martes, 9 de febrero de 2016

CAPITULO 35 (TERCERA PARTE)





El teléfono de Pedro sonó y este vio que era Juan el que llamaba.


—Hola, tío, ¿las mujeres te están dando problemas ya?


Juan se rio entre dientes.


—Deberías venir aquí, tío.


Pedro entornó los ojos y miró a Gabriel, que también estaba prestando mucha atención a la conversación.


—¿Qué pasa? —exigió Pedro—. ¿Están bien?


—Oh, sí, están perfectamente. Pero creo que vamos a tener que ir a por el plan B.


—¿Cuál es el plan B?


—Bueno, el plan A era que yo las llevaría de vuelta a casa en la limusina cuando se hubieran puesto pedo y se lo hubieran pasado bien. Sin embargo, están ahora mismo en el suelo de un reservado, mirando al techo y hablando de cosas de las que no tengo ni la más remota idea. Si tenéis
alguna esperanza de salvar la noche, mi sugerencia es que vengáis a por vuestras mujeres y os las llevéis a casa.


Pedro se rio entre dientes.


—Gabriel y yo estaremos allí en unos minutos. Échales un ojo mientras tanto.


—Lo haré —dijo Juan mientras colgaba.


—¿Qué pasa? —exigió Gabriel.


Pedro se rio.


—Según Juan, están bastante borrachas. Me ha dicho que están tumbadas en el suelo de uno de los reservados. Ha sugerido que es muy posible que queramos ir a recoger a nuestras mujeres si tenemos esperanzas de llegar al «después» de la noche.


—Iré contigo y llamaré a mi chófer de camino para que vaya directamente hacia allí.


Pedro asintió.


—Pues vamos.


Veinte minutos más tarde llegaron al club. Pedro le indicó al conductor que aparcara cerca y que se quedara a la espera. Luego él y Gabriel salieron y caminaron hasta la entrada.


Gracias a Dios que Brandon los estaba esperando. La cola aún era larga. No habrían podido entrar en toda la noche si no fuera por él.


—¿Hay algo que deba saber? —le preguntó Gabriel a Brandon mientras entraban. Brandon se rio.


—No, lo dudo. Pero se lo han pasado bien. Nadie les dijo nada. El dueño estuvo con ellas casi la mayor parte de la noche y los de seguridad siempre estamos cerca de él.


—¿Quién es el dueño y por qué estaba con nuestras mujeres? —exigió Pedro.


Brandon se rio otra vez.


—No con todas las mujeres. Solo con una. Parece bastante interesado en Belen. Ha estado pegado como una lapa a ella durante toda la noche y eso no es muy común en él. A él nunca le faltan mujeres que le hagan compañía, pero es raro que busque a una mujer tal y como hizo con Belen.


Pedro gruñó. Ese tío tenía que mantenerse alejado de su hermana.


Brandon los guio hasta unas cortas escaleras que llevaban hasta el segundo nivel, donde muchos reservados y mesas formaban un semicírculo sobre la pista de baile. Brandon empujó suavemente la puerta y esta se abrió, dejando ver a Juan y a un hombre que Pedro no reconoció.


Juan levantó la mirada y los vio. Sonrió al instante y asintió en su dirección para decirles que pasaran. Cuando Pedro y Gabriel se adentraron en el reservado, los ojos de Pedro se abrieron como platos cuando observó la imagen que tenía frente a él.


Había mujeres por todas partes. Mujeres muy guapas. Esto era el sueño de cualquier hombre: una habitación llena de mujeres preciosas y muy borrachas.


Pero sus ojos se centraron en solo una de ellas.Paula. 


Estaba tirada al final del sofá con el brazo colgando por el lateral. Melisa estaba tumbada junto a ella, pero la parte superior de su cuerpo se encontraba entre Paula y el sofá, así que su cabeza descansaba en la cadera de Paula. Al otro lado, Vanesa estaba tumbada en la dirección opuesta, de modo que sus pies se encontraban junto a la cara de Josie.


Chessy, Gina y Trish estaban tumbadas en el suelo en diferentes posiciones, mientras que Carolina estaba despatarrada en una silla, con las piernas colgando por uno de los brazos.


No estaban dormidas, pero sí que eran ajenas a cualquier cosa que pasara a su alrededor.


Pedro se rio entre dientes. Gabriel dibujó una enorme sonrisa en sus labios. Los otros hombres no estaban menos encantados con la vista que tenían frente a ellos.


—¿Y qué demonios hacemos con ellas ahora? —preguntó Pedro en voz baja.


Gabriel le lanzó una sonrisa petulante y satisfecha.


—Si yo tengo que decirte eso, no hay esperanza para ti, tío.


Paula levantó la mirada; aparentemente ahora había oído por primera vez su voz. Su sonrisa era deslumbrante y sus ojos estaban completamente desenfocados. Su cabeza se movió de arriba abajo mientras hablaba.


—Hola, cariño —dijo alegremente—. ¿Sabías que hay dos como tú? ¿Quién ha dicho que tengas que improvisar para darme dos pollas? Ahora hay dos Pedro. Ese sería un trío increíble. ¡Yo, tú y tú! ¿A que sí?


Gabriel, Juan y Brandon se rieron a carcajadas.


Pedro gimió y se precipitó a cubrirle la boca con la mano.


—Joder, nena. Ya puedes dejar de hablar.


Ella sonrió bajo su mano. Cuando él la apartó, Paula le dedicó una sonrisa completamente bobalicona y deslumbrante que le quitó el aliento.


—¿Me vas a llevar ya a casa para follarme con los tacones puestos? Melisa y Vanesa me han contado tooodos los detalles sobre cómo se las follan con los zapatos puestos una vez les arrancan los vestidos. Voy a sentirme muy decepcionada si yo no consigo lo mismo —dijo con una voz solemne.


Pedro se inclinó y le dio un ligero beso en la frente.


—Creo que puedo solucionar eso, nena. ¿Estás lista?


Ella levantó ambos brazos.


—Llévame a casa —dijo dramáticamente. Luego se llevó un dedo a los labios y dijo—: ¡Shhh! No se lo digáis a Pedro, pero Belen va a irse a casa de un tío macizorro esta noche. No estoy segura de que vaya a estar muy de acuerdo con eso. Seguramente quiera investigarlo a fondo para cerciorarse de que es aceptable para su hermana.


Pedro gruñó y luego miró a Belen antes de mover su atención hacia la puerta.


—¿De qué narices está hablando? —preguntó en la dirección de Juan.


El hombre junto a Juan dio un paso adelante. Era elegante; de eso se dio cuenta Pedro desde el principio. Tenía dinero. 


Tenía un aspecto callado que le decía que tenía mucho dinero, pero que no iba necesariamente gritándolo a los cuatro vientos.


Pedro se lo quedó mirando con dureza, sin recular ni un centímetro. Y en favor al hombre, tuvo que reconocer que él tampoco.


—Soy Sergio Wellington —dijo calmadamente—. Soy el dueño del club. Me he ofrecido a llevar a Belen a casa esta noche.


Pedro siguió estudiándolo.


—No quiero que te aproveches de ella. Está borracha.


—Lo sé. No me acostaré con ella… todavía.


Pedro se encogió e hizo una mueca. No tenía ni las más mínimas ganas de enfrascarse en una discusión sobre con quién iba a acostarse su hermana.


—Me aseguraré de que llega bien a casa —habló Brandon—. No tienes de qué preocuparte.


Sergio le envió una mirada divertida a Brandon. Pedro pudo ver que no le gustó que Brandon hablara por él o le ofreciera sus servicios. Pero Brandon también sabía lo importantes que estas mujeres eran para Gabriel, Juan y Pedro. Le habían dejado más que claro lo que le pasaría si alguna vez dejaba que a las chicas les pasara algo cuando estuvieran en el club.


—Más te vale —dijo Pedro suavemente—. Me gustaría que me llamaras cuando ya esté sana y salva en casa.


—Dame tu tarjeta. Me aseguraré de que recibas la llamada —dijo Sergio.


Pedro rebuscó en su cartera, sacó una tarjeta con el número de teléfono de su móvil y luego se la tendió a Sergio.


—Si queréis iros con vuestras mujeres, yo y los otros de seguridad nos aseguraremos de que Chessy, Trish y Gina lleguen bien a casa. Caro se quedará conmigo hasta que termine el turno — ofreció Brandon.


Gabriel asintió.


—Perfecto, entonces. Cojamos a nuestras mujeres y salgamos de aquí —anunció Pedro.







CAPITULO 34 (TERCERA PARTE)




Paula siguió a Vanesa y a Melisa, las cuales seguían a Carolina y a Brandon hasta el reservado que se encontraba sobre la pista de baile. Aunque podían ver lo que pasaba en la planta de abajo, Brandon les aseguró que nadie podría verlas dentro de la habitación, así que tenían absoluta privacidad.


—Volveré a ver cómo estáis en un ratito —le dijo Brandon a Carolina mientras rozaba sus labios con los de ella.


Carolina se dejó caer sobre el cómodo sofá junto a Paula. Melisa se sentó al otro lado de Carolina y Vanesa se quedó sentada en el brazo del mismo.


—Así que te mudas a Las Vegas —murmuró Melisa.


Las lágrimas llenaron los ojos de Carolina.


—Sí. Brandon quiere casarse antes de que nos vayamos. Tenemos seis semanas para encontrar un lugar donde vivir allí, casarnos y mudarnos por completo antes de que empiece su nuevo trabajo. El señor Wellington se está comportando maravillosamente bien con nosotros. Nos va a pagar la mudanza y también nos ayudará a pagar la casa. Va muy en serio con Brandon y quiere que lo considere como un puesto de trabajo a largo plazo. Doblará el sueldo de Brandon, así que no tendremos que preocuparnos por el dinero y yo tendré tiempo de sobra para encontrar un trabajo allí.


—Eso es maravilloso, Caro —dijo Melisa con suavidad—. Pero te voy a echar de menos una barbaridad.


—Todas lo haremos —corrigió Vanesa—. ¡Las noches de chicas no serán lo mismo sin ti!


Carolina las abrazó a ambas y luego se puso de pie.


—Voy al lavabo y a ver si las otras vienen. También buscaré a la camarera y le diré que todas queremos otra ronda. Vuelvo en un abrir y cerrar de ojos.


Melisa observó cómo su mejor amiga se marchaba con el ceño fruncido de tristeza. Cuando Carolina salió del reservado, ella suspiró.


—En fin, la voy a echar de menos.


—Lo sé —dijo Vanesa—. Yo también. Pero aún nos tienes a nosotras, Melisa.


Melisa levantó la mirada y sonrió, y luego, de forma impulsiva, alargó la mano para darles un apretón tanto a la de Vanesa como a la de Paula.


—De acuerdo, ahora estamos solas y tengo que admitir, Paula, que Vanesa y yo tenemos toda clase de preguntas entrometidas sobre ti y Pedro. Espero que no te ofendas, ¡pero nos estamos muriendo por saber los detalles escabrosos!


Paula se rio.


—No me importa. Pero me temo que os vais a decepcionar. Nuestra relación no es muy emocionante.


Melisa resopló.


—Nos perdonarás si te decimos que no nos lo tragamos. Lo primero que tienes que decirnos es lo bueno que es en la cama. Supongo que Vanesa ya lo sabe, ¡pero yo tengo que admitir que tengo curiosidad!


Enseguida se llevó una mano a la boca con urgencia y en sus ojos se reflejó el horror.


—Oh, Dios, Paula. ¡Lo siento! —Un leve gemido se escapó de su garganta y Melisa escondió su rostro entre sus manos—. Soy una estúpida. De verdad. Gabriel y Juan siempre me dicen que suelto por la boca todo lo que se me pasa por la mente sin tener en consideración lo que digo.


Paula sonrió irónicamente.


—No pasa nada, Melisa. De verdad. Sé lo que pasó entre Vanesa y Pedro. —Miró a Vanesa y vio que la otra mujer estaba incluso más mortificada que Melisa. Sus mejillas estaban de color rosa y sus ojos eran un espejo de incomodidad.


—Espero que lo entiendas —dijo Vanesa—. Quiero decir que no significó nada para Pedro. Oh, Dios. Esto es incluso más incómodo que la primera vez que Juan y yo vimos a Pedro tras aquella noche.


Paula estiró el brazo para darle un apretón a la mano de Vanesa.


—Por favor, no. No pasa nada, de verdad. Admito que cuando Pedro me contó por primera vez lo que pasó, tenía miedo de conocerte. No es que me volviera loca tener que pasar tiempo con la mujer que había tenido sexo con Pedro. Odiaba la idea de imaginaros a los dos juntos. Pero una vez te conocí ya no pasaba nada. Y creo que, de muchas formas, ver la relación que tenías con Juan me ayudó a caer en la cuenta de que no había nada entre tú y Pedro excepto una profunda amistad.


—Me alegro —dijo Vanesa con sinceridad—. Adoro a Pedro. Mucho. Pero como amigo. Estoy locamente enamorada de Juan.


—Supongo que he mandado al traste cualquier oportunidad de sacarte todos los detalles sobre ti y Pedro, Paula —dijo Melisa con tristeza.


Paula se rio.


—Bueno, no. No si me dejáis que yo también os pregunte. Me muero de curiosidad por vuestros hombres también. Como por ejemplo, ¿eso que llevas es un collar de sumisa, Vanesa? ¿O es simplemente un collar normal y corriente?


Las mejillas de Vanesa se encendieron mientras tocaba con el dedo el diamante que descansaba en el hueco de su garganta.


—Es un collar de sumisa —dijo con suavidad—. Juan quería que lo llevara. Nunca me lo quito.


—¿Es el tuyo un collar de sumisa también, Paula? —preguntó Melisa.


Paula asintió.


—Vaya —murmuró Melisa—. Yo también quiero uno. Pienso que son geniales. Me encantaría que Gabriel eligiera uno y me lo pusiera. Pero no le van los collares para marcar la sumisión. Y si tengo que ser franca, a mí tampoco hasta que vi el de Vanesa. El significado que esconde es increíble.


Tanto Vanesa como Paula asintieron.


Paula se terminó el último trago de su bebida y dejó el vaso en la mesa que había frente al sofá.


Tenía un zumbido bastante sonoro en los oídos, pero no estaba ni mucho menos borracha. Se quitó los tacones y estiró los doloridos dedos de los pies casi suspirando de alegría.


—Oh, mira. Ahí está Juan—dijo Melisa.


Se había puesto de pie y había caminado hasta la zona acristalada del reservado para mirar a la pista de baile.


Se giró hacia Vanesa.


—¿Ha llegado temprano? ¿O no hemos estado bebiendo lo suficiente?


—No creo que hayamos bebido mucho —dijo Vanesa con arrepentimiento.


—Bueno, tenemos que arreglar esto. ¡Y la única manera que conozco de emborracharnos en un tiempo récord es a base de chupitos!


—Oh —dijo Paula—. Yo nunca me he tomado un chupito de nada.


—No pasa nada —dijo Melisa—. Tras el primero, el sabor de los demás ni lo notas.


Justo entonces la puerta se abrió y el resto de las chicas entraron haciendo bastante ruido. La camarera estaba con ellas. Esta dejó las bebidas en la mesa y luego escuchó a Melisa mientras le daba instrucciones de lo que irían a beber ahora.


—¿Chupitos? —preguntó Carolina—. ¿Desde cuándo bebemos chupitos?


—Desde que no estamos lo bastante borrachas —dijo Melisa con sequedad—. Juan ya está aquí, lo cual quiere decir que no nos queda mucho más tiempo. ¡Tenemos que ponernos al día!


—Trae la botella —le dijo Chessy a la camarera—. ¡O mejor dos! Tenemos a muchas mujeres aquí hoy.


La camarera sonrió.


—A la orden.


Todo el mundo se apiló en los sofás y en las sillas, y los zapatos volaron en todas direcciones. Un momento más tarde, la camarera volvió y comenzó a dejar una línea de vasos de chupitos en la mesa.


—¿Todo el mundo tiene uno? —gritó Trish.


Tras un coro de síes, Gina levantó su vaso para hacer un brindis. Todo el mundo levantó el suyo y luego entre gritos de «¡Venga, venga, venga!» se tragaron el primer chupito.


El fuego ardió en la garganta de Paula. Ella tosió y escupió tanto que los ojos le lagrimearon. Podía sentirlo en su vientre. Maldita sea, lo sentía incluso viajar hasta su vejiga. 


Estaba sobre su vejiga, ardiente y revuelto. Necesitaba ir a hacer pis.


—¡Vamos a por el siguiente! —las alentó Trish.


Cogieron los siguientes vasos, los alzaron tal y como lo habían hecho con los anteriores y luego volvieron a vaciar su contenido dentro de sus bocas.


Una risa entre dientes se escuchó desde la puerta. Todas se giraron y vieron a Juan de pie con Brandon. Los dos parecían divertidos. Juan directamente se estaba riendo. 


Luego Juan se apartó y Belen apareció en la puerta, con el rostro sonrojado y los ojos brillantes.


Tras ella se encontraba Sergio Wellington. La tenía agarrada del codo, pero la soltó cuando ella se encaminó hacia delante.


—Siento llegar tarde —dijo sin aliento—. ¿Me habéis guardado alguno para mí?


Gina lanzó un vaso en dirección a Belen. La joven lo agarró y lo puso sobre la mesa para que Melisa pudiera servirle un chupito de la botella de tequila que la camarera había traído. 


Estaban locas.


Todas. Paula incluida. Tenían que estar todas chifladas para hacer esto. Tendrían una resaca impresionante por la mañana, pero por ahora, se lo estaban pasando de miedo.


—Estaba muy celosa de vosotras, chicas —dijo Belen con tristeza.


Vanesa ladeó la cabeza.


—¿Por qué?


—Porque todas tenéis un hombre con el que volver a casa. Todo de lo que habéis hablado es de lo monas que os ven cuando estáis borrachas. De cómo os quitan esos vestidos y os follan con los tacones puestos. —Su expresión se atenuó—. Yo nunca he tenido a ningún hombre que quisiera hacer eso.


—Ahora sí —dijo Sergio desde la puerta arrastrando las palabras.


Belen se puso roja como un tomate, pero el calor crepitó en su mirada mientras se giraba para mirar a Sergio, que aún seguía de pie en la puerta.


—Dios mío —murmuró Melisa—. Belen, nena, yo diría que has pillado esta noche.


Belen sonrió.


—¡A lo mejor sí!


—Nada de «a lo mejor», nena —dijo Sergio gruñendo levemente—. Diviértete con tus amigas, pero cuando acabes, te vienes a casa conmigo.


—Creo que me acabo de correr —murmuró Gina en voz baja.


—No es coña —dijo Trish—. Tengo que cambiarme de bragas. Dios santo, Belen. ¡Está buenísimo!


La sonrisa de Belen era de cien vatios o más. Alargó la mano hasta el chupito y se lo tragó apresuradamente.


—¿Esto lo hacen regularmente? —preguntó Sergio con la diversión bastante presente en su voz.


—Sí —tanto Juan como Brandon respondieron al unísono.


—¿Cómo es que la habitación está dando vueltas? —preguntó Paula poniéndose bizca mientras intentaba seguir los movimientos—. Sergio, Brandon dijo que era tu club. ¿Por qué da vueltas?


Sergio se rio entre dientes.


—No da vueltas, nena. Es el alcohol.


—¿Entonces por qué sirves alcohol que hace que a la gente le dé vueltas la cabeza? —preguntó Vanesa con una voz perpleja.


Juan se rio esta vez.


—Se ponen peor —dijo Brandon con un suspiro—. Solo acaban de empezar.


La camarera volvió para recoger los vasos vacíos y reemplazarlos por otros limpios. Miró cómo iba la botella que les había dejado antes y luego depositó una nueva en la mesa.


—Esa tía mola —murmuró Carolina mientras cogía otro chupito—. Deberíamos llevárnosla con nosotros a Las Vegas, Brandon.


—¡Bebed, chicas! ¡La noche aún es joven! —coreó Chessy.


Paula se bebió dos chupitos más pero sus ojos la abandonaron durante todo el tiempo. Estaba mareada. De ninguna forma podría digerir más alcohol sin vomitar. La habitación daba vueltas como si fuera un maldito tiovivo. Y a todas las veía doble, por lo que el reservado que ya de por sí estaba abarrotado, parecía estarlo todavía más.


—¿Qué os parece algo de música? —espetó Melisa—. ¿Hemos terminado de hablar por un rato? ¿Quién quiere bailar conmigo?


Paula levantó la mano.


—¡Yo! Pero alguien tiene que ayudarme a ponerme de pie.


Tiraron de ella por lo menos tres pares de manos. Melisa pulsó el botón que permitía que la música sonara por los altavoces. Las chicas chillaron y a continuación todas se encontraron de pie, moviéndose y restregándose las unas a las otras a ritmo de la música.


—¡Es divertido! —gritó Paula.


—¿A que sí? —le devolvió Melisa con otro grito.


—¡Gracias por invitarme! —exclamó Belen—. Me lo he pasado muy bien, y, ¡ay, Dios! Sergio quiere que me vaya a su casa después. ¿Debería ir o no?


Paula lanzó una mirada mareada a la puerta donde los hombres seguían de pie y habían escuchado casi con total seguridad la ebria pregunta de Belen.


Los labios de Sergio se torcieron, divertidos.


—¿Cuenta mi voto?


Paula se giró hacia Belen.


—¿Tú quieres ir?


Belen parpadeó.


—Sí. Sí que quiero.


—Siempre y cuando me dé toda la información de contacto para que pueda llamarte por la mañana y asegurarme de que no te ha asesinado mientras duermes, entonces, de acuerdo. A por ello —la urgió Paula.


Oyeron más risas procedentes de la puerta pero Paula las ignoró. Se lo estaba pasando demasiado bien bailando con sus nuevas amigas. Y todas eran geniales. Tal y como Pedro le había dicho.


Cerró los ojos y pegó su espalda contra la de Melisa mientras ambas se contoneaban con las manos arriba y meneando los culos todo el tiempo.