miércoles, 6 de enero de 2016
CAPITULO 17 (PRIMERA PARTE)
—Qué imbécil —dijo Carolina—. No me puedo creer que dejara que esa zorra se le acercara de esa manera. ¡Especialmente cuando te tiene a ti!
Paula sonrió ante la fiera lealtad de su amiga. Las dos se encontraban tiradas en el sofá después de haberse desecho del vestido que solamente servía como burla y recordatorio de la noche que había pasado. No estaría tan espectacular con ese vestido cuando el interés de Pedro se había centrado en una zorra.
Nadie estaba al corriente de su relación con Pedro, lo que significaba que nadie sabía realmente la vergüenza que había pasado, pero eso no la había librado de sentir la gran humillación que había sentido.
—A saber qué es en lo que estará pensando —dijo Paula con pocas energías—. Pero yo no me iba a quedar allí viéndolos a los dos haciéndose ojitos el uno al otro. Era asqueroso.
—¡Y no deberías! —exclamó Carolina.
Sus ojos brillaron entonces con una luz repentina, señal más que evidente para Paula de que probablemente lo más seguro hubiera sido salir corriendo.
—¿Y es tan bueno en la cama como me imagino?
Paula suspiró de exasperación.
—Por el amor de Dios, Caro.
—Eh, dame algo por donde empezar. Lo único que tengo yo son tus fantasías y tú ya tienes al de verdad.
—Es un dios, ¿de acuerdo? Me dejó fascinada y muerta. Nada ni nadie con quien poder compararlo. Y eso que yo creía que había tenido buen sexo en el pasado, salvo que nunca había sido nada tan intensamente bueno como para compararlo con esto.
—Joder —dijo Carolina con un tono de voz apenado—. Sabía que algo fuerte estaba pasando cuando me llamaste para que te preparara la bolsa. No llevabas ni un solo día trabajando para él y ya te quedabas a dormir en su casa. El tío se mueve rápido. Eso se lo tienes que reconocer.
—Sí, moverse rápido lo hace estupendamente —dijo Paula con el ceño fruncido.
—¿Quieres que pidamos algo fuera y luego nos atiborramos del helado que hay en el congelador? ¿O ya has comido? —Paula sacudió la cabeza.
—Supuestamente íbamos a cenar después de la fiesta. Eso fue hasta que la rubia siliconada entrara en escena.
Carolina alargó la mano para coger el teléfono.
—¿Pizza te parece bien?
—Divinamente —dijo en voz baja.
Mientras Carolina buscaba el teléfono en la agenda, el timbre de la puerta sonó. Paula se levantó y le hizo un gesto con la mano a Carolina para que no se moviera.
—Encarga tú la comida. Yo voy a ver quién es.
Se fue hacia el portero y presionó el botón.
—¿Sí?
—Paula, mueve el culo hasta aquí ahora mismo.
La furiosa voz de Pedro inundó el apartamento. Carolina soltó el teléfono con los ojos abiertos como platos.
—¿Para qué, Pedro? —dijo ella dejando que su irritación saliera a la luz.
—Te juro por Dios que si no mueves ese culo hasta aquí abajo ahora mismo, subiré y te sacaré de ahí yo mismo, y no me importa una mierda si estás vestida o no. Tienes tres minutos para aparecer por la puerta.
Paula colgó el portero automático con indignación. Caminó hasta donde estaba Carolina y se dejó caer en el sofá.
—Bueno —dijo Carolina atreviéndose a hablar—, si está aquí, exigiendo tu presencia, será que no está con la rubia siliconada, obviamente.
—¿Estás sugiriendo que le haga caso a ese arrogante? —le preguntó Paula con incredulidad.
Carolina se encogió de hombros.
—Bueno, expongámoslo de este modo. Yo de verdad creo que encontrará la manera de subir hasta aquí y de sacarte de este apartamento. Es mejor que vayas pacíficamente y soluciones la situación de la rubia siliconada de primera mano. Al fin y al cabo, él está aquí, y ella no —entonces bajó la mirada hasta su reloj—. Y yo creo que ahora solo te quedarán unos dos minutos antes de que eche el edificio abajo.
Ella suspiró y a continuación salió disparada hasta su cuarto sin estar muy segura de saber por qué obedecía a Pedro tras la humillación que había sentido al presenciar la escenita de la fiesta, que era más que suficiente para que le revolviera de nuevo el estómago. Sin embargo, se dio prisa en ponerse unos vaqueros y una camiseta, y, por si acaso, cogió una muda para ir al trabajo al día siguiente y la guardó en la bolsa. Mejor que sobrara que no que faltara.
Tras coger todos sus productos de aseo, se precipitó de nuevo al salón y le lanzó un beso a Carolina mientras se dirigía a la puerta.
—Mándame un mensaje diciéndome que aún sigues viva o asumiré que te ha matado y empezaré a buscar el cuerpo —dijo Carolina.
Paula sacudió la mano por encima del hombro y salió del apartamento para dirigirse rápidamente al ascensor. Cuando las puertas se abrieron, Pedro estaba solo a unos pocos pasos de distancia con la mandíbula apretada y los ojos llenos de furia.
Se abalanzó hacia ella sin darle ninguna oportunidad de avanzar. Pedro era un macho alfa muy cabreado y venía a por ella.
La joven dio un paso para salir del ascensor y Pedro la agarró de la mano y la arrastró hasta la entrada del edificio ante un portero que parecía alarmado ante la escena que estaba presenciando. Paula consiguió sonreírle al portero para tranquilizarlo —no quería que llamara a la policía— antes de dirigirle toda su atención a Pedro. Sentía su mano intransigente y bien agarrada a la suya; el enfado que
tenía hacía mella en todo su cuerpo.
¿Por qué narices estaba él tan enfadado? No es que ella se hubiera ido con otro tío en sus narices en una fiesta en la que estaban juntos.
Paula suspiró cuando él la metió en la parte trasera del coche y luego caminó para llegar al otro lateral.
En el mismo momento en que Pedro se deslizó a su lado, el coche comenzó a moverse.
—Pedro…
El macho se giró hacia ella con una expresión fiera en el rostro.
—Cállate, Paula. No me digas ni una maldita palabra ahora mismo. Estoy demasiado enfadado contigo como para ser razonable. Necesito calmarme antes de que pueda siquiera pensar en discutir esto contigo.
Ella se encogió de hombros como si no le importara y le dio la espalda, se negaba a seguir mirándolo a los ojos. Podía sentir la ola de frustración que provenía de él, escuchó el pequeño gruñido de impaciencia e irritación que soltó, pero lo ignoró y siguió fijándose en las luces que pasaban y en el
titileo de colores nocturnos que la ciudad reflejaba.
Debería haberse quedado en su apartamento, pero quería que llegara esta confrontación. Había estado toda la noche hirviendo de la rabia y, ahora que Pedro estaba forzando la situación, ella estaba más que armada y preparada.
El coche seguía andando en silencio, aunque solo el enfado de Pedro ya era más que suficiente para llenar ese abismo que había entre los dos. Paula no miró ni una sola vez en dirección a Pedro, se negaba a mostrar debilidad alguna. Y ella sabía que eso solo conseguía enfurecerlo más.
Cuando llegaron al edificio de Pedro, abrió la puerta con fuerza y la agarró de la mano para tirar de ella hasta fuera. Con los dedos bien firmes alrededor de su antebrazo, la condujo hasta la entrada y luego hasta el ascensor.
Justo cuando la puerta del apartamento se cerró detrás de él, juntó sus labios con más fuerza — parecía estar intentando mantener su temperamento a raya— y la miró fijamente a los ojos.
—Al salón —le ordenó—. Tenemos mucho de lo que hablar.
—Como quieras —murmuró.
Ella se deshizo de la mano que la tenía agarrada y se encaminó hacia el salón. Se dejó caer en el sofá y luego lo observó con expectación.
Pedro comenzó a caminar de un lado a otro delante de Paula, pero se detuvo un momento para fulminarla con la mirada. Respiró hondo y, a continuación, sacudió la cabeza.
—No puedo siquiera hablarte ahora mismo de lo enfadado que estoy.
Ella arqueó una ceja, poco impresionada por el hecho de saber que él era el que estaba enfadado.
Porque la que realmente estaba enfadada era ella. Tenía todo el derecho de estarlo.
—¿Que tú estás enfadado? —le preguntó con incredulidad—. ¿Por qué narices, si es que se puede saber? ¿Al final la zorra esa te dijo que no? No creo que ese sea el caso, estaba bastante dispuesta a meterse en tus pantalones.
Pedro arrugó la frente, confundido.
—¿De qué narices estás hablando?
Aunque estaba más que dispuesta a explicarle de qué era de lo que estaba hablando, él levantó la mano y la cortó.
—Primero me vas a escuchar tú para que te explique por qué estoy tan enfadado. Después, cuando haya tenido oportunidad de calmarme, te voy a dejar ese culo rojo como un tomate.
—Y una mierda —le soltó.
—Desapareciste —le contestó mordaz—. No tenía ni puta idea de dónde estabas, de lo que te había pasado, de si algún cerdo te había llevado con él o de si estabas enferma o herida. ¿En qué narices estabas pensando? ¿No se te ocurrió en ningún momento concederme al menos una explicación? Si hubieras dicho que te querías ir a casa, te habría llevado yo mismo.
Paula se levantó enfadada por su ignorancia. ¿De verdad era tan tonto?
—Si no hubieras estado tan pegado a la pareja de tu padre, ¡a lo mejor te habrías dado cuenta!
La comprensión inundó sus ojos, y entonces sacudió la cabeza mientras suspiraba.
—Así que de ella es de lo que va la cosa. Stella.
—Sí, Stella. O como sea que se llame.
Él sacudió la cabeza de nuevo.
—Estabas celosa. Por el amor de Dios, Paula.
—¿Celosa? Eres tan arrogante y egocéntrico, Pedro. No tiene nada que ver con los celos, sino con el respeto. Tú y yo estamos metidos en una relación. Puede no ser una tradicional, pero tenemos un contrato. Y me perteneces. No te voy a compartir con ninguna rubia siliconada.
Él pareció quedarse completamente sorprendido por su vehemencia, pero luego echó la cabeza hacia atrás y se rio, lo que solo sirvió para que ella se enfadara aún más.
Todavía algo agitado, dijo:
—Has conseguido apaciguar mi enfado lo suficiente como para poder azotar ese culo tan bonito que tienes. Vete al dormitorio, Paula. Y desnúdate.
—¿Qué carajo?
—Y vigila esa boca. Juan te la lavaría con jabón.
—No seas hipócrita. Juan y tú las tenéis muy sucias.
—Al cuarto, Paula. Ya. Por cada minuto que te retrases, te llevarás cinco azotes más, y si te piensas que no voy en serio, ponme a prueba. Ya te has ganado veinte.
Ella se lo quedó mirando boquiabierta, pero, cuando Pedro bajó la mirada para controlar su reloj, salió pitando hacia el dormitorio. Estaba loca. Debería estar yendo en la dirección contraria, y, aun así, ahí estaba, desnudándose en su cuarto para que pudiera azotarla.
Un escalofrío le recorrió todo el cuerpo. La expectación comenzó a instalársele en el vientre.
¿Expectación? No tenía ningún sentido. La idea de que la azotaran era repugnante, y, aun así, no sabía por qué parecía también ser muy… tentadora y erótica. La mano de Pedro iba a tocar su culo, a marcarla, a ejercer su dominación sobre ella…
Estaba como una cabra. Pero, bueno, eso tampoco era nuevo. Haber firmado un contrato ya hacía que su cordura fuera cuestionable.
Cuando Pedro entró en el dormitorio, Paula ya estaba desnuda y sentada en el filo de la cama. Se encontraba vacilante y preocupada y la cabeza parecía no querer funcionarle debido a lo que estaba a punto de pasar. No estaba del todo segura de que le fuera a gustar esto. Mejor dicho, estaba bastante segura de que no le iba a gustar, pero una pequeña parte de su ser estaba intrigada y excitada por la idea de que Pedro la fuera a azotar en el culo.
El corazón se le instaló en la boca de la garganta cuando Pedro se quedó plantado justo enfrente de ella, con toda su presencia poderosa y arrolladora.
—Levántate, Paula —le ordenó tranquilamente, sin rastro de enfado en su rostro.
La joven se puso de pie, vacilante, y él se subió a la cama.
Se pegó con rapidez al cabecero con las almohadas tras la espalda y luego extendió la mano hacia ella. Paula se subió también a la cama mirando su mano con vacilación. Pedro la puso boca abajo encima de su regazo, el vientre encima de sus muslos y sus nalgas en pompa a una distancia de relativamente fácil acceso.
Le masajeó los cachetes de forma que no dejara ni un trozo de piel sin tocar.
—Veinte golpes, Paula. Espero que los cuentes. Al final, me darás las gracias por haberte azotado y entonces te follaré hasta que ni siquiera recuerdes tu nombre.
Su mente se vio desbordada por expresiones como «joder»., «qué cojones». y «oh, sí, por favor».Todas al mismo tiempo. Se estaba volviendo loca, no tenía otra explicación.
El primer golpe la sorprendió y Paula soltó una ligera exclamación. No estaba segura de si fue porque le dolió o si es que solamente la sorprendió.
—Te has ganado uno más —le dijo con seriedad—. Cuéntalos en voz alta, Paula.
«Oh, mierda»..
Pedro le pasó la mano por el trasero y volvió a azotarla.
—Uno —consiguió articular sin respiración.
—Muy bien —le dijo con un ronroneo en la voz.
Le acarició la zona que había recibido el golpe con la palma de la mano y luego azotó otra parte diferente de su trasero. Paula casi se olvidó de contar, pero luego se precipitó a decir «dos». antes de que le añadiera otro.
Todo el culo le hormigueaba, pero cuando ese primer ardor remitió, todo lo que pudo sentir fue la intensa y placentera excitación adueñándose de su vientre. Su sexo se contrajo, y Paula se movió inquieta en un intento de aliviar el incesante dolor.
Tres. Cuatro. Cinco. Cuando llego a la docena, se encontró sin aliento y totalmente recalentada… retorciéndose encima del regazo de Pedro. Las caricias que le regalaba la estaban volviendo loca, además de que contrastaban perfectamente con los golpes más fuertes que le proporcionaba. Pero aun así, nunca le golpeaba demasiado fuerte. Le daba lo justo para tenerla al límite, así que, para el azote número dieciséis, Paula no hacía más que suplicar que le diera más… y más fuerte.
Todo el culo lo tenía ardiendo, pero el calor era maravilloso. Sumamente placentero. Nunca antes había experimentado nada como aquello. Estaba muy cerquita del orgasmo, y nunca se hubiera imaginado poder encontrar alivio con meros azotes, o realmente poder disfrutar de la experiencia.
—Quédate quieta y no te atrevas a correrte —la advirtió Pedro—. Te quedan dos, y si te corres, me aseguraré de que no disfrutes tanto la próxima vez.
Paula respiró hondo mientras cerraba los ojos y ponía todo el cuerpo tenso para mantener a raya el orgasmo que amenazaba con absorberla entera.
—Diecinueve —dijo apenas en un susurro, ya no tenía ni aliento.
—Más alto —le ordenó.
—¡Veinte!
Oh, Dios… se había terminado. Paula se hundió en la cama con todo el cuerpo tenso por la presión de haber tenido que contener la respiración y haber intentado no correrse con desesperación. Tenía la entrepierna ardiendo. Era como si la hubiera azotado ahí mismo, como si hubiera sentido cada golpe en el clítoris. Le palpitaba y se le contraía en exceso.
Sabía que, con el solo roce de su respiración, sería capaz de despegar hasta el cielo como un cohete.
Y eso la enfadaba. Su falta de control. El hecho de que le había hecho querer algo que debería encontrar aborrecedor.
Pedro la dejó tumbada ahí por un momento hasta que la respiración se le calmara y no estuviera tan al borde del orgasmo. Entonces la levantó con suavidad y la puso de espaldas en la cama mientras él se tumbaba encima de ella, se bajaba la bragueta e intentaba quitarse los pantalones y la camisa.
Su boca encontró los pechos de Paula. Los chupó y les dio pequeños tirones con los labios mientras seguía peleándose con la ropa. Cuando consiguió quitarse la camisa, Paula esperaba que le extendiera las piernas y se la follara con fuerza, pero Pedro solo se bajó de la cama y la agarró de las piernas para traerla hasta el borde.
Entonces sí que se las abrió para colocarse justo en la entrada de su cuerpo y mirarla con ojos brillantes e intensos.
—¿Has disfrutado de los azotes, Paula?
—Que te jodan —le dijo esta con rudeza, aún enfadada por su reacción. Pedro la perturbaba. Le hacía cuestionarlo todo sobre sí misma y a ella ese sentimiento no le gustaba ni una pizca. Él apretó la mandíbula ante la evidente falta de respeto que denotaba su voz.
—No, Paula, cariño. Es más bien que te jodan a ti.
Pedro se hundió bien adentro de ella con una fuerte sacudida. La joven ahogó un grito y arqueó la espalda mientras los puños se le cerraban y agarraba las sábanas con los dedos.
—Dame las gracias por haberte azotado —le insistió.
—Vete a la mierda.
Se retiró de ella hasta tener solo la punta de su miembro en su interior para provocarla y excitarla.
—Respuesta equivocada —replicó con un ronroneo—. Dame las gracias y hazlo bien.
—Acaba con esto ya de una vez —dijo Paula con la desesperación intensificándose. No quería ser esa persona tan débil y suplicante, pero se encontraba peligrosamente cerca de mandarlo todo a la mierda y perder cada ápice de orgullo que tenía cada vez que se encontraba con él.
Pedro la besó, pero era un beso castigador, uno que le había dado con el único propósito de recordarle que ella no estaba en ninguna disposición de mandar. Aun así, lo que conseguía era fomentar un hambre voraz hacia él. La necesidad que sentía era intensa y la estaba volviendo loca.
—Te olvidas de quién es el que manda aquí, Paula, cariño —le murmuró mientras delineaba su barbilla con un dedo—. Me perteneces, lo que significa que lo que tú quieres no importa. Solo lo que yo quiero.
Paula entrecerró los ojos y frunció la boca.
—Gilipolleces, Pedro.
.
Él se retiró lentamente de su carne hinchada.
—Tengo un contrato que lo confirma —le dijo con voz sedosa. Luego se hundió en ella una vez más, Paula se quedó sorprendida por la fuerza y la rapidez de su embestida.
—Puedo romper ese contrato cuando quiera —le contestó ella airadamente. La verdad era que estaba muy tentada de hacerlo ahora mismo solo para hacerle enfadar tanto como ella lo estaba. Pero no era lo que quería, y ambos lo sabían.
El cuerpo de Pedro se quedó completamente paralizado y tenso sobre el suyo y sus labios se movieron vacilantes sobre su cuello hasta deslizarse finalmente por sus pechos. Los pezones se le endurecieron por el deseo y la espalda se le arqueó a modo de súplica. Quería que posara la boca sobre su piel. Estaba a punto, muy preparada. y también muy enfadada.
—Sí, sí que puedes —le dijo con confusión—. ¿Es eso lo que quieres, Paula? ¿Quieres romper el contrato e irte ahora mismo? ¿O quieres que te folle?
Maldito fuera, la volvía loca. Pedro sabía perfectamente bien lo que quería, pero la iba a obligar a decirlo en voz alta.
Quería que ella le suplicara.
Su mirada se volvió mucho más intensa; la embistió con fuerza y se quedó quieto dentro de ella. Paula estaba palpitante y tensa, una súplica sin voz para que continuara.
Pero, sin embargo, se mantuvo quieto esperando.
—Dilo, Paula.
Ella estaba a punto de llorar de la frustración. Estaba tan cerca… tan al límite que no podía quedarse quieta. Su cuerpo estaba alerta a cualquier movimiento que él hiciera.
—Gracias —murmuró.
—Gracias, ¿por qué? —la animó.
—¡Gracias por azotarme!
Él se rio entre dientes.
—Ahora dime lo que quieres.
—Quiero que me folles, ¡maldita sea!
—Pídemelo por favor —le dijo con una sonrisa de suficiencia en los labios.
—Por favor, Pedro —le suplicó con voz ronca. Odiaba la desesperación tan obvia que salía de su garganta—. Por favor, fóllame. Termínalo de una vez, por favor.
—Cosas buenas pasan cuando me obedeces. Recuerda eso, Paula. Recuérdalo la próxima vez que pienses en irte sin haberme dicho ni una palabra.
Pedro se inclinó hacia delante y enterró los dedos en su pelo. La agarró durante un instante pero luego deslizó las manos por sus hombros para empujarla contra él y así hacer sus fuertes embestidas mucho más profundas. Se introducía en su interior con un ritmo tan impaciente que ella solo podía concentrarse en él y nada más que en él mientras su miembro entraba y salía de su cuerpo.
Paula no tenía ni idea de lo que estaba gritando. «Para». «No pares». Estaba suplicándole, rogándole con la voz ronca mientras las lágrimas le caían por las mejillas y arqueaba la espalda de una manera tan exagerada que no estaba tocando ni la cama siquiera.
Y entonces Pedro la rodeó con los brazos y la estrechó contra sí. Le murmuró palabras tranquilizadoras y suaves, le acarició el pelo mientras se vaciaba en ella y la dejaba empapada.
—Shhh, Paula, cariño. Ya está. Ya ha terminado. Te tengo, déjame cuidar de ti.
Estaba completamente agotada y desorientada por lo que acababa de ocurrir. Ella no era esa persona.
A ella no le iban esas perversiones, ni los azotes, ni el sexo duro, sino que le gustaba hacerlo despacito y con delicadeza. Sin prisas. Tomándose su tiempo. Tener sexo con Pedro era como un infierno, una fuerza como nunca antes ella había experimentado y que sabía que nunca más volvería a experimentar sin él.
Pedro la estaba desnudando capa a capa. Le estaba dejando expuestas partes de ella con las que no se encontraba familiarizada. La hacía sentir vulnerable e insegura. ¿Qué era lo que se suponía que tenía que
hacer con esta nueva Paula?
Él se quedó tumbado encima de ella mientras le besaba la sien y le acariciaba el pelo con movimientos reconfortantes.
Paula se arrimó a él en busca de su calor y de su fuerza. Era un refugio seguro cuando tantas cosas estaban tan confusas. Su mente, su cuerpo, su corazón.
Cuando encontró sus labios, esta vez la besó con exquisita ternura en vez de ser tan controlador y posesivo como antes. Fue dulce, muy dulce. Como si fueran amantes reconectando de nuevo tras haber hecho el amor. El problema era que ella apenas podía contar como hacer el amor el que la hubiera azotado en el culo y luego la hubiera poseído lentamente y con rudeza.
Sexo. Solo era sexo. Sexo increíble, bochornoso, caliente y sin emoción de ningún tipo. Pero sexo al fin y al cabo. Y sería un error muy peligroso considerarlo algún día algo diferente.
CAPITULO 16 (PRIMERA PARTE)
Pedro estuvo callado y pensativo durante todo el trayecto hasta el club de jazz, en el Village, donde la fiesta se iba a celebrar. Paula seguía mirándolo con nerviosismo; podía ver la inseguridad instalada en sus ojos pero, a pesar de querer tranquilizarla, no se vio capaz de hacerlo. ¿Cómo podría?
Estaba desquiciado. Lo avergonzaba conocer el poco control que tenía cuando estaba a su alrededor.
Él nunca, nunca había mostrado tal falta de dominio sobre sí mismo con ninguna otra mujer. Sus acciones y respuestas siempre eran precisas; con Paula, no tenía ni una ínfima parte de la calma y la distancia que había sido parte de su vida desde que había sido un adolescente.
Dios, pero si lo único que había hecho había sido vapulearla.
Le había violado la boca, por el amor de dios. La había llevado de vuelta al apartamento como si estuviera poseído por el diablo, la había puesto de rodillas y luego se había enterrado en su garganta. El asco que sentía hacia sí mismo no conocía límite, y, aun así, no podía arrepentirse de lo que había hecho. Peor aún, sabía que lo iba a volver a hacer una y otra vez. Ya estaba muriéndose de ganas de volver a casa para así poder tenerla debajo de él en la cama.
Le había cabreado la falta de respeto que le habían mostrado a Paula en la oficina los otros empleados, pero él también era un gran hipócrita. Pedro le había faltado al respeto muchísimo más al haberla tratado como la puta que ella temía ser. No es que él nunca, ni siquiera una vez, la hubiera considerado tal cosa, pero sus actos hasta ahora no se habían correspondido con sus intenciones para nada. Su polla estaba ocupándose de pensar por él y no le importaba una mierda que quisiera ir más despacio para no abrumarla desde el primer día, sino que quería más. Sus manos y su boca querían más, su deseo por ella era tan incontenible que no había mostrado ningún signo de querer decaer hasta ahora. En cualquier caso, su deseo había aumentado cada vez que le había hecho el amor.
Hacer el amor. Se quería reír. Ese era un término mucho más suave que lo que había hecho. Quizá lo había pensado en un intento de poder sentirse mejor. Porque lo que realmente había hecho había sido follársela sin descanso, había cruzado la fina línea que existía hasta llegar a maltratarla, y, a pesar de todos los remordimientos que sentía, sabía que la próxima vez no sería para nada diferente sin importar las intenciones que él tuviera. Podría decir todo lo que quisiera, pero era un maldito mentiroso y él lo sabía.— Ya estamos aquí, Pedro —dijo Paula tocándole el brazo con suavidad.
Salió de su ensimismamiento y se dio cuenta de que acababa de aparcar en la esquina del club. Se recompuso con rapidez y bajó del coche. A continuación, se dirigió hasta el lado donde estaba Paula para abrirle la puerta y la ayudó a bajar.
Estaba increíblemente asombrosa. Tuvo la sensación de que, a pesar de haber elegido a propósito el vestido más tapadito para ella, iba a llamar la atención de la misma forma que si hubiera ido vestida con el que se puso para la inauguración.
Paula era una mujer muy atractiva, tenía algo tan especial dentro de sí que hacía que todos se fijaran en ella. Podría llamar la atención hasta vestida con un saco de patatas.
Pedro la cogía de forma informal del brazo y así la guio hasta la entrada. Usó toda la fuerza de voluntad que tenía para controlarse y no pegarla directamente contra su cuerpo para que todo el mundo viera que era suya, pero no la avergonzaría, y no pondría en juego su relación —o la de él mismo— con Juan. Con saber que le pertenecía a puerta cerrada ya era suficiente, pero que Dios los ayudara si veía a
otros tíos babeándole encima esta noche.
Cuando llegaron a la entrada del salón reservado para la fiesta, Pedro mantuvo una distancia prudencial entre ambos.
Cada instinto que tenía en el cuerpo le gritaba que la acercara hacia él y que le pusiera el letrero invisible de «No tocar». sobre la frente, pero se obligó a sí mismo a permanecer tranquilo y distante.Paula estaba aquí en calidad de trabajadora, nada más. No era ni su cita, ni su amante,
ni su mujer, aunque tanto él como ella supieran que sí lo era.
Nada más entrar, Mitch Johnson los vio entre la multitud y los saludó con la cabeza antes de encaminarse hacia donde ellos estaban.
—Comienza el espectáculo —murmuró Pedro.
Paula hizo un pequeño reconocimiento de todas las personas que conformaban la multitud y enseguida se concentró en Mitch, que ya estaba casi llegando hasta ellos. Dibujó una sonrisa sincera en su rostro y se quedó junto a Pedro con todos los sentidos alerta mientras ambos esperaban.
—Pedro, me alegra ver que has podido venir a pesar de haberte avisado con tan poca antelación — dijo Mitch extendiendo la mano.
—No me lo podría perder —contestó con diplomacia.
Entonces se volvió hacia Paula.
—Mitch, me gustaría que conocieras a mi asistente personal, Paula Chaves. Paula, este es Mitch Johnson.
Ella estrechó su mano con una sonrisa amable y seductora.
—Es un placer conocerle, señor Johnson. Gracias por invitarnos.
Mitch parecía estar más que encantado con Paula, un hecho que hacía que Pedro quisiera gruñir. Sin embargo, Pedro se obligó a tranquilizarse. Mitch estaba felizmente casado y no era de la clase de hombre que tenía aventuras. Pero la estaba mirando, y eso ya era más que suficiente para cabrear a Pedro
—El placer es todo mío, Paula. Por favor, llámame Mitch. ¿Puedo traeros algo de beber? Pedro, hay algunas personas que quiero que conozcas.
—Para mí, no, gracias —murmuró Paula.
Pedro sacudió la cabeza.
—Yo quizá luego.
Mitch extendió el brazo hacia la multitud en señal de invitación.
—Si me acompañáis, haré las presentaciones oportunas. He estado hablando con algunos colegas y están muy interesados en tu proyecto de California.
—Excelente —contestó Pedro con satisfacción.
Tanto él como Paula siguieron a Mitch a través del gentío y este les fue presentando a varios invitados.
Durante todo el tiempo que se habló de negocios, Paula permaneció a su lado con evidente interés en el rostro. La verdad es que era realmente buena. Probablemente la velada estaba resultando de lo más aburrida para ella, pero Paula no dejaba ver que fuera así.
Lo sorprendió por completo cuando, en una de las pausas entre conversación y conversación, miró a Trenton Harcourt y le preguntó:
—Por cierto, ¿cómo le está yendo a su hija en Harvard? ¿Está disfrutando de sus estudios?
Trenton pareció quedarse de piedra, pero luego sonrió abiertamente.
—Le está yendo muy bien. Mi mujer y yo estamos muy orgullosos de ella.
—Estoy segura de que Derecho Mercantil es una carrera complicada, pero piense en lo útil que podría ser para sus propios fines cuando se gradúe. Siempre es bueno tener gente preparada dentro de la familia —dijo Paula con un brillo en los ojos.
El grupo se rio y Pedro sintió una oleada de orgullo.
Aparentemente sí que había estudiado. Entonces la observó mientras se adueñaba de la conversación y comenzaba a dirigir comentarios personalizados a los otros hombres presentes. Mantuvo un ritmo fluido que tuvo a todos los hombres completamente hipnotizados. Él la contempló atentamente mientras esperaba que los otros le dedicaran alguna mirada inapropiada o algún comentario, pero los hombres se comportaron de forma cortés y parecieron estar
totalmente encantados por su dulzura.
—¿Es familia de Juan Chaves? —le preguntó Mitch cuando la conversación tuvo una pausa.
Paula enmudeció pero mantuvo la compostura.
—Es mi hermano —la voz le salió casi como a la defensiva, detalle que Pedro captó pero que dudaba de que los otros lo hubieran percibido.
—Yo la pillé primero —informó Pedro desinteresadamente—. Es inteligente y perfecta para ser mi asistente personal. No me importa pelearme con Juan para ver quién la va a involucrar en el mundo de los negocios.
Los otros se rieron.
—Eres un hombre listo, Pedro. Siempre has sido un hueso duro de roer en los negocios. Pero bueno, el ganador se lo lleva todo, ¿no es así? —dijo Trenton.
—Exactamente —contestó Pedro—. Paula es una pieza valiosa que no tengo intención de dejar que se me escape de las manos.
El rostro de Paula se encendió de la vergüenza, pero, de solo ver la satisfacción que se reflejó en sus ojos, a Pedro le mereció la pena hacer el esfuerzo de dejar claro que la valoraba como empleada.
—Si nos perdonáis a Paula y a mí, estoy viendo a otras personas a las que me gustaría saludar también —se disculpó Pedro con suavidad.
Él le posó la mano en el codo y la alejó del grupo. Estaban empezando a caminar a través del salón para hacerse con algo para beber, cuando de repente Pedro se quedó paralizado en el sitio y fijó la mirada sobre la puerta de la entrada. Entonces maldijo por lo bajo. Paula lo escuchó y lo miró con el ceño fruncido, pero a continuación siguió la mirada hasta la puerta e hizo una mueca con los labios.
Su padre acababa de entrar en la sala con una rubia impresionante y mucho más joven que él del brazo. Maldita sea. ¿Qué estaba haciendo su padre aquí? ¿Por qué no se lo había dicho para que al menos hubiera estado preparado?
Tras ver a su madre el pasado fin de semana e intentar por todos los medios subirle los ánimos, lo enfurecía ver aquí a su padre con su última adquisición.
Paula lo tocó en el brazo con el rostro lleno de simpatía. No había forma alguna de evitar el encuentro; su padre lo había visto y ya se estaba acercando a él a través de la multitud.
—¡Pedro! —dijo su padre con los ojos brillándole mientras se acercaba—. Me alegro de haberte encontrado aquí. Ha pasado bastante tiempo desde la última vez que nos vimos.
—Papá —contestó él con sequedad.
—Stella, quiero que conozcas a mi hijo, Pedro. Pedro, esta es Stella.
Pedro asintió con brusquedad pero no se regodeó en el saludo con más entusiasmo. La piel le hormigueaba, lo único que quería era estar bien lejos de la situación que tenía frente a sus narices. No podía ver más que el rostro de su madre, la tristeza de sus ojos. La confusión y la traición que aún sentía después de que su marido —durante treinta y nueve años— la abandonara de buenas a primeras.
—Es un placer —dijo ella con voz ronca y comiéndoselo enterito con los ojos.
—¿Cómo has estado, hijo? —le preguntó su padre. Si él había notado la incomodidad del momento, no la expresó. O quizás es que no tenía ni la más remota idea de todo el daño que había causado a su familia por culpa de sus actos.
—Ocupado —le dijo Pedro con sequedad.
Su padre sacudió un brazo de forma despectiva.
—Como si eso fuera algo nuevo. Deberías tomarte unas vacaciones. Un descanso. Me encantaría tenerte en casa y ponerme al día con todo lo que te ha pasado últimamente.
—¿Qué casa?
La voz de Pedro habría congelado hasta el mismísimo infierno.
—Oh, la que me he comprado en Connecticut —contestó su padre animadamente—. Me encantaría que la vieras. Podríamos quedar para cenar. ¿Estás libre por la noche algún día de esta semana?
Pedro apretó la mandíbula hasta que esta le comenzó a doler. Paula se aclaró la garganta con suavidad y dio un paso al frente con una sonrisa amable dibujada en el rostro.
—¿Le gustaría beber algo, señor Alfonso? Voy a ir al servicio un momento pero a la vuelta estaría encantada de traeros algo a usted y a Pedro.
El padre de Pedro la miró con confusión durante un momento antes de que sus ojos brillaran llenos de reconocimiento.
—¿Paula? ¿Paula Chaves? ¿Eres tú de verdad?
El padre de Pedro solo la había visto en dos ocasiones, cuando Paula era mucho más joven, y solo por unos breves instantes. Se sorprendió de que su padre la recordara siquiera. Ella asintió.
—Sí, señor. Estoy ahora trabajando para Pedro como su asistente personal.
Su padre sonrió y se inclinó para darle un beso a Paula en la mejilla.
—Dios, cómo has crecido. La última vez que te vi fue hace años. Te has convertido en una muchacha encantadora.
—Gracias —dijo Paula—. Entonces, ¿qué me dice de la bebida?
—Whisky escocés con hielo —respondió su padre.
—Nada para mí —añadió Pedro sin expresión alguna.
Paula le envió una mirada llena de simpatía y entonces se dirigió hacia el baño de señoras. No podía culparla. Había tanta tensión en el ambiente que la situación era extremadamente incómoda.
Pedro la observó mientras se alejaba y se dio cuenta de lo mucho que él también quería largarse de ese lugar. Quería estar en su apartamento, a puerta cerrada, con Paula en sus brazos y perdiéndose en su interior una y otra vez.
—Entonces, ¿qué hay de esa cena? —persistió su padre.
Paula se escapó hasta el lavabo de señoras aliviada. Ya que no tenía necesidad de usar el servicio y solo era una excusa para alejarse de la incómoda situación entre Pedro y su padre, se retocó los labios y se contempló en el espejo.
Para su sorpresa, la puerta se abrió y Stella entró. Se colocó justo al lado de Paula y la miró de forma ostensible antes de retocarse también con el pintalabios.
—Bueno, dime —comenzó Stella, aún aplicándose el carmín —. ¿Es cierto el rumor sobre Pedro Alfonso y las expectativas que tiene con sus mujeres?
Sorprendida, Paula casi dejó caer su barra de labios al suelo, pero se movió con torpeza para intentar agarrarlo de nuevo y luego se giró hacia Stella; se había quedado de piedra ante su descaro.
—Aunque supiera los detalles de la vida personal del señor Alfonso, de ningún modo traicionaría tal confianza.
Ella puso los ojos en blanco.
—Oh, vamos. Dame alguna pista. Me encantaría poder acostarme con él, y si es una bestia en la cama tal y como sospecho, pues mejor que mejor.
Paula sacudió la cabeza.
—Estás aquí con su padre.
Stella movió la mano con un gesto despectivo.
—Solo por dinero. Pero Pedro tiene mucho más y es más joven y más viril. Si puedes tener al Alfonso más joven, ¿por qué no ir a por él? ¿Tienes algún consejo que darme? Tú trabajas para él, estoy segura de que habrás tenido que lidiar con sus otras mujeres en algún momento.
Paula no debería haberse sorprendido pero, francamente, estaba confundida por la avaricia y el tono tan insolente y directo de la otra mujer. Sin saber siquiera cómo empezar a responder, Paula simplemente se dio la vuelta y salió del cuarto de baño. No podía hacer más que sacudir la cabeza mientras se encaminaba hacia el bar, no se podía creer el gran atrevimiento de la mujer.
Pidió un whisky escocés y esperó mientras el camarero lo preparaba. Después, se dio la vuelta y buscó a Pedro y a su padre entre el gentío. Aún estaban justo donde ella los había dejado, y Pedro parecía de todo menos contento.
Su rostro denotaba frialdad, y sus ojos severidad. Era como si estuviera enfrentándose a un oponente al que de verdad deseara borrar de la faz de la tierra.
Paula suspiró. Sabía que tenía que ser una lástima que tus padres se separaran después de tantos años.
Pedro había crecido en un ambiente estable y familiar mientras que ella y Juan habían estado luchando por volver a recomponerse cuando sus padres murieron. Mirándolo bien, el divorcio de los padres de Pedro se parecía bastante a haberlos perdido a ambos aunque siguieran estando vivos, porque nada volvería a ser otra vez igual y él no tendría más remedio que entender a sus padres como entidades separadas.
Paula hizo un mohín con los labios cuando vio a Stella volver a donde Pedro y su padre se encontraban.
La mujer no vaciló lo más mínimo en coger del brazo a Pedro mientras le sonreía radiante y flirteaba con él con descaro.
La risa de Stella sonaba como un tintineo, y esta se hizo evidente a los oídos de Paula cuando se acercó un poco más a ellos con la bebida. Para su sorpresa, Pedro le devolvió la sonrisa a la mujer con una propia, seductora y matadora, que hizo que Paula retrocediera al instante. Era una sonrisa que Pedro usaba cuando estaba de caza. Una sonrisa que le indicaba a la mujer que no había ninguna duda de que estaba interesado.
¿Qué narices estaba pasando?
Paula se quedó a unos cuantos pasos de ellos, que aún no se habían percatado de su presencia, e intentó controlar la feroz envidia —y rabia— que le corría por las venas. Intentó recordarse que ella no era una persona celosa, pero a la mierda. Estaba loca de celos y no quería más que arrancarle a esa rubia los pelos de raíz. ¿Se había vuelto loco? ¿Este era el tipo de mujer que le atraía? ¿Una que solamente se
interesaba en él por lo que pudiera pillar económicamente?
Estaba claro que él prefería evitar los enredos emocionales en sus relaciones. Lo había dejado más que claro. Pero habiendo un contrato firmado con Paula de por medio, tendría que pasar por encima de su cadáver si quería flirtear con esa zorra. Les daría una buena tunda a ambos si hacía falta.
Paula se acercó a ellos y le tendió la bebida al padre de Pedro.
—Gracias, querida —dijo el señor Alfonso con una sonrisa amable.
Stella le hizo entonces un mohín a Pedro.
—Baila conmigo, Pedro. La música está ahí desperdiciándose y yo estoy más que lista para bailar.
Pedro se rio entre dientes y a Paula el sonido la puso de los nervios.
—Si nos perdonas… —le dijo Pedro a su padre. Ni siquiera la miró a ella cuando condujo a Stella hasta el área reservada para bailar.
Paula se los quedó mirando completamente atónita mientras Pedro la estrechaba entre sus brazos — acercándola mucho, muchísimo, más cerca de su cuerpo de lo que era necesario en cualquier baile casual — y le regalaba una sonrisa. ¡Una sonrisa! Él, que apenas sonreía a nadie.
La había dejado con su padre, una situación bastante incómoda dado el hecho de que Pedro se había largado con la que era su acompañante. Y no podría escaparse al cuarto de baño otra vez. Ya había utilizado esa excusa.
Se dio cuenta de que el señor Alfonso había fruncido el ceño mientras su mirada se dirigía al punto de la sala donde Pedro y Stella estaban bailando. Ella misma era incapaz de desviar la suya. Cuando vio a Pedro deslizar una de sus manos por el cuerpo de la mujer de manera provocativa, la furia le aumentó por momentos.
A la mierda con todo. No se iba a quedar en la fiesta cuando Pedro estaba manoseando a otra tía delante de sus narices. ¡Y nada menos que con la mujer con la que estaba saliendo su padre! Ya había hecho su trabajo. Había sido amable y cordial, había encantado a los inversores y había soltado de un tirón toda esa información inútil que había estado memorizando durante toda esa tarde.
Tenía mejores cosas que hacer. Principalmente irse a casa y desahogarse con Carolina.
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