viernes, 8 de enero de 2016
CAPITULO 23 (PRIMERA PARTE)
Como era de esperar, el lugar donde iban a ir de copas era Rick's, en Midtown, un club de striptease bastante popular del que Pedro, Alejandro y Juan eran clientes habituales.
Juan y Alejandro ya estaban allí flirteando descaradamente con dos camareras cuando Pedro entró en la sala vip. Las miradas de las chicas se dirigieron inmediatamente a Pedro con el interés reflejado en sus ojos.
Él las despachó con una mirada tras pedir con tono lacónico su bebida, y ellas salieron de la suite como alma que lleva el diablo.
—¿Un mal día? —le preguntó Alejandro cuando Pedro se sentó.
Se quería reír. «Mal día». no empezaba siquiera a describirlo. Era uno de esos días para dejar apuntado en un libro de récords. No se lo pensó dos veces y lo compartió con ellos. Juan y Alejandro eran las únicas personas en las que confiaba para cualquier cosa personal.
Pedro hizo una mueca.
—Mi padre vino a la oficina hoy para comer conmigo.
—Mierda —murmuró Juan—. Lo siento, tío. Sé que es una putada. Y a todo esto, ¿cómo lo está llevando tu madre?
—Cené con ella el fin de semana. La tuve que arrastrar hasta la ciudad. Incluso pensé en convencerla para que vendiera la casa y se mudara a un apartamento en el centro, pero supongo que eso ahora ya no es posible.
Alejandro alzó una ceja.
—¿Por qué?
Pedro suspiró.
—Mi padre ha decidido que la ha cagado y que quiere recuperar a mi madre. Esa fue la razón por la que quería comer conmigo hoy.
—Joder —dijo Alejandro.
Juan gruñó.
—¡Qué narices! Se ha tirado a todas las cazafortunas de Manhattan. ¿En qué estaba pensando?
—Según él, no se ha acostado con ninguna de ellas y no significaron nada para él.
Alejandro puso los ojos en blanco.
—Guau. Esa es la excusa más cutre de la historia.
—Dímelo a mí.
—Dios, tu día sí que ha sido una mierda —murmuró Juan—. Primero tu padre y luego Lisa.
—Sí. Mi madre ha estado acribillándome por teléfono para criticar a todas las mujeres con las que han visto a mi padre. Y ahora me acribillará con su última ida de olla.
—¿Tú quieres que vuelvan? —le preguntó Alejandro con curiosidad.
—Nunca quise que estuvieran separados —contestó Pedro con un tono serio—. No tengo ni idea de
qué diablos le pasó a mi padre por la cabeza. Suena a una gilipollez muy grande cuando intenta explicarlo. No creo que ni él sepa lo que pasó. Así que, sí, me gustaría volver a verlos juntos, pero quiero que sean felices, y, si mi padre va a salir de nuevo con esas paranoias, prefiero que lo dejen ya.No quiero que mi madre pase por esa situación otra vez.
—Sí, te comprendo —dijo Juan.
—Y hablando de reconciliaciones —dijo Alejandro de forma casual—. ¿Qué narices estaba haciendo Lisa en tu oficina?
La mandíbula de Pedro se tensó y sus dientes rechinaron.
Lo último que Pedro quería era hablar de Lisa, pero también sabía que sus amigos tendrían curiosidad. Estuvieron apoyándole cuando Lisa lo dejó.
Se quedaron a su lado cuando ella empezó a sacar mierda, y era normal que se preocuparan cuando ella había vuelto a aparecer.
—¿Echaste a la loca esa y le dijiste que se fuera a la mierda? —le preguntó Juan con el ceño fruncido.
Pedro rio entre dientes, animándose. Siempre podría contar con Juan y Alejandro para ir directos al grano y sin pelos en la lengua.
—Le dejé claro que tenía cero interés en remover de nuevo el pasado.
—Quiere dinero —dijo Juan con seriedad —. Hice unas cuantas llamadas. Ya se ha gastado casi todo lo que le pagaste en el divorcio y la pensión alimenticia que le estás pagando apenas la mantiene a flote.
Pedro arqueó una ceja.
—¿La has investigado?
—Joder, sí. No voy a dejar que te la juegue de nuevo como hizo la última vez —soltó Juan con mordacidad—. Aún está viviendo como si estuviera casada contigo. No ha bajado el ritmo de vida. Es una maldita zorra derrochadora.
Pedro sonrió.
—No te preocupes por eso. No voy a tropezar de nuevo con la misma piedra.
—Eso es bueno —dijo Alejandro con un alivio evidente en la voz.
Pedro entrecerró los ojos. ¿Habían tenido alguna duda?
Entonces se dio cuenta de que tanto Juan como
Alejandro estaban preocupados.
—Puedo lidiar con Lisa —dijo Pedro como si nada—. Es una zorra manipuladora y avariciosa. Lección aprendida.
Juan y Alejandro asintieron para mostrar su conformidad.
Las camareras volvieron con las bebidas y se pasaron varios minutos flirteando con ellos. Dejaron a Pedro en paz, era evidente que habían captado que no estaba de humor para juegos. No tenía ningún interés en esas chicas cuando sabía que Paula estaba esperándolo en su cama.
Con la bebida en la mano, Juan se dirigió hacia Pedro cuando las camareras desaparecieron.
—¿Y cómo están yendo las cosas con Paula?
Pedro de repente se puso en alerta. Ya había tenido un enfrentamiento con Juan por ese asunto, y él no quería que fuera un problema entre ambos. Antes de que pudiera decir nada, Juan continuó.
—Sé que te la lié por el tema, y, sí, probablemente sobreactué. Pero es que me pilló con la guardia baja. No me gustaba que Paula estuviera trabajando en esa maldita confitería, pero me figuré que solamente necesitaba tiempo para averiguar qué es lo que quería hacer en la vida. Trabajó duro en la universidad. Probablemente solo necesita un descanso para aclarar sus ideas, y la verdad es que no tengo ninguna prisa en que lo haga. Me tiene a mí. Le proporcionaré todo lo que necesite y no quiero que se
sienta presionada.
Una enorme oleada de culpa atravesó a Pedro y se le instaló directamente en las entrañas. Él había presionado a Paula, no cabía ninguna duda. Y tampoco es que se arrepintiera, sería un gran mentiroso si dijera lo contrario.
Pero aun así…
—Le está yendo genial, Juan —dijo Pedro con un tono casual—. Es inteligente y está motivada. Ya se ha hecho con el trabajo. Trabaja hasta hartarse y tiene la cabeza en su sitio. Impresionó a los inversores en el cóctel al que vino conmigo. Parece que a todo el mundo en el trabajo le gusta y han respondido bien a su presencia. Estoy seguro de que muchos se imaginarán que ha conseguido el trabajo por ser quien es, pero ella ya ha demostrado que se merece estar ahí.
—Bueno, ¿y a quién no podría gustarle? —intercedió Alejandro—. Es dulce y amable. No hay ni un solo hueso de maldad en el cuerpo de esa muchacha.
—Si alguien dice algo de ella quiero saberlo —soltó Juan, mordaz.
Pedro levantó una mano.
—Lo tengo controlado. Y si lo piensas, es muchísimo mejor que no esté trabajando para ti. De esta manera puede demostrar que se merece el trabajo porque no está trabajando para su hermano mayor. No voy a ser duro con ella pero sí que espero que haga su trabajo. Tú la mimarías y la consentirías hasta más no poder.
Alejandro se echó a reír.
—Ahí te ha cogido por los huevos, tío. Paula podría haberse partido una uña y ya la estarías enviando a casa.
Juan sonrió.
—De acuerdo, está bien, ambos tenéis razón —entonces se puso más serio—. Solo quiero lo mejor para ella. Quiero que sea feliz, ella es todo lo que tengo.
Tanto Pedro como Alejandro asintieron.
—Me ha quedado claro —dijo Pedro—. Si yo estuviera en tu posición, me sentiría igual. Pero anímate. Deja que ella eche a volar un poquito. Creo que te sorprendería saber lo mucho que puede hacer sin que estés detrás de ella.
Entonces, en un intento de desviar la conversación a un tema diferente al de Paula para no verse en una posición tan incómoda, miró a Juan y a Alejandro con una media sonrisa.
—¿Y no me vais a contar lo de la morena, o qué?
Alejandro gimió y Juan simplemente pareció enfadarse.
Pedro alzó el entrecejo.
—¿Tan mal fue?
—Estaba loca —murmuró Alejandro—. Quedarnos con ella durante unos días no ha sido una de nuestras mejores decisiones. Dios, hasta ella tendría que haber sabido que era temporal. Muy temporal.
Juan se quedó en silencio con el rostro serio.
—Digamos que no se lo tomó muy bien y, claramente, no pilló el mensaje. Nos acribilló a llamadas durante varios días.
Pedro frunció el ceño.
—¿Le disteis vuestros números de teléfono? ¿Estáis locos o qué?
—Joder, no —explotó Juan, hablando por primera vez—. Llamaba a la oficina. Repetidamente. La tuve que amenazar con denunciarla por acoso antes de que por fin nos dejara en paz.
Pedro se rio.
—Vosotros dos sabéis elegirlas bien.
—Estaba loca —murmuró Alejandro de nuevo—. No se lo pudimos haber dejado más claro.
Pedro se encogió de hombros.
—Sed más perspicaces la próxima vez.
Juan resopló.
—A lo mejor deberíamos tener contratos como tú. Solucionar todo eso antes del sexo.
Alejandro casi se ahogó con la bebida y Pedro les gruñó a ambos.
Tras una hora bebiendo, bromeando, y de claras miraditas en busca de mujeres por parte de Alejandro y Juan, Pedro le echó un ojo a su reloj y vio que ya eran cerca de las once.
Mierda.
Le había dicho a Paula que no llegaría muy tarde, que lo esperara. Y aquí estaba él hablando de estupideces con Juan y con Alejandro.
Les daría quince minutos más y luego se inventaría alguna excusa.
Tanto Juan como Alejandro lo salvaron cuando se quedaron embelesados con una actuación privada. Pedro no tenía ningún interés. No cuando tenía a una persona tan dulce y preciosa como Paula esperándolo en casa. Y joder, cómo lo llenaba eso de satisfacción. Ella estaba en casa, en su cama. Y lo estaba esperando a él.
Esa era toda la motivación que necesitaba para levantarse, despedirse de los dos citándolos temprano para la mañana siguiente, y dirigirse hacia la salida. Juan y Alejandro estaban distraídos, pero murmuraron un «hasta luego». y luego volvieron a centrarse en las bailarinas.
El camino fue corto hasta el edificio de apartamentos donde Pedro vivía, y se encontró dirigiéndose hacia el ascensor con una inquietud que no podía paliar.
Entró en el apartamento y se encontró que Paula había dejado la luz del pasillo encendida para cuando llegara. Pedro sonrió ante su consideración y el pecho se le encogió al pensar que en realidad no necesitaba ninguna luz física. Ella ya era su luz. Un rayo de sol en un día frío.
Ya se estaba quitando la ropa cuando entró en el dormitorio, y entonces se detuvo, ampliándosele la sonrisa cuando la vio acurrucada en medio de la cama, con las sábanas hasta la barbilla y la cabeza descansando sobre su almohada.
Profundamente dormida.
Su miembro estaba ya erecto y rígido, intentando liberarse de los pantalones.
—Abajo, amiguito —murmuró—. Esta noche no.
Su verga no le hizo caso. Su miembro veía lo que quería y pedía ser aliviado.
Ignorando la urgencia de despertarla y hundirse bien adentro de su cuerpo, se desvistió en silencio y, con cuidado de no despertarla, levantó las sábanas.
Se deslizó a su lado y volvió a subir las sábanas para taparlos a ambos. Ella no se despertó, pero, tal y como si presintiera su presencia, inmediatamente se pegó a su cuerpo y le pasó un brazo por encima del cuerpo de forma posesiva.
Él sonrió otra vez al tiempo que se colocaba con mayor firmeza junto a ella y la estrechaba entre sus brazos.
Sí, Pedro la deseaba, pero esa situación era… perfecta.
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Muy buenos capítulos!!! Muy buena la novela!
ResponderEliminarWowwwwwwwww, pasó de todo en los 3 caps. Espectaculares.
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