viernes, 12 de febrero de 2016

CAPITULO 46 (TERCERA PARTE)




Paula se las arregló para sentarse en la cama con la ayuda de varias almohadas, que no era poco, considerando el dolor intenso que sentía en las costillas. Pero tras varios días, haberla pasado a una unidad menos crítica y finalmente a planta, ya podía sentarse y moverse un poco. Y lo más
importante, ¡podía comer!


No es que le hubieran traído comida de verdad, o remotamente deliciosa, pero había estado tan hambrienta que se había lanzado sobre el pudin y la gelatina como si fuera maná del cielo.


Pedro había ido a por Gabriel, Juan, Melisa, Vanesa, e incluso Belen, para traerlos hasta la habitación.


Se sentía extremadamente acomplejada por el aspecto tan horrible que tenía, pero tenía tantas ganas de tener compañía, que le daba igual. Ni todo el maquillaje del mundo podría arreglar su apariencia, pero con suerte los moratones se curarían rápido.


Algunos ya habían cambiado el color morado, casi negro, por el verde y amarillo. No quería ni saber el aspecto que tendría el resto de su cuerpo. Había evitado mirarse cuando Pedro la había ayudado a ducharse.


La puerta se abrió y Paula levantó la mirada con ansia mientras todos comenzaban a entrar por la puerta. Pedro iba el primero, y justo detrás de él estaban Melisa, Vanesa y Belen. Se acercaron a la cama, le dieron pequeños abrazos y exclamaron lo mucho mejor que se la veía. Eran unas completas mentirosas, pero las quería por ello.


Para su sorpresa, Sergio Wellington entró con Gabriel y Juan. Paula arqueó una ceja en la dirección de Belen, y esta se ruborizó como una adolescente a la que hubieran pillado liándose con el quarterback del instituto.


—Ha insistido en venir —susurró Belen—. No me ha dejado sola desde que todo esto ocurrió.


—Exactamente —gruñó Sergio—. No voy a dejar que un gilipollas se acerque a ti y te haga daño. Ya es bastante malo que lo haya conseguido con Paula.


—Suena muy posesivo —le susurró Paula a Belen—. ¿Significa eso que todo va viento en popa?


Los ojos de Belen brillaron y ella asintió con vigor.


—Oh, sí. Totalmente.


Paula le dio un apretón a su mano con los dedos que no estaban escayolados.


—Me alegro.


—¿Cómo te sientes? —preguntó Melisa ansiosa.


—Mejor —dijo Paula.


Al ver la mirada escéptica de Pedro, ella se ruborizó.


—De acuerdo. No me siento de maravilla, pero sí que estoy mejor. Ya me puedo sentar sin sentir como si mi pecho estuviera ardiendo. Y puedo respirar con normalidad otra vez. Me han quitado el oxígeno esta mañana.


—¡Eso es maravilloso, Paula! —exclamó Vanesa—. Hemos estado muy preocupados por ti.


—¿Cómo estáis vosotras? —preguntó Paula en voz baja. Pero la pregunta estuvo dirigida principalmente a Melisa. Pedro le había contado todo lo acontecido entre Melisa y Charles Willis.


—Estamos bien —dijo Melisa, pero sus ojos aún se veían torturados—. Aún sigo sintiendo que es todo por mi culpa. Yo soy la que lo enfadó.


Paula negó con la cabeza y se encogió debido al dolor que eso le causó.


—Es un imbécil, Melisa. No tienes que culparte por sus actos.


—Muy cierto —gruñó Pedro.


—Yo odio tener el mismo apellido que él —dijo Vanesa haciendo una mueca de desagrado—. ¡No quiero que nadie piense que estamos relacionados!


Melisa puso los ojos en blanco.


—Vaya, como que Willis no es un apellido común, qué va.


—No te tendrás que preocupar por eso dentro de poco, nena —dijo Juan con la satisfacción escrita en su cara—. Tu apellido pronto será Crestwell.


Vanesa se ruborizó de felicidad y automáticamente bajó la mirada hasta el anillo que descansaba en su mano izquierda. Y era un anillo precioso. Tenía un diamante enorme, que quedaba espectacular.


Era increíblemente caro y le iba a la perfección.


—Hablando de eso, ¿habéis decidido ya una fecha? —preguntó Paula.


Juan pareció entristecerse y Vanesa se rio.


—Estamos en ello. No voy a planear nada hasta que estés plenamente recuperada y puedas acompañarme a la boda.


A Paula se le derritió el corazón. Sonrió de oreja a oreja para hacerle saber lo mucho que apreciaba ese gesto.


—No me lo perdería por nada del mundo —dijo—. Aunque estuviera escayolada. ¡No me esperéis a mí! No quiero retrasar vuestro gran día.


—No sería lo mismo sin ti —dijo Vanesa, poniendo una mano sobre la de Paula—. Quiero que estés allí. ¡Y Belen también! Todas las chicas estarán allí. Caro me ha prometido que vendrá aunque tenga que volar desde Las Vegas.


Sergio se aclaró la garganta.


—Eso no será un problema. Si Belen y yo estamos en Las Vegas para entonces, volaremos en mi jet y traeremos a Brandon y a Caro con nosotros.


Paula abrió los ojos como platos y desvió su mirada hasta Belen.


—¿Te vas a Las Vegas con él?


—Sí —se adelantó Sergio antes de que Belen pudiera responder.


Pedro entrecerró los ojos pero permaneció en silencio. Paula no tenía ninguna duda de que hablaría de esto con su hermana. Y con Sergio también.


—Gracias —le dijo Vanesa a Sergio agachando la cabeza con timidez—. Significa mucho para mí que te asegures de que puedan venir.


—No me lo perdería —dijo Sergio con una sonrisa dibujada en su robusto rostro—. Quizás el veros casaros a vosotros persuada a Belen para dar el gran paso otra vez. Su exmarido fue un imbécil por dejarla ir, pero yo no cometeré el mismo error.


Guau. ¡El tío iba rápido! Paula le envió otra mirada a Belen y vio que el rostro de la mujer estaba lleno de consternación. Parecía que, aunque Sergio quería moverse rápido, Belen no estaba del todo segura todavía. Sin embargo, ella apostaba por Sergio. Le había dado la sensación de que era un hombre bastante decidido cuando quería algo. Tal y como eran los otros hombres que se encontraban en la habitación.


—Supongo que no habréis traído comida, ¿verdad? —preguntó Paula, esperanzada—. Estoy famélica y todo lo que me dan es líquido, lo cual significa mucho caldo de pollo y gelatina.


Pedro le lanzó una mirada recriminadora.


—Nada de comida de verdad todavía, nena. No hasta mañana, e incluso entonces empezarás poco a poco.


Ella suspiró.


—Tenía que intentarlo. A lo mejor las chicas me dan algo a escondidas cuando vosotros no estéis mirando.


Mientras lo decía, las miró de un modo suplicante que hizo que todos comenzaran a reírse.


—Estamos en ello —dijo Melisa con firmeza, fulminando a Pedro con la mirada.


Pedro sacudió la cabeza y puso los ojos en blanco.


—Recordad que tenéis que pasar por encima de mí primero.


—Tendrás que dormir alguna vez —dijo Vanesa en voz baja—. Si el olor a comida te despierta por casualidad, estoy segura de que provendrá de la habitación de al lado.


Todos se rieron y Paula sintió cómo el pecho se le aligeraba. 


Las cosas irían bien. Ella superaría esto. El médico incluso le había dicho que podría irse a casa en un día o dos si seguía mejorando como hasta ahora. Tras haber estado tantos días en el hospital, estaba que se subía por las paredes.


No había podido salir de la cama excepto para ducharse o ir al baño. Se moría por ponerse en pie y estirarse. Cualquier cosa excepto estar tumbada en esta cama durante todo el día.


Hablaron más, se rieron, soltaron bromas y charlaron hasta que Paula comenzó a bostezar porque el cansancio se estaba apoderando de ella. Pedro se dio cuenta y les mandó a los otros una mirada no muy sutil. Ellos pillaron la indirecta de inmediato y anunciaron que se iban.


Se agruparon alrededor de la cama de Paula para darle leves abrazos y besos. Incluso Sergio le dio un beso en la mejilla antes de retroceder para pegar a Belen contra su costado.


—Odio que os tengáis que ir tan pronto —dijo Paula con tristeza—. Me aburre como una ostra estar tumbada en la cama todo el día. ¡Estoy a punto de subirme por las paredes!


—Volveremos pronto —prometió Melisa—. ¡Y te traeremos comida!


Melisa le envió a Pedro otra mirada de advertencia mientras decía esto último.


—¡Lo esperaré con ansia! —dijo Paula.


Pedro se inclinó y la besó suavemente en la boca.


—Voy a acompañarlos hasta fuera, cariño. Pero volveré enseguida, ¿de acuerdo? ¿Quieres que te traiga algo caliente para beber? El médico dijo que podías tomar café o chocolate caliente.


—Oh, eso suena divino —suspiró Paula—. Un café sería perfecto. ¿Me lo puedes traer con leche?


Pedro sonrió.


—Lo que sea por ti. Veré qué puedo hacer.


—Lo que sea menos comida, querrás decir —gruñó Paula.


Él la acarició por un lado de la cabeza y le dio una palmadita cariñosa.


—Lo que sea menos comida.


Ella lo echó con la mano y se volvió a recostar contra las almohadas, combándose peligrosamente hacia un lado. La visita la había agotado. A lo mejor no se había recuperado tanto como a ella le gustaría creer. Pero se alegraba de que hubieran venido todos.


Todos salieron por la puerta, pero Pedro se giró y le envió una mirada llena de amor que hizo que se le cortara la respiración. Luego se volvió a girar y cerró la puerta silenciosamente a su espalda.


Paula suspiró y cerró los ojos, aprovechando el momento para descansar. Se había empezado a quedar dormida cuando oyó que la puerta se abría. No había podido dormir tanto. A Pedro no le habría dado tiempo a bajar con sus amigos, conseguirle el café y luego volver.


Dos hombres vestidos con traje de chaqueta aparecieron en la puerta y ella los reconoció como los detectives de policía que la habían interrogado tras haber sido hospitalizada. No recordaba mucho de la conversación. Ella había estado adormilada, dolorida y dopada por los calmantes. Pero a lo mejor habían arrestado a Charles. Esta vez había hecho lo que debería haber hecho cuando Martin la agredió. Había presentado cargos. Quería que Charles fuera a la cárcel por lo que había hecho porque estaba aterrorizada por lo que Ash podría llegar a hacerle.


—Señorita Chaves, nos gustaría hacerle unas preguntas, si no le importa. ¿Recuerda a mi compañero, Clinton? Yo soy el detective Starks. La última vez que nos vimos fue justo después de ser agredida. No estoy seguro de lo mucho que recordará.


—Le recuerdo, detective Starks. Y no, no me importa. ¿Lo han arrestado ya?


—Eso era lo que queríamos hablar con usted —dijo Starks con un tono neutro.


La expresión en sus rostros puso a Paula de inmediato en guardia. Los miró a ambos de forma intermitente, intentando averiguar qué era lo que pasaba.


—Charles Willis fue encontrado brutalmente asesinado esta mañana —soltó Starks sin rodeos—. Nos gustaría saber quién lo mató.






CAPITULO 45 (TERCERA PARTE)




—¿Cómo está? —preguntó Melisa ansiosamente cuando Pedro entró en la sala de espera de la UCI—.¿Se ha despertado ya?


Pedro estrechó a Melisa en un abrazo y luego rodeó a Vanesa con el brazo, quien llevaba la misma expresión preocupada y seria. Detestaba que esto las tocara a ellas, de que las hubieran amenazado y que ahora tuvieran que vivir con ese conocimiento.


Y más que eso, odiaba que el pasado de Melisa se hubiera visto arrastrado hasta el presente. La vergüenza brillaba con fuerza en sus ojos. Se culpaba por algo de lo que no tenía culpa alguna. No era su culpa que Charles Willis fuera un maldito cobarde que acosaba a mujeres para conseguir lo que quería. Pedro estaba muy cabreado por que Charles hubiera instalado el miedo en los ojos de Melisa y Vanesa. Y más que eso, lo enfurecía que Paula hubiera acabado con moratones y huesos rotos por culpa de la agresión de Charles.


El hombre lo pagaría. Solo era cuestión de tiempo.


Gabriel y Juan también miraron a Pedro con expectación mientras esperaban a que los pusiera al día sobre el estado de Paula. Ninguno de los hombres había dormido desde que todo esto había empezado.


Estaban demasiado preocupados de que Melisa o Vanesa pudieran ser las siguientes, así que habían tomado medidas para asegurarse de que ninguna de ellas estuviera nunca en peligro.


Melisa y Vanesa no estaban muy contentas con esa decisión, pero no objetaron nada.


—Se despertó durante unos pocos minutos —informó Pedro.


—Oh, eso es maravilloso —dijo Vanesa en voz baja—. ¿Cómo está?


—Le duele mucho todo el cuerpo. Le han dado algo contra el dolor y ha vuelto a quedarse dormida. Consiguió decir algunas cosas. Está confundida. Estaba muy preocupada por Melisa y Vanesa. No recordaba habernos advertido sobre Charles, así que estaba inquieta por decirle a Gabriel y a Juan que habían amenazado a Melisa y Vanesa.


—Maldito cabrón —murmuró Juan—. ¿Qué ha dicho el médico?


—¿Cuándo podremos verla? —preguntó Melisa con ansiedad.


—Quizás la próxima vez que se despierte —dijo Pedro—. Y el médico ha dicho que está progresando muy rápido. Han podido quitarle el tubo del pecho y ya respira por sí sola con la ayuda del oxígeno. Seguramente la muevan a una unidad menos crítica mañana si continúa bien y no muestra signos de infección.


—Eso es maravilloso —comentó Vanesa.


—Estoy muy cabreada de que le haya pasado esto a ella —dijo Melisa al borde de las lágrimas.


Gabriel inmediatamente se acercó a ella, le rodeó la cintura con un brazo y la pegó contra su costado.


—Es por mi culpa —continuó. Las lágrimas ya resbalaban por sus mejillas—. Debería haber sido yo, y no ella.


Pedro gruñó y Gabriel no estaba mucho mejor. La culpabilidad pesaba sobre sus ojos. Se lo veía demacrado, gris, y de repente aparentaba mucho más de treinta y nueve años.


—Esos son estupideces —gruñó Juan—. No es culpa tuya, Melisa. No voy a permitir que lo digas.


—Todos sabemos que es por mi culpa —dijo Gabriel, serio—. Si me hubiera encargado del cabronazo la primera vez, ahora nosotros no estaríamos aquí, ni Paula estaría descansando en una cama de hospital.


Pedro no iba a refutarle aquello. Si hubiera sido él, y lo que pasó con Melisa le hubiera ocurrido a Paula, Pedro se habría encargado del problema entonces. Pero atribuirse la culpa no les traía nada bueno.


Gabriel ya se estaba torturando lo suficiente él solito sin que Pedro o Juan le echaran más carga encima.


Juan le envió a Gabriel una mirada sombría que decía que aún no había perdonado al otro hombre por lo acontecido en París, ni por el intento de Charles de chantajear a Melisa. Pero permaneció callado y con los labios apretados en una fina línea.


—No importa. Ya me he encargado de ello —dijo Pedro—. Hay cosas más importantes ahora por las que preocuparnos.


Juan lanzó una mirada preocupada en la dirección de Pedro, pero este la ignoró. No iba a entrar en detalles estando Melisa y Vanesa presentes. Ya tenían suficiente de lo que preocuparse sin tener que añadirles ese peso extra encima.


—Tengo que recompensar a Paula por muchas cosas —continuó Pedro—. Además del hecho de estar tumbada en una cama de hospital, sufriendo como no está escrito, también está el tema de las pinturas que compré. Le hice daño al hacerlo y al ocultárselo. Necesito vuestra ayuda.


—Sabes que haremos lo que sea —dijo Vanesa.


Pedro la apretó contra él ya que seguía teniendo el brazo alrededor de su cintura.


—Gracias, cariño. Significa mucho.


—¿Qué quieres que hagamos? —preguntó Gabriel.


—Quiero organizar una exposición de arte para ella y quiero hacerla a lo grande. Necesito que os cobréis cada favor que tengáis pendientes para hacer que sea enorme. Podemos utilizar el salón en el Bentley, y asegurarnos de que todo el mundo que sea importante esté invitado y de que el evento esté calificado como el evento de obligada asistencia del año. Políticos, celebridades, todo el mundo.
Quiero que Paula tenga una velada donde su arte brille y que le demuestre que tiene un talento increíble. Solo necesita la publicidad correcta.


—De acuerdo. ¿Cuándo? —preguntó Juan.


—Tendrá que ser dentro de un par de meses. Quiero asegurarme de que Paula esté lo bastante recuperada como para que pueda disfrutar de su gran noche. Lo último que querría es aparecer en su propio evento llena de moratones y con una escayola. Pero tenemos que empezar a movernos ahora para que todo salga perfecto.


—Sin problemas —dijo Gabriel.


—Gracias —murmuró Pedro—. Significa mucho para mí que siempre me apoyéis.


Melisa se soltó del agarre de Gabriel y abrazó a Pedro con fuerza.


—Te queremos, Pedro. Y queremos a Paula también. Nos encantará ayudar. Solo dinos si necesitas algo más.


Los labios de Pedro se curvaron en una media sonrisa.


—Pues, de hecho, sí que hay algo más.


—Qué —dijo Vanesa.


—Necesito que os quedéis aquí en caso de que Paula se despierte otra vez. Tengo que ir a comprar un anillo.


Las sonrisas de felicidad de Melisa y Vanesa le derritieron el corazón. Las abrazó a ambas y les dio un beso en la sien.


Y luego se fue a Tiffany’s para comprar el anillo de Paula.






CAPITULO 44 (TERCERA PARTE)




Dolor. La atravesaba como si un martillo no cesara en el empeño de clavarle un clavo en la cabeza. Le dolía todo. Le dolía respirar. Le dolía abrir los ojos.


Había voces, o al menos una voz. Era difícil de distinguir porque tenía un pitido ensordecedor en los oídos que no podía hacer desaparecer.


Y luego también una mano, suave y cálida, sobre su frente. 


Un beso. Palabras dulces susurradas sobre su piel. Suspiró ligeramente y luego se arrepintió porque el dolor se extendió como fuego por su pecho.


—D… duele —dijo con una voz llena de dolor, que desconocía siquiera si era audible.


—Ya lo sé, nena. La enfermera ya viene para darte algo para el dolor.


—¿Pedro? —susurró.


—Sí, cariño, soy yo. Abre esos preciosos ojos para mí y me verás justo aquí.


Ella lo intentó. De verdad que sí. Pero sus ojos no querían cooperar, y dolía mucho el simple hecho de intentarlo.


—No puedo —se las arregló para decir a través de sus labios doloridos e hinchados.


Una vez más, Pedro pegó los labios contra su frente y ella sintió su mano en el pelo. Era agradable.


Esa era la única parte del cuerpo que no le dolía.


—No pasa nada —la tranquilizó—. No lo intentes demasiado. Solo quiero que sepas que estoy contigo y que te vas a poner bien.


Pero aun así, quería verlo. Quería cerciorarse de que su imaginación no le estaba jugando una mala pasada. Se abrazó a sí misma contra el dolor y lo intentó con más fuerza. Un pequeño rayo de luz le quemó los globos oculares y ella volvió a cerrar los ojos de nuevo. Se quedó ahí tumbada, casi jadeante por el esfuerzo y por la agonía que ese pequeño movimiento le había provocado. Luego lo
intentó otra vez, y esta vez ya estaba preparada para la luz.


Al principio vio una neblina un tanto borrosa, pero inmediatamente después, él se movió dentro de su campo de visión.


—Hola, preciosa —le dijo con suavidad.


Ella intentó sonreír, pero eso dolía también, así que simplemente se quedó allí, parpadeando lentamente para poder verlo con más claridad.


—Hola —le devolvió con la misma voz.


Para su completa sorpresa, Pedro tenía los ojos brillantes de la humedad y tenía un aspecto horrible.


No se había afeitado, su pelo estaba desordenado y parecía haber dormido con la ropa que llevaba puesta.


Paula se relamió los labios y gimió suavemente.


—¿Q… qué me ha pasado?


Pedro frunció el ceño y sus ojos se pusieron serios.


—¿No te acuerdas?


Se concentró con fuerza pero todo estaba borroso.


—¿Cuánto tiempo?


Él le tocó el pelo con una expresión preocupada en el rostro.


—¿Cuánto tiempo qué, mi amor?


—He estado aquí.


—Dos días —dijo.


Ella abrió los ojos como platos de la sorpresa a pesar del malestar que eso le provocó.


—¿Dos días?


—Sí, nena. Has estado en la UCI dos días. Nos has dado un buen susto.


—¿Voy a ponerme bien?


Esa era una pregunta que tenía miedo de formular, pero tenía que saberlo. No le dolería tanto el cuerpo si no fuese grave.


Él suavizó la expresión de su rostro y sus ojos se volvieron cariñosos y se llenaron de amor.


—Vas a estar bien. No permitiré ninguna otra posibilidad.


—Lo siento —dijo ella con un suspiro.


Pedro echó la cabeza hacia atrás, sorprendido.


—¿Por qué lo sientes?


—Exageré —dijo—. No debería haberlo hecho. Lo siento. Iba a llamarte, pero entonces…


Y fue en ese momento cuando recordó todo lo que había pasado. Se le cortó la respiración al recibir el impacto de los recuerdos. Su miedo, su dolor, la preocupación por que fuera a morir. Las lágrimas se le acumularon en los ojos.


—Oh, nena —dijo Pedro con la voz llena de dolor—. No llores. Y no lo sientas. No tienes nada por lo que disculparte. Nada de nada.


—¿Quiénes eran? —susurró—. ¿Por qué me hicieron esto? ¿Por qué os odian a ti, a Gabriel y a Juan?


Él cerró los ojos y luego se inclinó hasta tocar su frente con la suya propia.


—No hablemos de esto ahora mismo, cariño. No quiero alterarte. Preferiría hablar de lo mucho que te quiero y de lo que voy a hacer para mimarte y consentirte hasta que te recuperes.


Paula tenía que preguntar otra cosa. Tenía que saber cómo estaba la situación entre ellos y si ella se había cargado toda posibilidad de estar juntos.


—¿Hemos vuelto?


Pedro sonrió de un modo tan dulce y tierno que la hizo derretirse de pies a cabeza y, además, hizo desaparecer parte del abrumador dolor que sentía en todo el cuerpo. El alivio se reflejó en sus ojos.


—Por supuesto que sí.


Los propios hombros de Paula se hundieron del alivio también.


—Me alegro —dijo suavemente.


—Dios, nena, es una tortura estar tan cerca de ti y al mismo tiempo no poder abrazarte ni besarte como quiero.


—Yo solo me alegro de que estés aquí.


—No estaría en ningún otro sitio.


Ella cerró los ojos cuando el dolor y el cansancio aumentaron. Se volvieron acuciantes, pero ella tenía muchas preguntas por hacer. Necesitaba respuestas. Necesitaba saber exactamente lo graves que eran sus lesiones. De hecho, no sabía siquiera con exactitud qué lesiones tenía.


—La enfermera está aquí, cariño. Quédate conmigo unos segundos más y el dolor desaparecerá.


—Háblame —le suplicó ella—. Solo quiero oír tu voz. Quédate aquí y cuéntame lo que ocurrió y lo grave que es. Tengo que saberlo.


Él le pasó una mano por la frente mientras la enfermera le inyectaba el calmante para el dolor por la vía intravenosa. Paula sintió una ligera quemazón por todo el brazo y luego, justo detrás, un alivio maravilloso. Un sentimiento de euforia la envolvió. Se sentía ligera y como si estuviera en una nube.


El techo de repente parecía estar justo encima de ella y Paula ahogó un grito.


—¿Estás bien? —preguntó Pedro con preocupación.


—Sí.


Él se quedó callado y ella abrió los ojos presa del pánico para intentar ver adónde se había ido.


—Estoy aquí, cariño. No me voy a ir, te lo prometo.


—Háblame —le dijo de nuevo, grogui y adormilada. 


Pero no se quería ir a dormir. Todavía no.


Pedro la besó en la frente.


—Dame un minuto, nena. Quiero hablar con la enfermera sobre ti, pero volveré enseguida.¿Puedes mantenerte despierta por mí?


—Ajá.


Ella lo sintió alejarse y de repente el frío la atravesó. Odiaba esa sensación. El miedo y el pánico se instalaron en cada uno de sus huesos. Sus labios temblaron, pero estaban tan inflamados que los sentía raros, como si fueran diez veces más grandes.


O a lo mejor solo era la medicación.


¿Por qué le dolía tanto respirar? Fue entonces cuando se percató del oxígeno que estaba entrando en su organismo a través de sus orificios nasales. El pecho lo tenía muy tenso y los músculos le dolían desde la cabeza a los pies.


¿Habían querido matarla? Pero no, ese no podía ser el caso. 


Le habían dado un mensaje para que se lo trasmitiera a Pedro


¿Se lo habría dicho?


El miedo se apoderó de ella otra vez. ¡Tenía que decírselo! Melisa y Vanesa estaban en peligro, y nunca se perdonaría a sí misma si sufrieran algún daño por no haber advertido a Gabriel y a Juan.


Pedro —lo llamó tan fuerte como pudo.


—Estoy aquí, nena. ¿Qué pasa? Tienes que calmarte y respirar más despacio. Vas muy rápido. ¿Puedes hacer eso por mí?


Ella respiró hondo e intentó tranquilizarse. La presión que se le estaba formando en el pecho era intensa. Inspiró de nuevo, luego soltó el aire y lo intentó otra vez.


—¿Qué pasa, Paula? ¿De qué tienes miedo?


—Melisa. Vanesa —graznó—. Les harán daño como a mí. Tengo que decírselo a Gabriel y a Juan.


—Ya están avisados —la tranquilizó—. Ya nos lo dijiste. Gabriel y Juan se están asegurando de que Melisa y Vanesa estén a salvo. No tienes que preocuparte por ellas. Y me he ocupado de Belu también.Te hará feliz saber que Sergio la tiene encerrada bajo llave.


Ella intentó sonreír. Y puede que incluso lo hubiera medio logrado a juzgar por la expresión de felicidad que estaba dibujada en el rostro de Pedro.


Luego volvió a ponerse seria porque la gran pregunta aún seguía sin tener respuesta. Y cada vez se sentía más y más adormilada. Se le estaba haciendo más complicado mantenerse despierta. No quería nada más que ceder al sueño, donde no había dolor ni preocupaciones. Nada excepto un negro vacío y nada más.


—¿Por qué?


Pedro suspiró. No intentó siquiera malentenderla.


—Te hirieron por mi culpa —dijo con el dolor bien presente en su voz—. Por mi negocio. Por mí, Gabriel y Juan. El tío es un cabrón que ya le hizo daño a Melisa antes. Yo no lo sabía, pero él y Gabriel tienen un pasado. Contraatacó porque nosotros lo dejamos fuera de una transacción y nos negamos a hacer negocios con él. No va a volver a ocurrir, Paula. Te lo juro.


La resolución en sus palabras preocupó a Josie. Era la misma que cuando habló de Martin y del hecho de que ya no volvería a ser un problema.


—¿Qué has hecho? —susurró.


—Nada de lo que tengas que preocuparte —le dijo mientras le daba otro beso en la frente.


Ella frunció el ceño; los ojos ya los tenía medio cerrados. 


Luchó por mantenerse despierta y centrada.


—Esa no es una respuesta —masculló.


—Lo es —insistió—. No quiero que te preocupes por nada que no sea ponerte buena. Esto no te va a salpicar,Paula. Nunca.


—No quiero perderte —susurró ella.


Pedro le acarició el pelo y sus ojos se llenaron de amor.


—No me perderás. Nunca. Siempre voy a estar aquí.


—Está bien.


—Descansa ahora, nena. Estás a punto de quedarte dormida. Duerme tranquila. Estaré aquí cuando te despiertes.


Ella luchó por quedarse despierta tanto como le llevara susurrar las palabras. Palabras que no le había dicho antes.


—Te quiero.


Esta vez las lágrimas aparecieron en los ojos de Pedro, y transformaron su color verde en uno más aguamarina. Se le cortó la respiración, que salía de modo irregular a través de sus labios, mientras la miraba fijamente.


—Yo también te quiero, cariño. Ahora descansa. Estaré aquí cuidándote mientras duermes.


Ella cedió y cerró los ojos, rindiéndose ante la fuerza de la medicación. Pero aún era consciente de la cálida mano que le acariciaba la frente. Y de los labios pegados contra susien.