viernes, 8 de enero de 2016
CAPITULO 23 (PRIMERA PARTE)
Como era de esperar, el lugar donde iban a ir de copas era Rick's, en Midtown, un club de striptease bastante popular del que Pedro, Alejandro y Juan eran clientes habituales.
Juan y Alejandro ya estaban allí flirteando descaradamente con dos camareras cuando Pedro entró en la sala vip. Las miradas de las chicas se dirigieron inmediatamente a Pedro con el interés reflejado en sus ojos.
Él las despachó con una mirada tras pedir con tono lacónico su bebida, y ellas salieron de la suite como alma que lleva el diablo.
—¿Un mal día? —le preguntó Alejandro cuando Pedro se sentó.
Se quería reír. «Mal día». no empezaba siquiera a describirlo. Era uno de esos días para dejar apuntado en un libro de récords. No se lo pensó dos veces y lo compartió con ellos. Juan y Alejandro eran las únicas personas en las que confiaba para cualquier cosa personal.
Pedro hizo una mueca.
—Mi padre vino a la oficina hoy para comer conmigo.
—Mierda —murmuró Juan—. Lo siento, tío. Sé que es una putada. Y a todo esto, ¿cómo lo está llevando tu madre?
—Cené con ella el fin de semana. La tuve que arrastrar hasta la ciudad. Incluso pensé en convencerla para que vendiera la casa y se mudara a un apartamento en el centro, pero supongo que eso ahora ya no es posible.
Alejandro alzó una ceja.
—¿Por qué?
Pedro suspiró.
—Mi padre ha decidido que la ha cagado y que quiere recuperar a mi madre. Esa fue la razón por la que quería comer conmigo hoy.
—Joder —dijo Alejandro.
Juan gruñó.
—¡Qué narices! Se ha tirado a todas las cazafortunas de Manhattan. ¿En qué estaba pensando?
—Según él, no se ha acostado con ninguna de ellas y no significaron nada para él.
Alejandro puso los ojos en blanco.
—Guau. Esa es la excusa más cutre de la historia.
—Dímelo a mí.
—Dios, tu día sí que ha sido una mierda —murmuró Juan—. Primero tu padre y luego Lisa.
—Sí. Mi madre ha estado acribillándome por teléfono para criticar a todas las mujeres con las que han visto a mi padre. Y ahora me acribillará con su última ida de olla.
—¿Tú quieres que vuelvan? —le preguntó Alejandro con curiosidad.
—Nunca quise que estuvieran separados —contestó Pedro con un tono serio—. No tengo ni idea de
qué diablos le pasó a mi padre por la cabeza. Suena a una gilipollez muy grande cuando intenta explicarlo. No creo que ni él sepa lo que pasó. Así que, sí, me gustaría volver a verlos juntos, pero quiero que sean felices, y, si mi padre va a salir de nuevo con esas paranoias, prefiero que lo dejen ya.No quiero que mi madre pase por esa situación otra vez.
—Sí, te comprendo —dijo Juan.
—Y hablando de reconciliaciones —dijo Alejandro de forma casual—. ¿Qué narices estaba haciendo Lisa en tu oficina?
La mandíbula de Pedro se tensó y sus dientes rechinaron.
Lo último que Pedro quería era hablar de Lisa, pero también sabía que sus amigos tendrían curiosidad. Estuvieron apoyándole cuando Lisa lo dejó.
Se quedaron a su lado cuando ella empezó a sacar mierda, y era normal que se preocuparan cuando ella había vuelto a aparecer.
—¿Echaste a la loca esa y le dijiste que se fuera a la mierda? —le preguntó Juan con el ceño fruncido.
Pedro rio entre dientes, animándose. Siempre podría contar con Juan y Alejandro para ir directos al grano y sin pelos en la lengua.
—Le dejé claro que tenía cero interés en remover de nuevo el pasado.
—Quiere dinero —dijo Juan con seriedad —. Hice unas cuantas llamadas. Ya se ha gastado casi todo lo que le pagaste en el divorcio y la pensión alimenticia que le estás pagando apenas la mantiene a flote.
Pedro arqueó una ceja.
—¿La has investigado?
—Joder, sí. No voy a dejar que te la juegue de nuevo como hizo la última vez —soltó Juan con mordacidad—. Aún está viviendo como si estuviera casada contigo. No ha bajado el ritmo de vida. Es una maldita zorra derrochadora.
Pedro sonrió.
—No te preocupes por eso. No voy a tropezar de nuevo con la misma piedra.
—Eso es bueno —dijo Alejandro con un alivio evidente en la voz.
Pedro entrecerró los ojos. ¿Habían tenido alguna duda?
Entonces se dio cuenta de que tanto Juan como
Alejandro estaban preocupados.
—Puedo lidiar con Lisa —dijo Pedro como si nada—. Es una zorra manipuladora y avariciosa. Lección aprendida.
Juan y Alejandro asintieron para mostrar su conformidad.
Las camareras volvieron con las bebidas y se pasaron varios minutos flirteando con ellos. Dejaron a Pedro en paz, era evidente que habían captado que no estaba de humor para juegos. No tenía ningún interés en esas chicas cuando sabía que Paula estaba esperándolo en su cama.
Con la bebida en la mano, Juan se dirigió hacia Pedro cuando las camareras desaparecieron.
—¿Y cómo están yendo las cosas con Paula?
Pedro de repente se puso en alerta. Ya había tenido un enfrentamiento con Juan por ese asunto, y él no quería que fuera un problema entre ambos. Antes de que pudiera decir nada, Juan continuó.
—Sé que te la lié por el tema, y, sí, probablemente sobreactué. Pero es que me pilló con la guardia baja. No me gustaba que Paula estuviera trabajando en esa maldita confitería, pero me figuré que solamente necesitaba tiempo para averiguar qué es lo que quería hacer en la vida. Trabajó duro en la universidad. Probablemente solo necesita un descanso para aclarar sus ideas, y la verdad es que no tengo ninguna prisa en que lo haga. Me tiene a mí. Le proporcionaré todo lo que necesite y no quiero que se
sienta presionada.
Una enorme oleada de culpa atravesó a Pedro y se le instaló directamente en las entrañas. Él había presionado a Paula, no cabía ninguna duda. Y tampoco es que se arrepintiera, sería un gran mentiroso si dijera lo contrario.
Pero aun así…
—Le está yendo genial, Juan —dijo Pedro con un tono casual—. Es inteligente y está motivada. Ya se ha hecho con el trabajo. Trabaja hasta hartarse y tiene la cabeza en su sitio. Impresionó a los inversores en el cóctel al que vino conmigo. Parece que a todo el mundo en el trabajo le gusta y han respondido bien a su presencia. Estoy seguro de que muchos se imaginarán que ha conseguido el trabajo por ser quien es, pero ella ya ha demostrado que se merece estar ahí.
—Bueno, ¿y a quién no podría gustarle? —intercedió Alejandro—. Es dulce y amable. No hay ni un solo hueso de maldad en el cuerpo de esa muchacha.
—Si alguien dice algo de ella quiero saberlo —soltó Juan, mordaz.
Pedro levantó una mano.
—Lo tengo controlado. Y si lo piensas, es muchísimo mejor que no esté trabajando para ti. De esta manera puede demostrar que se merece el trabajo porque no está trabajando para su hermano mayor. No voy a ser duro con ella pero sí que espero que haga su trabajo. Tú la mimarías y la consentirías hasta más no poder.
Alejandro se echó a reír.
—Ahí te ha cogido por los huevos, tío. Paula podría haberse partido una uña y ya la estarías enviando a casa.
Juan sonrió.
—De acuerdo, está bien, ambos tenéis razón —entonces se puso más serio—. Solo quiero lo mejor para ella. Quiero que sea feliz, ella es todo lo que tengo.
Tanto Pedro como Alejandro asintieron.
—Me ha quedado claro —dijo Pedro—. Si yo estuviera en tu posición, me sentiría igual. Pero anímate. Deja que ella eche a volar un poquito. Creo que te sorprendería saber lo mucho que puede hacer sin que estés detrás de ella.
Entonces, en un intento de desviar la conversación a un tema diferente al de Paula para no verse en una posición tan incómoda, miró a Juan y a Alejandro con una media sonrisa.
—¿Y no me vais a contar lo de la morena, o qué?
Alejandro gimió y Juan simplemente pareció enfadarse.
Pedro alzó el entrecejo.
—¿Tan mal fue?
—Estaba loca —murmuró Alejandro—. Quedarnos con ella durante unos días no ha sido una de nuestras mejores decisiones. Dios, hasta ella tendría que haber sabido que era temporal. Muy temporal.
Juan se quedó en silencio con el rostro serio.
—Digamos que no se lo tomó muy bien y, claramente, no pilló el mensaje. Nos acribilló a llamadas durante varios días.
Pedro frunció el ceño.
—¿Le disteis vuestros números de teléfono? ¿Estáis locos o qué?
—Joder, no —explotó Juan, hablando por primera vez—. Llamaba a la oficina. Repetidamente. La tuve que amenazar con denunciarla por acoso antes de que por fin nos dejara en paz.
Pedro se rio.
—Vosotros dos sabéis elegirlas bien.
—Estaba loca —murmuró Alejandro de nuevo—. No se lo pudimos haber dejado más claro.
Pedro se encogió de hombros.
—Sed más perspicaces la próxima vez.
Juan resopló.
—A lo mejor deberíamos tener contratos como tú. Solucionar todo eso antes del sexo.
Alejandro casi se ahogó con la bebida y Pedro les gruñó a ambos.
Tras una hora bebiendo, bromeando, y de claras miraditas en busca de mujeres por parte de Alejandro y Juan, Pedro le echó un ojo a su reloj y vio que ya eran cerca de las once.
Mierda.
Le había dicho a Paula que no llegaría muy tarde, que lo esperara. Y aquí estaba él hablando de estupideces con Juan y con Alejandro.
Les daría quince minutos más y luego se inventaría alguna excusa.
Tanto Juan como Alejandro lo salvaron cuando se quedaron embelesados con una actuación privada. Pedro no tenía ningún interés. No cuando tenía a una persona tan dulce y preciosa como Paula esperándolo en casa. Y joder, cómo lo llenaba eso de satisfacción. Ella estaba en casa, en su cama. Y lo estaba esperando a él.
Esa era toda la motivación que necesitaba para levantarse, despedirse de los dos citándolos temprano para la mañana siguiente, y dirigirse hacia la salida. Juan y Alejandro estaban distraídos, pero murmuraron un «hasta luego». y luego volvieron a centrarse en las bailarinas.
El camino fue corto hasta el edificio de apartamentos donde Pedro vivía, y se encontró dirigiéndose hacia el ascensor con una inquietud que no podía paliar.
Entró en el apartamento y se encontró que Paula había dejado la luz del pasillo encendida para cuando llegara. Pedro sonrió ante su consideración y el pecho se le encogió al pensar que en realidad no necesitaba ninguna luz física. Ella ya era su luz. Un rayo de sol en un día frío.
Ya se estaba quitando la ropa cuando entró en el dormitorio, y entonces se detuvo, ampliándosele la sonrisa cuando la vio acurrucada en medio de la cama, con las sábanas hasta la barbilla y la cabeza descansando sobre su almohada.
Profundamente dormida.
Su miembro estaba ya erecto y rígido, intentando liberarse de los pantalones.
—Abajo, amiguito —murmuró—. Esta noche no.
Su verga no le hizo caso. Su miembro veía lo que quería y pedía ser aliviado.
Ignorando la urgencia de despertarla y hundirse bien adentro de su cuerpo, se desvistió en silencio y, con cuidado de no despertarla, levantó las sábanas.
Se deslizó a su lado y volvió a subir las sábanas para taparlos a ambos. Ella no se despertó, pero, tal y como si presintiera su presencia, inmediatamente se pegó a su cuerpo y le pasó un brazo por encima del cuerpo de forma posesiva.
Él sonrió otra vez al tiempo que se colocaba con mayor firmeza junto a ella y la estrechaba entre sus brazos.
Sí, Pedro la deseaba, pero esa situación era… perfecta.
CAPITULO 22 (PRIMERA PARTE)
Paula se dobló sobre la mesa de trabajo de Pedro y apoyó las manos en la superficie, con la falda subida hasta la cintura para que este le extrajera el dildo. Cerró los ojos y dejó escapar un suspiro de alivio; el juguetito la había tenido de los nervios toda la tarde. A lo mejor ahora podía calmar todo ese subidón que le había provocado.
Pedro le limpió el ano con cuidado. Se tomó su tiempo en pasarle la toalla por la piel, y luego le bajó la falda y le dio una ligera palmada en el cachete.
—Ve a por tus cosas. Pasaremos por el apartamento para cambiarnos y después iremos a cenar.
Paula solo quería quedarse tumbada encima de la mesa durante los siguientes quince minutos mientras se recuperaba de esa sensación de tensión que había sentido durante tanto rato. En vez de regañarla por no seguir sus órdenes de inmediato, Pedro deslizó las manos por sus hombros, la levantó y la estrechó entre sus brazos.
Ella se acurrucó junto él, inhaló el olor sazonado que desprendía su piel y absorvió todo su calor.
Luego Pedro la besó en la cabeza y murmuró:
—Sé que te he presionado mucho. Pero parece que no me sale hacer otra cosa.
Ella sonrió contra su pecho y lo envolvió con sus brazos para estrecharlo con fuerza. Pedro pareció sorprenderse ante el gesto; se quedó rígido durante un instante pero luego la apretó más contra él y escondió el rostro en su cabello.
—No dejes que te cambie, Paula —le susurró—. Eres perfecta tal y como eres.
Pero ya la había cambiado de una forma irrevocable. Paula ya nunca volvería a ser la misma.
Cuando la soltó, Pedro se giró casi como si no le hubiera gustado el hecho de haberle susurrado lo que acababa de susurrarle. Ella se alisó la ropa y pretendió no ver su incomodidad. Se acercó a su propia mesa para coger el bolso y luego se volvió a girar hacia Pedro con una amplia sonrisa en el rostro.
—¿Nos vamos?
Él extendió el brazo para instarla a ir delante y luego le puso la mano en la espalda al tiempo que salían del despacho. Ambos se despidieron de Eleanora, que también estaba preparándose para marcharse, y luego se encontraron a Alejandro esperando el ascensor.
A Paula se le paró el corazón. ¿No se suponía que estaba en una cena de negocios con Juan? Dios, ¿qué hubiera pasado si hubiera querido presentarse en el despacho de Pedro? ¿Habría ido y se la habría encontrado cerrada? Peor, ¿podría haber escuchado algo?
—Alejandro, pensé que estabas con Juan —pronunció Pedro como si nada.
Alejandro sonrió y Paula se asombró de lo guapo que era ese hombre.
—Me olvidé una carpeta con información importante sobre la gente con la que nos íbamos a reunir. Juan está camelándoselos y excusándome por mi inevitable retraso.
Paula resopló.
—¿Juan camelándoselos? Ese es tu fuerte, Alejandro. ¿Cómo demonios te las has apañado para ser tú el que
venga por la carpeta? Seguramente se está tirando de los pelos ahora mismo.
Alejandro la cogió de la barbilla y luego la estrechó entre sus brazos.
—Te he echado de menos, chiqui. Y sí, no es que le haya dejado muchas opciones a Juan. Me fui antes de que pudiera mostrarse amenazante.
Ella le devolvió el abrazo a Alejandro, relajada ante el evidente afecto que le estabamostrando. Hasta ese momento, había pasado bastante tiempo desde la última vez que había disfrutado de la compañía de Alejandro y Juan. Lo echaba de menos. Echaba de menos su constante y reconfortante apoyo.
—Yo también te he echado de menos. Ha pasado mucho tiempo, Alejandro. Estaba empezando a pensar que ya no me querías.
Entraron en el ascensor y Alejandro la miró con cara horrorizada.
—¿No quererte? Si hasta podría ir a matar dragones por ti. Yo te adoro.
Ella puso los ojos en blanco.
—No te pases. No me vengas con todo ese encanto que tienes porque conmigo no te va a servir de nada.
Alejandro le echó un brazo por encima de los hombros y sonrió durante todo el rato.
—Soñar es gratis —suspiró de forma dramática —. Un día… serás mía.
—Sí, justo después de que Juan te arranque las pelotas —le dijo Pedro, serio.
Alejandro se ruborizó, lo que solo logró que pareciera mucho más atractivo. Era una pena que no se sintiera atraída hacia él, porque se imaginaba que podría ser muy bueno en la cama. Ligón y divertido, además de un completo pervertido. Pero si los rumores eran ciertos, él y Juan tendían a tener sexo siempre con la misma mujer, y eso sería bastante raro e incómodo.
Le entró un escalofrío solo de pensarlo. Había cosas que no tenía la necesidad de saber sobre su hermano, por el amor de Dios. E imaginárselo desnudo con Alejandro sencillamente había estropeado toda la imagen que tenía de Alejandro. Lo cual era triste, porque el hombre sí que suscitaba momentos dignos del mejor suspiro.
—Te veo luego por la noche, Pedro —dijo Alejandro mientras salía del ascensor—. Juan me espera y, si no
llego pronto, espantará a los inversores antes de que tenga oportunidad de usar mi encanto.
Pedro se despidió con la mano y Paula le dijo adiós. Entonces, Pedro la metió en el coche para volver al apartamento.
—¿Has quedado con Alejandro esta noche? —le preguntó Paula cuando ambos se sentaron—. Entonces, ¿no vamos a vernos?
Este apretó los labios en una fina línea.
—Vas a cenar conmigo, como estaba previsto. Tengo que reunirme con Juan y Alejandro sobre las nueve para tomar algo con ellos.
—Oh —soltó ella, preguntándose de qué iba todo eso.
Aunque tampoco era nada del otro mundo; cuando los tres se encontraban en la ciudad y no viajando en una dirección diferente cada uno, solían pasar bastante tiempo juntos.
Paula suponía que, si eso cambiaba tan repentinamente justo después de que hubiera empezado a trabajar para Pedro, podría levantar algunas sospechas sobre todo en Juan.
—¿Qué debo ponerme? —le preguntó para cambiar de tema.
Los ojos de Pedro se posaron en ella, recorriéndola de arriba abajo como si se la estuviera imaginando desnuda.
—Uno de tus vestidos nuevos. El negro con la abertura en el muslo.
Ella levantó el entrecejo.
—¿Vamos a ir sofisticados esta noche?
Él no reaccionó. La expresión de su rostro era inescrutable.
—Voy a llevarte a cenar a un sitio bonito y tranquilo. Después iremos a bailar. Buena música, buena comida y una mujer hermosa. No hay mucho más que un hombre pueda pedir.
El cuerpo de Paula se llenó de satisfacción ante su cumplido.
Y aunque fue breve, los labios de Pedro se arquearon hacia arriba casi como si no pudieran evitar reaccionar ante el gozo de ella.
Momentos después la expresión de su rostro se volvió más seria.
—No eres solamente una mujer hermosa, Paula. No quiero que lo olvides nunca. Tú eres más que eso. No me dejes nunca que arrase con todo y no deje nada a mi paso.
Sus crípticas advertencias aumentaban en número. Paula no estaba completamente segura de saber qué hacer con ellas.
¿La advertía a ella, o se advertía a sí mismo? Era un enigma. Nunca estaba completamente segura de lo que pensaba a menos que estuvieran teniendo sexo. Sus pensamientos entonces eran más que evidentes; en esos momentos sabía exactamente lo que tenía en la cabeza.
Cuando llegaron al apartamento, subieron y ella desapareció en el cuarto de baño para prepararse. Si iban a ir más elegantes, quería impresionar a Pedro. Quería parecer sofisticada, como si encajara a su lado. Se moldeó el pelo y entonces se hizo un recogido que dejaba algunos tirabuzones sueltos en la nuca y a los lados del cuello. Se maquilló de forma sencilla, solo con máscara de pestañas y un brillo de labios de color pálido que hacía que sus labios destacaran, pero no de una manera exagerada. Era un claro
ejemplo de que menos es más. El arte del maquillaje consistía en parecer no estar realmente maquillada.
El vestido era impresionante. Aún no se podía creer lo bien que le quedaba. Esos altos tacones que llevaba le daban la altura necesaria como para permitirle ponerse ese vestido largo, con abertura de muslo incluida, y le hacía las piernas mucho más largas y curvilíneas.
Aunque Pedro se había quejado del vestido con la espalda al aire que había llevado en la gran inauguración, había elegido este otro que tenía solo dos tiras que se cruzaban por detrás. El resto de la espalda iba al aire y llegaba atrevidamente justo hasta la línea donde se iniciaba su trasero. Su coxis era bastante tentador, no hacía más que invitar a los hombres a posar las manos en él.
No llevaba sujetador; el corpiño era lo bastante firme como para no tener que preocuparse por el tema, pero el escote bajaba hasta mostrar ligeramente la parte superior de sus pechos.
Era evidente que Pedro estaba de un humor interesante. Normalmente se mostraba amenazador con
cualquiera —especialmente con otros hombres— que la viera con algún trapito remotamente revelador.
Pero esta noche Paula se sentía y parecía una fiera sexual.
Le gustaba la confianza y seguridad que eso le daba.
Cuando salió del cuarto de baño, Pedro se encontraba sentado en el borde de la cama, esperándola.
Los ojos le brillaron con inmediato aprecio, lo que hizo que Paula se girara. Levantó las manos, se dio la vuelta y luego se quedó frente a él.
—¿Paso el examen?
—Joder, sí —gruñó Pedro.
Cuando este se levantó, Paula lo miró con detenimiento también. El caro traje de tres piezas hizo que la boca se le hiciera agua. En otro hombre luciría aburrido, casi formal.
¿Pero en Pedro? Resultaba divino.
Pantalones negros, chaqueta negra y camisa blanca con el último botón desabrochado. Iba informal y exquisito, como si no le importara en absoluto lo que la gente pensara, y eso lo hacía parecer incluso más atractivo.
—¿Me lo tomo como que en el sitio al que vamos la corbata es opcional? —bromeó.
Pedro le respondió con una media sonrisa.
— Hacen la vista gorda conmigo.
¿Y quién no? ¿Quién podría decirle «no». a Pedro Alfonso? Además del hecho de que estaba forrado, tenía un carisma natural que atraía tanto a mujeres como a hombres por igual.
Todos respondían a él.
Algunos lo temían, otros lo odiaban, pero todos lo respetaban.
—¿Quieres algo para beber antes de que nos vayamos? —preguntó Pedro.
Ella negó lentamente con la cabeza. Cuanto más se quedaran en el apartamento, más probable era que nunca consiguieran ir a cenar. Y, en realidad, Paula tenía ganas de tener una cita normal con él. Hasta ahora había habido sexo, trabajo y no mucho más.
Él extendió el brazo hacia ella y Paula deslizó los dedos hacía los suyos. La llevó hacia el ascensor y bajaron para meterse en el coche.
Durante el trayecto, Paula se debatió sobre si sacar el tema de Lisa. Se estaba muriendo de curiosidad, pero no quería meterse en un berenjenal tampoco. Lo miró de soslayo, pero él la sorprendió y arqueó las cejas de manera inquisitiva.
—¿Qué pasa? —le preguntó.
Ella dudó por un segundo y luego se figuró que era mejor lanzarse al vacío. Pedro no la iba a dejar en paz hasta que soltara lo que tenía en la cabeza, de todas formas.
—Mmm, Lisa…
Antes de que pudiera continuar, el rostro de Pedro se volvió frío como el hielo y levantó la mano para hacerla callar en medio de la frase.
—Me niego a arruinar una noche perfecta hablando de mi exmujer —pronunció con mordacidad.
Bueno, y eso fue todo. En realidad no se iba a quejar. Ella tampoco quería arruinar la velada aunque se estuviera muriendo de curiosidad por saber qué pensaba Pedro de toda la situación. Y quizá también estuviera un poco asustada…
En el restaurante, los condujeron hacia una de las mesas del fondo, en una zona privada. Era perfecto.
El interior estaba poco iluminado, pero había velas encendidas a cada lado de las mesas y una variedad
de luces navideñas se veían en varios arbustos decorativos, para crear un ambiente festivo. Le hacían desear que llegara la Navidad.
A Paula le encantaba la Navidad en Nueva York. Juan siempre la había llevado al Rockefeller Center para que viera las luces del enorme árbol que ponían allí. Era uno de los recuerdos favoritos que ambos compartían.
—¿En qué estás pensando? —le preguntó Pedro.
Ella parpadeó y centró su atención en él. La estaba observando con una expresión curiosa en el rostro.
—Se te veía muy feliz. Sea lo que sea que ocupara tus pensamientos debía de ser bueno.
Ella sonrió.
—Estaba pensando en la Navidad.
—¿La Navidad?
Parecía haberse quedado perplejo.
—Juan siempre me llevaba a la ciudad para ver las luces del árbol de Navidad. Es uno de mis recuerdos favoritos que tengo con él. Me encantan todas las luces, y el ajetreo y el bullicio que traen las Navidades a Nueva York. Me encanta ir a ver escaparates, es la mejor época del año.
Él pareció quedarse pensativo durante un momento y luego se encogió de hombros.
—Lisa y yo siempre las pasábamos en los Hamptons, y luego, cuando nos divorciamos, simplemente me quedaba trabajando todas las vacaciones.
Ella lo miró boquiabierta.
—¿Trabajando? ¿Trabajas durante la Navidad? Eso es terrible, Pedro. ¡Pareces Scrooge!
—Son unas vacaciones sin sentido.
Paula puso los ojos en blanco.
—Ojalá lo hubiera sabido. Te hubiera obligado a pasarlas con Juan y conmigo. Nadie debería estar solo en Navidad. Yo pensaba que las pasabas con tus padres.
Paula se derrumbó y se mordió el labio con consternación por sacar un tema tan doloroso.
—Lo siento —le dijo en silencio—. Lo he dicho sin pensar.
Él le dedicó una sonrisa triste.
—No pasa nada. Aparentemente mi padre ha decidido que la ha cagado y ahora quiere volver con mi madre. Solo Dios sabe cómo va a acabar todo esto.
Ella abrió los ojos como platos.
—¿Te dijo eso?
—Oh, sí —dijo Pedro con un suspiro de cansancio—. Cuando vino a la oficina el día que fuimos a almorzar. El día después de que su novia intentara llevarme a la cama.
Paula gruñó y Pedro se rio.
—¿Y qué va a hacer tu madre? —preguntó Paula.
—Ojalá lo supiera. Pero si tengo que decir algo… mi padre aún no ha ido a arrastrarse porque si no ya habría tenido conocimiento de ello.
—No sé si yo podría perdonar el que se acostara con todas esas mujeres —dijo Paula con infelicidad —. Eso ha tenido que dolerle a tu madre una barbaridad.
—Él dice que no le ha sido infiel.
Paula le lanzó una mirada que decía «sí, claro»..
Pedro sacudió la mano.
—No tengo ni idea de lo que él considera ser infiel, pero no estoy seguro de que siquiera importe que no se haya acostado con ellas. Todo el mundo piensa que sí lo hizo. Mi madre piensa que lo hizo. No es una humillación que vaya a superar pronto.
—Esto debe de ser muy duro para ti —le dijo con una voz suave. Qué mierda de día había sido hoy.
Primero venía su padre a soltar la bomba, y luego su exmujer aparecía apenas unas horas después.
Pedro parecía estar incómodo con su compasión y apartó la mirada. Sus ojos se llenaron de alivio cuando el camarero vino con sus entrantes.
El marisco olía divinamente, como Paula pudo apreciar al instante. El camarero le sirvió gambas a la plancha a ella y lampuga marinada a él.
—¡Oh! Lo tuyo tiene una pinta impresionante —le dijo Paula.
Él sonrió, pinchó un trozo con el tenedor y extendió el brazo para ofrecérselo. Paula se lo metió en la boca y se quedó así durante un momento mientras ambos se miraban a los ojos y se sostenían la mirada.
Era sorprendentemente íntimo eso de darle de comer aunque solo fuera un mordisco. Pedro tenía los ojos fijos en su boca mientras volvía a bajar el tenedor hasta su plato.
Ella cortó un trozo de gamba y entonces se lo ofreció a él tal y como había hecho con ella. Él vaciló por un momento pero luego dejó que le deslizara el bocado en la boca.
Un poco inquieta por cómo le había afectado el intercambio, Paula bajó la mirada hasta su plato y se centró en su comida.
—¿Está bueno? —le preguntó Pedro unos minutos después.
Ella alzó la mirada y sonrió.
—Delicioso. ¡Estoy casi llena!
Pedro cogió la servilleta que tenía en su regazo y se la llevó a la boca antes de dejarla de nuevo en la mesa. Justo después de que Paula soltara el tenedor y moviera su plato más al centro de la mesa, Pedro se levantó y alargó la mano hacia ella.
—Bailemos —murmuró.
Sintiéndose como una adolescente en su primera cita, Paula dejó que la levantara y la guiara a través del laberinto de mesas hasta llegar al área reservada para bailar.
Ella se giró hacia él y se pegó firmemente contra su cuerpo, no quedaba ni un centímetro entre ambos.
Pedro posó la mano bien abierta en su espalda desnuda para agarrarla de forma posesiva justo encima de donde la tela empezaba. La mano no se quedó quieta encima de su trasero. Él la movía por toda la espalda, acariciándola mientras bailaban y con su cuerpo bien moldeado al de ella.
Paula pegó su nariz al cuello de Pedro para inhalar su aroma.
Estaba muy tentada a morderlo en la oreja y en la piel del cuello.
Le encantaba su sabor, pero tampoco había tenido demasiadas oportunidades para darse el gusto de saborearlo. Pedro siempre llevaba el mando cuando tenían sexo. Ay, lo que Paula daría por tener una noche
para poder explorarlo a su voluntad…
Una canción llevó a otra y ambos continuaron pegados como si ninguno de los dos quisiera violar esa intimidad que los rodeaba y los ocultaba en ese pequeño espacio que ocupaban.
Paula cerró los ojos lánguidamente mientras se balanceaba al ritmo de la música entre los brazos de Pedro, mientras este seguía acariciándola con la mano. Estaban prácticamente haciendo el amor sobre la pista. No era sexo.
No era esa tórrida y absorbente obsesión que se adueñaba de ellos cada vez que se quitaban la ropa.
Esto era mucho más dulce, más íntimo y ella estaba disfrutando de cada segundo. Se podría enamorar de este Pedro. De hecho, ya se estaba enamorando.
—Me pregunto si tienes alguna idea de lo mucho que te deseo ahora mismo —le murmuró al oído.
Ella le sonrió y luego alzó la boca para poder susurrarle al oído.
—No llevo ropa interior.
Pedro se paró justo en medio de la pista de baile sin hacer siquiera el esfuerzo de seguir como si estuvieran bailando. La agarró con mucha más fuerza y el cuerpo se le puso rígido contra el de ella.
—Dios santo, Paula. Vaya comentario para decirlo en mitad del maldito restaurante.
Ella dejó de sonreír y parpadeó con aire inocente.
—Solo pensé que te gustaría saberlo.
—Nos vamos ya —gruñó.
Antes de que pudiera decir nada, él la agarró de la mano y tiró de ella hacia la salida mientras su otra mano sacaba el teléfono móvil. ¡Gracias al cielo que no había traído bolso o se lo habría dejado en la mesa! Con brusquedad le dijo a su chófer que ya estaban listos.
Ya fuera en la acera, Pedro se pegó más al edificio mientras la ceñía de forma protectora contra su costado, lejos de los transeúntes.
—Pedro, ¿y la cuenta? —le preguntó mortificada de que hubieran salido sin más. Él le envió una mirada de paciencia.
—Tengo una cuenta con ellos. Soy cliente regular aquí, y hasta tengo una cantidad estándar de propina añadida para todas las cuentas, así que no te preocupes.
El coche apareció y Pedro la metió en el interior. Justo cuando las puertas se cerraron y el coche comenzó a moverse, Pedro pulsó un botón para bajar la mampara entre los asientos delanteros y traseros y así poder tener privacidad.
La expectación le burbujeaba en las venas como si de una bebida carbonatada se tratara.
Él se llevó las manos a la bragueta y la abrió con rapidez. Un segundo más tarde, se sacó el miembro, tan largo e increíble, y se masturbó hasta estar completamente duro.
Ella no apartaba la mirada de él, de ese cuerpo robusto y masculino.
—Súbete el vestido y siéntate en mi regazo —le dijo extendiendo una mano hacia ella.
Maniobrando como pudo en el asiento, Paula se levantó el vestido para dejar desnudos la mayor parte de sus muslos, y luego Pedro la atrajo hasta el centro de los asientos traseros para que pudiera sentarse a horcajadas encima de él.
Pedro deslizó una mano por debajo del vestido y la elevó por el interior de su muslo hasta llegar a su sexo desnudo. Sonrió entonces de pura satisfacción.
—Esa es mi niña —le dijo en un ronroneo—. Dios, Paula, he fantaseado con follarte con ese vestido y esos tacones matadores que llevas desde que saliste del cuarto de baño de mi apartamento.
Metió un dedo en su interior y luego lo sacó para subir la mano entre los cuerpos de ambos. Brillaba con su humedad. Lentamente, Pedro pasó la lengua por uno de los lados del dedo y Paula casi consiguió correrse. Joder, ese hombre era letal. Entonces le puso el dedo en sus labios.
—Chúpalo —le dijo con voz ronca—. Saboréate.
Paula sintió pánico, pero a la vez una mezcla de curiosidad y morbo que le hizo entreabrir los labios y dejar que le deslizara el dedo sobre la lengua. Ella lo succionó con ligereza y a Pedro se le dilataron las pupilas. La erección se le sacudió y se le levantó hasta tocar la entrada de su sexo con un movimiento impaciente.
Con la otra mano,Pedro se agarró el miembro y entonces le sacó el dedo de la boca para poder agarrarla por la cintura.
La bajó sobre su regazo y guio su erección hasta el mismo centro de su cuerpo.
Oh, cuán perverso resultaba ver Manhattan pasar por la ventana, el brillo de las luces, el ruido del tráfico mientras Pedro se la follaba en el asiento trasero del coche.
La agarró con ambas manos por la cintura y comenzó a embestirla mientras la sujetaba y se arqueaba hacia arriba.
Luego se retiró, y volvió a hundirse en ella con mucha más fuerza y más velocidad. Era una carrera para ver si podía hacer que ambos se corrieran antes de que llegaran al apartamento.
Paula fue la primera. Una sensación súbita y frenética la asedió con la fuerza de un huracán. Terminó jadeante mientras él continuaba enterrándose en ella una y otra vez.
Paula se agarró a sus hombros como si se le fuera la vida en ello, y entonces el coche comenzó a pararse.
Pedro explotó en su interior y la empapó bien dentro de su cuerpo. Ella se deslizó por su verga hasta que no quedó espacio alguno entre los dos mientras este la mojaba entera.
El coche se detuvo definitivamente frente al apartamento y Pedro pulsó el telefonillo.
—Danos un momento, Thomas —le dijo en voz baja.
Pedro se quedó ahí sentado durante un momento largo con el pene aún latiéndole y sacudiéndose en el interior de Paula.
Levantó las manos para ponérselas a cada lado de su rostro y entonces la besó. Era una completa contradicción al ritmo frenético con el que la había poseído antes. Era un beso dulce y lento.
Cariñoso y muy tierno. Como si estuviera expresando lo que nunca podría decir con palabras. Lo que nunca diría con palabras.
La estrechó contra sí y la abrazó mientras le acariciaba el pelo. Durante un largo rato ella se quedó tumbada encima de él mientras él se relajaba en su interior.
Finalmente la levantó y la colocó abierta en el espacio que había a su lado. Se sacó un pañuelo del bolsillo y la limpió entre las piernas antes de asearse él mismo. Sin prisa alguna, se volvió a meter el miembro en los pantalones y se subió la cremallera. Luego se estiró la ropa mientras ella se recolocaba el vestido.
—¿Lista? —le preguntó.
Ella asintió, demasiado agitada y desmoronada como para decir nada. Lo que dijera no tendría ningún sentido.
Pedro abrió la puerta y salió para un momento más tarde rodear el vehículo con el fin de abrir la de ella.
—Te vas a quedar otra vez —la informó mientras caminaban hacia la entrada.
No era una petición, pero tampoco encontraba la arrogancia que caracterizaba su voz. Lo dijo como si nada aunque no hubiera ninguna otra opción imaginable. Pero entonces la miró y una ligera chispa de inseguridad —tan breve que no estaba segura de haberla visto— se reflejó en sus ojos.
Pero Paula asintió y confirmó sus palabras.
—Claro que me voy a quedar —le dijo con suavidad.
Subieron en el ascensor y, cuando salieron, Pedro la volvió a pegar contra él mientras usaba su propio cuerpo para bloquear las puertas.
—Espérame en la cama —le dijo con voz ronca—. No llegaré muy tarde.
Ella se puso de puntillas y pegó su boca contra la de Pedro.
—Esperaré.
Los ojos de él se llenaron de inmediata satisfacción. Luego le dio un empujoncito hacia delante y él retrocedió hasta estar de nuevo en el interior del ascensor y así dejar que las puertas se cerraran.
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