domingo, 17 de enero de 2016

CAPITULO 7 (SEGUNDA PARTE)




Pedro se despertó sin esa agudeza mental que usualmente poseía. Normalmente se levantaba temprano. No tenía siquiera un despertador, siempre se despertaba a la misma hora sin importar si tenía que trabajar o no.


Sin embargo, esa mañana se despertó con desgana, con el cuerpo saciado y sin fuerzas y con una feliz satisfacción recorriéndole las venas. Alargó un brazo automáticamente hacia Paula al anhelar sentir su piel bajo sus dedos.


Pero al encontrarse con un hueco vacío, Pedro frunció el ceño y se despertó por completo mientras se apoyaba en un codo para mirar al lado de la cama que había quedado vacío junto al suyo. La única evidencia de que había estado allí era la almohada hundida, aunque hubiera pasado la mayor parte de la noche con la cabeza apoyada contra su hombro y el cuerpo acurrucado contra su costado.


¿Cómo había salido Paula de la cama sin que él se hubiera dado cuenta? Sacudió la cabeza y lanzó las piernas hacia fuera del colchón. Se sentó y se estiró antes de levantarse e ir en su busca.


Caminó hacia el salón sin prisa ninguna mientras se pasaba una mano por el cogote y luego por la coronilla. Todo estaba completamente silencioso. Y vacío.


Su mirada se paró en la puerta cerrada del otro dormitorio que había al otro lado del salón y le golpeó el pensamiento de que era muy posible que Paula estuviera dentro de esa habitación. En la cama con Alejandro. Apretó los puños con fiereza y respiró con dificultad. Acortó la distancia y, una vez
hubo llegado a la puerta, apoyó la mano en el pomo y vaciló un instante.


Lo último que quería ver era a Paula en los brazos de Alejandro. La sangre le hervía de furia en las venas. Respiró hondo varias veces en un intento de controlarse. Apretó la mano alrededor del pomo de la puerta hasta que los nudillos estuvieron blancos del esfuerzo.


Lo giró rápidamente y abrió la puerta. Sus ojos buscaron inmediatamente la cama. Los entrecerró y alzó ambas cejas cuando vio a Alejandro desparramado sobre la cama. Solo. 


Sin señales de Paula por ningún sitio.


Alejandro se movió y abrió los ojos. Levantó la cabeza y gruñó cuando vio a Pedro.


—¿Se está incendiando el hotel?


Pedro no respondió y Alejandro apoyó de nuevo cansadamente la cabeza sobre la almohada.


—¿No? Entonces vuelve a la cama de una puta vez y déjame en paz —refunfuñó Alejandro—. Es muy temprano.


—Estaba buscando a Paula —dijo Pedro quedamente.


Alejandro volvió a levantar la cabeza y lo miró con ojos cortantes.


—La dejé contigo, tío.


—No está allí. No está en la suite.


Alejandro se incorporó sobre los codos y la sábana le cayó hasta la cintura.


—¿Se ha echado atrás?


Los labios de Pedro formaron una fina línea.


—No lo sé. Quizás ha ido abajo a por algo.


Alejandro arqueó una ceja dando a entender que Pedro era un imbécil. Pedro soltó la respiración y se dio vuelta para abandonar la habitación de Alejandro.


—Espera un segundo, tío, y te ayudaré a buscarla —añadió Alejandro.


—Está bien.


La mirada de Pedro recorrió la habitación una vez más en busca de algo. Cualquier pista. Algo que le dijera que iba a volver. Cuando volvió al dormitorio donde él y Paula habían dormido, se percató entonces de que su ropa no estaba donde ella la había lanzado la noche anterior. No había nada que sugiriera que había estado allí toda la noche.


Pedro, ha dejado una nota.


La voz de Alejandro penetró los oídos de Pedro y este salió de golpe del dormitorio otra vez y vio a Alejandro en el salón, frente a la pequeña mesita, con una hoja de papel con el logo del hotel en la mano. Alejandro se la tendió a Pedro mientras este se acercaba para cogerla.


La abrió con un movimiento y frunció el ceño al leer la letra cursiva tan femenina de la nota.



Gracias por la maravillosa noche y la cena.
Hiciste que fuera especial.
Nunca la olvidaré, ni a ti tampoco.
Paula


—Joder —murmuró Pedro.


Le dio la espalda a Alejandro y luego lanzó la nota con rabia al otro lado de la habitación. Dio contra la pared y cayó al suelo. ¡Se había ido! Sin decir ni una palabra. Sin despertarlo. Había salido de la cama y se había marchado. Pedro no conocía siquiera su apellido. Ni sabía dónde vivía. Ni cómo encontrarla.


Había pensado que tenía tiempo de sobra para averiguar todas esas cosas. Había planeado preguntarle todo lo que pudiera en el desayuno. Todo estaba organizado: desayuno en la cama, mimarla sin parar, hacerle el amor otra vez, preferiblemente cuando Alejandro se marchara. Y luego le dejaría claro que volverían a verse otra vez.


—¿Cuál es el problema, tío? —preguntó Alejandro con voz queda.


Pedro se volvió hacia él.


—Se ha ido. Ese es el problema.


Los labios de Alejandro formaron una fina línea y envió una mirada inquisidora en la dirección de Pedro.


—¿Qué querías tú exactamente de todo esto? ¿Otra noche? ¿Dos? ¿Y luego qué? Nosotros nunca tenemos relaciones duraderas. Soy consciente de que la cosa no ha ido de la forma que tú querías, pero tienes que apreciar la ironía de que haya sido ella la que se haya ido porque normalmente siempre lo hacemos nosotros. Nos lo ha puesto muchísimo más fácil.


Pedro rechinó los dientes y ensanchó las fosas nasales mientras una furia al rojo vivo le recorría la columna vertebral. Le llevó toda la fuerza que tenía y más no lanzarse contra su mejor amigo. Soltó el aire con demasiada fuerza y luego alzó la mirada para encontrarse con la de Alejandro.


—Sí. Más fácil.


Pedro no pudo eliminar el tono disgustado de su voz. Y tampoco era que le importara. Se dio la vuelta y se dirigió a su dormitorio para vestirse. Se colocó de un tirón la camiseta y los pantalones y ni siquiera se molestó en ducharse o afeitarse. No tenía ni idea de cuánto tiempo hacía que Paula se había ido y quería asegurarse de interrogar a los empleados en la recepción y al portero.


Su mente ya estaba considerando todas las opciones cuando volvió a salir del dormitorio para dirigirse a la puerta de la suite.


—¿Pedro? —lo llamó Alejandro.


Pedro se paró, se giró y vio a Alejandro aún en el salón con una expresión preocupada en el rostro.


—¿Qué está pasando, tío? Has actuado diferente con ella desde el momento en que la viste en la fiesta. Nos hemos tirado a un montón de tías juntos, pero anoche no actuaste como si estuvieras de acuerdo con lo que estábamos haciendo para nada.


—Y no lo estaba —contestó Pedro en voz baja.


—Entonces, ¿por qué lo hiciste?


Pedro se lo quedó mirando durante un rato.


—Porque era lo que tenía que hacer para poder tenerla.


Sin siquiera esperar una respuesta, Pedro se dio la vuelta y salió de la habitación. Entró en el ascensor, pulsó el botón de la planta de recepción muy enfadado e impaciente mientras esperaba a que las puertas se cerraran.


Sí, Alejandro pensaría que había perdido la cabeza. Y a lo mejor sí que la había perdido. Sabía con certeza que no podía explicar lo que le pasaba… y desconocía siquiera cómo llamarlo. ¿Obsesión?


Lo que sí sabía era que no era simple lujuria. La había experimentado un montón de veces y no tenía nada que ver con lo de ahora. La lujuria iba sobre sexo y sobre saciar una necesidad. Una liberación física sin emociones de por medio.


¿Pero cómo podía siquiera pensar que tenía una conexión emocional con Paula cuando no sabía nada de ella?


Salió del ascensor con determinación. Paula podría haber huido, pero él iba a traerla de vuelta.


Media hora después el enfado se había convertido en furia, con ganas de atravesar la pared de un puñetazo. Tras interrogar a cada uno de los empleados que podrían haberla visto, había conseguido saber exactamente… nada. El portero le informó que la había visto salir del hotel justo después del amanecer. No había pedido un taxi, ni tampoco lo había cogido ella misma al salir. Simplemente se había ido a pie.


Sin un maldito abrigo.


Estaba medio lloviendo, medio nevando y hacía un frío que pelaba. Y ella se había ido a pie y sin un abrigo.


Y lo que lo frustraba incluso más era que quería interrogar al servicio de catering y exigir que le dieran información sobre Paula, pero era domingo. Lo que significaba que hasta el lunes no había nada que pudiera hacer.






CAPITULO 6 (SEGUNDA PARTE)






Maldita sea, Pedro se sentía como si su mundo hubiera dado un vuelco de ciento ochenta grados. Se había puesto tan duro que se había sentido como si cada litro de líquido que contuviera su cuerpo se hubiera eyaculado dentro de ese condón. Pedro nunca se había resentido tanto de un condón en su vida.


Él quería correrse dentro de Paula. Quería sentir cómo acogía cada gota de semen que su verga derramaba.


Alargó la mano hasta un mechón de pelo de ella y jugó con él perezosamente mientras intentaba recuperar el control de sus derrotados sentidos. No estaba seguro de saber qué acababa de pasar ahí exactamente. Todo lo que sabía era que Paula le había cambiado completamente las reglas del juego.


Estaba tumbada sobre su pecho, entre los dos hombres. 


Tenía los ojos cerrados y su pecho subía y bajaba con dificultad en busca de aire. Alejandro soltó un gemido y por fin se irguió, le dio un beso a Paula en el hombro y se retiró de su trasero para aliviar la intensa presión que tenía Pedro sobre su miembro, que aún estaba bien enterrado dentro de Paula.


Ella gimió dulcemente y Pedro inmediatamente la rodeó con sus brazos para cubrir la desnudez de su espalda ahora que Ash no estaba encima.


—Estoy muerto —dijo Alejandro—. Ha sido un día largo, y una noche larga. Os dejo a los dos y me voy a dormir a la otra habitación.


Pedro asintió, aliviado. Alejandro nunca se quedaba después. Nunca dormía con las mujeres. Se las follaba
y luego las dejaba con Pedro. Y no es que a Pedro le fuera mucho eso de acurrucarse en la cama tampoco,
pero al menos la compartía con ellas tras el sexo.


Sin embargo, no hizo ningún amago de separarse de Paula. 


Le gustaba sentirla a su alrededor.


Aún estaba duro incluso después de haber tenido ese fascinante orgasmo, y también sabía que debía retirarse antes de que el condón se pinchara o rompiera debido a la presión, pero no encontraba las fuerzas para hacerlo. Al menos no todavía. Pedro quería pasar un rato más con ella en brazos, con su cuerpo lacio y calentito acurrucado tiernamente contra el suyo.


Paula se movió y Pedro la acarició y le dio un beso en la frente mientras ella se agitaba a su alrededor. Dios, lo estaba poniendo incluso más duro.


—Tengo que ocuparme del condón —dijo.


Cuando ella se levantó de encima de él, Pedro la rodeó con sus brazos y la hizo girar de manera que ahora estuviera debajo de él. Luego salió de su cuerpo lamentándose por cada centímetro de carne que estaba perdiendo de ella.


Los ojos de Paula estaban entre adormilados y confusos, casi como si no pudiera procesar del todo lo que acababa de pasar. Y con él ya eran dos. Pedro no tenía ni idea de qué era lo que había ocurrido. Podía decir con total seguridad que nunca se había sentido tan… tremendamente posesivo… con una mujer, y mucho menos con una que había conocido apenas unas horas atrás y de la que no
sabía nada.


Era una situación que remediaría inmediatamente.


En su naturaleza estaba llevar el control. Él iba y se hacía cargo de todo. Y eso era lo que quería ahora. Era su primer instinto. Dejar claras las normas e informarle a Paula que era suya y que ahora él se ocuparía de ella.


Había varios problemas que venían con ello y todos ellos le dieron vueltas y vueltas en la cabeza mientras se levantaba de la cama, se quitaba el condón y lo tiraba. No se molestó en ponerse ropa interior, sino que volvió a la cama y estrechó a Paula entre sus brazos antes de alargar la mano hasta agarrar las sábanas y la colcha para taparse los dos.


Pedro no quería asustarla y se hacía una idea bastante clara de que ella no era como las otras mujeres. Paula era diferente. Más frágil. Lo último que quería era agobiarla y asustarla.


El otro problema era… Alejandro. ¿Qué debía hacer con su mejor amigo? Un amigo con el que lo compartía todo y con el que nunca había tenido ningún problema al compartir a una mujer.


Nunca más volvería a compartir a Paula con Alejandro.


Pedro cerró los ojos y respiró su dulce olor mientras la volvía a rodear con su cuerpo y con sus manos. Maldita sea, ¿a quién estaba engañando? No era que él la estaba rodeando a ella. No, sino que él mismo se estaba rodeando de… ella.


Suspiró. Sabía que no iba a ser fácil. Iba a ser exactamente todo lo contrario. Hablaría con Alejandro por la mañana. Le haría saber a su amigo cómo se sentía y partiría de ahí. No tenía ni idea de cómo iba a responder Alejandro, esta situación no se había dado antes entre ellos. Los dos siempre estaban muy compenetrados y Pedro nunca se había tenido que preocupar de cansarse de una mujer antes que Alejandro o viceversa. O de que él deseara a una mujer que Alejandro no quisiera también. Estaban sincronizados.


Tenían un lazo que iba más allá de la amistad.


Pero ahora las cosas habían cambiado bastante. Alejandro era su amigo. Su hermano. Igual de cercano que Melisa. Y aun así, por primera vez, Pedro quería quitarlo de en medio. 


No quería nada de Alejandro en lo referente a Paula. Y eso estaba mal. Él sabía que estaba mal. Pero no cambiaba nada.


Él solo esperaba que Alejandro lo entendiera. Tenía que entenderlo.


Bajó la mirada hasta Paula ya que sabía que había estado muy callado. No le había dicho nada desde que Alejandro se había ido, solo que tenía que ocuparse del condón. Que no era nada exactamente romántico.


A la mierda. ¿Ahora se preocupaba por ser romántico?


No se debería haber preocupado. Paula estaba profundamente dormida, con las pestañas descansando suavemente sobre sus mejillas. A Pedro se le cortó la respiración al ver lo guapa y lo vulnerable que estaba. De repente se apoderó de él una fiera actitud protectora que desafiaba toda lógica.


Sea lo que sea que hubiera entre ellos, no iba a desaparecer. Estaba ahí, era tangible y sólido.


Ahora solo tenía que averiguar cómo lidiar con todo, porque cuando la mañana llegara, Pedro no iba a dejarla ir.









CAPITULO 5 (SEGUNDA PARTE)





Pedro se quedó observando a Paula mientras ella se sentaba con las piernas cruzadas en la cama y se comía el bocadillo de jamón, beicon y queso que le habían pedido al servicio de habitaciones.


Parecía saborear cada uno de los bocados y comía con una reverencia que él no veía muy a menudo.


No se apresuró, pero había una urgencia en sus movimientos que Pedro no terminaba de descifrar.


Y cada vez que le daba un sorbo al chocolate caliente la expresión de su rostro se volvía soñadora.


Ojalá le hubieran traído más de una taza.


No habían querido que se vistiera. Pedro la quería en su cama, donde pudiera verla, sentirla y tocarla cuando quisiera. Alejandro sí se vistió cuando fue a recibir al servicio de habitaciones.


Sería fácil decirle a Alejandro que se fuera para poder disfrutar del resto de la noche a solas con Paula. Le gustaba la idea de estar solos ellos dos, en la cama y desnudos, disfrutando el uno del otro y de hacer el amor tanto como quisieran.


—Estaba buenísimo —dijo ella cuando le dio el último sorbo al chocolate caliente—. Gracias.


—De nada —dijo Pedro con voz grave.


Alejandro se llevó los platos y los dejó en el salón. Cuando volvió se desnudó de inmediato y a Paula se le cortó la respiración de la ansiedad que la invadió cuando Alejandro hubo regresado.


Pedro la observó detenidamente y buscó alguna señal de vacilación o duda sobre lo que estaba a punto de ocurrir. Si la veía lo más mínimamente reacia, iba a poner fin a toda esa maldita situación y no le importaba si cabreaba a Alejandro o no. Nada de esto tendría que estar ocurriendo. 


Él no quería que su mejor amigo estuviera aquí, compartiendo a su mujer.


Su mujer.


Pedro ya la había reclamado y aun así estaba a punto de dejar que Alejandro se la follara. Otra vez. La palabra retorcida no comenzaba siquiera a describir la escena.


—Ponte de rodillas y usa esa boca con Pedro, cariño. No quiero que nos precipitemos. Iremos a paso lento pero seguro para prepararte y no hacerte daño.


Paula abrió los ojos como platos y los sentidos de Pedro se pusieron en alerta. No iba a dejar que Alejandro llevara las riendas de la situación ni en sus mejores sueños. 


Lo harían a la manera de Pedroaunque, para empezar, ni siquiera fuera eso lo que él quería.


Pedro negó con la cabeza y detuvo a Alejandro cuando este se dirigía a la cama.


Luego simplemente se giró hacia Paula y la besó en esa increíble boca que tenía antes de deslizar la lengua entre sus labios. Sabía al chocolate que se acababa de beber. Deliciosa y caliente. Su respiración escapaba en pequeños jadeos hasta la de él. Pedro quería más. Mucho más.


—Voy a prepararte —le informó repitiendo las palabras de Alejandro—. Pero lo vamos a hacer a mi manera. Te quiero caliente y húmeda. Y la forma en que me voy a asegurar de que eso es así es lamiéndote hasta que estés a punto de correrte.


Ella tembló con delicadeza ante sus palabras. Era tan receptiva… A Pedro le encantaba pensar que era de esa manera solo con él. Sabía que no eran imaginaciones suyas el hecho de que estuviera más centrada en él que en Alejandro. El otro estaba allí, sí, pero la conexión entre Pedro y Paula había sido intensa. No había ninguna duda.


—Túmbate y abre las piernas —dijo Pedro añadiendo un ápice de orden en su voz. Ella había respondido bien a su voz autoritaria antes, y ahora hizo lo mismo. Los ojos se le habían oscurecido y el rostro suavizado debido a la sumisión.


Olvidándose de Alejandro —Pedro no sabía siquiera dónde se encontraba en ese momento—, bajó por el cuerpo de Paula besándola y lamiéndole el cuello, luego los pechos, más abajo hasta llegar a su vientre plano y finalmente hasta los leves rizos que tenía entre las piernas.


Pedro inhaló y saboreó el almizclado olor de su excitación. Ya estaba húmeda y con el sexo brillante cuando le abrió los afelpados labios vaginales. Su sexo era sonrosado y perfecto, pequeño y tan delicado como el resto de su cuerpo. 


Era como abrir los pétalos de una flor y encontrar rocío en su
interior. Pedro sopló ligeramente sobre su clítoris y observó cómo se arrugaba y se tensaba.


Entonces pasó la lengua por encima del erecto botón y disfrutó de la instantánea sacudida que el cuerpo de Paula experimentó. La lamió con delicadeza, prestando atención a no ser demasiado brusco con sus partes más sensibles. 


Exploró cada centímetro de su aterciopelada carne deslizándose hacia abajo para describir círculos con la lengua alrededor de su entrada y luego la acarició con los
labios.


Paula se sacudió descontroladamente debajo de él y arqueó la espalda hacia arriba en busca de más de lo que le daba su boca. Pedro levantó la mirada para cerciorarse de que era a él a quien estaba respondiendo y vio, satisfecho, que Alejandro estaba ahora empezando a apoderarse de sus pechos. Alejandro no la había tocado todavía. Su reacción le pertenecía únicamente a él.


Pedro devolvió su atención al sexo de Paula, deslizó la lengua en su interior y la poseyó con movimientos rápidos y cortos. Ella se humedeció bajo su lengua y el dulce éxtasis llenó la boca del hombre. Pedro podría tirarse toda la noche haciendo esto. Le encantaba su sabor. Le encantaba sentirla en la lengua. Suave. Sedosa. Como nada que se hubiera imaginado nunca.


Sabía que Paula se estaba acercando a la liberación. Su cuerpo se tensó más y su respiración se aceleró. Pedro volvió a levantar la mirada y vio que Alejandro tenía la boca cerrada sobre uno de sus enhiestos pezones. Por un momento se paró y los observó. Podría no gustarle que Alejandro estuviera con esta mujer, pero la imagen de su amigo succionando los pezones de Paula era increíblemente erótica. Ver a otro hombre dar placer a la mujer que él se estaba follando siempre daba un morbo
increíble.


—¿Te gusta lo que te está haciendo, Paula? —preguntó Pedro con la voz ronca y llena de deseo.


No, no quería que Alejandro estuviera allí, pero por el momento podría perderse en el puro erotismo de verla
reaccionar ante el hecho de tener a dos hombres haciéndole el amor—. ¿Te gusta lo que te hacen nuestras bocas, nena?


—S… sí —siseó—. Me gusta mucho, Pedro. Nada había sido nunca tan bueno…


La satisfacción lo golpeó de lleno. Ella había podido tener otros tríos… sexo quinqui, o cualquier cosa que le hubiera ido antes, pero esos hombres nunca le habían dado la clase de placer que ellos sí le estaban dando. Pedro se aseguraría bien de ello.


La acarició con el pulgar por encima del clítoris y luego depositó un beso justo en la entrada de su cuerpo. Metió la lengua con brusquedad en su interior y la llevó un poco más al abismo. Pedro la quería a punto. Quería volverla loca antes de que ambos la poseyeran a la vez. Hacerle daño no estaba en sus planes. A él le gustaba el dolor. A Alejandro también. Le gustaba infligirlo, pero con la mujer adecuada. Y
no es que Paula no fuera esa mujer; Pedro se moría de ganas de hacerle un millón de cosas a ella y con ella. Pero no esta noche. Hoy todo iba sobre el placer. Y no de esa clase que acompañaba al dolor embriagante y agudo cuando se infligía de la forma correcta.


Habría muchísimo tiempo para eso después. Porque iba a haber definitivamente un después. Esta no iba a ser cosa de una noche para él. Pedro volvería a tener a Paula en su cama. Mañana por la noche, para ser exactos. Pero serían solo él y ella. Sin Alejandro. Sin nadie más. Solo él y Paula explorando las muchas, muchísimas formas en las que él quería poseerla.


Succionó una última vez su clítoris y luego se puso de rodillas con las manos sosteniéndole a ella las suyas para controlar sus temblores.


—Así es como lo vamos a hacer, nena. Alejandro va a jugar con tu culo durante un ratito para prepararte un poco. Tú vas a usar tu boca conmigo mientras él está a lo suyo. Después él se internará en ti y se asegurará de que puedes acogerlo de esa forma. Una vez que estemos seguros de que nos sigues el ritmo, te pondrás encima de mí y poseeré tu coño. Luego Alejandro se introducirá de nuevo en tu culo. ¿Aún quieres seguir adelante?


Alejandro se apartó para que Pedro pudiera verle el rostro. 


Los ojos de Paula brillaban de pasión.


Estaban neblinosos y un poco intoxicados, pero ardientes de necesidad.


Paula se relamió los labios y luego asintió.


—Las palabras, nena. Quiero oír las palabras. Necesito estar seguro de que estás de acuerdo.


—Sí —murmuró con voz ronca—. Sigamos.


—Joder, menos mal —expresó Alejandro—. Me muero por enterrarme en ese culito. Seré suave, Paula. Esta vez lo vas a disfrutar.


Su boca se arqueó en una embriagada y torcida sonrisa.


—Yo ya sabía que lo haría.


Pedro se subió a la cama y luego ayudó a Paula a ponerse de rodillas.


—Ponte entre mis piernas, nena. El culo arriba para Alejandro.


Ella se puso entre las piernas de Pedro y este se quedó mirando lo cerca que esa cabeza morena estaba de su polla. 


Estaba a punto de correrse por todo su rostro y ni siquiera lo había rodeado con la boca todavía. Iba a tener que poner todo de su parte para durar sin liberarse hasta que no estuviera en su interior.


Alejandro fue al baño y volvió con un bote de lubricante antes de posicionarse detrás de su trasero. La mirada de Pedro se encontró con la de Alejandro por encima del cuerpo de Paula y le mandó a su amigo una advertencia sin palabras. Alejandro puso los ojos en blanco y soltó un suspiro antes de empezar a mojar sus dedos con el gel.


En el momento en que estos tocaron a Paula, ella se quedó quieta. Levantó la cabeza para mirar Pedro y este pudo ver fuego ardiendo en sus ojos. Sus dedos rodearon su miembro y él inmediatamente reaccionó, endureciéndose mucho más debido a su contacto.


—Chúpala —murmuró—. Despacio y profundamente.


En el momento en que su boca se cerró sobre su glande y la lengua se deslizó como áspero terciopelo sobre su parte inferior, él cerró los ojos y alargó los brazos para hundir las manos en su pelo.


Luego se quedó quieta de nuevo y tensó la boca brevemente a su alrededor. Pedro levantó la mirada y vio a Alejandro colocándose y guiando su verga por entre los dos cachetes de su trasero.


—¿Es demasiado, nena? Si quieres que pare, dímelo.


Ella sacudió la cabeza y lamió el tallo de su erección. Cerró los ojos y lo acogió más profundamente en su garganta para prodigarle un dulce placer bien abajo hasta los testículos. 


Maldita sea, sí que tenía una boca llena de talento.


Entonces Paula ahogó un grito. Alzó la cabeza, alarmada, y los ojos se le abrieron como platos.


Una mirada hacia Alejandro le decía que ya estaba en su interior. Pedro le tocó el rostro y le acarició las mejillas con sus pulgares.


—Mírame, nena. Céntrate en mí y respira hondo. Eso es. No luches contra ello. Déjalo hacer. Irá despacio. No te prives de lo bien que te puedes sentir y luego piensa en lo placentero que será cuando ambos estemos dentro de ti.


Sus ojos se oscurecieron y respiró hondo. Luego los cerró y dejó escapar un suspiro. Alejandro no había cambiado su postura. Seguía teniendo la cabeza echada hacia atrás y las manos las tenía sobre su trasero mientras se impulsaba hacia delante para introducirse esos pocos centímetros que quedaban.


—Dios —dijo ella ahogadamente—. ¡Los dos la tenéis muy grande!


Alejandro se rio entre dientes.


—Nos alegramos de complacerte, cariño.


Los movimientos de Alejandro eran lentos y suaves, dos cosas que él normalmente no era. Pero Pedro apreciaba que Alejandro hubiera bajado la intensidad con Paula. Alejandro podría parecer el más abierto y simpático de los dos, pero en lo que se refería al sexo, a Alejandro le gustaba duro, bruto y quería estar totalmente al mando. Los dos siempre elegían a mujeres a las que no les importara ese hecho porque ni Alejandro ni Pedro eran hombres fáciles. Y, aun así, esta noche, Pedro se había encontrado yendo en contra de sus instintos. Quería ser gentil y cariñoso y guiar poco a poco a Paula en la experiencia. Y le había ordenado a Alejandro hacer lo mismo.


Con cualquier otra mujer, Alejandro ya estaría hundiéndose hasta el fondo de su trasero y follándosela sin parar.


—¿Cómo te sientes? —le preguntó Pedro a Paula—. ¿Crees que ya estás lista para acogernos a los dos al mismo tiempo?


Paula abrió los ojos de repente y tragó saliva alrededor de su miembro, con lo que consiguió volverlo casi loco.


—Joder, nena, como sigas mamándomela así, no voy a durar hasta estar dentro de ti.


Ella sonrió y succionó casi dejando que cayera de su boca. 


Seguidamente lo rodeó con la lengua y jugueteó con el glande.


—Estoy lista —dijo con voz excitada y casi sin aliento—. Os quiero a los dos.


Alejandro inmediatamente se retiró con la impaciencia haciéndose patente en sus ojos. Él quería volver a estar en su interior tanto como Pedro quería acomodarse dentro de ella.


—Ven aquí —ordenó Pedro alargando la mano hacia ella.


Paula se subió a su cuerpo y se sentó a horcajadas sobre sus caderas. Él bajó una mano para agarrar con toda la mano su polla desde la base mientras ella se ponía sobre sus rodillas para dejar que se colocara bien.


—Híncate en mí con cuidado, nena. No quiero hacerte daño.


Ella apoyó las manos sobre el abdomen de Pedro; su contacto era fuego sobre su piel. Luego fue bajando lentamente y él observó cada expresión que se reflejó en su rostro y en sus ojos mientras se deslizaba por su erección, rodeándolo y acogiéndolo dentro de su sedosa carne.


Paula medio cerró los párpados; el azul de sus ojos se volvió grisáceo mientras bajaba gradualmente sobre él. Ella se paró por un momento y abrió de nuevo los ojos mientras intentaba terminar de acomodar los últimos cinco centímetros de Pedro.


Bajó la mirada, controlando cómo iba, y luego, como si estuviera empeñada en introducirlo entero, volvió a alzar la mirada con la determinación reflejada en sus ojos con fuerza. Se echó hacia delante, ajustando el ángulo, y luego Pedro se encontró enterrado por completo con una simple pero firme estocada.


Pedro estaba bañado en su fuego. Su miel lo rodeaba y lo empapaba. Lo agarraba y aferraba como una boca avariciosa.


Movió su mano y agarró las caderas de Paula con los dedos extendidos por su encorvada espalda. Seguidamente, incapaz de permanecer quieto, levantó las manos de nuevo deslizándolas por sus costados hasta llegar a los pechos. Los acomodó y acarició, tirando de sus pezones hasta que
estuvieron bien enhiestos y erectos.


—¿Es demasiado? —le preguntó con la voz ronca.


—Joder, espero que no —dijo Alejandro en un tono de voz igualmente ronco.


La mirada de Pedro se movió por encima del hombro de Paula y vio que Alejandro estaba de rodillas con los rasgos faciales totalmente tensos. Los ojos de Alejandro brillaban de calor y lujuria, luego alargó la mano y la plantó justo en el centro de la espalda de Paula. Esta se encogió como reacción al contacto de Alejandro. La respuesta de Pedro fue inmediata. La atrajo más hacia él, no quería que las manos de su amigo la tocaran, lo que era gracioso considerando que Alejandro iba a poner una parte mucho más íntima de sí firmemente dentro del cuerpo de Paula en cuestión de segundos.


Aun así, Pedro miró a Alejandro a los ojos y volvió a advertirle en silencio para que tuviera cuidado. No le importaba si cabreaba a su amigo o no. Paula era demasiado importante. Ella no era uno de sus típicos ligues o polvos de una noche. Pedro tenía planeado estar con ella más tiempo y casi seguro que iba a ser en la cama. Lo último que quería era que se asustara y que no quisiera tener más contacto con él.


—Necesito que te relajes, cariño —dijo Alejandro moviendo las manos hasta la espalda de Paula otra vez. Las palmas de sus manos le recorrieron los hombros y le dieron un pequeño apretón para tranquilizarla. —Tendré cuidado e iré tan lento como necesites. Va a estar mucho más estrecho con Pedro dentro de ti. Tu cuerpo no querrá tenerme ahí.


A Paula se le cortó la respiración por como se le tensó el cuerpo y por el hecho de que su pecho no se movía. No había miedo en su mirada, pero Pedro podía ver inseguridad, como si dudara de que Alejandro pudiera introducirse dentro tal como lo había hecho antes.


Pedro le pasó las manos, suaves y delicadas, por el cuerpo y por los pechos en un intento de relajarla más. Le hizo un gesto de asentimiento a Alejandro y tiró más de Paula hacia él para que el ángulo fuera mejor para la penetración de Alejandro.


Alejandro aplicó lubricante sobre el condón que cubría su pene y luego suavemente introdujo un dedo en el interior de Paula, restregándole el gel por dentro y por fuera y ensanchándola con los dedos.


—Está bien, cariño, allá voy. Empuja contra mí si puedes y no luches contra ello. No quiero que te duela más de lo que tiene que doler. Y una vez que esté dentro, te sentirás muy bien. Te lo prometo.


Los ojos de Paula se abrieron como platos y soltó un pequeño quejido cuando Alejandro comenzó a presionar contra su ano. Pedro pudo sentir inmediatamente el incremento de presión mientras Alejandro buscaba su entrada. Gimió cuando el sexo de Paula se apretó alrededor de su verga. Los labios de Paula formaron una línea y ella cerró los ojos. El esfuerzo y la tensión se hacían patentes en su frente.


—¿Estás bien? —susurró Pedro.


Ella abrió los ojos y dijo en voz baja

:
—Sí, genial. No paréis.


—Dios, no —soltó Alejandro—. No voy a parar ahora. Respira hondo, cariño. Voy a introducirme de una sola estocada. Ya estoy casi. Mejor hacerlo cuanto antes.


Incluso antes de que ella pudiera tomar aire, Pedro sintió la sacudida que experimentó su cuerpo al abrirse para la invasión de Alejandro. Sentía la exquisita estrechez de sus paredes vaginales contrayéndose a su alrededor. La presión era increíble, su sexo se había convertido de repente en un puño extremadamente apretado. Pedro no sabía cómo se iba a mover, pero se imaginó que le dejaría a Alejandro
todos los embates.


—Dios, está estrechísima —dijo Alejandro en voz baja—. Sabía que su culo iba a ser bueno, pero esto es increíble. —Alejandro se paró, ya estaba totalmente clavado en ella. Se inclinó sobre su espalda y le rozó el cuello con la nariz para darle tiempo a que se acostumbrara a la sensación de tener a dos hombres enterrados en ella al mismo tiempo.


—¿Qué hago? —susurró Paula—. ¿Qué es lo que se supone que tengo que hacer? Siento que no me puedo siquiera mover. Que si lo hago me voy a partir en dos.


Pedro apoyó una mano en su mejilla y le rozó los pómulos con el pulgar con delicadeza.


—No tienes que hacer nada, nena. Nosotros haremos todo el trabajo. Yo solo quiero que te relajes y disfrutes del viaje.


—De acuerdo —contestó en voz baja—. Me parece bien.


Alejandro se echó hacia atrás, de modo que consiguió que el sexo de Paula se extendiera sobre el miembro de Pedro


Este apretó la mandíbula y respiró por la nariz mientras luchaba contra su orgasmo.


Luego Alejandro volvió a empujar hacia delante suave y lento. Paula gimió y se echó más contra Pedro.


Sus pechos casi tocaban ya su torso.


Pedro bajó las manos hasta su cintura, luego metió los dedos por debajo de su trasero y se elevó ligeramente arqueando la espalda. No mucho después tanto él como Alejandro encontraron un ritmo al que se acostumbraron muy bien turnándose para hundirse o retirarse.


—Nunca me había imaginado esto —dijo Paula con voz tensa—. Nunca antes había sido así de bueno.


Alejandro se rio entre dientes.


—Te lo dijimos, cariño. Te has estado follando a los hombres equivocados.


Ella se tensó por un momento y Pedro quiso golpear a Alejandro por sacar un tema claramente delicado para ella. Pero bueno, ¿qué mujer quería que le recordaran a otros hombres con los que se había acostado mientras lo hacía con otra persona? Y por esa misma regla de tres, lo último que quería Pedro era que le recordara a los otros hombres que habían poseído a Paula antes.


Pedro levantó la cabeza y tomó posesión de su boca. La besó con profundidad, imitando los movimientos de su miembro mientras se enterraba en su interior. Rodeó su nuca con los dedos y los entrelazó en el pelo para pegarla más contra su boca y así profundizar el beso. Quería estar tan dentro de ella como pudiera en todas las formas posibles. Con la boca, la lengua, o la polla. Quería estar
dentro de ella y no solo físicamente.


Su boca se movió arriba y abajo sobre la de Pedro mientras Alejandro ponía más ímpetu en sus embates.


Paula jadeó cada vez que Alejandro salía de su trasero; el suave suspiro siempre se escapaba al interior de la boca de Pedro. Él se apoderó de todos y respiró el aire que ella soltaba.


Pedro le dolían los testículos, su verga estaba hinchada y rígida, preparada para hundirse bien adentro y explotar. Luchó contra ello, quería que ella se corriera a la vez y asegurarse de que recibía placer antes de que él se corriera.


Las manos de Alejandro se deslizaron por el cuerpo de Paula y el de Pedro, apoderándose y moldeando sus pechos. Le dio pequeños tirones a sus pezones y ella aumentó la urgencia del beso contra la boca de Pedro


Paula se arqueó y se movió tanto como pudo al estar tan llena con la carne de esos dos hombres tan enormes. Pedro sabía que ella estaba cerca de llegar porque se había puesto increíblemente húmeda, lo que le estaba permitiendo moverse con mucha más facilidad.


—Duele —gimió Paula—. Pero Dios… me siento tan bien…


—Ya ves que sí… —convino Alejandro.


Pedro se negó a separarse de su boca tanto tiempo para decir algo, así que la reclamó en el mismo momento en que se calló y entonces se arqueó hacia arriba y se plantó dentro de su cuerpo hasta que los testículos no le dejaron avanzar más.


Pedro—susurró apenas mientras cogía aire.


Pero Pedro lo había oído y una ola de triunfo se apoderó de él, mandándolo casi por las nubes.


Paula no había pronunciado el nombre de Alejandro en la pasión del momento. Sino el suyo.


—Me voy a correr —soltó él apretando los dientes—. Conmigo, nena. Córrete ya.


Las manos de Paula, que estaban tan firmemente presionadas contra su pecho, de repente abandonaron su piel y se hundieron en su pelo para agarrarlo con fuerza. Le devolvió el beso, casi salvaje, cuando ella tomó posesión de la boca de Pedro con la misma fuerza que él lo había hecho antes.


Estaban sin aliento, frenéticos, calientes. Sus lenguas se movían y colisionaban entre ellas y los labios se arqueaban y moldeaban contra los del otro.


Su grito fue alto y se oyó por toda la habitación. Echó hacia atrás la cabeza y los pechos se combaron hacia arriba. 


Paula cerró los ojos y soltó otro grito cuando se deshizo a su alrededor, arrastrando con su orgasmo a Pedro para que alcanzara el suyo.


Él la siguió y su grito se mezcló con el de ella. Pedro apenas percibió el gruñido de Alejandro, pero luego la cama tembló mientras Alejandro seguía embistiendo su trasero y forzaba que ella se echara hacia delante contra el pecho de Pedro.


Pedro la cogió y le rodeó el torso con los brazos, mientras Alejandro se hundía en ella una y otra vez.


Paula se acurrucó contra su cuello y se agarró a él como si temiera caerse. Entonces Alejandro se tensó, su rostro agonizante del esfuerzo. Se inclinó hacia delante hasta presionar su pecho contra la espalda de Paula y los tres se quedaron ahí tumbados, en silencio, temblando y aún sacudiéndose debido a las secuelas de esos explosivos orgasmos.