jueves, 4 de febrero de 2016
CAPITULO 18 (TERCERA PARTE)
Juan estaba esperando a Pedro cuando este llegó a la oficina el lunes por la mañana. Pedro no había dudado ni un momento que su amigo estaría esperándolo para ahogarlo a preguntas tras la llamada de teléfono que había recibido la noche del sábado.
Juan se encontraba sentado en el despacho de Pedro cuando este entró. La preocupada mirada de Juan se cruzó con la de él.
—¿Lo solucionaste todo? —preguntó Juan sin siquiera darle tiempo a Pedro para que se sentara.
Pedro soltó el maletín sobre la mesa y luego se dejó caer en la silla al mismo tiempo que miraba a su amigo; sus ojos estaban oscurecidos de la preocupación.
—Estoy en ello —murmuró Pedro—. Hice algunas llamadas de camino al trabajo. Tengo que contratar a un tío para que siga a ese gilipollas, vigilar sus movimientos y luego decidir cuál es el mejor momento para actuar.
—Dios santo —murmuró Juan—. Vas en serio.
Pedro levantó una ceja. Había un montón de notas sobre el escritorio: llamadas perdidas que tenía que devolver, documentos que necesitaban su firma… pero lo dejó todo sin tocar y se recostó en la silla mientras calmadamente sondeaba a Juan al otro lado de la mesa.
—¿Te he dado alguna razón para creer otra cosa? Le hizo daño, Juan. Le dejó moratones en la cara. Ni de coña voy a dejarlo pasar. Estaba demasiado asustada y conmocionada como para denunciarlo, pero me alegro de que no lo hiciera porque yo sí que puedo hacer sufrir a ese maldito cabrón. El tío habría estado fuera de la cárcel en dos segundos, y dudo que saliera algo de ahí. Ya sabes cómo este tipo de cosas siempre acaban en el olvido, especialmente cuando tienes dinero y contactos que lo hagan «desaparecer».
—¿Y él tiene todo eso? —preguntó Juan.
—Algo, sí. Pero no puede competir conmigo. Voy a asegurarme de que pilla el mensaje. Paula es mía y si alguna vez vuelve a hacerle daño, te juro que es hombre muerto.
—¿Cómo se está tomando Paula toda la situación? —preguntó Juan con voz queda.
Pedro se paró.
—Creo que bien. No le di mucho tiempo para procesar las cosas, la verdad. Cuando llegué a su apartamento después de dejaros tirados en la cena del viernes, no le di más opciones. Le preparé una bolsa de viaje y le dije que se iba a mudar conmigo. Fui un cabrón. Paula necesitaba que la trataran con delicadeza, pero sabía que si le daba espacio podría no venir a mí nunca. Así que aproveché mi ventaja
estando ella abrumada y alterada y me moví rápido.
Una sonrisa se dibujó en las comisuras de los labios de Juan.
—¿Tú? ¿Un cabrón? ¿No se supone que tú eres el chico encantador y simpático? Pensé que lo de ser cabrones era solo cosa mía y de Gabriel.
Pedro hizo una mueca.
—¿Por qué cojones todo el mundo piensa que soy un despreocupado?
Juan se rio.
—Yo nunca he dicho eso, tío. Pero normalmente siempre eres Míster Educado con las mujeres. Nunca te he conocido de otra forma.
—Las otras mujeres no importaban —dijo Pedro con simpleza—. Paula sí. No puedo arriesgarme con ella. Tengo que usar todas mis bazas cuando las tengo.
Juan inspiró hondo y estudió a Pedro atentamente. Tras un momento, Pedro se removió incómodo en su silla bajo el escrutinio de su amigo.
—¿Estás hablando de algo a largo plazo? —preguntó Juan—. Dices que ella es diferente y yo ya he visto lo diferente que eres tú con ella. Estás hablando de ir contra la ley y de hacerle Dios sabe qué a ese gilipollas que le pegó. ¿Pero cómo de diferente estamos hablando, Pedro ?
—Piensa en cómo te sentiste tú cuando conociste a Vanesa —dijo Pedro en un tono regular.
—Joder —soltó Juan—. No digas más. Lo entiendo. Y enhorabuena, tío. Nunca pensé que te pudiera ocurrir a ti tan rápido. Siempre te has empeñado en querer vivir bajo nuestro lema «juega duro y vive libre».
—Sí, bueno, tú también —contestó Pedro secamente—. Y no me des la enhorabuena todavía. Tengo muchas cosas que solucionar, y aunque pueda tener a Paula donde quiero ahora mismo, aún no la tengo en el saco.
—Pero sabiendo lo que yo sentí por Vanesa y que tú me digas ahora que es igual, está ya todo dicho, tío. Si sientes la mitad de lo que yo sentí por Vanesa al principio, esta es la tuya. Y conociéndote como te conozco, si Paula es lo que quieres, está claro que no la vas a dejar marchar.
—Joder, no —murmuró Pedro —. Si no se queda conmigo durante una buena temporada es porque ha luchado contra mí con uñas y dientes y ha ganado. Y yo nunca pierdo.
—¿Estás pensando en matrimonio? ¿En compromiso absoluto? ¿De qué estamos hablando, Pedro ?
Necesito saberlo para poder hacerte sufrir bien después de todos esos insultos que nos soltaste a mí y a Gabriel al perder la cabeza por Vanesa y Mia.
Pedro le hizo un gesto con el dedo corazón.
—No lo sé todavía. El matrimonio es un paso enorme. Es permanente. Y es demasiado temprano como para estar pensando en boda, en bebés y en toda esa mierda. En todo lo que puedo concentrarme ahora es en Paula y en asegurarme de que se siente tan atraída por mí como yo por ella.
Juan asintió.
—Sí, lo pillo. Pero para que lo sepas, voy a empezar a organizar la despedida de soltero ya.
Pedro se rio.
—Lo que sea, tío.
La expresión de Juan se volvió más seria y le dedicó una mirada dura a Pedro.
—¿Y qué pasa con el tío que le hizo daño a Paula? Dijiste que necesitabas una coartada, y ya sabes que haré lo que me digas, pero tengo que saber los detalles. Ir hasta la cárcel de Rikers Island para visitarte no es que esté en mi lista prioritaria de cosas que hacer por diversión.
Pedro suspiró y se pasó una mano por el pelo.
—Estoy en ello, como ya te he dicho. Pero quiero hacerlo rápido. Quiero que Paula se instale y se acostumbre a esta nueva relación, y en parte para que eso ocurra tengo que saber que ese cabrón no la va a volver a amenazar nunca más. Ya tengo alguna información preliminar sobre él y cuáles son sus movimientos. Es bastante predecible, mantiene el mismo horario. Si sigue así algunos días más,
planeo tomar cartas en el asunto el viernes por la noche.
Juan entrecerró los ojos y se inclinó hacia delante en el asiento.
—¿Te refieres a hacerlo tú personalmente? ¿O harás que una tercera persona se haga cargo?
—Ambas cosas —dijo Pedro asimilando la reacción de su amigo.
—Dios, Pedro. No la cagues, tío. Dudo que Paula quiera visitarte en la cárcel mucho más que yo.
—No va a ser un problema —contestó Pedro con un tono neutro—. Los tipos que tengo en mente son buenos. Toman todas las precauciones. Jurarán que no me conocen y yo juraré que no los conozco. No te quiero poner en una mala situación a ti y tampoco quiero a Vanesa metida en el asunto, así que preferiría que en mi coartada solo estés tú y no vosotros dos juntos.
Juan asintió.
—Sí, ya sabes que no me importa salir a la palestra por ti. Nunca. Pero no quiero que esto le salpique a Vanesa. Te ayudaré en todo lo que necesites, tío. Ya lo sabes, ¿verdad?
—Sí, lo sé. Te lo agradezco, Juan.
—Mantenme informado, ¿de acuerdo? No me mantengas al margen. Querré detalles, y si te metes en líos, por tu bien espero que me llames. No hagas esto solo, ¿me entiendes? Si no puedes hacerlo al final con los tíos que tienes en mente, llámame y yo voy contigo.
Pedro sonrió.
—Sí, mamá. ¿Quieres limpiarme el culo también?
—Que te jodan —contestó Juan con brusquedad.
Pedro se rio entre dientes, pero luego se puso serio y miró fijamente a Juan.
—No quiero que esto os salpique ni a ti ni a Vanesa. Que me des una coartada es suficiente. Es más de lo que puedo pedirte. Yo nunca haría nada que pusiera en peligro tu relación con Vanesa.
—Sí, lo sé. Pero también sé que eres mi hermano, Pedro. Eres de mi familia. No esos imbéciles con los que compartes sangre. Yo y Gabriel, y también Melisa y Vanesa. No me importa lo que tenga que hacer para ayudarte, lo haré sin hacer preguntas.
—Joder, tío. Para ya o pareceremos un puñado de mujeres en busca de pañuelitos para llorar.
Juan lanzó la cabeza hacia atrás y soltó una risotada.
—Está bien, ahora que ya nos hemos quitado eso de en medio, ¿cuándo voy a conocer a Paula?
Pedro resopló.
—Pronto. Quiero que tanto tú como Vanesa la conozcáis, pero una vez que todo este lío con ese capullo se haya solucionado y pueda respirar con más tranquilidad. Quizás podamos cenar juntos el domingo por la noche.
Juan asintió.
—Me parece bien.
—Ella ya sabe lo de Vanesa. —Pedro hizo una mueca cómplice—. Le he contado todo. No quería que la pillara desprevenida, aunque tampoco pensé que el tema fuera a salir nunca, pero no quería dejarlo al azar.
Juan hizo una mueca también.
—¿Cómo se lo tomó? Va a ser bastante incómodo cuando estemos todos juntos, especialmente ahora que lo sabe.
—Se lo tomó bien. Dudo que haya alguna mujer a la que le guste salir con otra mujer que se haya acostado con su hombre en el pasado, pero le aseguré que no tenías intención de volver a compartir a Vanesa con nadie más, y lo que es más, que yo tampoco iba a tener ningún otro trío ni iba a compartirla a ella con otro tío. Ni de coña, vamos.
Juan gruñó.
—Joder, no, no voy a compartir a Vanesa con nadie. Ya es bastante malo que exista esa primera vez contigo.
Pedro levantó las manos.
—No te cabrees. No he sacado el tema para molestarte. Solo quería decirte que Paula lo sabe. Fui directo con ella sobre todo lo que tiene relación con mi historial sexual.
—Apuesto a que te llevó un buen rato —soltó Juan con sequedad.
—Más o menos lo mismo que te llevó a ti cuando se lo explicaste a Vanesa —le contestó Pedro.
—Touché —cedió Juan con una sonrisa. Luego se levantó y se dirigió a la puerta.
—Si eso es todo, voy a volver al trabajo. Tengo llamadas que hacer y una videoconferencia en media hora. ¿Tienes planes para comer?
Pedro bajó la mirada hasta su reloj.
—No, pero tengo pensado volver a casa temprano hoy. No me gusta dejar a Paula sola en la casa tan pronto después de la mudanza. Me he encargado de que le lleven a casa las cosas que necesita de su propio apartamento y le dije que la ayudaría a solucionar todo eso cuando llegara a casa. Así que lo más seguro es que me salte el almuerzo, haga todo el trabajo que tengo sobre la mesa y luego me vuelva a casa sobre las dos.
Juan asintió.
—Está bien. Mantenme informado. Especialmente sobre lo del viernes por la noche. Tenemos que dejar lista la historia que vamos a contar.
—Lo haré —respondió Pedro.
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