miércoles, 27 de enero de 2016
CAPITULO 37 (SEGUNDA PARTE)
—Me siento tan culpable —dijo Paula.
Melisa la miró con el ceño fruncido desde donde estaba sentada junto a ella en la limusina, confusa.
Paula suspiró.
—No tengo ni idea de dónde está Jeronimo. Si está vivo o muerto, hambriento o helado. Nada. Y aun así yo estoy siguiendo con mi vida, saliendo de discoteca con unas amigas. Me resulta tan… frío y cruel.
Melisa alargó la mano y dio un apretón a la de Paula.
—Oh, cariño, tú no eres para nada fría ni cruel. Date un respiro. Jeronimo es un hombre adulto. Ha tomado sus decisiones, ya sean buenas o malas, y tienes que aceptarlo. No puedes vivir su vida por él. No puedes hacer que haga lo correcto. Pero lo que sí puedes hacer es vivir tu vida. Sé feliz y toma tus propias decisiones sin ningún tipo de culpa.
Paula miró sin pestañear a la otra mujer, asombrada de ver cuánta razón tenía Melisa.
—Soy una idiota.
Melisa se rio.
—¿Primero eres fría y cruel y ahora eres una idiota?
Paula soltó un profundo suspiro.
—Tienes razón. Sé que tienes razón. Pedro me ha estado diciendo lo mismo, pero yo lo he ignorado. Y ahora lo dices tú y de repente todo tiene más sentido.
—Es porque soy más lista que Pedro —dijo Melisa con suficiencia.
Paula sonrió sintiéndose más ligera de lo que lo había estado en toda la semana.
—Gracias por invitarme esta noche —dijo mientras se inclinaba hacia ella para abrazarla en un impulso.
Melisa le devolvió el abrazo con fuerza.
—Gracias por hacer a mi hermano feliz.
Paula se apartó y curvó los labios con arrepentimiento.
—Solo espero seguir haciéndole feliz. Lo quiero.
—Y él te quiere —dijo Melisa como si nada—. Está más claro que el agua. Nunca lo he visto así por ninguna otra mujer. ¡Y tengo que decirte que es increíble de ver!
El coche se paró enfrente de otro complejo de apartamentos donde cuatro mujeres se encontraban esperando. Melisa salió del coche y se llevó a Paula con ella.
—Haré esto rápido. ¡Hace un frío que pela! —dijo Melisa—. Paula, quiero que conozcas a mis mejores amigas, Carolinq, Chessy, Gina y Trish. Chicas, esta es la novia de Pedro, Paula.
—Ah, maldita sea, Melisa. Quieres romperme el corazón, ¿eh? —soltó Chessy de forma dramática.
Paula miró con confusión a la guapa mujer.
Melisa se rio.
—Ha estado encaprichada de Pedro desde siempre. La está matando saber que está fuera del mercado.
Paula soltó una carcajada.
—Lo siento. Bueno, en realidad no.
Las otras se rieron con ella.
—Yo tampoco lo sentiría —dijo Trish—. Pedro es un buen ejemplar. Eres una mujer con suerte, Paula.
—¿Y Alejandro qué? —preguntó Gina con esperanzas—. Entonces, ¿él también está fuera del mercado?
Los ojos de Melisa se abrieron desmesuradamente.
—Oh, mierda. ¡No, no! Paula solo está con Pedro.
Las mejillas de Paula se encendieron cuando esta se ruborizó furiosamente. Obviamente todas ellas sabían de la propensión de Pedro y Alejandro por hacer tríos. Ahora pensaban que estaba liada con ambos. De ninguna manera iba a admitir que había tenido sexo con los dos hombres.
Los ojos de las otras chicas se agrandaron.
—Joder —dijo Carolina en voz baja—. Pedro va en solitario ahora. Guau, Paula. Debes de haberlo vuelto loco.
—Bueno, ya está bien, ya basta de atormentar a Paula con las proezas sexuales de mi hermano —gimió Melisa—. ¡Entremos en el coche y vayamos a divertirnos!
—Estoy de acuerdo —dijo Chessy—. Caro, ¿Brandon trabaja hoy?
El rostro de Carolina se iluminó.
—Sí, dijo que se ocuparía totalmente de nosotras.
Las otras se rieron mientras formaban una fila para subirse a la limusina.
—El novio de Carolina trabaja como segurata en Vibe —explicó Melisa—. Viven juntos ahora y él es extremadamente protector con ella y, bueno, con nosotras también cuando salimos. No tenemos que preocuparnos de nada que nos pueda molestar. Brandon corre la voz entre los otros tíos que trabajan allí y tenemos trato vip al máximo. Lo que sea que queramos, lo tenemos, y todos nos echan un ojo. Gabriel tuvo que discutir eso con Brandon hasta llegar a un acuerdo antes de dejar que volviéramos allí.
Esto último lo dijo poniendo los ojos en blanco y las otras estallaron en risitas.
—Quiero uno de esos hombres tan locamente sobreprotectores —gruñó Chessy—. Son geniales si
lo miramos desde un punto de vista troglodita y cavernícola. Pero son la bomba en la cama, o al menos eso nos dicen Melisa y Carolina.
Se echó hacia delante para abalanzarse sobre Paula.
—Y ahora te tenemos a ti para contarnos lo increíble que Pedro es en la cama. No sabes cuánto tiempo he pasado fantaseando con ese dato desconocido.
—Pero, por favor, no nos digas que es todo superficial y aburrido —saltó Gina con un escalofrío —. Si es así, miéntenos y déjanos vivir en nuestra fantasía un poquito más.
Paula soltó una carcajada otra vez.
—¡Tías! —siseó Melisa—. Dadle un respiro. Vais a asustarla antes de que lleguemos al club siquiera. Y si vuelve a casa y le cuenta a Pedro todo esto, ¡nunca dejará que salga con nosotras otra vez!
—Dinos aunque sea algo, muchacha —le dijo Trish a Paula.
Paula sonrió.
—No es todo superficial y aburrido.
Todas gimieron.
—Eres mala. Provocándonos así con lo que nunca podremos tener —refunfuñó Gina.
Paula se relajó y disfrutó de algo que nunca antes había experimentado. Amistades. Siempre habían sido Jeronimo y ella. Nunca se había acercado a nadie y ahora sí quería hacerlo.
Quería esta camaradería. Una noche con amigas. Era divertido.
Cuando pararon frente a la discoteca, la puerta se abrió y un hombre impresionante de apariencia latina con perilla y un pendiente le tendió la mano a Carolina para ayudarla. La estrechó inmediatamente entre sus musculosos brazos y le estampó un beso en los labios que hizo que todas las demás suspiraran y silbaran.
—Mierda —masculló Chessy—. Soy una perra envidiosa ahora mismo.
—Ese debe de ser su novio —le murmuró Paula a Melisa.
Melisa sonrió.
—Sí, ese es Brandon. Está loquito por Caro y ella está igual con él.
—Señoritas —dijo Brandon ofreciéndoles la mano una vez hubo soltado a Carolina—. Vayamos adentro donde hace calor. Tenéis una mesa esperándoos y vuestra propia camarera para la noche. Los chicos estarán echándoos un ojo y si tenéis el más mínimo problema, venid a mí. Yo me encargaré.
—Joder —susurró Paula—. ¡Me pone los pelos de punta!
—Como si no te dieran eso en casa —refunfuñó Gina mientras aceptaba la mano de Brandon.
Todas salieron y Brandon las escoltó hasta dentro.
La música rebotaba en las paredes y una cascada de luces fluorescentes e intermitentes casi dejó ciega a Paula. No era su primera vez en una discoteca. Ya se había reunido con muchos hombres en sus días de sexo sin ataduras. Por un momento, los recuerdos le robaron la respiración mientras la
vergüenza y el dolor se precipitaban hasta su pecho.
Los clubes que ella había visitado no habían sido tan elegantes como este. Eran más como bares de mala muerte y lugares donde las mujeres como ella iban para pillar cacho esa noche.
—Eh, ¿qué pasa? —gritó Melisa cerca de su oído.
Paula sonrió.
—Nada de nada.
Barrió el pasado de su mente, decidida a no dejar que interfiriera en la diversión de esta noche.
Ella era una persona diferente ahora. Tenía a Pedro, quien conocía su pasado y la había aceptado de todas formas. Ya no tenía que ser esa persona. Podría ser quien ella siempre quiso ser.
Cuando llegaron a la mesa, una camarera sonriente apareció inmediatamente y Paula se dio cuenta de que dos seguratas se colocaban cerca de su mesa. Brandon no había mentido cuando dijo que se ocuparía de ellas.
Cuando la camarera llegó hasta donde Melisa y Paula estaban, esta última puso una mano encima de la de Melisa.
—Tomémonos una. Sé que habías planeado beber agua conmigo, pero… ¿por qué no pasárnoslo bien?
La expresión de Melisa se llenó de preocupación.
—¿Estás segura? No me importa beber agua contigo.
—Nunca tuve problemas de adicción con el alcohol —dijo Paula amablemente—. Sé que Pedro se preocupa, pero no tiene por qué. Ya no soy esa persona. Me alegro mucho de que me hayas invitado a salir con tus amigas. Pasémoslo bien. Dijiste que alguien nos llevará a casa luego, ¿verdad?
Melisa sonrió.
—Por supuesto. No te extrañes que Gabriel haga acto de presencia en unas pocas horas. El hombre todavía sigue enfadado por aquella vez que salí con las chicas y cogí un taxi sola, borracha como una cuba. Le parece bien que beba. Pero siempre se asegura de estar cerca para llevarme a casa después.
—¡Entonces hagámoslo! —dijo Paula.
Melisa se giró hacia la camarera.
—Yo quiero un Cosmopolitan. ¿Tú qué quieres, Paula?
—Un Amaretto Sour, por favor.
Unos pocos minutos después, la camarera volvió con una bandeja de bebidas y Melisa levantó su vaso para proponer un brindis.
—Bebidas arriba, chicas. ¡Esta noche vamos a pasárnoslo bien!
—¡Y a ponernos pedo! —interpuso Chessy.
—Brindo por eso —dijo Gina levantando el vaso.
Paula se unió a la diversión y arrimó el vaso a los otros para brindar. Todas se rieron y se bebieron del tirón la primera bebida.
El dulce líquido en contacto con la lengua de Bethany dejó un rastro cálido hasta su estómago.
Dejó el vaso vacío en la mesa y se sorprendió cuando vio que la camarera inmediatamente había traído una segunda ronda.
Melisa se rio.
—Ella siempre se ocupa de nuestra mesa cuando venimos y sabe que hacemos un brindis con la primera copa y nos la bebemos del tirón, así que nos trae la segunda de inmediato. Ya nos conoce.
—Me parece bien —dijo Paula al mismo tiempo que alargaba la mano para coger la siguiente bebida.
—¡Bailemos! —gritó Chessy—. La noche es joven y hay hombres esperando.
—Tú puedes ser mi pareja de baile —le gritó Melisa a Paula por encima de la música—. Bueno, tú, yo y Caro. A Brandon le daría algo si Caro bailara con otro tío. Las otras van a su bola.
—¡Suena bien! —le devolvió Paula.
Se fueron a la pista de baile y Paula dejó que la música tomara el control de su cuerpo. Por el espacio de unas pocas horas, se pudo olvidar de Jeronimo y de sus preocupaciones. Recibió con los brazos abiertos la novedad de tener amigas, de pasárselo bien y de tener a un hombre maravilloso y encantador esperándola en casa cuando la noche terminara.
Ella, Melisa y Carolina bailaron en un círculo estrecho, riéndose y dejándose llevar. Se contonearon muy cerca las unas de las otras. Tentaron a la multitud mientras se toqueteaban y meneaban y giraban al ritmo frenético de la música.
Tras bailar cuatro canciones, volvieron a la mesa, donde tenían nuevas bebidas esperándolas.
Brandon estaba allí con los ojos oscuros brillándole de diversión.
Pasó un brazo alrededor de la cintura de Carolina y la atrajo hacia su costado.
—Nena, tengo que decirte que si tú y tus amigas no paráis ese baile tan sexual, yo y los chicos vamos a pasarlo mal quitándoos a los tíos de encima.
Carolina se rio y alzó la cabeza para besarlo.
—Tengo rondas que hacer. Volveré luego para ver qué tal estáis.
Después de eso, la besó. Y no fue un simple pico. Fue sexual como el pecado, una marca de posesión que llevó a cabo con la lengua. Paula no era tonta. Sabía que lo había hecho para que cualquier tipo que estuviera mirando supiera que Carolina era suya y que tenía que mantener las manos bien alejadas. También ayudaba que el hombre fuera tan grande y musculoso. Nadie en su sano juicio se metería con él en una pelea.
Carolina suspiró. Tenía los ojos ligeramente vidriosos, pero el alcohol no tenía nada que ver con esa ligera apariencia de embriaguez.
—Es increíble —les gritó a Paula y Melisa.
—Ya lo vemos —bromeó Melisa.
—¡Bebamos! —dijo Carolina—. Tina va a venir con más. ¡Aquí no se desperdicia el alcohol!
Melisa y Paula se rieron y rápidamente vaciaron sus bebidas.
A las dos horas, Paula estaba de alcohol hasta las cejas y riéndose exageradamente por todo lo que las chicas decían. Bailaron más, se volvieron más atrevidas en sus travesuras y ocasionalmente volvieron a la mesa a por más bebidas.
La tercera vez que fueron a la pista de baile, Paula estaba claramente borracha. Melisa no estaba mucho mejor que ella, por lo que Paula pudo verificar, y se rieron tontamente sin parar mientras se toqueteaban y contoneaban las caderas. Los movimientos se volvían cada vez más provocativos.
—Me alegro tanto de que Pedro no esté aquí para ver esto —dijo Paula a voces por encima de la música—. ¡Creo que me mataría!
Melisa soltó una risita y seguidamente sus ojos se redondearon.
—Oh, mierda.
—¿Qué?
—Iba a decir que me alegraba de que Gabriel no hubiera llegado todavía pero, ejem, está aquí.
Paula se giró y casi tropezó cuando las paredes siguieron moviéndose incluso cuando ella se hubo parado. Los tacones que llevaba, que por entonces habían parecido una buena idea porque eran muy sugerentes y tenían una altura suficiente como para lucir sus piernas perfectamente bien, de repente no parecían tan buena idea ya que había tropezado y casi se había lastimado un tobillo.
Se había sentido bien al arreglarse aunque no fuera a ir a ningún lado con Pedro. Había escogido un vestido de noche matador y brillante que le quedaba que ni pintado y le otorgaba una apariencia llena de curvas. Aún seguía estando delgada —demasiado delgada debido a todas las comidas que se había saltado por culpa de la vida que había llevado— pero desde que había conocido a Pedro, había ganado como cinco kilos, dos de los cuales se habían ido directamente a sus pechos. Pero Pedro no es que se quejara de la nueva gordura que le había crecido en el pecho.
Se había aplicado cuidadosamente el maquillaje, se había recogido el pelo de manera informal pero elegante, lo que dejaba que algunos rizos le cayeran por el cuello y se había puesto unos pendientes enormes que había pensado que le quedaban bien.
Nada que ver con los harapientos vaqueros y andrajosas camisetas que había llevado durante tanto tiempo. Se sentía guapa. En realidad, se sentía… hermosa. Como si fuera digna de recibir la atención de un hombre como Pedro.
—¡Oh, vaya! —dijo Melisa agarrándola del brazo para que no se cayera de cara al suelo. Luego rompieron a reír y Gabriel entrecerró los ojos cuando vio lo borrachas que estaban.
—Yo voto porque no vayamos hacia él todavía —dijo Paula—. Se le ve, eh, bueno… un poco intenso.
—No, no —dijo Melisa, beligerante—. Démosle un pequeño espectáculo.
Paula abrió los ojos como platos mientras se alejaban de Gabriel.
—¿Crees que será una buena idea?
Melisa se rio.
—Oh, sí. Porque, después, cuando me lleve a rastras a casa, estará tan excitado que no llegaremos siquiera a entrar por la puerta de su apartamento cuando empiece a arrancarme el vestido. Aunque me dejará los tacones puestos porque a mi hombre le vuelvo loco con estos tacones.
Paula se quedó boquiabierta mientras se quedaba mirando fijamente la sonrisa pícara de Melisa.
Esta le guiñó un ojo.
—El sexo estando borracha es lo mejor del mundo. Me apuesto a que Pedro hará lo mismo contigo. ¿Una mujer sexual y borracha con esos tacones y ese vestido puestos? Se te echará encima en el mismo momento en que pongas un pie dentro del apartamento.
Un escalofrío se extendió por los hombros de Paula.
—Había planeado desembriagarme un poco antes de volver a casa. No quería que Pedro supiera que me he emborrachado. Se preocuparía y probablemente no lo aprobaría. Pero si lo que me dices es verdad…
Melisa se pegó al costado de Paula y lanzó los brazos al aire.
—Oh, es verdad —gritó—. ¡No podrá resistirse!
—En ese caso, ¡bebamos un poco más! —la acompañó Paula con otro grito.
—Después de que le hayamos dado a Gabriel el espectáculo que no olvidará en un tiempo —dijo Melisa guiñándole un ojo.
Paula se rio y las dos se metieron completamente en el ritmo de la música. Carolina se unió a ellas un momento después con el rostro sonrojado y los ojos brillando de felicidad. Las tres dieron un espectáculo que luego avergonzaría a Paula cuando se acordara, pero era muy divertido. No se acordaba de la última vez que de verdad se había dejado llevar y se lo había pasado tan bien.
Cuando la canción terminó, Melisa agarró el brazo de Paula y las dos se apoyaron la una en la otra mientras volvían a la mesa donde, predeciblemente, la camarera las estaba esperando con otra ronda de bebidas.
Los labios de Gabriel se curvaron de la diversión cuando se balancearon hasta llegar a la mesa. Alzó una ceja cuando ambas, Paula y Melisa, cogieron cada una su bebida y la vaciaron en menos de dos segundos.
—Estáis teniendo una buena esta noche —observó. Su mirada se posó cariñosamente en Melisa—. ¿Te vas a quedar dormida, cariño?
Melisa sonrió descaradamente y luego se puso de puntillas para plantar un ardiente beso en la boca de Gabriel. Luego deslizó los labios por su mejilla y le murmuró algo al oído que logró que el cuerpo entero de Gabriel se tensara. Apretó la mandíbula y sus ojos se oscurecieron.
El estómago de Paula se agitó de solo ver la reacción a lo que sea que Melisa le hubiera dicho, y estaba convencida de que era algo bastante pervertido. Aparentemente tenía toda la razón sobre lo del sexo estando borracha.
Le hizo un gesto con la mano a la camarera y levantó su copa para que le trajera otra.
Gabriel pasó un brazo por la cintura de Paula y la acercó hacia él para que pudiera oír lo que le decía.
—¿Estás bien, cariño? ¿Cuánto has bebido?
Ella le dedicó una amplia sonrisa.
—¡Estoy bien! Melisa me dijo que nos ibas a llevar de vuelta a casa esta noche. Así que no me tenía que preocupar por lo borrachas que nos fuéramos a poner.
Gabriel afianzó el brazo en su cintura.
—Exactamente. Te llevaré a casa con Pedro, así que haz lo que quieras. Solo quiero asegurarme de que lo toleras bien.
Ella sonrió otra vez.
—Eres dulce.
Él puso los ojos en blanco.
—Dulce no es una palabra que usaría para describirme.
No, Paula suponía que no. El poder emanaba de él de la misma manera que lo hacía en Pedro.
Había un reflejo en sus ojos, particularmente cuando miraba a Melisa, que la hacía estremecerse de la cabeza a los pies. Incluso ahora que tenía un brazo alrededor de Paula para que no perdiera el equilibrio, tenía a su vez agarrada la muñeca de Melisa con fuerza y se aseguró de que no hubiera mucho espacio entre ellos.
—Solo no te pongas enferma —le dijo—. Quiero que lo paséis bien y que no os tengáis que preocupar de nada más. Cuando estéis listas para marcharos, os llevo a casa.
—¡Gracias!
—¡Bailemos otra vez, Paula! —gritó Melisa.
Gabriel gimió.
—Tengo que decirte, nena, que ese baile que estáis haciendo debería ser ilegal. Voy a tener que patearles el trasero a todos los tíos que estén mirando el tuyo.
Melisa sonrió y luego tiró de la mano de Paula para arrastrarla hacia la pista de baile otra vez.
Durante la siguiente hora, bailaron, bebieron y luego bailaron un poco más. Y después bebieron otra ronda.
La última vez que abandonaron la pista y volvieron a la mesa, Paula sabía que no podría tolerar ni una bebida más. Estaba mareada y envuelta completamente en un halo de calor. Se reía de todo ya fuera divertido o no. Gabriel tenía una expresión de diversión perpetua en el rostro y Brandon sonrió cuando volvió a ver cómo estaban.
—Creo que ya estoy lista —dijo Paula sin aliento—. Pero no quiero arruinaros la noche a todos los demás. —Levantó la mirada hacia Gabriel, que estaba sujetando a Melisa y manteniéndola erguida. Ella misma estaba agarrada a la mesa, preocupada de que si se soltaba se caería al suelo en redondo.
—No, yo también —dijo Melisa—. ¿Estás listo, cariño? —le preguntó a Gabriel.
—Desde hace rato —gruñó.
Ella soltó unas risitas.
—Tenemos que llevar a Paula primero. Me imagino que Pedro estará hecho un manojo de nervios ahora mismo.
—Le mandé un mensaje —dijo Gabriel secamente—. Ya sabe que debe esperarse.
—Déjame ir a por las demás —comentó Melisa—. Caro se queda hasta que Brandon salga de trabajar.
—Iré llamando al coche —informó Gabriel—. No salgáis de aquí sin mí. Os caeréis de narices al suelo.
Paula sonrió y esperó, aún sujetándose a la mesa, mientras Melisa iba en busca del resto del grupo.
—Esta noche ha sido muy divertida —le gritó a Gabriel—. Gracias por llevarme a casa. Melisa es genial.
Gabriel sonrió, sus ojos estaban llenos de cariño y afecto.
—Me alegro de que te hayas divertido, Paula. Y sí, Melisa es la mejor. No es ningún problema llevarte a casa. Ni de lejos iba a dejar que volvieras a casa sola. Pedro no lo permitiría tampoco. Si yo no hubiera venido a por vosotras, Pedro lo habría hecho.
Melisa volvió un momento después con Chessy, Trish y Gina.
Estaban tan borrachas como Melisa y Paula y todas se reían tontamente como lunáticas. Gabriel puso los ojos en blanco y luego le hizo un gesto con la mano a Brandon.
Brandon apareció con otro de los seguratas y guiaron a Chessy, Trish y Gina hacia la salida mientras Gabriel cogió del brazo tanto a Melisa como a Paula.
Paula se tambaleó y luego se rio cuando el brazo de Gabriel se tensó alrededor de su cintura.
—Madre mía, pero ¿cuánto habéis bebido?
Melisa lo miró con inocencia y luego levantó la mano e intentó contar. Tras tres intentos de quedarse mirando los dedos con confusión, bajó la mano con descaro y dijo:
—Mucho.
—Eso ya lo veo —dijo Gabriel con una risotada.
Las acompañó hasta el coche y esperó pacientemente mientras Brandon y el otro segurata ayudaban a las otras chicas a entrar. Luego Brandon envió a Gabriel una sonrisa compasiva.
—Buena suerte, tío. Parece que tienes las manos repletas.
—No me digas —masculló Gabriel.
Sentó a Paula y a Melisa y luego lo hizo él al lado de esta última.
—Eres el mejor —dijo Chessy dirigiendo su sonrisa a Gabriel.
—Totalmente —dijeron Trish y Gina al unísono.
—Le dijimos a Melisa que si alguna vez te deja escapar, es una idiota —comentó Trish solemnemente.
Chessy asintió igual de solemne.
—Pero para que lo sepas, si ella alguna vez se vuelve idiota, yo estoy más que dispuesta a ocupar su lugar.
Las mujeres rompieron a reír mientras Gabriel alzaba la mirada al cielo como si estuviera diciendo una plegaria.
Hizo las paradas de rigor para dejarlas en sus apartamentos y pacientemente las escoltó hasta dentro y se aseguró de que cada una estuviera a salvo antes de volver al coche.
—Es genial —le susurró Paula a Melisa mientras observaban a Gabriel volver tras haber escoltado Chessy hasta su apartamento
—Sí —susurró Melisa—. Soy muy afortunada de tenerlo.
—Somos unas tías con suerte —dijo Paula—. Gabriel y Pedro son lo mejor.
—Sí —dijo Melisa otra vez—. Pero bueno, nosotras también.
—Lo somos, ¿verdad?
—Totalmente.
Luego ambas rompieron a reír otra vez y siguieron haciéndolo cuando Gabriel entró de nuevo en el coche.
Él sacudió la cabeza.
—No sé qué voy a hacer con vosotras dos, de verdad.
Un brillo travieso se reflejó en los ojos de Melisa.
—Bueno, si tú no sabes lo que vas a hacer conmigo…
—No digas eso, nena —dijo bruscamente—. Tengo planes para ti.
Melisa le envió una sonrisa cómplice a Paula que gritaba claramente «te lo dije».
—Pedro se reunirá con nosotros en el vestíbulo —dijo Gabriel cuando casi hubieron llegado al edificio donde Pedro tenía el apartamento.
El corazón de Paula latió de ansiedad. Esperaba que Melisa no se hubiera equivocado. Se puso repentinamente nerviosa y la boca se le secó.
Melisa alargó la mano para darle un apretón.
—Confía en mí.
Paula se lo devolvió y Gabriel las miró a ambas con sospecha.
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