martes, 26 de enero de 2016
CAPITULO 36 (SEGUNDA PARTE)
Pedro y Paula pasaron la Nochevieja con Gabriel, Melisa y Alejandro. Las cosas fueron menos incómodas para Paula esta vez, pero Pedro seguía echándole un cable. Jeronimo era una constante preocupación para ella y Pedro maldecía al maldito egoísta por hacerla pasar por esto.
Al día siguiente de que Pedro le hubiera devuelto la mochila, Jeronimo desapareció y no había regresado al apartamento desde entonces. Ni tampoco había llamado a Paula ni había intentado ponerse en contacto con ella de manera alguna. Pedro sabía todo esto porque Samuel vigilaba de cerca el apartamento y Kevin a Paula desde una distancia discreta.
A pesar de haber dejado claro que Kevin tenía que seguir todos los movimientos de Jeronimo, este debió de darse cuenta porque se aseguró de desaparecer por completo y de que sus pasos no fueran rastreados.
Así que mientras Jeronimo estaba fuera de circulación haciendo lo que sea que estuviera haciendo, Paula se moría de preocupación por él.
Pedro había necesitado la ayuda de Gabriel, Melisa y Alejandro para intentar darle a Paula una Nochevieja en la que se relajara y disfrutara de la velada. Se habían reunido en el apartamento de Pedro —había pensado que si se encontraban en un lugar donde ella se sintiera como en casa, a lo mejor las cosas rodarían más fluidas— y, para ello, decidió encargar la comida para picar favorita de Paula.
También se aseguró de tener suficiente refresco de cereza —el favorito de Melisa— a mano, y descubrió rápidamente desde el primer sorbo que a Paula también le encantaba. Inmediatamente tomó nota mental para comprarlo regularmente.
—Quería que fuerais los primeros en saberlo —dijo Gabriel cuando la conversación se hubo dispersado.
Pedro desvió la atención hacia su futuro cuñado. Él y Melisa estaban sentados en un cómodo sofá de dos plazas, mientras que Pedro y Paula estaban acurrucados en el otro sofá. Alejandro ocupaba el sillón al otro lado de Pedro y Paula.
Habían comido hasta volverse locos y luego se habían relajado en el salón con bebidas y la televisión encendida para prepararse para ver la caída de la bola en Times Square. Melisa había sugerido ir a la misma plaza para verlo, pero Gabriel y Pedro se negaron ya que no querían verse atrapados entre multitudes alocadas. También estaba el hecho de que Pedro no tenía ni idea de dónde estaba Jeronimo o de si había aclarado el tema de las drogas y no quería arriesgarse en lo que a la seguridad de Paula se
refería.
La mirada de Gabriel se posó tiernamente sobre Melisa, quien le devolvió la sonrisa con los ojos brillándole de la emoción.
—Hemos decidido por fin una fecha —informó Gabriel después de una larga pausa—. O, mejor dicho, Melisa ha decidido una fecha —añadió secamente.
Melisa le dio un golpe en el brazo como reprimenda y él se rio entre dientes mientras se restregaba el brazo fingiendo que le había dolido.
Paula sonrió y se inclinó hacia delante con ilusión.
—¡Oh, eso es maravilloso, Melisa! ¿Cuándo?
—Me va a hacer esperar hasta abril —dijo Gabriel con un quejido—. Quiere tener una boda primaveral. Intenté convencerla para que nos fugáramos mañana y nos casáramos en Las Vegas el primer día del año. No se me ocurre una manera mejor de empezar el año que hacer que la mujer que amo sea oficialmente mía.
Melisa se ablandó de pies a cabeza mientras miraba a Gabriel a los ojos. Pedro sintió un nudo en su propio pecho y volvió a estrechar a Paula contra él para abrazarla con más firmeza.
Era genial poder pasar tiempo con la familia, con la gente que más le importaba en el mundo. El tener a la mujer que amaba entre sus brazos. El ver a su hermana con el hombre que la amaba y la adoraba inconmensurablemente.
El único que faltaba era… Alejandro. No era que no estuviera allí. Pero seguía soltero. De hecho, era el único solitario del grupo.
—Has dado un argumento muy romántico para esa fuga —murmuró Melisa.
Los ojos de Gabriel brillaron con picardía.
—¿Significa eso que lo estás considerando? Puedo hacer que llenen el depósito del avión privado y tenerlo listo en una hora.
Ella lo golpeó de nuevo y puso los ojos en blanco.
—No. Quiero una boda. Que mi hermano me lleve del brazo y todo lo demás. —Su expresión se llenó de anhelo—. Un vestido precioso, una hermosa tarta y que todo el mundo me vea convertirme en la señora de Gabriel Hamilton.
—Y yo quiero que tengas todo lo que tú quieras —dijo en un tono serio que dejaba de lado toda pretensión de broma—. Todo lo que quiero al final es que seas mi esposa. Todo lo demás es simplemente el glaseado de esa hermosa tarta que quieres.
Ella ladeó la cabeza y lo besó. Pedro puso los ojos en blanco en la dirección de Alejandro y este sacudió la cabeza a modo de respuesta.
—Esto significa que estaremos sufriendo todos los preparativos durante los siguientes cuatro meses —gimió Alejandro.
Gabriel se rio y Melisa miró amenazadoramente en la dirección de Pedro y Alejandro. Luego desvió su atención hacia Paula.
—Me gustaría que vinieras a mi boda, Paula —le dijo suavemente.
Paula se tensó y se quedó boquiabierta por la sorpresa.
Se la veía genuinamente abrumada y se había quedado sin palabras. Pedro la apretujó contra sí de forma tranquilizadora.
—Pero apenas me conoces —dijo Paula—. No quiero que te sientas obligada a incluirme porque yo y Pedro…
Melisa sonrió.
—No lo estoy. Quiero que estés allí. Es mi gran día, según Gabriel, y toda mujer debe salirse con la suya en su gran día. Y yo quiero que estés conmigo.
Las mejillas de Paula se encendieron pero sus ojos brillaron de placer ante la petición de Melisa.
Pedro quería abrazar a su hermana pequeña por hacerla sentir importante e incluida.
—Entonces me encantaría —dijo Paula con voz queda.
Melisa le sonrió ampliamente.
—Y mientras estoy en modo mandona, mis chicas y yo vamos a ir a Vibe esta semana.
Antes de que pudiera continuar, Gabriel soltó un gemido y Pedro añadió el suyo propio.
—¡A callar los dos! —los regañó Melisa. Luego miró a Paula como disculpándose—. Como iba diciendo. Mis chicas y yo vamos a ir a la discoteca a bailar y nos encantaría que vinieras.
Paula levantó la mirada rápidamente hacia Pedro como si buscara su aprobación y él frunció el ceño.
—Por supuesto que puedes ir —susurró para que los otros no pudieran oírlo—. No tienes que pedirme permiso.
Paula le envió una mirada que sugería que ella se estaba adhiriendo a las reglas de su relación.
Algo que ambos habían acordado. Y Pedro la quería por eso, por querer estar tan dispuesta a cederle poder y control a él. Pero no iba a ser un cabrón tampoco. Pedro le daría la luna si ella se la pidiera.
Además, él ya sabía que Melisa había planeado invitar a Paula a salir una noche con las chicas.
Cuando le explicó la situación con Jeronimo y lo preocupada y deprimida que Paula había estado las últimas semanas, Melisa aprovechó la oportunidad para decirle que lo que Paula necesitaba era una noche de chicas.
—Me encantaría —le dijo Paula a Melisa.
El rostro de Melisa se iluminó de alegría.
—¡Bien! Entonces, está decidido. Pasado mañana por la noche saldremos. Me pasaré por el apartamento de Pedro para recogerte y luego recogeremos a las chicas cuando vayamos de camino. Gabriel nos cede un chófer para esa noche.
—Exactamente —murmuró Gabriel—. Lo último que necesito es un puñado de muchachas borrachas bamboleándose por todo Manhattan.
Alejandro se rio entre dientes.
—No me digas.
—Nuestro apartamento, Melisa —la corrigió Pedro amablemente—. Es mío y de Paula. No solo mío.
Melisa se ruborizó y sus ojos se inundaron de preocupación.
—¡Por supuesto! Lo siento. Estoy tan acostumbrada a llamarlo tu apartamento. Lo siento, Paula. No estaba pensando.
Paula se sintió avergonzada y le envió a Pedro un gesto a modo de reprimenda que solo consiguió que sonriera. No estaba ni un poquitín arrepentido de haberle recordado a los otros qué lugar ocupaba Paula en su vida.
—No pasa nada, Melisa. Sabía lo que querías decir —dijo Paula.
—¡Oh, mirad! —exclamó Melisa—. Ya casi es medianoche. ¡La cuenta atrás ha empezado!
Sus miradas se posaron en la televisión justo a tiempo para ver cómo el reloj marcaba las doce.
—¡Feliz año nuevo! —gritó Melisa.
—Feliz año nuevo —dijo Alejandro levantando la copa para hacer un brindis.
—Feliz año nuevo —repitió Gabriel.
Pedro se inclinó y acarició con sus labios los de Paula.
—Feliz año nuevo, nena.
—Para ti también —susurró mientras le devolvía el beso.
—¿Sabes cuáles son mis planes para el primer día del año? —susurró Pedro.
—¿Cuáles? —le preguntó.
—Hacerte el amor. Dicen que lo que sea que hagas el primer día del año lo seguirás haciendo el resto del año entero.
Ella sonrió.
—¿De verdad?
—Eso dicen.
—En ese caso, yo voto porque hagamos exactamente eso —dijo antes de besarlo de nuevo.
—No tengo ninguna queja.
—Y ellos dicen que nosotros somos malos —gruñó Melisa tirando de Pedro hacia atrás antes de que se perdiera por completo en el beso de Paula y se olvidara de dónde se encontraban.
Le envió una mirada asesina a su hermana.
—Oh, por favor. Como si alguien pudiera ser peor que tú y Gabriel.
Gabriel parecía divertido pero mantuvo la boca cerrada.
—Intentad ser yo —murmuró Alejandro—. Señor, esto es como un lugar de retiro para parejas.
—Entonces encuentra a una mujer —dijo Melisa como si nada.
Alejandro puso los ojos en blanco y luego se bebió de un trago la copa de vino.
—No tengo prisa, cariño. Además, ¿quién en su sano juicio querría acercarse a mi loca familia?
Melisa ahogó un grito.
—¿Nos acaba de insultar?
Pedro sonrió y quiso mucho más a su hermana en ese momento. Alejandro pareció sobrecogido por un momento y luego una sonrisa llena de cariño se abrió paso en su rostro y sus ojos brillaron con afecto.
Melisa le había recordado que ellos eran su familia. No su padre, ni su madre o los estúpidos de sus hermanos. Aquí, en esta habitación, estaba la verdadera familia de Alejandro. Los que lo apoyaban de forma incondicional.
—Nunca —dijo Alejandro—. Y gracias por el recordatorio, cielo.
Paula miraba a los demás con algo parecido al asombro.
Su sonrisa estaba llena de anhelo por lo que los otros compartían. Ese lazo irrompible. Uno que se había extendido hasta ella ahora, aunque aún no lo hubiera asimilado.
—Ellos también son tu familia —murmuró Pedro en su oído.
Ella se giró hacia él con los ojos brillantes de felicidad por primera vez en días. Ya no estaban nublados de tristeza ni preocupación.
—Sí —soltó en voz baja—. Supongo que lo son, ¿verdad?
Él la besó prolongadamente y la abrazó fuertemente contra su pecho.
—Es una sensación buena, ¿a que sí?
—La mejor —respondió ferozmente—. Es algo que nunca me imaginé que pudiera tener. Aún no me lo puedo creer. Aún me despierto y tengo que decirme que esto está ocurriendo de verdad y no es un sueño loco al que me he aferrado.
Pedro sonrió amablemente; el pecho le dolía de todo el amor que sentía por ella.
—Créetelo, nena. Es real y es tuyo.
CAPITULO 35 (SEGUNDA PARTE)
Pedro se despertó con el sonido del teléfono. Se alzó y le echó un vistazo al reloj y luego blasfemó.
Él nunca se quedaba dormido. Ni siquiera en la universidad, nunca había llegado tarde a una clase.
Eran las nueve pasadas y no se había siquiera movido en la cama hasta ahora. Esta era la segunda vez que recordara levantarse tarde y desorientado. Y ambas veces habían sido tras pasar una noche emocionante junto a Paula.
Bajó la mirada hacia donde la oscura cabeza de Paula yacía apoyada en su hombro. Ella tampoco se había movido ni una vez. Habían hecho el amor incontables veces hasta que se hubieron quedado dormidos en un sueño profundo debido al cansancio.
Alargó la mano hacia la mesita de noche para coger el teléfono móvil y vio que Kevin lo estaba llamando.
—Pedro Alfonso—descolgó.
—Señor Alfonso, pensé que le gustaría saber que Kingston ha regresado al apartamento.
—¿Está allí ahora? —preguntó Pedro en voz baja.
—Sí, señor. Vino hace pocos minutos. Entró y aún no se ha ido.
—Asegúrate de que no lo haga —dijo Pedro con sequedad—. Voy para allá.
—Sí, señor.
Pedro colgó al mismo tiempo que Paula se removió a su lado. Levantó la cabeza y lo miró con ojos adormilados.
—¿Va todo bien?
La besó en la frente.
—Tengo que salir un momento. —Vaciló por un momento—. Jeronimo ha vuelto al apartamento.
Los ojos de Paula se volvieron más alertas y perdieron el aire adormilado.
—Voy contigo.
Pedro negó con la cabeza.
—No. Yo me ocuparé de esto, Paula.
Ella comenzó a agitarse, así que antes de que pudiera levantarse y molestarse más, Pedro dijo con firmeza:
—No quiero que te veas involucrada en esto. Teníamos un acuerdo. Necesito que confíes en mí. Yo me haré cargo.
—Está bien —cedió ella con voz queda.
Pedro la besó otra vez.
—Todo irá bien, nena. Confía en mí.
—Lo hago —susurró.
—Mientras esté allí, me encargaré de hacer los arreglos necesarios para que te traigan todas las cosas aquí.
Ella se mordió el labio.
—¿Te estás arrepintiendo? —preguntó cautelosamente.
Paula negó con la cabeza.
—No. Lo quiero. Te quiero a ti. Y confío en ti, Pedro. Por favor no pienses lo contrario. Esto es duro para mí. Jeronimo es importante para mí. Ambos lo sois. Sé que él no es perfecto, sé que ha hecho cosas que no son… buenas. Pero solo quiero que esté bien y que tenga las cosas que la mayoría de la gente da por sentadas.
—Ya lo sé, nena. No te preocupes. Te llamaré cuando haya terminado con Jeronimo, ¿de acuerdo? ¿Tiene tu móvil batería?
Ella se encogió de hombros y Pedro puso los ojos en blanco.
—Lo dejaré cargando antes de irme. Lo encontrarás sobre la mesa de la cocina.
Apartó las sábanas y se bajó de la cama. Pero luego se volvió a inclinar porque quería besarla una vez más, quería saborear la sensación de tenerla bajo sus labios una última vez antes de que tuviera que irse para resolver el problema de Jeronimo.
Esta no era una situación precisamente agradable. Pero por Paula lo haría, aunque su preferencia fuera decirle a Jeronimo que se alejara y desapareciera de la vida de Paula a partir de ahora. En adelante.
Sin embargo, Paula nunca le perdonaría por ello, y Pedro no iba a arriesgarse a perderla cuando ayudando a Jeronimo podía marcar una pequeña diferencia en su vida en vez de tener que enfrentarse al otro hombre.
Una parte de él lo disfrutaba. Quería ver con sus propios ojos en qué posición se encontraba Jeronimo con respecto a Paula. Aunque Paula lo considerara un hermano, Pedro no estaba muy convencido de que los sentimientos de Jeronimo fueran tan fraternales.
Eso se lo guardaría para él porque Paula era inocente respecto a muchas cosas, Jeronimo incluido, y nunca vería la situación de la forma que otra persona con perspectiva sí.
Pero bueno, Pedro tenía muy poca perspectiva en lo referente a ella.
—No quiero que te preocupes por esto, nena. Irá bien. Jeronimo puede llamarte y tú puedes llamarlo. No me importa siquiera que lo veas siempre y cuando Kevin o Samuel estén contigo cuando yo no pueda.
—Gracias, Pedro. —Sus ojos brillaban y se mostraban serios—. Significa mucho para mí.
—Te quiero —le dijo con voz ronca.
El rostro de Paula se suavizó y la preocupación se esfumó de su mirada. Pedro se dio cuenta entonces de la tranquilidad que esas palabras le daban y se prometió a sí mismo que no pasaría ni un solo día más sin que se las dijera.
—Yo también te quiero.
Se adentró en el cuarto de baño antes de poder decir a la mierda con Jeronimo y volver a tumbar a Paula en la cama para hacerle el amor durante el resto del día. Ya iba a llegar bastante tarde al trabajo, que era muy poco común en él. Llamaría a Eleanora de camino para avisarla. A pesar de haber terminado las festividades, en los negocios todo seguía y tenían entre manos múltiples proyectos.
Proyectos que necesitaban la constante atención de él, Gabriel y Alejandro.
Y si tenía que ser honesto consigo mismo —y lo era— sabía que habían pasado semanas desde que le dedicara plena atención al trabajo. Quizás nunca volvería a ser su prioridad número uno. Ahora tenía a Paula y ella era lo más importante de su vida. No el trabajo, ni los negocios, ni siquiera la asociación con sus dos mejores amigos.
Cuarenta y cinco minutos después, se adentró con pasos decididos en el complejo de apartamentos y se reunió con Kevin en el vestíbulo.
—¿Aún sigue aquí? —preguntó Pedro rápidamente.
Kevin asintió.
—Sí, señor. No ha bajado desde que llegó.
—Muy bien. Quiero que tú y Samuel vigiléis constantemente todo lo que hace. Incluso cuando se vaya. Quiero saber adónde va, con quién se ve y lo que hace. Y especialmente quiero saber si contacta con Paula y cuándo lo hace, si la ve o si queda con ella. Bajo ninguna circunstancia quiero que la
vea estando solo. Le he pedido a ella que no vea a Jeronimo sin ti o sin Samuel o sin mí, pero si Jeronimo intenta buscarla, ella podría no saberlo hasta que esté enfrente de sus narices. Y quiero que estéis en medio. Hay que protegerla a toda costa.
—Entendido —dijo Kevin seriamente.
Pedro se encaminó hacia el ascensor y Kevin lo acompañó. Pedro envió una mirada inquisidora en su dirección y Kevin apretó la mandíbula con firmeza.
—Señor, es lógico que si el hombre es un posible riesgo para la seguridad de Paula, y usted va a enfrentarse a él, quizá también lo sea para usted. Me sentiría mejor si me permitiera estar presente cuando vaya a hablar con él. Por supuesto, mantendré una distancia prudencial y seré muy discreto con cualquier cosa que pueda escuchar.
Pedro dibujó una sonrisa en su rostro mientras se subían al ascensor.
—Das buenos argumentos.
Subieron en silencio y cuando llegaron a la puerta del apartamento, Pedro no anunció su llegada ni tocó el timbre.
Simplemente metió la llave en la cerradura y entró.
—Pau, ya era hora —dijo Jeronimo desde el sofá del salón donde estaba repantigado—. Estaba empezando a pensar que nunca iba a disfrutar de esa cena que me habías prometido.
Entonces Jeronimo alzó la mirada y sus ojos se volvieron cautos además de entrecerrarse cuando vio a Pedro y a Kevin.
—¿Dónde está Paula? —exigió Jeronimo.
—A salvo —ofreció Pedro secamente—. Y va a seguir así. Tú y yo tenemos una charla pendiente, Jack.
—Estoy en desventaja —dijo Jeronimo con voz lenta y pesarosa—. ¿Quién narices eres tú?
—Soy el hombre que pretende asegurarse de que te mantengas alejado de Paula, imbécil arrogante.
Las cejas de Jeronimo se alzaron.
—Así que tú eres su novio. Bonito apartamento le has dado a Pau. Muy generoso de tu parte.
Pedro entrecerró los ojos ante el sarcasmo que salió de la boca de Jeronimo.
—Ella ya no va a vivir aquí —dijo Pedro.
Jeronimo se levantó del sofá con los ojos llenos de furia.
—¿Qué le has hecho, maldito cabrón? ¿La has echado? Si le haces daño, te mataré.
Kevin se interpuso con una expresión amenazadora en el rostro. Pedro levantó una mano y Kevin retrocedió una vez más.
—Paula viene a vivir conmigo, y se va a quedar conmigo de ahora en adelante.
Algo brilló en los ojos de Pedro. ¿Tristeza? ¿Envidia? Era difícil de decir porque el hombre apartó la mirada al instante.
—Eso está bien —dijo en voz baja—. Le dije que no se preocupara por mí. Ella se merece una vida mejor.
—Ahí sí que estamos de acuerdo —convino Pedro.
—¿Estás aquí para echarme entonces? —preguntó Jeronimo con la arrogancia de vuelta en su voz.
Pedro respiró hondo. Tenía en la punta de la lengua decir que sí. Decirle que se fuera, que se alejara y que nunca se acercara a Paula otra vez. Sería tan fácil. Pero si Paula se enterara algún día, nunca le perdonaría y no estaba dispuesto a arriesgarse. Él la quería feliz, y nunca sería completamente feliz a menos que dejara de preocuparse por el maldito Jeronimo.
—No —dijo al fin—. Te puedes quedar en el apartamento. Voy a hacer que lleven las cosas de Paula a mi apartamento pero el resto las puedes usar tú.
Jeronimo entrecerró los ojos sospechosamente.
—¿Y dónde está la trampa? Ni de coña un tipo como tú me daría a mí algo como esto. Tienes a Paula. ¿Por qué querrías hacer esto por mí?
Pedro avanzó con el pecho lleno de furia.
—Dejemos las cosas claras, Jeronimo. No estoy haciendo esto por ti. Lo estoy haciendo por Paula. Ella te quiere y se preocupa por ti. ¿Y la trampa? No hay trampa, pero sí que hay condiciones.
Jeronimo sonrió con arrogancia y luego se dejó caer sobre el sofá.
—¿Cuáles?
—No traerás drogas al apartamento —gruñó.
El rostro de Jeronimo empalideció y por primera vez se le vio claramente incómodo.
—Sí, sé lo de la mochila. La tengo, y no la volverás a ver. Debería partirte la cara por traer esa mierda al apartamento de Paula. ¿Y en qué demonios estabas pensando trayéndole calmantes cuando sabes perfectamente bien que había estado enganchada? ¿Qué clase de imbécil le hace eso a
alguien por la que se supone que se preocupa?
Jeronimo tragó exageradamente y se puso más blanco aún.
—Tengo que recuperar esa mochila. No lo entiendes. Soy hombre muerto si no la consigo. La dejé aquí porque era más seguro así.
—Más seguro para ti a lo mejor, imbécil. Pero no para Paula. Se podría haber visto involucrada de nuevo en algo peligroso por tu culpa.
Jeronimo se puso de pie de nuevo apresuradamente.
—Mira, tengo que conseguir esa mochila. La tengo que entregar. Después de eso, no volverás a ver esa mierda nunca. Te lo juro. No la traeré aquí. No la llevaré cerca de Paula. Acabaré con eso. Pero si no entrego esa mochila mañana, mi vida no valdrá una mierda.
—Dame una única buena razón por la que eso debiera importarme —soltó Pedro mordazmente.
Jeronimo se encogió y luego apartó la mirada.
—Porque conocen la existencia de Paula.
Pedro se lanzó contra él con rabia y lo agarró por la andrajosa camiseta que llevaba. Lo estampó de nuevo contra el sofá y se inclinó sobre él hasta quedar a apenas unos centímetros del rostro de Jeronimo.
—¿Qué cojones has hecho?
Jeronimo cerró los ojos.
—Tenía que darles algo que pudieran usar contra mí como fianza y Paula es todo lo que tengo. Ella es lo más importante para mí.
Un leve gruñido se hizo eco en la habitación y le llevó un momento a Pedro darse cuenta de que lo había emitido Kevin, quien se encontraba a apenas un paso de distancia rojo de ira.
—Maldito cabrón —lo insultó Pedro.
—Mira, solo dame la mochila y desapareceré de su vida —dijo Jeronimo—. No me volverás a ver, ni sabrás nada de mí. Nunca.
Pedro lo empujó de nuevo con suficiente fuerza de tal modo que Jeronimo se golpeó el cuello contra el sofá y su cabeza rebotó.
—Aunque nada me gustaría más que desaparecieras y te quedaras bien alejado de la vida de Paula, eso le dolería y ella es lo único por lo que me preocupo. Por una vez, piensa en alguien que no seas tú —espetó Pedro con disgusto.
—Estoy pensando en ella —rebatió Jeronimo quedamente—. Ella te tiene a ti ahora. No me necesita. Nunca me ha necesitado. Le gusta pensar que yo cuidé de ella, pero eso no es verdad. Siempre fue ella la que cuidó de mí. Se merece algo mejor que una vida en la calle con un gilipollas como yo.
Pedro desvió la mirada y se dirigió a Kevin.
—¿Puedes ir a mi apartamento y coger la mochila? Solo quiero que se la traigas aquí. Después, Jeronimo se quedará solo. No quiero que te involucres. Y no quiero que esa mierda se quede aquí. Si no se va tan pronto como se la des, entonces quiero que se la entregues a la policía.
Kevin asintió y Jeronimo empalideció de nuevo.
—Dalo por hecho —dijo Kevin lacónicamente. No despegó los ojos de Jeronimo en ningún momento, ni siquiera cuando intercambió esas palabras con Pedro.
—Te puedes quedar aquí —le dijo Pedro a Jeronimo—. Puedes contactar con Paula. Puedes verla. Pero solo si Kevin, Samuel, o yo estamos presentes. Si traes drogas al apartamento o si las traes cerca de Paula, haré que te arresten tan rápido que no sabrás siquiera qué está pasando. ¿Está claro?
Jeronimo asintió.
—Además, si alguna vez le vuelves a ofrecer drogas a Paula, te partiré la cara. ¿Eso también te queda claro?
—Sí —murmuró Jeronimo.
—Tengo que ir a la oficina —le comunicó a Kevin—. Te daré una llave de mi apartamento pero voy a avisar a Paula de que vas para allá. No quiero que sepa nada de la mochila. Solo cógela. Está junto a la puerta en el suelo.
Kevin asintió y cogió la llave de seguridad del ascensor que Pedro le lanzó.
Seguidamente Pedro fijó su mirada en Jeronimo y puso énfasis a cada una de sus palabras.
—Te puedes quedar aquí, pero no es una estancia gratis. Baja a la tierra y consigue un trabajo. No me importa de qué. Yo me hago cargo de los suministros y dos veces a la semana te entregarán la compra de la tienda de ultramarinos. Lo demás corre de tu cuenta.
—Sé bueno con ella —dijo Jeronimo con voz queda.
De nuevo en sus ojos se reflejó ese brillo que le decía a Pedro que Paula significaba más para él que una simple hermana.
—Tienes que comprender que lo mío con Paula no es algo temporal —dijo Pedro sin importarle si estaba siendo cruel. Jeronimo tenía que entender en qué posición se encontraba Pedro y que Paula nunca iba a ser una posibilidad para él.
—Sí, lo pillo —murmuró Jeronimo—. Sabía que nunca tendría una oportunidad con ella, pero siempre ha sido mía.
—Ya no —espetó Pedro—. Ella es mía y yo protejo lo que es mío. Intenta hacerle daño alguna vez y te hundiré.
—Solo hazla feliz. Es todo lo que pido.
—Tú también puedes hacerla feliz si centras la cabeza y limpias tu mierda —puntualizó Pedro.
La resignación se arremolinaba profundamente en los ojos de Jeronimo. Por primera vez, Pedro pudo ver los demonios que consumían al otro hombre. Demonios que una vez lograron carcomer a Paula también.
—Lo intentaré —dijo sin emoción.
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