miércoles, 27 de enero de 2016
CAPITULO 38 (SEGUNDA PARTE)
Cuando el coche se paró, Gabriel salió y luego ayudó a Paula a liberarse del cinturón del asiento trasero del coche.
Se tambaleó sobre los tacones cuando empezaron a caminar hacia la entrada del edificio.
—Vas a matarte con esos malditos tacones —masculló Gabriel.
—Pero son sexis —rebatió Paula—. Al menos, eso pensaba.
—Sin lugar a dudas, cariño. Estás matadora con ellos. Pedro se va a tragar su propia lengua. Pero si te matas antes de llegar hasta él, no habrán conseguido su propósito.
—Melisa dijo que Pedro querrá follarme con estos zapatos —dijo y luego se avergonzó al darse cuenta de lo que acababa de soltar.
Gabriel se rio entre dientes y los ojos le brillaron de diversión.
—¿De verdad? Bueno, Melisa es una experta en follar con tacones vertiginosos, así que si te lo ha dicho probablemente sea verdad.
Paual sonrió descaradamente al mismo tiempo que entraban en el edificio. Pedro los esperaba y sus ojos se entrecerraron cuando se percató de la poca estabilidad con la que caminaba.
—Gabriel piensa que estoy sexy —anunció cuando Pedro se paró frente a ellos—. Y ha dicho que me vas a follar con estos zapatos. —Paula se paró y frunció el ceño, sus pensamientos estaban de repente confusos—. O a lo mejor fue Melisa la que dijo que me ibas a follar. Da igual, el caso es que quiero que me folles con estos zapatos.
Gabriel rompió a reír a su lado.
Una lenta sonrisa curvó los labios de Pedro.
—Creo que eso se puede solucionar.
Ella asintió. Luego se giró y se puso de puntillas para darle un beso a Gabriel en la mejilla.
—Gracias de nuevo por cuidar tan bien de nosotras.
Gabriel se rio entre dientes.
—Cuando queráis, cariño. —Luego se volvió hacia Pedro—. Será mejor que la agarres bien. Una vez la suelte, probablemente irá directa al suelo.
Pedro se rio entre dientes también pero la agarró firmemente del brazo mientras Gabriel daba media vuelta para alejarse.
—Gracias, tío. A la próxima es mi turno.
—Menos mal —masculló Gabriel—. No tienes ni idea de a lo que me han sometido esta noche. Digamos que no había tío alguno que no estuviera babeando por sus travesuras.
Pedro alzó las cejas y luego bajó la mirada hasta Paula. Sus ojos eran inquisidores.
Ella le regaló una sonrisa deslumbrante y Pedro le sonrió también a modo de respuesta.
—Tengo que decir que los zapatos sí que te quedan muy sexys —murmuró.
—Melisa tenía razón —dijo Paula con suficiencia.
Pedro la acompañó hasta el ascensor y la ayudó a entrar.
—¿Tenía razón sobre qué, nena?
—Dijo que me verías la primera vez, borracha y con estos tacones sexys y querrías follarme al instante. Mientras sigo llevando los tacones.
Él se rio mientras las puertas del ascensor se abrían para dar paso a su apartamento.
—No puedo decir que vaya a discutírtelo, aunque tampoco puedo decir que escuchar eso viniendo de mi hermana pequeña sea lo primero de mi lista de prioridades.
—Ella dijo que Gabriel no llegaría al dormitorio y que se la follaría con los tacones puestos en la entrada —dijo solemnemente.
Pedro hizo una mueca de estupor.
—Nena, tienes que parar. No quiero oír nada que tenga que ver con mi hermana teniendo sexo con un hombre y mucho menos quiero los detalles.
Ella se rio y luego se tambaleó cuando él la soltó.
—¡Uy! —exclamó al mismo tiempo que volvía a agarrarla de nuevo.
—¿Cuánto has bebido esta noche?
—Un montón —dijo con aires de suficiencia—. Quería tener sexo contigo mientras estaba borracha y quería que me arrancaras el vestido y me follaras con los tacones puestos al igual que Gabriel hará con Melisa.
Pedro gimió.
—Nena, tienes que parar. Yo estoy más que encantado de follarte de todas las formas que quieras, pero, por favor, deja a Gabriel y Melisa fuera de esto.
Ella asintió.
—O quizás te folle yo a ti. —A Paula se le iluminó el rostro ante esa idea y luego sus ojos se entrecerraron y miraron a Pedro, su visión era borrosa—. ¿Puedo?
Él se rio y luego tiró de ella hacia el dormitorio.
—Claro que sí. Nena, puedes hacer todo lo que ese culito borrachín que tienes quiera. Yo estoy más que dispuesto a dejar que te aproveches de mí en tu estado de embriaguez.
Ella se bamboleó detrás de él para entrar en el dormitorio y se estremeció ante la sensual mirada que le regaló tan pronto como la puerta se cerró a sus espaldas. Los ojos de Pedro estaban oscurecidos por la lujuria y la diversión, lo que le decía que todo lo que Melisa había predicho era absolutamente verdad.
Se llevó las manos al vestido para desabrocharlo, pero apenas llegó a la cremallera y casi se cayó redonda al suelo cuando intentó subir los brazos.
—Déjame a mí —murmuró Pedro—. Tú no tienes que hacer nada, nena. Voy a aprovecharme plenamente de tu estado de embriaguez y ya que has estado planeando esto durante toda la noche, no voy a sentir ni una pizca de culpa por todas las cosas que te voy a hacer. Pero será mejor que lo recuerdes todo por la mañana.
Ella se estremeció de nuevo cuando Pedro deslizó las manos por su espalda y comenzó a bajarle la cremallera del vestido.
—No estoy tan borracha —dijo, defendiéndose.
Pedro se rio entre dientes. Su aliento le acarició el cuello desnudo antes de que posara la boca sobre su nuca, que logró enviar escalofríos a través de su cuerpo.
—Oh, sí que estás borracha. Y estás muy adorable. Voy a follarte la boca, a ti y a ese culito tan bonito que tienes. Si te duermes, no voy a quedar muy contento.
Paula cerró los ojos y se balanceó vacilante hasta que Pedro la cogió por los hombros y la sujetó contra su pecho mientras dejaba que el vestido cayera hasta el suelo. Ni en sueños iba a perderse esto.
—Me encanta la lencería —susurró él pegado a su oreja—. Y me encantan esos tacones incluso más. Y sí, voy a follarte con ellos puestos.
Un leve gemido de necesidad se extendió por su garganta.
—No veo que haya razón alguna por la que atarte esta noche —dijo Pedro, divertido—. Estás tan indefensa como una gatita. Me gusta. Estoy pensando que tener una noche de chicas de forma más regular sería una muy buena idea.
Le desabrochó el sujetador y deslizó los tirantes por los brazos para luego arrojarlo a un lado. Le dio la vuelta para que estuviera frente a él y la hizo retroceder hasta tropezar con el colchón. La tumbó poco a poco y con una mano firme la empujó hasta quedar de espaldas y con las piernas colgando por el borde de la cama.
Se inclinó hacia delante, la besó justo debajo del ombligo y por encima del fino elástico de sus braguitas y luego con los dedos pulgares en los lazos tiró de ellos, abrió la tela en dos y dejó a la vista su sexo desnudo. Estaba reluciente. Bajó las manos y con los dedos alrededor de los tobillos los empujó hacia atrás para lograr que doblara las rodillas. Deslizó los dedos por el tacón de sus zapatos y los usó para separarle las piernas.
—He sido mala —dijo Paula con un puchero.
Pedro alzó las cejas y sus ojos parpadearon, divertidos.
—Oh, ¿de verdad? —pronunció arrastrando las palabras.
Ella asintió solemne.
—Muy mala —susurró como si fuera un secreto.
Luego arrugó el ceño y frunció los labios.
—Probablemente necesito que me castiguen.
Pedro bajó la mirada, sus labios se crisparon mientras observaba cómo una amplia gama de expresiones cruzaba el rostro de Paula. Estaba adorable y muy borracha. Y él estaba cachondo hasta decir basta.
—¿Qué has hecho para merecer un castigo?
—He flirteado —dijo en un tono casi inaudible. Luego frunció el ceño—. No, espera. Yo no he flirteado. —Sacudió la cabeza, insistente, y sus pechos se balancearon de una manera tentadora.Paula se alzó y su expresión se volvió seria—. Los tíos flirtearon conmigo, eso sí. Pero Brandon y
Gabriel no dejaban que se acercaran. Pero Melisa y yo fuimos malas. Bailamos y fue… bastante subidito de tono.
Pedro cerró los labios con más firmeza para contener la risa.
—Eso merece un castigo, ¿verdad?
Se la notaba tan inmensamente ilusionada que Pedro perdió la batalla y se rio.
Paula entrecerró los ojos y lo fulminó con la mirada.
—No tiene gracia —resopló—. Fui una chica muy, muy mala, y las chicas malas deben ser castigadas.
Pedro asintió.
—No puedo discutirte eso, nena.
Su rostro inmediatamente se iluminó y él sacudió la cabeza mientras las carcajadas se le agolpaban en el pecho.
—Probablemente deberías azotarme —dijo adoptando una expresión de total y completa seriedad.
Pedro deslizó las manos por el interior de sus piernas y ella se estremeció. Un escalofrío le recorrió rápidamente toda la piel.
—Tengo un pequeño conflicto —informó Pedro imitando el mismo tono serio que ella—. Sí que es verdad que has sido una chica muy mala, pero también has sido muy, muy buena.
Sus labios se arrugaron para formar otro puchero y Pedro se inclinó hacia delante para besar esos deliciosos labios.
—Creo que la solución es castigarte primero y luego recompensarte.
—Oh, eso es perfecto —dijo Paula con la voz baja llena de emoción.
—Ponte de rodillas, nena —le ordenó en un tono que sabía que ella iba a obedecer.
Las pupilas se le dilataron y el calor se adueñó de sus mejillas. Los ojos se le oscurecieron de inmediato y los pezones se le endurecieron. Señor, no había siquiera empezado y simplemente su promesa de lo que iba a hacer ya había hecho que su cuerpo entero reaccionara. Era inmensamente perfecta. Perfecta para él. De hecho, estaba hecha para él. Nunca tendría a ninguna otra mujer que pudiera complementarlo tan bien como ella lo hacía.
Paula tuvo dificultades para alzarse, pero luego una amplia y ridícula sonrisa se dibujó en sus labios, lo que provocó que Pedro quisiera poseer y asolar esa boca. La agarró por las muñecas y la ayudó a sentarse, y luego ella, torpemente, se giró para ponerse sobre manos y rodillas. Se cayó de cara sobre la cama y una risita salió de su garganta que logró que todo el cuerpo se le sacudiera. Su trasero tembló y consiguió que el miembro de Pedro se endureciera hasta el punto de casi explotar. Oh, sí. Iba a tener su boca, su sexo y su dulce culito, e iba a follársela hasta que ambos quedaran
inconscientes.
Una vez que Pedro la colocó bien, Paula se removió impaciente y se giró para mirarlo por encima del hombro; sus ojos brillaban de lujuria y excitación. Las manos de Pedro se agitaron y él se aferró tan fuere como pudo a su autocontrol.
—¿Entonces qué es lo que va a ser, nena? —preguntó en un tono sedoso y provocador que sabía que la iba a volver loca—. ¿La mano? ¿La fusta? O… podríamos intentar algo nuevo.
Paula se quedó completamente quieta.
—¿Nuevo? —salió como un suspiro exagerado y lleno de anticipación.
—No he usado ningún cinturón y tampoco madera. Tengo una pala de madera flexible. Te golpeará con la cantidad justa de presión y te enrojecerá ese precioso culo hasta que logre brillar en la oscuridad.
—¡Oh! —susurró; la exclamación salió como un leve gemido.
—Tú eliges, nena —murmuró—. Te daré eso. Te dejaré decidir esta noche. Estoy de un humor particularmente generoso. Porque… cariño, cuando termine con tu culo, voy a comerte y a saborearte entera y tú te vas a correr en mi lengua. Pero no habré terminado entonces. Ni de lejos. Porque después de hacerte llegar al clímax, voy a follarte la boca. Luego voy a follar ese coñito y seguidamente tu culo hasta que te corras gritando mi nombre.
—Dios santo…
Pedro sonrió y le acarició dulcemente las nalgas mientras la anticipación se le amontonaba a cada segundo que pasaba esperando su respuesta.
—La p… pala —pronunció con la voz ronca—. Quiero la pala de madera.
—Excelente —ronroneó—. Muy buena elección. Tan buena que tu recompensa será doblemente placentera. Me complaces inconmensurablemente, Paula.
Paula se hizo de gelatina bajo sus caricias. Su cuerpo perdió toda tensión y rigidez mientras un suspiro de alegría llenaba los oídos de Pedro. Ella se giró y volvió a mirarlo una vez más; su mirada era tan dulce y estaba tan llena de cariño que el corazón se le encogió.
Se inclinó hacia delante y la besó en el hoyuelo que tenía justo encima del pliegue de su trasero.
—Vengo en nada, cariño.
Sacó la delgada pala del armario y se tomó su tiempo en regresar a la cama para poder deleitarse en la imagen de Paula a cuatro patas, con el trasero en pompa de una forma tentadora y esperándolo a él. Pedro le acarició una nalga y luego hizo lo propio con la otra hasta que ella se arqueó bajo su contacto y tembló gracias a sus dedos.
—Dame tu dolor. Dame tu placer —gruñó—. Lo quiero todo, Paula. Cada sonido. Cada reacción. Lo quiero todo.
Le estampó la pala en el trasero y ella se encogió de dolor a la vez que ahogaba un grito de sorpresa. Pedro sonrió. No era un sonido de dolor. Era un sonido de descubrimiento. De estar experimentando algo nuevo.
Pedro volvió a azotarla más fuerte esta vez, y luego le infligió otro golpe en la otra nalga. Un brillo entre rosado y rojo comenzó a hacerse patente en su piel, volviéndola de color rosa. El contraste entre las zonas donde la piel aún seguía pálida porque aún no las había tocado y los lugares que había azotado era tentador. Se moría por enrojecerle el trasero entero.
Pero se controló. Quería que ambos experimentaran y sacaran el máximo placer de la situación.
—Diez —susurró—. Te voy a dar diez. Esto es nuevo para ti, nena. No quiero abrumarte. Solo te voy a dejar que saborees la miel con los labios. Cuéntalos para mí. Empieza en el uno ahora.
Chasqueó la pala encima de la parte más abultada de su trasero y la satisfacción se apoderó de él cuando el rojo se abrió paso de inmediato.
—Uno.
Salió como un gemido que hizo que sus testículos le dolieran.
—Dos —susurró.
Pedro se obligó a ir más lento cuando se dio cuenta de lo rápido que le había administrado el tercero, cuarto, quinto y sexto golpe. Paula se tensó de ansiedad; quería el séptimo, pero él le pasó la mano por encima de la enrojecida piel para suavizarla y mimarla.
—Por favor —suplicó.
Pedro le dio lo que pedía. Siete. Ocho. Nueve y finalmente diez, siendo este mucho más suave que los otros. Paula se relajó sobre el colchón y luego movió la cabeza para mirarlo con unos ojos ebrios y adormilados que estaban ahora intoxicados con mucho más que alcohol. Estaba hasta las cejas de lujuria y de esa neblina que la fina línea entre el dolor y el placer había traído. Se había marchado del aquí y ahora, del presente. Pedro quería traerla de vuelta para poder así seguir ocupándose de ella de una manera completamente diferente esta vez.
—Date la vuelta, nena.
Él alargó la mano para guiarla mientras se giraba sin ningún sentido del equilibrio hasta caer de espaldas con una sonrisa adormilada curvando sus deliciosos labios.
—Voy a tener que ser mala más a menudo —ronroneó—. Me lo he pasado genial y luego he podido volver a casa contigo. La mejor noche de mi vida, sin duda.
A Pedro el corazón se le derritió y se inclinó para estrecharla entre sus brazos. Quería abrazarla antes de hacer nada más.
—Siempre volverás a mí.
—Sí —coincidió felizmente ella.
—Me encanta oírte decir eso, nena.
Ella sonrió y luego alargó la mano para acariciar el pelo que tenía sobre la frente. Luego levantó la cabeza para besarlo y él aceptó su silenciosa invitación. Se alimentó de sus labios; la saboreó. Le hizo el amor con la boca tal y como iba a darse un banquete con la carne de entre sus piernas.
—¿Te estás despejando ya?
Paula sacudió la cabeza y abrió los ojos para que él pudiera ver que aún seguían nublados con los restos de alcohol y ese halo de placer. No había mirada mejor en una mujer.
Borracha de placer.
Adormilada. Mirándolo como si fuera el único hombre del mundo. Como si nunca fuera a haber nadie más en su vida.
—Voy a comerte ese coñito ahora —gruñó contra su boca.
—Oh.
Su jadeo se escapó dentro de la boca de Pedro y este se lo tragó entero al mismo tiempo que la respiraba hasta lo más profundo de sus pulmones y la saboreaba ahí, cerca de su corazón.
—Hinca esos tacones sexys en la cama, agárrate las rodillas y aguanta. Extiéndete y no muevas las manos. Ábrete para mí, nena. Me siento avaricioso hoy y quiero que te corras en mi lengua.
Ella arqueó su cuerpo e incómodamente hincó los tacones en el colchón. Dios, seguramente le haría sendos agujeros pero a él le importaba un comino. Compraría una cama nueva mañana. La fantasía de follársela con esos tacones tal y como ella tanto quería merecía la pena de tener que comprar un nuevo colchón. Después quería agarrarla de los tacones estando aún abierta mientras poseía su trasero.
Joder, sí. Definitivamente merecía la pena cualquier estropicio que pudieran hacerle a la cama.
Las manos de Paula se apoyaron en las rodillas y tímidamente abrieron sus muslos hasta dejar su húmedo sexo abierto y a la vista. El contraste de sus rizos oscuros contra su carne rosada e hinchada, mojada por su flujo, le hizo la boca agua. Pedro se arrodilló en el suelo de manera que su cabeza estuviera en el ángulo perfecto y se acercó a ella. Se moría por penetrarla con la lengua.
En el mismo momento en que Pedro la lamió, ella se movió hacia arriba y gritó su nombre.
—Las manos, nena —le ordenó—. Mantén las manos en las rodillas y mantente abierta para mí.
Ella hizo lo propio y Pedro le dio un lametón largo y lento desde la entrada de su vagina hasta el clítoris, donde jugueteó con él y la provocó con movimientos circulares lentos antes de acariciarlo una y otra vez con la punta de la lengua.
Paula se retorció y movió, inquieta, pero mantuvo las manos en las rodillas y los muslos bien separados.
Se humedeció mucho más mientras él la saboreaba y de vez en cuando recorría todo su sexo ligeramente con los dientes hasta llegar a la abertura. La penetró con la lengua, la embistió y la lamió de dentro afuera, succionando su sabor y la dulzura de su excitación.
—Esto es lo dulce, nena. Soportaste el dolor, ahora ten lo dulce.
—Pedro —susurró—. ¿No lo sabes? Todo lo que me das me provoca el placer más dulce que jamás haya experimentado. El dolor es placer. El placer es placer. Tu amor es más de lo que nunca hube soñado.
Sus palabras eran de lo más serias y tan increíblemente dulces que le cortaron la respiración a Pedro. La saboreó. Se alimentó de ella. Bebió de ella y aun así seguía queriendo más. Quería darle esto a ella. Quería hacer que durara.
Quería volverla loca de lujuria y que estuviera ebria no solo de alcohol.
—Quiero tu polla —dijo; las palabras sonaron torpes y densas. Pedro no sabía si era el alcohol el que la estaba ralentizando o si era la intensa necesidad y excitación.
Levantó la mirada y luego sonrió cuando se encontró con la de ella, desenfocada. Lo estaba mirando muy fijamente, pero parecía tener dificultades en dirigir su mirada a donde quería. Qué imagen más tierna.
—La tendrás, nena, tan pronto como te corras. Vas a tener mucho más de mi polla antes de que acabemos esta noche.
—Ñam —soltó ella con una sonrisa descarada—. Quiero saborearte igual que tú me estás saboreando a mí.
Pedro gimió. El alcohol claramente la hacía ser más desinhibida. Ella era adorablemente tímida, pero esta noche el alcohol la había llenado de coraje y él no sabía si iba a sobrevivir. Ya estaba a punto de correrse en los pantalones y no estaba siquiera cerca de adentrarse en su interior todavía.
Tenía que ir más lento. Se tenía que recordar aquello constantemente o si no iba a colocar esos tacones matadores por encima de sus hombros y se la iba a follar con todas sus fuerzas justo aquí y ahora. Y si Paula supiera qué era lo que le estaba pasando por la cabeza, seguro que lo animaría a que hiciera justo eso mismo. Esta noche se estaba comportando como una golfa impaciente y avariciosa y le encantaba.
Bajó la cabeza de nuevo y comenzó a lamerla y a saborearla con más atrevimiento, aplicando más presión y tocándola en lugares en los que sabía que era más sensible. Pedro conocía cada centímetro de su cuerpo. Sabía que le encantaba cuando deslizaba un dedo dentro de su vagina y le tocaba el punto G. Le encantaba cuando le hacía circulitos alrededor del clítoris; sin embargo, no le gustaba cuando se lo succionaba demasiado fuerte. Y le encantaba que le provocara y jugueteara con la entrada de su sexo tanto con su lengua, como con sus dedos o su pene.
La forma más rápida de volverla loca era poseerla con movimientos poco profundos y muy cortos con apenas el glande de su miembro dentro de ella.
—Eres un genio con la boca —le dijo débilmente—. Le tengo que contar esto a Melisa. Todo lo que dijo fue que Gabriel se la iba a follar justo en la puerta, pero me apuesto a que ella no va a tener esto.
Pedro levantó la cabeza y envió una mirada circunspecta en su dirección.
—Eso no ha estado bien, nena. Nada, nada bien.
Los ojos de Paula danzaron alegremente y ella se rio tontamente. Soltó una rodilla momentáneamente y se llevó la mano a la boca para contener la risa.
—Las manos —gruñó Pedro.
—¡Ay!
—No menciones a mi hermana cuando le esté dando a mi preciosa sumisa las órdenes, mientras estamos teniendo sexo. Nunca.
—Sí, señor —dijo con gazmoñería—. O quizá debería decir, «sí, amo».
—Bruja descarada —dijo sin malas intenciones.
Le encantó ese intercambio desenfadado. Le encantaba esa diversión y ese humor descocado que estaban disfrutando. Paula se lo había pasado pipa esta noche y se le notaba.
Estaba viendo otro aspecto de ella. La estaba viendo feliz. El pecho se le encogió porque justo aquí y ahora estaba viendo
el futuro. Estaba viendo cómo serían las cosas entre ellos. Y le encantó cada maldito minuto. Lo ponía más hambriento, y en todo lo que a Paula respectaba, Pedro se volvía un bastardo avaricioso e insaciable.
La lamió con brusquedad desde la abertura vaginal hasta el clítoris, hizo varios movimientos circulares alrededor del erecto botón con la lengua y luego jugueteó con él repetidamente hasta que ella se retorció y se quedó rígida debajo de él. Le pasó un dedo por la carne mojada e hinchada y mientras seguía tentándola con la lengua sobre el clítoris, lo introdujo en su interior hasta el nudillo antes de doblar la primera falange para acariciar sus paredes vaginales.
—¡Pedro!
—Quiero que te corras —le dijo con brusquedad—. Voy a llevarte hasta el límite y luego voy a dejarte seca mientras te vacías sobre mi lengua.
—Oh Dios… —pronunció débilmente.
Ella se convulsionó alrededor de su dedo y lo bañó en un torrente de rápida humedad.Pedro le acarició las paredes resbaladizas y aterciopeladas mientras su lengua seguía jugueteando con el clítoris. Cuando sus respiraciones se volvieron mucho más desesperadas, como si estuviera famélica de oxígeno, sacó el dedo y rápidamente lo sustituyó con su boca y hundió la lengua en su interior mientras la succionaba.
Paula salió disparada como un cohete. Levantó las caderas y sus manos volaron hasta enredarse en su pelo. Se agarró a los mechones con tanta fuerza que era casi doloroso, pero ella lo mantuvo pegado firmemente contra su sexo como si tuviera miedo de que se fuera a separar de ella justo en
mitad del orgasmo.
Se arqueó y levantó para pegarse más firmemente contra su boca; sus movimientos eran frenéticos. Pedro la lamió y succionó. Se alimentaba de ella como si no hubiera comido en años.
Cuando Paula se empezó a relajar y su vagina comenzó a temblar, Pedro suavizó sus ataques y la siguió ayudando a alcanzar el explosivo orgasmo que se estaba formando en su vientre.
Alternó los lentos y pausados movimientos de su lengua con tiernos besos sobre la carne contraída de su sexo.
—¿Puedo dormirme ya? —gimió Paula.
Pedro se rio entre dientes y luego levantó la cabeza para poder encontrarse con sus ojos. Paula parecía estar más borracha que antes. Sus ojos brillaban, sus mejillas estaban ruborizadas y las palabras salían casi ininteligibles de sus rígidos labios.
—Aún voy a follarte, nena. Estés consciente o no. Aunque preferiría que estuvieras despierta para el evento.
—Mmmm, yo también. ¿Pedro?
—Sí, nena.
—Estoy borracha.
Él se rio.
—Nunca lo habría adivinado.
—Pero ha merecido la pena que me folles con estos zapatos.
—Aún no te he follado, nena. Voy a por esa parte ahora.
Paula soltó otro suspiro evocador.
—Me gustan estos zapatos.
Pedro sonrió.
—A mí me gustan cuando te estoy poseyendo.
—¿Me vas a follar ya?
Pedro se rio ante la impaciencia que desvelaba su voz. Luego se alzó y se cernió sobre ella. La respiración de Paula se volvió más errática mientras lo miraba directamente a los ojos; el coqueteo había desaparecido y en su lugar solo vio lujuria.
—Voy a follarte esa boquita preciosa tuya tan pronto como me deshaga de la ropa.
Paula se relamió los labios y su erección gritó por querer salir de los malditos pantalones.
—Date prisa —susurró.
—Eso puedo hacerlo —murmuró él—. Mientras me desvisto, quiero que te tumbes de espaldas, con la cabeza hacia mí, y deslízate hasta el borde de la cama para que el cuello quede en el filo. Espérame así. Voy a follarte la boca tal como si fuera tu culo el que estuviera en el borde de la cama, o tu carne hinchada la que estuviera abierta y esperando a que me la folle.
Aunque le había dicho que lo hiciera mientras se desvestía, se quedó junto a la cama hasta que estuvo seguro de que Paula no se iba a caer al suelo. La ayudó a colocarse y se aseguró de que estuviera cómoda antes de quitarse la ropa en tiempo récord.
Su pene salió disparado hacia arriba, dolorido después de haber estado tanto tiempo apretado dentro de sus malditos pantalones. Los testículos le dolían y ya estaba más que preparado para enterrarse bien adentro. Saber que había planeado poseerla de tres formas diferentes antes de que
pudiera correrse en su culo hizo que moderara sus movimientos. Ambos iban a disfrutar de esto aunque lo matara en el proceso.
Le cogió el rostro con las manos y la mantuvo quieta en su sitio mientras su miembro se balanceaba justo sobre sus labios.
—Abre la boca, nena —le ordenó—. Quiero que te relajes y me dejes hacer todo el trabajo a mí. Quédate simplemente tumbada mientras me ocupo de ti.
Paula abrió los labios al escuchar su orden y él se hundió en su húmeda calidez. La punta de su erección se deslizó por encima de su lengua y a Pedro casi se le giraron los ojos.
Señor, se iba a deshacer en dos segundos contados.
Pedro se arqueó sobre ella y siguió moviéndose en una posición de completa dominancia. Flexionó las rodillas y se deslizó bien hasta el fondo por encima de su aterciopelada lengua. Llegó hasta la campanilla, luego descansó durante un momento antes de retraerse lentamente con movimientos
sensuales. Paula levantó los brazos hacia atrás y vacilante los envolvió alrededor de los muslos de Pedro hasta depositar sus dedos levemente sobre su trasero, casi como si le estuviera pidiendo permiso para tocarlo. ¡Le gustaba demasiado como para decirle que volviera a poner los brazos delante, y ella estaba tan gloriosamente desinhibida, tan decidida a explorarlo y a deleitarse en su estado de
embriaguez!
Soniditos sugerentes y suaves resonaban en su garganta y vibraban en su miembro cada vez que se hundía más adentro. Cuando los movimientos de Pedro se volvieron más contundentes, los sonidos húmedos provocados al succionar llenaron toda la habitación. Era erótico. Todo lo que estaba ocurriendo esta noche lo llevaba al límite. Él nunca se había tirado a una mujer borracha antes. Había
sido un rotundo no en sus normas porque nunca se había querido aprovechar de una mujer que no fuera plenamente consciente de sus actos.
Pero Paula estaba con él. Ella sí que quería esto. Joder, otra cosa no, pero exigirle que se la follara con los zapatos, toda adorable y borracha y con los ojos brillantes y las mejillas encendidas, sí que lo había hecho. Y él iba a darle lo que quería.
Pedro cerró los ojos. Se meció sobre los dedos del pie a la vez que apretaba las manos que tenían sujeto el rostro de Paula, seguidamente las deslizó hasta enredarlas en su pelo y tiró de ella para poder converger sus propios embates con los movimientos de su cabeza. Pedro se acercó a su placer con estocadas lentas y profundas; sentía cada lametón, cada succión, cada vez que sus mejillas se ahuecaban y luego volvían a la normalidad.
Cuando paró, la respiración salía irregular de su pecho.
Paula soltó un pequeño susurro de protesta cuando le apartó las manos de su rostro y Pedro sonrió antes de inclinarse hacia delante para depositar un beso en esos labios torneados.
—Quiero follarte, nena.
Ella dibujó una sonrisa bobalicona en su boca y los ojos se le iluminaron.
—Yo también. ¿Cómo me quieres?
La simple petición envió una oscura felicidad a través de su cuerpo. Era tan sumisa, y estaba tan dispuesta a complacerlo…
—Gírate y dame esas preciosas piernas. Voy a envolverlas a mi alrededor y luego voy a agarrarme a esos tacones, te voy a abrir bien y te voy a follar duro.
Paula se estremeció de forma descontrolada. Tenía los pezones tan deliciosamente enhiestos y endurecidos que Pedro no pudo controlar la urgencia de ladearse hacia delante y succionar cada uno de ellos, por turnos, con la boca. Ella gimoteó y se arqueó hacia él mientras este la lamía y la provocaba.
—Te gusta, ¿eh? —le preguntó con una risita entre dientes.
—Ajá…
Pedro la ayudó a girarse mientras sonreía a esos adormilados y embriagados ojos semicerrados.
Paula volvió a colocarse sobre la cama con las piernas totalmente separadas. Uno de sus zapatos estaba apenas sujeto por los dedos de los pies, así que Pedro volvió a deslizarlo sobre su talón antes de agarrar ambos tobillos y tirar de ella para colocarla en el borde de la cama.
Dobló una vez más sus rodillas y se rodeó la cintura con las piernas a la vez que se enterró en ella en un solo movimiento. Paula jadeó. Él jadeó. Estaba muy apretada, pero al mismo tiempo empapada y lo acogió fácilmente hasta los testículos. Pedro se quedó así durante un buen rato para
poder controlarse y no correrse.
Luego, tal y como le había prometido, echó las manos hacia atrás para alejar sus piernas, empujó las rodillas hacia su pequeño cuerpo y luego las abrió por completo. Deslizó las manos por encima de los brillantes y caros zapatos y agarró los tacones de aguja de diez centímetros.
—¿Preparada? —logró decir con la voz resquebrajada tanto o más de lo que su autocontrol amenazaba con agrietarse.
Paula asintió solemne; sus ojos brillaban intensos debido a los efectos del alcohol.
Pedro comenzó a poseerla con movimientos fuertes y rudos.
Se internó en ella, colisionando los dos cuerpos, y se agarró con más firmeza a sus tacones. Su vagina se tensó y luego se contrajo repetidamente, señal de su inminente orgasmo. Pero él no quería que se corriera todavía. Aún no. No hasta que estuviera bien incrustado en su trasero. Si se corría de nuevo con tanta facilidad, no iba a estar preparada para acogerlo dentro de su ano. De ser así solo le causaría incomodidad y Pedro quería que esto fuera perfecto para ambos.
—Intenta aguantar, nena —susurró—. Voy a follarte un poco más. Me encanta tu coño. Pero luego voy a encargarme de ese dulce culito tuyo y será entonces cuando te puedas correr.
—Quiero estar arriba —dijo ella con otro puchero.
Pedro alzó una ceja.
—¿Crees que puedes acogerme en el culo de esa forma?
El labio inferior se le arrugó más hasta que todo lo que Pedro quiso hacer fue besarla hasta dejarla sin sentido y succionar esa deliciosa boca.
—Quiero estar arriba para follarte con mis tacones. Sé que dije que quería que tú me follaras con los tacones, pero estoy pensando que a lo mejor yo podría follarte a ti.
Los ojos le brillaban de la emoción. Pedro se cernió sobre ella y cubrió su cuerpo con el suyo mientras dejaba que los tacones cayeran deslizándose sobre sus piernas. Acarició con la nariz sus pezones y luego los succionó, saboreando y provocando esos botones endurecidos con la lengua.
—Me encanta eso —suspiró ella—. Tienes una boca increíble. Incluso cuando no estoy borracha.
Pedro se rio y se sacudió contra su cuerpo.
—Menos mal, nena. Odiaría saber que solo era bueno en la cama cuando estabas como una cuba.
Paula lo empujó, impaciente, y él reprimió otra sonrisa.
Supuestamente Pedro era el que tenía que llevar las riendas, pero ella estaba decidida a salirse con la suya y quería hacerlo ya. ¿Y quién era él para contener a una bonita y lujuriosa mujer borracha que no quería más que salirse con la suya y hacer realidad sus perversidades con él?
Se levantó y alargó la mano hasta la mesita de noche para coger el lubricante. Volvió a subirse a la cama y se tumbó de espaldas con el cuerpo reclinado para ayudarla a colocarse encima de él.
Le tendió el bote y su expresión se volvió seria por un momento.
—Sé que estás pasándotelo pipa, nena, pero no quiero que te hagas daño. Asegúrate de que utilizas suficiente lubricante y ve acogiéndome despacio y con cuidado hasta el fondo.
Paula le regaló una sonrisa deslumbrante que hizo que el estómago se le encogiera.
—Te quiero —dijo, alargando las sílabas hasta convertirlo en un susurro.
Pedro se derritió entero.
—Yo también te quiero, nena. Ahora diviértete y fóllate a tu hombre. Yo me voy a quedar aquí tumbado mientras tú haces lo necesario.
—Oh, me gusta cómo suena eso —ronroneó.
Paula se concentró, vehemente, en aplicar el lubricante sobre su miembro. Cubrió cada centímetro de piel hasta que Pedro estuvo a punto de perder la cabeza. Si no se daba prisa, no iba a llegar a hundirse en su interior antes de correrse.
Cuando ella pareció estar satisfecha con su esfuerzo, tiró el bote a un lado y luego le plantó las manos sobre el pecho mientras su mirada descentrada lo buscaba con una expresión completamente seria.
—No estoy completamente segura de lo que estoy haciendo —dijo como si le estuviera contando algo de vital importancia—. Puede que necesite tu ayuda.
Pedro suprimió una risita entre dientes y luego bajó la mano para agarrarse el resbaladizo pene.
—Simplemente agárrate a mí tal y como lo estás haciendo ahora. Cuando te diga, empieza a bajar, pero tómatelo con calma. Yo me ocuparé de ti.
Ella suspiró y le mandó otra sonrisa deslumbrante y vertiginosa.
—Sé que lo harás. Me cuidas mucho.
Pedro guio sus caderas hacia abajo con su mano libre y luego mantuvo su verga firmemente en posición. Bajó su mano para abrirle el trasero y empujó su glande contra su apretado ano. Ella abrió los ojos como platos cuando la punta de su erección hizo presión contra su diminuta entrada.
—Ya todo depende de ti —dijo.
Paula apretó los labios para obtener más concentración e hincó las palmas de las manos en los hombros de Pedro mientras comenzaba a deslizarse hacia abajo. Gracias al cielo, con la cantidad de lubricante que le había administrado y el hecho de que estaba duro como una maldita piedra, la penetró con facilidad. Ella se paró cuando estaba a mitad de camino, su expresión era casi cómica.
—Es enorme —susurró.
Pedro se rio.
—No ha ganado centímetros mi polla, nena. Es del mismo tamaño que siempre.
—Puede, pero parece mucho más grande —refunfuñó.
Y luego se dejó caer hasta el fondo y lo acogió hasta los testículos. Pedro gimió ante la repentina presión que lo rodeaba. Paula lo estrujó como un puño; lo apretó y lo succionó como si quisiera tener cada gota de su simiente.
—Oh, joder —murmuró—. Necesito que te muevas nena. Será rápido.
Ella sacudió la cabeza y frunció el ceño.
—No hasta que yo lo diga.
Pedro arqueó una ceja, confuso.
—No te puedes correr hasta que yo lo diga —dijo fulminándolo con la mirada.
Él se rio de nuevo y la agarró de las caderas para mantenerla bien sujeta.
—Entonces mejor que sea pronto o vas a tener el trasero lleno de semen y no habrá nada que puedas hacer para evitarlo.
Ella pareció contrariada pero se sentó hacia atrás y deslizó las manos por su pecho hasta llegar a su abdomen. Rotó a modo de experimento. Se retorció de una y varias formas diferentes hasta el punto de hacerle suplicar que parara. Iba a ser su perdición.
Luego encontró su ritmo y comenzó a moverse arriba y abajo. Dejaba que su polla se quedara medio fuera antes de volver a deslizarse hacia abajo por su piel para acomodarlo entero.Pedro la ayudó a mantener el equilibrio para que no se cayera hacia un lado y levantó sus propias caderas para
ayudarla con los movimientos.
—Eso es agradable —soltó Paula en voz baja.
—¿Agradable? —se tuvo que reír otra vez—. Yo no lo llamaría agradable, nena. Es una maldita tortura.
Ella le dedicó una sonrisa torcida y traviesa con los ojos medio cerrados y con un aire sexual mientras lo estudiaba.
—¿Me puedo correr ahora? —le preguntó con otro puchero.
—Sí, siempre y cuando yo pueda hacerlo contigo.
—Necesito ayuda con eso —dijo—. Si levanto las manos, me voy a caer y no quiero.
El cuerpo de Pedro se sacudió, divertido.
—No, yo tampoco quiero que te caigas. Sigue sujetándote, voy a ocuparme de ti, nena.
Movió una de las manos para poder acariciarle el clítoris con un dedo. Paula inmediatamente se tensó encima de él y cerró los ojos lánguidamente.
—Preparada, te puedes correr ahora —declaró ella.
Si su polla no estuviera a punto de explotar, se habría reído otra vez, pero estaba demasiado ido como para reírse de lo adorable y encantadora que estaba siendo. En cambio, incrementó la presión sobre su clítoris y comenzó a levantar las caderas para enterrar su verga tan dentro de su trasero como pudiera.
Ella se corrió primero. Paula echó la cabeza hacia atrás y su nombre salió de sus labios como un grito. Pedro tuvo que estrecharla entre sus brazos cuando se cayó hacia delante con el cuerpo totalmente lacio y sin fuerzas. La abrazó firmemente mientras él seguía arqueándose contra ella. Cerró los ojos y apretó la mandíbula y luego soltó un gruñido que vibró en todas las paredes mientras explotaba en su interior.
Chorro tras chorro, Pedro inundó su cuerpo. Se corrió con intensidad; parecía que nunca iba a parar.
Sus testículos estaban tensos y su miembro rígido hasta rayar el dolor. Levantó las caderas una última vez y se quedó ahí por un momento con la espalda encorvada.
—Señor… —murmuró mientras volvía a desplomarse sobre la cama con el cuerpo de Paula cubriendo el suyo.
Ella estaba caliente y saciada, sin fuerzas y era completamente suya. Su pene se movió en su interior y ella restregó el rostro contra su pecho.
—Tengo que hacer esto otra vez —masculló, las palabras apenas audibles—. Me gusta cuando me follas con mis zapatos sexys.
El cuerpo de Pedro tembló y este reafirmó su agarre sobre ella. La abrazó con fuerza, pegándola contra él. No quería dejarla escapar nunca.
—Nena, a mí me gusta follarte de todas las formas que pueda, pero esos zapatos son claramente un añadido muy interesante. Te compraré un par diferente para cada día de la semana si esto es lo que me va a esperar después.
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