martes, 26 de enero de 2016
CAPITULO 36 (SEGUNDA PARTE)
Pedro y Paula pasaron la Nochevieja con Gabriel, Melisa y Alejandro. Las cosas fueron menos incómodas para Paula esta vez, pero Pedro seguía echándole un cable. Jeronimo era una constante preocupación para ella y Pedro maldecía al maldito egoísta por hacerla pasar por esto.
Al día siguiente de que Pedro le hubiera devuelto la mochila, Jeronimo desapareció y no había regresado al apartamento desde entonces. Ni tampoco había llamado a Paula ni había intentado ponerse en contacto con ella de manera alguna. Pedro sabía todo esto porque Samuel vigilaba de cerca el apartamento y Kevin a Paula desde una distancia discreta.
A pesar de haber dejado claro que Kevin tenía que seguir todos los movimientos de Jeronimo, este debió de darse cuenta porque se aseguró de desaparecer por completo y de que sus pasos no fueran rastreados.
Así que mientras Jeronimo estaba fuera de circulación haciendo lo que sea que estuviera haciendo, Paula se moría de preocupación por él.
Pedro había necesitado la ayuda de Gabriel, Melisa y Alejandro para intentar darle a Paula una Nochevieja en la que se relajara y disfrutara de la velada. Se habían reunido en el apartamento de Pedro —había pensado que si se encontraban en un lugar donde ella se sintiera como en casa, a lo mejor las cosas rodarían más fluidas— y, para ello, decidió encargar la comida para picar favorita de Paula.
También se aseguró de tener suficiente refresco de cereza —el favorito de Melisa— a mano, y descubrió rápidamente desde el primer sorbo que a Paula también le encantaba. Inmediatamente tomó nota mental para comprarlo regularmente.
—Quería que fuerais los primeros en saberlo —dijo Gabriel cuando la conversación se hubo dispersado.
Pedro desvió la atención hacia su futuro cuñado. Él y Melisa estaban sentados en un cómodo sofá de dos plazas, mientras que Pedro y Paula estaban acurrucados en el otro sofá. Alejandro ocupaba el sillón al otro lado de Pedro y Paula.
Habían comido hasta volverse locos y luego se habían relajado en el salón con bebidas y la televisión encendida para prepararse para ver la caída de la bola en Times Square. Melisa había sugerido ir a la misma plaza para verlo, pero Gabriel y Pedro se negaron ya que no querían verse atrapados entre multitudes alocadas. También estaba el hecho de que Pedro no tenía ni idea de dónde estaba Jeronimo o de si había aclarado el tema de las drogas y no quería arriesgarse en lo que a la seguridad de Paula se
refería.
La mirada de Gabriel se posó tiernamente sobre Melisa, quien le devolvió la sonrisa con los ojos brillándole de la emoción.
—Hemos decidido por fin una fecha —informó Gabriel después de una larga pausa—. O, mejor dicho, Melisa ha decidido una fecha —añadió secamente.
Melisa le dio un golpe en el brazo como reprimenda y él se rio entre dientes mientras se restregaba el brazo fingiendo que le había dolido.
Paula sonrió y se inclinó hacia delante con ilusión.
—¡Oh, eso es maravilloso, Melisa! ¿Cuándo?
—Me va a hacer esperar hasta abril —dijo Gabriel con un quejido—. Quiere tener una boda primaveral. Intenté convencerla para que nos fugáramos mañana y nos casáramos en Las Vegas el primer día del año. No se me ocurre una manera mejor de empezar el año que hacer que la mujer que amo sea oficialmente mía.
Melisa se ablandó de pies a cabeza mientras miraba a Gabriel a los ojos. Pedro sintió un nudo en su propio pecho y volvió a estrechar a Paula contra él para abrazarla con más firmeza.
Era genial poder pasar tiempo con la familia, con la gente que más le importaba en el mundo. El tener a la mujer que amaba entre sus brazos. El ver a su hermana con el hombre que la amaba y la adoraba inconmensurablemente.
El único que faltaba era… Alejandro. No era que no estuviera allí. Pero seguía soltero. De hecho, era el único solitario del grupo.
—Has dado un argumento muy romántico para esa fuga —murmuró Melisa.
Los ojos de Gabriel brillaron con picardía.
—¿Significa eso que lo estás considerando? Puedo hacer que llenen el depósito del avión privado y tenerlo listo en una hora.
Ella lo golpeó de nuevo y puso los ojos en blanco.
—No. Quiero una boda. Que mi hermano me lleve del brazo y todo lo demás. —Su expresión se llenó de anhelo—. Un vestido precioso, una hermosa tarta y que todo el mundo me vea convertirme en la señora de Gabriel Hamilton.
—Y yo quiero que tengas todo lo que tú quieras —dijo en un tono serio que dejaba de lado toda pretensión de broma—. Todo lo que quiero al final es que seas mi esposa. Todo lo demás es simplemente el glaseado de esa hermosa tarta que quieres.
Ella ladeó la cabeza y lo besó. Pedro puso los ojos en blanco en la dirección de Alejandro y este sacudió la cabeza a modo de respuesta.
—Esto significa que estaremos sufriendo todos los preparativos durante los siguientes cuatro meses —gimió Alejandro.
Gabriel se rio y Melisa miró amenazadoramente en la dirección de Pedro y Alejandro. Luego desvió su atención hacia Paula.
—Me gustaría que vinieras a mi boda, Paula —le dijo suavemente.
Paula se tensó y se quedó boquiabierta por la sorpresa.
Se la veía genuinamente abrumada y se había quedado sin palabras. Pedro la apretujó contra sí de forma tranquilizadora.
—Pero apenas me conoces —dijo Paula—. No quiero que te sientas obligada a incluirme porque yo y Pedro…
Melisa sonrió.
—No lo estoy. Quiero que estés allí. Es mi gran día, según Gabriel, y toda mujer debe salirse con la suya en su gran día. Y yo quiero que estés conmigo.
Las mejillas de Paula se encendieron pero sus ojos brillaron de placer ante la petición de Melisa.
Pedro quería abrazar a su hermana pequeña por hacerla sentir importante e incluida.
—Entonces me encantaría —dijo Paula con voz queda.
Melisa le sonrió ampliamente.
—Y mientras estoy en modo mandona, mis chicas y yo vamos a ir a Vibe esta semana.
Antes de que pudiera continuar, Gabriel soltó un gemido y Pedro añadió el suyo propio.
—¡A callar los dos! —los regañó Melisa. Luego miró a Paula como disculpándose—. Como iba diciendo. Mis chicas y yo vamos a ir a la discoteca a bailar y nos encantaría que vinieras.
Paula levantó la mirada rápidamente hacia Pedro como si buscara su aprobación y él frunció el ceño.
—Por supuesto que puedes ir —susurró para que los otros no pudieran oírlo—. No tienes que pedirme permiso.
Paula le envió una mirada que sugería que ella se estaba adhiriendo a las reglas de su relación.
Algo que ambos habían acordado. Y Pedro la quería por eso, por querer estar tan dispuesta a cederle poder y control a él. Pero no iba a ser un cabrón tampoco. Pedro le daría la luna si ella se la pidiera.
Además, él ya sabía que Melisa había planeado invitar a Paula a salir una noche con las chicas.
Cuando le explicó la situación con Jeronimo y lo preocupada y deprimida que Paula había estado las últimas semanas, Melisa aprovechó la oportunidad para decirle que lo que Paula necesitaba era una noche de chicas.
—Me encantaría —le dijo Paula a Melisa.
El rostro de Melisa se iluminó de alegría.
—¡Bien! Entonces, está decidido. Pasado mañana por la noche saldremos. Me pasaré por el apartamento de Pedro para recogerte y luego recogeremos a las chicas cuando vayamos de camino. Gabriel nos cede un chófer para esa noche.
—Exactamente —murmuró Gabriel—. Lo último que necesito es un puñado de muchachas borrachas bamboleándose por todo Manhattan.
Alejandro se rio entre dientes.
—No me digas.
—Nuestro apartamento, Melisa —la corrigió Pedro amablemente—. Es mío y de Paula. No solo mío.
Melisa se ruborizó y sus ojos se inundaron de preocupación.
—¡Por supuesto! Lo siento. Estoy tan acostumbrada a llamarlo tu apartamento. Lo siento, Paula. No estaba pensando.
Paula se sintió avergonzada y le envió a Pedro un gesto a modo de reprimenda que solo consiguió que sonriera. No estaba ni un poquitín arrepentido de haberle recordado a los otros qué lugar ocupaba Paula en su vida.
—No pasa nada, Melisa. Sabía lo que querías decir —dijo Paula.
—¡Oh, mirad! —exclamó Melisa—. Ya casi es medianoche. ¡La cuenta atrás ha empezado!
Sus miradas se posaron en la televisión justo a tiempo para ver cómo el reloj marcaba las doce.
—¡Feliz año nuevo! —gritó Melisa.
—Feliz año nuevo —dijo Alejandro levantando la copa para hacer un brindis.
—Feliz año nuevo —repitió Gabriel.
Pedro se inclinó y acarició con sus labios los de Paula.
—Feliz año nuevo, nena.
—Para ti también —susurró mientras le devolvía el beso.
—¿Sabes cuáles son mis planes para el primer día del año? —susurró Pedro.
—¿Cuáles? —le preguntó.
—Hacerte el amor. Dicen que lo que sea que hagas el primer día del año lo seguirás haciendo el resto del año entero.
Ella sonrió.
—¿De verdad?
—Eso dicen.
—En ese caso, yo voto porque hagamos exactamente eso —dijo antes de besarlo de nuevo.
—No tengo ninguna queja.
—Y ellos dicen que nosotros somos malos —gruñó Melisa tirando de Pedro hacia atrás antes de que se perdiera por completo en el beso de Paula y se olvidara de dónde se encontraban.
Le envió una mirada asesina a su hermana.
—Oh, por favor. Como si alguien pudiera ser peor que tú y Gabriel.
Gabriel parecía divertido pero mantuvo la boca cerrada.
—Intentad ser yo —murmuró Alejandro—. Señor, esto es como un lugar de retiro para parejas.
—Entonces encuentra a una mujer —dijo Melisa como si nada.
Alejandro puso los ojos en blanco y luego se bebió de un trago la copa de vino.
—No tengo prisa, cariño. Además, ¿quién en su sano juicio querría acercarse a mi loca familia?
Melisa ahogó un grito.
—¿Nos acaba de insultar?
Pedro sonrió y quiso mucho más a su hermana en ese momento. Alejandro pareció sobrecogido por un momento y luego una sonrisa llena de cariño se abrió paso en su rostro y sus ojos brillaron con afecto.
Melisa le había recordado que ellos eran su familia. No su padre, ni su madre o los estúpidos de sus hermanos. Aquí, en esta habitación, estaba la verdadera familia de Alejandro. Los que lo apoyaban de forma incondicional.
—Nunca —dijo Alejandro—. Y gracias por el recordatorio, cielo.
Paula miraba a los demás con algo parecido al asombro.
Su sonrisa estaba llena de anhelo por lo que los otros compartían. Ese lazo irrompible. Uno que se había extendido hasta ella ahora, aunque aún no lo hubiera asimilado.
—Ellos también son tu familia —murmuró Pedro en su oído.
Ella se giró hacia él con los ojos brillantes de felicidad por primera vez en días. Ya no estaban nublados de tristeza ni preocupación.
—Sí —soltó en voz baja—. Supongo que lo son, ¿verdad?
Él la besó prolongadamente y la abrazó fuertemente contra su pecho.
—Es una sensación buena, ¿a que sí?
—La mejor —respondió ferozmente—. Es algo que nunca me imaginé que pudiera tener. Aún no me lo puedo creer. Aún me despierto y tengo que decirme que esto está ocurriendo de verdad y no es un sueño loco al que me he aferrado.
Pedro sonrió amablemente; el pecho le dolía de todo el amor que sentía por ella.
—Créetelo, nena. Es real y es tuyo.
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Espectaculares los 3 caps. Cada vez más linda esta parte de la historia.
ResponderEliminarAmo esta novela! Se me hace que Jerónimo se va a mandar una grande...
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