jueves, 4 de febrero de 2016
CAPITULO 19 (TERCERA PARTE)
Paula soltó el pincel y salió corriendo para limpiarse las manos antes de ir a coger su teléfono que estaba sonando.
Estas le temblaron al ver que era Pedro el que llamaba. Una bola de nerviosismo se le instaló en la boca del estómago y fue subiendo hasta llegar a su garganta.
—¿Sí?
—Voy de camino.
Las simples palabras de Pedro enviaron un escalofrío por toda su espalda.
—De acuerdo —murmuró—. Estaré lista.
—Bien. Entonces no te has olvidado.
—No —dijo ella con suavidad—. Sé cuáles son tus expectativas.
Él se quedó callado un momento.
—¿Pero es lo que tú quieres, Paula? ¿O solo estás satisfaciendo mis deseos?
—Yo también lo quiero, Pedro. Estoy un poco nerviosa, pero es porque todo esto es nuevo y aún nos estamos conociendo. Pero no estaría aquí si de verdad no quisiera. No me importa la clase de mujer que piensas que has metido en tu apartamento: no soy ella. No soy débil ni tampoco tengo poco carácter. Está claro que no supe manejar la situación con Martin como debería haberlo hecho, pero
no se me pisotea fácilmente.
Él se rio y el sonido le llegó a Paula cálido y vibrante en el oído.
—Yo nunca he pensado ni por un instante que fueras débil o que no tuvieras carácter, nena. Hay que ser una mujer fuerte para lidiar con un hombre como yo. Nunca dudes de eso.
Una amplia sonrisa se dibujó en el rostro de Paula y el corazón le dio un vuelco al escuchar la suave expresión de cariño. No era la primera vez que la había llamado nena, pero le gustó desde el primer momento. La voz de este hombre al hablar con suavidad tenía algo… demostraba una ternura cuando usaba las palabras afectivas que hacía que el corazón se le parara ahí mismo.
—Tengo que colgar si quieres que esté lista para cuando llegues —dijo—. No quiero decepcionarte el primer día.
Hubo otra pausa y luego su voz sonó grave y dulce, lo que logró enviar una ola de felicidad rápida y enérgica por sus venas.
—No me decepcionarás, Paula. No quiero que pienses eso. No quiero siquiera que albergues ese pensamiento en la cabeza. Si estás allí cuando llegue a casa, desnuda y esperándome, no voy a decepcionarme. Lo he estado esperando durante todo el día. Dejaré que cuelgues para que puedas prepararte. Hasta luego.
—Adiós —susurró ella.
En cuanto colgó, se puso de pie y frunció el ceño al ver todas sus cosas de pintura repartidas por todo el salón.
Sabía que el ama de llaves iba a venir por la mañana, pero no quería ser una carga extra para ella. Es más, todas sus cosas estaban todavía en cajas y bien organizadas junto a la pared del salón. No se había molestado en sacarlas porque había querido ponerse a trabajar; estaba loca por llevar más cuadros a la galería.
Con suerte Pedro no se enfadaría por el desorden y el caos que había traído a su inmaculado apartamento.
Se precipitó hacia el cuarto de baño preguntándose si tendría tiempo para darse una ducha rápida.
Pero se había dado una esta mañana. Estaba limpia. Solo sus manos y sus brazos tenían manchas de pintura, pero las podría limpiar sin necesidad de ducharse.
Aun así, Paula le prestó mucha atención a su apariencia. Se cepilló el pelo largo y rubio que tenía y luego se miró en el espejo. No llevaba maquillaje, pero en realidad ella raramente llevaba algo más que brillo de labios y un poco de rímel.
Una vez satisfecha por no parecer estar hecha un auténtico desastre, se fue hasta el dormitorio y se quitó la ropa. Dobló los vaqueros y la camisa sin saber si volvería a vestirse más tarde o si Pedro la mantendría ocupada hasta que llegara la hora de irse a dormir. Se preocuparía de ese detalle en particular cuando llegara el momento.
¿Y ahora qué? ¿Lo esperaba en el dormitorio? ¿Debería sentarse en el salón y esperarlo allí?
Frunció el ceño pensativa. No habían hablado de nada en particular, solo que la quería desnuda y esperándolo.
Sí que había sido específico en que no quería que se arrodillara a menos que él lo quisiera así cuando estuviera con su miembro en la boca. Las mejillas le ardieron al recordar esa afirmación. A Martin le había gustado que se arrodillara. Le gustaba su sumisión. Por entonces no la había
molestado. Era parte de su relación, una a la que había accedido. Ahora se sentía como una estúpida por ofrecerle al imbécil su sumisión.
Caminó hasta el salón al decidir que sería allí donde lo iba a esperar. A Pedro le había gustado la idea de llegar a casa y encontrársela desnuda y esperándolo, lo cual le decía que probablemente le gustaría verla en cuanto entrara por la puerta. Si tenía que ponerse a buscarla, entonces es que no lo había estado esperando muy bien. Y a ella le gustaba la idea de ser lo primero que viera cuando saliera del ascensor.
Ya que no se iba a poner de rodillas, optó por el afelpado sofá de piel, pero extendió una manta encima para que fuera cómodo contra su piel desnuda. Y luego se debatió en si debería simplemente sentarse o mejor tumbarse. La risa le estalló en la garganta. Estaba dándole demasiadas vueltas.
Paula era una artista y las imágenes le gustaban. Conocía todo tipo de poses provocativas y Pedro agradecería una de esas seguro. Quería sorprenderlo la primera vez que volviera a casa con ella.
Un calor se apoderó de su pecho cuando esas palabras le calaron bien adentro. Volver a casa con ella. Qué fácil había entrado en su vida, en su apartamento y los había adoptado como suyos propios.
¿De verdad estaba considerando este lugar su casa? ¿Y que tenía un hombre que volvía a casa con ella todos los días?
Sin entrar en debates sobre si estaba loca o no por pensar esa clase de cosas, se tumbó de costado y se echó el pelo hacia un lado para que le cayera sobre un hombro y tapara parcialmente sus pechos. No es que ella tuviera alguna inhibición, pero menos algunas veces era más. Los hombres respondían normalmente mucho más a lo que no podían ver que a lo que sí.
Eso era lo que hacía que sus pinturas fueran provocadoras.
Ese indicio de desnudez. Un simple vistazo a lo prohibido.
Apoyó la cabeza contra el brazo del sofá y posó la mirada en las puertas del ascensor. La piel le hormigueaba; la excitación tomó posesión de su cuerpo al imaginarse lo que Pedro haría cuando llegara a casa.
La excitación le agitaba la zona baja de su cuerpo. Estaba tentada de deslizar los dedos entre sus dos piernas y de acariciarse hasta llegar a un orgasmo rápido. No le llevaría mucho. Ya estaba a punto de solo pensar en la llegada de Pedro. Pero no quería adelantarse a lo que fuera que él tuviera planeado.
Así que esperó aunque cada segundo pareciera una hora.
Cuando escuchó el ascensor, la respiración se le volvió irregular y se le quedó por un momento en la garganta. La boca se le secó y rápidamente se relamió los labios al mismo tiempo que las puertas se abrían y pudo ver a Pedro vestido con el traje que se había puesto para ir al trabajo.
Tenía una mano metida en el bolsillo del pantalón y su pose era casual y arrogante. Rezumaba encanto, dinero y… poder.
Paula se estremeció cuando sus miradas colisionaron. Los ojos de Pedro ardieron sobre los de ella al verla con esa pose. El deseo brilló en ellos y Paula se alegró de haber optado por ser seductora en vez de quedarse sentada y esperar.
Pedro se encaminó hacia ella con paso decidido, con la mandíbula apretada y los ojos llameantes.
Ella levantó la cabeza y siguió su avance.
—Hola —le dijo con voz ronca—. Y bienvenido a casa.
Él la sorprendió al dejarse caer de rodillas frente al sofá. Se acercó a ella con fuerza y estampó su boca contra la de ella con un apasionado frenesí que le quitó la respiración a Paula. Pedro le enredó la mano en el pelo y la atrajo más contra sí para que no hubiera ningún espacio entre ellos.
—Inmensamente preciosa —gruñó—. He estado pensando en esto durante todo el día. Volver a casa, verte esperando. Pero nada me podría haber preparado para la realidad.
Le pasó un dedo por la mejilla y la acarició con suavidad mientras intentaba recuperar la respiración que había perdido gracias al beso.
—Me alegro mucho de que estés aquí, Paula.
—Yo también me alegro —murmuró.
—He tenido una docena de ideas diferentes de camino a casa. Pensando en cómo te iba a hacer mía cuando llegara aquí. En el momento en que te vi me olvidé de todo excepto de cómo estabas tumbada en el sofá.
—Me encantaría escuchar todas esas ideas. Ahora estoy intrigada.
Él sonrió y la diversión se reflejó en sus ojos.
—Algunas probablemente sean ilegales.
—En ese caso, mejor aún.
Pedro se rio y el sonido, grave y ronco, vibró por toda la superficie de la piel de Paula.
—Me gusta tu entusiasmo.
—¿Deberíamos escribirlas en papelitos y meterlos todos luego en un recipiente para decidir cómo tener sexo? —preguntó ella con una sonrisa—. ¿O puedo contar contigo para decidir en el asunto?
—Mi querida mujer está graciosilla hoy —dijo arrastrando las palabras—. A lo mejor he de castigarte por ello.
El calor se instaló de momento en sus mejillas. Pedro alzó una de sus cejas.
—Te gusta esa idea.
Paula se aclaró la garganta, no estaba segura de saber qué decir. Pedro le había dicho que los juegos no le iban. ¿No estaba jugando ella ahora a ser la sumisa traviesa para ganarse un castigo?
Pedro entrecerró los ojos y deslizó los dedos por debajo de la barbilla de Paula para forzarla a que sus miradas se encontraran.
—¿Qué demonios estás pensando justo ahora?
Ella suspiró.
—Es una tontería. Supongo que estaba preocupada por saber qué responder a eso. Y cómo me haría parecer si te hubiera dicho que la idea de que me castigues me pone muchísimo. Dijiste que no te iban los juegos y que querías que todo fuera real.
Pedro le pasó el pulgar por encima de los labios para silenciarla.
—Lo primero, nunca dudes en decirme nada. Especialmente lo que te excita, lo que quieres o lo que necesitas de mí. Sexualmente, emocionalmente o lo que sea. Lo segundo, tus deseos no son un juego. Sé que lo que dije podría haber creado algo de confusión. Lo que quería decir es que tú y yo, lo que tenemos, es real, no un juego. No significa que no podamos jugar juntos siempre y cuando tengas claro que lo que hacemos es real.
—Claro como el barro —dijo Paula con la voz llena de diversión.
—No hemos hablado de los castigos. Tengo que decirte que no me va mucho todo ese rollo de la disciplina. No soy tu padre y tú no eres una niña. Pero sí que hay cosas que me gustan, y hay una gran diferencia entre pensar que necesites un castigo o querer enrojecerte el trasero porque me excite. ¿Vas pillando por dónde voy?
—Sí —dijo con un medio suspiro.
—Supongo que la idea también te atrae a ti.
Ella asintió.
—Me gusta. O sea, me excita. Hay algo que me pone en toda esa idea del macho alfa buenorro azotándome. O ejerciendo su voluntad sobre mí. Eso a lo mejor suena estúpido.
Pedro suspiró.
—No me estás entendiendo, nena. Nada de lo que pienses o sientas es estúpido, ¿lo entiendes? Si te excita, entonces no es estúpido. Si te excita, quiero saberlo porque te quiero dar placer. Quiero hacerte sentir bien. Y lo que quiero en este mismo momento es que estés de rodillas y con mi polla en
la boca. Pero después vamos a tener una charla sobre tus gustos y tus perversiones, y sobre las mías también. Con suerte coincidirán bastante bien.
Paula tragó saliva y se relamió los labios con excitación.
Él gimió y luego posó su boca sobre la de ella y la devoró con ansia.
—Me vuelves loco —le dijo pegado a su boca.
—Bien —le susurró ella.
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