martes, 2 de febrero de 2016
CAPITULO 12 (TERCERA PARTE)
Paula soltó un suspiro de alivio cuando el taxi se detuvo en la esquina de la calle perpendicular a donde estaba su apartamento. No había querido salir bajo ningún concepto, pero había decidido llevarle más cuadros al señor Downing.
Aunque el dinero de la venta de sus otros trabajos la tuviera
cubierta durante unos pocos meses, había querido llevarle más para que el comprador no perdiera interés o pensara que no tenía nada más que ofrecer.
Mientras pagaba la tarifa y salía del taxi, se puso tímidamente una mano sobre la mejilla amoratada e hizo una mueca de dolor cuando los dedos rozaron la comisura de los labios donde tenía uno partido. Cabizbaja, se precipitó por la acera hasta llegar a su apartamento. Solo quería volver dentro y que nadie pudiera verla.
Aunque no tuviera nada de lo que avergonzarse, aún se sentía así por lo que había pasado.
Sorprendida. Completa y totalmente conmocionada por que Martin hubiera ido a su apartamento y hubiera perdido los papeles, algo que nunca había ocurrido antes. Aún no podía creérselo. Debería haber presentado cargos. Debería haber hecho un montón de cosas, pero había estado demasiado
entumecida como para procesarlo todo. Así que, en vez de todo eso, se había encerrado en su estudio y había trabajado fervientemente para dejar de pensar en los acontecimientos de la semana pasada.
Sabía que le debía a Pedro una respuesta, una explicación.
¡Algo! Le había dicho que no tardaría mucho, ¿pero cómo podía ir a verle con moratones infligidos por el hombre que había sido su dominante?
Por supuesto, todo era de risa ahora. No era un verdadero dominante. Había estado actuando. Fue un viaje para su ego. Se había convertido en alguien completamente diferente en el momento en que se dio cuenta de que iba en serio lo de cortar la relación. Su error había sido mencionar a Pedro. Aunque no lo hubiera llamado por su nombre, sí que le había dicho a Martin que no podía darle las cosas que otro hombre le había prometido.
Ahora ya no estaba tan segura. ¿Qué pasaría si Pedro no era mejor? No sabía apenas nada de él.
Había estado a punto de acceder; se había hecho incluso a la idea de llamarlo el mismo día que Martin había acudido a su apartamento. Tras ese fiasco, la duda creció en su interior de nuevo y el instinto de supervivencia se hizo cargo de todo.
Si Pedro era más intenso que Martin —y era evidente que lo era— ¿entonces podía esperar el mismo tipo de trato bajo su mano? ¿O incluso peor?
La cabeza le daba vueltas con todas las posibilidades y sabía que no estaba en el estado emocional adecuado como para tomar tan enorme decisión. Como para depositar su confianza, su bienestar, todo su ser en las manos de un hombre como Pedro. Y por eso había permanecido callada, dándole vueltas a su decisión una y otra vez.
El hecho era que tenía miedo. Y ese miedo la había prevenido tanto de aceptar como de declinar la proposición.
Odiaba ese miedo. No era como ella quería vivir su vida o tomar sus decisiones.
Necesitaba tener la cabeza clara antes de dar ese paso tan grande y confiar en otro hombre que podía perfectamente terminar siendo precisamente como Martin.
Soltó un suspiro lleno de tristeza y se metió la mano en el bolsillo para sacar las llaves de su apartamento. Seguía teniendo la cabeza gacha cuando llegó a los escalones y vio un par de zapatos caros justo en el primer escalón de su puerta.
Sorprendida, levantó la cabeza y se encontró con Pedro.
Mientras la inspeccionaba, la furia se reflejó en sus ojos y ella dio un paso hacia atrás por puro instinto.
—¿Qué narices te ha pasado? —exigió él.
Estaba que echaba humo; el enfado se le notaba a kilómetros. Cualquier apariencia relajada y encantadora se había ido. Era una gran masa de macho alfa cabreado a más no poder.
—Por favor, aquí no —susurró—. Solo quiero entrar en mi apartamento. Déjame pasar y vete.
Su completa expresión de «qué narices me estás diciendo» la hizo parar mientras intentaba apartarlo de su camino. Pedro la agarró por los hombros, firme pero extremadamente gentil, con los dedos tensos sobre su piel pero sin clavarlos en su carne.
—Quiero saber quién narices te ha hecho esto —gruñó.
Ella hundió los hombros y casi dejó caer al suelo las llaves que colgaban peligrosamente de sus dedos. Reafirmó su agarre y luego levantó el mentón.
—Déjame pasar —dijo rechinando los dientes.
Para su sorpresa, Pedro apartó las manos y dejó que bajara las escaleras. Él la acompañó pisándole los talones, por lo que no tendría oportunidad de cerrar la puerta y evitar que entrara.
Ella suspiró, metió la llave en la puerta y la abrió. Se sintió mejor en el momento en el que estuvo dentro, en su propio espacio. Tenía gracia que se sintiera segura aquí tras lo que había ocurrido con Martin. Pero ahora que sabía de lo que de verdad era capaz de hacer, nunca volvería a cometer el
error de dejarlo acercarse ni a un kilómetro y medio de distancia de ella.
Tiró el bolso al suelo junto a la puerta y se encaminó hacia el pequeño salón. Pedro cerró la puerta con pestillo y luego la siguió hasta el salón, que de repente parecía ser muchísimo más pequeño con él allí. Se quedó de pie, mirándola de arriba abajo sin cortarse, y luego volvió a centrarse en el moratón de la mejilla.
Sus ojos se volvieron fríos y ella se estremeció.
—No he sabido de ti —comenzó.
Ella se ruborizó con aires de culpabilidad y bajó la mirada; no quería que viera todo lo que quería esconder.
—Y ahora pienso que había una razón por la que no me has llamado.
Ella asintió lentamente, aún sin mirarlo a los ojos.
—Paula, mírame.
Su voz era suave. Amable incluso. Pero no era una petición.
Era una orden. Una que se sintió en la necesidad de obedecer.
Lentamente levantó la mirada para poder encontrarse con sus ojos.
—¿Quién te ha hecho esto?
Toda la amabilidad se fue, dejando paso a un tono de voz de acero. Todo su cuerpo vibraba de furia y eso la hizo dudar de si contarle de verdad lo que había pasado. No tenía ni la más remota idea de cómo podía haber pensado que no era peligroso, o que era encantador y afable, porque el hombre que se encontraba frente a ella, justo en este momento, parecía capaz de hacer cosas horribles.
Y no era que tuviera miedo de él, no. Ella sabía de forma instintiva, aunque estuviera muerta de miedo por lo que ya le había ocurrido con Martin, que este hombre no le haría daño. Pero estaba cabreado. Cabreado no empezaba siquiera a describir lo que vio en sus ojos. Y parecía totalmente capaz de matar a alguien. No quería decírselo, y no porque tuviera miedo de él, sino por lo que pudiera hacer.
—Paula, respóndeme —dijo entre dientes—. Quién te ha hecho esto.
No estaba dispuesto a irse sin una respuesta. Y aunque Paula no temiera las posibles represalias, sabía que tenía que obedecerlo sí o sí. Él no la dejaría escaquearse. Incluso creía firmemente que se quedaría ahí de pie toda la noche y haría todo lo que hiciera falta hasta conseguir lo que quería.
Paula cerró los ojos, dejó salir un suspiro largo y cansado y hundió los hombros a modo de derrota.
—Martin—susurró con voz tan baja que ni ella podía oírla apenas. Quizá no lo hubiera dicho ni en voz alta.
—¿Perdona?
Las palabras salieron de sus labios con la misma fuerza con que ella las sintió. Levantó la mirada y se encogió al ver la expresión de sus ojos. Era… aterradora.
—Ya lo has oído —susurró con un tono de voz más alto.
—¿Me estás diciendo que ese hijo de puta te ha hecho esos moratones? ¿Que te ha partido el labio?
Él dio un paso al frente y ella automáticamente retrocedió, lo que solo pareció enfurecerlo incluso más.
—Maldita sea, Paula, ¡no voy a hacerte daño! Yo nunca te haría daño.
Las palabras fueron explosivas. No exactamente tranquilizadoras, aunque ella sí que se hubiera tranquilizado por la vehemencia con la que había hecho esa promesa.
Tanto que volvió a dar un paso hacia él, lo que los dejó a apenas un paso de distancia el uno del otro.
Todo el cuerpo de Pedro seguía vibrando de ira. Sus ojos verdes estaban casi negros, lo único verde que quedaba era un anillo alrededor de sus pupilas dilatadas. Y luego levantó las manos con lentitud, como si tuviera miedo de asustarla.
Le rodeó el rostro con las manos; su tacto era tan infinitamente dulce que ella no supo cómo podía ser así cuando el resto de su cuerpo estaba tenso de rabia y su
expresión era tan seria.
Pero su tacto fue tan exquisitamente tierno que ella literalmente se derritió entre sus manos. No sintió dolor aunque su rostro aún doliera cuando lo tocaban varios días después del incidente. Pasó los dedos por encima del moratón y luego delineó el corte que tenía en el labio con tanta suavidad que ella apenas lo notó.
—Lo mataré.
El tono de voz de Pedro era absoluto. La resolución en su voz le heló la sangre en las venas porque lo creía. En este momento, lo creía totalmente capaz de matar al hombre que le había hecho daño. El corazón le dio un vuelco y la respiración se le aceleró al tiempo que el pánico se instalaba en su estómago.
—¡No! Pedro, por favor. Simplemente déjalo ir. Esta es la razón por la que no quería decírtelo. Por la que no he llamado.
Paula habría dicho más, pero él le puso un dedo sobre la parte sana de los labios para silenciarla.
—¿Dejarlo ir?
Su tono era mortífero.
—¿Quieres que lo deje pasar cuando ese hijo de puta te ha puesto las manos encima? ¿Qué narices ha pasado, Paula? Y quiero todos los detalles, así que no te dejes nada. Quiero saber cuándo ocurrió esto. Quiero saber cuántas veces te golpeó. Y sobre todo, quiero saber por qué narices no viniste a mí inmediatamente, o me llamaste en el mismo instante en que pasó.
La boca de Paula perdió la tensión que tenía bajo su dedo. Y luego, como si él hubiera cambiado de parecer por completo, se separó y se giró para estudiar su salón. Seguidamente posó la mirada en el arco abierto que desembocaba en su dormitorio.
—Te voy a llevar a mi apartamento —dijo con firmeza—. Te vas a venir a vivir conmigo.
—Espera, ¿qué? Pedro, no puedo…
—No es negociable, Paula. —Sus ojos brillaron llenos de determinación y su actitud era inflexible, no iba a ceder—. Vas a venir conmigo. Ahora vete a tu cuarto. Te vas a sentar en la cama y me vas a decir lo que necesitas llevarte para esta noche. Mañana podemos hablar sobre lo que tienes que tener o quieres tener en mi apartamento y yo me encargaré de que alguien venga y lo traiga todo. Pero cuando tengamos esta conversación sobre ese capullo —y vamos a tener esa conversación— será en un lugar donde te sientas completamente segura. Un lugar donde sepas que nada te hará daño. Eso no tiene discusión.
Ella abrió la boca aún más, pero incluso entre toda esa completa conmoción ante su proclamación predominó la sensación de… alivio. Seguridad. Pero sobre todo un alivio abrumador. La decisión se la habían quitado de las manos, y en ese momento lo agradeció. Sus preocupaciones —sus miedos— sobre Pedro parecían estúpidas ahora. Pensar siquiera que él pudiera ser como Martin o que iba a entrar en una situación peor de la que acababa de salir parecía absurdo.
—Puedo coger mis propias cosas —susurró.
De repente hubo fuego en los ojos de Pedro. Satisfacción ante su capitulación. Quizás había esperado que luchara más o que incluso se negara en rotundo aunque pudiera ver que él no tenía ninguna intención de darse por vencido.
—No dije que no pudieras hacerlo. Lo que dije es que te vas a sentar en la cama mientras yo lo hago por ti. Todo lo que necesito que hagas es que me digas lo que quieres para esta noche y a lo mejor mañana. El resto lo tendrás cuando tú y yo hablemos esta noche.
Se sentía abrumada. La situación se estaba moviendo a una velocidad supersónica. Tenía la sensación como si acabara de bajarse de una montaña rusa y aún estuviera intentando orientarse.
Él le tendió una mano, pero no se movió hacia ella ni cogió su mano. Simplemente la extendió y esperó. Esperó a que ella la aceptara. A que cogiera su mano y entrara en su mundo.
Respirando hondo, extendió la mano y deslizó la palma de su mano sobre la de Pedro. Este le rodeó los dedos con la mano y luego los agarró con firmeza. Como si estuviera forjando un lazo irrompible entre ellos.
Luego la guio dulcemente hasta su dormitorio y ella lo siguió, permitiendo que la llevara dentro donde la sentó en el borde de la cama como si fuera increíblemente frágil. Algo precioso y rompible.
Se alejó y echó un vistazo general a la habitación.
—¿Tienes una bolsa de viaje?
—En el armario —dijo Paula con la voz ronca.
Ella lo observó con estupefacción cuando empezó a meter cosas en el bolso siguiendo sus lentas indicaciones. ¿No estaba sucediendo todo al revés? Él estaba haciendo todo por ella. ¿Qué había hecho ella por él? Aunque bueno, él había dicho que daría mucho, pero que se lo llevaría todo.
Se estremeció ligeramente, preguntándose cuánto se llevaría y si a ella le quedaría algo para sí misma una vez hubiera acabado él.
CAPITULO 11 (TERCERA PARTE)
Belen estaba claramente nerviosa en la cena, aunque Vanesa fuera una auténtica dulzura intentando hacer desaparecer la incomodidad y tratándola como si fuera una vieja amiga.
El Bryant Park Grill estaba lleno a rebosar, como cualquier otro día después del trabajo. Estaba lleno de gente con traje, hombres de negocios y mujeres disfrutando de unos cócteles tras un día de trabajo. Era un lugar de encuentro bastante conocido para ir después del trabajo, pero ese no era el motivo por el que Pedro lo había escogido.
Lo había elegido porque pensó que podría ver a Paula allí.
Pero según el hombre que tenía asignado para que controlara a Paula, no había salido de su apartamento en varios días.
Quizás estaba trabajando sin parar para terminar un nuevo cuadro para la galería. Quizás no había pensado siquiera en su proposición. Le había dicho a Juan que le daría hasta mañana, pero apenas estaba prestando atención a la conversación que habían entablado en la cena porque se sentía tentado de ir al apartamento de Paula sin avisar.
Paciencia. Juan había dicho que tenía que tener paciencia.
Pedro casi soltó una risotada ante la hipocresía de esa afirmación, aunque Juan ya lo hubiera admitido.
Les sirvieron la comida y Belen por fin se relajó. Incluso sonreía en dirección a Pedro. Una vez se inclinó hacia él para que solo él pudiera oír y le dijo:
—Gracias, Pedro. No sabes lo que esto significa para mí. Tú eres la única familia que tengo ahora. Los otros han dejado de hablarme. Me tratan como si fuera una especie de traidora por querer tener mi propia vida. Tú entendiste lo que quería y necesitaba y no me juzgaste por ello.
Pedro sonrió.
—Únete al club de los renegados. No está tan mal, de verdad. Cuanto más tiempo estés alejada de ellos, más perspectiva ganarás y te darás cuenta de que esto es algo con lo que habrías sido más feliz mucho antes. Pero lo has hecho, y eso es lo que cuenta. Se hará más fácil, te lo prometo.
—¿Te molesta? —preguntó ella con voz seria—. Quiero decir, ¿te molesta que te traten como a un extraño? ¿Que muestren tanto desdén hacia ti y tu éxito?
Pedro se encogió de hombros.
—Al principio sí, supongo. No he pensado mucho en ello durante los últimos años. Tengo buenos amigos y ellos son mi familia. Y ahora tú.
Su rostro se iluminó y las sombras que poblaban sus ojos desaparecieron de un destello.
—Me alegro de que podamos ser familia, Pedro. De verdad. No te voy a defraudar. Sé que no conseguí el trabajo por mi cuenta, pero no voy a hacer que te arrepientas de habérmelo dado.
Los interrumpió el sonido del móvil de Pedro al sonar. Se llevó una mano automáticamente al aparato y dejó de respirar sin siquiera darse cuenta al principio de que lo había hecho. Podría ser Paula.
Había esperado una maldita semana para algo, lo que sea que viniera de Paula.
—Perdonadme, tengo que cogerlo —dijo Pedro mientras se levantaba y pulsaba el botón para aceptar la llamada.
Se alejó de la mesa y fue hacia un área más silenciosa cerca de los servicios.
—Pedro —dijo rápidamente.
—Señor Alfonso, sé que mis informes han sido más de lo mismo esta semana. La señorita Chaves no ha dejado su apartamento hasta ahora y sabía que querría que le informara de lo que he visto.
—¿Qué? —exigió.
—Lleva un ojo bien morado. El labio partido. Parece que alguien se desahogó con ella. Podría equivocarme. Podría haber sido un accidente, pero lo dudo. Y podría ser la razón por la que no haya salido del apartamento.
Pedro maldijo.
—¿Adónde va ahora? ¿La estás siguiendo?
—Sí. Parece que va a la galería. Tenía varios lienzos cuando se subió a un taxi. Le mantendré informado.
—Hazlo —murmuró Pedro antes de colgar.
Se quedó de pie durante un momento mientras su mente se llenaba de rabia ante la idea de que alguien hubiera abusado de Paula de alguna manera. Y luego no haber preguntado al hombre si Paula había estado en algún sitio o si había tenido visitas. Seguramente le habría avisado si las hubiera tenido.
Sin embargo, no la había vuelto a vigilar hasta dos días después de la cena que tuvieron. Había pensado que le habría contactado para entonces y cuando no lo hizo, decidió volver a vigilar a Paula.
¿Obsesionado? Sí, esa era la palabra para describirlo.
Demente era otra. Estaba actuando como un acosador loco de la clase de la que cualquier mujer haría bien en mantenerse alejada. Solo que él no iba a hacer daño a Paula. Se quería dar de hostias por no haberla tenido vigilada, porque alguien le había hecho daño, o al menos se había lastimado de alguna manera.
¿Por qué no lo había llamado? ¿Por qué no le había pedido su ayuda? Tenía que saber, tras la conversación que habían tenido, que él cuidaría de ella.
Con otra maldición volvió a la mesa donde Belen, Juan y Vanesa levantaron la cabeza para mirarlo. La preocupación se reflejó de inmediato en sus ojos. Su expresión debía de ser de lo más seria para que hubieran captado su estado de ánimo tan rápido.
—Siento tener que cortar esto así, pero tengo que irme. Belen, te lo compensaré, te lo prometo. Juan y Vanesa, gracias por venir, y por favor, acabad de cenar tranquilamente. Os veré luego.
Cuando se dio la vuelta para alejarse de allí, Juan lo llamó.
—¿Pedro? ¿Va todo bien?
Pedro le envió una mirada que sabía que Juan entendería.
Sabría que era algo que tenía que ver con Paula y lo entendería. Juan asintió una vez y luego se dio la vuelta hacia las mujeres, sonriendo y entablando una conversación con ellas.
Suspirando de alivio y sabiendo que le debía una a Juan por encargarse de la situación, cogió su teléfono para llamar a su chófer. Si Paula iba hacia la galería, probablemente volviera directamente a casa ya que no había ido a ningún otro lado en los últimos días. Ya se encargaría de comprar los cuadros que hubiera llevado a la galería más tarde, ahora se iba a ir directo a su apartamento a esperar que volviera y luego iban a tener una charla muy seria.
CAPITULO 10 (TERCERA PARTE)
Pedro no era un hombre al que le gustara esperar.
Especialmente para algo que quería. Estaba demasiado acostumbrado a conseguir lo que quería y cuando él quería.
La palabra «no» no existía en su vocabulario y cuanto más tiempo pasaba desde su cena con Paula, más nervioso se sentía.
Ni siquiera la situación con Belen había podido distraerlo de su preocupación con Paula.
Su hermana se había instalado en su apartamento y había empezado a trabajar en el departamento de administración del hotel Bentley. Hasta ahora parecía estar llevándolo bien.
Recibía informes regulares sobre Belen del encargado, que estaba satisfecho con su trabajo por ahora. Le había
comentado que era puntual, muy trabajadora y parecía motivada con querer hacer bien su trabajo.
Esta noche tenía planes para ir a cenar con Belen, y habría estado esperando el momento con ansias de no ser porque no había tenido noticias todavía de Paula. Había pasado una semana desde la cena que tuvieron y él había estado convencido de que sabría de ella en cuestión de días. Lo había visto en sus ojos. Estaba intrigada. Se sentía claramente atraída hacia él. Y las cosas que le había ofrecido parecían atraerle.
Entonces, ¿por qué tardaba tanto en responder? ¿O tenía siquiera pensado contestarle? Quizás había llegado a casa e inmediatamente se había convencido de que no era una buena idea tener una relación con él.
Sabía que debería haberla presionado para que le diera una respuesta la misma noche que habían cenado juntos. Había estado casi a punto de acceder. Lo había visto en sus ojos y en su lenguaje corporal. Consciente de ello o no, ella lo deseaba y quería la misma clase de relación que él proponía.
Esto era territorio nuevo para él. Nunca había tenido que esperar a que una mujer se aclarara las ideas para ver si quería estar con él o no. Las mujeres con las que había estado en el pasado no habían dudado ni por un minuto.
Habían estado demasiado ansiosas de liarse con él sin importar lo mucho o poco que durara.
Y de hecho, había habido varias mujeres que no habían pillado el mensaje de que habían terminado. La última mujer con la que habían estado juntos él y Juan —sin contar a Vanesa— no se había tomado el final de su aventura con ambos demasiado bien. Se había enfadado y había empezado a actuar con desdén aunque tanto él como Juan le dejaron más que claro que era algo temporal.
Volvió a reproducir en su cabeza la cena con Paula. Sí, había sido directo y abrupto. Quizá la había asustado. Quizás había actuado demasiado rápido. Pero no quería engañarla. Quería que supiera exactamente dónde se estaba metiendo si mantenía una relación con él.
—Hola, tío.
Pedro levantó la mirada para ver a Juan, de pie, en la puerta del despacho. Pedro le hizo un gesto con el brazo para que pasara y Juan se acercó a la mesa tras cerrar la puerta a sus espaldas.
—Has estado muy callado últimamente. ¿Va todo bien? ¿Cómo han ido las consecuencias de la huida de Belen?
Pedro puso los ojos en blanco.
—Predecibles.
—¿Qué quiere decir eso?
Juan se sentó frente a Pedro y lo taladró con una mirada inquisidora.
—Oh, ya conoces a mi queridos y viejos padres. Papá es un debilucho incapaz de decir o hacer nada. Él simplemente le da la razón a mamá y lo que diga ella va a misa.
—¿Le han estado dando la lata? —preguntó Juan frunciendo el ceño.
—Bueno, se presentaron en el apartamento que le has dejado que use. Le ordenaron que volviera a casa y le dijeron que dejara de comportarse como una niña pequeña. A una mujer de treinta años, no te lo pierdas. Cuando Belen se negó, mamá quería saber cómo se podía permitir el apartamento en el que vivía y cómo se las apañaba sola. Belen le dijo que no era de su incumbencia cómo hubiera
conseguido el piso y que sobrevivía como la mayoría de la gente hacía. Trabajando.
Juan se rio entre dientes.
—Bien por ella. Nunca hubiera pensado que tuviera agallas de rebelarse contra la loca de tu madre.
—Yo tampoco, si te soy sincero —admitió Pedro—. Pero parece decidida a romper con la familia.
Estoy orgulloso de ella. Mamá puede ser intimidante y tienes que entender que, hasta hace poco, Belen había hecho siempre todo lo que mi madre quería. Sin hacer preguntas.
—Debe de ser un cambio duro para ella —dijo Juan con compasión.
—Voy a cenar con ella esta noche. ¿Queréis venir tú y Vanesa? Me gustaría que Belen conociera a Vanesa. Belen no se ha relacionado con las mejores amigas que digamos. Nunca fueron verdaderas amigas y Belen lo sabe. Cuando las cosas se ponen feas, ellas no van a ir a rescatarla. Le han dado de lado como si tuviera la peste.
—Claro. Llamaré a Vanesa y me aseguraré de que no tengamos otros planes.
—Gracias. Me vendrá bien para despejarme la cabeza de otras cosas.
Se dio cuenta demasiado tarde de lo revelador que ese comentario había sido, y lo último que quería era tratarlo con Juan, quien estaba claro que iba a aferrarse a ello y no lo iba a dejar pasar.
—¿Algo con lo que necesites ayuda? —preguntó Juan con la frente arrugada de preocupación.
—Nada. No a menos que tengas una manera infalible de hacer que una mujer acceda a tus exigencias.
Ante eso Juan alzó una ceja.
—¿Una mujer? Cuéntame. Esto tiene toda la pinta de ser una confesión.
—Es complicado —murmuró Pedro—. Está siendo difícil.
Juan se rio.
—¡Dime alguna mujer que no lo sea!
—Vanesa —señaló Pedro—. Eres un cabrón afortunado por tenerla. Ella te daría la luna y lo sabes.
—Entonces, ¿cuál es el problema con tu chica del día?
Pedro gruñó.
—De eso se trata. De que no es cualquier mujer. No sé, tío. Me está haciendo plantearme cosas que nunca una mujer había conseguido en mí.
—Mierda. Ha sucedido —se jactó Juan—. El cabrón engreído que nos ha dado tanto la vara a mí y a Gabriel por fin se ha enamorado, y por lo que dices parece que ella no te esté exactamente correspondiendo.
Pedro le hizo un gesto con el dedo corazón.
—Es muy pronto para eso. Ella solo me intriga. La quiero tener —dijo abruptamente—. Haré lo que sea para que se vaya a la cama conmigo. El problema es que ella no parece estar loca porque eso suceda.
—Eso tiene gracia. Las mujeres se matan entre ellas para acercarse a ti. Tú eres el encantador. El que no es tan duro como Gabriel o yo.
Pedro apenas pudo contener una risotada. Sus amigos estaban tristemente equivocados en eso. Puede que diese la impresión de ser más relajado, pero en lo que a mujeres se refería, lo que quería y lo que deseaba, no había ni encanto ni actitud relajada. Habían pasado años desde que dejó salir esa parte de él por última vez con una mujer. Aún la recordaba con cariño. Él acababa de cumplir los treinta, y ella era unos cuantos años más joven que él. Ambos querían y disfrutaban de las mismas cosas y cuando él se mostró como de verdad era, ella no huyó.
Aún pensaba en Camila de vez en cuando. Se preguntaba dónde estaría. Si estaría casada y con hijos. Y se preguntaba si habría encontrado a un hombre que satisficiera su vena sumisa.
Ella y Pedro se despidieron como amigos. Ella quería más de lo que Pedro podía darle. Por entonces, él estaba completamente ocupado con su carrera laboral, intentando transformar HCA en lo que era hoy. Ella quería sentar cabeza, tener una familia, vivir el sueño americano.
Y Pedro no estaba preparado para hacerlo.
No es que le importara la idea de casarse con ella. Era una mujer preciosa y divertida. Podría haber llegado a amarla, lo sabía. Pero había preferido esperar. No había querido casarse con ella cuando no estaba absolutamente seguro de poder darle todo lo que Camila necesitaba.
¿Ahora? El matrimonio y el compromiso parecían ser el siguiente paso lógico en su vida. Gabriel y Juan ya lo habían hecho. Estaban ante tal punto de sus carreras laborales donde podían relajarse y centrarse en otras cosas además de los negocios.
Pero aunque Gabriel y Juan hubieran encontrado esa mujer perfecta, alguien que aceptara con los brazos abiertos la clase de hombre que eran y que los amara a pesar de sus imperfecciones, Pedro aún no había conocido a la mujer que llenara esos huecos abiertos en su corazón que su carrera y sus buenos amigos dejaban.
—Ella me desea —dijo Pedro—. Quiere lo que puedo darle, pero al igual que veo que lo quiere, tiene dudas.
—Sé que la paciencia no es una de tus virtudes, pero a lo mejor ahora es el momento perfecto para que la pongas en práctica.
La diversión en la voz de Juan solo hizo que Ash estuviera más gruñón. ¿Paciencia?
Definitivamente no era una de sus virtudes. Y tampoco iba a serlo ahora. No cuando quería algo con tanta intensidad como quería a Paula.
Y aún no podía explicarlo. Obsesión. Era una palabra que la había asociado con Juan cuando pasó lo de Vanesa, y Pedro machacó a Juan por lo mismo. No lo había entendido. Él incluso había intentado que Juan cambiara de parecer yendo muy lejos e investigando a Vanesa para luego advertir a su amigo.
No fue una de sus mejores acciones, porque Vanesa había sido lo mejor que le había pasado a Juan nunca. Era bueno que su amigo no hubiera escuchado el consejo de Pedro, y ahora que él mismo se encontraba en una situación similar, podía entender bien la extraña reacción que tuvo con Vanesa.
—Déjame que te pregunte algo —dijo Pedro, poniéndose serio—. Al principio con Vanesa, ¿esperaste sentado o entraste en acción y te hiciste cargo de la situación?
Juan hizo una mueca, sus facciones denotaban vergüenza.
—Intenté ser paciente primero y llevar las cosas poco a poco. Pero eso apenas duró. Quería darle tiempo a que se adaptara. Me refiero a que sus circunstancias eran diferentes a las de la mayoría. Me volvió loco pensar que no tenía un sitio donde dormir, y cuando se instaló en el antiguo apartamento de Melisa también me volvió loco porque no estaba conmigo todo el tiempo aunque estuviéramos juntos
todos los días. Pero yo la quería en mi apartamento. Mientras viviera en otro sitio, yo no la sentía como si fuera completamente mía. Suena fatal pero quería saber dónde estaba a cada minuto. Me hace parecer un puto acosador, aunque quizás sí que lo era. Ojalá lo supiera. Solo sabía que la quería conmigo. Todos los días. En mi apartamento cuando llegara a casa. En mi cama cada noche. No en otro apartamento donde podía irse cuando quisiera aunque tuviera dos hombres vigilándola.
—Sí, eso no acabó yendo muy bien si no recuerdo mal —dijo Pedro con sequedad—. ¿No se escabulló y desapareció durante unas horas?
—Un día entero —murmuró Juan—. Dios, pensé que me había dejado o había huido, pero todo lo que hizo fue buscar a Jeronimo. Aún me pongo nervioso solo de pensar en todo lo que le podría haber pasado en esas pocas horas.
—No lo entendía entonces —admitió Pedro—. Pensé que te habías vuelto loco. Pero ahora sí, porque yo me siento igual con Paula. Y es una locura. Solo nos hemos visto un par de veces y hemos tenido una única cita donde no pasamos más que unos pocos minutos en la compañía del otro. Aún me estoy dando de hostias por no presionarla más en la cena. Estaba tan cerca de acceder, pero qué imbécil soy, le dejé espacio porque no quería abrumarla, así que le di tiempo para que se lo pensara. Bueno, eso fue hace una puta semana y no he tenido noticias de ella desde la cena.
Juan arrugó el rostro con compasión.
—¿Y qué vas a hacer?
—Bueno, tengo planes para esta noche con Belen, y contigo y con Vanesa si podéis venir, pero mañana voy a ir con todo el armamento que tenga. Estoy harto de esperar pacientemente. Si me va a decir que no, al menos quiero oírlo de sus labios en vez de soportar este prolongado silencio.
—Buena suerte, tío. Espero que te salga bien. Y arriesgándome a parecer como un completo hipócrita ya que yo me cabreé contigo por haber investigado a Vanesa, ¿has investigado a Paula?
Pedro asintió.
—Sí, lo hice. Tras nuestro primer encuentro en el parque. No hay ningún secreto macabro que descubrir.
—De acuerdo, está bien. Si hay algo que pueda hacer, sabes que solo tienes que pedirlo. Si consigues que acepte, tenemos que quedar. Y cuando Gabriel y Melisa vuelvan de su luna de miel, podemos hacerlo todos juntos. Puedes presentarle a Melisa y a Vanesa a Paula. Tienen un buen grupo de amigas, y te lo digo por experiencia, ¿cuándo tienen la noche de chicas en la discoteca? —Se paró y dibujó una enorme sonrisa en sus labios.
Pedro levantó la mano con un quejido.
—Lo sé, lo sé. Ya me has obsequiado con todos los detalles de las chicas seductoras y borrachas con zapatos para morirse queriendo que os las folléis con esos mismos zapatos. No tienes por qué torturarme más.
Juan se rio y luego se puso de pie.
—Déjame llamar a Vanesa y te digo lo de esta noche. ¿Dónde y a qué hora? Solo tengo que informarle de los planes para que esté lista.
—¿Qué tal el Bryant Park Grill justo después del trabajo?
Juan asintió.
—Suena bien. Te veo allí.
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