miércoles, 6 de enero de 2016
CAPITULO 16 (PRIMERA PARTE)
Pedro estuvo callado y pensativo durante todo el trayecto hasta el club de jazz, en el Village, donde la fiesta se iba a celebrar. Paula seguía mirándolo con nerviosismo; podía ver la inseguridad instalada en sus ojos pero, a pesar de querer tranquilizarla, no se vio capaz de hacerlo. ¿Cómo podría?
Estaba desquiciado. Lo avergonzaba conocer el poco control que tenía cuando estaba a su alrededor.
Él nunca, nunca había mostrado tal falta de dominio sobre sí mismo con ninguna otra mujer. Sus acciones y respuestas siempre eran precisas; con Paula, no tenía ni una ínfima parte de la calma y la distancia que había sido parte de su vida desde que había sido un adolescente.
Dios, pero si lo único que había hecho había sido vapulearla.
Le había violado la boca, por el amor de dios. La había llevado de vuelta al apartamento como si estuviera poseído por el diablo, la había puesto de rodillas y luego se había enterrado en su garganta. El asco que sentía hacia sí mismo no conocía límite, y, aun así, no podía arrepentirse de lo que había hecho. Peor aún, sabía que lo iba a volver a hacer una y otra vez. Ya estaba muriéndose de ganas de volver a casa para así poder tenerla debajo de él en la cama.
Le había cabreado la falta de respeto que le habían mostrado a Paula en la oficina los otros empleados, pero él también era un gran hipócrita. Pedro le había faltado al respeto muchísimo más al haberla tratado como la puta que ella temía ser. No es que él nunca, ni siquiera una vez, la hubiera considerado tal cosa, pero sus actos hasta ahora no se habían correspondido con sus intenciones para nada. Su polla estaba ocupándose de pensar por él y no le importaba una mierda que quisiera ir más despacio para no abrumarla desde el primer día, sino que quería más. Sus manos y su boca querían más, su deseo por ella era tan incontenible que no había mostrado ningún signo de querer decaer hasta ahora. En cualquier caso, su deseo había aumentado cada vez que le había hecho el amor.
Hacer el amor. Se quería reír. Ese era un término mucho más suave que lo que había hecho. Quizá lo había pensado en un intento de poder sentirse mejor. Porque lo que realmente había hecho había sido follársela sin descanso, había cruzado la fina línea que existía hasta llegar a maltratarla, y, a pesar de todos los remordimientos que sentía, sabía que la próxima vez no sería para nada diferente sin importar las intenciones que él tuviera. Podría decir todo lo que quisiera, pero era un maldito mentiroso y él lo sabía.— Ya estamos aquí, Pedro —dijo Paula tocándole el brazo con suavidad.
Salió de su ensimismamiento y se dio cuenta de que acababa de aparcar en la esquina del club. Se recompuso con rapidez y bajó del coche. A continuación, se dirigió hasta el lado donde estaba Paula para abrirle la puerta y la ayudó a bajar.
Estaba increíblemente asombrosa. Tuvo la sensación de que, a pesar de haber elegido a propósito el vestido más tapadito para ella, iba a llamar la atención de la misma forma que si hubiera ido vestida con el que se puso para la inauguración.
Paula era una mujer muy atractiva, tenía algo tan especial dentro de sí que hacía que todos se fijaran en ella. Podría llamar la atención hasta vestida con un saco de patatas.
Pedro la cogía de forma informal del brazo y así la guio hasta la entrada. Usó toda la fuerza de voluntad que tenía para controlarse y no pegarla directamente contra su cuerpo para que todo el mundo viera que era suya, pero no la avergonzaría, y no pondría en juego su relación —o la de él mismo— con Juan. Con saber que le pertenecía a puerta cerrada ya era suficiente, pero que Dios los ayudara si veía a
otros tíos babeándole encima esta noche.
Cuando llegaron a la entrada del salón reservado para la fiesta, Pedro mantuvo una distancia prudencial entre ambos.
Cada instinto que tenía en el cuerpo le gritaba que la acercara hacia él y que le pusiera el letrero invisible de «No tocar». sobre la frente, pero se obligó a sí mismo a permanecer tranquilo y distante.Paula estaba aquí en calidad de trabajadora, nada más. No era ni su cita, ni su amante,
ni su mujer, aunque tanto él como ella supieran que sí lo era.
Nada más entrar, Mitch Johnson los vio entre la multitud y los saludó con la cabeza antes de encaminarse hacia donde ellos estaban.
—Comienza el espectáculo —murmuró Pedro.
Paula hizo un pequeño reconocimiento de todas las personas que conformaban la multitud y enseguida se concentró en Mitch, que ya estaba casi llegando hasta ellos. Dibujó una sonrisa sincera en su rostro y se quedó junto a Pedro con todos los sentidos alerta mientras ambos esperaban.
—Pedro, me alegra ver que has podido venir a pesar de haberte avisado con tan poca antelación — dijo Mitch extendiendo la mano.
—No me lo podría perder —contestó con diplomacia.
Entonces se volvió hacia Paula.
—Mitch, me gustaría que conocieras a mi asistente personal, Paula Chaves. Paula, este es Mitch Johnson.
Ella estrechó su mano con una sonrisa amable y seductora.
—Es un placer conocerle, señor Johnson. Gracias por invitarnos.
Mitch parecía estar más que encantado con Paula, un hecho que hacía que Pedro quisiera gruñir. Sin embargo, Pedro se obligó a tranquilizarse. Mitch estaba felizmente casado y no era de la clase de hombre que tenía aventuras. Pero la estaba mirando, y eso ya era más que suficiente para cabrear a Pedro
—El placer es todo mío, Paula. Por favor, llámame Mitch. ¿Puedo traeros algo de beber? Pedro, hay algunas personas que quiero que conozcas.
—Para mí, no, gracias —murmuró Paula.
Pedro sacudió la cabeza.
—Yo quizá luego.
Mitch extendió el brazo hacia la multitud en señal de invitación.
—Si me acompañáis, haré las presentaciones oportunas. He estado hablando con algunos colegas y están muy interesados en tu proyecto de California.
—Excelente —contestó Pedro con satisfacción.
Tanto él como Paula siguieron a Mitch a través del gentío y este les fue presentando a varios invitados.
Durante todo el tiempo que se habló de negocios, Paula permaneció a su lado con evidente interés en el rostro. La verdad es que era realmente buena. Probablemente la velada estaba resultando de lo más aburrida para ella, pero Paula no dejaba ver que fuera así.
Lo sorprendió por completo cuando, en una de las pausas entre conversación y conversación, miró a Trenton Harcourt y le preguntó:
—Por cierto, ¿cómo le está yendo a su hija en Harvard? ¿Está disfrutando de sus estudios?
Trenton pareció quedarse de piedra, pero luego sonrió abiertamente.
—Le está yendo muy bien. Mi mujer y yo estamos muy orgullosos de ella.
—Estoy segura de que Derecho Mercantil es una carrera complicada, pero piense en lo útil que podría ser para sus propios fines cuando se gradúe. Siempre es bueno tener gente preparada dentro de la familia —dijo Paula con un brillo en los ojos.
El grupo se rio y Pedro sintió una oleada de orgullo.
Aparentemente sí que había estudiado. Entonces la observó mientras se adueñaba de la conversación y comenzaba a dirigir comentarios personalizados a los otros hombres presentes. Mantuvo un ritmo fluido que tuvo a todos los hombres completamente hipnotizados. Él la contempló atentamente mientras esperaba que los otros le dedicaran alguna mirada inapropiada o algún comentario, pero los hombres se comportaron de forma cortés y parecieron estar
totalmente encantados por su dulzura.
—¿Es familia de Juan Chaves? —le preguntó Mitch cuando la conversación tuvo una pausa.
Paula enmudeció pero mantuvo la compostura.
—Es mi hermano —la voz le salió casi como a la defensiva, detalle que Pedro captó pero que dudaba de que los otros lo hubieran percibido.
—Yo la pillé primero —informó Pedro desinteresadamente—. Es inteligente y perfecta para ser mi asistente personal. No me importa pelearme con Juan para ver quién la va a involucrar en el mundo de los negocios.
Los otros se rieron.
—Eres un hombre listo, Pedro. Siempre has sido un hueso duro de roer en los negocios. Pero bueno, el ganador se lo lleva todo, ¿no es así? —dijo Trenton.
—Exactamente —contestó Pedro—. Paula es una pieza valiosa que no tengo intención de dejar que se me escape de las manos.
El rostro de Paula se encendió de la vergüenza, pero, de solo ver la satisfacción que se reflejó en sus ojos, a Pedro le mereció la pena hacer el esfuerzo de dejar claro que la valoraba como empleada.
—Si nos perdonáis a Paula y a mí, estoy viendo a otras personas a las que me gustaría saludar también —se disculpó Pedro con suavidad.
Él le posó la mano en el codo y la alejó del grupo. Estaban empezando a caminar a través del salón para hacerse con algo para beber, cuando de repente Pedro se quedó paralizado en el sitio y fijó la mirada sobre la puerta de la entrada. Entonces maldijo por lo bajo. Paula lo escuchó y lo miró con el ceño fruncido, pero a continuación siguió la mirada hasta la puerta e hizo una mueca con los labios.
Su padre acababa de entrar en la sala con una rubia impresionante y mucho más joven que él del brazo. Maldita sea. ¿Qué estaba haciendo su padre aquí? ¿Por qué no se lo había dicho para que al menos hubiera estado preparado?
Tras ver a su madre el pasado fin de semana e intentar por todos los medios subirle los ánimos, lo enfurecía ver aquí a su padre con su última adquisición.
Paula lo tocó en el brazo con el rostro lleno de simpatía. No había forma alguna de evitar el encuentro; su padre lo había visto y ya se estaba acercando a él a través de la multitud.
—¡Pedro! —dijo su padre con los ojos brillándole mientras se acercaba—. Me alegro de haberte encontrado aquí. Ha pasado bastante tiempo desde la última vez que nos vimos.
—Papá —contestó él con sequedad.
—Stella, quiero que conozcas a mi hijo, Pedro. Pedro, esta es Stella.
Pedro asintió con brusquedad pero no se regodeó en el saludo con más entusiasmo. La piel le hormigueaba, lo único que quería era estar bien lejos de la situación que tenía frente a sus narices. No podía ver más que el rostro de su madre, la tristeza de sus ojos. La confusión y la traición que aún sentía después de que su marido —durante treinta y nueve años— la abandonara de buenas a primeras.
—Es un placer —dijo ella con voz ronca y comiéndoselo enterito con los ojos.
—¿Cómo has estado, hijo? —le preguntó su padre. Si él había notado la incomodidad del momento, no la expresó. O quizás es que no tenía ni la más remota idea de todo el daño que había causado a su familia por culpa de sus actos.
—Ocupado —le dijo Pedro con sequedad.
Su padre sacudió un brazo de forma despectiva.
—Como si eso fuera algo nuevo. Deberías tomarte unas vacaciones. Un descanso. Me encantaría tenerte en casa y ponerme al día con todo lo que te ha pasado últimamente.
—¿Qué casa?
La voz de Pedro habría congelado hasta el mismísimo infierno.
—Oh, la que me he comprado en Connecticut —contestó su padre animadamente—. Me encantaría que la vieras. Podríamos quedar para cenar. ¿Estás libre por la noche algún día de esta semana?
Pedro apretó la mandíbula hasta que esta le comenzó a doler. Paula se aclaró la garganta con suavidad y dio un paso al frente con una sonrisa amable dibujada en el rostro.
—¿Le gustaría beber algo, señor Alfonso? Voy a ir al servicio un momento pero a la vuelta estaría encantada de traeros algo a usted y a Pedro.
El padre de Pedro la miró con confusión durante un momento antes de que sus ojos brillaran llenos de reconocimiento.
—¿Paula? ¿Paula Chaves? ¿Eres tú de verdad?
El padre de Pedro solo la había visto en dos ocasiones, cuando Paula era mucho más joven, y solo por unos breves instantes. Se sorprendió de que su padre la recordara siquiera. Ella asintió.
—Sí, señor. Estoy ahora trabajando para Pedro como su asistente personal.
Su padre sonrió y se inclinó para darle un beso a Paula en la mejilla.
—Dios, cómo has crecido. La última vez que te vi fue hace años. Te has convertido en una muchacha encantadora.
—Gracias —dijo Paula—. Entonces, ¿qué me dice de la bebida?
—Whisky escocés con hielo —respondió su padre.
—Nada para mí —añadió Pedro sin expresión alguna.
Paula le envió una mirada llena de simpatía y entonces se dirigió hacia el baño de señoras. No podía culparla. Había tanta tensión en el ambiente que la situación era extremadamente incómoda.
Pedro la observó mientras se alejaba y se dio cuenta de lo mucho que él también quería largarse de ese lugar. Quería estar en su apartamento, a puerta cerrada, con Paula en sus brazos y perdiéndose en su interior una y otra vez.
—Entonces, ¿qué hay de esa cena? —persistió su padre.
Paula se escapó hasta el lavabo de señoras aliviada. Ya que no tenía necesidad de usar el servicio y solo era una excusa para alejarse de la incómoda situación entre Pedro y su padre, se retocó los labios y se contempló en el espejo.
Para su sorpresa, la puerta se abrió y Stella entró. Se colocó justo al lado de Paula y la miró de forma ostensible antes de retocarse también con el pintalabios.
—Bueno, dime —comenzó Stella, aún aplicándose el carmín —. ¿Es cierto el rumor sobre Pedro Alfonso y las expectativas que tiene con sus mujeres?
Sorprendida, Paula casi dejó caer su barra de labios al suelo, pero se movió con torpeza para intentar agarrarlo de nuevo y luego se giró hacia Stella; se había quedado de piedra ante su descaro.
—Aunque supiera los detalles de la vida personal del señor Alfonso, de ningún modo traicionaría tal confianza.
Ella puso los ojos en blanco.
—Oh, vamos. Dame alguna pista. Me encantaría poder acostarme con él, y si es una bestia en la cama tal y como sospecho, pues mejor que mejor.
Paula sacudió la cabeza.
—Estás aquí con su padre.
Stella movió la mano con un gesto despectivo.
—Solo por dinero. Pero Pedro tiene mucho más y es más joven y más viril. Si puedes tener al Alfonso más joven, ¿por qué no ir a por él? ¿Tienes algún consejo que darme? Tú trabajas para él, estoy segura de que habrás tenido que lidiar con sus otras mujeres en algún momento.
Paula no debería haberse sorprendido pero, francamente, estaba confundida por la avaricia y el tono tan insolente y directo de la otra mujer. Sin saber siquiera cómo empezar a responder, Paula simplemente se dio la vuelta y salió del cuarto de baño. No podía hacer más que sacudir la cabeza mientras se encaminaba hacia el bar, no se podía creer el gran atrevimiento de la mujer.
Pidió un whisky escocés y esperó mientras el camarero lo preparaba. Después, se dio la vuelta y buscó a Pedro y a su padre entre el gentío. Aún estaban justo donde ella los había dejado, y Pedro parecía de todo menos contento.
Su rostro denotaba frialdad, y sus ojos severidad. Era como si estuviera enfrentándose a un oponente al que de verdad deseara borrar de la faz de la tierra.
Paula suspiró. Sabía que tenía que ser una lástima que tus padres se separaran después de tantos años.
Pedro había crecido en un ambiente estable y familiar mientras que ella y Juan habían estado luchando por volver a recomponerse cuando sus padres murieron. Mirándolo bien, el divorcio de los padres de Pedro se parecía bastante a haberlos perdido a ambos aunque siguieran estando vivos, porque nada volvería a ser otra vez igual y él no tendría más remedio que entender a sus padres como entidades separadas.
Paula hizo un mohín con los labios cuando vio a Stella volver a donde Pedro y su padre se encontraban.
La mujer no vaciló lo más mínimo en coger del brazo a Pedro mientras le sonreía radiante y flirteaba con él con descaro.
La risa de Stella sonaba como un tintineo, y esta se hizo evidente a los oídos de Paula cuando se acercó un poco más a ellos con la bebida. Para su sorpresa, Pedro le devolvió la sonrisa a la mujer con una propia, seductora y matadora, que hizo que Paula retrocediera al instante. Era una sonrisa que Pedro usaba cuando estaba de caza. Una sonrisa que le indicaba a la mujer que no había ninguna duda de que estaba interesado.
¿Qué narices estaba pasando?
Paula se quedó a unos cuantos pasos de ellos, que aún no se habían percatado de su presencia, e intentó controlar la feroz envidia —y rabia— que le corría por las venas. Intentó recordarse que ella no era una persona celosa, pero a la mierda. Estaba loca de celos y no quería más que arrancarle a esa rubia los pelos de raíz. ¿Se había vuelto loco? ¿Este era el tipo de mujer que le atraía? ¿Una que solamente se
interesaba en él por lo que pudiera pillar económicamente?
Estaba claro que él prefería evitar los enredos emocionales en sus relaciones. Lo había dejado más que claro. Pero habiendo un contrato firmado con Paula de por medio, tendría que pasar por encima de su cadáver si quería flirtear con esa zorra. Les daría una buena tunda a ambos si hacía falta.
Paula se acercó a ellos y le tendió la bebida al padre de Pedro.
—Gracias, querida —dijo el señor Alfonso con una sonrisa amable.
Stella le hizo entonces un mohín a Pedro.
—Baila conmigo, Pedro. La música está ahí desperdiciándose y yo estoy más que lista para bailar.
Pedro se rio entre dientes y a Paula el sonido la puso de los nervios.
—Si nos perdonas… —le dijo Pedro a su padre. Ni siquiera la miró a ella cuando condujo a Stella hasta el área reservada para bailar.
Paula se los quedó mirando completamente atónita mientras Pedro la estrechaba entre sus brazos — acercándola mucho, muchísimo, más cerca de su cuerpo de lo que era necesario en cualquier baile casual — y le regalaba una sonrisa. ¡Una sonrisa! Él, que apenas sonreía a nadie.
La había dejado con su padre, una situación bastante incómoda dado el hecho de que Pedro se había largado con la que era su acompañante. Y no podría escaparse al cuarto de baño otra vez. Ya había utilizado esa excusa.
Se dio cuenta de que el señor Alfonso había fruncido el ceño mientras su mirada se dirigía al punto de la sala donde Pedro y Stella estaban bailando. Ella misma era incapaz de desviar la suya. Cuando vio a Pedro deslizar una de sus manos por el cuerpo de la mujer de manera provocativa, la furia le aumentó por momentos.
A la mierda con todo. No se iba a quedar en la fiesta cuando Pedro estaba manoseando a otra tía delante de sus narices. ¡Y nada menos que con la mujer con la que estaba saliendo su padre! Ya había hecho su trabajo. Había sido amable y cordial, había encantado a los inversores y había soltado de un tirón toda esa información inútil que había estado memorizando durante toda esa tarde.
Tenía mejores cosas que hacer. Principalmente irse a casa y desahogarse con Carolina.
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