viernes, 12 de febrero de 2016
CAPITULO 44 (TERCERA PARTE)
Dolor. La atravesaba como si un martillo no cesara en el empeño de clavarle un clavo en la cabeza. Le dolía todo. Le dolía respirar. Le dolía abrir los ojos.
Había voces, o al menos una voz. Era difícil de distinguir porque tenía un pitido ensordecedor en los oídos que no podía hacer desaparecer.
Y luego también una mano, suave y cálida, sobre su frente.
Un beso. Palabras dulces susurradas sobre su piel. Suspiró ligeramente y luego se arrepintió porque el dolor se extendió como fuego por su pecho.
—D… duele —dijo con una voz llena de dolor, que desconocía siquiera si era audible.
—Ya lo sé, nena. La enfermera ya viene para darte algo para el dolor.
—¿Pedro? —susurró.
—Sí, cariño, soy yo. Abre esos preciosos ojos para mí y me verás justo aquí.
Ella lo intentó. De verdad que sí. Pero sus ojos no querían cooperar, y dolía mucho el simple hecho de intentarlo.
—No puedo —se las arregló para decir a través de sus labios doloridos e hinchados.
Una vez más, Pedro pegó los labios contra su frente y ella sintió su mano en el pelo. Era agradable.
Esa era la única parte del cuerpo que no le dolía.
—No pasa nada —la tranquilizó—. No lo intentes demasiado. Solo quiero que sepas que estoy contigo y que te vas a poner bien.
Pero aun así, quería verlo. Quería cerciorarse de que su imaginación no le estaba jugando una mala pasada. Se abrazó a sí misma contra el dolor y lo intentó con más fuerza. Un pequeño rayo de luz le quemó los globos oculares y ella volvió a cerrar los ojos de nuevo. Se quedó ahí tumbada, casi jadeante por el esfuerzo y por la agonía que ese pequeño movimiento le había provocado. Luego lo
intentó otra vez, y esta vez ya estaba preparada para la luz.
Al principio vio una neblina un tanto borrosa, pero inmediatamente después, él se movió dentro de su campo de visión.
—Hola, preciosa —le dijo con suavidad.
Ella intentó sonreír, pero eso dolía también, así que simplemente se quedó allí, parpadeando lentamente para poder verlo con más claridad.
—Hola —le devolvió con la misma voz.
Para su completa sorpresa, Pedro tenía los ojos brillantes de la humedad y tenía un aspecto horrible.
No se había afeitado, su pelo estaba desordenado y parecía haber dormido con la ropa que llevaba puesta.
Paula se relamió los labios y gimió suavemente.
—¿Q… qué me ha pasado?
Pedro frunció el ceño y sus ojos se pusieron serios.
—¿No te acuerdas?
Se concentró con fuerza pero todo estaba borroso.
—¿Cuánto tiempo?
Él le tocó el pelo con una expresión preocupada en el rostro.
—¿Cuánto tiempo qué, mi amor?
—He estado aquí.
—Dos días —dijo.
Ella abrió los ojos como platos de la sorpresa a pesar del malestar que eso le provocó.
—¿Dos días?
—Sí, nena. Has estado en la UCI dos días. Nos has dado un buen susto.
—¿Voy a ponerme bien?
Esa era una pregunta que tenía miedo de formular, pero tenía que saberlo. No le dolería tanto el cuerpo si no fuese grave.
Él suavizó la expresión de su rostro y sus ojos se volvieron cariñosos y se llenaron de amor.
—Vas a estar bien. No permitiré ninguna otra posibilidad.
—Lo siento —dijo ella con un suspiro.
Pedro echó la cabeza hacia atrás, sorprendido.
—¿Por qué lo sientes?
—Exageré —dijo—. No debería haberlo hecho. Lo siento. Iba a llamarte, pero entonces…
Y fue en ese momento cuando recordó todo lo que había pasado. Se le cortó la respiración al recibir el impacto de los recuerdos. Su miedo, su dolor, la preocupación por que fuera a morir. Las lágrimas se le acumularon en los ojos.
—Oh, nena —dijo Pedro con la voz llena de dolor—. No llores. Y no lo sientas. No tienes nada por lo que disculparte. Nada de nada.
—¿Quiénes eran? —susurró—. ¿Por qué me hicieron esto? ¿Por qué os odian a ti, a Gabriel y a Juan?
Él cerró los ojos y luego se inclinó hasta tocar su frente con la suya propia.
—No hablemos de esto ahora mismo, cariño. No quiero alterarte. Preferiría hablar de lo mucho que te quiero y de lo que voy a hacer para mimarte y consentirte hasta que te recuperes.
Paula tenía que preguntar otra cosa. Tenía que saber cómo estaba la situación entre ellos y si ella se había cargado toda posibilidad de estar juntos.
—¿Hemos vuelto?
Pedro sonrió de un modo tan dulce y tierno que la hizo derretirse de pies a cabeza y, además, hizo desaparecer parte del abrumador dolor que sentía en todo el cuerpo. El alivio se reflejó en sus ojos.
—Por supuesto que sí.
Los propios hombros de Paula se hundieron del alivio también.
—Me alegro —dijo suavemente.
—Dios, nena, es una tortura estar tan cerca de ti y al mismo tiempo no poder abrazarte ni besarte como quiero.
—Yo solo me alegro de que estés aquí.
—No estaría en ningún otro sitio.
Ella cerró los ojos cuando el dolor y el cansancio aumentaron. Se volvieron acuciantes, pero ella tenía muchas preguntas por hacer. Necesitaba respuestas. Necesitaba saber exactamente lo graves que eran sus lesiones. De hecho, no sabía siquiera con exactitud qué lesiones tenía.
—La enfermera está aquí, cariño. Quédate conmigo unos segundos más y el dolor desaparecerá.
—Háblame —le suplicó ella—. Solo quiero oír tu voz. Quédate aquí y cuéntame lo que ocurrió y lo grave que es. Tengo que saberlo.
Él le pasó una mano por la frente mientras la enfermera le inyectaba el calmante para el dolor por la vía intravenosa. Paula sintió una ligera quemazón por todo el brazo y luego, justo detrás, un alivio maravilloso. Un sentimiento de euforia la envolvió. Se sentía ligera y como si estuviera en una nube.
El techo de repente parecía estar justo encima de ella y Paula ahogó un grito.
—¿Estás bien? —preguntó Pedro con preocupación.
—Sí.
Él se quedó callado y ella abrió los ojos presa del pánico para intentar ver adónde se había ido.
—Estoy aquí, cariño. No me voy a ir, te lo prometo.
—Háblame —le dijo de nuevo, grogui y adormilada.
Pero no se quería ir a dormir. Todavía no.
Pedro la besó en la frente.
—Dame un minuto, nena. Quiero hablar con la enfermera sobre ti, pero volveré enseguida.¿Puedes mantenerte despierta por mí?
—Ajá.
Ella lo sintió alejarse y de repente el frío la atravesó. Odiaba esa sensación. El miedo y el pánico se instalaron en cada uno de sus huesos. Sus labios temblaron, pero estaban tan inflamados que los sentía raros, como si fueran diez veces más grandes.
O a lo mejor solo era la medicación.
¿Por qué le dolía tanto respirar? Fue entonces cuando se percató del oxígeno que estaba entrando en su organismo a través de sus orificios nasales. El pecho lo tenía muy tenso y los músculos le dolían desde la cabeza a los pies.
¿Habían querido matarla? Pero no, ese no podía ser el caso.
Le habían dado un mensaje para que se lo trasmitiera a Pedro.
¿Se lo habría dicho?
El miedo se apoderó de ella otra vez. ¡Tenía que decírselo! Melisa y Vanesa estaban en peligro, y nunca se perdonaría a sí misma si sufrieran algún daño por no haber advertido a Gabriel y a Juan.
—Pedro —lo llamó tan fuerte como pudo.
—Estoy aquí, nena. ¿Qué pasa? Tienes que calmarte y respirar más despacio. Vas muy rápido. ¿Puedes hacer eso por mí?
Ella respiró hondo e intentó tranquilizarse. La presión que se le estaba formando en el pecho era intensa. Inspiró de nuevo, luego soltó el aire y lo intentó otra vez.
—¿Qué pasa, Paula? ¿De qué tienes miedo?
—Melisa. Vanesa —graznó—. Les harán daño como a mí. Tengo que decírselo a Gabriel y a Juan.
—Ya están avisados —la tranquilizó—. Ya nos lo dijiste. Gabriel y Juan se están asegurando de que Melisa y Vanesa estén a salvo. No tienes que preocuparte por ellas. Y me he ocupado de Belu también.Te hará feliz saber que Sergio la tiene encerrada bajo llave.
Ella intentó sonreír. Y puede que incluso lo hubiera medio logrado a juzgar por la expresión de felicidad que estaba dibujada en el rostro de Pedro.
Luego volvió a ponerse seria porque la gran pregunta aún seguía sin tener respuesta. Y cada vez se sentía más y más adormilada. Se le estaba haciendo más complicado mantenerse despierta. No quería nada más que ceder al sueño, donde no había dolor ni preocupaciones. Nada excepto un negro vacío y nada más.
—¿Por qué?
Pedro suspiró. No intentó siquiera malentenderla.
—Te hirieron por mi culpa —dijo con el dolor bien presente en su voz—. Por mi negocio. Por mí, Gabriel y Juan. El tío es un cabrón que ya le hizo daño a Melisa antes. Yo no lo sabía, pero él y Gabriel tienen un pasado. Contraatacó porque nosotros lo dejamos fuera de una transacción y nos negamos a hacer negocios con él. No va a volver a ocurrir, Paula. Te lo juro.
La resolución en sus palabras preocupó a Josie. Era la misma que cuando habló de Martin y del hecho de que ya no volvería a ser un problema.
—¿Qué has hecho? —susurró.
—Nada de lo que tengas que preocuparte —le dijo mientras le daba otro beso en la frente.
Ella frunció el ceño; los ojos ya los tenía medio cerrados.
Luchó por mantenerse despierta y centrada.
—Esa no es una respuesta —masculló.
—Lo es —insistió—. No quiero que te preocupes por nada que no sea ponerte buena. Esto no te va a salpicar,Paula. Nunca.
—No quiero perderte —susurró ella.
Pedro le acarició el pelo y sus ojos se llenaron de amor.
—No me perderás. Nunca. Siempre voy a estar aquí.
—Está bien.
—Descansa ahora, nena. Estás a punto de quedarte dormida. Duerme tranquila. Estaré aquí cuando te despiertes.
Ella luchó por quedarse despierta tanto como le llevara susurrar las palabras. Palabras que no le había dicho antes.
—Te quiero.
Esta vez las lágrimas aparecieron en los ojos de Pedro, y transformaron su color verde en uno más aguamarina. Se le cortó la respiración, que salía de modo irregular a través de sus labios, mientras la miraba fijamente.
—Yo también te quiero, cariño. Ahora descansa. Estaré aquí cuidándote mientras duermes.
Ella cedió y cerró los ojos, rindiéndose ante la fuerza de la medicación. Pero aún era consciente de la cálida mano que le acariciaba la frente. Y de los labios pegados contra susien.
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