jueves, 4 de febrero de 2016

CAPITULO 20 (TERCERA PARTE)




Pedro se echó hacia atrás y se puso de pie. Luego extendió la mano hacia abajo para ayudarla a levantarse. Tras coger uno de los cojines del sofá, lo tiró en el suelo y luego la urgió a que se arrodillara sobre él.


Se llevó una mano a la bragueta para desabrochar el botón y luego bajar la cremallera. Se metió la mano bajo el pantalón y liberó su rígida erección de los confines de su ropa interior para envolvérsela con el puño y acercarla a la boca de Paula.


—Lámela —dijo con un chirrido—. Juega con el glande y luego chúpala hasta tenerla bien adentro en tu garganta.


Ella sacó la lengua y rodeó la ancha cabeza con ella antes de entretenerse con la sensible piel de la parte inferior. Le encantaba la forma en que Pedro siseaba para coger aire y la forma en que luego dejaba escapar el aire entre los dientes en reacción a sus caricias.


Enterró los dedos en su pelo y tiró de los mechones antes de que los nudillos descansaran contra su cuero cabelludo. La tenía agarrada con fuerza, y eso a Paula le gustaba. La otra mano la tenía colocada bajo su mentón, abriéndole la boca mientras él empujaba sus caderas hacia delante y se introducía en su garganta.


Sus movimientos no eran suaves, tal y como la tenía agarrada del pelo, y eso a ella le encantó también. Le encantaba todo ese poder primitivo que apenas escondía bajo su fachada. Era como un león a punto de atacar. Un macho predador y excitante.


Paula se alzó un poco para poder tomarlo en la boca más profundamente. Lo quería más adentro.


Quería saborearlo, le encantaba la forma en que tomaba las riendas, el hecho de que no tenía ningún poder a excepción del que él quisiera darle.


—Dios —dijo en voz baja—. No he sentido nunca nada tan placentero como tu boca alrededor de mi polla, nena.


Ella se estremeció de placer al escuchar sus palabras. Los pezones se le endurecieron y se convirtieron en dos botones rígidos y enhiestos. Jadeó cuando Pedro extendió las dos manos y agarró ambos pezones entre sus dedos, retorciéndolos suavemente y ejerciendo la presión justa para volverla loca sin causarle ningún daño.


Paula lo lamió sin ninguna prisa desde la base hasta la punta, dejando que la cabeza descansara peligrosamente sobre sus labios antes de volver a tomarlo entero en la boca hasta que la barbilla tocara la piel de sus testículos. Tragó saliva, lo que logró que la cabeza del miembro de Pedro quedara exprimida en la parte posterior de su garganta. Pedro gimió, recompensándole el esfuerzo con una sacudida y pellizcándole los pechos con más agresividad, lo cual consiguió que ella gimiera también.


—Te he imaginado de tantas maneras —dijo Pedro con una voz forzada—. Atada, con el culo en pompa, con mis marcas en la piel. A cuatro patas, penetrándote desde atrás tanto el culo como el coño. Encima de mí, cabalgándome. Yo comiéndote toda mientras tú me chupas la polla. Todo lo que te venga a la cabeza lo he imaginado.


Paula se estremeció, el cuerpo le tembló casi con violencia al mismo tiempo que las imágenes mentales que él había provocado se instalaban en su mente.


—No siempre voy a ser así de fácil de complacer, nena —murmuró—. Es difícil contenerse, pero no quiero que vayamos demasiado rápido.


Ella apartó la boca de su miembro y alzó la mirada hacia él mientras le rodeaba la erección con los dedos.


—No quiero que seas fácil, Pedro. Esa no es la razón por la que estoy contigo. Quiero lo que puedes darme. Lo necesito.


Pedro le rodeó el rostro con las manos y bajó la mirada, la expresión en su semblante era tierna.


—Me encanta que quieras eso de mí, Paula. Solo quiero asegurarme de que estás preparada para ello. Has pasado por mucho y los últimos días han sido frenéticos y estresantes para ti.


—Es verdad —coincidió—. ¿Pero sabes que hoy ha sido el mejor día? El primer día en más tiempo del que puedo recordar donde he sido completamente feliz. Sí, Pedro. Por ti. Porque estaba aquí.
Me senté en el salón a pintar y todo en lo que podía pensar era en lo contenta que estaba de estar aquí, trabajando, deseando con ansia que llegara el momento en que me llamaras y me dijeras que venías de camino a casa.


Los ojos de Pedro se suavizaron y el verde en ellos se derritió y se convirtió en un color casi eléctrico.


—Me quitas la respiración.


—Y ahora —dijo balanceándose sobre los talones y colocando la boca en la posición correcta para volver a acogerlo en la garganta—, ¿cuándo pasamos a la parte de las perversiones?





CAPITULO 19 (TERCERA PARTE)





Paula soltó el pincel y salió corriendo para limpiarse las manos antes de ir a coger su teléfono que estaba sonando. 


Estas le temblaron al ver que era Pedro el que llamaba. Una bola de nerviosismo se le instaló en la boca del estómago y fue subiendo hasta llegar a su garganta.


—¿Sí?


—Voy de camino.


Las simples palabras de Pedro enviaron un escalofrío por toda su espalda.


—De acuerdo —murmuró—. Estaré lista.


—Bien. Entonces no te has olvidado.


—No —dijo ella con suavidad—. Sé cuáles son tus expectativas.


Él se quedó callado un momento.


—¿Pero es lo que tú quieres, Paula? ¿O solo estás satisfaciendo mis deseos?


—Yo también lo quiero, Pedro. Estoy un poco nerviosa, pero es porque todo esto es nuevo y aún nos estamos conociendo. Pero no estaría aquí si de verdad no quisiera. No me importa la clase de mujer que piensas que has metido en tu apartamento: no soy ella. No soy débil ni tampoco tengo poco carácter. Está claro que no supe manejar la situación con Martin como debería haberlo hecho, pero
no se me pisotea fácilmente.


Él se rio y el sonido le llegó a Paula cálido y vibrante en el oído.


—Yo nunca he pensado ni por un instante que fueras débil o que no tuvieras carácter, nena. Hay que ser una mujer fuerte para lidiar con un hombre como yo. Nunca dudes de eso.


Una amplia sonrisa se dibujó en el rostro de Paula y el corazón le dio un vuelco al escuchar la suave expresión de cariño. No era la primera vez que la había llamado nena, pero le gustó desde el primer momento. La voz de este hombre al hablar con suavidad tenía algo… demostraba una ternura cuando usaba las palabras afectivas que hacía que el corazón se le parara ahí mismo.


—Tengo que colgar si quieres que esté lista para cuando llegues —dijo—. No quiero decepcionarte el primer día.


Hubo otra pausa y luego su voz sonó grave y dulce, lo que logró enviar una ola de felicidad rápida y enérgica por sus venas.


—No me decepcionarás, Paula. No quiero que pienses eso. No quiero siquiera que albergues ese pensamiento en la cabeza. Si estás allí cuando llegue a casa, desnuda y esperándome, no voy a decepcionarme. Lo he estado esperando durante todo el día. Dejaré que cuelgues para que puedas prepararte. Hasta luego.


—Adiós —susurró ella.


En cuanto colgó, se puso de pie y frunció el ceño al ver todas sus cosas de pintura repartidas por todo el salón. 


Sabía que el ama de llaves iba a venir por la mañana, pero no quería ser una carga extra para ella. Es más, todas sus cosas estaban todavía en cajas y bien organizadas junto a la pared del salón. No se había molestado en sacarlas porque había querido ponerse a trabajar; estaba loca por llevar más cuadros a la galería.


Con suerte Pedro no se enfadaría por el desorden y el caos que había traído a su inmaculado apartamento.


Se precipitó hacia el cuarto de baño preguntándose si tendría tiempo para darse una ducha rápida.


Pero se había dado una esta mañana. Estaba limpia. Solo sus manos y sus brazos tenían manchas de pintura, pero las podría limpiar sin necesidad de ducharse.


Aun así, Paula le prestó mucha atención a su apariencia. Se cepilló el pelo largo y rubio que tenía y luego se miró en el espejo. No llevaba maquillaje, pero en realidad ella raramente llevaba algo más que brillo de labios y un poco de rímel.


Una vez satisfecha por no parecer estar hecha un auténtico desastre, se fue hasta el dormitorio y se quitó la ropa. Dobló los vaqueros y la camisa sin saber si volvería a vestirse más tarde o si Pedro la mantendría ocupada hasta que llegara la hora de irse a dormir. Se preocuparía de ese detalle en particular cuando llegara el momento.


¿Y ahora qué? ¿Lo esperaba en el dormitorio? ¿Debería sentarse en el salón y esperarlo allí?


Frunció el ceño pensativa. No habían hablado de nada en particular, solo que la quería desnuda y esperándolo.


Sí que había sido específico en que no quería que se arrodillara a menos que él lo quisiera así cuando estuviera con su miembro en la boca. Las mejillas le ardieron al recordar esa afirmación. A Martin le había gustado que se arrodillara. Le gustaba su sumisión. Por entonces no la había
molestado. Era parte de su relación, una a la que había accedido. Ahora se sentía como una estúpida por ofrecerle al imbécil su sumisión.


Caminó hasta el salón al decidir que sería allí donde lo iba a esperar. A Pedro le había gustado la idea de llegar a casa y encontrársela desnuda y esperándolo, lo cual le decía que probablemente le gustaría verla en cuanto entrara por la puerta. Si tenía que ponerse a buscarla, entonces es que no lo había estado esperando muy bien. Y a ella le gustaba la idea de ser lo primero que viera cuando saliera del ascensor.


Ya que no se iba a poner de rodillas, optó por el afelpado sofá de piel, pero extendió una manta encima para que fuera cómodo contra su piel desnuda. Y luego se debatió en si debería simplemente sentarse o mejor tumbarse. La risa le estalló en la garganta. Estaba dándole demasiadas vueltas.
Paula era una artista y las imágenes le gustaban. Conocía todo tipo de poses provocativas y Pedro agradecería una de esas seguro. Quería sorprenderlo la primera vez que volviera a casa con ella.


Un calor se apoderó de su pecho cuando esas palabras le calaron bien adentro. Volver a casa con ella. Qué fácil había entrado en su vida, en su apartamento y los había adoptado como suyos propios.


¿De verdad estaba considerando este lugar su casa? ¿Y que tenía un hombre que volvía a casa con ella todos los días?


Sin entrar en debates sobre si estaba loca o no por pensar esa clase de cosas, se tumbó de costado y se echó el pelo hacia un lado para que le cayera sobre un hombro y tapara parcialmente sus pechos. No es que ella tuviera alguna inhibición, pero menos algunas veces era más. Los hombres respondían normalmente mucho más a lo que no podían ver que a lo que sí.


Eso era lo que hacía que sus pinturas fueran provocadoras. 


Ese indicio de desnudez. Un simple vistazo a lo prohibido.


Apoyó la cabeza contra el brazo del sofá y posó la mirada en las puertas del ascensor. La piel le hormigueaba; la excitación tomó posesión de su cuerpo al imaginarse lo que Pedro haría cuando llegara a casa.


La excitación le agitaba la zona baja de su cuerpo. Estaba tentada de deslizar los dedos entre sus dos piernas y de acariciarse hasta llegar a un orgasmo rápido. No le llevaría mucho. Ya estaba a punto de solo pensar en la llegada de Pedro. Pero no quería adelantarse a lo que fuera que él tuviera planeado.


Así que esperó aunque cada segundo pareciera una hora.


Cuando escuchó el ascensor, la respiración se le volvió irregular y se le quedó por un momento en la garganta. La boca se le secó y rápidamente se relamió los labios al mismo tiempo que las puertas se abrían y pudo ver a Pedro vestido con el traje que se había puesto para ir al trabajo.


Tenía una mano metida en el bolsillo del pantalón y su pose era casual y arrogante. Rezumaba encanto, dinero y… poder.


Paula se estremeció cuando sus miradas colisionaron. Los ojos de Pedro ardieron sobre los de ella al verla con esa pose. El deseo brilló en ellos y Paula se alegró de haber optado por ser seductora en vez de quedarse sentada y esperar.


Pedro se encaminó hacia ella con paso decidido, con la mandíbula apretada y los ojos llameantes.


Ella levantó la cabeza y siguió su avance.


—Hola —le dijo con voz ronca—. Y bienvenido a casa.


Él la sorprendió al dejarse caer de rodillas frente al sofá. Se acercó a ella con fuerza y estampó su boca contra la de ella con un apasionado frenesí que le quitó la respiración a Paula. Pedro le enredó la mano en el pelo y la atrajo más contra sí para que no hubiera ningún espacio entre ellos.


—Inmensamente preciosa —gruñó—. He estado pensando en esto durante todo el día. Volver a casa, verte esperando. Pero nada me podría haber preparado para la realidad.


Le pasó un dedo por la mejilla y la acarició con suavidad mientras intentaba recuperar la respiración que había perdido gracias al beso.


—Me alegro mucho de que estés aquí, Paula.


—Yo también me alegro —murmuró.


—He tenido una docena de ideas diferentes de camino a casa. Pensando en cómo te iba a hacer mía cuando llegara aquí. En el momento en que te vi me olvidé de todo excepto de cómo estabas tumbada en el sofá.


—Me encantaría escuchar todas esas ideas. Ahora estoy intrigada.


Él sonrió y la diversión se reflejó en sus ojos.


—Algunas probablemente sean ilegales.


—En ese caso, mejor aún.


Pedro se rio y el sonido, grave y ronco, vibró por toda la superficie de la piel de Paula.


—Me gusta tu entusiasmo.


—¿Deberíamos escribirlas en papelitos y meterlos todos luego en un recipiente para decidir cómo tener sexo? —preguntó ella con una sonrisa—. ¿O puedo contar contigo para decidir en el asunto?


—Mi querida mujer está graciosilla hoy —dijo arrastrando las palabras—. A lo mejor he de castigarte por ello.


El calor se instaló de momento en sus mejillas. Pedro alzó una de sus cejas.


—Te gusta esa idea.


Paula se aclaró la garganta, no estaba segura de saber qué decir. Pedro le había dicho que los juegos no le iban. ¿No estaba jugando ella ahora a ser la sumisa traviesa para ganarse un castigo?


Pedro entrecerró los ojos y deslizó los dedos por debajo de la barbilla de Paula para forzarla a que sus miradas se encontraran.


—¿Qué demonios estás pensando justo ahora?


Ella suspiró.


—Es una tontería. Supongo que estaba preocupada por saber qué responder a eso. Y cómo me haría parecer si te hubiera dicho que la idea de que me castigues me pone muchísimo. Dijiste que no te iban los juegos y que querías que todo fuera real.


Pedro le pasó el pulgar por encima de los labios para silenciarla.


—Lo primero, nunca dudes en decirme nada. Especialmente lo que te excita, lo que quieres o lo que necesitas de mí. Sexualmente, emocionalmente o lo que sea. Lo segundo, tus deseos no son un juego. Sé que lo que dije podría haber creado algo de confusión. Lo que quería decir es que tú y yo, lo que tenemos, es real, no un juego. No significa que no podamos jugar juntos siempre y cuando tengas claro que lo que hacemos es real.


—Claro como el barro —dijo Paula con la voz llena de diversión.


—No hemos hablado de los castigos. Tengo que decirte que no me va mucho todo ese rollo de la disciplina. No soy tu padre y tú no eres una niña. Pero sí que hay cosas que me gustan, y hay una gran diferencia entre pensar que necesites un castigo o querer enrojecerte el trasero porque me excite. ¿Vas pillando por dónde voy?


—Sí —dijo con un medio suspiro.


—Supongo que la idea también te atrae a ti.


Ella asintió.


—Me gusta. O sea, me excita. Hay algo que me pone en toda esa idea del macho alfa buenorro azotándome. O ejerciendo su voluntad sobre mí. Eso a lo mejor suena estúpido.


Pedro suspiró.


—No me estás entendiendo, nena. Nada de lo que pienses o sientas es estúpido, ¿lo entiendes? Si te excita, entonces no es estúpido. Si te excita, quiero saberlo porque te quiero dar placer. Quiero hacerte sentir bien. Y lo que quiero en este mismo momento es que estés de rodillas y con mi polla en
la boca. Pero después vamos a tener una charla sobre tus gustos y tus perversiones, y sobre las mías también. Con suerte coincidirán bastante bien.


Paula tragó saliva y se relamió los labios con excitación.


Él gimió y luego posó su boca sobre la de ella y la devoró con ansia.


—Me vuelves loco —le dijo pegado a su boca.


—Bien —le susurró ella.




CAPITULO 18 (TERCERA PARTE)



Juan estaba esperando a Pedro cuando este llegó a la oficina el lunes por la mañana. Pedro no había dudado ni un momento que su amigo estaría esperándolo para ahogarlo a preguntas tras la llamada de teléfono que había recibido la noche del sábado.


Juan se encontraba sentado en el despacho de Pedro cuando este entró. La preocupada mirada de Juan se cruzó con la de él.


—¿Lo solucionaste todo? —preguntó Juan sin siquiera darle tiempo a Pedro para que se sentara.


Pedro soltó el maletín sobre la mesa y luego se dejó caer en la silla al mismo tiempo que miraba a su amigo; sus ojos estaban oscurecidos de la preocupación.


—Estoy en ello —murmuró Pedro—. Hice algunas llamadas de camino al trabajo. Tengo que contratar a un tío para que siga a ese gilipollas, vigilar sus movimientos y luego decidir cuál es el mejor momento para actuar.


—Dios santo —murmuró Juan—. Vas en serio.


Pedro levantó una ceja. Había un montón de notas sobre el escritorio: llamadas perdidas que tenía que devolver, documentos que necesitaban su firma… pero lo dejó todo sin tocar y se recostó en la silla mientras calmadamente sondeaba a Juan al otro lado de la mesa.


—¿Te he dado alguna razón para creer otra cosa? Le hizo daño, Juan. Le dejó moratones en la cara. Ni de coña voy a dejarlo pasar. Estaba demasiado asustada y conmocionada como para denunciarlo, pero me alegro de que no lo hiciera porque yo sí que puedo hacer sufrir a ese maldito cabrón. El tío habría estado fuera de la cárcel en dos segundos, y dudo que saliera algo de ahí. Ya sabes cómo este tipo de cosas siempre acaban en el olvido, especialmente cuando tienes dinero y contactos que lo hagan «desaparecer».


—¿Y él tiene todo eso? —preguntó Juan.


—Algo, sí. Pero no puede competir conmigo. Voy a asegurarme de que pilla el mensaje. Paula es mía y si alguna vez vuelve a hacerle daño, te juro que es hombre muerto.


—¿Cómo se está tomando Paula toda la situación? —preguntó Juan con voz queda.


Pedro se paró.


—Creo que bien. No le di mucho tiempo para procesar las cosas, la verdad. Cuando llegué a su apartamento después de dejaros tirados en la cena del viernes, no le di más opciones. Le preparé una bolsa de viaje y le dije que se iba a mudar conmigo. Fui un cabrón. Paula necesitaba que la trataran con delicadeza, pero sabía que si le daba espacio podría no venir a mí nunca. Así que aproveché mi ventaja
estando ella abrumada y alterada y me moví rápido.


Una sonrisa se dibujó en las comisuras de los labios de Juan.


—¿Tú? ¿Un cabrón? ¿No se supone que tú eres el chico encantador y simpático? Pensé que lo de ser cabrones era solo cosa mía y de Gabriel.


Pedro hizo una mueca.


—¿Por qué cojones todo el mundo piensa que soy un despreocupado?


Juan se rio.


—Yo nunca he dicho eso, tío. Pero normalmente siempre eres Míster Educado con las mujeres. Nunca te he conocido de otra forma.


—Las otras mujeres no importaban —dijo Pedro con simpleza—. Paula sí. No puedo arriesgarme con ella. Tengo que usar todas mis bazas cuando las tengo.


Juan inspiró hondo y estudió a Pedro atentamente. Tras un momento, Pedro se removió incómodo en su silla bajo el escrutinio de su amigo.


—¿Estás hablando de algo a largo plazo? —preguntó Juan—. Dices que ella es diferente y yo ya he visto lo diferente que eres tú con ella. Estás hablando de ir contra la ley y de hacerle Dios sabe qué a ese gilipollas que le pegó. ¿Pero cómo de diferente estamos hablando, Pedro ?


—Piensa en cómo te sentiste tú cuando conociste a Vanesa —dijo Pedro  en un tono regular.


—Joder —soltó Juan—. No digas más. Lo entiendo. Y enhorabuena, tío. Nunca pensé que te pudiera ocurrir a ti tan rápido. Siempre te has empeñado en querer vivir bajo nuestro lema «juega duro y vive libre».


—Sí, bueno, tú también —contestó Pedro  secamente—. Y no me des la enhorabuena todavía. Tengo muchas cosas que solucionar, y aunque pueda tener a Paula donde quiero ahora mismo, aún no la tengo en el saco.


—Pero sabiendo lo que yo sentí por Vanesa y que tú me digas ahora que es igual, está ya todo dicho, tío. Si sientes la mitad de lo que yo sentí por Vanesa al principio, esta es la tuya. Y conociéndote como te conozco, si Paula es lo que quieres, está claro que no la vas a dejar marchar.


—Joder, no —murmuró Pedro —. Si no se queda conmigo durante una buena temporada es porque ha luchado contra mí con uñas y dientes y ha ganado. Y yo nunca pierdo.


—¿Estás pensando en matrimonio? ¿En compromiso absoluto? ¿De qué estamos hablando, Pedro ?
Necesito saberlo para poder hacerte sufrir bien después de todos esos insultos que nos soltaste a mí y a Gabriel al perder la cabeza por Vanesa y Mia.


Pedro le hizo un gesto con el dedo corazón.


—No lo sé todavía. El matrimonio es un paso enorme. Es permanente. Y es demasiado temprano como para estar pensando en boda, en bebés y en toda esa mierda. En todo lo que puedo concentrarme ahora es en Paula y en asegurarme de que se siente tan atraída por mí como yo por ella.


Juan asintió.


—Sí, lo pillo. Pero para que lo sepas, voy a empezar a organizar la despedida de soltero ya.


Pedro se rio.


—Lo que sea, tío.


La expresión de Juan se volvió más seria y le dedicó una mirada dura a Pedro.


—¿Y qué pasa con el tío que le hizo daño a Paula? Dijiste que necesitabas una coartada, y ya sabes que haré lo que me digas, pero tengo que saber los detalles. Ir hasta la cárcel de Rikers Island para visitarte no es que esté en mi lista prioritaria de cosas que hacer por diversión.


Pedro suspiró y se pasó una mano por el pelo.


—Estoy en ello, como ya te he dicho. Pero quiero hacerlo rápido. Quiero que Paula se instale y se acostumbre a esta nueva relación, y en parte para que eso ocurra tengo que saber que ese cabrón no la va a volver a amenazar nunca más. Ya tengo alguna información preliminar sobre él y cuáles son sus movimientos. Es bastante predecible, mantiene el mismo horario. Si sigue así algunos días más,
planeo tomar cartas en el asunto el viernes por la noche.


Juan entrecerró los ojos y se inclinó hacia delante en el asiento.


—¿Te refieres a hacerlo tú personalmente? ¿O harás que una tercera persona se haga cargo?


—Ambas cosas —dijo Pedro asimilando la reacción de su amigo.


—Dios, Pedro. No la cagues, tío. Dudo que Paula quiera visitarte en la cárcel mucho más que yo.


—No va a ser un problema —contestó Pedro con un tono neutro—. Los tipos que tengo en mente son buenos. Toman todas las precauciones. Jurarán que no me conocen y yo juraré que no los conozco. No te quiero poner en una mala situación a ti y tampoco quiero a Vanesa metida en el asunto, así que preferiría que en mi coartada solo estés tú y no vosotros dos juntos.


Juan asintió.


—Sí, ya sabes que no me importa salir a la palestra por ti. Nunca. Pero no quiero que esto le salpique a Vanesa. Te ayudaré en todo lo que necesites, tío. Ya lo sabes, ¿verdad?


—Sí, lo sé. Te lo agradezco, Juan.


—Mantenme informado, ¿de acuerdo? No me mantengas al margen. Querré detalles, y si te metes en líos, por tu bien espero que me llames. No hagas esto solo, ¿me entiendes? Si no puedes hacerlo al final con los tíos que tienes en mente, llámame y yo voy contigo.


Pedro sonrió.


—Sí, mamá. ¿Quieres limpiarme el culo también?


—Que te jodan —contestó Juan con brusquedad.


Pedro se rio entre dientes, pero luego se puso serio y miró fijamente a Juan.


—No quiero que esto os salpique ni a ti ni a Vanesa. Que me des una coartada es suficiente. Es más de lo que puedo pedirte. Yo nunca haría nada que pusiera en peligro tu relación con Vanesa.


—Sí, lo sé. Pero también sé que eres mi hermano, Pedro. Eres de mi familia. No esos imbéciles con los que compartes sangre. Yo y Gabriel, y también Melisa y Vanesa. No me importa lo que tenga que hacer para ayudarte, lo haré sin hacer preguntas.


—Joder, tío. Para ya o pareceremos un puñado de mujeres en busca de pañuelitos para llorar.


Juan lanzó la cabeza hacia atrás y soltó una risotada.


—Está bien, ahora que ya nos hemos quitado eso de en medio, ¿cuándo voy a conocer a Paula?


Pedro resopló.


—Pronto. Quiero que tanto tú como Vanesa la conozcáis, pero una vez que todo este lío con ese capullo se haya solucionado y pueda respirar con más tranquilidad. Quizás podamos cenar juntos el domingo por la noche.


Juan asintió.


—Me parece bien.


—Ella ya sabe lo de Vanesa. —Pedro hizo una mueca cómplice—. Le he contado todo. No quería que la pillara desprevenida, aunque tampoco pensé que el tema fuera a salir nunca, pero no quería dejarlo al azar.


Juan hizo una mueca también.


—¿Cómo se lo tomó? Va a ser bastante incómodo cuando estemos todos juntos, especialmente ahora que lo sabe.


—Se lo tomó bien. Dudo que haya alguna mujer a la que le guste salir con otra mujer que se haya acostado con su hombre en el pasado, pero le aseguré que no tenías intención de volver a compartir a Vanesa con nadie más, y lo que es más, que yo tampoco iba a tener ningún otro trío ni iba a compartirla a ella con otro tío. Ni de coña, vamos.


Juan gruñó.


—Joder, no, no voy a compartir a Vanesa con nadie. Ya es bastante malo que exista esa primera vez contigo.


Pedro levantó las manos.


—No te cabrees. No he sacado el tema para molestarte. Solo quería decirte que Paula lo sabe. Fui directo con ella sobre todo lo que tiene relación con mi historial sexual.


—Apuesto a que te llevó un buen rato —soltó Juan con sequedad.


—Más o menos lo mismo que te llevó a ti cuando se lo explicaste a Vanesa —le contestó Pedro.


—Touché —cedió Juan con una sonrisa. Luego se levantó y se dirigió a la puerta.


—Si eso es todo, voy a volver al trabajo. Tengo llamadas que hacer y una videoconferencia en media hora. ¿Tienes planes para comer?


Pedro bajó la mirada hasta su reloj.


—No, pero tengo pensado volver a casa temprano hoy. No me gusta dejar a Paula sola en la casa tan pronto después de la mudanza. Me he encargado de que le lleven a casa las cosas que necesita de su propio apartamento y le dije que la ayudaría a solucionar todo eso cuando llegara a casa. Así que lo más seguro es que me salte el almuerzo, haga todo el trabajo que tengo sobre la mesa y luego me vuelva a casa sobre las dos.


Juan asintió.


—Está bien. Mantenme informado. Especialmente sobre lo del viernes por la noche. Tenemos que dejar lista la historia que vamos a contar.


—Lo haré —respondió Pedro.