCERA PARTE)
Las ansias de saborearla íntimamente habían conseguido que él también se estremeciera. Estaba caminando sobre la hoja de una cuchilla. La urgencia de abrirle las piernas incluso más y de introducirse en ella era abrumadora. Quería poseerla. Era un instinto primitivo, uno que había gobernado sus pensamientos desde el momento en que había puesto sus ojos en ella. Y ahora la tenía aquí, desnuda y en su cama. Suya para hacer con ella lo que quisiera.
Iba a saborear bien el regalo que le estaba dando y lo valoraría tal y como se merecía. Le había dado su confianza, y él sabía lo mucho que eso significaba dadas las circunstancias.
Depositó un beso en los sedosos rizos de su pubis y luego la acarició con la nariz con más fuerza, inhalando su aroma mientras la abría incluso más para facilitar sus movimientos. Le acarició los aterciopelados labios con los dedos y le restregó la humedad desde su abertura hasta su clítoris para
que estos se deslizaran con más facilidad y no le irritara la sensible carne.
—¡Pedro!
Su nombre salió como una explosión de sus labios. Le encantó la forma en que lo había dicho, le volvía loco oír su nombre en sus labios. Y sabía que podría volverla incluso más loca de deseo en cuanto reemplazara los dedos con su boca.
Usando los dedos para abrirla más a él, se acercó a ella y le recorrió con la boca toda la carne desde la abertura hasta el clítoris. La humedad de Paula era como miel en su lengua.
Un gemido irregular salió de la garganta de Paula y de repente su mano apareció entre los mechones de pelo de Pedro, hincándole los dedos en su cuero cabelludo. Él succionó levemente su clítoris, ejerciendo solamente la presión suficiente como para enviarle espasmos de placer a través de sus piernas. Luego se fue más hacia abajo otra vez, queriendo saborear de nuevo esa sedosa y caliente
humedad.
Deslizó la lengua en su interior y la poseyó con movimientos lentos y sensuales. Aunque pudiera haber decidido que esta vez sería todo para ella y para su placer, hacerla retorcerse debajo de él también le provocaba placer a él. Estaba duro y palpitante, tan excitado que la cabeza le daba vueltas.
—Dame uno —dijo con voz ronca, levantando la cabeza para mirar por encima de su cuerpo—. En mi boca, Paula. Córrete en mi boca. Voy arriba otra vez, haré que sea bueno para ti.
Los ojos de Paula brillaban de pasión, sus labios estaban rojos e hinchados debido a sus besos y a los mordiscos que ella se había dado cuando Pedro la había estado saboreando.
—¿Te gusta mi boca, Paula?
—Oh, sí —dijo en apenas un susurro—. Tienes una lengua muy diestra.
—Tú me inspiras —dijo con una sonrisa.
Ella gimió de nuevo cuando Pedro deslizó la lengua de nuevo en el interior de su húmedo calor. La saboreó de dentro afuera.
Decidiéndose a aumentar la tensión en su cuerpo y a hacerle correrse con su lengua en su interior, deslizó el pulgar por encima del clítoris y lo acarició mientras él seguía lamiéndola y succionándola, actuando como si su lengua fuera en realidad su polla.
Paula levantó el trasero de la cama y se arqueó contra Pedro debido a la presión que este había ejercido con el pulgar. Se humedeció incluso más alrededor de su lengua.
Un líquido caliente y brillante se derramó en su boca y él la lamió con avidez. Ansiaba su orgasmo.
Con la mano que tenía libre, Pedro introdujo un dedo y movió la lengua el tiempo suficiente para poder introducirse en ella. Acarició las sedosas paredes vaginales y luego se hundió bien en ella. Paula se aferró con fuerza a su dedo como un puño y se quedó así cuando él lo sacó y lo reemplazó una vez más con su lengua.
—Ahora, Paula —gruñó—. Vamos.
La acarició con los dedos y con la lengua y ella se volvió loca contra su cuerpo. Paula descargó un torrente de energía mientras se estremecía alrededor de su boca. Le rodeó la cabeza con las piernas y lo dejó anclado para que continuara lamiéndola con ansias. Y luego, de repente, Pedro sintió un estallido de miel caliente sobre su lengua.
Paula movió las caderas y las levantó mientras, debido a su orgasmo, una ola de placer tras otra ola de placer los bañaba a ambos. Joder, su polla iba a dejar una marca permanente en el colchón. Estaba rígida y dura bajo su cuerpo, hambrienta por lo que su boca estaba saboreando en estos momentos.
Se levantó cuando sintió que su orgasmo se hubo desvanecido hasta dejarla demasiado sensible como para continuar recibiendo sus continuas atenciones.
Agazapándose sobre ella, apoyó las manos a cada lado del rostro de Paula para que el peso de su cuerpo no la aplastara y ladeó la cabeza hacia ella para besarla. Para que ella pudiera saborearse a sí misma, y para que él pudiera compartirlo con ella.
—Tu pasión. Tu dulzura, Paula. Nunca he saboreado nada más dulce. Eres tú la que está en mi lengua y ahora en la tuya también.
Ella gimió, y sonó casi como si fuera de dolor pero le correspondió el beso con la misma hambre que él tenía de ella. Sus pezones estaban enhiestos, duros y rígidos como si estuvieran suplicando que su boca los lamiera al igual que su sexo. Estaría con ellos enseguida, pero primero quería probar su boca y su cuello. Luego se movería más abajo hasta llegar a esos pechos tan deliciosos.
—¿Puedo tocarte? —susurró ella.
—Eso no me lo tienes que pedir nunca —murmuró él en su oído. Le lamió la oreja y logró hacerla estremecerse—. Quiero que me toques a menudo. No voy a querer que no lo hagas. Si estás conmigo, quiero que me toques. Aunque no sea sexual. Soy una persona a la que le gusta el tacto, Paula. No sé si te molesta a ti o no, espero que no, pero me da igual si es en público o no, no tengo ningún problema
con dejarle saber al mundo que eres mía.
Ella suspiró y deslizó sus propias manos sobre los hombros de él y luego sobre su espalda. Pedro casi ronroneó cuando Paula le clavó las uñas en su carne.
—Me gusta —dijo.
—¿Qué parte?
—Todo. Martin no era así.
Sus ojos se llenaron de preocupación, casi como si se hubiera dado cuenta de que no era una muy buena idea sacarlo a relucir especialmente cuando Pedro estaba a punto de introducir su miembro dentro de ella por primera vez.
Él se aseguró de suavizar la expresión sobre su rostro, no quería que pensara que lo había enfadado.
—¿No era cómo?
—Expresivo. No le gustaba mucho mostrar afecto, tocarme, excepto cuando teníamos sexo. Pero solo entonces, e incluso entonces, era muy… impersonal. La forma en que tú lo dices suena… bien. Como si quisieras que esté cerca de ti, que te toque.
—Pues claro que sí —dijo—. Y no me importa una mierda quién lo sepa, tampoco.
Ella sonrió y luego se volvió a estremecer cuando él rozó la piel de debajo de su oreja con los dientes.
—Me está gustando esto, Pedro —susurró—. Todo. Y eso me asusta porque suena demasiado bien como para ser verdad.
—Me alegra que te atraiga, Paula. Sería un asco si no lo hiciera, porque esto es lo que soy y lo que te ofrezco. No es demasiado bueno como para ser cierto. Es bueno, simplemente. Ahora centrémonos en el asunto que tenemos entre manos. Porque si no meto pronto mi polla dentro de ti, va a ser todo muy doloroso para mí.
Ella pareció alarmarse, pero Pedro sonrió, dejándole saber que solo estaba medio en broma. Porque sí que era doloroso. Había pasado bastante tiempo desde que había aguantado una erección de caballo durante tanto tiempo sin hacer nada para remediarla. Y saborearla mientras su pene había estado restregándose contra el maldito colchón no era una experiencia que quisiera repetir pronto.
Preferiría mucho más hacer un sesenta y nueve, con Paula succionándolo mientras él se daba un festín con ella. Pero junto con todas las otras fantasías que tenía, tendría que esperar. Y ahora que la tenía justo donde quería, tenía todo el tiempo del mundo para explorar cada perversión sexual que pudiera querer sacar de su repertorio.
Desvió la atención a sus pechos… y eran unos pechos perfectos. Pequeños, pero sin ser demasiado pequeños ni tampoco demasiado grandes. Tenían el tamaño justo para hacer que la boca se le hiciera agua. Y sus pezones eran una creación rosada y absolutamente perfecta.
Rodeó uno de ellos con la lengua, trazando cada detalle y lamiendo la punta antes de metérselo entero en la boca. Todo el cuerpo de Paula se puso rígido, sus jadeos llenaron el ambiente y acariciaron los oídos de Pedro con un cálido zumbido.
—Pedro.
Con la forma con la que había pronunciado su nombre, Pedro supo que ella quería pedirle algo. Este alzó la cabeza para conectar ambas miradas y la observó con fascinación mientras el color de sus ojos se volvía eléctrico, un azul verdoso inundado de deseo.
—Yo también quiero saborearte —susurró—. Quiero hacerte sentir tan bien como tú a mí.
Pedro sonrió tiernamente y luego se inclinó hacia delante para besarla en la comisura de los labios.
—Lo harás. Pero hoy se trata solo de ti, y de todas las veces que pueda hacer y conseguir que te corras. Créeme cuando te digo que tendrás mi polla en tu boca muy pronto.
—Lo estaré esperando con ansias —dijo apenas en un murmullo.
—Yo también —dijo él antes de bajar la cabeza hasta sus senos.
Jugó indolentemente con sus pezones, primero uno y luego el otro, lamiéndolos hasta conseguir ponerlos duros antes de succionarlos con mordiscos lo bastante fuertes como para hacerle soltar unos sonidos de lo más eróticos. No era una amante silenciosa. Era extremadamente ruidosa. Una multitud de sonidos se le escapaban de los labios, sensuales a más no poder, sonidos que representaban el placer máximo de una mujer.
Pedro buscó a tientas el condón que había sacado antes, rompió el envoltorio y luego bajó la mano para ponérselo. Hizo un gesto de dolor cuando su mano tocó su erección.
Estaba tan duro y tan cerca de correrse que incluso sus propias caricias eran dolorosas.
—¿Estás bien? —susurró ella.
—Lo estaré dentro de unos tres segundos —le respondió en un murmullo al mismo tiempo que deslizaba un dedo en su interior para comprobar lo preparada que estaba.
Aún estaba hinchada y caliente del anterior orgasmo. De repente, Pedro comenzó a sudar al imaginarse lo placentero que iba a ser para ella tener su miembro bien adentro de su cuerpo mientras este lo apretaba y lo ordeñaba para conseguir hasta la última gota de su semen. Joder, tenía que
controlarse o se iba a correr en el condón en ese mismo momento.
Respirando hondo, se colocó encima de ella y alentó la entrada de su cuerpo con la cabeza de su pene al mismo tiempo que fijaba sus manos a cada lado de su cabeza.
—Baja las manos y guíame —dijo con voz ronca—. Envuélveme con tus dedos y ponme en tu interior, nena.
Pedro se percató de la reacción que había tenido a su palabra afectiva: aprobación y deleite se reflejaron en sus ojos. Se guardó esa información en la mente y luego cerró los ojos cuando su mano lo encontró.
Sus dedos rodearon todo su grosor y lo acariciaron en toda su longitud al mismo tiempo que lo colocaba justo a la entrada de su sexo. El sudor se le acumuló en la frente y Pedro pegó los labios con fuerza en un esfuerzo para mantenerse bajo control.
—Hazme tuya —susurró—. Estás ahí, Pedro. Entra ya en mi interior.
De inmediato, él empujó las caderas hacia delante asegurándose de no ser demasiado bruto y de que ella pudiera acomodarlo con facilidad. Estaba increíblemente estrecha, pero se abrió y lo envolvió cuando él la embistió con más fuerza y con más profundidad esta vez.
—Ahora mueve tus manos y ponlas por encima de tu cabeza contra el cabecero de la cama —le indicó.
Ella se retorció y vibró en reacción a sus palabras, y su sexo se humedeció y calentó más a su alrededor. Lentamente, Paula hizo lo que le había indicado y levantó las manos para ponerlas por encima de su cabeza.
Pedro se echó hacia atrás y luego deslizó las manos por debajo del trasero de Paula para poder agarrarla y colocarla de forma que él pudiera introducirse en ella mucho más profundamente. Bajó la mirada atraído por la imagen de su polla deslizándose dentro y fuera de su sexo, luego deslizó las manos desde su trasero hasta sus piernas hasta enroscarlas alrededor de su cuerpo y así poder abrirla mucho más para tener acceso completo a su interior.
—¿Cuánto te falta para correrte otra vez? —le preguntó respirando por la nariz mientras intentaba hacerse con el control de su cuerpo.
—Estoy a punto —susurró—. Pero necesito…
Se mordió el labio, se paró y apartó la mirada de la de él.
—Mírame —soltó mordaz.
Ella volvió a conectar sus miradas con los ojos abiertos como platos.
—¿Qué necesitas?
—Mmm… que me toques. —El color inundó sus mejillas y ruborizó su cuerpo, dándole una apariencia deliciosamente rosa—. Nunca me he podido correr solo con la penetración.
Él bajó, dándole un descanso a sus antebrazos, de manera que su rostro estuviera justo encima del de ella con las bocas precariamente cerca.
—Un montón de mujeres no se pueden correr sin la estimulación del clítoris —dijo con suavidad —. No significa que haya algo mal en ti. Es más, aunque fuera una rareza, no dudes nunca en decirme lo que necesitas en la cama, ¿de acuerdo? No puedo complacerte si no sé lo que te pone a cien y lo que no. Y quiero complacerte porque eso me hace feliz.
—De acuerdo —le devolvió suavemente.
—Usa tu mano —le dijo al mismo tiempo que con cuidado levantaba una mano para coger la de ella y la metía entre ambos cuerpos—. Voy a ir con fuerza, nena. Estoy a punto de explotar. Llevo demasiado tiempo así. Una vez que empiece, no voy a poder parar, así que tienes que asegurarte de que estás allí conmigo. Si necesitas un minuto, adelante y empieza a tocarte ahora. Solo dime cuándo, ¿de acuerdo?
Paula deslizó los dedos entre sus cuerpos y Pedro notó cuando ella empezó a acariciarse el clítoris.
Una inmediata explosión de satisfacción inundó sus ojos; se volvieron borrosos y fantasiosos, nublados de deseo.
—Ahora —susurró.
—Estate segura, Paula. No voy a durar.
Ella asintió con el rostro tenso debido al orgasmo que estaba a punto de estallar.
Era como poner en libertad a unos sabuesos.
Pedro se salió de su cuerpo disfrutando del sensual deslizamiento de su carne contra la de ella y luego la embistió y comenzó a hundirse bien en ella con fuerza. Más rápido. Con más fuerza. Los ojos se le pusieron en blanco; nunca había sentido nada tan bueno en toda su vida.
Un rugido comenzó en sus oídos, su sangre tronó en sus venas. Paula perdió toda noción del tiempo y espacio frente a él y la habitación se desvaneció a su alrededor mientras un agonizante placer florecía, desplegándose como un capullo bien cerrado durante los primeros rayos del sol de primavera.
—Dios —soltó rechinando los dientes—. Esto va a matarme.
—A mí también —jadeó Paula—. Oh, Dios, Pedro, ¡no pares, por favor!
—Ni loco.
La embistió con tanta fuerza que sus movimientos agitaron toda la cama. Sus pechos rebotaban de forma tentadora, sus pezones estaban tan duros y arrugados que hasta dolía mirarlos. Se la estaba follando como un animal en celo.
La necesidad lo recorrió de pies a cabeza. Con fuerza, el orgasmo creció y creció en su entrepierna, concentrándose en sus testículos, pero luego salió disparado hasta su miembro, explotando hacia fuera en un doloroso chorro. Pedro no estaba respirando. Solo estaba moviéndose, surfeando la ola.
Sumergiéndose en su cálida humedad una y otra vez.
—Paula —susurró su nombre casi con un gemido.
—Estoy contigo, Pedro.
Sus palabras marcaron el final de su orgasmo y Pedro comenzó a bajar en espiral, como un copo de nieve en el viento, todo el camino que había subido hasta llegar al clímax. Era una total y completa locura. Todo su cuerpo crepitaba como un plomo fundido. Joder, lo más seguro es que hubiera fundido varios circuitos eléctricos. Su cerebro estaba hecho papilla. Estaba completamente rebasado, saciado y satisfecho.
Cayó encima de ella como un peso muerto al no ser capaz de seguir soportando su cuerpo con sus brazos. Se quedó ahí tumbado, jadeando en busca de oxígeno, con su cuerpo encima del de ella.
Durante un largo rato se quedó allí, pero sabía que la estaba aplastando y también tenía que deshacerse del maldito condón.
Se moría por follársela a pelo. Se quedaría en su interior durante toda la maldita noche. Se despertarían pegajosos y húmedos, pero no le importaba una mierda. Quería derramar su semen dentro y encima de ella.
Levantándose, Pedro la besó en la frente y luego le apartó el pelo que tenía en la cara antes de besarla en los labios.
—¿Ha sido bueno para ti? —preguntó.
—Si hubiera sido mejor, estaría muerta —dijo con arrepentimiento.
Él sonrió y luego se levantó el tiempo suficiente como para deshacerse del condón y volver a acurrucarse en la cama con ella entre sus brazos.
—Creo que podría volver a dormirme otro ratito —murmuró.
—Mmm… mmm… —coincidió ella.
—Entonces durmamos. Haré algo de comer cuando nos levantemos.
Ella se pegó más contra él y luego metió una pierna entre las dos suyas para que él estuviera rodeándola por completo.
—Me parece bien —susurró.
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