miércoles, 20 de enero de 2016

CAPITULO 18 (SEGUNDA PARTE)





Pedro se apoyó contra el marco de la puerta del despacho de Alejandro y esperó a que su amigo terminara de hablar por teléfono. Alejandro estaba de espaldas, así que no tenía ni idea de que Pedro estaba allí o de que había abierto la puerta de su despacho. Lo cual quería decir que la llamada le estaba exigiendo toda la concentración porque no se había siquiera percatado de la presencia de Pedro.


—No me importa una mierda lo que tú y papá queráis —dijo Alejandro ácidamente.


Pedro hizo una mueca. Gabriel tenía razón. La familia de Alejandro le estaba dando por saco otra vez.


Estúpidos persistentes. Pedro nunca había conocido a gente más superficial y egoísta que la familia de Alejandro. Estaba sorprendido por cómo Alejandro había podido salir adelante con semejantes víboras sin haberse dejado manipular ni influir por ellos. Dios sabía muy bien que sus hermanos no lo habían hecho tan bien.


Gabriel y Pedro solían bromear con Alejandro diciéndole que era adoptado. Era la única conclusión lógica.


Alejandro era tan diferente de sus padres y de sus hermanos… Si bien ellos eran unos insatisfechos egoístas y calculadores, Alejandro era más relajado, tenía un corazón que no le cabía en el pecho y era leal a más no poder. ¿Su familia? Te darían la puñalada por la espalda antes de que te diera tiempo a volverte. Joder, te darían la puñalada incluso de frente. No les importaba. Te pisotearían y dejarían la huella de sus zapatos mientras se alejaban.


—Vuestra manipulación no va a funcionar. Ni de coña voy a pasar las Navidades con mi amada familia. Preferiría que me arrancaran las uñas de los dedos —soltó Alejandro.


Pedro suspiró. Siempre era lo mismo. Cada mísero año. Él estaba convencido de que solo querían a Alejandro para poder tener a alguien nuevo a quien atormentar. Cuando Alejandro era más joven, había intentado mantener la paz y ser un buen hijo y hermano. Había asistido a todas las reuniones familiares, si es que se podían llamar así.


Los primeros dos años había ido solo. Gabriel y Pedro inmediatamente notaron una diferencia. Alejandro
había estado pensativo durante semanas y le había llevado lo suyo volver a ser el que era. Tras el segundo año, Pedro y Gabriel se dieron cuenta de lo que pasaba y al siguiente año insistieron en ir con él.


Tras esa experiencia, ambos juraron que nunca dejarían que Alejandro estuviera cerca de su familia sin un apoyo sólido que lo acompañara.


Parecía insólito, pero la familia de Alejandro era puro veneno.


Tras unos años en los que o Pedro o Gabriel o ambos lo acompañaron y experimentaron de primera mano la disfunción que sufría la familia McIntyre, Alejandro los envió a la mierda y no había vuelto a regresar. Y no es porque ellos no lo hubieran intentado. Pedro sabía que Alejandro estaba completamente avergonzado de que sus amigos tuvieran que ver a su familia y en vez de dejar que continuaran viéndola en acción, simplemente lo cortó de raíz. 


Lo cual a Pedro la pareció bien. Alejandro era mejor persona cuando no estaba alrededor de ellos. Era más feliz.


—Hemos acabado con esta conversación. No vuelvas a llamarme. No voy a cogértelo a la próxima —advirtió Alejandro.


Colgó el teléfono de la oficina y luego se giró en la silla. Tuvo que mirar dos veces cuando vio a Pedro de pie en la puerta, pero luego frunció el ceño.


—¿Qué estás haciendo aquí? Habría jurado que tenías cosas que hacer.


Pedro suspiró otra vez y se adentró más en la oficina. Se acomodó en una de las sillas junto a la pared y se llevó las manos a la espalda para poder echarse hacia delante y mirar a Ash a los ojos.


—Mira, tío, he sido un gilipollas. Lo sabes. Yo lo sé. También sé que acabas de terminar de hablar con la zorra de tu madre y ahora estás de mal humor, así que lo vas a pagar conmigo. Me lo merezco, así que no me importa. Pero lo que sí me importa es esta distancia que hay entre los dos.


Alejandro apretó los labios.


—Tú eres el que la pusiste ahí.


—Sí, eso también lo sé. Me estoy intentando disculpar, Alejandro. No te hagas el difícil y déjame hacerlo.


Alejandro se echó hacia atrás en la silla y habló con un tono familiar que hizo que el alivio atravesara el pecho de Pedro.


—¿El todopoderoso, arrogante y cabrón controlador Pedro Alfonso sincerándose e intentando disculparse? Continúa. Esto tengo que verlo.


—Que te jodan —murmuró Pedro. Pero ya estaba sonriendo.


Familia.


Tal como había observado en el despacho de Gabriel. Tal y como él lo sabía y había sabido ya. Esta era su familia. Y era la familia que quería que Paula también tuviera.


—Esa es una disculpa un tanto inusual —dijo Alejandro—. Que te jodan… Lo siento… suenan casi igual.


Pedro se rio.


—Dios, eres un imbécil.


Pero igual de rápido se puso serio de nuevo y miró a Alejandro a los ojos.


—Lo siento, tío. Fui un idiota. Sobreactué. Sé que estabas intentando ayudar y mirar por mí. Te lo agradezco más de lo que te imaginas. Pero estoy bien, te lo prometo. Puedes pensar que estoy loco y que he perdido toda perspectiva, pero lo tengo controlado. Estoy bien.


—¿Qué tienes controlado? —preguntó Alejandro con curiosidad—. Tienes que ver esto según mi perspectiva, tío. Tenemos un trío con una mujer. No es nada extraordinario. La mujer desaparece a la mañana siguiente. Tampoco es inusual. Lo único raro en la ecuación es que ella fue la que se quitó de en medio en vez de ser nosotros los que le dijéramos adiós. Así que, bueno, cuando te dio de todo ante
el hecho de que se había ido pensé, de acuerdo, está enfadado porque no fue él el que le ha dado largas. Y lo pillo. A lo mejor no habías terminado con ella. Eres un loco controlador como yo. Te gusta crear las reglas. Ella las rompió al irse. Lo que no me esperaba era que pusieras la ciudad patas arriba buscándola.


Pedro suspiró. Sí, cuando Alejandro lo describía así sonaba mal.


—Si te pudieras haber visto estas últimas dos semanas, Pedro… tenías un aspecto horrible. Estabas como abstraído. Lo último que tenías en la cabeza era trabajar. Melisa vino a verte dos veces y la echaste de malas maneras en ambas ocasiones.


Pedro alzó las dos cejas.


—Mentira. Ella no vino a verme.


Alejandro suspiró.


—¿No te acuerdas de que vino a verte? ¿O solo no te acuerdas de que fueras un cabrón con ella?


—Mierda. ¿De verdad vino a verme?


Alejandro asintió.


—Casi la muerdes, lo que hizo que Gabriel quisiera partirte la cara. Le dije que bajara los humos, que solo tenías un mal día.


—Mierda.


—Así que ahí seguimos, apenas has existido en estas dos semanas. Actuaste como si fueras una persona totalmente loca y obsesiva. Así que hice la investigación, luego tú la encontraste y te volviste medio arrogante. Ya no te volví a ver hasta hace apenas unos minutos y actúas como si nada hubiera pasado. Todo esto después de que me dijeras que me mantuviera al margen y que este asunto no me incumbía.


Pedro soltó la respiración y se pasó una mano por encima de la cabeza.


—Está bien, lo has dejado claro. Fui un imbécil. Estuvo fuera de lugar y ambos lo sabemos.


Alejandro hizo un ruido bastante grosero.


—No me importa una mierda que fueras un imbécil. ¿Piensas que este cabreo es porque hirieras mis sentimientos? Lo que pasa es que estoy preocupado por ti, Pedro. Preocupado por lo obsesionado que estás con esa mujer. Estoy preocupado de que no sea buena para ti y no lo puedas ver porque te tiene bien cogido por los huevos.


Pedro controló la instantánea oleada de ira que lo golpeó de lleno. Alejandro era su amigo. Estaba preocupado. Pedro iba a ser racional con la situación aunque lo terminara matando.


—Me necesita —dijo Pedro totalmente consciente de lo pobre que sonaba la excusa. Pero joder, no sabía siquiera cómo explicárselo a sí mismo. ¿Cómo se suponía que lo iba a hacer con Alejandro?


Alejandro lo estudió durante un rato y luego abrió la boca para soltar un suspiro.


—Esto te va a cabrear pero alguien te lo tiene que decir. Podría quitarme de en medio y dejar que hagas lo que quieras, pero ambos sabemos que si la situación fuera al contrario y fuera yo el que estuviera actuando de la misma manera tú estarías detrás de mí y no cesarías de meterte en medio. Así que yo tampoco lo voy a hacer. Eres mi hermano. Más que uno de los de verdad. Tanto tú como Gabriel. Casi le cortamos las pelotas por lo de Melisa. Se lo mereció. Y ahora voy a hacer lo mismo contigo por Paula. Porque alguien tiene que hacerlo.


Pedro tensó los dedos de las manos y estuvo tentado de salir de la habitación. Pero las palabras de


Alejandro habían penetrado con rabia y le habían hecho abrir los ojos. Eran hermanos. En todos los sentidos de la palabra. Y sí, no estaba tan cabreado como para no admitir que en caso contrario iría detrás de Alejandro si fuera él el que se estuviera comportando así.


—Dilo entonces —soltó Pedro con resignación.


—Te has encargado de Melisa durante muchos años —comenzó Alejandro con voz queda—. Siempre has cuidado de ella. Joder, fuiste tanto un padre como un hermano para ella. Te necesitaba. Y ahora de repente no lo hace. No de la forma que lo hacía antes. Ya no es tu responsabilidad. Tiene a Gabriel y su centro de atención va a ser él sobre todo.


—¿Adónde quieres llegar?


Alejandro soltó una larga exhalación.


—¿No encuentras irónico que en cuestión de días después de que Paulaa se comprometa con Gabriel te vuelvas loco por una mujer que te necesita? Y no te discuto que necesite ayuda, Pedro. No soy un cabrón. Su situación es bastante mala. Pero el hecho es que tú eres un proveedor. Un cabeza de familia. Y Paula es tu punto débil. Es tu tendón de Aquiles. Es guapa. Y te encanta la idea de que te necesite. ¿Has considerado que quizá necesites un descanso de tener que cuidar a la gente y que quizá debieras vivir un poco sin tener la carga de otra persona que te necesita?


—¿De dónde narices sale todo eso? —exigió Pedro—. ¿Estás siquiera escuchándote a ti mismo? Melisa no fue ninguna carga. Ella es mi hermana. Mi única familia. Nunca me he arrepentido de tener que cuidar de ella.


Alejandro levantó una mano.


—Sabes perfectamente bien que eso no es a lo que me refiero. Quítate la venda de los ojos. Melisa nos pertenece a todos nosotros. Yo nunca sugerí ni por un instante que fuera una especie de carga desagradable. Yo estuve ahí mientras crecía. He invertido en su felicidad casi tanto como tú, ¿lo
entiendes? Esa no es la cuestión. Melisa nunca lo ha sido. La cuestión es que te sientes como perdido ahora que Melisa tiene a Gabriel y ya no te necesita de la misma manera que lo ha hecho hasta ahora. Y te has enganchado a Paula, que es como Melisa solo que diez veces peor. Viste en ella a una mujer necesitada y eso llamó la atención en el benefactor que hay en ti. No estoy diciendo que no sea noble. No digo que seas un imbécil por querer ayudarla. Lo que estoy sugiriendo es que estás metido hasta el fondo y que necesitas parar el carro y mirar las cosas con algo de perspectiva. Puedes ayudarla sin tener que involucrarte tanto emocionalmente. ¿Qué sabes de ella? Estás actuando como si fuerais almas gemelas y lo supieras todo sobre ella.


—Voy a pedir que te calles ahora antes de que me cabrees de verdad —soltó Pedro.


—¿Así que me equivoco?


Por supuesto que sí. ¿No?


Mierda.


Toda esa tontería psicológica que Alejandro había soltado no dejaba de dar vueltas en la cabeza de Pedro.


Y sus palabras no eran más que estupideces.


Cuando todo lo demás fallaba, la honestidad era la mejor manera de proceder. No es que él y Alejandro no fueran directos el uno con el otro. La idea de intentar diseccionar fuera lo que esto fuera —esta obsesión con Paula, como Alejandro lo había etiquetado— lo estaba poniendo de los nervios.


Pedro se pasó una mano por el pelo y estuvo tentado de tirar de él por la frustración.


—Mira, Alejandro. No te voy a desmerecer diciendo que tengo todas las respuestas, ¿de acuerdo? Pero si estás intentando decir que tengo alguna clase de complejo de héroe en lo que a Paula respecta, estás equivocado. Me interesé en ella desde el primer momento en que la vi en la fiesta de Melisa y entonces no sabía nada sobre su vida. No sabía que era una sin techo o que su situación fuera tan mala. Solo sabía que la quería. Y eso no cambió cuando averigüé todo lo demás. En todo caso me hizo estar más
decidido a formar parte de su vida.


La expresión de Alejandro se volvió pensativa pero se quedó en silencio mientras Pedro luchaba por explicarle su reacción con Paula.


—¿Cuán superficial sería mi comportamiento si me alejara de ella una vez averiguara que su situación no es la mejor del mundo? ¿Como si de repente no fuera suficiente para mí? Eso no debería importar, ¿no? Si estaba interesado en acercarme a ella antes de saberlo, eso no debería cambiar solo porque no puede medirse con mi estatus financiero o porque no tenga un lugar donde dormir.


—Señor —murmuró Alejandro—. Ahora me siento como si solo midiera apenas unos pocos centímetros.


Pedro dibujó una sonrisa en la boca. Todo iría bien. 


Alejandro era un blando en el fondo. Especialmente en lo que a mujeres se refería. Podría no haber actuado así, pero Pedro sabía que había sido simple preocupación por él. Lo entendía. Lo valoraba. Pero Alejandro tenía que entender que esto no era un simple caso de caridad.


—Supongo que no me invitaréis a otro trío —dijo Alejandro secamente.


Pedro gruñó y Alejandro levantó las manos.


—Lo pillo. Ella es tuya.


—No tiene gracia —añadió Pedro seriamente—. Me gustaría olvidar que ese trío pasó alguna vez. Y cuando veas a Paula, y la verás, no quiero que esto sea un tema de conversación. Va a ser extremadamente incómodo. No quiero que se sienta avergonzada. No quiero darle ninguna razón para que se eche atrás. Ya me está costando bastante que vea las cosas como yo las veo. Y de verdad que quiero olvidar el hecho de que la has visto desnuda. De que has tenido tu polla en lugares que, de ahora en adelante, son míos y solo míos.


Alejandro sacudió la cabeza, su expresión no tenía precio.


—Joder, tío. Vas en serio. O sea, en serio de verdad. Nunca pensé ni en un millón de años que te enamorarías de una mujer tanto y en tan poco tiempo. ¿Cuánto te llevó? ¿Cinco minutos? Maldita sea, debería haberlo sabido esa noche, ¿pero cómo? Jamás has actuado así con una mujer. Te mostraste malhumorado y posesivo desde el principio pero no lo tuve en cuenta.


Alejandro se echó hacia delante y posó los brazos sobre una mesa.


—Sé que te lo pregunté pero ahora tengo que hacerlo otra vez. Si te sentías así por ella, ¿por qué no me lo dijiste? Esa noche nunca debió haber ocurrido. Por el amor de Dios, ¿por qué dejaste que me la follara?


Pedro cerró los ojos brevemente y cuando los volvió a abrir Alejandro estaba mirándolo fijamente. Había una confusión genuina en la mirada de su amigo. Y arrepentimiento. 


Aunque temía que esa noche iba a ser una astillita que nunca iba a desaparecer entre ellos, Pedro no quería que lo fuera. Quizás estaba siendo tonto. Era un hecho que Paula y Alejandro volverían a cruzar sus caminos otra vez. Si ella iba a formar parte de la vida de Pedro —y eso era también un hecho— entonces Paula y Alejandro se verían con mucha frecuencia. No iba a darle la espalda a una amistad que era más profunda que un lazo de sangre, ¿pero y si las cosas seguían siendo incómodas para siempre?


Alejandro se las apañaría. De eso Pedro estaba seguro. 


Sin embargo, lo desconocido en esa ecuación era
Paula. ¿Cómo reaccionaría ante Alejandro? ¿Tenía sentimientos por él? ¿Aún lo deseaba? Era obvio que se había sentido excitada por ambos hombres cuando tuvieron sexo con ella. ¿Siempre se tendría que preocupar Pedro de que Paula mirara en la dirección de Alejandro o de que incluso fuera tras él?


Era más que suficiente para volverlo loco y era estúpido pensar tanto en ello. No estaba siendo justo con Paula. 
Era obvio que estaba asustada por esa noche y por el hecho de que había hecho un trío con él y con Alejandro. No podía asumir lo peor de ella y sospechar de ella antes siquiera de darle una oportunidad. La relación estaría sentenciada por los celos y la desconfianza antes de tener oportunidad de empezarla.


—¿Pedro? —preguntó Alejandro con voz queda—. ¿Por qué dejaste que ocurriera, tío? No lo entiendo. Tienes que saber que lo habría entendido. Me habría sorprendido mucho, pero me habría alejado. Nunca dejaría que una mujer se entrometiera entre nosotros.


Pero Pedro lo había hecho. Joder. Había metido a Paula en medio porque estaba desesperado y la había visto dudar. 


Había estado tan asustado de verla alejarse que había accedido apresuradamente a algo que lo contrariaba absolutamente.


No había sido justo para Paula y tampoco para Alejandro

.
—La cagué —dijo Pedro con el mismo tono de voz quedo—. Fue mi culpa. Pensé en ese momento que tenía que hacerlo. Antes de que pudiera adelantarme y acabar con ello, ella aceptó. Y una vez que ella aceptó, no sentí como si pudiera decir «oh, no importa, no vamos a hacer un trío, pero por cierto, voy a llevarte a casa y a follarte». Y luego ella pareció tener dudas y me entró el pánico porque no quería que se fuera. Era todo muy retorcido y se me fue de las manos antes de que pudiera arreglarlo. Y me arrepiento de cada mísero minuto.


Algo brilló en los ojos de Alejandro y se quedó en silencio. Se volvió a acomodar en la silla y apartó la mirada.


—¿Va a cambiar eso las cosas? —dijo finalmente Alejandro—. Entre tú y yo. Parece que Paula va a estar contigo durante bastante tiempo. ¿Qué significa eso para nosotros debido a lo que pasó esa noche?


La intranquilidad asedió a Pedro. Si pudiera volver atrás en el tiempo hasta esa noche, no le hubiera dicho nada a Alejandro. 


No le habría llamado la atención sobre Paula y seguramente nunca se la habría follado con Alejandro.


Y ahora Alejandro le estaba poniendo voz a las mismas preocupaciones que Pedro tenía también. Esto no era algo pequeño. No podía dejar que esta relación con Paula arruinara su amistad con las personas que lo significaban todo para él. Pero tampoco podía dejarla escapar. Tenía que hacer que esto funcionara, lo que significaba que tendría que lidiar con la situación tan delicadamente como pudiera.


—Todo lo que cambia es que no vas a acostarte con ella otra vez —dijo Pedro con más confianza de la que sentía. Esperaba que no se estuviera engañando a sí mismo—. Estoy seguro de que las primeras veces que estemos todos juntos será incómodo. Pero seguirá siendo incómodo si nosotros hacemos que sea así. Ambos estáis en mi vida. No voy a elegir entre los dos. Espero que nunca tenga que hacerlo. Todo lo que puedo hacer es asegurarme de que no se convierte en ningún problema. Pero necesito tu ayuda. Tu… apoyo.


El alivio se hizo patente en los ojos de Alejandro.


—¿Vas a llamar a tu primer hijo como yo?


—Joder. ¿Quién es el que está yendo ahora rápido? Pisa el freno, Alejandro. No me voy a casar con ella.


—Por ahora —murmuró Alejandro.


—Aún tenemos que superar muchas cosas —añadió Pedro con voz seria.


—¿Hay algo en lo que te pueda ayudar? Me has pedido apoyo, pero tío, ya sabes que eso lo tienes. Siempre lo has tenido. Eso no va a cambiar.


Pedro vaciló por un momento mientras el alivio penetraba en su sangre como un alcohol potente.


Luego le relató la cadena de acontecimientos que había tenido con Paula de principio a fin. Cuando terminó, la expresión en el rostro de Alejandro cambió a una que se parecía más a un gruñido fiero.


—Hijos de puta —maldijo—. ¿Le pegan a una mujer indefensa porque el cabrón de su hermano ha cogido dinero prestado y ahora no tiene cómo devolverlo? ¿Y el cabrón dejó que fueran a por ella?
Joder, mi familia puede que esté chiflada, pero ellos nunca me lanzarían a unos matones sin escrúpulos.


Pedro se rio.


—Al menos, no todavía.


Un rayo de diversión iluminó los ojos de Alejandro.


—Cierto, dales tiempo.


Hubo una prolongada pausa. Un entendimiento que no necesitaba palabras.


—No me gusta que te vayas a involucrar. Yo conozco gente, puedo hacer que se ocupen de ello. Me aseguraré de que a los tipos les llegue el dinero y un mensaje de que no vuelvan a molestar a Paula otra vez —dijo Alejandro—. Eso si tú quieres. Asumo que quieres que la deuda se salde.


—¿Conoces gente? —preguntó Pedro, incrédulo—. ¿Qué demonios dices, tío? ¿Qué clase de gente conoces que puede hacerse cargo de una situación como esta? Y sí, cueste lo que cueste. Quiero que esa deuda desaparezca. No porque me importe una mierda el gilipollas de su hermano, sino porque quiero que Paula esté a salvo y quiero alejarla de cualquier posible situación que la ponga en
peligro.


Alejandro se encogió de hombros.


—Nunca se sabe cuándo puedes necesitar este tipo de contactos. Me deben un favor, de todas maneras. Les di buenos consejos sobre armas de fuego y les pagué la estancia en uno de nuestros hoteles.


—No voy a preguntar siquiera…


—Mejor así —dijo animadamente Alejandro—. No son gente a la que invitar el Día de Acción de Gracias.


—Sí, eso veo —murmuró Pedro.


La expresión de Alejandro se volvió más seria.


—¿De cuánto dinero estamos hablando?


—Cinco mil.


—¿Ya está?


Pedro suspiró.


—Es una fortuna para Paula. Como ella dice, podría ser un millón y sería lo mismo. Iba a traficar para conseguir el dinero.


Aún lo asustaba pensar lo que podría haber pasado si Kate no lo hubiera llamado el día que Paula volvió al centro de acogida. O lo que podría haber pasado si no hubiera vuelto. Podría haber estado ahora mismo en las calles y vulnerable ante Dios sabía qué…


—Dios santo —soltó Alejandro—. ¿Traficar?


—Sí, eso básicamente resume mi reacción.


—La mujer necesita una correa —murmuró Alejandro.


—Figurativamente va a tener una —respondió Pedro con calma—. No va a ir a ninguna parte sin los hombres que he contratado para que la protejan, y cuando no esté con ellos, estará conmigo. Con suerte, hasta que soluciones lo de la deuda y esa amenaza pase. Pero aún no voy a hablar con ella del problema de Jeronimo.


—Bueno, y tampoco parece que ella tenga muy claro que vais a ser pareja todavía —añadió Alejandro secamente.


—Lo tendrá.


Alejandro arqueó una ceja.


—Suenas muy confiado.


—No voy a considerar la alternativa.


—¿Y esa es?


—Que no forme parte de mi vida.


Hubo una pausa embarazosa y Alejandro se movió en la silla, incómodo.


—Mira, tío. Estoy pasándome de la raya con esto.


—Como si eso te hubiera frenado antes —dijo Pedro secamente.


Alejandro se rio entre dientes.


—Cierto. No soy un buen admirador de los límites, particularmente cuando mi familia está involucrada.


Otra vez esa palabra. Familia. Y sí, Alejandro, Gabriel y Melisa eran su familia. Él había dicho antes que Melisa era la única familia que tenía y no era cierto. Gabriel y Alejandro… habían estado ahí. Siempre. Ayudándolo cuando sus padres murieron. Habían demostrado tener una lealtad con él que Pedro nunca se habría imaginado.


Quizás era algo que había dado por hecho durante años. 


Había sido un gran error. Otra gente no tenía eso. El apoyo incondicional. Era afortunado.


—¿Cómo vais a funcionar? —preguntó Alejandro—. Tú y Paula. Te conozco, tío. Tú y yo somos parecidos. Joder, Pedro también lo es. Estamos cortados por el mismo patrón. Nos gusta el control. La dominación. No somos de los de dar la mano a torcer. Podemos jugar a lo suave, pero eso es todo. Un juego. Al final, tú y yo sabemos que cualquier relación seria que tengamos va a ser controladora a más no poder.


Pedro asintió. Ni siquiera intentó negarlo.


—Entonces, ¿así es cómo funcionará con Paula? ¿Está preparada para ello? ¿Está preparada para conocerte a ti de esa forma? ¿Tiene siquiera ella alguna idea de cómo va a ser vuestra relación? Porque con una mujer que se asuste, no se va a ir muy lejos. Ella regresaría a su apartamento. Tú
sabrías dónde ir a buscarla. La llamas o vas a verla. Hacéis que funcione. Pero ese no es el caso con Paula. Si se asusta, huye, y puede que no vuelvas a verla otra vez.


—Joder, ¿no crees que ya lo sé?


Le salió con más fuerza de la que había pretendido pero era un testamento de lo inseguro que se sentía en lo referente a esta mujer. De lo inútil que se sentía y de cómo Alejandro se las había arreglado para ponerle voz a su mayor miedo.


Si no hacía las cosas bien, si iba muy rápido, si hacía lo que fuera que asustara a Paula, ella podría huir. Podría volver a la noche. A las calles, a donde esos hijos de puta —y un millón de otros— la acechaban. Donde él no podría protegerla, no podría cuidar de ella. Donde para él sería
completamente imposible salvarla de los peligros de estar sola y desprotegida.


—¿Y qué vas a hacer? —le preguntó Alejandro quedamente—. ¿Cómo vas a jugar tus cartas?


—No lo sé —respondió Pedro con resignación—. No tengo ni idea. Sé lo que quiero. Solo tengo que esperar llevarlo bien y que sea lo que ella quiera y pueda aceptar de mí.