miércoles, 6 de enero de 2016

CAPITULO 14 (PRIMERA PARTE)




Paula estaba inmersa en su trabajo cuando la puerta se abrió y entró Pedro. Levantó la mirada de los papeles y se embebió completamente en él. Los ojos de Pedro se cruzaron con los de ella, apareciendo en ellos justo entonces un destello de satisfacción que la hizo marearse de la excitación. Además, los atravesó una inmediata ola de reconocimiento, de tensión, que casi se podía palpar en la espaciosa oficina.


La lujuria se instaló en los ojos de Pedro, y Paula notó un pinchazo agudo en las entrañas mientras todo su cuerpo cobraba vida. Una intensa combinación química explosiva que por fin se habían permitido liberar.


—Ven aquí.


La orden fue rápida e imperiosa y Paula automáticamente se puso en pie como respuesta a su brusca solicitud. Se encaminó hasta el centro de la habitación, donde Pedro estaba de pie, y este la estrechó rudamente entre sus brazos.


Pedro la besó con desesperación y deseo, como si no hubiera pensado en nada más que ella en su ausencia. Era un pensamiento muy fantasioso, uno que parecía válido teniendo en cuenta la forma en la que le estaba devorando la boca. Sus lenguas húmedas se encontraron con fervor. El pintalabios se le correría, pero la idea de verlo con el mismo color en sus labios solo intensificaría el instantáneo deseo
que él había avivado en su interior.


Ella podría estar llevando las marcas de los dedos de Pedro, pero, de alguna forma, él también llevaría las de ella aunque fuera temporalmente. Su sello. Su marca. Ella bien podría ser suya, pero él también le pertenecía a ella durante todo el tiempo que su relación durara.


Paula percibió una chispa de perfume en su ropa, que la puso celosa perdida sin importar lo poco razonable que pudiera ser.


La inmediata posesividad la pilló por sorpresa. Ella nunca se había considerado una persona posesiva o celosa, pero la idea de que otra mujer hubiera estado cerca de él le hacía querer sacar los dientes y gruñir. Pedro necesitaba una señal invisible en la frente que dijera: «Las manos quietas. Es mío».


Pedro alargó el brazo hacia abajo para agarrarle la mano y luego la arrastró hasta su mesa. Paula no tenía ni idea de lo que estaba a punto de hacer, pero sus sentidos estaban bien alerta.


Él se sentó en la silla y se separó un poquitín de la mesa.


—Quítate la falda —le dijo abruptamente.


Con los nervios a flor de piel, Paula dirigió la mirada hasta la puerta y luego la volvió a posar en él.


—La puerta está cerrada con llave, Paula —le dijo con impaciencia—. Ahora quítate la falda.


Tragándose todas sus dudas, comenzó muy lentamente a bajarse la falda hasta dejar desnuda la parte inferior de su cuerpo frente a la ávida mirada de Pedro.


Para su sorpresa, este no le dijo que se quitara la camisa ni el sujetador, sino que le agarró la mano y la llevó a su dura entrepierna. Ella ahogó un grito de sorpresa cuando entonces las manos de él la rodearon por la cintura y la levantaron lo suficiente como para sentarla en el borde de la mesa.


—Anoche fui descuidado —le dijo con un tono de voz ronco.


Paula estaba confusa y segurísima de que su expresión no indicaba lo contrario.


—Normalmente no soy tan egoísta durante el sexo. Mi única excusa es que me haces arder, Paula. Tenía que tenerte.


Sonó como si no quisiera estar admitiéndolo. Había reticencia en sus ojos, pero sus palabras sonaron llenas de sinceridad.


—Échate hacia atrás —le dijo en un tono más suave—. Apóyate en la mesa con las manos mientras disfruto de mi postre.


«Oh, Dios». Paula dejó de respirar por un momento y luego continuó soltando el aire a bocanadas. Se colocó como él le había dicho, y Pedro le separó cuidadosamente los muslos hasta dejar su sexo desnudo al alcance de su mirada y de sus caricias.


Pasó un dedo por la unión de sus labios y luego, con dos, los separó hasta dejar más a la vista su carne más íntima. Pedro bajó la cabeza y el cuerpo de Paula se puso completamente tenso, anticipándose a esa primera caricia.


Fue como recibir una descarga eléctrica cuando la lengua de Pedro finalmente pasó por encima de su clítoris; las manos casi se le deslizaron sobre la mesa y el cuerpo se le sacudió entero en respuesta a sus caricias.


Jugó con ese punto sensible una y otra vez, moviéndose en círculos a su alrededor y succionándolo con suavidad. El deseo se le acumuló todo en su bajo vientre y de ahí se extendió como fuego hasta las otras partes del cuerpo. Cada lametón que le daba la lengua de Pedro la ponía más a punto, la llevaba más cerca del clímax hasta que no podía hacer más que jadear en busca de aire.


Se movió más hacia abajo y dejó un rastro húmedo con la lengua hasta llegar a la entrada de su cuerpo. La rodeó con movimientos rápidos y expertos, y luego se introdujo en su interior para hacerle el amor con la boca.


Paula sentía tal punto de dolor que tenía todo el cuerpo tenso y poniéndosele incluso más rígido con cada caricia que Pedro le proporcionaba. El orgasmo estaba tan cerca que estaba desesperadamente perdida por correrse, pero él parecía no tener prisa ninguna. Se le veía completamente sintonizado con su cuerpo. La llevaba hasta el mismísimo límite del placer, pero luego ralentizaba el ritmo y la volvía a
aplacar dándole pequeños besos con la boca y leves roces con la lengua.


Nunca había tenido a nadie entre las piernas con tanta experiencia y habilidad. Pedro podía ser exigente y egoísta —tal y como él se había calificado a sí mismo— pero no era ningún principiante en lo que se refería a darle placer a una mujer. Sabía exactamente lo que estaba haciendo, y la estaba volviendo total y completamente loca.


Pedro, por favor —le susurró—. Necesito correrme.


Él se rio por lo bajo y ella sintió la risa vibrar encima de su clítoris. Incluso el más mínimo movimiento la podía llevar más allá de sus límites. Depositó un beso en el pequeño bulto y luego la penetró con un dedo bien hasta dentro.


—Todavía no, Paula. Eres muy impaciente. Yo soy el que lleva las riendas aquí, te correrás cuando yo lo permita.


La fuerza y el tono sensual de su voz la hicieron estremecerse tanto que tuvo que esforzarse por mantener el control.


—Tu sabor es tan jodidamente adictivo —le dijo con un pequeño gruñido— que te podría estar saboreando durante toda la tarde.


Paula no sobreviviría toda la tarde, ya estaba cerca de suplicar y apenas acababan de empezar. Cerró la boca y contuvo la súplica que amenazaba con salir de su garganta, pero él lo sabía. Oh, sí. Sí que lo sabía. —Suplícame, Paula —le dijo mientras seguía moviendo el dedo bien dentro de ella—. Pídemelo con palabras bonitas y dejaré que te corras.


—Por favor, Pedro. Te necesito. Deja que me corra.


—¿Quién es tu dueño?


—Te pertenezco a ti, Pedro. Tú eres mi dueño.


—¿Y de quién es esta cosita tan caliente que estoy devorando?


—Tuya —dijo ahogadamente con todo el cuerpo ahora temblándole.


—Y si cuando termine quiero follarte, estoy en mi derecho, ¿verdad?


—Dios, sí. ¡Hazlo ya, por favor, Pedro!


Este se rio otra vez y luego introdujo dos dedos en su interior mientras succionaba su clítoris con más dedicación. La explosión de placer fue brutal e impactante. Se desmoronó por completo. Las palmas de las manos cedieron y de repente se encontró tumbada de espaldas en la mesa. A continuación, Pedro se alzó por encima de ella con una expresión fiera y peligrosamente seductora en el rostro.


Se desabrochó los pantalones, se sacó la polla y con una única y enérgica embestida se hundió en su cuerpo, que aún estaba en pleno clímax. Le subió las piernas hacia arriba para atraerla hasta él y así poder enterrarse más en ella. 


Dios, estaba tan adentro… incluso más que la noche anterior, casi como si su cuerpo se hubiera ajustado y ahora pudiera acogerlo entero.


—Los ojos —le ordenó.


Paula al instante cruzó su mirada con la de él.


No había nada de lentitud o ternura en sus movimientos. 


Tomaba posesión de ella incluso con más fuerza que la noche anterior. Su cuerpo se movía arriba y abajo en la mesa mientras él embestía contra ella y estrellaba ruidosamente la pelvis contra su trasero. Entonces, de repente, se retiró y rodeó el miembro con la mano.


Moviendo la mano por toda la erección e inclinándose hacia delante, Pedro se masturbó hasta que eyaculó sobre su monte de Venus. Tenía los ojos cerrados y su rostro mostraba los mismos signos de tensión y rigidez que la habían invadido a ella por todo el cuerpo. Casi como una expresión de agonía.


Pero enseguida los abrió y estos brillaron intensamente de satisfacción.


Tenía cierta crudeza en la mirada que le hizo que todo el cuerpo le volviera a la vida una vez más.


Todo el semen que tenía desparramado sobre su sexo brillaba bajo la luz. Pedro suspiró cuando el último chorro salió de su verga erecta y lentamente retrocedió solo un paso para acoplarse de nuevo en los pantalones.


Le pasó las manos por la parte interna de sus muslos y luego por las caderas. Clavó la mirada en la clara demostración de posesión que tenía Paula sobre la piel y los ojos le brillaron de triunfo.


—Me encanta cómo estás ahora —le dijo—. Encima de mi mesa, tan roja e hinchada de todas las veces que te he follado y con mi semen desparramado sobre tu piel. Me encantaría dejarte toda la tarde así solo para poder mirarte.


Él se alejó y Paula se preguntó si efectivamente eso era lo que tenía intención de hacer. Dejarla así, mojada con su semen y teniendo el sexo desnudo y aún palpitándole. Pero entonces volvió un momento después con un paño calentito y cuidadosamente le limpió los fluidos de la piel. Cuando acabó, se inclinó hacia delante y la ayudó a bajarse de la mesa.


Paula se quedó de pie, insegura de si debía vestirse o quedarse tal y como estaba. Pedro le dio la respuesta cuando cogió la falda que estaba en el suelo junto a la silla y se la abrió para que ella pudiera meter los pies.


Le subió la falda por las piernas y le colocó bien la camisa en un intento de quitarle ese aspecto arrugado que mostraba.


—Mi cuarto de baño privado está contiguo al despacho. Nadie te molestará allí. Ve y refréscate un poco, y luego vuelve a tu mesa. 


La había despachado.


Se alejó con piernas temblorosas y abrió la puerta que estaba a varios pasos de su mesa. El baño era pequeño y claramente atendía solo a las necesidades de un hombre, pero al menos pudo recuperar la compostura para evitar gritarle al universo entero lo que acababa de pasar.


Abrió el grifo de agua fría y se mojó la cara; cuando volviera a su mesa podría volverse a maquillar y retocar.


Una vez entró de nuevo en la oficina pudo ver que Pedro estaba al teléfono, así que ella se dirigió en
silencio hasta su mesa y cogió el bolso para volver a darse polvos de maquillaje y pintalabios y regresar a continuación al trabajo. El problema era que Paula aún estaba totalmente excitada, incluso después del alucinante orgasmo que Pedro le había regalado con su boca.


Al haberla poseído con tanta rudeza, otro orgasmo se había empezado a formar en sus entrañas y ahora estaba toda inquieta y agitada y no dejaba de recolocarse continuamente en la silla. Su sexo estaba completamente alerta. Cada vez que se movía una pequeña ola de placer salía disparada hacia su vientre.


El hecho de tener a Pedro justo enfrente y necesitar correrse otra vez tenía que ser alguna versión personalizada del infierno.


En un esfuerzo por distraerse, Paula prestó atención a la conversación que estaba teniendo Pedro al teléfono. Estaba hablando de un evento… ¿esta noche? Y diciéndole a quien sea que estuviera al otro lado de la línea que sí que iba a estar allí y que se moría de ganas. Eso probablemente fuera mentira, ya que odiaba los eventos sociales aunque se le dieran tremendamente bien.


Era demasiado directo e impaciente como para verdaderamente permitirse disfrutar de ser simpático
y cordial, pero era parte del trabajo. Pedro atraía a nuevos inversores y luego los fascinaba a ellos y sus bolsillos.


Alejandro era el más extrovertido, tenía un encanto natural que nunca se le agotaba. Paula siempre se preguntaba por qué, de los dos mejores amigos que su hermano tenía, se había decantado siempre hacia Pedro. Alejandro era guapísimo de los pies a la cabeza. Y tenía una sonrisa encantadora y matadora que derretía a las mujeres por donde sea que fuera.


Sin embargo, no era él el que la atraía, sino que lo veía más como Juan. Un hermano mayor indulgente. ¿Pero Pedro


Nunca, jamás, lo había mirado como a un hermano. Estaba segura de que los pensamientos que tenía sobre él no eran siquiera lícitos en la mayoría de los casos. A lo mejor era,
simplemente, porque Pedro era como más distante, y más misterioso. Un reto.


No es que ella hubiera sido lo suficientemente estúpida como para pensar que podría conquistarlo.


Pedro era Pedro. Inflexible, sin remordimientos y ninguna intención de cambiar, lo cual era bastante malo, porque significaba que Paula tendría que pasarse buscando a algún otro hombre que se le igualara durante bastante tiempo.


Se podía imaginar perfectamente a sí misma comparando con Pedro a cualquier hombre que estuviera con ella después de que él la dejara. No sería justo para ellos, y, además, para ella también sería una gran pérdida de tiempo. 


Solo había un único Pedro. Por lo tanto, tendría que disfrutarlo mientras pudiera en el presente y olvidarlo después.


Paula suspiró. Sonaba mucho más simple de lo que con certeza ella sabía que sería. Ya estaba medio enamorada de él, y eso era antes de que se acostaran. Algunos encaprichamientos nunca desaparecían, sino que se convertían en algo permanente, obsesivo y apasionado.


Aunque sabía que debía, no podía controlar las emociones que Pedro provocaba en ella. ¿Era amor?


No estaba segura. Había muchas palabras que podría usar para describir su fascinación por Pedro. Nunca había considerado sus anteriores relaciones como algo a largo plazo, sino como simple diversión. A sus amantes anteriores los miraba principalmente con afecto, pero no se acercaban ni de lejos a lo que sentía por Pedro. La cosa era que no tenía ni idea de si era amor o una simple obsesión.


De todos modos, tampoco importaba realmente. El amor solo era un lío del que haría bien en alejarse todo lo que pudiera, porque Pedro nunca la correspondería. Pero el corazón no siempre hacía caso y esta era una de las cosas sobre las que podría no tener control alguno.


Carolina le diría que dejara de quejarse, que disfrutara de la situación ahora y que no se preocupara del futuro. Que viviera el presente. Era un buen consejo, uno que haría bien en seguir. Pero también se conocía y sabía que se preocuparía intentando analizar cada palabra que pronunciara Pedro, cada acto y cada movimiento, y haría de la relación algo que en realidad no era.


Suspiró cuando las palabras en las que estaba intentando concentrarse tan empecinadamente se volvieron borrosas. 


Respecto a sus primeros días en la oficina, se podría decir que no estaba revolucionando el mundo con su ética de trabajo, a menos que el increíble sexo que le había
proporcionado el jefe sobre la mesa contara como revolución.


—Espero que te hayas aprendido bien todos esos perfiles.


La voz de Pedro la sacó de su ensimismamiento y ella volvió la cabeza para comprobar que ya había colgado el teléfono y que la estaba mirando fijamente.


—Esta noche acudiremos juntos a un evento. Es un cóctel que celebra un posible inversor para nuestro resort en California. Mitch Johnson. Su información está en ese montón de papeles. Tienes que saber todo lo que puedas sobre él y su esposa, sus tres hijos, sus intereses y toda la información que haya detallada. También acudirá más gente importante a la fiesta, así que asegúrate de estar familiarizada con los otros nombres que encontrarás en la carpeta, pero el más importante es Mitch.


Paula hizo todo lo posible por evitar que el pánico que le había entrado se hiciera evidente. ¡Qué rápido se había complicado todo!


—¿A qué hora? ¿Y cómo tengo que vestirme?


—¿Qué tienes? Y no me refiero a ese trozo de tela que llevaste en la gran inauguración —dijo con un gruñido—. Preferiría algo que te cubriera más. Yo llevaré traje.


Paula frunció el entrecejo mientras mentalmente visualizaba toda la ropa que tenía. No es que Juan no le hubiera comprado todo lo que ella quisiera, pero, aparte del apartamento que le había comprado, sí que intentaba desmarcarse bastante de sus frivolidades. Su armario era modesto en el mejor de los casos, y el vestido que había llevado a la gran inauguración era lo único que tenía para una ocasión más formal.


Pedro le echó un vistazo a su reloj y entonces volvió a mirar hacia donde estaba Paula.


—Si nos vamos ahora tendremos tiempo de comprarte algo apropiado.


Ella sacudió la cabeza.


—No es necesario, Pedro. Solo estoy pensando en lo que sería adecuado para una fiesta como esta.


Pedro, ignorando su objeción, se levantó.


—Es parte del trato, Paula. Eres mía, y yo mantengo generosamente lo que me pertenece. Necesitarás más de un vestido nuevo, pero hoy no tendremos tiempo para más. Quizá la dependienta pueda comprobar tus gustos y decidir qué es lo que te queda mejor para poder complementar tu armario con ropa diferente que recogeremos más adelante.


Paula parpadeó, sorprendida, pero Pedro, al ver que seguía sentada allí, se desplazó con impaciencia y le lanzó una mirada que le decía, sin lugar a dudas, que empezara a moverse.


La joven cogió su bolso, se alisó la falda y se precipitó hacia él con las rodillas aún temblándole por el sexo explosivo que antes habían compartido en la mesa. ¡Y solo había sido el primer día! Si de verdad estaba siendo paciente y avanzando lentamente, no podía siquiera empezar a imaginar qué sería lo que el futuro le depararía.









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