miércoles, 27 de enero de 2016
CAPITULO 41 (SEGUNDA PARTE)
Cuando Pedro entró en el dormitorio, vio que Paula ya estaba en la cama. Estaba echa una bola, acurrucada, con la espalda mirando hacia el centro de la cama de forma que quedaba de espaldas a él.
También llevaba puesto un pijama cuando nunca había llevado nada. Era una de sus normas. La primera que había roto tan descaradamente.
Pedro suspiró. Sabía perfectamente bien que no le iba a decir nada por no obedecer la norma que le había dictado de no llevar ropa en la cama.
Se desvistió y luego se deslizó dentro de la cama junto a ella. Se acercó hasta que su espalda estuvo pegada a su pecho y le rodeó la cintura con un brazo para atraerla mucho más hacia sí.
Ella se puso rígida; la tensión echaba humo en su cuerpo.
—Tenemos que hablar, nena.
Paula sacudió la cabeza.
—No. Esta noche no. No tengo nada que decir. Estoy demasiado molesta y terminaríamos diciéndonos cosas de las que luego nos arrepentiríamos. ¿No es eso lo que básicamente dijiste que te pasaba? ¿Que dices cosas que no quieres? Por una vez, quiero que digas algo que sí quieras. Estoy cansada de adivinar. Estoy cansada de tener que ir de puntillas, sin saber adónde vas a llevar las cosas
o cómo reaccionarás o de qué manera retorcida vas a interpretar algo que no tiene en absoluto ningún significado.
Pedro suspiró y la besó en el hombro antes de dejar los labios pegados a su piel.
—No has comido nada. Es temprano todavía.
—No tengo hambre —dijo en voz baja—. Por favor, Pedro, solo déjame en paz. No me voy a ir a ningún sitio. No voy a huir. Vete a comer o a hacer lo que sea que quieras hacer y déjame que aclare esto yo sola.
Él volvió a tumbarse de espaldas y se quedó mirando al techo.
—No es que me apetezca verte aquí tumbada y herida por mi culpa, nena.
Paula no respondió, pero Pedro vio cómo sus hombros se sacudían ligeramente y luego blasfemó en silencio.
Estaba llorando. Y quería que la dejara en paz. No quería que la consolaran. No quería sus brazos alrededor de su cuerpo. No quería que la abrazara.
Cerró los ojos con fuerza. Sí, había metido la pata hasta el fondo. Incluso peor que la última vez.
¿Cuándo pararía de hacerlo?
¿Cómo podría siquiera irse al trabajo al día siguiente cuando estaba paralizado por el temor de que ella se fuera justo en el momento en que se quedara sola?
No podría vivir así. Y él sabía que ella tampoco. La estaba destruyendo con su desconfianza. Y, joder, él sí que confiaba en ella.
Quizás esto solo fuera producto de una relación que apenas llevaba unas cuantas semanas en marcha. Siempre había problemas que las parejas tienen que solucionar, ¿no? Él había ido rápido, eso lo sabía. La mayoría de la gente normal extendía la etapa de las citas y de conocerse un poco más que él. Pero bueno, él siempre había ido tras lo que quería con decidida determinación. Paula no había
sido diferente en ese aspecto.
Sabiendo que no se iba a quedar dormido tan temprano, se bajó de la cama. Paula aún estaba de espaldas a él, pero sabía que todavía seguía despierta también. Su cuerpo estaba demasiado rígido como para que hubiera cedido al sueño.
—Voy a la cocina a por algo de comer —dijo con suavidad—. Me encantaría que vinieras conmigo. O puedo, si no, traerte algo yo a la cama.
Paula lloriqueó ligeramente y a Pedro se le encogió el corazón otra vez. Joder. Seguía llorando.
Se giró y salió del dormitorio; el miedo y los remordimientos lo inundaban a partes iguales. Le había dicho que confiaba en ella. En parte eso le estaba dando tiempo para que ella se aclarara a su manera. Mientras lo hiciera aquí, en su apartamento, en su espacio, en su cama, podría lidiar con ello.
Le había dicho que confiaba en ella. Ya era hora de demostrarle que lo hacía de verdad.
Se preparó un sándwich, más para tener algo que hacer que porque tuviera hambre. Recordó cuando Gabriel la fastidió bastante con Melisa; ella le había dicho que si alguna vez tenía alguna esperanza de volverla a recuperar, tendría que irle de rodillas y arrastrándose. Y Gabriel lo había hecho. Se había confesado delante de media Nueva York para poder volver a recuperar a Melisaa.
Pedro no lo había terminado de entender por entonces.
Había pensado que Gabriel estaba siendo un poco demasiado dramático, pero ahora se daba cuenta de la desesperación que Gabriel debió de haber sentido. Pedro se arrodillaría y se arrastraría. Haría todo lo que fuera para conseguir que Paula se quedara.
Después de horas de haber estado dándole vueltas y vueltas a cada palabra que quería decir, volvió al dormitorio y se encontró las luces apagadas. Se habría tenido que levantar para apagar las luces.
Cuando se subió a la cama, pudo escuchar su suave respiración, pero lo que más le dolió fue el hecho de que incluso durmiendo daba esos suaves hipidos, señal de que había estado llorando por un tiempo.
Se volvió hacia ella e inhaló su dulce aroma. Escondió el rostro en su pelo y le pasó un brazo alrededor de la cintura para acercarla a su cuerpo.
El sueño no vino hasta un rato después, pero, cuando finalmente lo hizo, estuvo lleno de pesadillas inquietantes en un mundo sin Paula.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Uyyyyyy, qué lío x favor, Pedro va a tener que remarla ahora.
ResponderEliminarMuy buenos capítulos! cuando va a aprender a no ser tan impulsivo!!! Ahora a remarla...
ResponderEliminar