viernes, 5 de febrero de 2016

CAPITULO 22 (TERCERA PARTE)





Pedro tocó con el dedo la gargantilla que había mandado hacer para Paula mientras esperaba que Juan apareciera en la oficina. Había sabido exactamente lo que quería para Paula, pero encontrar a alguien que pudiera diseñarlo en cuestión de días había sido más complicado. Pero averiguó que, como todo en la vida, si tenías suficiente dinero nada era imposible.


Había elegido el bronce porque le encantaba el contraste entre el metal dorado y la pálida piel de Paula y además combinaba con los reflejos dorados de su pelo. Sin embargo, en las piedras sí que había insistido en que combinara con sus ojos. Varias aguamarinas, que rara vez se encontraban en el mercado, estaban incrustadas en el metal, creando una deslumbrante gargantilla adornada con piedras preciosas que se vería impresionante contra su piel y le haría una perfecta compañía a sus preciosos ojos.


Podría haber elegido el topacio azul, pero no era tan raro ni tan caro, y él quería solo lo mejor para Paula. Unos diamantes más pequeños bordeaban toda la gargantilla, y entre las aguamarinas había esmeraldas más pequeñas solo para proporcionarle una diversidad de colores más amplia.


Lo había querido vibrante. Algo que reflejara su personalidad, no una simple pieza de joyería sin color y elegida sin haber tenido en mente a la persona que lo iba a recibir.


El resultado, tenía que admitirlo, era demoledor. Sabía que le iba a encantar aunque no lo hubiera visto todavía.


Y el momento era perfecto, porque no había sentido que fuera muy correcto dar este paso con Paula hasta que la situación con Martin no se hubiera solucionado por completo. 


Esta noche se haría cargo de eso y entonces Pedro podría centrarse única y exclusivamente en Paula. Martin no volvería a ser una amenaza para ella.


Durante toda la semana, Pedro había insistido en que Paula se quedara en el apartamento. No había querido que saliera, y la única vez que lo hizo para ir a la galería y llevarle más cuadros al señor Downing, mandó a su chófer con ella e incluso la acompañó dentro. Pedro no había querido arriesgarse a que Martin estuviera mintiendo y esperando a ir a por ella o a que montara alguna escenita en público, algo que Pedro sabía que horrorizaría y avergonzaría a Paula.


No le había explicado a Paula por qué había insistido tanto en sus expectativas, o por qué le había garantizado que a la semana siguiente tendría más libertad para hacer lo que quisiera. No podía decirle que primero tenía que hacerse cargo del gilipollas que le había puesto las manos encima. 


Nada de lo que tenía planeado salpicaría a Paula, se aseguraría bien de eso. Y Martin no la volvería a tocar
tampoco nunca más.


Un sonido en la puerta le hizo alzar la mirada para ver a Juan adentrarse en el despacho. La expresión de su amigo era seria y estaba llena de preocupación, Pedro ya le había dicho por qué necesitaba verlo.


—Lo tengo todo listo para esta noche —dijo Juan en silencio.


—Vanesa no está involucrada, ¿verdad? —preguntó Pedro


Había sido muy claro. Aunque Juan estuviera metido en el asunto, al menos proporcionándole una coartada, no había querido que Vanesa formara parte del tema ni tuviera que mentir por él. Tal y como nada de esto salpicaría nunca a Paula, tampoco quería que Vanesa se viera involucrada. Ya había tenido una vida lo bastante dura como para que Pedro fuera a echarle ahora más mierda encima.


Juan asintió.


—Le dije, tal y como tú le has dicho a Paula, que tenemos una reunión importante en la oficina. He programado la videoconferencia con los inversores. Estarás aquí al comienzo para que puedan verte bien. Te levantarás unos pocos minutos después y te disculparás para ir al servicio. Pondrás la llamada en silencio durante un momento, y entonces es cuando se pone la cosa más complicada, porque tendrás que seguir con la reunión mientras estés de camino. Si pongo el monitor en el ángulo adecuado, puedo
hacer que la cámara se centre principalmente en mí y que tu tipo entre y se siente por detrás. Tu chaqueta estará ahí, el tío también, pero serás tú el que esté en la llamada. Asegúrate de que te escuchan con frecuencia. He programado que los monitores de seguridad se «caigan» antes de que te vayas, así que ninguna cámara te grabará cuando te vayas. Tengo una identificación extra que puedes
usar para salir, así que de acuerdo con el sistema tú aún seguirás aquí, conmigo, y si es necesario yo usaré tu identificación al salir cuando me vaya. Puedo hacer que dure la llamada solo por un corto período de tiempo, así que una vez que tengas la llamada en silencio para hacerte cargo de la situación, hazlo rápido y luego vuelve para que parezca que has estado aquí todo el tiempo. Sería mejor si volvieras directamente aquí para que ambos podamos irnos juntos una vez que las cámaras vuelvan a funcionar otra vez.


Pedro asintió.


—Gracias, tío. Significa mucho para mí. Y para que lo sepas, si esto sale mal, tú estás limpio. No dejaré que esto te salpique.


—Entonces asegúrate de que salga bien —replicó Juan con sequedad—. Aún sigo pensando que deberías hacer que otra persona se encargue de esto. Estás poniendo en peligro muchas cosas al hacerlo tú mismo.


Pedro juntó los labios con fuerza.


—Quiero que le quede claro, y la mejor forma de hacerlo es que yo mismo le entregue el mensaje. Quiero que el cabrón se acojone. Quiero que sepa que lo tengo cogido por los huevos, y tras pegarle la paliza del siglo, quiero que sepa que puedo arruinarlo muy fácilmente como se vuelva a pasar de la raya otra vez.


Juan sonrió con arrepentimiento.


—Tengo que admitir que tienes razón. Y también tengo que admitir que si algún gilipollas se metiera con Vanesa, yo también le daría la paliza del siglo yo mismo y no confiaría en otros para que me hicieran el trabajo sucio.


—Me entiendes, entonces.


Juan asintió.


—Sí, te entiendo. No tiene por qué gustarme, pero lo entiendo. Estoy preocupado, Pedro. No quiero que todo esto te caiga encima. No cuando has encontrado a…


Se paró y Pedro lo atravesó con una mirada.


—Cuando he encontrado, ¿qué?


Juan mostró una sonrisa torcida al mismo tiempo que miraba fijamente a su amigo.


—Tu punto débil.


Pedro no hizo ningún movimiento. ¿Eso era Paula? Sí, lo veía. Les había dado la lata a Gabriel y a Juan por haber perdido la cabeza por una mujer e ir en contra de su lema de juega duro y vive libre, pero ahora que era él el que se encontraba en una situación similar, no pudo poner ninguna objeción.


Un sentimiento de paz se apoderó de él.


—Has estado mucho más calmado y relajado últimamente —dijo Juan—. Me gusta eso para ti, tío. Después de lo de Vanesa… —Hizo una pausa de nuevo con un suspiro, casi como si odiara sacar el tema después de haber jurado que nunca más volverían a pensar en ello—. Después de lo de Vanesa, estaba preocupado. Por ti y por mí. Odié lo que pasó aunque no me arrepiento de ello. No sé si suena
siquiera coherente. No me gustó lo que eso nos hizo a ambos y no me gustó lo cabronazo que fui contigo y con Vanesa tras esa noche. Pero tampoco me arrepiento de la decisión que hice de no compartirla contigo.


—Yo tampoco me arrepiento de eso —dijo Pedro con una sonrisa—. Me parece bien, Juan. Tienes que dejar de obsesionarte con ello. Estamos bien. Dejaste de ser un capullo. Vanesa te hace feliz. Ahora yo tengo a Paula, y ella me hace feliz.


—Me alegro por ti, tío.


—Sí, lo sé.


—¿No has sabido nada de tu familia? ¿Cómo van las cosas con Belen?


Pedro suspiró.



—Nada esta semana, y eso me tiene nervioso, porque no es muy normal en ellos darse por vencidos y quedarse sentaditos. Belen está feliz con su trabajo. No ha hecho mucho más que ir a trabajar y volver a casa, pero poco a poco. Quiero que conozca a Melisa y a Paula y que salga con las amigas de Mia. Le vendrán bien. Paula es más de la edad de Belen, así que a lo mejor las dos congenian bien.


—Pareces estar totalmente domesticado con toda esa cantidad de quedadas de chicas que estás intentando organizar —bromeó Juan.


—Que te jodan, tío.


La expresión de Juan se volvió más seria.


—¿Así que no has tenido noticias de la Bruja Mala del Este? ¿Está calladita? ¿Y el viejo? No me puedo creer que no tuviera nada que decir de la deserción de Belen. No cuando valora tanto los vínculos familiares sin importar lo falsos que sean.


Pedro suspiró.


—Sí. Nada esta semana. Pero no creo que vaya a durar mucho más.


—Bueno, cuando vuelvan a atacar, espero que me lo digas. No voy a dejar que te metas en ese nido de víboras sin refuerzos.


Pedro se rio entre dientes.


—Haces que suene como una operación policial.


—Bueno, pasar una noche con tu familia se le acerca bastante.


Pedro bajó la mirada hasta su reloj.


—¿Quieres pillarte algo para comer antes de la videoconferencia? Quiero llamar para ver cómo está Paula. Necesito asegurarme de que todo va bien y recordarle que voy a llegar tarde.


—Sí, ¿quieres que vayamos al Grill otra vez?


Pedro asintió.


—Gracias de nuevo, Juan. Sé que no te lo digo lo suficiente, pero tú y Gabriel siempre me cubrís las espaldas… no tengo palabras.


Juan sonrió.


—Pasada esta noche, ¿qué tal si sacas a tu mujer de la cueva y la dejas mezclarse con el resto de los mortales?


Pedro se rio.


—Sí, lo sé, me la he quedado para mí esta semana. Ha sido genial. Pero sí, quiero que os conozca a ti y a Vanesa. Gabriel y Melisa vuelven el domingo. Estaría bien quedar con ellos también.


—¿Te habrías creído hace un año si alguien nos hubiera dicho que los tres estaríamos ahora tan comprometidos con nuestras mujeres? ¿Gabriel casado, yo comprometido y tú loco por una mujer que apenas acabas de conocer?


Pedro lo fulminó con la mirada.


—Y tú eres el más indicado para hablar de volverse loco por una mujer que apenas acabas de conocer.


La sonrisa de Juan era impenitente.


—Solo hace falta una mirada, tío. Cuando es la adecuada, lo sientes. Yo nunca habría pensado que me fuera a enamorar, pero luego vi a Vanesa y simplemente lo supe.


—Sí, te entiendo. Yo no lo creía mucho al principio, pero luego conocí a Paula y algo hizo clic en mi cabeza. Ni siquiera puedo explicarlo.


—No tienes que hacerlo. Lo entiendo —comentó Juan mientras salían del despacho de Pedro. Se paró justo en la puerta y se giró hacia Pedro con la mirada seria—. Pero acuérdate de esto, tío. Y es más relevante y cierto de lo que te puedas imaginar. Ponme a mí como ejemplo, porque yo hice todo lo que pude por fastidiarlo. Enamorarse es lo fácil. Todo lo que pase después es lo complicado y lo que
conlleva un trabajo diario.


—Dios, te has convertido en un sensibloide profundo —dijo Pedro con disgusto.


Juan le sacó el dedo corazón.


—De acuerdo, no quieras escuchar mis consejos, pero no me vengas llorando después cuando la cagues.


—Sí, lo que tú digas —gruñó Pedro.


—¿Quieres caminar o prefieres coger el coche?


—Caminar —respondió—. Llamaré a Paula por el camino.





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