martes, 2 de febrero de 2016
CAPITULO 10 (TERCERA PARTE)
Pedro no era un hombre al que le gustara esperar.
Especialmente para algo que quería. Estaba demasiado acostumbrado a conseguir lo que quería y cuando él quería.
La palabra «no» no existía en su vocabulario y cuanto más tiempo pasaba desde su cena con Paula, más nervioso se sentía.
Ni siquiera la situación con Belen había podido distraerlo de su preocupación con Paula.
Su hermana se había instalado en su apartamento y había empezado a trabajar en el departamento de administración del hotel Bentley. Hasta ahora parecía estar llevándolo bien.
Recibía informes regulares sobre Belen del encargado, que estaba satisfecho con su trabajo por ahora. Le había
comentado que era puntual, muy trabajadora y parecía motivada con querer hacer bien su trabajo.
Esta noche tenía planes para ir a cenar con Belen, y habría estado esperando el momento con ansias de no ser porque no había tenido noticias todavía de Paula. Había pasado una semana desde la cena que tuvieron y él había estado convencido de que sabría de ella en cuestión de días. Lo había visto en sus ojos. Estaba intrigada. Se sentía claramente atraída hacia él. Y las cosas que le había ofrecido parecían atraerle.
Entonces, ¿por qué tardaba tanto en responder? ¿O tenía siquiera pensado contestarle? Quizás había llegado a casa e inmediatamente se había convencido de que no era una buena idea tener una relación con él.
Sabía que debería haberla presionado para que le diera una respuesta la misma noche que habían cenado juntos. Había estado casi a punto de acceder. Lo había visto en sus ojos y en su lenguaje corporal. Consciente de ello o no, ella lo deseaba y quería la misma clase de relación que él proponía.
Esto era territorio nuevo para él. Nunca había tenido que esperar a que una mujer se aclarara las ideas para ver si quería estar con él o no. Las mujeres con las que había estado en el pasado no habían dudado ni por un minuto.
Habían estado demasiado ansiosas de liarse con él sin importar lo mucho o poco que durara.
Y de hecho, había habido varias mujeres que no habían pillado el mensaje de que habían terminado. La última mujer con la que habían estado juntos él y Juan —sin contar a Vanesa— no se había tomado el final de su aventura con ambos demasiado bien. Se había enfadado y había empezado a actuar con desdén aunque tanto él como Juan le dejaron más que claro que era algo temporal.
Volvió a reproducir en su cabeza la cena con Paula. Sí, había sido directo y abrupto. Quizá la había asustado. Quizás había actuado demasiado rápido. Pero no quería engañarla. Quería que supiera exactamente dónde se estaba metiendo si mantenía una relación con él.
—Hola, tío.
Pedro levantó la mirada para ver a Juan, de pie, en la puerta del despacho. Pedro le hizo un gesto con el brazo para que pasara y Juan se acercó a la mesa tras cerrar la puerta a sus espaldas.
—Has estado muy callado últimamente. ¿Va todo bien? ¿Cómo han ido las consecuencias de la huida de Belen?
Pedro puso los ojos en blanco.
—Predecibles.
—¿Qué quiere decir eso?
Juan se sentó frente a Pedro y lo taladró con una mirada inquisidora.
—Oh, ya conoces a mi queridos y viejos padres. Papá es un debilucho incapaz de decir o hacer nada. Él simplemente le da la razón a mamá y lo que diga ella va a misa.
—¿Le han estado dando la lata? —preguntó Juan frunciendo el ceño.
—Bueno, se presentaron en el apartamento que le has dejado que use. Le ordenaron que volviera a casa y le dijeron que dejara de comportarse como una niña pequeña. A una mujer de treinta años, no te lo pierdas. Cuando Belen se negó, mamá quería saber cómo se podía permitir el apartamento en el que vivía y cómo se las apañaba sola. Belen le dijo que no era de su incumbencia cómo hubiera
conseguido el piso y que sobrevivía como la mayoría de la gente hacía. Trabajando.
Juan se rio entre dientes.
—Bien por ella. Nunca hubiera pensado que tuviera agallas de rebelarse contra la loca de tu madre.
—Yo tampoco, si te soy sincero —admitió Pedro—. Pero parece decidida a romper con la familia.
Estoy orgulloso de ella. Mamá puede ser intimidante y tienes que entender que, hasta hace poco, Belen había hecho siempre todo lo que mi madre quería. Sin hacer preguntas.
—Debe de ser un cambio duro para ella —dijo Juan con compasión.
—Voy a cenar con ella esta noche. ¿Queréis venir tú y Vanesa? Me gustaría que Belen conociera a Vanesa. Belen no se ha relacionado con las mejores amigas que digamos. Nunca fueron verdaderas amigas y Belen lo sabe. Cuando las cosas se ponen feas, ellas no van a ir a rescatarla. Le han dado de lado como si tuviera la peste.
—Claro. Llamaré a Vanesa y me aseguraré de que no tengamos otros planes.
—Gracias. Me vendrá bien para despejarme la cabeza de otras cosas.
Se dio cuenta demasiado tarde de lo revelador que ese comentario había sido, y lo último que quería era tratarlo con Juan, quien estaba claro que iba a aferrarse a ello y no lo iba a dejar pasar.
—¿Algo con lo que necesites ayuda? —preguntó Juan con la frente arrugada de preocupación.
—Nada. No a menos que tengas una manera infalible de hacer que una mujer acceda a tus exigencias.
Ante eso Juan alzó una ceja.
—¿Una mujer? Cuéntame. Esto tiene toda la pinta de ser una confesión.
—Es complicado —murmuró Pedro—. Está siendo difícil.
Juan se rio.
—¡Dime alguna mujer que no lo sea!
—Vanesa —señaló Pedro—. Eres un cabrón afortunado por tenerla. Ella te daría la luna y lo sabes.
—Entonces, ¿cuál es el problema con tu chica del día?
Pedro gruñó.
—De eso se trata. De que no es cualquier mujer. No sé, tío. Me está haciendo plantearme cosas que nunca una mujer había conseguido en mí.
—Mierda. Ha sucedido —se jactó Juan—. El cabrón engreído que nos ha dado tanto la vara a mí y a Gabriel por fin se ha enamorado, y por lo que dices parece que ella no te esté exactamente correspondiendo.
Pedro le hizo un gesto con el dedo corazón.
—Es muy pronto para eso. Ella solo me intriga. La quiero tener —dijo abruptamente—. Haré lo que sea para que se vaya a la cama conmigo. El problema es que ella no parece estar loca porque eso suceda.
—Eso tiene gracia. Las mujeres se matan entre ellas para acercarse a ti. Tú eres el encantador. El que no es tan duro como Gabriel o yo.
Pedro apenas pudo contener una risotada. Sus amigos estaban tristemente equivocados en eso. Puede que diese la impresión de ser más relajado, pero en lo que a mujeres se refería, lo que quería y lo que deseaba, no había ni encanto ni actitud relajada. Habían pasado años desde que dejó salir esa parte de él por última vez con una mujer. Aún la recordaba con cariño. Él acababa de cumplir los treinta, y ella era unos cuantos años más joven que él. Ambos querían y disfrutaban de las mismas cosas y cuando él se mostró como de verdad era, ella no huyó.
Aún pensaba en Camila de vez en cuando. Se preguntaba dónde estaría. Si estaría casada y con hijos. Y se preguntaba si habría encontrado a un hombre que satisficiera su vena sumisa.
Ella y Pedro se despidieron como amigos. Ella quería más de lo que Pedro podía darle. Por entonces, él estaba completamente ocupado con su carrera laboral, intentando transformar HCA en lo que era hoy. Ella quería sentar cabeza, tener una familia, vivir el sueño americano.
Y Pedro no estaba preparado para hacerlo.
No es que le importara la idea de casarse con ella. Era una mujer preciosa y divertida. Podría haber llegado a amarla, lo sabía. Pero había preferido esperar. No había querido casarse con ella cuando no estaba absolutamente seguro de poder darle todo lo que Camila necesitaba.
¿Ahora? El matrimonio y el compromiso parecían ser el siguiente paso lógico en su vida. Gabriel y Juan ya lo habían hecho. Estaban ante tal punto de sus carreras laborales donde podían relajarse y centrarse en otras cosas además de los negocios.
Pero aunque Gabriel y Juan hubieran encontrado esa mujer perfecta, alguien que aceptara con los brazos abiertos la clase de hombre que eran y que los amara a pesar de sus imperfecciones, Pedro aún no había conocido a la mujer que llenara esos huecos abiertos en su corazón que su carrera y sus buenos amigos dejaban.
—Ella me desea —dijo Pedro—. Quiere lo que puedo darle, pero al igual que veo que lo quiere, tiene dudas.
—Sé que la paciencia no es una de tus virtudes, pero a lo mejor ahora es el momento perfecto para que la pongas en práctica.
La diversión en la voz de Juan solo hizo que Ash estuviera más gruñón. ¿Paciencia?
Definitivamente no era una de sus virtudes. Y tampoco iba a serlo ahora. No cuando quería algo con tanta intensidad como quería a Paula.
Y aún no podía explicarlo. Obsesión. Era una palabra que la había asociado con Juan cuando pasó lo de Vanesa, y Pedro machacó a Juan por lo mismo. No lo había entendido. Él incluso había intentado que Juan cambiara de parecer yendo muy lejos e investigando a Vanesa para luego advertir a su amigo.
No fue una de sus mejores acciones, porque Vanesa había sido lo mejor que le había pasado a Juan nunca. Era bueno que su amigo no hubiera escuchado el consejo de Pedro, y ahora que él mismo se encontraba en una situación similar, podía entender bien la extraña reacción que tuvo con Vanesa.
—Déjame que te pregunte algo —dijo Pedro, poniéndose serio—. Al principio con Vanesa, ¿esperaste sentado o entraste en acción y te hiciste cargo de la situación?
Juan hizo una mueca, sus facciones denotaban vergüenza.
—Intenté ser paciente primero y llevar las cosas poco a poco. Pero eso apenas duró. Quería darle tiempo a que se adaptara. Me refiero a que sus circunstancias eran diferentes a las de la mayoría. Me volvió loco pensar que no tenía un sitio donde dormir, y cuando se instaló en el antiguo apartamento de Melisa también me volvió loco porque no estaba conmigo todo el tiempo aunque estuviéramos juntos
todos los días. Pero yo la quería en mi apartamento. Mientras viviera en otro sitio, yo no la sentía como si fuera completamente mía. Suena fatal pero quería saber dónde estaba a cada minuto. Me hace parecer un puto acosador, aunque quizás sí que lo era. Ojalá lo supiera. Solo sabía que la quería conmigo. Todos los días. En mi apartamento cuando llegara a casa. En mi cama cada noche. No en otro apartamento donde podía irse cuando quisiera aunque tuviera dos hombres vigilándola.
—Sí, eso no acabó yendo muy bien si no recuerdo mal —dijo Pedro con sequedad—. ¿No se escabulló y desapareció durante unas horas?
—Un día entero —murmuró Juan—. Dios, pensé que me había dejado o había huido, pero todo lo que hizo fue buscar a Jeronimo. Aún me pongo nervioso solo de pensar en todo lo que le podría haber pasado en esas pocas horas.
—No lo entendía entonces —admitió Pedro—. Pensé que te habías vuelto loco. Pero ahora sí, porque yo me siento igual con Paula. Y es una locura. Solo nos hemos visto un par de veces y hemos tenido una única cita donde no pasamos más que unos pocos minutos en la compañía del otro. Aún me estoy dando de hostias por no presionarla más en la cena. Estaba tan cerca de acceder, pero qué imbécil soy, le dejé espacio porque no quería abrumarla, así que le di tiempo para que se lo pensara. Bueno, eso fue hace una puta semana y no he tenido noticias de ella desde la cena.
Juan arrugó el rostro con compasión.
—¿Y qué vas a hacer?
—Bueno, tengo planes para esta noche con Belen, y contigo y con Vanesa si podéis venir, pero mañana voy a ir con todo el armamento que tenga. Estoy harto de esperar pacientemente. Si me va a decir que no, al menos quiero oírlo de sus labios en vez de soportar este prolongado silencio.
—Buena suerte, tío. Espero que te salga bien. Y arriesgándome a parecer como un completo hipócrita ya que yo me cabreé contigo por haber investigado a Vanesa, ¿has investigado a Paula?
Pedro asintió.
—Sí, lo hice. Tras nuestro primer encuentro en el parque. No hay ningún secreto macabro que descubrir.
—De acuerdo, está bien. Si hay algo que pueda hacer, sabes que solo tienes que pedirlo. Si consigues que acepte, tenemos que quedar. Y cuando Gabriel y Melisa vuelvan de su luna de miel, podemos hacerlo todos juntos. Puedes presentarle a Melisa y a Vanesa a Paula. Tienen un buen grupo de amigas, y te lo digo por experiencia, ¿cuándo tienen la noche de chicas en la discoteca? —Se paró y dibujó una enorme sonrisa en sus labios.
Pedro levantó la mano con un quejido.
—Lo sé, lo sé. Ya me has obsequiado con todos los detalles de las chicas seductoras y borrachas con zapatos para morirse queriendo que os las folléis con esos mismos zapatos. No tienes por qué torturarme más.
Juan se rio y luego se puso de pie.
—Déjame llamar a Vanesa y te digo lo de esta noche. ¿Dónde y a qué hora? Solo tengo que informarle de los planes para que esté lista.
—¿Qué tal el Bryant Park Grill justo después del trabajo?
Juan asintió.
—Suena bien. Te veo allí.
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