viernes, 12 de febrero de 2016
CAPITULO 45 (TERCERA PARTE)
—¿Cómo está? —preguntó Melisa ansiosamente cuando Pedro entró en la sala de espera de la UCI—.¿Se ha despertado ya?
Pedro estrechó a Melisa en un abrazo y luego rodeó a Vanesa con el brazo, quien llevaba la misma expresión preocupada y seria. Detestaba que esto las tocara a ellas, de que las hubieran amenazado y que ahora tuvieran que vivir con ese conocimiento.
Y más que eso, odiaba que el pasado de Melisa se hubiera visto arrastrado hasta el presente. La vergüenza brillaba con fuerza en sus ojos. Se culpaba por algo de lo que no tenía culpa alguna. No era su culpa que Charles Willis fuera un maldito cobarde que acosaba a mujeres para conseguir lo que quería. Pedro estaba muy cabreado por que Charles hubiera instalado el miedo en los ojos de Melisa y Vanesa. Y más que eso, lo enfurecía que Paula hubiera acabado con moratones y huesos rotos por culpa de la agresión de Charles.
El hombre lo pagaría. Solo era cuestión de tiempo.
Gabriel y Juan también miraron a Pedro con expectación mientras esperaban a que los pusiera al día sobre el estado de Paula. Ninguno de los hombres había dormido desde que todo esto había empezado.
Estaban demasiado preocupados de que Melisa o Vanesa pudieran ser las siguientes, así que habían tomado medidas para asegurarse de que ninguna de ellas estuviera nunca en peligro.
Melisa y Vanesa no estaban muy contentas con esa decisión, pero no objetaron nada.
—Se despertó durante unos pocos minutos —informó Pedro.
—Oh, eso es maravilloso —dijo Vanesa en voz baja—. ¿Cómo está?
—Le duele mucho todo el cuerpo. Le han dado algo contra el dolor y ha vuelto a quedarse dormida. Consiguió decir algunas cosas. Está confundida. Estaba muy preocupada por Melisa y Vanesa. No recordaba habernos advertido sobre Charles, así que estaba inquieta por decirle a Gabriel y a Juan que habían amenazado a Melisa y Vanesa.
—Maldito cabrón —murmuró Juan—. ¿Qué ha dicho el médico?
—¿Cuándo podremos verla? —preguntó Melisa con ansiedad.
—Quizás la próxima vez que se despierte —dijo Pedro—. Y el médico ha dicho que está progresando muy rápido. Han podido quitarle el tubo del pecho y ya respira por sí sola con la ayuda del oxígeno. Seguramente la muevan a una unidad menos crítica mañana si continúa bien y no muestra signos de infección.
—Eso es maravilloso —comentó Vanesa.
—Estoy muy cabreada de que le haya pasado esto a ella —dijo Melisa al borde de las lágrimas.
Gabriel inmediatamente se acercó a ella, le rodeó la cintura con un brazo y la pegó contra su costado.
—Es por mi culpa —continuó. Las lágrimas ya resbalaban por sus mejillas—. Debería haber sido yo, y no ella.
Pedro gruñó y Gabriel no estaba mucho mejor. La culpabilidad pesaba sobre sus ojos. Se lo veía demacrado, gris, y de repente aparentaba mucho más de treinta y nueve años.
—Esos son estupideces —gruñó Juan—. No es culpa tuya, Melisa. No voy a permitir que lo digas.
—Todos sabemos que es por mi culpa —dijo Gabriel, serio—. Si me hubiera encargado del cabronazo la primera vez, ahora nosotros no estaríamos aquí, ni Paula estaría descansando en una cama de hospital.
Pedro no iba a refutarle aquello. Si hubiera sido él, y lo que pasó con Melisa le hubiera ocurrido a Paula, Pedro se habría encargado del problema entonces. Pero atribuirse la culpa no les traía nada bueno.
Gabriel ya se estaba torturando lo suficiente él solito sin que Pedro o Juan le echaran más carga encima.
Juan le envió a Gabriel una mirada sombría que decía que aún no había perdonado al otro hombre por lo acontecido en París, ni por el intento de Charles de chantajear a Melisa. Pero permaneció callado y con los labios apretados en una fina línea.
—No importa. Ya me he encargado de ello —dijo Pedro—. Hay cosas más importantes ahora por las que preocuparnos.
Juan lanzó una mirada preocupada en la dirección de Pedro, pero este la ignoró. No iba a entrar en detalles estando Melisa y Vanesa presentes. Ya tenían suficiente de lo que preocuparse sin tener que añadirles ese peso extra encima.
—Tengo que recompensar a Paula por muchas cosas —continuó Pedro—. Además del hecho de estar tumbada en una cama de hospital, sufriendo como no está escrito, también está el tema de las pinturas que compré. Le hice daño al hacerlo y al ocultárselo. Necesito vuestra ayuda.
—Sabes que haremos lo que sea —dijo Vanesa.
Pedro la apretó contra él ya que seguía teniendo el brazo alrededor de su cintura.
—Gracias, cariño. Significa mucho.
—¿Qué quieres que hagamos? —preguntó Gabriel.
—Quiero organizar una exposición de arte para ella y quiero hacerla a lo grande. Necesito que os cobréis cada favor que tengáis pendientes para hacer que sea enorme. Podemos utilizar el salón en el Bentley, y asegurarnos de que todo el mundo que sea importante esté invitado y de que el evento esté calificado como el evento de obligada asistencia del año. Políticos, celebridades, todo el mundo.
Quiero que Paula tenga una velada donde su arte brille y que le demuestre que tiene un talento increíble. Solo necesita la publicidad correcta.
—De acuerdo. ¿Cuándo? —preguntó Juan.
—Tendrá que ser dentro de un par de meses. Quiero asegurarme de que Paula esté lo bastante recuperada como para que pueda disfrutar de su gran noche. Lo último que querría es aparecer en su propio evento llena de moratones y con una escayola. Pero tenemos que empezar a movernos ahora para que todo salga perfecto.
—Sin problemas —dijo Gabriel.
—Gracias —murmuró Pedro—. Significa mucho para mí que siempre me apoyéis.
Melisa se soltó del agarre de Gabriel y abrazó a Pedro con fuerza.
—Te queremos, Pedro. Y queremos a Paula también. Nos encantará ayudar. Solo dinos si necesitas algo más.
Los labios de Pedro se curvaron en una media sonrisa.
—Pues, de hecho, sí que hay algo más.
—Qué —dijo Vanesa.
—Necesito que os quedéis aquí en caso de que Paula se despierte otra vez. Tengo que ir a comprar un anillo.
Las sonrisas de felicidad de Melisa y Vanesa le derritieron el corazón. Las abrazó a ambas y les dio un beso en la sien.
Y luego se fue a Tiffany’s para comprar el anillo de Paula.
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