sábado, 9 de enero de 2016

CAPITULO 24 (PRIMERA PARTE)





Paula se despertó a la mañana siguiente con las piernas firmemente abiertas y con un cuerpo duro aplastándola contra el colchón. A continuación, sintió como una verga se hundía profundamente en su interior. Ella jadeó y terminó de despertarse por completo. Entonces se encontró con los ojos de Pedro mirándola intensamente.


—Buenos días —dijo el amante justo cuando su boca se apoderaba de la suya.


Paula no podía formar siquiera una respuesta coherente. 


Estaba ardiendo, completamente excitada y poniéndose más a cien con cada embestida.


Pedro le sujetó las caderas con firmeza, pegándola contra la cama para que estuviera bien sujeta y fuera incapaz de moverse. Lo único que podía hacer era quedarse ahí tumbada y recibir lo que le estaba dando.


Fue rápido. No se entretuvo con jueguecitos. Pedro la poseyó con fuerza y rapidez, pegando sus propias caderas contra las de ella en cada movimiento. Le acarició el cuello con la nariz y luego le mordió el lóbulo de una de sus orejas. 


Un escalofrío le recorrió toda la piel y ella gimió, estando ya muy cerca de su propio orgasmo.


—Mírame a los ojos, nena. Y córrete.


La orden gutural no hizo más que avivar su excitación hasta llegar a ser un infierno con todas las de la ley. Ella lo miró fijamente a los ojos, el cuerpo lo tenía tenso y cada músculo contraído.


—Di mi nombre —le susurró.


—¡Pedro!


Con los ojos fijos en los de ella, y su nombre saliendo de los labios de Paula, Pedro bajó el cuerpo para pegarlo al de ella y se hundió en su interior a la vez que explotaba y se derramaba entero en su interior.


Durante un rato largo, Pedro la cubrió con su cuerpo; Paula lo sentía jadeante, cálido y reconfortante contra su piel. 


Entonces, finalmente se apoyó en los antebrazos y la besó en la nariz con los ojos llenos de cariño mientras la miraba a los suyos.


—Así es como me gusta empezar el día —murmuró Pedro.


A continuación, se apartó de ella, rodó hacia un lado de la cama, le dio un golpecito con la mano en la cadera y dijo:
—Ve a la ducha, cariño. Tenemos que ir a trabajar.


Maldito aguafiestas.


Tan loco como había sido el día anterior, Paula estaba casi asustada de saber lo que el día de hoy les depararía. A pesar del erótico encuentro sexual de esa mañana, en cuanto llegaron a la oficina, Pedro le insertó de nuevo el dildo.


¡Nunca se imaginó que esas malditas cosas vinieran con tantos tamaños! Pero no podría haber muchos más porque el que había usado ese día era enorme. Paula sentía que andaba como un pato, lo que solo consiguió cohibirla más a la hora de dejar que alguien la viera caminar, así que se pasó la mayor parte del día encerrada en el despacho de Pedro, sufriendo mientras se quedaba sentada e inquieta en la silla.


Pedro más ocupado no podía estar. Tres conferencias de negocios. Dos reuniones, más otras tantas llamadas que tenía que devolver. Así que tampoco hubo sexo pasional y loco en la oficina para aliviar la quemazón.


Había vuelto a malhumorarse, por muy ridícula que eso la hiciera sentirse.


Cuando llegó la hora de irse, Paula sintió un profundo alivio. 


Quería que le quitaran esa cosa del culo, y quería salir de la oficina de una maldita vez. Se estaba volviendo loca, aunque al menos tenía esa cena con Juan y Alejandro a la que tenía muchas ganas de ir.


Paula se fue en coche con Pedro porque este insistió; le dijo al chófer que la dejara a ella primero en su apartamento antes de ir al suyo. Ambos se quedaron en silencio durante todo el camino, pero él le sujetó la mano todo el tiempo. Casi como si necesitara mantener el contacto con ella. Y era verdad, apenas se habían visto en todo el día. El único tiempo a solas que habían compartido fue cuando le había insertado el juguetito por la mañana y cuando se lo quitó, por la tarde.


El dedo pulgar de Pedro se movía arriba y abajo por la palma de su mano, acariciándola una y otra vez mientras miraba por la ventana. Paula no estaba segura de que Pedro fuera tan consciente de ella o de su presencia, pero fue a mover la mano una vez, y él se la cogió y entrelazó los dedos con los suyos.


Quizás él la había echado de menos tanto como ella lo había echado de menos a él. Era un pensamiento estúpido, pero no significaba que no se le pasara más de una vez por la cabeza.


Mientras se iban acercando al apartamento, Paula se dio cuenta de que no había hecho planes para después de la cena con Juan. No tenía ni idea de lo que Pedro esperaba. 


¿Quería que volviera a su apartamento? ¿O simplemente tenía que ir a trabajar al día siguiente por su cuenta?


El coche se paró enfrente del edificio, Paula se movió para salir, pero Pedro la detuvo.


—Pásatelo bien esta noche, Paula —le dijo con suavidad.


Ella sonrió.


—Lo haré.


—Te veré en el trabajo por la mañana. El chófer estará aquí a las ocho para recogerte.


Bueno, eso respondía a su pregunta. Evidentemente ya la había despachado para toda la noche. Pero aun así, mientras salía, Pedro no parecía estar feliz de que fuera a pasar la noche alejada de él.


—Te veo mañana —murmuró Paula.


Cerró la puerta y observó cómo el coche se alejaba mientras se preguntaba en qué estaría pensando Pedro. Con un suspiro, caminó hasta su edificio y subió a su apartamento. Solo tenía una hora para cambiarse y prepararse antes de que Jace estuviera ahí.
.

Cuando entró por la puerta y llegó al salón, Carolina asomó la cabeza desde su cuarto con los ojos como platos de la sorpresa.


—¡Estás en casa! Me estaba empezando a preguntar si te habías mudado a vivir con Pedro.


Paula sonrió.


—Hola a ti también.


Carolina se acercó hasta ella y la estrechó en un abrazo.


—Te he echado de menos, nena. Todas te hemos echado de menos. ¿Quieres pedir algo esta noche para cenar y vemos unas películas?


Paula hizo una mueca de arrepentimiento.


—Lo siento, no puedo. Juan va a venir; de hecho, esa es la razón por la que no me voy a casa con Pedro. Juan y Alejandro me van a llevar a cenar esta noche para ponernos al día, porque Juan ha estado fuera de la ciudad. Seguro que también me dará la charla sobre Pedro, ya que sabe que estoy trabajando para él.


El rostro de Carolina se apagó.


—Mierda. Es un asco esto de no verte ya apenas. Estoy preocupada por ti y espero que la situación no te supere. Aunque no parece que pases mucho tiempo sin él.


La incomodidad se apoderó de Paula mientras le devolvía la mirada a su amiga. Era verdad que no había visto a Carolina o a las chicas desde el comienzo de su relación con Pedro


No es que hubiese sido mucho tiempo atrás, pero estaban acostumbradas a salir siempre en grupo.


—Quedemos para salir. El viernes por la noche —le dijo Carolina con firmeza—. Llamaré a las chicas y saldremos a divertirnos.


—No sé —se excusó Paula. No tenía ni idea de cuáles eran los planes que Pedro tenía para ella esa noche. 


La mirada de Carolina se intensificó.


—Dime que no estás pensando en pedirle permiso para salir con tus amigas. Él no es tu dueño, Paula.


Paula no pudo terminar de disimular la culpabilidad que se había reflejado en su rostro. Pedro sí que se había convertido en su dueño. De hecho, tenía derechos contractuales sobre su cuerpo, su tiempo y su todo. Aunque no era que quisiera compartir ese pequeño detalle con Carolina. Sus amigas nunca lo entenderían.


Paula suspiró; sabía que lo mejor que podía hacer era salir y pasar la noche con ellas. No quería cerrarse a sus amigas porque, cuando Pedro ya no la necesitara, ella sí que las necesitaría a ellas. Iban a ser las que estarían a su lado tanto en lo bueno como en lo malo, y, si no las cuidaba, luego podría no haber nadie ahí para apoyarla.


Simplemente le tendría que decir a Pedro que tenía planes para el viernes por la noche, y esperaba por lo que más quisiera que fuera razonable con ello.


—De acuerdo. Nos vemos el viernes por la noche —cedió al fin.


El rostro de Carolina se iluminó y dio vueltas de alegría alrededor de Paula.


—¡Vamos a pasárnoslo genial! Te he echado de menos, Paula. Nada es lo mismo sin ti.


Paula sintió otra ola de culpabilidad. Había sido idea suya que Carolina se instalara en el apartamento.


Además del hecho de que Carolina necesitaba un lugar en el que quedarse, Paula quería compañía. Y ahora estaba pasando muy poco tiempo en su propio apartamento o con Carolina.


—Voy a llamar a las chicas para que no hagan otros planes. ¿Te veré después de la cena de esta noche?


Paula asintió.


—Sí. Voy a pasar la noche aquí.


—Genial. ¿Sabes qué? No comas postre. Haré dulce de azúcar y cogeré una película. Y así nos tiramos en el sofá cuando vuelvas.


Paula sonrió.


—¡Perfecto!


Carolina le hizo un gesto con la mano para que se diera prisa.


—De acuerdo, ve a prepararte. Ya te dejo en paz.


Paula se fue a su habitación y sacó del armario sus vaqueros favoritos. Tenían agujeros en las perneras, bolsillos con lentejuelas y eran de talle bajo. Era su prenda más cómoda, y se lo había currado para asegurarse de que todavía le quedaran bien después de tres años con ellos. No había incentivo mejor para mantenerse en forma que querer que aún le quedaran perfectos los vaqueros, ¿verdad?


Sacó un top corto y una camiseta que dejaba el hombro al descubierto y se fue al cuarto de baño para arreglarse el pelo y maquillarse un poco.


Estaba ansiosa por que llegara la noche con Juan y Alejandro. La hacían sentirse cómoda, y su relación con
ellos era fácil. Era como tener dos hermanos mayores en vez de uno. Aunque Alejandro no parara de flirtear, era completamente inofensivo… al menos con ella. Con otras, era letal, pero Paula tenía muy claro que para ella era como otro miembro más de la familia. Sin embargo, Pedro ya era otro cantar…


Cuanto más pensaba en ello, más ansiosa se encontraba de que también llegara la noche con las chicas. Carolina había tenido razón cuando le había dicho que no había estado con ellas desde que había aceptado el trabajo con PedroPedro era…, bueno, era una obsesión que la consumía por completo. Y también estaba el hecho de que había firmado un contrato en el que le cedía todo su tiempo para que hiciera con él lo que quisiera.


Si las chicas conocieran ese detalle tan particular, la estarían internando ahora mismo en un manicomio.


Se aplicó otra capa de rímel y se retocó el pintalabios —de un color rosa brillante que le iba con las uñas de los dedos de los pies—, luego se recogió el pelo en un moño informal y se lo fijó con unas horquillas para que no se le cayera.


Cuando volvió al salón, el intenso olor a chocolate llenaba todo el ambiente.


—Oh, Dios, Caro. Eso huele divinamente —gimió Paula. 


Carolina alzó la mirada desde la cocina y le sonrió.


—Estoy incluso privándome de comer avellanas, solo por ti.


—Eres demasiado buena conmigo.


Paula se sentó en uno de los taburetes que había frente a la isla donde Carolina estaba cocinando y apoyó los brazos en la encimera.


—¿Y cómo te va en el trabajo?


Carolina dejó de remover por un momento y luego volvió a subir la temperatura antes de dejar la cuchara a un lado. Arrugó la nariz e hizo una mueca.


—El jefe sigue siendo un gilipollas. Pasa más tiempo intentando meterme en su cama que trabajando. En cuanto tenga suficiente dinero ahorrado, voy a empezar a buscar otro trabajo.


Carolina respiró hondo y le echó una mirada a Paula.


—He conocido a un tipo…


Paula se echó hacia delante.


—Oh, cuenta. ¿Es alguien del que deba saber?


—Bueno, quizá. No estoy segura todavía. Solo estamos hablando, mandándonos mensajes por el móvil. Dios, me siento como si estuviera en el instituto o algo así. Y estoy paranoica. Ya sabes, por lo de mi ex. 


Paula suspiró. La última relación de Carolina había sido un desastre. Había conocido a Teo, se había enamorado —y le deseaba perdidamente— de él al instante para averiguar, después de seis meses de encuentros a horas extrañas y de citas, que estaba casado y tenía dos hijos. Todo lo ocurrido le había hecho preguntarse qué narices pasaba con ella.


—¿Piensas que está casado o algo así? —le preguntó Paula.


Los labios de Carolina formaron una fina línea.


—No sé. Algo hay. O a lo mejor soy yo que estoy jodida tras lo que pasó con Teo. Una parte de mí quiere salir corriendo antes de que pase nada, pero otra parte se pregunta si estoy siendo estúpida y si debería darle una oportunidad.


Paula frunció los labios y miró a Carolina, pensativa.


—¿Sabes? Juan siempre ha investigado a todos los hombres con los que he salido alguna vez. Puedo decirle que le eche un ojo a tu chico. No hará daño tener cierta información antes de que te decidas.


Carolina la miró con incredulidad.


— ¿En serio?


Paula se rio.


—Desgraciadamente, sí. Si un tío muestra interés en mí, lo investiga hasta el fondo.


—Guau. Qué fuerte. No estoy segura de cómo me sentiría sobre el chequeo a Brandon —ella sacudió la mano durante un momento con clara indecisión escrita en el rostro—. Pero si está casado o liado con otra, no quiero involucrarme, ¿sabes?


—Dame algunos detalles —dijo Paula—. Hablaré con Juan esta noche sobre eso. No hay nada de malo en investigar un poco. No es como si estuviéramos suplantándole la identidad, aunque estoy segura de que Juan hasta podría conseguirlo.


—Es segurata en el club al que iremos el viernes por la noche. Ya sabes, nuestro pase gratis. Su apellido es Sullivan.


—De acuerdo, veré lo que puedo hacer —dijo Paula. Alargó la mano para darle un apretón a Carolina —. Todo irá bien.


Carolina soltó una larga exhalación.


—Eso espero. No quiero quedar como una tonta otra vez.


—No fuiste tonta por amar a una persona, Caro. Él era el tonto, no tú. Tú te metiste en una relación de buena fe.


—No me gusta ser «la otra». —dijo Carolina, avergonzada mientras volvía a rememorarlo.


La esposa en cuestión se había encarado a Carolina fuera del edificio de apartamentos donde las dos vivían. No había sido algo agradable de ver. A Carolina la pilló por sorpresa y se quedó hecha polvo tanto por la revelación como por el mal trago de tener que enfrentarse a una mujer celosa y furiosa.


El teléfono móvil de Paula sonó con el tono que tenía seleccionado para Juan. Alargó la mano para cogerlo y se lo llevó a la oreja.


—Eh, tú —le dijo como saludo.


—Estamos llegando. ¿Estás lista o quieres que subamos? —le preguntó Juan.


—No hace falta. Ya bajo.


—De acuerdo, nos vemos ahora.


Paula colgó y entonces se bajó del taburete.


—Te veo luego, Caro. ¡Qué ganas de dulce de azúcar!


Carolina se despidió de Paula con un movimiento de mano mientras esta salía del apartamento y se dirigía al ascensor.


Un momento más tarde, salió del portal y vio el coche de Juan esperando en el bordillo. Tenía un elegante BMW negro que aún parecía que estuviera aparcado en el concesionario.


Alejandro se bajó y la saludó con la mano mientras le dedicaba una enorme sonrisa y le abría la puerta trasera del coche.


—Hola, preciosa —le dijo besándola en la mejilla justo antes de que ella entrara en el vehículo.


—Hola, peque —la saludó Juan una vez estuvo dentro.


Oh, el coche olía a colonia de hombre adinerado.


Alejandro se volvió a acomodar en su asiento y Juan volvió a mover el coche.


—¿Cómo se portó Pedro contigo después de que te sacara de mi despacho tras el incidente con Lisa? —preguntó Alejandro—. Mi bocaza no te metió en problemas, ¿verdad?


Paula se esforzó en reprimir el calor que amenazaba con instalársele en las mejillas, pero se esforzó mucho en parecer informal.


—Bien. Estaba pensativo y callado. No hablamos mucho antes de que me fuera.


Juan sacudió la cabeza.


—Espero que no deje que se le meta en la cabeza. No es nada bueno que haya aparecido otra vez. Me imagino que la única razón por la que está revoloteando a su alrededor ahora es porque se ha quedado sin dinero.


Paula arqueó una ceja.


—¿Y lo sabes con certeza? ¿No se llevó un buen pico con el divorcio?


—Un muy buen pico.


Pedro tenía dinero. Mucho. Y por lo que ella había escuchado en rumores y cotilleos, Lisa se llevó un buen pico con el divorcio. No es que Pedro siquiera lo notara, por supuesto, pero Lisa había conseguido lo bastante como para vivir una vida entera. O al menos, una persona normal.


—Me hago una idea después de haber hecho unas cuantas llamadas en cuanto se fue de la oficina.


Oh… interesante. Primero, Lisa tenía problemas financieros, y, segundo, Juan había sido rapidísimo en investigar el asunto. No es que debiera sorprenderle. Pedro, Juan y Alejandro eran muy cercanos. Y siempre podían contar los unos con los otros. Siempre.


Juan y Alejandro habían cerrado filas en torno a Pedro tras el divorcio, y, aunque pareciera absurdo y ridículo que Pedro necesitara ninguna clase de apoyo, Paula sabía que un lazo irrompible se había creado entre los tres hombres. Ella solo esperaba que fuera lo bastante irrompible como para que sobreviviera a las consecuencias que su relación con Pedro pudiera traer si Juan se enteraba algún día.


Y entonces se acordó de la situación apremiante de Caro.


—Oye, y hablando de eso —dijo Paula echándose hacia delante para sacar la cabeza por entre los dos asientos delanteros—. ¿Puedes investigar a un tipo llamado Brandon Sullivan? Es segurata en un club llamado Vibe. Solo información general. Ya sabes, averiguar si está casado, liado con alguien, o si tiene antecedentes.


Juan frenó en un semáforo en rojo y ambos, él y Alejandro, se giraron para mirarla fijamente con el entrecejo fruncido.


—¿Es alguien que estás viendo? —inquirió Juan.


—¿Un segurata, Paula? Puedes conseguir a alguien mucho mejor que eso, cariño —la reprendió Alejandro.


Paula negó con la cabeza.


—No se trata de mí sino de Carolina. Le dije que te pediría que lo investigaras. Está paranoica desde lo que pasó con el último tío con el que salió.


La expresión del rostro de Juan se volvió pensativa mientras disminuía la velocidad del coche por una calle.


—Oh, cierto. ¿No estuvo liada con un tío casado hace un tiempo? Recuerdo que mencionaste algo de eso.


—Sí, ese —respondió Paula con un suspiro—. Lo pasó bastante mal. Caro no es así. Me refiero a que ella nunca se habría liado con un hombre casado. Ella es muy dulce y confiada y ese tío le hizo mucho daño. No quiero que le vuelva a pasar otra vez.


—Me ocuparé de ello —contestó Juan —. Dile a Caro que no se preocupe. Será lo primero que haga mañana por la mañana.


—Eres el mejor —dijo Paula.


Juan le sonrió indulgentemente por el espejo retrovisor.


—Te he echado de menos, peque. Apenas hemos pasado tiempo juntos últimamente.


—Yo también te he echado de menos —le dijo con suavidad. 


Y era verdad. Últimamente parecía como que habían ido por caminos separados, incluso antes de lo de Pedro. Juan había estado más ocupado que nunca con el trabajo. Era la razón principal por la que había ido a la gran inauguración. 


Una noche que había cambiado el curso de su vida. Si ahora volvía a mirar atrás, nunca se hubiera imaginado cómo la decisión de ir a algún sitio tan inocuo como una fiesta aburrida donde sirven cócteles podría cambiarlo todo tan drásticamente.


Tuvieron que aparcar a una manzana del pub, pero Alejandro le abrió la puerta a Paula y le ofreció la mano
para ayudarla a salir. Juan y Alejandro la flanquearon mientras caminaban por la ajetreada calle y el crepúsculo
se cernía sobre ellos.


El pub estaba relativamente tranquilo. Era temprano para cenar todavía, y el pub no se llenaría hasta el anochecer. 


Alejandro los guio hasta una mesa situada en un rincón, con vistas a la calle, y una camarera vivaracha los atendió extremadamente rápido. Miró a Alejandro y Juan como si fueran su siguiente comida y estuviera a punto de hincarles el diente.


Era más joven que Paula. Vamos, tenía que serlo. Parecía tener unos veinte años. Probablemente una estudiante de la universidad que servía mesas para conseguir algo de dinero extra. Lo que significaba que había una diferencia de edad más grande de la que ella ya tenía con Juan y Alejandro. 


¿Dieciocho años? No es que fueran muchos más que los que había entre ella y Pedro, pero era un poco raro ver a alguien que parecía casi adolescente flirtear con su hermano y su mejor amigo.


Se las apañaron para pedir la comida tras la escenita. Paula se sentía con ganas de darse el gusto esta noche. Ya que le esperaba el dulce de azúcar en casa, ¿por qué no darse el capricho? Podría comer ensaladas con Pedro, pero cuando estaba con Juan y Alejandro no tenía ninguna reserva con la comida, así que pidió unos nachos bien cargaditos.


Pero eso no le impidió picotear también del plato de Juan y Alejandro.


Ellos se rieron, gastaron bromas, y hablaron de todo y nada a la vez. Tras apartar el plato en la mesa, tan llena que apenas podía respirar, se echó hacia delante y, en un impulso, abrazó a Juan.


—Te quiero —le dijo con fiereza—. Gracias por esta noche. Era justo lo que necesitaba.


Juan le devolvió el abrazo y la besó en la sien.


—¿Va todo bien?


Ella lo apartó y le sonrió.


—Sí. Perfectamente.


Y no había mentido. Esta noche había sido exactamente lo que había necesitado. Su relación con Pedro era intensa y arrolladora. Era muy fácil quedarse encandilada con él y sus órdenes y olvidarse de todo lo demás. Su familia… Juan. Sus amigas… Carolina y las chicas. Incluso de ella misma.


—¿Estás segura de que todo va bien, Paula? —le preguntó Alejandro.


Ella lo miró y vio que la estaba observando; su mirada perspicaz la estaba atravesando.


—¿Estás feliz en el trabajo?


Juan procesó la pregunta de Alejandro con un gesto fruncido.


—¿Pasa algo que yo no sepa?


—Juan, estoy bien —dijo Paula.


Y estaba siendo completamente sincera. Quizá no con la dirección que estaba tomando la situación, ni la que ella estaba tomando dentro de su relación con Pedro, pero sí sabía que se encontraba bien. Cuando todo terminara, también estaría bien. Incluso mejor que antes.


—Me lo dirías si tuvieras algún problema —le dijo Juan con una voz suave y los ojos fijos en ella.


No era una pregunta, y su voz no la pronunció como tal. Era la confirmación de un hecho que quería que ella reafirmara.


—Siempre serás mi hermano mayor, Juan. Y eso significa, desafortunadamente, que siempre iré a ti para pedirte que me ayudes a solucionar mis problemas.


Paula terminó de hablar con una sonrisa melancólica, recordando todas las veces cuando ella era aún una niña y él había sido tan paciente con ella. Paula siempre se preguntaba si la razón por la que no se había casado ni tenido hijos era ella misma, por haber tenido que pasar tanto tiempo criándola. La entristecía porque sabía que Juan podría ser un padre increíble. Pero él no había dado señal alguna de querer sentar cabeza con una única mujer. Y bueno… si él y Alejandro estaban siempre liados con la misma tía a la vez, Paula se imaginaba que sería un poco raro e incómodo forjar una relación más tradicional.


—No hay ningún «desafortunadamente»., peque. No querría que fuera de ninguna otra manera.


—Y bueno, para que lo sepas, mi despacho siempre está abierto si Juan no está por allí — interrumpió Alejandro.


Estaban preocupados de verdad. ¿Tan evidente era que estaba inquieta? ¿Llevaba pintada en la cara alguna pista que la relacionara con Pedro? Ella no se sentía diferente. No creía que estuviera diferente.


Pero todo el mundo parecía notar que estaba intranquila.


—Sois los dos unos soles —dijo—, pero estoy bien. Pedro tenía razón. Me estaba escondiendo al trabajar en La Pâtisserie. Necesitaba abrir los ojos como él me hizo para que me fuera en la dirección correcta. No estoy
diciendo que vaya a trabajar como asistente personal toda la vida, pero Pedro me dio una oportunidad para ganar experiencia que no fuera solo sirviendo cafés.


—Mientras seas feliz —dijo Juan—. Yo solo quiero que seas feliz.


Paula sonrió.


—Lo soy.


Se quedaron allí sentados hablando durante un rato más antes de que Juan pidiera la cuenta. Cuando la camarera la dejó en la mesa, Juan sacó su tarjeta de crédito. Cuando este la estaba dejando dentro de la pequeña carpeta de piel, una morena alta se dirigió resueltamente hacia ellos.


Al principio Paula pensó que la mujer iba al baño, pero luego fijó la mirada en Alejandro y en Juan y se hizo bastante aparente que tenía un objetivo.


—Mierda —murmuró Alejandro.


Juan levantó la cabeza y la morena se paró justo frente a la mesa con ojos brillantes y una sonrisa de oreja a oreja dibujada en el rostro. Pero entonces se giró hacia Paula y su mirada se volvió glacial.


—Alejandro. Juan —dijo con una voz entrecortada —. ¿Jugando hoy por los barrios bajos?


Los ojos de Paula se abrieron como platos. Joder, la había insultado pero bien. Entonces bajó la mirada. ¿No se la veía tan mal, no?


El rostro de Juan se volvió frío. Era una mirada que siempre había asustado a Paula porque cuando se callaba y en su expresión se mostraba esa frialdad significaba que estaba muy, muy enfadado.


—Señorita Houston —dijo tenso—. Esta señorita es mi hermana, Paula, y le debe una disculpa por ese comportamiento tan vulgar y grosero.


Las mejillas de la morena se llenaron de un intenso color al instante. Parecía estar mortificada. Paula casi sentía pena por ella. Casi, porque en realidad… no la sentía.


A Alejandro se le veía tan enfadado como a Juan. Alargó la mano, cogió la cuenta y la sacudió frente a la camarera. Miraba más allá de la morena como si ni siquiera estuviera allí.


—Perdóname —dijo la mujer con voz quebrada. Pero no miró a Paula cuando susurró la disculpa. Su mirada aún seguía fija en Juan y luego en Alejandro, por turnos. Era como si Paula no estuviera presente—. No me devolvisteis las llamadas —dijo.


Uf, la situación pintaba mal. Mia sintió pena por la mujer. Le quería decir que tuviera algo de orgullo y se marchara.


—Te dijimos todo lo necesario cuando nos fuimos —dijo Alejandro antes de que Juan pudiera responder —. Ahora, si nos disculpas, estamos con Paula y nos gustaría que la camarera que está justo detrás de ti nos cobrara.


Paula no necesitaba que le dijeran que era, obviamente, una de las mujeres que completaba el trío con Juan y Alejandro. La forma en que la señorita Houston los miraba a ambos le decía a gritos que los conocía bastante bien a los dos en la intimidad.


Juan se puso de pie con el rostro serio y severo.


—Ten algo de clase, Erica. Vete a casa. No montes una escenita en público. Te arrepentirás mañana.


Entonces alargó la mano para agarrar la de Paula y tiró de ella hasta que se puso también de pie a su otro costado, alejada de la mujer. El rostro de Erica se endureció y entrecerró los ojos.


—Lo único de lo que me voy a arrepentir es de haber malgastado mi tiempo con los dos.


Se giró con esos taconazos que llevaba y salió del pub. 


Juan, Paula y Alejandro se quedaron ahí de pie en el mismo rincón que habían ocupado.


—¿Tenéis una acosadora? —murmuró Paula —. Es algo raro que haya aparecido exactamente en el mismo lugar donde estamos comiendo, de todos los posibles que hay en Manhattan.


Ninguno de los dos hombres se decidió a comentar nada. 


Ambos parecían querer que el tema se zanjara, y Paula encontraría ese hecho gracioso de no ser porque estaban tan enfadados.


Caminaron hasta el coche de Juan y, cuando entraron, este levantó la mirada para mirarla por el espejo retrovisor.


—Lo siento, Paula.


Ella sonrió.


—Que las mujeres revoloteen a vuestro alrededor no es ninguna novedad. Y, bueno, si ambos queréis visitar los barrios bajos de nuevo, llamadme. La comida ha estado genial. He ganado probablemente dos kilos esta noche, y ahora voy a casa a cogerme otros dos más atiborrándome del dulce de azúcar que ha hecho Carolina.


Alejandro gimió.


—Por el amor de Dios. Podrías habernos evitado tener que recordar el comentario ese. Qué zorra. No me puedo creer que te insultara de esa manera.


Paula se encogió de hombros.


—No creo que hubiera importado que hubiera ido de punta en blanco. Hubiera encontrado la forma de humillarme igualmente. ¡No sé ni cómo me atrevo a salir con vosotros dos!


Juan hizo una mueca y se calló mientras él y Alejandro intercambiaban una rápida mirada de incomodidad.


Paula se quería reír. Sí, Paula sabía lo que se cocía entre los dos y era gracioso verlos preocuparse por saber cuánto conocía ella exactamente.


Condujeron hasta su apartamento y Juan dejó que Alejandro y Paula bajaran para que este pudiera acompañarla hasta arriba mientras él daba la vuelta a la manzana y pasaba a recogerlo otra vez.


—Gracias por la cena, Alejandro. Ha estado muy bien —dijo cuando ya estaban dentro del edificio.


—Te veo mañana en el trabajo —le contestó.


Ella se despidió de él con la mano y entonces Alejandro desapareció cuando las puertas se cerraron. Qué
interesante se había tornado la noche. Paula volvió a pensar sobre la escenita en la cena mientras subía en el ascensor.


Entonces, su teléfono móvil sonó y ella metió la mano en el bolso al mismo tiempo que salía del ascensor y caminaba hasta la puerta de su apartamento. Presionó un botón del móvil para abrir el SMS y vio que era de Pedro.


Espero que hayas tenido una cena agradable con Juan y Alejandro. Contéstame para hacerme saber que has vuelto a tu apartamento sana y salva.


El corazón se le aceleró y el pecho se le encogió mientras leía sus palabras. Su preocupación, o, más bien, su posesividad —Paula no estaba segura exactamente de cuál era— le llegó al alma. Le envió un mensaje rápido, sonriendo, mientras entraba en el apartamento.


Justo acabo de volver. Me lo he pasado muy bien. Te veo mañana.





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