viernes, 5 de febrero de 2016

CAPITULO 23 (TERCERA PARTE)




Pedro se quedó mirando impasiblemente al rostro ensangrentado de Martin Cooper, que se encontraba tirado en el suelo, mientras los otros hombres que lo acompañaban permanecían separados de la escena, alertas y vigilando que nadie los fuera a descubrir.


Pedro dobló y estiró los dedos de las manos repetidamente para aflojar la tensión de sus nudillos.


Los guantes estaban rotos en una mano y llenos de sangre del otro hombre.


—Te olvidas de que Paula Chaves existe, ¿entendido? Si me entero de que estás a menos de un kilómetro de distancia de ella, lo lamentarás.


Martin asintió y escupió la sangre que tenía en la comisura de los labios.


—Lo entiendo. Joder, ella no vale tanto.


—Respuesta equivocada, gilipollas. Ella vale esto y más. Más de lo que te puedas siquiera imaginar. Es mía ahora y yo protejo lo que es mío. Y si se te ocurre ir a la policía como ella debería haber hecho cuando le pusiste las manos encima, haré de tu vida un infierno. Te estaré vigilando,
Cooper. No lo olvides nunca. Si intentas crear problemas por esto, te arruinaré. No te quedará nada. Y si no te crees que tenga el dinero, el poder y los contactos necesarios para hacer que ocurra, solo ponme a prueba. Cuando termine contigo, estarás viviendo en la calle sobre un cartón y pidiendo dinero para poder comer.


Martin asintió de nuevo, el miedo y el pánico brillaban en sus ojos. Era una rata cobarde y patética.


Pedro soltó la camisa de Martin y lo dejó en el suelo donde se quedó jadeando en busca de aire.


Unos suaves gemidos de dolor se le escapaban por la maltrecha boca.


—Esto es lo que tú le hiciste a ella, maldito cabrón —dijo Pedro marcando con furia cada palabra pronunciada—. La golpeaste y la dejaste en el suelo mientras le seguiste pegando. Considérate afortunado por lo que te he hecho. Olvídate de mi advertencia e iré a por ti con tal fuerza que solo sabrás que estoy ahí cuando te hayas meado en los pantalones. Y lo que es más, te estaré vigilando, Cooper. Si me entero de que le vuelves a poner la mano encima a cualquier mujer, caerás hasta lo más hondo de este mundo.


—Tenemos que irnos —dijo uno de los hombres en voz baja—. Dijiste solo unos pocos minutos. Es peligroso quedarnos aquí mucho más tiempo.


Pedro asintió.


—Ya he terminado con este gilipollas.


Pedro y los otros se giraron y dejaron a Martin en el suelo junto al edificio en el que lo habían acorralado. Era el camino que tomaba cada noche y, por suerte para Pedro, estaba bastante apartado de las calles principales. Aun así se había arriesgado sobremanera. Si la persona equivocada los
descubría, el infierno se desataría sobre él. No podía permitirse ser visto, no se podía permitir tener ningún testigo que pudiera contrarrestar su coartada si Martin decidía ser estúpido e iba a la policía.


Se levantó el cuello de su abrigo largo, uno del que se desharía y no volvería a usar nunca más, uno que había comprado específicamente para esta noche. Satisfecho de que su rostro estuviera cubierto por el gorro que se había bajado y de que las solapas le taparan las mejillas, se alejó apresuradamente y dejó a Martin tumbado en el suelo, donde parecería que había sido víctima de algún robo. Pedro
había estado más que dispuesto a dejar que los otros tíos se llevaran lo que quisieran.


Pedro le pasó al hombre de su derecha un fajo de billetes y le dio las gracias.


—Sin problema, Alfonso —murmuró C. J.—. Si nos necesitas, ya sabes dónde encontrarnos.


Pedro asintió y se alejó en la dirección opuesta a ellos cuando llegaron a una calle principal. Se encontraba solo a unas cuantas manzanas del edificio que albergaba las oficinas de HCA y tenía que apresurarse para volver a tiempo antes de que las cámaras volvieran a estar operativas. Cogió su teléfono móvil, la llamada aún estaba activa, y se lo llevó al oído. Aún la tenía en silencio, pero la
dejó así para que no se escucharan los sonidos de la calle.


Escuchó cómo Juan lideraba la conversación sin darle oportunidad a Pedro a que interviniera para nada. Cuando llegó a la puerta del edificio, entró precipitadamente y asegurándose de que no lo reconocían. Se metió en unos servicios de la primera planta y guardó el abrigo en la bolsa de deporte que llevaba y se quitó la gorra. Después de mirarse en el espejo y asegurarse de que no tenía ningún
rastro de sangre en la piel, desactivó el botón de silencio en el teléfono y se dirigió al ascensor.


Unos pocos minutos más tarde se encontraba en la puerta del despacho de Juan haciéndole un gesto al otro hombre al que habían pagado para que se moviera. Intercambiaron chaquetas, el otro hombre desapareció rápidamente y Pedro se unió a la tapadera, agradeciéndole a los inversores por su tiempo y contestando algunas preguntas de última hora. Juan lo miró interrogante, sus ojos lo observaban como si estuviera calibrando si había algún indicio de lo que había hecho o no.


Pedro simplemente asintió en su dirección mientras terminaban la llamada.


Un largo silencio se instaló entre ellos antes de que Juan finalmente decidiera romperlo.


—¿Algún problema?


Pedro negó con la cabeza.


—No. Todo perfecto. El cabrón llevará los moratones durante más tiempo que Paula. Y se lo pensará dos veces antes de volver a levantarle la mano a otra mujer.


—Me alegro de que todo haya acabado. Esto me estresa, tío. Me encantaría saber cuándo cojones has conocido a los tipos que contrataste para el trabajo. Dios, y más aún, ¿cómo conociste a los tipos que se encargaron del problema que tenía Vanesa con el hombre al que Jeronimo le debía dinero?


Pedro se encogió de hombros.


—¿Importa? No son gente a la que invitaría a cenar, ni tampoco gente a la que ni tú, ni Gabriel ni especialmente nuestras mujeres necesiten conocer nunca.


Juan suspiró.


—Solo me hace preguntarme en qué mierdas has estado metido que yo no sepa.


—Nada ilegal —contestó Pedro arrastrando las palabras.


—Hasta ahora —dijo Juan con voz queda.


—Hasta ahora —coincidió Pedro—. Pero tenía que hacerse. No voy a permitir que nadie se meta con mi mujer. No dudaré en volver a hacerlo si alguna vez fuera necesario.


Juan se levantó y soltó el aire que tenía guardado en los pulmones en una exhalación profunda.


—Estoy listo para volver a casa con mi mujer, y estoy seguro de que tú también. —Sus ojos volvieron a recorrer a Pedro de pies a cabeza con la preocupación reflejada en ellos—. ¿Estás bien, tío?


—Sí, estoy bien. Ese maldito cabrón no me tocó. Me duele la mano, pero no es nada serio.


Juan sacudió la cabeza.


—Larguémonos de aquí y asegurémonos por nuestro bien de que nos ven salir juntos.



CAPITULO 22 (TERCERA PARTE)





Pedro tocó con el dedo la gargantilla que había mandado hacer para Paula mientras esperaba que Juan apareciera en la oficina. Había sabido exactamente lo que quería para Paula, pero encontrar a alguien que pudiera diseñarlo en cuestión de días había sido más complicado. Pero averiguó que, como todo en la vida, si tenías suficiente dinero nada era imposible.


Había elegido el bronce porque le encantaba el contraste entre el metal dorado y la pálida piel de Paula y además combinaba con los reflejos dorados de su pelo. Sin embargo, en las piedras sí que había insistido en que combinara con sus ojos. Varias aguamarinas, que rara vez se encontraban en el mercado, estaban incrustadas en el metal, creando una deslumbrante gargantilla adornada con piedras preciosas que se vería impresionante contra su piel y le haría una perfecta compañía a sus preciosos ojos.


Podría haber elegido el topacio azul, pero no era tan raro ni tan caro, y él quería solo lo mejor para Paula. Unos diamantes más pequeños bordeaban toda la gargantilla, y entre las aguamarinas había esmeraldas más pequeñas solo para proporcionarle una diversidad de colores más amplia.


Lo había querido vibrante. Algo que reflejara su personalidad, no una simple pieza de joyería sin color y elegida sin haber tenido en mente a la persona que lo iba a recibir.


El resultado, tenía que admitirlo, era demoledor. Sabía que le iba a encantar aunque no lo hubiera visto todavía.


Y el momento era perfecto, porque no había sentido que fuera muy correcto dar este paso con Paula hasta que la situación con Martin no se hubiera solucionado por completo. 


Esta noche se haría cargo de eso y entonces Pedro podría centrarse única y exclusivamente en Paula. Martin no volvería a ser una amenaza para ella.


Durante toda la semana, Pedro había insistido en que Paula se quedara en el apartamento. No había querido que saliera, y la única vez que lo hizo para ir a la galería y llevarle más cuadros al señor Downing, mandó a su chófer con ella e incluso la acompañó dentro. Pedro no había querido arriesgarse a que Martin estuviera mintiendo y esperando a ir a por ella o a que montara alguna escenita en público, algo que Pedro sabía que horrorizaría y avergonzaría a Paula.


No le había explicado a Paula por qué había insistido tanto en sus expectativas, o por qué le había garantizado que a la semana siguiente tendría más libertad para hacer lo que quisiera. No podía decirle que primero tenía que hacerse cargo del gilipollas que le había puesto las manos encima. 


Nada de lo que tenía planeado salpicaría a Paula, se aseguraría bien de eso. Y Martin no la volvería a tocar
tampoco nunca más.


Un sonido en la puerta le hizo alzar la mirada para ver a Juan adentrarse en el despacho. La expresión de su amigo era seria y estaba llena de preocupación, Pedro ya le había dicho por qué necesitaba verlo.


—Lo tengo todo listo para esta noche —dijo Juan en silencio.


—Vanesa no está involucrada, ¿verdad? —preguntó Pedro


Había sido muy claro. Aunque Juan estuviera metido en el asunto, al menos proporcionándole una coartada, no había querido que Vanesa formara parte del tema ni tuviera que mentir por él. Tal y como nada de esto salpicaría nunca a Paula, tampoco quería que Vanesa se viera involucrada. Ya había tenido una vida lo bastante dura como para que Pedro fuera a echarle ahora más mierda encima.


Juan asintió.


—Le dije, tal y como tú le has dicho a Paula, que tenemos una reunión importante en la oficina. He programado la videoconferencia con los inversores. Estarás aquí al comienzo para que puedan verte bien. Te levantarás unos pocos minutos después y te disculparás para ir al servicio. Pondrás la llamada en silencio durante un momento, y entonces es cuando se pone la cosa más complicada, porque tendrás que seguir con la reunión mientras estés de camino. Si pongo el monitor en el ángulo adecuado, puedo
hacer que la cámara se centre principalmente en mí y que tu tipo entre y se siente por detrás. Tu chaqueta estará ahí, el tío también, pero serás tú el que esté en la llamada. Asegúrate de que te escuchan con frecuencia. He programado que los monitores de seguridad se «caigan» antes de que te vayas, así que ninguna cámara te grabará cuando te vayas. Tengo una identificación extra que puedes
usar para salir, así que de acuerdo con el sistema tú aún seguirás aquí, conmigo, y si es necesario yo usaré tu identificación al salir cuando me vaya. Puedo hacer que dure la llamada solo por un corto período de tiempo, así que una vez que tengas la llamada en silencio para hacerte cargo de la situación, hazlo rápido y luego vuelve para que parezca que has estado aquí todo el tiempo. Sería mejor si volvieras directamente aquí para que ambos podamos irnos juntos una vez que las cámaras vuelvan a funcionar otra vez.


Pedro asintió.


—Gracias, tío. Significa mucho para mí. Y para que lo sepas, si esto sale mal, tú estás limpio. No dejaré que esto te salpique.


—Entonces asegúrate de que salga bien —replicó Juan con sequedad—. Aún sigo pensando que deberías hacer que otra persona se encargue de esto. Estás poniendo en peligro muchas cosas al hacerlo tú mismo.


Pedro juntó los labios con fuerza.


—Quiero que le quede claro, y la mejor forma de hacerlo es que yo mismo le entregue el mensaje. Quiero que el cabrón se acojone. Quiero que sepa que lo tengo cogido por los huevos, y tras pegarle la paliza del siglo, quiero que sepa que puedo arruinarlo muy fácilmente como se vuelva a pasar de la raya otra vez.


Juan sonrió con arrepentimiento.


—Tengo que admitir que tienes razón. Y también tengo que admitir que si algún gilipollas se metiera con Vanesa, yo también le daría la paliza del siglo yo mismo y no confiaría en otros para que me hicieran el trabajo sucio.


—Me entiendes, entonces.


Juan asintió.


—Sí, te entiendo. No tiene por qué gustarme, pero lo entiendo. Estoy preocupado, Pedro. No quiero que todo esto te caiga encima. No cuando has encontrado a…


Se paró y Pedro lo atravesó con una mirada.


—Cuando he encontrado, ¿qué?


Juan mostró una sonrisa torcida al mismo tiempo que miraba fijamente a su amigo.


—Tu punto débil.


Pedro no hizo ningún movimiento. ¿Eso era Paula? Sí, lo veía. Les había dado la lata a Gabriel y a Juan por haber perdido la cabeza por una mujer e ir en contra de su lema de juega duro y vive libre, pero ahora que era él el que se encontraba en una situación similar, no pudo poner ninguna objeción.


Un sentimiento de paz se apoderó de él.


—Has estado mucho más calmado y relajado últimamente —dijo Juan—. Me gusta eso para ti, tío. Después de lo de Vanesa… —Hizo una pausa de nuevo con un suspiro, casi como si odiara sacar el tema después de haber jurado que nunca más volverían a pensar en ello—. Después de lo de Vanesa, estaba preocupado. Por ti y por mí. Odié lo que pasó aunque no me arrepiento de ello. No sé si suena
siquiera coherente. No me gustó lo que eso nos hizo a ambos y no me gustó lo cabronazo que fui contigo y con Vanesa tras esa noche. Pero tampoco me arrepiento de la decisión que hice de no compartirla contigo.


—Yo tampoco me arrepiento de eso —dijo Pedro con una sonrisa—. Me parece bien, Juan. Tienes que dejar de obsesionarte con ello. Estamos bien. Dejaste de ser un capullo. Vanesa te hace feliz. Ahora yo tengo a Paula, y ella me hace feliz.


—Me alegro por ti, tío.


—Sí, lo sé.


—¿No has sabido nada de tu familia? ¿Cómo van las cosas con Belen?


Pedro suspiró.



—Nada esta semana, y eso me tiene nervioso, porque no es muy normal en ellos darse por vencidos y quedarse sentaditos. Belen está feliz con su trabajo. No ha hecho mucho más que ir a trabajar y volver a casa, pero poco a poco. Quiero que conozca a Melisa y a Paula y que salga con las amigas de Mia. Le vendrán bien. Paula es más de la edad de Belen, así que a lo mejor las dos congenian bien.


—Pareces estar totalmente domesticado con toda esa cantidad de quedadas de chicas que estás intentando organizar —bromeó Juan.


—Que te jodan, tío.


La expresión de Juan se volvió más seria.


—¿Así que no has tenido noticias de la Bruja Mala del Este? ¿Está calladita? ¿Y el viejo? No me puedo creer que no tuviera nada que decir de la deserción de Belen. No cuando valora tanto los vínculos familiares sin importar lo falsos que sean.


Pedro suspiró.


—Sí. Nada esta semana. Pero no creo que vaya a durar mucho más.


—Bueno, cuando vuelvan a atacar, espero que me lo digas. No voy a dejar que te metas en ese nido de víboras sin refuerzos.


Pedro se rio entre dientes.


—Haces que suene como una operación policial.


—Bueno, pasar una noche con tu familia se le acerca bastante.


Pedro bajó la mirada hasta su reloj.


—¿Quieres pillarte algo para comer antes de la videoconferencia? Quiero llamar para ver cómo está Paula. Necesito asegurarme de que todo va bien y recordarle que voy a llegar tarde.


—Sí, ¿quieres que vayamos al Grill otra vez?


Pedro asintió.


—Gracias de nuevo, Juan. Sé que no te lo digo lo suficiente, pero tú y Gabriel siempre me cubrís las espaldas… no tengo palabras.


Juan sonrió.


—Pasada esta noche, ¿qué tal si sacas a tu mujer de la cueva y la dejas mezclarse con el resto de los mortales?


Pedro se rio.


—Sí, lo sé, me la he quedado para mí esta semana. Ha sido genial. Pero sí, quiero que os conozca a ti y a Vanesa. Gabriel y Melisa vuelven el domingo. Estaría bien quedar con ellos también.


—¿Te habrías creído hace un año si alguien nos hubiera dicho que los tres estaríamos ahora tan comprometidos con nuestras mujeres? ¿Gabriel casado, yo comprometido y tú loco por una mujer que apenas acabas de conocer?


Pedro lo fulminó con la mirada.


—Y tú eres el más indicado para hablar de volverse loco por una mujer que apenas acabas de conocer.


La sonrisa de Juan era impenitente.


—Solo hace falta una mirada, tío. Cuando es la adecuada, lo sientes. Yo nunca habría pensado que me fuera a enamorar, pero luego vi a Vanesa y simplemente lo supe.


—Sí, te entiendo. Yo no lo creía mucho al principio, pero luego conocí a Paula y algo hizo clic en mi cabeza. Ni siquiera puedo explicarlo.


—No tienes que hacerlo. Lo entiendo —comentó Juan mientras salían del despacho de Pedro. Se paró justo en la puerta y se giró hacia Pedro con la mirada seria—. Pero acuérdate de esto, tío. Y es más relevante y cierto de lo que te puedas imaginar. Ponme a mí como ejemplo, porque yo hice todo lo que pude por fastidiarlo. Enamorarse es lo fácil. Todo lo que pase después es lo complicado y lo que
conlleva un trabajo diario.


—Dios, te has convertido en un sensibloide profundo —dijo Pedro con disgusto.


Juan le sacó el dedo corazón.


—De acuerdo, no quieras escuchar mis consejos, pero no me vengas llorando después cuando la cagues.


—Sí, lo que tú digas —gruñó Pedro.


—¿Quieres caminar o prefieres coger el coche?


—Caminar —respondió—. Llamaré a Paula por el camino.





CAPITULO 21 (TERCERA PARTE)





Pedro casi se derritió ante la imagen de Paula, arrodillada y con la boca alrededor de su polla, tal como la había imaginado tantas veces desde aquella primera vez que la vio en el parque. Ahora era suya, y estaba en su apartamento. 


En su vida.


Sabía que Paula le había dado un regalo muy valioso. No solo era el hecho de que le había ofrecido su confianza, sino que había puesto su corazón y su cuerpo en sus manos y él haría todo lo que hiciera falta para protegerlos a ambos. 


Nunca infravaloraría ni daría por hecho lo que esta preciosa y valiente mujer le estaba regalando.


Le pasó las manos por el pelo y le agarró varios mechones mientras se impulsaba hacia delante para hundirse más adentro. Cada caricia que le daba le proporcionaba el placer más exquisito que hubiera experimentado nunca.


Pedro había tenido a muchas mujeres. Había sido honesto con Paula en ese tema. Pero ella era diferente. Y no podía siquiera decir el porqué. Había algo en ella que le hablaba en un nivel completamente diferente. Le hacía pensar en estabilidad cuando eso nunca había sido un problema en
sus relaciones pasadas. Aunque también es cierto que, el que tanto él como Juan se tiraran a las mismas mujeres difícilmente podía clasificarse como relaciones en todo el sentido de la palabra.


Habían pasado años desde la última vez que había estado a solas con una mujer, y ahora esa idea le parecía atractiva. Paula le atraía.


Estaba de rodillas frente a él, totalmente sumisa, y no solo sumisa, sino que quería las mismas cosas que él. Disfrutaba las mismas perversiones que él. No había una mujer más perfecta para él, de eso estaba seguro.


Se hundió bien dentro de su boca, sacudiéndose en la parte posterior de su garganta antes de volver a deslizarse fuera de ella y de disfrutar de la caricia de su lengua en la sensible parte inferior de su miembro. Luego se apartó y la observó al mismo tiempo que sus ojos, esos pozos aguamarina cegados por el deseo, se encontraban con los suyos.


Sin decir ni una palabra, Pedro extendió la mano hacia abajo para coger la de ella y la ayudó a ponerla de pie. En cuanto se hubo puesto de pie,Pedro la estrechó entre sus brazos y la pegó contra su pecho. La besó casi olvidándose de tener cuidado en la urgencia por poseer su boca. Aún se le veían
los moratones en la cara, y su boca seguía estando sensible, pero ni siquiera eso le había impedido tomar posesión de su boca por muy delicado que hubiera sido.


—Vayamos al dormitorio —dijo con brusquedad—. He estado duro en tu boca, pero ahora me voy a centrar en otras partes de tu delicioso cuerpo.


Los ojos de Paula se encendieron de calor y excitación. Le había pedido perversiones, y él se las iba a dar. Sus manos se morían por enrojecerle el trasero, por ver sus marcas de posesión sobre su cuerpo. Era una urgencia primitiva que lo superó. Quería poseerla, que no hubiera duda alguna de a
quién pertenecía.


Pero al mismo tiempo que la guiaba hasta el dormitorio, se percató de que no quería solamente poseer su cuerpo. 


Quería su corazón también. Y aunque fuera a hacer suyo su cuerpo en cuestión de minutos —tal y como ya lo había hecho una vez— le llevaría mucho más tiempo y esfuerzo hacerse con esas partes de ella que Paula apreciaba más. 


Su corazón, su mente y su alma.


Pedro lo quería todo. No se conformaría con menos.


Ahora solo tenía que convencerla.


—Súbete a la cama. Tiéndete boca abajo y llévate las manos a la espalda. Vendré en cuanto lo prepare todo.


A ella se le fue el aliento y el color rojo cubrió sus mejillas. 


Pedro pudo ver cómo su respiración se empezó a acelerar y la excitación se reflejaba en su mirada. Le soltó la mano y rompió el contacto que tenía con él, luego se acercó a la cama y se colocó tal como le había indicado.


Él cogió todo lo que necesitaba de su armario: una correa de cuero, que estaba seguro que le provocaría a ella —y a sí mismo— mucho placer, y una cuerda.


Soltó la cuerda en la cama y luego puso una rodilla entre sus dos muslos separados. Le agarró las dos muñecas con una mano y comenzó a enrollar la cuerda aterciopelada a su alrededor para dejarlas atadas.


Paula jadeó con suavidad; Pedro podía sentir la tensión que desprendía su cuerpo.


Cuando ató bien las muñecas, retrocedió.


—De rodillas —le dijo con firmeza y añadiendo un deje de exigencia en el tono de voz—. Pon el culo en pompa y apoya la mejilla en el colchón.


Paula luchó por alzarse, pero al ver que era demasiado, Pedro le pasó una mano por debajo y la colocó bien abierta sobre su vientre. Tiró de ella hacia arriba hasta que las rodillas tuvieron estabilidad en el colchón y el rostro estuviera pegado contra la cama.


Satisfecho con su posición, Pedro volvió a retroceder para coger la correa de cuero.


—¿Has hecho esto alguna vez antes, Paula? No quiero que sea demasiado. Me tienes que decir lo que puedes aguantar.


—Sí —susurró ella—. Y puedo aguantar mucho, Pedro. No te contengas. Lo… lo necesito. Lo quiero.


Pedro se inclinó hacia delante y la cubrió con el cuerpo.


—Si ves que es demasiado, en cualquier momento, dime «para», ¿lo entiendes? Todo acaba con esa palabra, cariño.


Un estremecimiento le recorrió a Paula todo el cuerpo. Le gustaban las palabras y los nombres cariñosos. Y a él le gustaba su reacción cada vez que los usaba.


Luego retrocedió una vez más y le pasó una mano con suavidad por encima del trasero en pompa.


—Doce —dijo—. Doce marcas llevarás en la piel. Cuando esté seguro de que estamos en el mismo punto, entonces subiré el número. Pero por ahora, con una docena está bien.


Ella asintió con los ojos cerrados y los labios apretados debido a la excitación. Pedro no la hizo esperar más.


La primera vez que el cuero hizo contacto contra la piel, el azote sonó estridente en contraste con el silencio de la habitación. Ella dio un pequeño salto y el color rojo inmediatamente comenzó a brillar sobre las nalgas. A continuación un ligero gemido se escapó de los labios, que lo intoxicó a él.


De nuevo volvió a golpearle con destreza, esta vez en la otra nalga. El rojo resplandeció y coloreó la piel; el contraste entre la piel intacta y mucho más pálida y las zonas donde el cuero la había besado era precioso y sorprendente.


Paula se retorció mientras él le daba el tercero, cuarto y quinto azote. Cuando llegó al noveno, ella le suplicaba calladamente. Más. Con más fuerza.


—Los últimos tres, Paula. Estos serán más fuertes, y luego voy a follarme tu dulce culito. ¿Crees que podrás aguantar?


Pedro.


Su nombre salió como un gemido. Una petición desesperada. Sí, estaban ambos en el mismo punto. O incluso más, si cabe. Pedro se estaba conteniendo, y ella no quería eso.


Se permitió administrar algo más de fuerza en el décimo azote y la observó atentamente para ver cómo soportaba el dolor. Estaba ahí, al principio. Pero con la misma rapidez que el dolor había aparecido, ella lo convirtió, lo alejó y se dejó abrazar por el placer.


Sus ojos, abiertos ahora, estaban brillantes y fantasiosos, como si se hubiera escapado a otro mundo completamente diferente.


Pedro no estaba acostumbrado a controlar sus movimientos, a contenerse. Ya se había contenido con Vanesa aquella primera noche en la que tanto él como Juan se acostaron con ella porque Juan no le había dejado hacer otra cosa. Pero Paula era importante. Diferente. Quería cuidarla. Ser suave y paciente aunque ella se hubiera mostrado impaciente con esas reservas. Había más que tiempo suficiente para dárselo todo. Pero por ahora quería asegurarse de que lo acompañaba en todo momento, de que no cruzaba la línea y le causaba más dolor que placer.


Le dio el undécimo y luego se paró por un momento para saborear el último, la quería al límite y con necesidad de sentir su mano sobre el trasero. Paula se retorció sin parar, arqueando la espalda. Pedro no sabía siquiera si ella era consciente de la forma con la que su cuerpo suplicaba para recibir más.


—Doce, Paula. Aguanta el último. Dámelo. Dame todo lo que tengas.


Bajó la correa con mucha más fuerza que las veces anteriores y teniendo cuidado de no golpearla en los mismos sitios que antes. El chasquido sonó y el aullido que soltó Paula se transformó en un gemido, un suspiro de placer suave y agradable que le puso los pelos de punta y se le clavó bajo la piel. Tenía la polla tan dura y rígida que hasta dolía. Quería estar en el interior de su cuerpo, bien dentro de su trasero. Una parte de ella que no había poseído todavía, el último obstáculo que tenía antes de poder decir que poseía su cuerpo por completo.


Soltó la correa, impaciente por estar dentro de ella, pero se contuvo y se obligó a tomar las medidas adecuadas para asegurarse de que ella podía acogerlo sin sufrir ningún dolor.


Se tomó su tiempo aplicándole el lubricante, abriéndole el ano con un dedo y luego dos para poder esparcir el gel de dentro a fuera. Inmediatamente después se echó más en la mano y se lo restregó a lo largo de toda su erección.


Un gemido se escapó de su garganta. Su miembro odiaba su mano, no era lo que quería. Su pene quería estar dentro de ella.


Se impulsó hacia delante abriéndole las rosadas nalgas con las palmas de las manos para que su ano quedara a la vista. 


Luego se rodeó la erección con una de las manos desde la base y la guio hasta entrar en contacto con su abertura.


Paula representaba una imagen de lo más erótica ahí arrodillada, con el trasero en pompa y las manos atadas en la espalda. Totalmente incapaz de hacer nada más que recibir todo lo que él le quisiera dar.


Insertó la cabeza de su miembro en la estrecha abertura y comenzó a mover las caderas hacia delante, tomándose su tiempo y haciendo uso de toda la paciencia que no sabía que tenía.


Paula gimió cuando Pedro empezó a introducirse en su interior, estirando el estrecho anillo que era su ano con el gran grosor de su polla.


—No luches contra ello, nena. Muévete hacia mí y déjame entrar —la tranquilizó—. Te vas a sentir muy bien una vez esté dentro de ti.


Le pasó un brazo por debajo del cuerpo, rodeándole la cintura, y colocó la mano bien abierta justo sobre el vientre. 


Luego llevó los dedos más abajo hasta hundirlos entre los rizos empapados de su pubis para encontrar el clítoris. En cuanto su dedo rozó el botón erecto, ella se sacudió a modo de respuesta y él aprovechó esa ola de placer para embestirla con fuerza.


Paula jadeó cuando su cuerpo se abrió y se rindió a su invasión. Pedro cerró los ojos y respiró con brusquedad por la nariz mientras aguantaba el orgasmo. Dios, estaba tan tensa alrededor de su miembro que parecía que lo tenía agarrado con un puño. Y aún estaba a medio camino.


Le acarició una vez más el clítoris, ejerciendo la justa cantidad de presión, y cuando ella comenzó a moverse hacia él, Pedro utilizó su fuerza para introducirse todo entero, hasta los testículos. Paula lo absorbió y se lo tragó entero. Los muslos de él descansaban contra el trasero mientras respiraba con dificultad e intentaba recuperar el aliento.


—Estoy cerca —susurró ella con desesperación—. No puedo contenerlo, Pedro. Oh, Dios.


Pedro apartó el dedo solo durante un momento para esperar a que ella recuperara el control. No quería que se corriera todavía. Haría la penetración demasiado dolorosa. Tenía que estar en el mismo punto que él todo el tiempo. En el momento en que llegara al orgasmo toda esa tensión contenida se perdería y le haría daño.


—No hasta que yo lo haga —le ordenó saliendo un poco de su interior para poder embestirla de nuevo—. Y yo aún no estoy listo, nena. Me siento tan bien dentro de ti… Voy a disfrutar de este dulce culito un poquito más antes de correrme en tu interior.


Ella gimió de nuevo mientras su ano se contraía con fuerza alrededor de su polla.


Se retiró y volvió a hundirse en ella con cuidado de no tocarle el clítoris con los dedos. Luego la tocó para comprobar lo cerca que estaba de llegar.


En cuanto su cuerpo se tensó, Pedro apartó el dedo otra vez, lo que hizo ganarse un sonido desesperado de impaciencia y agitación. Él sonrió. Paula era tan receptiva. 


Tan inmensamente preciosa, y era toda suya.


Estaba enterrado en ella por completo, no había parte de su cuerpo que no estuviera tocando el suyo. Llevaba las marcas en ese precioso trasero, y aun así, ella seguía queriendo más. Era increíblemente perfecta.


Pedro empezó a moverse con más fuerza. Con más ritmo. El último esfuerzo para llegar a la meta.


En el momento en que sintió que los testículos se le contraían y el frenesí comenzó a tomar posesión de él, reanudó las caricias sobre su clítoris. La quería con él. 


Quería que ambos alcanzaran el éxtasis.


Con la otra mano que tenía libre agarró la cuerda que tenía atadas las muñecas de Paula a la espalda y tiró de ella con fuerza hacia sí para que sus acometidas fueran más profundas. Ella soltó un grito agudo, uno que lo preocupó por un momento porque temía haberle hecho daño. Pero se estaba moviendo en su dirección, desesperada por recibir más.


—Llega, Paula—le dijo con la voz ronca—. Córrete para mí, nena. Yo ya estoy ahí. Me corro.Joder.


Sus dedos no dejaron de acariciarle el clítoris ni siquiera cuando su propio orgasmo lo sacudió. La habitación a su alrededor se volvió borrosa. Cerró los ojos mientras se hundía en ella, mientras tiraba de ella hacia él para que recibiera sus exigentes acometidas con mayor profundidad.


El primer chorro de semen fue doloroso. Tenso. Abrumador. 


Pero aun así continuó moviéndose dentro de ella, bañándola con su semilla caliente hasta que goteó por su abertura y se derramó por el interior de su pierna.


La imagen hizo que su orgasmo se elevara a la séptima potencia. Ver la evidencia de su posesión sobre su cuerpo era sumamente satisfactorio. Nunca se había sentido tan satisfecho en su vida.


Su nombre salió de los labios de Paula con ronquedad. Todo el cuerpo se le tensó, enrolló los dedos de las manos hasta formar puños bajo su propia mano, que tenía agarrada la cuerda. Su cuerpo se sacudió y tembló y luego se deslizó por encima de la cama al perder la estabilidad que tenía en las rodillas. Él se fue con ella; apartó la mano de entre sus piernas y la apoyó en la cama para que ella no tuviera que soportar todo el peso de su cuerpo. Sin embargo, sí que dejó que sintiera parte de él. El sentirla debajo de él, el saber que su cuerpo cubría el suyo, lo golpeó en el pecho con fuerza. 


Le encantaba.


No había nada más satisfactorio que tenerla debajo de él y estar completamente enterrado en ella.


Cuando se dio cuenta de que su peso la molestaba y que a Paula le costaba respirar, Pedro se movió, lo que consiguió que ambos gimieran al comenzar a retirarse del interior de su ano.


Con cuidado, se retiró por completo y se sostuvo con las manos sobre las caderas de Paula antes de bajar la mirada hasta sus nalgas coloradas, hasta la dilatada abertura donde había estado apenas unos segundos antes, y hasta los trazos de semen sobre su piel.


—Inmensamente preciosa —murmuró—. No he visto nada más bonito en mi vida, nena.


Paula suspiró y parpadeó varias veces. Luego Pedro aflojó el nudo que mantenía sus dos muñecas juntas y se echó hacia delante para levantarla en brazos. La acurrucó contra su pecho al mismo tiempo que la llevaba hasta el cuarto de baño. La dejó sentada sobre la tapa del inodoro solamente el tiempo que le llevó abrir el grifo de la ducha y esperar a que el agua saliera caliente. Luego la metió en la ducha con él y le lavó cada centímetro de piel con sus suaves manos.


—¿Ha sido demasiado? —le preguntó en un murmullo mientras le acariciaba una mejilla con una mano.


Ella alzó la mirada hacia él, que aún estaba inundada de pasión, y sonrió. Le regaló una sonrisa tan preciosa y sobrecogedora que hizo querer poseerla otra vez.


—Nunca es demasiado —susurró—. Ha sido maravilloso, Pedro. Me ha encantado.


Él se inclinó para besarla mientras el chorro de agua caliente caía sobre ambos.


—Me alegra escuchar eso, dulzura, porque es algo que voy a querer volver a hacer sin lugar a dudas. Nunca voy a tener suficiente de ti.


Paula le rodeó el cuello con los brazos para abrazarlo al mismo tiempo que le devolvía el beso. Pedro levantó el brazo por detrás de ella para cerrar el grifo y luego la sacó de la ducha para envolverla en una toalla para que no cogiera frío.


Una vez ella estuvo seca, la envolvió en su bata y se la ató para que estuviera completamente cubierta.


—Es temprano todavía. ¿Quieres salir a cenar o prefieres que pidamos a domicilio y que comamos aquí?


Ella se paró a pensar un momento con las manos metidas en los bolsillos de la bata. La toalla que había usado para secarle el pelo aún estaba enrollada sobre su cabeza; no podía estar más guapa que ahora, vestida con su bata en el cuarto de baño y discutiendo los planes para la noche.


—Me gustaría comer en casa. Aquí, contigo, si te parece bien —dijo—. Esta es nuestra primera noche juntos. Bueno, no exactamente, pero es el primer día en el que has ido a trabajar y luego has vuelto a casa. Me gustaría pasarla a solas contigo.


Pedro sonrió, porque entendía lo que quería decir. Él tampoco tenía ningunas ganas de compartirla con el mundo todavía. Le parecía perfecto quedarse tras las puertas de su apartamento, prolongando lo inevitable hasta que ambos salieran del piso juntos.


Quería presentársela a Juan y a Vanesa. A Gabriel y a Melisa. Quería compartirla con sus amigos, y esperaba que todos se convirtieran en sus amigos también. Pero por ahora estaba más que contento con dejar que fueran únicamente ellos dos durante tanto tiempo como pudieran mantenerse alejados del mundo.


Se inclinó hacia delante para besarla lenta y suavemente.


—Suena perfecto. Pediré la cena y luego me puedes enseñar en lo que has estado trabajando hoy.