miércoles, 6 de enero de 2016

CAPITULO 13 (PRIMERA PARTE)





—¿Paula?


Paula apartó la mirada del montón de papeles que estaba leyendo y vio a Eleanora de pie en la puerta de la oficina de Pedro.


—Si ya estás lista, puedo enseñarte las instalaciones y presentarte al resto del personal.


Paula se echó hacia atrás y movió el cuello, que tenía agarrotado. Toda la información que tenía que memorizar se le amontonaba en el cerebro de forma confusa, pero a pesar de ello levantó la cabeza y dirigió la mirada hacia Eleanora con una sonrisa.


Eleanora era buena gente. Había sido la recepcionista de ACM desde siempre, y, aunque Paula había pisado las oficinas muy pocas veces, sí que había hablado con ella por teléfono con frecuencia. Bien porque ella fuera la que estaba llamando a Juan o porque este le hubiera dicho a Eleanora que la llamara para darle algún mensaje, que normalmente era que iba a llegar tarde a una de sus citas con Paula.


Paula había buscado con detenimiento en los ojos de Eleanora algún signo de sospecha, o incluso de sorpresa por ser Pedro, y no Juan, para quien hubiera entrado a trabajar. 


Pero o bien era verdad que no estaba sorprendida, o era muy buena escondiendo sus emociones. Seguramente no pasaría lo mismo con el resto del personal. Aunque no los conocía, ellos sí que sabrían quién era ella tan pronto como Eleanora los presentara, así que Paula tenía la impresión de que los siguientes minutos de su vida no iban a ser de
los más agradables para ella.


Se puso de pie y ordenó todos los documentos antes de meterlos de nuevo en la carpeta. A continuación, deslizó la mano hasta la parte de detrás de su falda con timidez y rezó por que nadie se diera cuenta de que no llevaba bragas. 


Rodeó la mesa y se unió a Eleanora en el pasillo.


—Te voy a llevar al otro pasillo, que es donde están situadas las oficinas, y luego iremos a la otra ala de la planta, donde están todos los cubículos.


Paula asintió y siguió a Eleanora mientras esta atravesaba el área de recepción y se dirigía al pasillo opuesto de donde se encontraba la oficina de Pedro. Cuando llegó a la primera puerta, se detuvo y se asomó.


—¿John? Hay alguien que quiero que conozcas.


John levantó la cabeza mientras Eleanora y Paula entraban en la habitación. Era un hombre joven —algo mayor que ella pero más joven que Pedro— con gafas y vestido con un polo. Cuando se levantó, Paula pudo ver que también llevaba pantalones informales. Estaba claro que Pedro no hacía que todo el mundo se vistiera con su misma etiqueta.


—Esta es Paula Chaves, la nueva asistente personal del señor Alfonso—dijo Eleanora.


John alzó las cejas en un gesto de repentina sorpresa pero no ofreció ningún comentario.


—Paula, este es John Morgan, nuestro director de marketing.


El hombre extendió el brazo para estrechar la mano de Paula.


—Es un placer, Paula. Creo que te gustará trabajar aquí. Alfonso es un buen jefe y una fantástica persona para la que trabajar.


—Encantada —dijo Paula ofreciéndole una sonrisa.


—Al ser la asistente personal del señor Alfonso, estoy seguro de que nos tocará trabajar juntos con frecuencia.


Paula sonrió y asintió con la cabeza sin saber qué más decir. 


Se le daban fatal las conversaciones triviales. Justo como si sintiera su incomodidad, Eleanora fue rápida para despedirse.


—Bueno, te dejamos trabajar, John. Estoy segura de que estás ocupado y aún tengo que llevar a Paula por toda la oficina.


—Hasta luego —dijo John—. Bienvenida al equipo.


—Gracias —murmuró Paula.


Siguió de nuevo a Eleanora hasta el pasillo y repitió el mismo proceso con otros cinco empleados, todos de diferente posición dentro de la gerencia de la compañía. El director financiero era un hombre impaciente e inquieto que solo parecía estar preocupado e irritado por la interrupción. Incluso Eleanora fue breve y se apresuró a sacarla de allí.


Las dos vicepresidentas que conoció eran mujeres, una con mirada inteligente y sonrisa cariñosa que parecía estar en la treintena, y otra ligeramente mayor —alrededor de los cuarenta o por ahí— y que era bastante habladora. Eleanora tuvo que intentarlo varias veces antes de poder sacar a Paula de allí, dejar las oficinas y cruzar hasta el otro extremo del edificio.


Allí conoció a una miríada de gente cuyos nombres después sería incapaz de recordar. Algunos la miraron de forma pensativa cuando Eleanora la presentó como la asistente personal de Pedro. La verdad es que no podía culparlos, Pedro no había tenido una en años y además se daba la circunstancia de que era la hermana de Juan. En el mismo momento en que su nombre salía de la boca de Eleanora todos la reconocían al instante. Y con la misma rapidez sus cabezas empezaban a funcionar mientras se la quedaban mirando.


Oh, sí, estaba más que claro que iba a ser el cotilleo del día.


Cuando por fin acabaron con las presentaciones, Eleanora la llevó hasta la sala para los empleados y le mostró dónde estaba la nevera y la cocina completamente equipada. Había un área para comer con un montón de refrigerios y comidas fáciles de preparar, un mueble con una gran variedad de bebidas y también un dispensador de agua.


Eleanora se giró y sacudió las manos suavemente en el aire.


—Y este ha sido el gran circuito. Ah, el lavabo de señoras está entre la sala y aquella sección de cubículos. 


Paula sonrió con cortesía.


—Gracias por tu amabilidad, Eleanora. Agradezco que te hayas tomado el tiempo de enseñarme todo esto.


— No es ninguna molestia. Si necesitas algo, lo que sea, no dudes en decírmelo. Me voy a volver ya a mi mesa para liberar a Charlotte.


Paula la siguió pero se fue en busca del servicio en vez de regresar inmediatamente al despacho de Pedro. Necesitaba ir al lavabo y refrescarse. Aún sentía los efectos de la noche anterior y estaba segura de que tenía aspecto de estar resacosa.


Se metió en el último retrete y cerró la puerta a sus espaldas. Casi al instante, oyó cómo la puerta del servicio se abría y más de una persona entraba. Mierda, odiaba hacer pis con más gente por ahí pululando, y era evidente que esas mujeres no venían a usar los retretes, precisamente. El sonido del agua correr en uno de los lavabos le dio el tiempo suficiente para hacer sus necesidades, pero, una vez estuvo
lista para salir y lavarse las manos, las mujeres comenzaron a hablar y Paula se quedó petrificada en el sitio.


—¿Así, qué piensas de la nueva asistente personal de Pedro?


La voz de la mujer estaba llena de diversión, de incredulidad. Paula quería morirse. Apenas habían pasado unas horas y ya era la comidilla de todos. Lo cual era de esperar, pero hubiera preferido no tener que escucharlo de primera mano.


—¿No es la hermana pequeña de Juan Chaves? —preguntó otra mujer.


—Ajá. Supongo que ya sabemos cómo ha conseguido el trabajo.


—Pobre. Probablemente no sepa dónde se ha metido.


—No sé. Yo creo que yo también lo haría —volvió a decir la primera mujer—. Me refiero a que es rico, guapo y he oído que es una bestia en la cama. Literalmente. ¿Oísteis ese rumor de que tiene un contrato que les hace firmar a todas sus mujeres antes de llevárselas a la cama?


—Me pregunto qué contrato es el que ha firmado la nueva —dijo la segunda mujer con la voz cargada de segundas intenciones.


Paula oyó reírse al menos a tres personas. Genial. Reunión de chicas en el baño y ella atrapada. Se pegó las rodillas al pecho encima del retrete para que nadie pudiera verla y rezó para que las mujeres no se acercaran hasta allí.


—Yo preferiría ser la tercera en uno de los tríos que se montan Juan y Alejandro —dijo una de ellas—. ¿Os imagináis tener a dos multimillonarios dominantes en la cama?


Paula puso los ojos en blanco y le entró un escalofrío. Como si ella quisiera escuchar todo eso sobre su hermano.


—¿Cuál crees que es la historia que hay detrás de esos dos? —preguntó la primera de las chicas—. Parece que siempre van a por la misma mujer. Es un poco raro, si me lo preguntas a mí. O sea, no es que me importara para nada montarme un trío con ellos, pero para ellos es algo habitual.


—A lo mejor son bisexuales.


Paula se quedó boquiabierta. Joder. No es que les diera mucha credibilidad a los cotilleos, pero aparentemente el rumor que estaba deambulando por ahí era que Juan y Alejandro tenían esta perversión suya de montarse tríos y que Pedro no era el hombre más solitario de esta empresa.


Paula no se quería ni imaginar, en lo más mínimo, a su hermano en esa clase de situaciones.


—Me apuesto a que Pedro se está tirando a la hermana de Juan. ¿Os imaginais si Juan se entera? Todo el mundo sabe que es extremadamente sobreprotector con ella.


Paula suspiró. Probablemente había sido mucho pedir entrar a trabajar y no estar en boca de todos.


—A lo mejor lo sabe y no le importa —sentenció otra mujer—. Ya es adulta.


—Es muchísimo más joven que Pedro, y, si le ha hecho firmar un contrato, no creo que Juan se lo tomara muy bien.


—Puede que a ella le vayan ese tipo de cosas.


—Eh, chicas —una mujer nueva abrió la boca con voz dubitativa—. Yo sé que la cosa del contrato es cierta. Me colé en su oficina una noche cuando me quedé trabajando hasta más tarde. Tenía curiosidad.
Ya sabéis, por los rumores y demás. Tenía un modelo de contrato en su mesa, una lectura muy interesante.
Digamos que, si una mujer se va a la cama con él, básicamente está firmando la cesión del control de su vida durante ese período de tiempo.


Paula apoyó la cabeza sobre las rodillas con un golpe seco.


—¡No fastidies! ¿Estás de broma?


—¿Estás loca? ¿Sabes lo que podría haber pasado si te hubiera pillado? Te habría despedido ahí mismo y solo Dios sabe qué más te habría hecho.


—¿Cómo diablos entraste en su oficina? Sé por experiencia que siempre la deja cerrada con llave.


—Eh… manipulé la cerradura. Se me da bastante bien —admitió la mujer.


—Nena, eres una suicida. Yo que tú no lo volvería a hacer.


—Mierda, chicas. Tenemos que volver al trabajo. Ese informe es para las dos, y Pedro no es tan comprensivo como Alejandro con los retrasos. Ojalá Juan y Alejandro se den prisa y vuelvan de donde sea que estén.
Trabajar para ellos es mucho más fácil que para Pedro.


De repente se pudo percibir un frenesí de actividad. Primero el sonido de los zapatos yendo de un lado a otro, luego de las manos al sacar papel del dispensador y por último el de sus pisadas al salir. La puerta se cerró con un chirrido y Paula suspiró profundamente de alivio.


Se bajó rápidamente del retrete e igual de deprisa se arregló la falda. Abrió la puerta del aseo y se asomó ligeramente; al ver que no había nadie se precipitó hasta el lavabo y se lavó las manos con celeridad. Cuando se encontró justo enfrente de la puerta de los servicios, dudó por un momento, pero
entonces la abrió un poco y se asomó al pasillo.


No había nadie al acecho, por lo que Paula salió corriendo y se apresuró a volver a la oficina de Pedro.


Vaya cosas que se aprendían en el trabajo…


Pedro se enfadaría muchísimo si supiera que alguien había entrado en su oficina y leído documentos personales, pero Paula no iba a ser una chivata en su primer día de trabajo. No sabía siquiera qué mujer era la culpable; todos los nombres y voces se le habían mezclado durante las presentaciones.


Afortunadamente, Pedro no había vuelto de su reunión cuando Paula llegó a la oficina, así que la joven se dirigió a su mesa y se volvió a hundir en la silla. Abrió de nuevo la carpeta y las palabras comenzaron a mezclársele justo delante de sus ojos. Era demasiada información para ser procesada en un día.


Dio un pequeño salto cuando de repente sonó el teléfono. Lo miró con gesto nervioso y, entonces, vacilante, lo descolgó.


—Paula Chaves —dijo como saludo. Un «hola». sonaba poco profesional y no quería quedar como una completa idiota. La voz cariñosa y sensual de Pedro llenó su oído.


—Paula, voy a llegar un poco tarde. Tenía intención de que almorzáramos juntos, pero me voy a retrasar. Le diré a Eleanora que te pida algo.


—De acuerdo, gracias —murmuró.


—¿Te ha enseñado toda la oficina?


—Sí.


—¿Y? ¿Ha ido bien? ¿Han sido todos educados contigo?


—Oh, sí, sí, claro. Todo el mundo ha estado genial. Ya estoy de vuelta en el despacho, obviamente, ya que estoy hablando contigo. Sigo trabajando en la carpeta que me diste esta mañana.


—Pero no te olvides de comer —le dijo con un tono de advertencia—. Te veo después del almuerzo.


Antes de que ella pudiera siquiera decirle «adiós»., la línea se cortó. Con pesar, colgó el teléfono y devolvió la atención a la carpeta.


Treinta minutos más tarde, Eleanora se asomó por la puerta y ella le hizo un gesto con la mano para que pasara. Traía consigo una bolsa con comida, que luego depositó sobre su mesa.


—El señor Alfonso me dijo que te gustaba la comida tailandesa y hay un sitio bastante bueno al final de la manzana que reparte a domicilio, así que te he pedido el especial. Si me dieras una idea de lo que te gusta y de lo que no, tomaré nota para que en un futuro pueda pedirte algo que sea de tu gusto.


—El tailandés suena perfecto —le dijo Paula—. Gracias. No tenías por qué hacerlo.


Eleanora frunció el ceño.


—El señor Alfonso fue muy específico cuando me dijo que tenía que traerte el almuerzo y asegurarme de que comieras. Ah, y, por si él no te lo ha dicho todavía, aquí en la oficina también tiene una pequeña nevera con una variedad de bebidas, así que sírvete tú misma. Está justo debajo de ese
armario.


—Gracias, Eleanora. Has sido muy amable.


Ella asintió, se dio media vuelta y desapareció por la puerta de la oficina.


Hasta ahora Paula no estaba completamente segura de que esto estuviera yendo de la manera que se suponía que tenía que ir. Era la asistente personal de Pedro, que significaba que ella era la que asistía, no que otros empleados tuvieran que ponérselo todo en bandeja. Paula esperaba que no le hubiera dado la misma orden a otros en el departamento. Si lo había hecho, su nombre se mancharía y ya nadie dudaría en pensar que estaban acostándose juntos y que solo estaba aquí para ofrecerle servicios sexuales a Pedro.


Aunque ese fuera realmente el cometido más importante de su trabajo.


Vaya, sonaba como si fuera una prostituta. Y quizás en esencia sí que lo era. La habían contratado para ofrecer sexo; si eso no la convertía en una puta, ¿entonces en qué? 


El único consuelo que tenía era que no le estaba pagando por ello.


Soltó un gemido cuando se dio cuenta de lo estúpida que era esa afirmación. Sí que le estaba pagando. ¡Y mucho! Por un trabajo inexistente con obligaciones tan básicas como era la de memorizar una gran cantidad de detalles de algunas personas clave. Estaba en nómina y por alguna razón no pensaba que fuera a encontrar en su archivo personal el término «juguete sexual».. Pero ambos sabían que eso era
precisamente lo que era, una sumisa sexual a la que pagaban por sus servicios.


Dejó caer la cabeza sobre la mesa y suspiró. Paula no se consideraba particularmente a sí misma una sumisa. Y no es que no pudiera serlo en la situación adecuada, pero no era algo que estuviera profundamente arraigado en ella. Ni tampoco era una necesidad que se sentía obligada a satisfacer para poder ser feliz.


Era. una perversión sexual, aunque ella nunca se había imaginado que tuviera ninguna. Aún no estaba segura de exactamente en qué posición se encontraba dentro de toda ese mundo del sado y de la sumisión, y de las otras cosas chocantes que estaban en el contrato.


Pero lo había aceptado. Había firmado voluntariamente. Así que estaba más que segura de que pronto lo averiguaría.






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