sábado, 6 de febrero de 2016

CAPITULO 26 (TERCERA PARTE)





Cuando Paula vio el restaurante donde ella y Pedro habían quedado con sus amigos, la inquietud se
apoderó de ella. Era un restaurante que Martin frecuentaba a menudo. Era su lugar favorito para comer, un lugar al que la había llevado a ella muchas veces.


Deshaciéndose de su momentánea vacilación, se situó junto a Pedro y este le pasó el brazo a su alrededor para agarrarla con firmeza a la vez que entraban. Si se encontraba con Martin, y parecía bastante probable ya que él cenaba aquí casi todos los domingos por la noche, no actuaría como si
estuviera avergonzada de nada. Definitivamente no de que la hubiera atacado. Y por supuesto tampoco de salir con Pedro a pesar de lo rápido que hubiera empezado otra relación tras haber roto con Martin.


—¿Te pasa algo? —murmuró Pedro mientras el servicio los llevaba hasta su mesa.


Ella negó con la cabeza y sonrió alegremente.


—No estarás nerviosa, ¿verdad? Relájate, cariño. Te adorarán.


Esta vez la sonrisa vino con mucha más facilidad.


—No estoy preocupada, Pedro. De verdad.


Pedro la pegó contra su costado.


—Bien. Quiero que te lo pases bien.


Cuando llegaron a la mesa, que estaba situada en la esquina más alejada donde tendrían silencio y privacidad, Paula vio que sus amigos ya estaban allí.


Parpadeó cuando pudo ver a los dos hombres que se levantaron una vez ella y Pedro llegaron a la mesa. Virgen santa, madre de Dios. Por separado, cada uno de ellos era guapísimo. Pero juntos eran el paradigma de la belleza absoluta mezclada con arrogancia y dinero.


Paula no se paró a mirar a las dos mujeres que estaban sentadas porque… ¿hola? Ella era una mujer, ¿cómo podría siquiera ver más allá de esos tres machos alfa que se habían juntado ante sus narices?


—Paula, te presento a mis amigos y socios de trabajo, Gabriel Hamilton y Juan Crestwell.


El que se llamaba Gabriel dio un paso al frente con una sonrisa enorme dibujada en su pétreo rostro.


Extendió su mano y ella se estremeció cuando sus pieles hicieron contacto.


—Me alegro mucho de conocerte, Paula —dijo Gabriel con una voz ronca que gritaba sexualidad en cada palabra—. Lo había estado esperando con ansia.


—Es un placer conocerte a ti también —murmuró Paula.


Se volvió hacia Juan y tragó saliva. El hombre era el polo opuesto de Pedro. Serio y pensativo donde Pedro era más despreocupado y aparentemente menos pensativo, pero Paula sabía que las apariencias engañaban. La de Pedro era completamente contraria a su verdadera personalidad. Podría parecer relajado y despreocupado, pero era totalmente serio. Al menos con ella lo era.


Juan se inclinó hacia delante y la besó en ambas mejillas antes de separarse con una sonrisa que hacía que sus ojos marrones parecieran sensuales y seductores.


—He oído hablar mucho de ti, Paula. Me alegro de que Pedro por fin te dejara salir de su apartamento el tiempo suficiente para encontrarte con todos nosotros.


Ella se rio y se relajó y luego centró su atención en las dos mujeres por las que se moría locamente de curiosidad. Cualquiera que se las arreglara para capturar y cautivar a dos hombres como Gabriel y Juan tenía que ser increíblemente especial. Según Pedro, ambos estaban totalmente cautivados y completa e irremediablemente enamorados.


Ella quería eso. Lo ansiaba. Lo quería con Pedro, y si sus palabras eran ciertas, estaban en ello. Aún la desconcertaba que hubiera ocurrido tan rápido, pero luego él le explicó que había ocurrido exactamente igual de rápido con sus amigos. 


Con ese historial, a lo mejor no era tan raro que la relación entre ella y Pedro se hubiera vuelto tan seria en tan poco tiempo.


—Cariño, te presento a dos mujeres muy especiales, Melisa y Vanesa. Melisa es la recién casada y estoy seguro de que si Jace se sale con la suya, Paula no se quedará muy atrás en lo que al matrimonio se refiere.


—Totalmente cierto —gruñó Juan.


—Hola, Paula —dijo Melisa con una sonrisa abierta y simpática. Era la hermana de Juan según le había dicho Pedro y ahora Paula podía ver el parecido.


—Hola —contestó Paula—. Me alegro mucho de conoceros a ambas.


—Hola, Paula —dijo Vanesa con una sonrisa no menos simpática que la de Melisa, pero era evidente que la muchacha era más tímida y más reservada que Melisa.


Acordándose de todo lo que Pedro le había dicho sobre Vanesa, Paula la estudió y asimiló que la mujer joven sentada justo al lado de donde Juan había vuelto a tomar asiento había pasado por muchas cosas y había tenido una vida muy dura.


Y también estaba el detalle de que esa mujer había estado en la cama con Pedro. Con Pedro y Juan al mismo tiempo. Paula no sabía si sentir celos de que Vanesa hubiera tenido las manos de Pedro sobre su cuerpo, o envidia de que hubiera podido disfrutar de un trío con dos machos alfa increíblemente atractivos.


La segunda opción estaba ganando por goleada.


—Hola, Vanesa—le devolvió Paula con amabilidad—. He oído hablar mucho de todos vosotros.


Sois muy importantes para Pedro. Su familia, como él os llama. Me moría de ganas por conoceros a todos.


Pedro la llevó hasta la silla situada junto a Gabriel y frente a Vanesa y Melisa.


—Él es nuestra familia —dijo Juan con voz firme—. Y nosotros somos la suya. Por supuesto.


—Creo que es maravilloso que tenga amigos tan leales —comentó Josie en voz baja.


—Bueno, Pedro dice que eres una artista, Paula —habló Juan una vez todos estuvieron instalados en sus asientos—. Y que diseñas joyas.



Paula asintió, sintiéndose de repente cohibida por tener tanta atención centrada en ella.


—Es asombrosa —dijo Pedro—. Sus obras son preciosas.


Paula se giró hacia Pedro, sorprendida.


—Pero no las has visto. O al menos no muchas. Todavía no.


Pedro pareció incomodarse por un breve espacio de tiempo, pero luego sonrió.


—He visto en lo que estás trabajando ahora. Es muy bueno.


El calor se apoderó de sus mejillas y ella supo que se estaba ruborizando. Los cuadros en los que estaba trabajando ahora eran un poquito más eróticos que los anteriores. Pero eran única y exclusivamente para Pedro.


—¿Has diseñado tú esa gargantilla que llevas? —preguntó Melisa echándose hacia delante y con la vista fija en el collar de Paula—. ¡Es precioso!


Ahora sí que se estaba ruborizando de verdad. Estaba convencida. Pedro le dio un apretón en la mano por debajo de la mesa y ella controló su incomodidad. Esto era importante. Era lo que él quería: que no se avergonzara nunca de hacerle saber a la gente que era suya.


—No —respondió con voz ronca—. Pedro mandó que lo diseñaran por mí. Fue un regalo.


Melisa abrió los ojos como platos, entendiendo a lo que se estaba refiriendo. Sin embargo, había que agradecerle que no ahondara más en el tema y que intentara hacer desaparecer la incomodidad del momento al apresurarse a añadir algo más.


La mirada de Paula recayó entonces en la gargantilla que Vnaesa llevaba. La joven se había llevado la mano automáticamente hasta el collar en el mismo momento en que Melisa había hecho el comentario sobre el de Paula. 


Evidentemente también era un collar de sumisa. Uno que le había regalado Juan. ¿Compartían todos sus amigos sus mismas tendencias sexuales? Definitivamente, sí
que veía a Gabriel y a Juan en el rol de dominantes. Estaba claro por la forma en que miraban a Melisa y a Vanesa. Por su lenguaje corporal. Por lo protectores que eran con ellas incluso cuando estaban sentados en un sitio público.


Era posible que otros no se dieran cuenta, pero Paula sí. 


Paula estaba bien sintonizada con ese aspecto porque era el estilo de vida que ella vivía. Era una necesidad que residía en ella tal y como parecía ser también para Pedro, Gabriel y Juan


Tenía un millón de preguntas. Preguntas indiscretas que le encantaría hacer a Melisa y a Vanesa, pero se contuvo la lengua. A ella no le gustaría que las otras dos mujeres empezaran a indagar en su relación con Pedro, así que les ofreció la misma consideración. Pero eso no palió la enorme curiosidad que sentía. Quizás con el tiempo, si se hacían amigas, se sintiera más cómoda teniendo esa clase de
conversación con ellas. Pero aun así, sabía sin duda alguna que no quería tener nunca en la vida una conversación con Vanesa sobre el hecho de que había tenido un trío con Pedro y Juan. ¡Tanta envidia era imposible de manejar!


Gabriel y Juan la estaban mirando con clara curiosidad en los ojos. Seguramente sentían tanta curiosidad por ella como ella por ellos. Pero si conocían a Pedro y eran tan amigos íntimos como Pedro le había sugerido, no cabía mucha duda de que sabían la clase de relación que él prefería y que Josie era… una sumisa.


Pero si pensaba que la irían a mirar con «menos» en los ojos, o que la iban a mirar como si ellos fueran «más», estaba equivocada. No la miraban con nada más que interés. Se preocupaban por su amigo, sin duda, y seguramente estaban considerando si Paula era una buena elección para él o no.


Pedro le había dicho al principio que no había creído que Vanesa fuera buena para Juan, y de hecho había sido bastante abierto con el tema. ¿Estaban pensando lo mismo de ella sus amigos?


No quería que la consideraran indigna de Pedro. No la conocían y no quería que la juzgaran después de haberla visto tan solo una vez.


—Me encantaría ver tus obras algún día —dijo Gabriel—. Creo que nos vendría bien tener un poco de color en las oficinas. Todo lo que tenemos es un puñado de cuadros abstractos y aburridos que no los entiende nadie. ¿Crees que podrías venir a echarle un ojo algún día para intentar darle un poco de vida a las paredes?


Ella sonrió.


—Por supuesto. Me encantaría. Pero te lo advierto, mis pinturas son bastante coloridas. No me va todo ese rollo oscuro y serio. Me gustan los colores vivos. Las intensidades. Y tendría que cambiar de tema por completo, porque los cuadros en los que estoy trabajando ahora no es que sean muy apropiados para un lugar de trabajo.


Pedro tosió para ocultar su risa.


Las cejas de Juan se alzaron.


—¿Oh? Cuéntanos. ¿En qué estás trabajando?


Ella se ruborizó de nuevo sabiendo que había metido la pata.


—Nunca verás esos cuadros —dijo Pedro con un tono neutro—. Esos son solo para mí y mis ojos, pero sí que puedes venir a ver todo lo demás que quiera enseñarte.


—¡Jo, ahora tengo curiosidad! —exclamó Melisa—. ¿De qué está hablando, Paula? Ella se aclaró la garganta, avergonzada de haberse quedado ella solita con el culo al aire. Su boca siempre iba por delante que su cerebro, por desgracia.


—Esto… bueno, son algo así como eróticos —se ruborizó de nuevo—. Autorretratos. Tampoco es que tuviera a nadie más para usar de modelo.


—Oh —dijo Vanesa con la risa reflejada en sus ojos—. Sí, apuesto a que Pedro se volvería loco si enseñaras esos cuadros a la gente.


—Exactamente —murmuró Pedro—. Nadie los verá excepto yo.


Pero alguien más sí que los había visto. O al menos el primero que le había llevado al señor Downing. Lo había vendido junto a todas sus otras pinturas y el resto de esa misma serie que había llevado a la galería tras esa primera venta. Se preguntaba si a Pedro le molestaría que una persona desconocida hubiera adquirido esos cuadros en los que posaba ella. Ahora deseaba no haberlos vendido. Deseaba que fueran solo y exclusivamente para Pedro.


—Paula, estamos planeando una noche de chicas esta semana y nos encantaría que vinieras —dijo Melisa.


Gabriel y Juan no tardaron en dejar escapar un quejido, y Paula sonrió.


—¿Y esas quejas? —preguntó Paula.


Pedro se rio.


—Según todo lo que me han dicho, creo sin ninguna duda que es una muy buena idea y deberías ir.
Pero me decepcionaré si no vuelves a casa borracha perdida con un vestido muy sugerente y unos zapatos que griten a los cuatro vientos: fóllame. Me han estado torturando con eso desde la última vez que salieron todos. Ahora que voy a poder experimentarlo de primera mano, tengo que decir que estoy ansioso.


Paula les envió a todos miradas llenas de confusión.


Gabriel se rio entre dientes.


—Digamos que cuando nuestras chicas salen, se emborrachan y se divierten, pero luego vuelven a casa y se aprovechan de nosotros, sus pobres hombres.


Vanesa resopló.


—Vaya, como que no lo disfrutáis vosotros tampoco.


—No hemos dicho eso, nena —dijo Juan con la voz cargada de diversión. Sin embargo, su expresión y sus ojos lo decían todo. Ambos habían comenzado a arder mientras Juan se comía a Vanesa con la mirada.


—¿Te parece bien? —le susurró a Pedro para que los otros no los pudieran oír.


Pedro entrelazó sus dedos con los de ella por debajo de la mesa, pero enseguida le soltó la mano, le rodeó la cintura con el brazo y la acercó hacia él hasta que sus sillas chocaron y ella estaba casi en su regazo.


Era evidente que no había mentido cuando le dijo que querría tocarla y estar cerca de ella sin importarle un comino quién lo viera.


—Oh, sí, me parece perfecto —le devolvió en un murmullo—. Si al terminar la noche consigo lo que Gabriel y Juan consiguen de sus mujeres cuando salen y se emborrachan, entonces sí, por supuesto. Incluso iré a comprarte un vestido y unos zapatos para la ocasión.


Ella se rio con suavidad.


—¿Esto merece vestido nuevo y también los zapatos?


—Por supuesto.


—Yo no bebo mucho, como te dije, pero por esta vez a lo mejor tendré que hacer una excepción.


Los ojos de Pedro resplandecieron y se la quedó mirando.


—Haz una excepción. Me aseguraré de que luego no te arrepientas.







CAPITULO 25 (TERCERA PARTE)




Pedro llevó a Paula hasta el dormitorio con la mandíbula fuertemente apretada, luchando contra la urgencia de lanzarla sobre la cama y hacerla suya sin parar. Estaba inquieto. Todo el asunto de Martin aún daba tumbos en su cabeza.


Y eso solo hacía que su deseo por poseer a Paula, por reafirmar su propiedad y su posesión, fuera mucho más feroz. Era inexplicable esta urgencia que se apoderaba de él cada vez que ella estaba cerca.


Se preguntaba si disminuiría con el tiempo, y, sin saber por qué, pensó que no.


Algo así de volátil e intenso no era flor de un día. No se iría en una semana, ni en un mes, ni siquiera en un año. Se podía ver perfectamente dentro de diez o veinte años sintiendo exactamente lo mismo, lo cual le decía que ya pensaba a largo plazo, a pesar de haberse decidido a vivir día a día y sin mirar más allá del presente.


Era muy difícil pensar simplemente en el hoy cuando estaba más que resuelto a atarla a él de forma permanente. Todo lo que hiciera ahora sería para convencerla de que se quedara con él. Para mostrarle lo perfecta que era para él y, con suerte, lo perfecto que era él para ella.


Paula se giró y Pedro sintió su cuerpo desnudo cálido y suave. Ella alzó la mirada hacia él con los ojos inundados de deseo. Pedro pensaba, y a veces podría hasta jurar, que veía amor en ellos. Pero a lo mejor era lo que él quería ver. 


Ella no le había dicho nada, pero él tampoco a ella. Era demasiado precipitado. A pesar de todo lo que le hubiera dicho, solo había pasado una semana. La gente no se enamoraba en una semana.


Pero en realidad sí. Él lo había visto. Sabía que ocurría y sabía que duraba.


¿Quería que Paula lo amara?


Joder, sí. Lo quería, lo podía sentir y saborearía la dulzura en esas palabras cuando finalmente salieran de sus labios.


—¿Qué te gustaría esta noche, Pedro? —le preguntó suavemente—. Dime cómo me deseas. Has tenido un día largo, quiero hacerte sentir bien.


El corazón se le derritió. Su dulce y querida Paula, tan deseosa por complacerlo. Tan pasional y dispuesta. Toda la oscuridad que se había instalado en su persona desde que había salido de la oficina para ir tras Martin se esfumó debido a los rayos de luz que Paula desprendía. Parte de la tensión que sentía en los hombros se desvaneció cuando ella lo acarició desde los brazos hasta el cuello, donde le
rodeó el mentón con las manos.


—No voy a marcarte el trasero esta noche, nena. Eso lo hice anoche, y adoré cada minuto. Me encantan esas marcas en tu piel. Pero te dolería si lo volviera a hacer hoy.


Y él no quería que la violencia que había desencadenado apenas hacía una hora la tocara de forma alguna. Sabía que no le haría daño intencionadamente, pero no iba a arriesgarse a olvidar que se encontraba aquí y no en ese callejón oscuro donde le había dado una paliza al otro tío.


No se arrepentía de lo que había hecho, pero tampoco quería que le salpicara a Paula. Nunca.


—¿Entonces? —susurró—. Dímelo. Haré lo que quieras.


Él le pasó una mano por el pelo y la miró a los ojos, que estaban inundados de sinceridad. Tenía tantas ganas de complacerlo. Era tan dulce y sumisa que hacía que el pecho le doliera.


—Te quiero a cuatro patas, nena. No te voy a atar esta noche. Quiero que seas capaz de mantenerte en pie tú solita. Voy a follarte el coño primero y luego voy a hacer lo mismo con el culo. No voy a ser tan suave como la primera vez. ¿Podrás soportarlo?


Mientras el deseo inundaba su rostro, ella exhaló de forma irregular y las pupilas se le dilataron rápidamente.


—Quiero todo lo que me vayas a dar, Pedro.


La besó en la boca, deslizando su lengua dentro de ella para saborearla. Le encantaba cómo se tragaba el aliento de Paula, cómo respiraba el mismo aire que ella exhalaba. Había algo completamente íntimo en ello, en respirar el aire que ella le daba, en succionarlo y saborearlo antes de
devolvérselo.


—Súbete a la cama —le dijo con voz ronca—. A cuatro patas, y las rodillas justo al borde del colchón.


Ella se separó y Pedro se mostró reacio a dejarla ir incluso durante el poco tiempo que le llevó colocarse en la cama tal y como le había indicado. La observó subirse a la cama y mostrarle el trasero justo como él quería. Luego lo miró por encima del hombro con una clara invitación en los ojos.


Paula quería esto. Estaba preparada. Pedro solo tenía que asegurarse de no llevar las cosas demasiado lejos. Ella se merecía que fuera con cuidado; ya había sufrido demasiado bajo la mano de un hombre dominante, aunque no es que Martin pudiera denominarse dominante. Él era más un cabrón. Un imbécil abusivo que se ponía a cien controlando a la mujer que tenía en su vida.


Tampoco es que Pedro fuera menos controlador, pero todo radicaba en la presentación. Paula buscaría y acataría sin lugar a dudas su autoridad, pero él además le daría todas las cosas que Martin nunca fue capaz de darle. Amor. Respeto. Ternura. En resumen, la querría.


Se desvistió rápidamente y cogió el bote de lubricante del cajón de la mesita de noche, lo soltó en la cama junto al trasero de Paula y luego le pasó las manos por las nalgas para masajearlas y acariciarlas. Las marcas de la noche anterior aún seguían ahí. Desvaneciéndose, pero aún visibles. Un contraste increíble contra su pálida y suave piel.


Sus marcas. La evidencia de su posesión. La excitación lo atravesó con fuerza y con fiereza hasta hacer que su miembro creciera, amenazando con liberarse de esa exquisita tortura.


Deslizó los dedos entre los labios de su sexo para comprobar lo excitada que estaba. Su carne estaba hinchada y húmeda, más que preparada para su invasión, pero aun así se contuvo, quería llevarla todavía a alturas más elevadas.


Paula se retorció sin parar, moviéndose contra sus exploradores dedos y buscándolos con ansia cuando finalmente los retiró. Volvió a acariciarla más profundamente, evaluando las suaves paredes de su vagina y buscando ese punto donde la textura era más rugosa y ligeramente diferente al resto. Lo presionó y ella soltó un grito. Una oleada de humedad cubrió sus dedos y Pedro sonrió. Sí, estaba más que preparada, y él se moría por estar en su interior.


Agarrándose la polla con una mano, la abrió a ella con la otra y se posicionó justo en la entrada de su sexo. Luego se introdujo lentamente, centímetro a centímetro, hasta estar ambos vibrando de necesidad.


Tras ganar profundidad y estar completamente dentro de ella con los huevos en contacto con sus nalgas y sus muslos, Paula soltó un suspiro entrecortado que Pedro sintió en lo más profundo de su alma


Sintió ganas de llevársela a esa oscuridad que poblaba su mente. Paula tenía algo que llamaba a esa oscuridad, como si fuera la única persona con la que Pedro estaría dispuesto a compartirla. Si la quería, era suya. Ella la necesitaba de la misma forma que él.


Pedro se echó hacia delante para cubrirla con su cuerpo mientras seguía bien hundido dentro de su sexo.


—Dime algo, Paula —le dijo con una voz sedosa y suplicante—. ¿Te puso celosa toda esa charla sobre mi trío con Vanesa y Juan?


Ella se tensó y luego giró la cabeza hacia él. Había una clara confusión e incomodidad reflejada en su expresión.


Pedro… no entiendo…


No, por supuesto que no. Había salido de su boca del modo equivocado. Maldijo su lengua porque no lo había dicho de la mejor forma que hubiera deseado.


—Quería decir, ¿te imaginaste en ese trío? ¿Lo pensaste? ¿Es algo que te excitó y que querías?


Ella sacudió la cabeza; sus ojos aún perplejos. Pero entonces hubo un resplandor. Un indicio de algo más en ellos, aunque apenas podía verlo debido a la posición en la que se encontraba girada.


—Creo que sí que te excitó —le dijo con la voz ronca—. Y ya te dije que no iba a ocurrir. ¿Te decepcionó eso, Paula? ¿Te imaginaste lo que sería tener dos pollas al mismo tiempo?


Bajó una mano y le acarició el clítoris, e inmediatamente sintió cómo su cuerpo respondía a su contacto. Ella se contrajo a su alrededor. Su dulce sexo se estrechó y se tensó, se cernió sobre su erección de tal forma que estuvo a punto de explotar.


—Sí —susurró—. Me imaginé cómo sería.


—Hay otra manera —dijo suavemente—. No es tan bueno como lo de verdad, pero puedo darte una sensación parecida. No tengo ningún deseo de compartirte con otro hombre, cariño, pero puedo al menos darte la experiencia.


—No lo entiendo —dijo ella con un tono de voz excitado y jadeante.


—Usaré un dildo anal. Uno más grande para que estés ceñida y apretada alrededor de él. Luego te follaré con el dildo dentro. Tendrás la experiencia de tener dos pollas dentro de ti sin tener a otro hombre en escena.


—Oh.


Solo esa palabra ya expresaba un montón de cosas. 


Emoción. Excitación. Sí, lo quería. Y se lo daría. Puede que no le ofreciera estar con otro hombre —eso no iba a ocurrir nunca— pero sí que le podía regalar la misma sensación llenándola tanto por delante como por detrás.


Se echó hacia atrás, aligerándole el peso de su cuerpo, y se retiró lentamente de esa carne sedosa e hinchada. Luego se hundió en ella de nuevo, no estaba listo para abandonar su estrecho calor. Todavía no. La tentaría durante un rato más, la excitaría y calentaría hasta que estuviera a punto de volverse loca.


La embistió una y otra vez, cada vez con más frialdad para intentar mantener el control. Paula gemía y se retorcía sin parar, pero Pedrosabía que no iba a llegar al orgasmo. No a menos que sus dedos tocaran su clítoris. Eso lo ayudaba porque significaba que Paula llegaría al clímax únicamente cuando él quisiera que lo hiciera.


Tras unos pocos envites más, bajó la mirada y disfrutó de la vista que tenía frente a él: su polla deslizándose dentro y fuera de su sexo, mojada debido a sus fluidos vaginales, tan estrecha. Estaba tan inmensamente ceñida a su miembro que no podía siquiera imaginarse cuánto más lo iba a estar cuando tuviera el dildo en su trasero.


Se retiró por completo de su calor y la dejó temblando, apoyada sobre manos y rodillas en la cama mientras él iba a por uno de los dildos sin estrenar de su armario. Las manos le temblaron al abrir el embalaje del juguete. La excitación y el deseo le hervían en las venas.


Cuando volvió a la cama, las manos de Paula eran dos puños fuertemente cerrados que la sostenían sobre la cama, y luego ella se giró para mirarlo. Los ojos se le abrieron como platos cuando se percató del gran tamaño del dildo.


Pedro se rio con suavidad.


—No es más grande que yo, mi amor. Lo acogerás, y me acogerás a mí también.


—Va a doler —replicó ella con recelo.


—Parte del placer es el dolor —le contestó suavemente—. Acuérdate de las marcas de anoche. Fui mucho más duro contigo que la primera vez, pero lo recibiste todo y me suplicaste que te diera más.
Ignora el dolor,Paula. Abrázalo, porque después del dolor viene el placer. Te daré eso y muchísimo más.


Ella cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás, que consiguió que todo su pelo rubio se desperdigara como la seda por toda la superficie de su espalda. Pedro quería enterrar las manos en sus mechones, tirar de ellos y hacerla suya incluso con más violencia. Pero eso ya llegaría. Por ahora lo que tenía que hacer era prepararla. Introducirla suavemente en la situación. Luego ya llegarían al
séptimo cielo los dos juntos.


Untó una generosa cantidad de lubricante tanto en el dildo como en su trasero, extendiendo su abertura y deslizando los dedos en su interior para cubrir todo el conducto también. Cuando estuvo seguro de que ya era suficiente para poder insertar el dildo con un mínimo esfuerzo, soltó el lubricante
a un lado y se volvió a colocar entre sus muslos.


—Respira, nena. Voy a ir introduciéndolo poco a poco, pero ayúdame respirando con calma y moviéndote hacia mí cuando te diga.


—De acuerdo —susurró con una voz entrecortada debido a la excitación.


Insertó la punta y dilató su abertura muy levemente. Luego comenzó a empujar el dildo hacia el interior de su cuerpo. 


Ella gimió suavemente y Pedro se paró, sacando el juguete y seguidamente volviéndolo a insertar con movimientos lentos, como si se la estuviera follando, mientras ella seguía
dilatándose a su alrededor.


Durante varios segundos, Pedro se entretuvo jugando con ella, provocándola e introduciéndose más adentro con cada movimiento. Luego le rodeó la cintura con una mano para acariciarle el clítoris y empezó a presionar su ano con más fuerza y a internarse con más profundidad.


—Oh, Dios —gritó Paula.


—¿Demasiado?


—¡No! Es increíble, Pedro. ¡No pares!


Él se rio entre dientes.


—Ni en sueños, nena.


Siguió acariciándole suavemente el clítoris hasta ponerla frenética, y luego le insertó el dildo por completo.


Ella gritó y arqueó la espalda. Sus piernas temblaban y se sacudían con violencia al mismo tiempo que respiraba con fuerza y de forma entrecortada.


—Shhh, cariño —canturreó suavemente—. Ya está metido entero. Solo respira y cálmate. Te daré unos segundos para que te relajes. No quiero que te corras todavía.


Ella bajó la cabeza hasta apoyarla sobre el colchón y cerró los ojos mientras su cuerpo continuaba sacudiéndose. Pedro quería que la experiencia fuera buena para ella. Era enterita para ella. Él sin duda la
disfrutaría igual o más, pero era solo para ella. Quería que se corriera gritando de placer. Gritando su nombre.


Él retrocedió y Paula volvió a alzar inmediatamente la cabeza, girándola hacia él para buscarlo con la mirada. Él sonrió y se inclinó hacia ella para darle un beso en la zona lumbar de su espalda, justo antes de llegar a la curvatura de sus nalgas.


—Dame un minuto, nena. Quiero que esto sea bueno para ti.


—Si haces que sea mejor todavía, me voy a morir —dijo con un gemido.


Él se rio otra vez y fue a por la cinta roja escarlata que tenía encima del armario. Había comprado todas estas cosas en el mismo momento en que Paula se hubo mudado a su apartamento. Quería que todo lo que usara con ella fuera nuevo. Que no hubiera tocado nunca a otra mujer.


Se la llevó consigo y luego, con cuidado, giró a Paula de modo que estuviera colocada de cara a él.


Se hallaba alzada sobre sus rodillas, con los muslos separados para aliviar la tensión que el dildo le provocaba. Su rostro se encontraba ruborizado por la excitación, sus mejillas sonrosadas y sus ojos brillaban.


Los abrió como platos cuando él levantó la cinta para atársela alrededor de los ojos, y, para no asustarla, decidió al menos darle una explicación.


—Voy a vendarte los ojos, ya que eso realzará tus otros sentidos. Quiero que confíes en mí plenamente para darte placer.


—Confío en ti —le contestó ella con una voz suave y dulce.


Él sonrió con aprobación y luego le colocó la cinta sobre los ojos. La ató firmemente por detrás tras asegurarse de que cubría su visión por completo y de que no podía ver nada más que oscuridad.


—Ahora quiero que te tumbes —le indicó—. De espaldas, con las piernas en el borde de la cama. Incluso mientras hablaba, Pedro la ayudó a colocarse y se aseguró de posicionarla tal y como él quería. Paula se hundió en el colchón y él dibujó una ligera sonrisa sobre sus labios hinchados.


—Ojalá pudieras ver lo que yo estoy viendo ahora mismo —dijo con voz ronca—. Estás tan inmensamente preciosa, Paula. Tumbada frente a mí, con los ojos vendados y ese dildo bien enterrado en el culo. Esperándome.


Se arrodilló frente a la cama para que su rostro y su boca estuvieran a la misma altura que su sexo abierto. Lamió la abertura y subió hasta su clítoris antes de disfrutar de los estremecimientos que se apoderaron del vientre de Paula              
             .
—No voy a durar mucho de esta forma, Pedro—le informó con una voz forzada.


—Sí que lo harás —contestó él con calma—. Te correrás cuando te diga, y no antes.


Ella soltó un sonido de impaciencia que lo hizo sonreír. 


Seguidamente continuó lamiéndola y saboreándola poco a poco y con dulzura como si se tratara del manjar más exquisito. Ella se retorció y se alzó en busca de más, pero cada vez que volvía a bajar el dildo se hundía más en su cavidad anal.


Jadeaba, estaba rozando el orgasmo, pero él conocía su cuerpo. Conocía bien los signos de su inminente culminación, así que se separó de ella y la dejó peligrosamente cerca de llegar al final.


Paula gimió. El sonido salió tan lleno de frustración y consternación que hizo que Pedro volviera a sonreír de nuevo.


—Cuando yo te diga, nena. Cuando yo te diga y no antes.


—Me estás matando —suspiró.


—Oh, todavía no he empezado siquiera —dijo con dulzura—. Antes de que acabe contigo me estarás suplicando.


—¡Te estoy suplicando ahora!


Él ensanchó su sonrisa y le separó mucho más las piernas. 


Luego estiró un brazo hasta la mesita de noche y sacó las pinzas para pezones que Paula no podía ver. Se inclinó hacia ella y lamió primero un pezón y luego el otro hasta conseguir que ambos estuvieran túrgidos y enhiestos.
Los succionó con tanta delicadeza que los volvió a los dos locos de deseo y de necesidad. Cuando consiguió que sus pezones fueran dos botones duros y rígidos, los lamió una última vez con la lengualuego con cuidado le colocó la primera pinza.


—¡Oh! —exclamó ella cuando sintió el primer pellizco—. ¿Pedro?


—Tranquila, nena. No te haré daño, ya lo sabes. Solo es un poco de dolor. Te llevará al límite y te gustará.


Le colocó la otra y luego se enderezó para admirar su obra.
Paula era una obra de arte. Y no era una afirmación cursi que decía por decir. Era magnífica. El complejo y colorido tatuaje que serpenteaba por encima de su costado derecho era un reflejo exacto de quién y qué era ella. Pedro podía admitir con total sinceridad que antes de Paula no le habían gustado mucho las mujeres con tatuajes. No era algo que lo excitara. Pero desde el momento en que pudo captar un destello del suyo había estado rabioso de curiosidad.


En ella no era un simple tatuaje como muchos otros. Era su arte. Un reflejo de ella misma. Y le iba que ni pintado. No podría tener a Paula de ninguna otra manera.


—Me fascinas, Paula. Tienes esa apariencia de niña buena, honesta y totalmente inocente. Ese pelo rubio, esos impresionantes ojos verdeazules. Pero bajo la ropa hay un tatuaje que grita «chica mala».


Me gusta. Me gusta mucho.


Una sonrisa curvó los labios de Paula otra vez. Una sonrisa adorable.


—Me alegro de que te guste.


—Oh, desde luego, nena. Sin duda. Me gusta todo de ti. Todo lo que hace que tú seas tú.


Se quedó mirando las pinzas en sus pezones durante un rato más y luego dejó que una mano delineara su cuerpo justo por el centro de su pecho, pasando por su vientre y terminando en la humedad que tenía entre las piernas. Sí, estaba más que preparada para él. No cabía duda. Pero no
quería que terminara tan pronto. Se tomaría su tiempo. La saborearía y haría que fuera una experiencia buena para ambos.


Se acarició el miembro y lo sostuvo cerca de su abertura mientras observaba lo que era suyo. Melisa.


Ella era suya, sin duda. Nunca pensó que encontraría a una mujer que lo entendiera tan bien en la cama. Y aun así, ahí estaba, comiéndose con los ojos a una mujer tan preciosa que dolía de tan solo mirarla. No podía mirarla sin que un dolor agudo se le instalara en el pecho: el reconocimiento de
saber que ella era la adecuada para él. La única. Pedro nunca volvería a mirar atrás. Nunca se arrepentiría de nada.


Tiró de sus rodillas hacia arriba y le dobló las piernas de modo que estuviera abierta por completo a él. La base del dildo estaba incrustada en su ano y Pedro estaba más que preparado para hundirse en ese sexo tan estrecho.


El sudor empapó su frente y él apretó los dientes al mismo tiempo que se abría paso entre sus labios mojados y calientes y se enterraba por completo en su interior. Oh, 


Dios, estaba más estrecha. Mucho más estrecha que antes. El dildo estaba haciendo que la abertura de su sexo fuera mucho más pequeña.


No sería fácil entrar, pero sí increíble.


Empujó la cabeza de su miembro más adentro y puso los ojos en blanco ante la exquisita sensación de tenerla a ella oprimiendo su polla. Paula gimió con intensidad y movió las manos sin parar por la cama, casi como si no supiera qué hacer con ellas. Joder, él sí que sabía qué hacer con ellas. 


La idea de tenerla no solo con los ojos vendados, sino
atada también, lo excitaba visualmente. La idea de ser capaz de mirar a su mujer, vulnerable e indefensa contra su voluntad… Oh sí, lo ponía a cien.


Se apartó y ella transmitió su queja a través de un gimoteo. 


Le acarició una pierna y dejó que su imaginación se pusiera en marcha ampliando la anterior idea de atarle solamente las manos. Sí, le ataría las manos… y las piernas. Las abriría tanto como pudiera y luego la amarraría en esa posición.


Todo lo que tendría que hacer sería colocarla en la parte inferior de la cama donde pudiera atarle los talones a los postes de la cama.


—Dame solo otro minuto más, nena —dijo con la voz más grave de lo que había pretendido—.Voy a atarte.


Ella tragó saliva con fuerza, pero no hizo ningún sonido. Su pecho subía y bajaba debido al esfuerzo de sus respiraciones. Sabía que la idea la excitaba tanto como a él.


Sacó la cuerda de su armario y luego volvió junto a ella. La ayudó a levantarse y la guio hasta el borde inferior de la cama, donde estudió todas sus posibilidades.


Le levantó los brazos por encima de la cabeza y los juntó 
atando las dos muñecas con un nudo firme. Luego cogió lo que sobraba de cuerda y se la llevó hasta el cabezal de la cama para anudarla, de esa manera sus brazos quedarían totalmente estirados y en tensión. Sin embargo, cuando la ató comprobó lo tirante que había quedado la cuerda para que no fuera demasiado doloroso para sus hombros.


Satisfecho al saber que estaba perfecto, volvió a la parte inferior de la cama y dejó que su mano deambulara vagamente por su cuerpo, apreciando y saboreando la plenitud de sus curvas, las delgadas líneas de su estrecho vientre y la amplitud de sus caderas. Pero esta vez no la tocó íntimamente, un hecho que la frustró a juzgar por el gemido que emitió. Ash sonrió otra vez. Sí, iba a ser perfecto y no  tenía prisa ninguna por acabar. Iba a saborear la deliciosa imagen que tendría de ella atada y se la iba
follar hasta que ambos perdieran la cabeza.



Con cuidado, levantó uno de sus tobillos y se lo rodeó con la cuerda antes de volver a dejarlo sobre el colchón para atárselo al poste de la cama. De nuevo comprobó la tirantez de la cuerda, ya que quería que la mantuviera firmemente abierta para él, pero a la vez no quería hacerle daño o causarle demasiada incomodidad.


Para cuando se dirigió a la otra pierna, esta se sacudió y tembló bajo su contacto. El ritmo de sus respiraciones se aceleró y el sudor resplandeció sobre su piel.


—¿Pedro?


Se paró justo cuando estaba en proceso de hacer el último nudo alrededor del poste de la cama.


—¿Sí, cariño?

         
—Olvídate de lo que te dije de no poder correrme sin la estimulación del clítoris —dijo con una voz débil—. ¡Creo que voy a hacerlo igualmente!


Él se rio y se inclinó hacia delante para besarle el interior de la pantorrilla.


—De eso nada, nena. No hasta que yo lo diga. No me vas a dejar atrás.


Paula suspiró y cerró los ojos al mismo tiempo que apretaba los labios y luchaba contra el deseo que crecía en su interior.


A continuación Pedro se separó para admirar su obra de arte.


—Preciosa —dijo en voz baja—. No tienes ni idea de lo cachondo que estoy ahora mismo, Paula. Ojalá pudieras verte ahora mismo. Nunca he visto nada tan bonito como tú estando atada a mi cama, toda abierta para mí. Voy a darme un festín contigo.


—Por favor, Ash. Te lo suplico. Por favor, te necesito.


Le había prometido que le suplicaría, pero no quería que lo hiciera. No, él quería complacerla.


Darle todo el placer que ella le estaba dando a él.


Deslizó las manos por debajo de su trasero y lo levantó tanto como la cuerda le permitió. Le agarró las nalgas y se las masajeó al mismo tiempo que se acercó a ella, listo para poseerla.


Colocó su pene en su abertura y se introdujo apenas un centímetro para comprobar lo estrecha que estaba. Ash soltó un gemido, y ella lo acompañó con otro cuando se dilató a su alrededor.


—Tan estrecha —dictaminó—. Quiero que sientas esto, nena. Así es como sería tener dos pollas dentro de ti.


—Es maravilloso —soltó ella en voz baja—. Más,Pedro. Por favor. Antes de que me vuelva loca.


Sintiéndose morir, Pedro se hundió más adentro a pesar de que el cuerpo de Paula luchaba contra la invasión. El dildo había hecho que su sexo fuera dolorosamente estrecho. 


Pero era un dolor que recibió con los brazos abiertos porque tras esa ola de dolor vendría un placer inimaginable.


Ahora sudaba: estaba tenso a más no poder e intentando mantener el control mientras se abría paso
entre esas estrechas paredes vaginales para introducirse más en su interior.


—¡Es demasiado! —gritó Paula—. Oh, Dios, Pedro. ¡Me voy a correr!


Él se paró y le agarró las piernas con tal fuerza que le hincó los dedos en su carne.


—No es demasiado, nena. Nunca es suficiente. Espérame. Córrete cuando yo lo haga.


Bajó la mirada y una mueca apareció en su rostro cuando vio que solo estaba enterrado a medias en su cuerpo. Se retiró ligeramente y luego llevó una mano hasta su monte de Venus y deslizó el dedo pulgar entre los labios para llegar hasta el clítoris.


—Voy a ir rápido, nena. No voy a durar, ni tú tampoco. Córrete conmigo ya. Voy a follarte con fuerza y va a doler, pero luego será increíble.


Ella gimió de nuevo mientras su cuerpo se ceñía alrededor de su miembro.


—Entonces hazme daño, Pedro. Lo quiero. Lo necesito. Te necesito.


La suave súplica destruyó el último ápice de control que le quedaba. Presionó el dedo pulgar sobre su clítoris y seguidamente la embistió, decidido a enterrarse en ella por completo esta vez.


Paula gritó y su sexo se convulsionó a su alrededor. Se humedeció y se volvió totalmente resbaladiza, caliente y aterciopelada. Pedro comenzó a moverse con fuerza y rapidez, y luego ella se abrió para él y lo dejó entrar bien hasta el fondo. Sin embargo, Pedro no se paró para saborear la sensación de estar completamente enterrado en su calor. Estaba demasiado cerca, y ella también. No
había forma de parar ahora.


Sus caderas chocaban contra el trasero de Paula, que provocaba que todo su cuerpo rebotara. Su cuerpo se balanceaba contra las firmes ataduras y se arqueaba hacia arriba, separándose de la cama.


Más adentro, más fuerte. La visión de Pedro se emborronó. 


Los jadeos que soltaba Paula resonaban en sus oídos.


—Córrete —gruñó—. ¡Ya!


El grito que soltó ella atravesó toda la habitación. Sus gemidos continuaron sin parar mientras su cuerpo se sacudía alrededor del suyo. El clímax de Pedro fue doloroso y tenso. Comenzó bullendo bien abajo en sus testículos y luego salió disparado hacia su miembro. Empezó a soltar chorros interminables de semen que goteó por fuera de su sexo y finalmente cayó sobre la cama.


Pedro se movió otra vez al mismo tiempo que le tocaba el clítoris con el dedo pulgar y ella gritó de nuevo. Luego se retiró de su carne y se agarró la palpitante polla con la mano. 


Se masajeó con fuerza y dirigió su semilla hacia el vientre y los labios vaginales de Paula.


Salió disparada hacia su piel, marcándola. Ash se vació encima de su carne con abundantes chorros de semen.


Ella gimoteó con los oídos rugiéndole, y luego Pedro se volvió a deslizar dentro de su cuerpo otra vez, incapaz de soportar estar fuera de su calor durante más tiempo. Se quedó quieto encima de ella, disfrutando de los últimos estallidos. Cerró los ojos y se echó hacia delante mientras respiraba con dificultad debido al esfuerzo.


Nunca antes se había sentido así de derrotado. Nunca antes se había sentido como si le hubieran arrancado la piel a tiras y se encontrara completamente desnudo. Permaneció ahí tumbado encima de ella y con el semen pegajoso y cálido entre ellos, y luego la besó justo debajo de sus senos.


—Eres mi perdición, Paula —murmuró—. Eres mi perdición total y completamente.