sábado, 9 de enero de 2016
CAPITULO 26 (PRIMERA PARTE)
—Dale las gracias a Juan por investigar a Brandon por mí —le dijo Carolina mientras las dos se dirigían en taxi hasta Vibe—. Ha sido muy amable por su parte. Me siento supermal por haberte dejado que hicieras esto por mí, pero tras lo ocurrido con Teo… tengo esta sensación tan horrible y enfermiza cada vez que miro a un tío con interés, ¿sabes?
Paula alargó la mano para apretar la de su amiga.
—Irá a mejor, cariño. Pero, bueno, según todo lo que ha dicho Juan, Brandon parece ser un chico trabajador y honrado. Y lo más importante, está soltero y vive solo.
El alivio que se reflejó en el rostro de Carolina fue bastante evidente; y la joven se movió llena de nervios y de entusiasmo conforme fueron acercándose al club.
—Sí, eso ayuda bastante. Supongo que ya veremos lo que pasa, ¿verdad?
Paula le sonrió mientras el taxi se detenía. Eran las nueve de la noche y estaba cansada tras el día de trabajo que había tenido. Prefería estar con Pedro en su apartamento, cenando tranquilamente o haciendo cualquier otra cosa que él le tuviera preparada para la noche. Odiaba haberle tenido que mentir sobre qué planes tenía para esta noche. No es que le hubiera dicho una mentira, pero no había sido muy abierta sobre el tema. Sin saber por qué, decirle que se iba a ir de discoteca la preocupaba por la reacción que pudiera tener. ¿Qué pasaba si le decía que no?
No es que ella no hubiera ido de todas maneras. De acuerdo, tenían un contrato… Dios, qué cansada estaba de esa palabra. Estaba llegando al punto de odiarlo cada vez que ese papel que había firmado se le metía en la cabeza.
No porque se arrepintiera lo más mínimo de su relación con Pedro, sino por lo que ese contrato representaba. O mejor dicho, lo que no representaba.
Paula sencillamente no había querido tener una confrontación con Pedro. Ella no iba a ir a la caza de
hombres esta noche. Iba a divertirse con sus amigas y a pasar tiempo con ellas. Tiempo que valía oro desde que Pedro se había adueñado de su vida.
Sí, podía ver claramente por qué Carolina se preocupaba. Si una de sus amigas hubiera empezado una relación en la que pasara todo su tiempo libre con la pareja hasta el punto de excluir a todos de su vida, Paula también se preocuparía. Se cuestionaría si esa relación era sana para su amiga.
Y quizá la suya con Pedro no lo era del todo. Sabía perfectamente bien que su dependencia emocional hacia él no lo era. Estaba a punto de enamorarse, y, cuando eso sucediera, necesitaría a sus amigas más que nunca, y por ese motivo no podía alejarlas de ella en estos momentos.
Pero sea lo que sea que hubiera entre ella y Pedro era lo que Paula quería. Lo deseaba. No iba a negar las circunstancias. Se hacía una idea bastante clara de lo que iba a ocurrir llegado a un punto, pero iba a disfrutar de cada momento, saborear cada minuto que tuviera hasta que llegara la hora de que él la dejara.
Sobreviviría. O quizás esa era la parte del asunto que se negaba a aceptar. En realidad no sabía a ciencia cierta si podría sobrevivir cuando Pedro se alejara de su vida.
—Eh, estamos aquí —le comunicó Carolina—. Tierra llamando a Paula.
Paula parpadeó y levantó la mirada para percatarse de que todas estaban ya fuera del taxi. Se metió la mano en el bolsillo para sacar el dinero suelto que tenía para pagar al conductor y seguidamente se apresuró a seguir a Carolina.
Chessy, Trish y Gina estaban esperándolas fuera del club en el Meatpacking District, en cuya entrada se había formado ya una larga cola a lo largo de la manzana. Las tres se echaron encima de ella y la abrazaron mientras gritaban en su oído.
Paula alegremente respondió al afecto de sus amigas y parte de sus nervios se extinguieron. Iba a pasárselo bien. Una noche separada de Pedro probablemente era lo mejor.
Era muy fácil quedarse prendada dentro de un universo alterno que él había creado para ambos. Pero esto… esto era real. Estas eran sus amigas y esta era su vida.
Ya era hora de soltarse y divertirse durante la noche.
Carolina las condujo hasta la entrada vip y fue entonces cuando vio por primera vez a Brandon. Era alto y bastante musculoso. Calvo, con perilla y un pendiente en la oreja izquierda. En el mismo momento en que su mirada recayó sobre Carolina, esa apariencia amenazadora y de chico duro desapareció, y su expresión cambió a la de alguien que contemplaba a un cachorrito.
Se pudo ver claramente lo pillado que estaba. Si a Paula todavía le quedaba alguna duda de que estuviera verdaderamente interesado en Carolina, esta se esfumó de inmediato.
Brandon se puso entre la gran cola de gente y la puerta y le hizo un gesto con la mano a Carolina.
Paula y las otras la siguieron y Brandon se metió la mano en el bolsillo para sacar cinco pases vip.
Se inclinó hacia delante y le dijo algo a Carolina en el oído.
Paula no pudo escuchar lo que le dijo debido al ruido que había en la calle, pero fuera lo que fuere consiguió sacarle los colores y que los ojos le brillaran con deleite. Él le sonrió ligeramente y luego les indicó a ella y a sus amigas que pasaran al interior.
—¡Está muy bueno, Caro! —exclamó Chessy cuando entraron en la discoteca.
Gina y Trish seguidamente coincidieron con ella, aunque sus miradas estuvieran desperdigadas por todo el abarrotado club. La música vibraba y retumbaba en las paredes. La pista de baile era enorme, y estaba llena. El lugar tenía un aspecto y un aire eléctrico; en su mayor parte oscuro, pero con luces de neón en las mesas y en la barra. Los haces de láser recorrían toda la pista y alumbraban todos los cuerpos
que se movían y bailaban sin parar.
—Yo voto por que nos emborrachemos —dijo Trish—. Buena música, baile, bebidas y, si Dios quiere, chicos buenorros.
—Me apunto —declaró Chessy.
—Yo también —contestó Gina.
Todas se giraron para mirar a Paula.
—A por todas —fue lo que dijo.
Todas gritaron emocionadas y se mezclaron con la multitud para encontrar la mesa que Brandon les había reservado.
Carolina agarró a Paula del brazo para retrasarla y luego se acercó a su oreja para que la pudiera oír.
—Yo me voy a casa de Brandon cuando acabemos. ¿Te parece bien? ¿Vas a estar bien si vuelves al apartamento sola? Dijo que te pediría un taxi.
Las cejas de Paula se alzaron.
—¿Estás segura, Caro?
Ella asintió.
—Ya hemos estado hablando durante un tiempo. No estoy diciendo que vayamos a acostarnos. Nuestros horarios de trabajo son completamente opuestos, así que no habíamos tenido la oportunidad de vernos hasta ahora.
—Entonces ve. Pero ten cuidado, ¿de acuerdo?
Carolina sonrió y asintió.
Encontraron su mesa, pidieron sus bebidas y luego esperaron. El ritmo frenético de la música invadió a Paula, y se encontró medio bailando mientras estaban de pie alrededor de la mesa. Chessy se unió a ella, y poco después todas las chicas se habían adueñado de una pequeña parte de la pista de baile junto a la mesa.
Antes de que la camarera trajera las bebidas, dos tíos se acercaron con unas sonrisas encantadoras en la cara, y empezaron a hablar con Chessy y Trish. Paula se quedó a propósito al fondo de la mesa, que limitaba con la barandilla que daba a la pista de baile. No quería bajo ningún concepto que se le diera demasiado bombo a que se estuviera limitando a observar, y tampoco quería tener que rechazar a nadie de manera incómoda. Así que, para evitar eso mismo, se giró hacia la pista y empezó a moverse al ritmo de la música.
Unos pocos minutos después, les trajeron las bebidas y los dos chicos desaparecieron. Cogieron los vasos de la bandeja y luego Carolina alzó el suyo para proponer un brindis.
—¡Por una noche fabulosa! —gritó.
Hicieron chinchín con los vasos y luego comenzaron a beber.
Paula se moderó; no tenía la misma tolerancia al alcohol que sus amigas. Se quedaron toda la noche yendo de la mesa a la pista de baile y de la pista a la mesa mientras la camarera seguía trayéndoles bebidas a un ritmo considerable.
Sobre las doce de la noche, Paula ya empezaba a sentir los efectos del alcohol, así que redujo el ritmo mientras las otras seguían sin freno. Chessy se quedó con un tío que parecía no despegarse de ella durante toda la noche. Allá donde iba, él la seguía, y además se aseguraba de que las chicas tuvieran lo que quisieran.
Brandon se pasó por la mesa un rato después para ver cómo estaban, y luego habló con Carolina durante unos pocos minutos a solas. Cuando se fue, la sonrisa de Carolina era enorme y los ojos le brillaban. Estaba emocionada, completamente excitada ante la novedad de tener ante sí una posible relación donde todo parecía ser increíble y excitante. Paula estaba feliz por ella. Caro se merecía la
felicidad tras su última relación, y a lo mejor Brandon era el chico adecuado.
Cuando dieron las dos de la mañana, Paula ya estaba lista para retirarse. Estaba más que un poco ebria.
Y como Carolina se iba a ir a casa de Brandon, no vio razón alguna por la que quedarse más tiempo.
Apartó a Carolina a un lado y le dijo que se iba a casa.
Chessy y las otras aún estaban en la pista de baile; todas habían ligado y estaban ocupadas con sus maromos, así que no la echarían de menos.
—Déjame que se lo diga a Brandon y te acompañaremos hasta el taxi —dijo Carolina por encima de la música.
Ella asintió con la cabeza y esperó mientras Carolina serpenteaba entre la gente. Un momento más tarde, volvió escoltada por Brandon y Paula los siguió hasta fuera del club. Brandon le hizo un gesto con la mano a uno de los taxis que estaban aparcados en la esquina y luego le abrió la puerta para que entrara.
—Te llamaré mañana —le dijo Carolina inclinada hacia delante para poder ver el interior del taxi.
—Ten cuidado y diviértete —añadió Paula.
Carolina sonrió de oreja a oreja y cerró la puerta.
Le dio la dirección al conductor y luego se acomodó en el asiento. La cabeza aún seguía dándole vueltas aunque había dejado de beber casi una hora antes. Su móvil sonó, y ella frunció el ceño. Eran las dos de la mañana pasadas.
¿Quién le podría estar mandando un mensaje a esas horas?
Sacó el teléfono del bolsillo donde se había quedado olvidado durante toda la noche y una mueca apareció en el rostro cuando vio que tenía más de una docena de llamadas perdidas. Y todas de Pedro.
Además, tenía mensajes. El último acababa de llegar justo hacía unos segundos.
¿Dónde coño estás?
Aunque no había forma alguna de distinguir el tono de voz en un simple mensaje de texto, Paula podía imaginarse perfectamente a Pedro echando humo por la nariz de lo enfadado que estaría. Había otros cuantos mensajes, todos ordenándole que le dijera dónde estaba y cómo iba a volver a casa.
Mierda. ¿Debería llamarlo? Era tremendamente tarde —o temprano, depende de cómo se mire— pero era obvio que estaba despierto y evidentemente muy enfadado, o preocupado, o ambas cosas. Por ella.
Esperaría hasta que llegara a casa y luego le mandaría un mensaje. Al menos entonces podría decir que ya estaba en su apartamento.
El camino de vuelta a casa fue mucho más corto que la ida, ya que el tráfico no era un factor importante a esas horas de la madrugada. No pasó mucho tiempo hasta que el taxi se acercó a su edificio.
Paula le pagó y luego se bajó del coche. El equilibrio pareció fallarle un poco una vez consiguió ponerse en pie.
El taxi se marchó y ella comenzó a dirigirse hacia el portal de su edificio. Y entonces lo vio.
La respiración se le cortó, y el pulso se le aceleró hasta que el alcohol no hizo más que darle vueltas en el estómago y provocarle náuseas.
Pedro estaba ahí, frente al portal de su edificio, y parecía cabreado. Se encaminó hacia ella con una expresión seria y los ojos brillándole de forma peligrosa.
—Ya era hora, joder —soltó mordazmente—. ¿Dónde mierdas has estado? ¿Y por qué no has respondido a mis llamadas o mis mensajes? ¿Te haces alguna idea de lo preocupado que he estado?
Ella comenzó a andar dando tumbos y Pedro maldijo por lo bajo mientras la agarraba del brazo para impedir que se cayera al suelo.
—Estás borracha —le dijo con seriedad.
Paula sacudió la cabeza aún sin poder encontrar la voz.
—No —consiguió pronunciar finalmente.
—Sí —insistió Pedro.
Él la arrastró hasta dentro cuando el portero abrió la puerta, y luego la condujo hasta el ascensor. Le quitó las llaves de las manos, entraron al ascensor y pulsó el botón para subir a su planta con demasiada fuerza.
—¿Puedes siquiera caminar? —le preguntó mirándola de arriba abajo como si de un látigo recorriendo su piel se tratara.
Ella asintió aunque no estaba ahora tan segura. Las rodillas le temblaban y a cada segundo que pasaba sentía más ganas de vomitar. Palideció y el sudor comenzó a caerle en goterones por la frente.
Pedro maldijo de nuevo mientras las puertas del ascensor se abrían. La agarró de la mano y luego la atrajo hasta su costado, manteniéndola en pie mientras ambos caminaban hasta la puerta de su apartamento. Metió la llave en la cerradura, abrió la puerta y la llevó rápidamente al interior. Después cerró la puerta de un portazo y la acompañó sin perder tiempo al lavabo.
Y no le sobraron ni dos segundos. Llegó al váter justo cuando el estómago comenzó a rebelarse contra ella.
Pedro le recogió el pelo con las manos y se lo echó hacia atrás para que no lo tuviera en la cara.
Luego deslizó una mano por su espalda para tranquilizarla y calmarla.
No dijo ni una palabra —un hecho que Paula agradeció— mientras vaciaba todo el contenido de su estómago en el retrete. Una vez los vómitos por fin terminaron, la dejó sola durante un breve instante para poder humedecer una toalla en el lavabo, y luego volvió para pasársela por el rostro y la frente.
—¿En qué narices estabas pensando? —le exigió—. Ya sabes que tu cuerpo no tolera el alcohol tan bien.
Ella se hundió contra su pecho y descansó la frente contra él mientras cerraba los ojos y respiraba hondo. Lo único que quería hacer era tumbarse. Incluso después de vomitar tanto, seguía encontrándose fatal. Y no estaba segura de por qué. No había bebido tanto… ¿no?
Tenía las imágenes de la noche un tanto borrosas en la cabeza. Había bailado, bebido, y bailado un poco más. O a lo mejor había bebido más de lo que recordaba.
—Quiero lavarme los dientes —murmuró Paula.
—¿Estás segura de que puedes estar en pie tanto tiempo?
Ella asintió.
—Iré a prepararte la cama para que te puedas echar —le informó.
Pedro salió del cuarto de baño aún con la ira recorriéndole las entrañas. Más que ira, no obstante, había sido miedo.
Una sensación que aún lo tenía sobrecogido.
Si no estuviera tan bebida, le estaría dejando el culo rojo como un tomate precisamente en ese momento por todas las cosas irresponsables y estúpidas que había hecho.
Le retiró la colcha, le colocó bien las almohadas y luego le arregló las sábanas para que pudiera deslizarse perfectamente dentro de ellas. Si no se sintiera tan mal, la arrastraría hasta su apartamento en estos momentos y se quedaría allí hasta que tuvieran que salir para París.
Pedro volvió al cuarto de baño con el ceño fruncido al no escuchar ningún ruido proveniente del interior.
—¿Paula? —preguntó mientras entraba por la puerta.
Y entonces sacudió la cabeza al ver la imagen con la que se topó; Paula estaba sentada en el suelo frente al retrete, con un brazo por encima de la tapa y la cabeza apoyada contra él. Dormida como un tronco.
Con un suspiro, Pedro se agachó y la levantó en brazos. La llevó al dormitorio y la dejó encima de la cama para poder desvestirla. Cuando estuvo desnuda, retrocedió un paso para poder quitarse la ropa él también y quedarse en bóxers, y luego se metió en la cama con ella. La puso de manera que estuviera pegada cómodamente contra su cuerpo, y que la cabeza usara su brazo a modo de almohada.
Los dos iban a tener una charla muy larga por la mañana. Con resaca, o sin ella.
CAPITULO 25 (PRIMERA PARTE)
El teléfono de Pedro sonó justo cuando estaba entrando por las puertas del edificio de oficinas a la mañana siguiente.
Había llegado más temprano de lo habitual. Ya se había convertido en un hábito, una rutina con la que se encontraba cómodo y a gusto, el ir al trabajo con Paula tras haber pasado la noche en su apartamento. La noche anterior se había quedado inquieto y nervioso, y se había pasado la mayor parte del tiempo pensando en silencio mientras se imaginaba a Paula en su cama, sola, tal y como él estaba en la suya. No le gustaba sentirse de esta manera. Odiaba que de alguna forma fuera dependiente de Paula para sentir esa paz mental que solo sentía cuando ella estaba cerca. Lo hacía sentir como un tonto desesperado y avaricioso, y con la edad y experiencia que tenía no debería estar comportándose de esa manera.
Hizo una mueca cuando vio que era su madre la que llamaba. Dejó que saltara el contestador mientras
entraba en el ascensor y se prometió devolverle la llamada ya en la privacidad de su oficina. La conversación que iban a mantener no deseaba tenerla en público. O al menos, se imaginaba por dónde irían los tiros.
Las oficinas estaban vacías y en silencio. Sin embargo, Pedrose dirigió hacia el pasillo donde se encontraba la suya. Paula no llegaría hasta dentro de una hora y media, y ya sentía la ansiedad y la excitación. Los puños se le cerraron cuando se sentó tras la mesa. Debería haber ido al apartamento de Paula antes del trabajo. Debería haber enviado un coche para que la recogiera cuando terminara de cenar con Juan. Pero había decidido probarse a sí mismo que no la necesitaba. Que no pensaba en ella cuando no estaba con él. Necesitaba ese espacio entre ambos, porque esa mujer se estaba convirtiendo muy
rápidamente en una adicción de la que no tenía esperanza ninguna de recuperarse.
Aunque hasta el momento eso le estuviera yendo muy bien.
Cogió el teléfono y marcó el número de su madre, entonces esperó mientras daba tono de llamada.
—Mamá, soy Pedro. Siento no haberte cogido el teléfono antes. Estaba entrando en la oficina.
—No te vas a creer lo que he de contarte —le dijo, la angustia era evidente en su voz. No había tardado ni un segundo en llegar al asunto por el que había llamado.
Pedro suspiró y se echó hacia atrás en la silla; ya sabía qué era lo que vendría a continuación. Aun así, le preguntó y fingió ignorancia.
—¿Qué pasa?
—¡Tu padre dice que quiere reconciliarse conmigo! ¿Te lo puedes creer? Estuvo aquí anoche.
—¿Y qué es lo que quieres tú? —le preguntó con suavidad.
Ella balbuceó durante un momento y luego se calló. Era evidente que no esperaba que Pedro no reaccionara a ese bombazo. O quizás es que no había pensado todavía en lo que ella quería.
—Dice que no se acostó con todas esas mujeres. Que me quiere y que quiere recuperarme, y que ha cometido el mayor error de su vida —continuó con rabia —. Se compró una casa, Pedro. ¡Una casa! ¿Te suena eso a que no haya pasado página y que no haya superado su matrimonio conmigo?
—¿Lo crees?
Hubo otro silencio bastante claro. Entonces Pedro la escuchó suspirar con fuerza y se la pudo imaginar derrotada y derrumbada.
—No lo sé —le contestó con un tono molesto en la voz—. Tú viste las fotos, Pedro. Todo el mundo piensa que se acostó con esas mujeres, incluso aunque sea mentira. Y ahora viene arrastrándose porque ha cometido un error. Después de toda la humillación que he sufrido y todo por lo que me ha hecho pasar, espera que lo perdone así sin más y que me olvide y haga como si nunca me hubiera abandonado tras
treinta y nueve años de matrimonio.
Pedro se mordió la lengua porque no había nada que pudiera decir. No era una decisión que él pudiera tomar por ella, y tampoco le podía meter en la cabeza que perdonara a su padre porque él sabía muy bien cómo se sentía. Qué irónico era que su propia exmujer hubiera venido a suplicar al mismo tiempo que su padre lo hacía también. Ni mucho menos iba él a volver con Lisa, así que entendía las reservas que tenía su madre en lo referente a su padre. Sería un grandísimo hipócrita si la incitara a ir en esa dirección.
Nunca lo haría, aunque en el fondo de su corazón quería que sus padres volvieran a estar juntos. Su familia. Dos personas a las que había admirado toda su vida.
—Entiendo por qué estás enfadada —dijo Pedro—. No te culpo. Pero tienes que hacer lo que tú realmente quieras, mamá. Decide lo que te haga feliz y que les den a los demás. ¿Aún lo quieres?
—Por supuesto que sí —contestó con agitación—. Eso no se va en un mes o dos, ni siquiera en un año. No se pasan treinta y nueve años de tu vida con un hombre para olvidarlo solo porque él ya no te quiera.
—No tienes que decidirte ahora mismo —le hizo saber—. Llevas la voz cantante en este asunto, mamá. Él es el que tiene mucho por lo que compensarte. No hay nada malo en tomarse un tiempo y poder valorar todas las opciones y sentimientos. Nadie dice que lo tengas que volver a aceptar de la noche a la mañana.
—No, es cierto —coincidió ella—. Y no lo haría. Hay muchas cosas que tenemos que solucionar. Yo lo quiero, pero también lo odio por lo que me hizo y por la forma en que lo hizo. No me puedo olvidar de todas las fotografías que le hicieron con todas esas mujeres. No puedo mirarlo a la cara sin imaginármelo con otra a su lado.
—Yo solo quiero lo mejor para ti —le dijo Pedro con suavidad—. Sea lo que sea. Sabes que tienes todo mi apoyo sin importar lo que decidas.
Se escuchó otro suspiro y entonces Pedro percibió en su voz que estaba llorando. Eso le hizo tensar la mandíbula y cerrar los puños de la ira que sentía. Maldito fuera su padre por lo que le había hecho a su madre.
—Te lo agradezco mucho, Pedro. Gracias al cielo que te tengo. No sé qué habría hecho sin tu apoyo y comprensión.
—Te quiero, mamá. Estoy aquí siempre que necesites hablar.
Esta vez la escuchó sonreír mientras le devolvía el amor que él le había mostrado.
—Dejaré que vuelvas al trabajo —le dijo—. Pero has ido demasiado temprano esta mañana. Creo que deberías considerar tomarte esas vacaciones de las que hablamos. Trabajas demasiado duro, hijo.
—Estaré bien. De todos modos, cuídate, ¿de acuerdo? Y llámame si me necesitas, mamá. Sabes que nunca estoy demasiado ocupado para ti.
Colgaron y Pedro sacudió la cabeza. Así que su padre finalmente había movido ficha. No había sentido ni una pizca de arrepentimiento tras la confesión que le había hecho a Pedro. Había ido a ver a su madre y había dado comienzo el largo y sinuoso camino que le esperaba hasta llegar a la reconciliación.
Pedro se obligó a estar atareado con correos electrónicos al mismo tiempo que se mantenía ojo avizor con el reloj.
Cuanto más se acercaba la hora a la que Paula llegaría, más inquieto se ponía. Ya había tenido dos momentos en los que había estado a punto de mandarle un SMS para preguntarle dónde se encontraba, pero en ambas ocasiones había dejado el teléfono sobre la mesa, decidido a no parecer tan
jodidamente desesperado.
En su mesa estaba el último dildo que tenía intención de usar en su ano para prepararla para el sexo anal. La imagen de Paula doblada y tumbada sobre su mesa con los cachetes del culo abiertos mientras él le insertaba el juguetito era más que suficiente para ponerlo dolorosamente duro. Estaba ansioso por que estuviera lista para deslizar su verga dentro de su trasero en vez de recurrir a los dildos. Se estaba impacientando. Quería tener pleno acceso a su cuerpo. Le había dado tiempo suficiente para adaptarse a
sus órdenes, ya era hora de permitirse disfrutar por completo de cada fantasía perversa y hedonística que había tenido sobre Paula.
Ya estaba haciendo planes con antelación para el fin de semana. A la semana siguiente lo acompañaría a un viaje de negocios fuera del país, y antes de eso quería tener unos pocos días donde solo fueran y existieran ellos dos. La completa iniciación a su mundo.
La excitación le subió por todos los nervios de la espina dorsal, y todo su cuerpo sucumbió a la lujuria mientras se la imaginaba atada en la cama y bien abierta delante de él.
Mientras se imaginaba embistiéndola por detrás, poseyendo su boca hasta que todo su semen goteara por sus labios, hundiéndose tan adentro de su dulce ser que no hubiera separación alguna entre ellos.
Ya había reclamado a Paula. No había dejado de poseerla, pero lo que ahora venía era quitarle cualquier duda a ella de la cabeza de que le pertenecía a él por completo y por entero. Quería que cada vez que lo mirara a los ojos viera reflejado en ellos que sabía a quién pertenecía. Que lo recordara tomando posesión de su cuerpo y marcándola con todo lujo de detalles.
Si eso lo convertía en un cabrón primitivo, pues que así fuera. Así era él en realidad, y le era imposible controlar la necesidad que sentía por ella y la fiera urgencia por querer dominarla por completo.
A las ocho y media, la puerta se abrió y Paula entró.
Su cuerpo volvió a la vida, y el alivio se instaló en él como una nube en el cielo.
—Cierra el pestillo —le ordenó con voz queda.
Ella se dio la vuelta para hacer lo que le había mandado y luego se le acercó para mirarlo fijamente desde el otro lado de la estancia. Estaba demasiado lejos de él. La necesitaba a su lado, rozándole la piel como si de un tatuaje se tratara.
—Ven aquí.
¿Había sido solamente ayer al mediodía la última vez que la había visto? Parecía una eternidad. Él solo tenía interés en restablecer esa dominancia sobre ella. O en hacerle recordar a quién pertenecía.
Pedro alargó la mano hasta la mesa para coger el dildo, pero esta vez, en vez de hacer que se inclinara por encima de la mesa y se levantara la falda, le indicó con la mano que lo siguiera hasta el sofá que había junto a la pared. Se sentó y luego se dio unos golpecitos en el regazo para que ella se tendiera sobre sus piernas.
Paula apoyó la cara contra la suave piel del sofá y se giró de forma que pudiera verlo por el rabillo del ojo. El pelo le caía alborotado por encima del rostro y los ojos, que tenían una mirada adormilada, no hacían más que brillar con deseo.
Deslizó una mano por debajo de la falda, y se sintió satisfecho cuando se encontró con la suave y desnuda piel de su trasero. La giró hacia arriba para exponerla ante sus ojos y luego alargó la mano para coger el lubricante. Sabía que ahora lo iba a necesitar más porque este dildo era el más grande hasta el momento.
Jugó con su entrada al mismo tiempo que la acariciaba con los dedos y le aplicaba libremente el gel.
Paula estaba tensa sobre su regazo, así que Pedro le pasó suavemente la mano por el trasero y la subió luego hasta su columna vertebral.
—Relájate —le murmuró—. Confía en mí, Paula. No te voy a hacer daño. Deja que te haga sentir bien.
Ella soltó un suspiro y se quedó laxa sobre sus piernas.
A Pedro le encantaba que fuera tan receptiva, tan dulcemente sumisa.
Pedro comenzó a mover la punta del dildo dentro de su apertura, empujando el pequeño aro a la vez que la acariciaba una y otra vez para ganar poco a poco más profundidad. Paula dobló los dedos y cerró con fuerza los puños. Cerró los ojos y dejó escapar un suave gemido de sus labios. Labios que tenía toda la intención de usar. O a lo mejor se hundía en su sexo. Él sabía que estaría exquisitamente apretado gracias al juguetito anal que tenía bien colocado.
Paula dio un pequeño grito cuando le introdujo el dildo anal por completo en su interior. Él inmediatamente la acarició y le masajeó el culo y la espalda para tranquilizarla y calmarla.
—Shhh, cariño. Ya está. Respira hondo. No luches contra él; te arderá por un momento y te sentirás apretada y llena por completo, pero solamente respira.
Su pecho se infló y desinfló en rápidas sucesiones, todo el cuerpo lo sentía jadear en su regazo. Tras darle un momento para que recuperara el control de sus sentidos, la puso en pie. Y justo después de que le ordenara que se colocara entre sus rodillas dándole la espalda, se llevó las manos a la cremallera del pantalón y se sacó el miembro erecto. Se movió hacia el filo del sofá y entonces levantó los brazos para poner las manos en su cintura para guiarla hasta su miembro expectante.
Paula jadeó cuando él se hundió en su interior y el trasero se le quedó sentado en su regazo. Joder, sí.
Estaba apretada y sacudiéndose a su alrededor. Su sexo era puro calor que lo rodeaba y lo absorbía más adentro de su cuerpo.
Tras penetrarla de esta manera unas cuantas veces, él la volvió a empujar hacia arriba y entonces se levantó para quedarse de pie detrás de ella. La giró y la colocó a cuatro patas. El culo lo tenía en pompa y las rodillas justo en el filo del sofá.
La rosada carne de su feminidad estaba abierta y desnuda ante él, brillando con ansias, como si fuera un néctar en el que no veía la hora de abocarse por completo.
Pedro la embistió y se hundió bien adentro de su humedad.
Le encantaba poseerla desde atrás. Era una de sus posiciones favoritas.
La agarró bien fuerte por las caderas, los dedos bien marcados en la piel, y comenzó a hundirse con fuerza en ella. Las caderas chocaban contra los cachetes de su trasero, lo que provocaba un fuerte ruido que se apreciaba sin problemas dentro del silencio de su despacho.
Él bajó la mirada y observó cómo su verga desaparecía en su interior y luego volvía a aparecer llena de jugos y líquidos que resbalaban por su piel.
—Tócate, cariño. Haz que te corras. Yo no voy a durar mucho —le dijo con tono necesitado.
Era una afirmación y un pensamiento bastante familiar. Era lo mismo que parecía decirle cada vez que hacían el amor.
Pedro simplemente no podía controlarse cuando Paula se encontraba a su alrededor. Él solo sabía ir a una misma velocidad cuando estaba con ella. A mil por hora.
Su sexo se aferró a su miembro como un puño. Paula se derritió toda entera al instante, volviéndose suave y sedosa en su interior. Lo estaba volviendo loco. Pedro cerró los ojos, que casi se le pusieron en blanco. El orgasmo comenzó a formársele, los testículos se le tensaron y luego el semen avanzó por toda la longitud de su miembro hasta que salió disparado por el glande y se introducía bien adentro del cuerpo de Paula.
Se sentía en la gloria. Nada lo había hecho sentirse tan bien.
Nunca nadie lo había hecho volverse tan loco y tan descontrolado, en el buen sentido. No podía siquiera explicarlo.
Simplemente Paula le provocaba eso.
Ella era su droga. Su adicción. Una de la que no iba a salir. O, mejor dicho, una que no tenía ningún deseo de superar.
Él se volvió a hundir en ella para quedarse dentro de su ardiente interior por un rato más. Cuando se retiró, la ayudó a ponerse de pie y la envió al cuarto de baño para que se refrescara mientras él se alisaba la ropa y se la recolocaba.
Pedro había tenido uno de los orgasmos más alucinantes de su vida, y, aun así, seguía listo otra vez para continuar en el mismo momento en que Paula salía del baño. Él se tragó el aire y volvió a su mesa, decidido a actuar con un poco de clase y no como una perra en celo.
Cuando levantó la vista para echar un vistazo al calendario, se dio cuenta de que aún no le había dicho nada sobre el viaje a París de la próxima semana. Pedro quería sorprenderla y esperaba que se le iluminara la cara tal y como él se la había imaginado.
—Tengo que viajar a París la semana que viene por negocios —le dijo en un tono informal.
Paula levantó la cabeza de su propia mesa.
—¿Oh? ¿Cuánto tiempo vas a estar fuera?
¿Era decepción eso que había escuchado en su voz o solo eran las ganas que él tenía de que fuera eso?
Pedro sonrió.
—Tú te vienes conmigo.
Sus ojos se abrieron como platos.
—¿De verdad?
—Sí. Nos vamos el lunes después del mediodía. Supongo que tu pasaporte está en regla, ¿cierto?
—Sí, por supuesto.
Su voz estaba inundada de emoción y todo su rostro se había iluminado.
—Pasaremos el fin de semana juntos y te llevaré de compras para todo lo que necesites para el viaje —le dijo con indulgencia.
La expresión de Paula se ensombreció y bajó la mirada por un momento. Pedro no sabría decir si parecía culpable, o si simplemente le estaba evitando la mirada. Él frunció el ceño y siguió mirándola fijamente, esperando que, sea lo que fuere a lo que ella hubiera respondido, se manifestara.
—Tengo planes para el viernes por la noche —le dijo con voz ronca—. Ya los había hecho antes. Quiero decir, antes de que tú y yo…
Tenía en la punta de la lengua preguntarle de qué planes se trataba e interrogarla mucho más. Estaba en todo su derecho. Pero a Paula se la veía tan incómoda que Pedro no quiso ponerla a la defensiva, y tampoco quería por nada del mundo que le mintiera. Y era posible que lo hiciera si la arrinconaba.
—Supongo que solo es la noche del viernes, ¿cierto? —le dijo con un tono brusco.
Ella asintió.
—De acuerdo, entonces ven a mi apartamento el sábado por la mañana. Pasarás el fin de semana conmigo y después nos iremos el lunes por la tarde a París.
El alivio se le reflejó en los ojos y Paula le volvió a regalar esa sonrisa de oreja a oreja.
—Me muero de ganas —le dijo—. ¡París suena emocionante! ¿Tendremos oportunidad de ver algo?
Pedro sonrió ante su entusiasmo.
—Probablemente no, pero ya veremos qué pasa.
Su teléfono sonó y él le echó una mirada a su reloj. El tiempo se le había echado encima prácticamente y ya era la hora acordada para su conferencia de negocios. Sacudió la mano en dirección a Paula para indicarle que volviera a lo que estaba haciendo, y luego se acomodó en su silla antes de
responder a la llamada.
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