sábado, 6 de febrero de 2016

CAPITULO 26 (TERCERA PARTE)





Cuando Paula vio el restaurante donde ella y Pedro habían quedado con sus amigos, la inquietud se
apoderó de ella. Era un restaurante que Martin frecuentaba a menudo. Era su lugar favorito para comer, un lugar al que la había llevado a ella muchas veces.


Deshaciéndose de su momentánea vacilación, se situó junto a Pedro y este le pasó el brazo a su alrededor para agarrarla con firmeza a la vez que entraban. Si se encontraba con Martin, y parecía bastante probable ya que él cenaba aquí casi todos los domingos por la noche, no actuaría como si
estuviera avergonzada de nada. Definitivamente no de que la hubiera atacado. Y por supuesto tampoco de salir con Pedro a pesar de lo rápido que hubiera empezado otra relación tras haber roto con Martin.


—¿Te pasa algo? —murmuró Pedro mientras el servicio los llevaba hasta su mesa.


Ella negó con la cabeza y sonrió alegremente.


—No estarás nerviosa, ¿verdad? Relájate, cariño. Te adorarán.


Esta vez la sonrisa vino con mucha más facilidad.


—No estoy preocupada, Pedro. De verdad.


Pedro la pegó contra su costado.


—Bien. Quiero que te lo pases bien.


Cuando llegaron a la mesa, que estaba situada en la esquina más alejada donde tendrían silencio y privacidad, Paula vio que sus amigos ya estaban allí.


Parpadeó cuando pudo ver a los dos hombres que se levantaron una vez ella y Pedro llegaron a la mesa. Virgen santa, madre de Dios. Por separado, cada uno de ellos era guapísimo. Pero juntos eran el paradigma de la belleza absoluta mezclada con arrogancia y dinero.


Paula no se paró a mirar a las dos mujeres que estaban sentadas porque… ¿hola? Ella era una mujer, ¿cómo podría siquiera ver más allá de esos tres machos alfa que se habían juntado ante sus narices?


—Paula, te presento a mis amigos y socios de trabajo, Gabriel Hamilton y Juan Crestwell.


El que se llamaba Gabriel dio un paso al frente con una sonrisa enorme dibujada en su pétreo rostro.


Extendió su mano y ella se estremeció cuando sus pieles hicieron contacto.


—Me alegro mucho de conocerte, Paula —dijo Gabriel con una voz ronca que gritaba sexualidad en cada palabra—. Lo había estado esperando con ansia.


—Es un placer conocerte a ti también —murmuró Paula.


Se volvió hacia Juan y tragó saliva. El hombre era el polo opuesto de Pedro. Serio y pensativo donde Pedro era más despreocupado y aparentemente menos pensativo, pero Paula sabía que las apariencias engañaban. La de Pedro era completamente contraria a su verdadera personalidad. Podría parecer relajado y despreocupado, pero era totalmente serio. Al menos con ella lo era.


Juan se inclinó hacia delante y la besó en ambas mejillas antes de separarse con una sonrisa que hacía que sus ojos marrones parecieran sensuales y seductores.


—He oído hablar mucho de ti, Paula. Me alegro de que Pedro por fin te dejara salir de su apartamento el tiempo suficiente para encontrarte con todos nosotros.


Ella se rio y se relajó y luego centró su atención en las dos mujeres por las que se moría locamente de curiosidad. Cualquiera que se las arreglara para capturar y cautivar a dos hombres como Gabriel y Juan tenía que ser increíblemente especial. Según Pedro, ambos estaban totalmente cautivados y completa e irremediablemente enamorados.


Ella quería eso. Lo ansiaba. Lo quería con Pedro, y si sus palabras eran ciertas, estaban en ello. Aún la desconcertaba que hubiera ocurrido tan rápido, pero luego él le explicó que había ocurrido exactamente igual de rápido con sus amigos. 


Con ese historial, a lo mejor no era tan raro que la relación entre ella y Pedro se hubiera vuelto tan seria en tan poco tiempo.


—Cariño, te presento a dos mujeres muy especiales, Melisa y Vanesa. Melisa es la recién casada y estoy seguro de que si Jace se sale con la suya, Paula no se quedará muy atrás en lo que al matrimonio se refiere.


—Totalmente cierto —gruñó Juan.


—Hola, Paula —dijo Melisa con una sonrisa abierta y simpática. Era la hermana de Juan según le había dicho Pedro y ahora Paula podía ver el parecido.


—Hola —contestó Paula—. Me alegro mucho de conoceros a ambas.


—Hola, Paula —dijo Vanesa con una sonrisa no menos simpática que la de Melisa, pero era evidente que la muchacha era más tímida y más reservada que Melisa.


Acordándose de todo lo que Pedro le había dicho sobre Vanesa, Paula la estudió y asimiló que la mujer joven sentada justo al lado de donde Juan había vuelto a tomar asiento había pasado por muchas cosas y había tenido una vida muy dura.


Y también estaba el detalle de que esa mujer había estado en la cama con Pedro. Con Pedro y Juan al mismo tiempo. Paula no sabía si sentir celos de que Vanesa hubiera tenido las manos de Pedro sobre su cuerpo, o envidia de que hubiera podido disfrutar de un trío con dos machos alfa increíblemente atractivos.


La segunda opción estaba ganando por goleada.


—Hola, Vanesa—le devolvió Paula con amabilidad—. He oído hablar mucho de todos vosotros.


Sois muy importantes para Pedro. Su familia, como él os llama. Me moría de ganas por conoceros a todos.


Pedro la llevó hasta la silla situada junto a Gabriel y frente a Vanesa y Melisa.


—Él es nuestra familia —dijo Juan con voz firme—. Y nosotros somos la suya. Por supuesto.


—Creo que es maravilloso que tenga amigos tan leales —comentó Josie en voz baja.


—Bueno, Pedro dice que eres una artista, Paula —habló Juan una vez todos estuvieron instalados en sus asientos—. Y que diseñas joyas.



Paula asintió, sintiéndose de repente cohibida por tener tanta atención centrada en ella.


—Es asombrosa —dijo Pedro—. Sus obras son preciosas.


Paula se giró hacia Pedro, sorprendida.


—Pero no las has visto. O al menos no muchas. Todavía no.


Pedro pareció incomodarse por un breve espacio de tiempo, pero luego sonrió.


—He visto en lo que estás trabajando ahora. Es muy bueno.


El calor se apoderó de sus mejillas y ella supo que se estaba ruborizando. Los cuadros en los que estaba trabajando ahora eran un poquito más eróticos que los anteriores. Pero eran única y exclusivamente para Pedro.


—¿Has diseñado tú esa gargantilla que llevas? —preguntó Melisa echándose hacia delante y con la vista fija en el collar de Paula—. ¡Es precioso!


Ahora sí que se estaba ruborizando de verdad. Estaba convencida. Pedro le dio un apretón en la mano por debajo de la mesa y ella controló su incomodidad. Esto era importante. Era lo que él quería: que no se avergonzara nunca de hacerle saber a la gente que era suya.


—No —respondió con voz ronca—. Pedro mandó que lo diseñaran por mí. Fue un regalo.


Melisa abrió los ojos como platos, entendiendo a lo que se estaba refiriendo. Sin embargo, había que agradecerle que no ahondara más en el tema y que intentara hacer desaparecer la incomodidad del momento al apresurarse a añadir algo más.


La mirada de Paula recayó entonces en la gargantilla que Vnaesa llevaba. La joven se había llevado la mano automáticamente hasta el collar en el mismo momento en que Melisa había hecho el comentario sobre el de Paula. 


Evidentemente también era un collar de sumisa. Uno que le había regalado Juan. ¿Compartían todos sus amigos sus mismas tendencias sexuales? Definitivamente, sí
que veía a Gabriel y a Juan en el rol de dominantes. Estaba claro por la forma en que miraban a Melisa y a Vanesa. Por su lenguaje corporal. Por lo protectores que eran con ellas incluso cuando estaban sentados en un sitio público.


Era posible que otros no se dieran cuenta, pero Paula sí. 


Paula estaba bien sintonizada con ese aspecto porque era el estilo de vida que ella vivía. Era una necesidad que residía en ella tal y como parecía ser también para Pedro, Gabriel y Juan


Tenía un millón de preguntas. Preguntas indiscretas que le encantaría hacer a Melisa y a Vanesa, pero se contuvo la lengua. A ella no le gustaría que las otras dos mujeres empezaran a indagar en su relación con Pedro, así que les ofreció la misma consideración. Pero eso no palió la enorme curiosidad que sentía. Quizás con el tiempo, si se hacían amigas, se sintiera más cómoda teniendo esa clase de
conversación con ellas. Pero aun así, sabía sin duda alguna que no quería tener nunca en la vida una conversación con Vanesa sobre el hecho de que había tenido un trío con Pedro y Juan. ¡Tanta envidia era imposible de manejar!


Gabriel y Juan la estaban mirando con clara curiosidad en los ojos. Seguramente sentían tanta curiosidad por ella como ella por ellos. Pero si conocían a Pedro y eran tan amigos íntimos como Pedro le había sugerido, no cabía mucha duda de que sabían la clase de relación que él prefería y que Josie era… una sumisa.


Pero si pensaba que la irían a mirar con «menos» en los ojos, o que la iban a mirar como si ellos fueran «más», estaba equivocada. No la miraban con nada más que interés. Se preocupaban por su amigo, sin duda, y seguramente estaban considerando si Paula era una buena elección para él o no.


Pedro le había dicho al principio que no había creído que Vanesa fuera buena para Juan, y de hecho había sido bastante abierto con el tema. ¿Estaban pensando lo mismo de ella sus amigos?


No quería que la consideraran indigna de Pedro. No la conocían y no quería que la juzgaran después de haberla visto tan solo una vez.


—Me encantaría ver tus obras algún día —dijo Gabriel—. Creo que nos vendría bien tener un poco de color en las oficinas. Todo lo que tenemos es un puñado de cuadros abstractos y aburridos que no los entiende nadie. ¿Crees que podrías venir a echarle un ojo algún día para intentar darle un poco de vida a las paredes?


Ella sonrió.


—Por supuesto. Me encantaría. Pero te lo advierto, mis pinturas son bastante coloridas. No me va todo ese rollo oscuro y serio. Me gustan los colores vivos. Las intensidades. Y tendría que cambiar de tema por completo, porque los cuadros en los que estoy trabajando ahora no es que sean muy apropiados para un lugar de trabajo.


Pedro tosió para ocultar su risa.


Las cejas de Juan se alzaron.


—¿Oh? Cuéntanos. ¿En qué estás trabajando?


Ella se ruborizó de nuevo sabiendo que había metido la pata.


—Nunca verás esos cuadros —dijo Pedro con un tono neutro—. Esos son solo para mí y mis ojos, pero sí que puedes venir a ver todo lo demás que quiera enseñarte.


—¡Jo, ahora tengo curiosidad! —exclamó Melisa—. ¿De qué está hablando, Paula? Ella se aclaró la garganta, avergonzada de haberse quedado ella solita con el culo al aire. Su boca siempre iba por delante que su cerebro, por desgracia.


—Esto… bueno, son algo así como eróticos —se ruborizó de nuevo—. Autorretratos. Tampoco es que tuviera a nadie más para usar de modelo.


—Oh —dijo Vanesa con la risa reflejada en sus ojos—. Sí, apuesto a que Pedro se volvería loco si enseñaras esos cuadros a la gente.


—Exactamente —murmuró Pedro—. Nadie los verá excepto yo.


Pero alguien más sí que los había visto. O al menos el primero que le había llevado al señor Downing. Lo había vendido junto a todas sus otras pinturas y el resto de esa misma serie que había llevado a la galería tras esa primera venta. Se preguntaba si a Pedro le molestaría que una persona desconocida hubiera adquirido esos cuadros en los que posaba ella. Ahora deseaba no haberlos vendido. Deseaba que fueran solo y exclusivamente para Pedro.


—Paula, estamos planeando una noche de chicas esta semana y nos encantaría que vinieras —dijo Melisa.


Gabriel y Juan no tardaron en dejar escapar un quejido, y Paula sonrió.


—¿Y esas quejas? —preguntó Paula.


Pedro se rio.


—Según todo lo que me han dicho, creo sin ninguna duda que es una muy buena idea y deberías ir.
Pero me decepcionaré si no vuelves a casa borracha perdida con un vestido muy sugerente y unos zapatos que griten a los cuatro vientos: fóllame. Me han estado torturando con eso desde la última vez que salieron todos. Ahora que voy a poder experimentarlo de primera mano, tengo que decir que estoy ansioso.


Paula les envió a todos miradas llenas de confusión.


Gabriel se rio entre dientes.


—Digamos que cuando nuestras chicas salen, se emborrachan y se divierten, pero luego vuelven a casa y se aprovechan de nosotros, sus pobres hombres.


Vanesa resopló.


—Vaya, como que no lo disfrutáis vosotros tampoco.


—No hemos dicho eso, nena —dijo Juan con la voz cargada de diversión. Sin embargo, su expresión y sus ojos lo decían todo. Ambos habían comenzado a arder mientras Juan se comía a Vanesa con la mirada.


—¿Te parece bien? —le susurró a Pedro para que los otros no los pudieran oír.


Pedro entrelazó sus dedos con los de ella por debajo de la mesa, pero enseguida le soltó la mano, le rodeó la cintura con el brazo y la acercó hacia él hasta que sus sillas chocaron y ella estaba casi en su regazo.


Era evidente que no había mentido cuando le dijo que querría tocarla y estar cerca de ella sin importarle un comino quién lo viera.


—Oh, sí, me parece perfecto —le devolvió en un murmullo—. Si al terminar la noche consigo lo que Gabriel y Juan consiguen de sus mujeres cuando salen y se emborrachan, entonces sí, por supuesto. Incluso iré a comprarte un vestido y unos zapatos para la ocasión.


Ella se rio con suavidad.


—¿Esto merece vestido nuevo y también los zapatos?


—Por supuesto.


—Yo no bebo mucho, como te dije, pero por esta vez a lo mejor tendré que hacer una excepción.


Los ojos de Pedro resplandecieron y se la quedó mirando.


—Haz una excepción. Me aseguraré de que luego no te arrepientas.







2 comentarios:

  1. Pedro es exigente pero a la vez es un tierno con Pau. Buenísimos los 3 caps.

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  2. Muy buenos capítulos! Ahora se conocen todos! Lo que van a ser las 3 cuando salgan juntas!

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