sábado, 6 de febrero de 2016

CAPITULO 24 (TERCERA PARTE)




Era la primera noche en toda la semana que Pedro había llegado tarde a casa después del trabajo, y era una lástima. 


A pesar de haber estado juntos únicamente durante una semana, Paula se había acostumbrado a que Pedro volviera a casa antes del ocaso. Habían caído en una rutina cómoda. 


Ella trabajaba durante el día, él trabajaba durante el día. 


Pero luego él volvía a casa y ella lo recibía esperándolo.


Cada día, en el sofá y desnuda. Y cuando él entraba por la puerta el ambiente cambiaba de inmediato.


Ella le había pedido perversiones, y Pedro se las había dado. Su trasero aún seguía dolorido por el interludio de la noche anterior. Los primeros azotes del lunes por la noche no habían sido abrumadores. Habían sido perfectos. El resto de la semana los descartó y optó por otras exploraciones
que no tenían nada que ver con azotes en el trasero con una fusta.


¿Pero anoche?


Paula se pasó una mano por las nalgas, disfrutando de la sensación hormigueante de los aún evidentes verdugones. 


Había usado una fusta, y no había sido tan suave con ella como la primera noche. Aunque en realidad había sido ella quien le había suplicado que le diera más. Que la llevara
más al límite. Que la acercara más a esa fina línea entre el dolor y el placer.


¿Qué tendría en mente para esta noche? ¿O estaría demasiado cansado por el largo día de trabajo y la reunión?


Su teléfono móvil sonó y ella pegó un bote. Los ojos se le iluminaron cuando vio que era Pedro el que llamaba.


—Hola —le dijo con suavidad.


—Hola, nena. Estoy de camino. Estate preparada para mí. Ha sido un día largo y me muero por volver a casa contigo.


Una ola de felicidad se le instaló en el pecho. La ponía ridículamente contenta que este hombre se muriera de esa manera por volver a casa con ella. Pedro era un hombre que podría tener cualquier mujer que quisiera. Y la quería a ella. 


No había mujer viva en este mundo que no disfrutara de un subidón de autoestima como ese.


—Entendido —dijo—. Te estaré esperando, Pedro.


Ya tenía en mente cómo lo iba a recibir esta noche. Estaba claro que hacían las cosas a su manera.


Era su control. Su autoridad. Él llevaba las riendas. Pero tampoco le había pedido que le chupara la polla desde aquella primera noche, y ella sabía que le había gustado. 


Mucho.


Esta noche quería regalárselo. Quería tomar el control durante el tiempo suficiente como para poder darle el placer que se merecía tras un largo y agotador día de trabajo. No sabía por qué, pero no pensaba que a él le fuera a importar cederle ese poco control hoy.


Se quitó la ropa, se cepilló el pelo y luego se miró en el espejo tal y como hacía cada día cuando lo esperaba. Luego se fue al salón para esperarlo en el sofá.


No pareció tener que esperar mucho esta vez, lo cual significaba que Pedro había tardado más tiempo en llamarla o que ella a lo mejor se había relajado tanto en su rutina que cada minuto no lo sentía como si hubiera pasado una hora


En cuanto oyó las puertas del ascensor abrirse, pasó las piernas por encima del sofá y se arrodilló sobre la gruesa alfombra de piel que había frente al sofá.


Cuando su mirada se encontró con la de Pedro, sintió una descarga eléctrica recorrer su cuerpo debido a la intensidad que residía en esos brillantes ojos verdes. Eran firmes pero agradecidos.


Sombríos. Tanto que la hacían estremecerse. Si tenía que dejarse guiar por la expresión de su rostro, este no había sido el mejor día del mundo, pero parecía muy satisfecho de encontrarla de rodillas aunque le hubiera dicho que no esperaba que se arrodillara a menos que él se lo pidiera.


Pedro se acercó a ella al mismo tiempo que soltaba el maletín en el suelo. También se quitó la chaqueta y la lanzó al sillón, e inmediatamente después comenzó a desabotonarse las mangas de la camisa.


Cuando se paró frente a Paula, ella levantó las manos y las llevó hasta su bragueta, con lo que consiguió que sus ojos brillaran de la sorpresa.


—¿Qué haces? —le preguntó suavemente.


Ella sonrió.


—Te estoy dando la bienvenida. Solo quédate ahí y disfruta.


—Oh, Dios —soltó en voz baja.


Le desabrochó los pantalones e impacientemente se los bajó por las caderas antes de meter la mano bajo sus bóxers y de liberar de su confinamiento a su rígida erección. Paula se relamió los labios con el recuerdo de la primera vez. Sentir tanta carne endurecida sobre su lengua.


—Dios, Paula. Verte relamerte los labios está a punto de volverme loco.


Ella sonrió de nuevo al mismo tiempo que guiaba la vasta cabeza de su pene hasta su boca.


—Esa es la idea.


Pedro inspiró con un fuerte siseo que se pudo oír en el silencio que reinaba en el apartamento. Ella le lamió el glande y luego se introdujo el miembro en la boca, chupándolo con delicadeza al mismo tiempo que lo acogía con más profundidad.


—Te he echado de menos hoy —susurró Paula cuando dejó que su pene se liberara de su boca momentáneamente—. He estado esperando toda la tarde a que volvieras a casa. Quería que fuera especial. Algo que no olvidaras.


—Está garantizado que esto no lo olvidaré, cariño. Nunca. Me encanta volver a casa contigo. Esta semana ha sido la mejor en toda mi vida.


De nuevo esa felicidad la atacó y le envió una ola de calor por todo el cuerpo. Le encantaba que fuera tan abierto con ella. No tenía duda alguna de cómo se sentía, de que la quería. No tenía que jugar a adivinarlo. No tenía que jugar a nada. Aunque él ya le había dicho eso. Que no quería juegos. Que lo que pasaba entre ellos era de verdad. Que lo que hacían era real. Quizá Paula no hubiera apreciado eso
al principio, pero le había demostrado que iba en serio con esas palabras.


Cada día, no vacilaba en decirle lo hermosa que era, lo mucho que la deseaba, lo mucho que le gustaba tenerla en su apartamento. Que adoraba el regalo de su sumisión y que atesoraba el hecho de que le había dado su confianza.


En el plazo de una semana, esto había sobrepasado a todas las relaciones que hubiera tenido en el pasado. En solo una semana, Pedro se había clavado en su corazón más que cualquier otro hombre. Con Martin, las horas que habían estado separados no habían parecido interminables. No controlaba el reloj ni contaba las horas ansiosa por que llegara el momento en que lo viera de nuevo.


El corazón no había estado involucrado entonces, pero ahora sí. Pedro no solo poseía su cuerpo, sino que su alma y su corazón también le pertenecían y los había conquistado en menos de una semana.


Parecía una locura. Cosas como esta solo ocurrían en los libros o en las películas. Las relaciones eran algo complicado que había que trabajarse todos los días. No ocurrían porque sí. El amor no aparecía sin razón alguna, ¿no?


Pero sí que lo había hecho.


No podía amar a Pedro tan pronto, ¿verdad? No cuando aún estaban conociéndose y explorando los límites de su relación.


Estaba muy excitada. Totalmente. Pedro claramente le gustaba mucho. Muchísimo. ¿Pero lo amaba?


¿Sentía como que cada minuto que estaban separados era la tortura más agonizante?


La volvía loca porque sabía que se estaba enamorando muy rápido de este hombre, pero desechó esa idea, aún era muy pronto. Aún había muchas cosas que no conocía sobre él. 


No había conocido siquiera a sus amigos. Su familia. 


Aunque dudaba de que eso llegara algún día. Él los odiaba, había sido bastante abierto en ese aspecto.


Paula no se podía imaginar odiando a su propia familia. 


Había adorado a su madre y la había llorado tras su muerte. Pero odiaba a su padre, ¿así que quién era ella para juzgar a Pedro? Aunque ella no contaba a su padre como familia, porque la familia no te dejaba tirado. Al menos no la familia de verdad.


No, su padre solo había sido un donante de esperma y nada más.


—Nena, no estás aquí.


La suave reprimenda de Pedro la trajo de vuelta al presente y le hizo abandonar el tren de pensamientos difusos que estaba teniendo. Alzó la mirada y se lo encontró mirándola fijamente con el ceño fruncido mientras sacaba su miembro de la boca.


Ella se ruborizó, culpable de que la hubiera pillado tan rápido. No había forma de esconderse de Pedro. Lo veía todo. Estaba sincronizado con sus estados de humor y sus pensamientos. Le asustaba que pudiera leerla con tanta facilidad tras haber estado juntos solamente durante una semana.



—¿En qué estabas pensando, nena? Porque está claro que no era en mi polla. No es que lo que estuvieras haciendo no fuera bueno, pero no tienes la atención puesta en ello.


Ella suspiró y se balanceó sobre los talones con la mano aún alrededor de su erección.


—Lo siento, Pedro. Culpa mía. Estaba pensando en un centenar de cosas distintas.


Paula se preguntó si la castigaría. Eso sería lo que Martin hubiera hecho. Y sus castigos no eran perversiones placenteras. Dolían. Estaban hechos para que dolieran.


Pedro entrecerró los ojos y continuó estudiándola con la mirada.


—¿Qué demonios se te acaba de pasar por la cabeza ahora mismo? Sea lo que sea, no me gusta.


Ella torció la boca casi dejando caer la palabra «nada». No valdría de nada escondérselo. Él la presionaría hasta que le dijera la verdad. Le gustaba la brusquedad y la honestidad. 


Le gustaba saber lo que estaba pensando.


—Me estaba preguntando si me ibas a castigar por haberme ido a la luna —dijo ella con voz queda —. Y estaba pensando en los castigos de Martin y en el hecho de que él sí que me castigaría por no darle mi total atención. Y sus castigos no eran placenteros ni perversos como los tuyos. Los suyos… dolían. Solo eso. No había placer en ellos.


La descarga de ira que pudo ver en los ojos de Pedro le hizo apartar la mano de forma instintiva. La seriedad estaba reflejada en todo su rostro y ella inmediatamente se arrepintió de haber sido tan sincera. No debería haber sacado a Martin. No debería haberlo traído a su apartamento. A sus vidas.


Bajó la cabeza y entrelazó los dedos de sus dos manos entre sus mismas rodillas.


Pedro desde arriba maldijo, pero ella no levantó la mirada. 


Luego la agarró con suavidad por los hombros y tiró de ella hacia arriba hasta ponerla de pie frente a él. Se subió los pantalones y volvió a abrocharse la bragueta.


—Esta es una de esas ocasiones donde vamos a hablar, pero yo contigo en mis brazos.


No parecía enfadado y eso hizo que el alivio la recorriera todo el cuerpo. Joder, qué complicado era navegar entre las aguas de una nueva relación. Preocuparse todo el tiempo de no hacer o decir nada malo era agotador. No quería estropear las cosas. Ya estaba medio enamorada. Bueno, de acuerdo, quizás estaba muy enamorada de Pedro, y por eso quería ver hasta dónde llegaban.


Pedro la giró y la guio hasta el sofá y luego se sentó mientras la estrechaba entre sus brazos. Deslizó las manos por su cuerpo y por sus brazos antes de darle otro leve apretón. Le rodeó el rostro con las manos y le tocó con uno de sus dedos pulgares la comisura de los labios sobre la que aún se podía apreciar muy ligeramente un moratón.


—Ya te lo dije, no soy tu padre. No eres mi hija. No estamos jugando a interpretar los roles de padre-hija. Eres una mujer adulta, libre de tomar tus propias decisiones. Y si eso suena contradictorio a la clase de relación que tú y yo tenemos, no es así como yo quería que lo vieras. Tú decides si te quieres someter a mí o no. Yo no puedo hacerlo por ti. No puedo forzarte a que tomes decisiones que no quieres tomar. No quiero hacerte eso nunca.
»Lo cual significa que no me gustan los castigos por cosas que supuestamente has hecho mal o para disgustarme. Eso solo me convierte a mí en un gilipollas, y no quiero ser así contigo. Ahora, ¿ponerte el culo como un tomate porque nos pone a cien a ambos? Sí, eso sí. Y ocurrirá con frecuencia
si me salgo con la mía. Pero sacar una fusta e infligirte dolor por el mero hecho de que has hecho algo mal o de que me has enfadado, no. Eso no ocurrirá. Nunca. Porque en ese caso no sería mejor que ese maldito cabrón que te golpeó porque se cabreó cuando lo dejaste.


Ella asintió ya entendiendo adónde quería llegar.


—¿De verdad lo entiendes, Paula? Me enfurece pensar en él provocándote dolor por haber cometido supuestamente una infracción. Yo nunca te voy a tocar física o sexualmente cuando esté enfadado. Podré decirte cosas que te duelan. Tengo mal genio. Pero no voy a hacerte daño a propósito.


Ella asintió de nuevo, aliviándose parte de la tensión que tenía acumulada en el pecho.


Pedro bajó la voz hasta que esta fuera suave y la miró a los ojos con cariño y ternura.


—Nena, lo que necesito que entiendas es que tu relación con Martin no era buena. No era sana.
No era un ejemplo de la clase de relación que tú pensabas que tenías con él. A lo mejor funciona para otra gente, y si es así, mejor para ellos. Siempre y cuando tanto el hombre como la mujer estén de acuerdo y la mujer dé su consentimiento. Si eso es lo que quiere y necesita del tío con el que está, entonces perfecto. Pero a mí no me funciona. Yo soy un tío exigente. Y tanto tú como yo sabemos eso.
Pero no soy tan egoísta ni tan arrogante como para que nuestra relación se centre en mí todo el tiempo.
Si hay algo que a ti no te gusta o que no quieres, todo lo que tienes que hacer es decírmelo. Lo hablaremos. Consideraremos si de verdad es importante, y encontraremos la manera de sortear ese obstáculo.


Paula luchó por contener la sonrisa, pero esta se dibujó en sus labios y el alivio se apoderó de los ojos de Pedro.


—Iba a hacer esto cuando llegara a casa, pero al verte de rodillas, desnuda y esperándome… digamos que me olvidé de todo lo que iba a hacer. Pero ahora te tengo entre mis brazos y creo que es el siguiente paso lógico en nuestra relación.


Ella ladeó la cabeza y lo miró, interrogante.


—Déjame que lo saque del maletín.


Pedro se giró para colocarla mejor en el sofá y luego se deslizó por debajo del cuerpo de Paula. Fue con pasos largos a por el maletín que había dejado tirado en el suelo, rebuscó dentro durante un momento y luego regresó con una caja larga y rectangular en las manos.


Se colocó la caja bajo el brazo y volvió a posicionarse en el sofá tal y como lo había hecho antes: él tumbado con la espalda pegada al brazo del sofá y con Paula en su regazo y entre sus brazos.


Sostuvo la caja frente a ella para que ambos pudieran verla y, con cuidado, la abrió para descubrir una gargantilla impresionante en el interior.


Ella ahogó un grito mientras la sacaba de la caja y la sostenía entre sus manos. Sabía lo que era.


Pedro le había dicho que había mandado hacer una, pero nunca se hubiera imaginado que fuera a ser tan exquisito.


—Quiero que la lleves, Paula, y quiero que entiendas lo que significa.


—Me encantaría, Pedro—respondió ella con suavidad.


Él la sostuvo entre sus dedos y se la colocó alrededor del cuello. Paula se dio la vuelta para que pudiera abrochársela y luego volvió a ponerse de cara a él para estudiar la expresión feroz de su rostro.


—Es perfecto —alabó. Y lo era—. Es algo que yo definitivamente habría elegido para mí misma.


Pedro sonrió.


—Sí, es muy tú. Te pega. Quería algo que combinara con tus ojos, pero también quería algo que reflejara tu personalidad. Tu vitalidad.


Las lágrimas se le acumularon en los ojos y Paula respiró hondo para no perder la batalla contra ellas ni dejar que cayeran por sus mejillas.


Pedro le tocó la mejilla para acariciar con ternura la piel de su rostro y luego deslizó los dedos hacia abajo para pasarlos por encima del collar que descansaba sobre el hueco de su garganta.


—Quiero que entiendas lo que esto significa, nena —dijo otra vez—. Sé que es precipitado, pero porque todo haya venido rápido no significa que no sea real. Vi a mis dos mejores amigos enamorarse hasta las trancas rápido. Muy rápido. Sé que puede ocurrir y que puede durar. Quiero que tú y yo duremos. No estoy diciendo que aún estemos en ese nivel todavía, pero quiero que lleguemos a él. Y quiero que entiendas el significado que tiene el collar. En parte es incluso más importante que un anillo de compromiso, y no estoy diciendo que no lo vayas a tener tampoco. Cuando llegue el momento, tendrás el diamante y mi compromiso. Pero este collar es igual de importante que un anillo y todas sus formalidades.


—No sé siquiera qué decir —pronunció ella resquebrajándosele la voz mientras lo miraba con
asombro.


—Dime que entiendes su significado y que lo llevarás puesto. Luego pasaremos a otras partes de la conversación que quiero tener contigo.


Ella asintió y luego levantó una mano para tocar ella misma el collar.


—No me lo quitaré nunca, Pedro.


La satisfacción floreció en los ojos de Pedro y luego la atrajo contra él para besarla con fuerza y pasión. Cuando se separó de ella, los ojos los tenía entreabiertos y nublados de deseo.


—Ahora, volviendo a tu relación con Martin.


Ella hizo una mueca pero Pedro le colocó un dedo sobre sus labios.


—Sé que no es un buen tema de conversación. Entiendo que no quieras hablar de ello o incluso que tengas miedo de sacar el tema cuando estás conmigo. Pero, cariño, estamos hablando de ti. No voy a hacer como que tu relación con él nunca ha ocurrido y tampoco soy tan cabrón como para prohibir cualquier mención sobre tu pasado y sobre las cosas que te afectan. Nunca jamás debes tener miedo de decirme lo que sea. Si te preocupa a ti, entonces a mí también y lo hablamos. ¿De acuerdo?


—Sí, está bien. Es solo que no lo quería aquí, ¿sabes? Tu apartamento es nuestro mundo y odio que invada nuestro espacio.


—Lo entiendo, nena. Pero aquí es donde te deberías sentir más segura para sacar todas las cosas sobre tu pasado que te duelan. No quiero que me ocultes nada. Y lo que iba a añadir era que tu relación con Martin era insana y completamente enfermiza. Y te diré por qué creo eso. No quiero que pienses que te estoy juzgando o que crea que fueras una idiota por estar con él, pero lo que voy a decir es
importante y tiene relación con lo que tú y yo tenemos ahora.


Dios, amaba a este hombre. Si no hubiera reconocido ya que se estaba enamorando perdidamente de él, esas palabras tan completamente sinceras e impresionantes e increíbles lo habrían conseguido.


¿En qué otro lugar podría haber encontrado a un hombre así? ¿Alguien tan considerado y cariñoso, tan amable y tierno con ella y al mismo tiempo brusco y exigente cuando lo necesitaba?


Pedro era, en una palabra, perfecto. Y ella no había creído nunca que los hombres perfectos existieran excepto en el país de las fantasías.


Se acurrucó entre sus brazos, calentita y contenta, y esperó a escuchar lo que iba a decir ahora.


—Martin cogió de ti mucho en esa relación pero él no te dio una mierda. Y esto lo sé por lo que me has contado. Él esperaba cosas de ti. Te castigaba cuando no obedecías. Pero no te daba nada a ti a cambio. Dijiste que era frío y distante, que nunca fue cariñoso. No te dio las cosas que necesitabas, y tampoco te recompensaba cuando hacías algo que sí que lo complacía.


Ella torció la boca con disgusto porque Pedro lo había clavado. Y lo peor de todo era que ella no había sido capaz de verlo cuando estaba en la relación con Martin. Había asumido equivocadamente que todas las relaciones como la que ella tenía con Martin eran así. Pedro fue bastante rápido en hacerle ver lo equivocada que estaba.


—No te mostraba afecto. No hacía cosas por ti porque supiera que te encantaban. Y, nena, eso no está bien. Tu relación con él trataba solo de él, no sobre ti. Trataba sobre lo que él podía tomar de ti sin tener que darte nada a cambio. Y eso es una vergüenza. Esas no son formas de tratar a una mujer a la que se supone que tienes que proteger y cuidar.


—Tú no eres así —susurró ella.


Los ojos de Pedro resplandecieron.


—No sabes cuánto me alegro de que pienses así, nena. No me haría ninguna gracia que pensaras que no te estoy dando lo que necesitas de mí. Y si alguna vez lo piensas, quiero que me lo digas Porque lo arreglaré. No lo haré a consciencia, pero si llegara a ocurrir, espero que me lo digas muy clarito.


Ella sonrió.


—No te preocupes, Pedro. Ahora que me has enseñado cómo pueden ser las cosas, soy avariciosa y no voy a volver nunca a tener una relación como la que tuve con Martin. Me has arruinado para cualquier otro hombre.


La expresión de Pedro se ensombreció.


—Eso es bueno porque no tengo ni la más mínima intención de dejar que averigües cómo son las cosas con otro hombre. Si no te doy lo que necesitas, entonces mejor que me digas qué es lo que no te estoy dando porque no voy a dejar que vayas en busca de otro para eso. Eres mía, Paula.


—Soy tuya —susurró ella mientras delineaba con los dedos su firme mandíbula.


—Ahora hablemos de ese encierro en el que te tengo.


Ella alzó ambas cejas.


—¿Encierro? ¡Pedro, eso suena fatal! ¿Eso es lo que crees que has hecho? ¿Dejarme encerrada?


Él se rio.


—Solo estaba bromeando, cariño. Juan me acusó de tenerte encerrada porque no te comparto con nadie más, solo conmigo. Y tiene razón. Te he controlado mucho esta semana, he sido egoísta. No te quería compartir con nadie todavía, y eso no es justo para ti. Solo has salido de casa una vez en toda la semana.


—No me ha importado, Pedro. Me ha encantado esta semana contigo. Y he estado trabajando, así que no pasa nada.


—Sí, pero te cansarías después de un tiempo. Solo quería asegurarme de…


Él puso una mueca en el rostro y se calló.


—¿Asegurarte de qué?


—No es importante —dijo con brusquedad—. La cosa es que quiero que conozcas a mis amigos.
Son las personas más importantes para mí además de ti. Son mi familia. Mi verdadera familia. Gabriel y Melisa vuelven el sábado por la noche y si les apetece, me gustaría que los conocieras a todos el domingo. Me gustaría que conocieras también a mi hermana, Belen. Está pasándolo un poco mal ahora y es casi de la misma edad que tú. Melisa y Vanesa y las amigas de Melisa son un poco más jóvenes
pero creo que también te gustarán. Tanto Melisa como Vanesa tienen la cabeza bien puesta sobre los hombros y ambas tienen un corazón tan grande como Alaska.


—Me muero por conocerlos —dijo con sinceridad—. Si significan tanto para ti, no me cabe duda de que me gustarán, Pedro. Quiero conocer a la gente que quieres. Me alegra saber que quieres compartir esa parte de ti conmigo. Ojalá yo también pudiera hacer lo mismo contigo.


Él la estrechó contra sí de nuevo.


—Quiero que tengas gente que te quiera y te apoye, nena. Odio que estés sola sin familia y que hayas perdido a tu madre. Estoy seguro de que la habría adorado si era tal y como me has contado.


Paula sonrió y se incorporó ligeramente para volverlo a besar.


—Vanesa es diferente, Paula, y quiero que lo sepas de entrada. Ella ha tenido una vida dura, así que probablemente no sea muy buena idea que le preguntes cosas sobre ella. Sobre su anterior vida, me refiero.


Paula alzó las dos cejas a modo de interrogación y levantó la mirada hacia Pedro.


—¿Qué quieres decir?


Pedro suspiró.


—Ella vivía en la calle cuando Juan y yo la conocimos. Estaba trabajando en la fiesta de compromiso de Melisa. Eso no lo sabíamos por entonces. Nos acostamos con ella esa noche, como ya te dije, pero a la mañana siguiente se esfumó y Juan casi puso la ciudad patas arriba buscándola. La encontró en un centro de acogida y se la llevó a casa con él. El resto es historia, pero incluso después de eso ha tenido que pasar por momentos duros. Tenía un hermano de acogida que vivía en la calle con ella y que estaba metido en toda clase de problemas. Vanesa tuvo una adicción a analgésicos, y aunque eso es pasado, la intensidad de su relación con Juan casi la hizo volver a recaer. Y luego su
hermano, Jeronimo, le echó drogas en su chocolate caliente y casi la mató. Todos pensamos que era una sobredosis y que había intentado suicidarse. Fue una situación jodida porque la noche de antes Juan volvió a casa y me encontró a mí y a Vanesa en el apartamento y le dio la paranoia. Se desahogó conmigo y con Vanesa y ella se enfadó. Así que a la mañana siguiente cuando todo esto ocurrió, la verdad es que no pintaba nada bien.


—Guau —dijo Paula en voz baja—. Suena de película. Como algo que se pudiera ver en una serie de televisión o algo.


—Sí —murmuró Pedro—. Pero era todo muy real. Jeronimo no tenía intención de hacerle nada. Él era el que iba a suicidarse, pero Vanesa cogió la taza equivocada y terminó en el hospital luchando por su vida. Quería que supieras esto para que no formularas las preguntas equivocadas ni tampoco sacaras algún tema de conversación que pudiera hacer que la situación fuera incómoda para ti o para Vanesa.


Ella se mordió el labio. Tenía una pregunta en la punta de la lengua que no sabía si debería formular porque la hacía parecer… celosa. Aunque aún sentía un pinchazo dentro del pecho cada vez que hablaba de Vanesa, porque su expresión cambiaba cuando hablaba de ella. Era evidente que aunque ella perteneciera a su amigo, él también se preocupaba mucho por ella.


—¿Qué estás pensando? —la animó Pedro—. Conozco esa mirada. Quieres preguntarme algo. Simplemente hazlo, nena. Tendrías que saber a estas alturas que puedes preguntarme lo que quieras.


Ella inspiró hondo.


—Es solo que has dicho que Juan os encontró a ti y a Vanesa en el apartamento y se volvió loco. Pero me dijiste que solo fue esa primera noche…


Pedro torció su boca.


—No fue nada. Me acerqué al piso de Juan para llevarle unos documentos del trabajo. Por entonces uno de los acuerdos que teníamos en marcha se estaba yendo al garete, por eso estaba de ese humor de perros e inmediatamente llegó a la conclusión errónea. Le debía a Vanesa una disculpa. Fui bastante duro con ella al principio. No pensaba que fuera la mujer adecuada para Juan al verlo perder la cabeza de tal forma por ella. Y además quería que dejáramos atrás esa primera noche y el cómo nos conocimos. Así que me disculpé y le dije que quería que fuéramos amigos. Que Juan era importante para mí, así que ella también lo era a partir de ese momento para mí. Eso fue lo que Juan interrumpió.


Paula asintió.


—Lo entiendo.


Pedro ladeó la cabeza y se la quedó mirando atentamente.


—¿Aún te sigue molestando esta cuestión con Vanesa?


Ella hundió los hombros con un suspiro pero fue honesta. No le debía menos.


—Sí. No te voy a mentir, me pone un poco nerviosa el conocerla. No es que no te crea, pero no hay mujer viva en este planeta a la que le guste encontrarse con la antigua amante de su pareja, aunque solo hubiera sido cosa de una noche. Si ya es malo tener que conocerla, imagínate pasar tiempo con ella a largo plazo. Lo superaré, pero seré lo suficientemente sincera contigo como para admitirte que
cuando la conozca por primera vez, voy a estar imaginándoos a los dos juntos y no va a ser muy divertido que digamos.


Pedro no pareció estar muy contento con esa afirmación.


—No quiero que te tortures con eso, nena. No significó nada. O al menos debería decir que para mí no significó nada. Para Juan sí que significó mucho. Y si él hubiera sido sincero conmigo desde el principio, esa noche nunca hubiera ocurrido. Yo habría retrocedido porque no me sentía atraído por ella. No lo hice entonces, ni tampoco ahora.


El alivio se instaló en el pecho de Paula. Sus palabras eran absolutamente sinceras y ella se las creía por completo.


—Estoy comportándome como una tonta. No dejaré que me moleste, Pedro. Te lo prometo. Y no sacaré el tema. Ni tampoco el pasado de Vanesa. La verdad es que parece ser una mujer bastante asombrosa.


—Lo es —dijo Pedro—. Es perfecta para Juan. Y tú eres perfecta para mí.







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