viernes, 5 de febrero de 2016
CAPITULO 21 (TERCERA PARTE)
Pedro casi se derritió ante la imagen de Paula, arrodillada y con la boca alrededor de su polla, tal como la había imaginado tantas veces desde aquella primera vez que la vio en el parque. Ahora era suya, y estaba en su apartamento.
En su vida.
Sabía que Paula le había dado un regalo muy valioso. No solo era el hecho de que le había ofrecido su confianza, sino que había puesto su corazón y su cuerpo en sus manos y él haría todo lo que hiciera falta para protegerlos a ambos.
Nunca infravaloraría ni daría por hecho lo que esta preciosa y valiente mujer le estaba regalando.
Le pasó las manos por el pelo y le agarró varios mechones mientras se impulsaba hacia delante para hundirse más adentro. Cada caricia que le daba le proporcionaba el placer más exquisito que hubiera experimentado nunca.
Pedro había tenido a muchas mujeres. Había sido honesto con Paula en ese tema. Pero ella era diferente. Y no podía siquiera decir el porqué. Había algo en ella que le hablaba en un nivel completamente diferente. Le hacía pensar en estabilidad cuando eso nunca había sido un problema en
sus relaciones pasadas. Aunque también es cierto que, el que tanto él como Juan se tiraran a las mismas mujeres difícilmente podía clasificarse como relaciones en todo el sentido de la palabra.
Habían pasado años desde la última vez que había estado a solas con una mujer, y ahora esa idea le parecía atractiva. Paula le atraía.
Estaba de rodillas frente a él, totalmente sumisa, y no solo sumisa, sino que quería las mismas cosas que él. Disfrutaba las mismas perversiones que él. No había una mujer más perfecta para él, de eso estaba seguro.
Se hundió bien dentro de su boca, sacudiéndose en la parte posterior de su garganta antes de volver a deslizarse fuera de ella y de disfrutar de la caricia de su lengua en la sensible parte inferior de su miembro. Luego se apartó y la observó al mismo tiempo que sus ojos, esos pozos aguamarina cegados por el deseo, se encontraban con los suyos.
Sin decir ni una palabra, Pedro extendió la mano hacia abajo para coger la de ella y la ayudó a ponerla de pie. En cuanto se hubo puesto de pie,Pedro la estrechó entre sus brazos y la pegó contra su pecho. La besó casi olvidándose de tener cuidado en la urgencia por poseer su boca. Aún se le veían
los moratones en la cara, y su boca seguía estando sensible, pero ni siquiera eso le había impedido tomar posesión de su boca por muy delicado que hubiera sido.
—Vayamos al dormitorio —dijo con brusquedad—. He estado duro en tu boca, pero ahora me voy a centrar en otras partes de tu delicioso cuerpo.
Los ojos de Paula se encendieron de calor y excitación. Le había pedido perversiones, y él se las iba a dar. Sus manos se morían por enrojecerle el trasero, por ver sus marcas de posesión sobre su cuerpo. Era una urgencia primitiva que lo superó. Quería poseerla, que no hubiera duda alguna de a
quién pertenecía.
Pero al mismo tiempo que la guiaba hasta el dormitorio, se percató de que no quería solamente poseer su cuerpo.
Quería su corazón también. Y aunque fuera a hacer suyo su cuerpo en cuestión de minutos —tal y como ya lo había hecho una vez— le llevaría mucho más tiempo y esfuerzo hacerse con esas partes de ella que Paula apreciaba más.
Su corazón, su mente y su alma.
Pedro lo quería todo. No se conformaría con menos.
Ahora solo tenía que convencerla.
—Súbete a la cama. Tiéndete boca abajo y llévate las manos a la espalda. Vendré en cuanto lo prepare todo.
A ella se le fue el aliento y el color rojo cubrió sus mejillas.
Pedro pudo ver cómo su respiración se empezó a acelerar y la excitación se reflejaba en su mirada. Le soltó la mano y rompió el contacto que tenía con él, luego se acercó a la cama y se colocó tal como le había indicado.
Él cogió todo lo que necesitaba de su armario: una correa de cuero, que estaba seguro que le provocaría a ella —y a sí mismo— mucho placer, y una cuerda.
Soltó la cuerda en la cama y luego puso una rodilla entre sus dos muslos separados. Le agarró las dos muñecas con una mano y comenzó a enrollar la cuerda aterciopelada a su alrededor para dejarlas atadas.
Paula jadeó con suavidad; Pedro podía sentir la tensión que desprendía su cuerpo.
Cuando ató bien las muñecas, retrocedió.
—De rodillas —le dijo con firmeza y añadiendo un deje de exigencia en el tono de voz—. Pon el culo en pompa y apoya la mejilla en el colchón.
Paula luchó por alzarse, pero al ver que era demasiado, Pedro le pasó una mano por debajo y la colocó bien abierta sobre su vientre. Tiró de ella hacia arriba hasta que las rodillas tuvieron estabilidad en el colchón y el rostro estuviera pegado contra la cama.
Satisfecho con su posición, Pedro volvió a retroceder para coger la correa de cuero.
—¿Has hecho esto alguna vez antes, Paula? No quiero que sea demasiado. Me tienes que decir lo que puedes aguantar.
—Sí —susurró ella—. Y puedo aguantar mucho, Pedro. No te contengas. Lo… lo necesito. Lo quiero.
Pedro se inclinó hacia delante y la cubrió con el cuerpo.
—Si ves que es demasiado, en cualquier momento, dime «para», ¿lo entiendes? Todo acaba con esa palabra, cariño.
Un estremecimiento le recorrió a Paula todo el cuerpo. Le gustaban las palabras y los nombres cariñosos. Y a él le gustaba su reacción cada vez que los usaba.
Luego retrocedió una vez más y le pasó una mano con suavidad por encima del trasero en pompa.
—Doce —dijo—. Doce marcas llevarás en la piel. Cuando esté seguro de que estamos en el mismo punto, entonces subiré el número. Pero por ahora, con una docena está bien.
Ella asintió con los ojos cerrados y los labios apretados debido a la excitación. Pedro no la hizo esperar más.
La primera vez que el cuero hizo contacto contra la piel, el azote sonó estridente en contraste con el silencio de la habitación. Ella dio un pequeño salto y el color rojo inmediatamente comenzó a brillar sobre las nalgas. A continuación un ligero gemido se escapó de los labios, que lo intoxicó a él.
De nuevo volvió a golpearle con destreza, esta vez en la otra nalga. El rojo resplandeció y coloreó la piel; el contraste entre la piel intacta y mucho más pálida y las zonas donde el cuero la había besado era precioso y sorprendente.
Paula se retorció mientras él le daba el tercero, cuarto y quinto azote. Cuando llegó al noveno, ella le suplicaba calladamente. Más. Con más fuerza.
—Los últimos tres, Paula. Estos serán más fuertes, y luego voy a follarme tu dulce culito. ¿Crees que podrás aguantar?
—Pedro.
Su nombre salió como un gemido. Una petición desesperada. Sí, estaban ambos en el mismo punto. O incluso más, si cabe. Pedro se estaba conteniendo, y ella no quería eso.
Se permitió administrar algo más de fuerza en el décimo azote y la observó atentamente para ver cómo soportaba el dolor. Estaba ahí, al principio. Pero con la misma rapidez que el dolor había aparecido, ella lo convirtió, lo alejó y se dejó abrazar por el placer.
Sus ojos, abiertos ahora, estaban brillantes y fantasiosos, como si se hubiera escapado a otro mundo completamente diferente.
Pedro no estaba acostumbrado a controlar sus movimientos, a contenerse. Ya se había contenido con Vanesa aquella primera noche en la que tanto él como Juan se acostaron con ella porque Juan no le había dejado hacer otra cosa. Pero Paula era importante. Diferente. Quería cuidarla. Ser suave y paciente aunque ella se hubiera mostrado impaciente con esas reservas. Había más que tiempo suficiente para dárselo todo. Pero por ahora quería asegurarse de que lo acompañaba en todo momento, de que no cruzaba la línea y le causaba más dolor que placer.
Le dio el undécimo y luego se paró por un momento para saborear el último, la quería al límite y con necesidad de sentir su mano sobre el trasero. Paula se retorció sin parar, arqueando la espalda. Pedro no sabía siquiera si ella era consciente de la forma con la que su cuerpo suplicaba para recibir más.
—Doce, Paula. Aguanta el último. Dámelo. Dame todo lo que tengas.
Bajó la correa con mucha más fuerza que las veces anteriores y teniendo cuidado de no golpearla en los mismos sitios que antes. El chasquido sonó y el aullido que soltó Paula se transformó en un gemido, un suspiro de placer suave y agradable que le puso los pelos de punta y se le clavó bajo la piel. Tenía la polla tan dura y rígida que hasta dolía. Quería estar en el interior de su cuerpo, bien dentro de su trasero. Una parte de ella que no había poseído todavía, el último obstáculo que tenía antes de poder decir que poseía su cuerpo por completo.
Soltó la correa, impaciente por estar dentro de ella, pero se contuvo y se obligó a tomar las medidas adecuadas para asegurarse de que ella podía acogerlo sin sufrir ningún dolor.
Se tomó su tiempo aplicándole el lubricante, abriéndole el ano con un dedo y luego dos para poder esparcir el gel de dentro a fuera. Inmediatamente después se echó más en la mano y se lo restregó a lo largo de toda su erección.
Un gemido se escapó de su garganta. Su miembro odiaba su mano, no era lo que quería. Su pene quería estar dentro de ella.
Se impulsó hacia delante abriéndole las rosadas nalgas con las palmas de las manos para que su ano quedara a la vista.
Luego se rodeó la erección con una de las manos desde la base y la guio hasta entrar en contacto con su abertura.
Paula representaba una imagen de lo más erótica ahí arrodillada, con el trasero en pompa y las manos atadas en la espalda. Totalmente incapaz de hacer nada más que recibir todo lo que él le quisiera dar.
Insertó la cabeza de su miembro en la estrecha abertura y comenzó a mover las caderas hacia delante, tomándose su tiempo y haciendo uso de toda la paciencia que no sabía que tenía.
Paula gimió cuando Pedro empezó a introducirse en su interior, estirando el estrecho anillo que era su ano con el gran grosor de su polla.
—No luches contra ello, nena. Muévete hacia mí y déjame entrar —la tranquilizó—. Te vas a sentir muy bien una vez esté dentro de ti.
Le pasó un brazo por debajo del cuerpo, rodeándole la cintura, y colocó la mano bien abierta justo sobre el vientre.
Luego llevó los dedos más abajo hasta hundirlos entre los rizos empapados de su pubis para encontrar el clítoris. En cuanto su dedo rozó el botón erecto, ella se sacudió a modo de respuesta y él aprovechó esa ola de placer para embestirla con fuerza.
Paula jadeó cuando su cuerpo se abrió y se rindió a su invasión. Pedro cerró los ojos y respiró con brusquedad por la nariz mientras aguantaba el orgasmo. Dios, estaba tan tensa alrededor de su miembro que parecía que lo tenía agarrado con un puño. Y aún estaba a medio camino.
Le acarició una vez más el clítoris, ejerciendo la justa cantidad de presión, y cuando ella comenzó a moverse hacia él, Pedro utilizó su fuerza para introducirse todo entero, hasta los testículos. Paula lo absorbió y se lo tragó entero. Los muslos de él descansaban contra el trasero mientras respiraba con dificultad e intentaba recuperar el aliento.
—Estoy cerca —susurró ella con desesperación—. No puedo contenerlo, Pedro. Oh, Dios.
Pedro apartó el dedo solo durante un momento para esperar a que ella recuperara el control. No quería que se corriera todavía. Haría la penetración demasiado dolorosa. Tenía que estar en el mismo punto que él todo el tiempo. En el momento en que llegara al orgasmo toda esa tensión contenida se perdería y le haría daño.
—No hasta que yo lo haga —le ordenó saliendo un poco de su interior para poder embestirla de nuevo—. Y yo aún no estoy listo, nena. Me siento tan bien dentro de ti… Voy a disfrutar de este dulce culito un poquito más antes de correrme en tu interior.
Ella gimió de nuevo mientras su ano se contraía con fuerza alrededor de su polla.
Se retiró y volvió a hundirse en ella con cuidado de no tocarle el clítoris con los dedos. Luego la tocó para comprobar lo cerca que estaba de llegar.
En cuanto su cuerpo se tensó, Pedro apartó el dedo otra vez, lo que hizo ganarse un sonido desesperado de impaciencia y agitación. Él sonrió. Paula era tan receptiva.
Tan inmensamente preciosa, y era toda suya.
Estaba enterrado en ella por completo, no había parte de su cuerpo que no estuviera tocando el suyo. Llevaba las marcas en ese precioso trasero, y aun así, ella seguía queriendo más. Era increíblemente perfecta.
Pedro empezó a moverse con más fuerza. Con más ritmo. El último esfuerzo para llegar a la meta.
En el momento en que sintió que los testículos se le contraían y el frenesí comenzó a tomar posesión de él, reanudó las caricias sobre su clítoris. La quería con él.
Quería que ambos alcanzaran el éxtasis.
Con la otra mano que tenía libre agarró la cuerda que tenía atadas las muñecas de Paula a la espalda y tiró de ella con fuerza hacia sí para que sus acometidas fueran más profundas. Ella soltó un grito agudo, uno que lo preocupó por un momento porque temía haberle hecho daño. Pero se estaba moviendo en su dirección, desesperada por recibir más.
—Llega, Paula—le dijo con la voz ronca—. Córrete para mí, nena. Yo ya estoy ahí. Me corro.Joder.
Sus dedos no dejaron de acariciarle el clítoris ni siquiera cuando su propio orgasmo lo sacudió. La habitación a su alrededor se volvió borrosa. Cerró los ojos mientras se hundía en ella, mientras tiraba de ella hacia él para que recibiera sus exigentes acometidas con mayor profundidad.
El primer chorro de semen fue doloroso. Tenso. Abrumador.
Pero aun así continuó moviéndose dentro de ella, bañándola con su semilla caliente hasta que goteó por su abertura y se derramó por el interior de su pierna.
La imagen hizo que su orgasmo se elevara a la séptima potencia. Ver la evidencia de su posesión sobre su cuerpo era sumamente satisfactorio. Nunca se había sentido tan satisfecho en su vida.
Su nombre salió de los labios de Paula con ronquedad. Todo el cuerpo se le tensó, enrolló los dedos de las manos hasta formar puños bajo su propia mano, que tenía agarrada la cuerda. Su cuerpo se sacudió y tembló y luego se deslizó por encima de la cama al perder la estabilidad que tenía en las rodillas. Él se fue con ella; apartó la mano de entre sus piernas y la apoyó en la cama para que ella no tuviera que soportar todo el peso de su cuerpo. Sin embargo, sí que dejó que sintiera parte de él. El sentirla debajo de él, el saber que su cuerpo cubría el suyo, lo golpeó en el pecho con fuerza.
Le encantaba.
No había nada más satisfactorio que tenerla debajo de él y estar completamente enterrado en ella.
Cuando se dio cuenta de que su peso la molestaba y que a Paula le costaba respirar, Pedro se movió, lo que consiguió que ambos gimieran al comenzar a retirarse del interior de su ano.
Con cuidado, se retiró por completo y se sostuvo con las manos sobre las caderas de Paula antes de bajar la mirada hasta sus nalgas coloradas, hasta la dilatada abertura donde había estado apenas unos segundos antes, y hasta los trazos de semen sobre su piel.
—Inmensamente preciosa —murmuró—. No he visto nada más bonito en mi vida, nena.
Paula suspiró y parpadeó varias veces. Luego Pedro aflojó el nudo que mantenía sus dos muñecas juntas y se echó hacia delante para levantarla en brazos. La acurrucó contra su pecho al mismo tiempo que la llevaba hasta el cuarto de baño. La dejó sentada sobre la tapa del inodoro solamente el tiempo que le llevó abrir el grifo de la ducha y esperar a que el agua saliera caliente. Luego la metió en la ducha con él y le lavó cada centímetro de piel con sus suaves manos.
—¿Ha sido demasiado? —le preguntó en un murmullo mientras le acariciaba una mejilla con una mano.
Ella alzó la mirada hacia él, que aún estaba inundada de pasión, y sonrió. Le regaló una sonrisa tan preciosa y sobrecogedora que hizo querer poseerla otra vez.
—Nunca es demasiado —susurró—. Ha sido maravilloso, Pedro. Me ha encantado.
Él se inclinó para besarla mientras el chorro de agua caliente caía sobre ambos.
—Me alegra escuchar eso, dulzura, porque es algo que voy a querer volver a hacer sin lugar a dudas. Nunca voy a tener suficiente de ti.
Paula le rodeó el cuello con los brazos para abrazarlo al mismo tiempo que le devolvía el beso. Pedro levantó el brazo por detrás de ella para cerrar el grifo y luego la sacó de la ducha para envolverla en una toalla para que no cogiera frío.
Una vez ella estuvo seca, la envolvió en su bata y se la ató para que estuviera completamente cubierta.
—Es temprano todavía. ¿Quieres salir a cenar o prefieres que pidamos a domicilio y que comamos aquí?
Ella se paró a pensar un momento con las manos metidas en los bolsillos de la bata. La toalla que había usado para secarle el pelo aún estaba enrollada sobre su cabeza; no podía estar más guapa que ahora, vestida con su bata en el cuarto de baño y discutiendo los planes para la noche.
—Me gustaría comer en casa. Aquí, contigo, si te parece bien —dijo—. Esta es nuestra primera noche juntos. Bueno, no exactamente, pero es el primer día en el que has ido a trabajar y luego has vuelto a casa. Me gustaría pasarla a solas contigo.
Pedro sonrió, porque entendía lo que quería decir. Él tampoco tenía ningunas ganas de compartirla con el mundo todavía. Le parecía perfecto quedarse tras las puertas de su apartamento, prolongando lo inevitable hasta que ambos salieran del piso juntos.
Quería presentársela a Juan y a Vanesa. A Gabriel y a Melisa. Quería compartirla con sus amigos, y esperaba que todos se convirtieran en sus amigos también. Pero por ahora estaba más que contento con dejar que fueran únicamente ellos dos durante tanto tiempo como pudieran mantenerse alejados del mundo.
Se inclinó hacia delante para besarla lenta y suavemente.
—Suena perfecto. Pediré la cena y luego me puedes enseñar en lo que has estado trabajando hoy.
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