jueves, 11 de febrero de 2016
CAPITULO 43 (TERCERA PARTE)
—¿Qué mierdas está pasando? —exigió Juan mientras entraba con paso largo en la sala de espera de Urgencias.
Pedro se giró y luego les hizo un gesto tanto a Gabriel como a Juan para que se dirigieran a una de las salas privadas más pequeñas donde los médicos se reunían con los familiares.
—Tenemos un grave problema —dijo Pedro seriamente.
—¿Qué demonios le ha pasado a Paula? —preguntó Juan—. Gabriel me ha llamado muy preocupado por Melisa y por Vanesa, me dijo que las encerrara a ambas y que me asegurara de que estuvieran a salvo. He llamado a Kevin Ginsberg y ahora tengo a dos mujeres extremadamente cabreadas porque he hecho que Kevin las vigilara a ambas y tienen miedo y quieren saber qué coño pasa, ¡lo cual no he
podido decirles porque ni yo mismo lo sé!
Pedro levantó una mano y se metió la otra en el bolsillo.
Sacó la foto que había encontrado en la mano de Paula y se la mostró a Gabriel.
La expresión de Gabriel fue una mezcla de conmoción y rabia. Y luego, extrañamente, de culpabilidad también. Se puso gris y seguidamente retrocedió dando tumbos hasta sentarse en una de las sillas. Escondió el rostro entre las manos y arrugó la foto con uno de sus puños.
Juan se la quitó y luego empalideció al ver a su hermana desnuda, atada, y con otro hombre intentando meterle la polla en la boca.
—¿Qué cojones es esto?
La explosiva pregunta de Juan retumbó en la habitación.
—Paula la tenía en la mano cuando llegué —dijo Pedro con voz queda—. Y luego me dijo que el hombre que le había dado la paliza tenía un mensaje para mí, para ti y para Gabriel.
—¿Qué? —dijo Juan con incredulidad.
—Le dijo que nada de lo que tuviéramos en alta estima estaba a salvo de él. Que lo arruinamos y ahora él nos va a arruinar a nosotros. Diría que Paula fue el primer objetivo porque era la más fácil.
Estaba sola y vulnerable. Sería mucho más complicado acercarse a Melisa o a Vanesa.
—Quiero saber de qué coño va esta foto —dijo Juan en un tono furioso—. Ese de la fotografía era Charles Willis. ¿Es él el que le ha hecho daño a Paula y ahora nos está amenazando?
—Sí —respondió Gabriel con desolación.
—¿Qué sabes tú que no nos hayas contado? —preguntó Pedro con un tono peligrosamente grave.
Era evidente por la expresión del rostro de Gabriel que había muchas más cosas que Pedro y Juan no sabían.
Gabriel se pasó una mano por la cara con cansancio; sus ojos rebosaban de angustia.
—Lo que voy a decir os va a cabrear a ambos. Pensé que era algo que habíamos dejado atrás Melisa y yo, pero aparentemente me equivoqué.
—Sí, diría que sí —soltó Juan con mordacidad—. ¿Qué demonios has hecho, Gabriel?
—Cuando Melisa y yo estábamos juntos, antes, cuando te lo estábamos ocultando, justo antes de que fuéramos a París por negocios, mi exmujer vino a la oficina diciendo toda clase de estupideces. Luego me acusó de estar enamorado de Melisa. Me acusó de estar enamorado de ella cuando aún estaba casado con Lisa. No lo supe asimilar bien. No estaba preparado para admitir mis sentimientos por Melisa. Y en un esfuerzo por distanciarnos, por demostrarme a mí mismo que solo era sexo, preparé algo en París.
—¿Qué quiere decir ese algo? —gruñó Pedro.
Gabriel soltó su respiración.
—Melisa y yo habíamos discutido, antes, su interés por estar con otro hombre. Conmigo, quiero decir. Supongo que era más o menos como tú y Juan cuando compartíais a las mujeres. Así que lo preparé con Charles Willis y otros dos hombres más en nuestra habitación. Joder, esto es complicado.
Juan miraba fijamente a Gabriel con los ojos echando chispas.
—Las cosas se salieron de madre. Yo iba a dejar que la tocaran, nada más. Les dejé clarito que no podían hacer nada más que tocar, lo cual significaba que tenían que quedarse con las pollas bien guardaditas. Pero cuando la cosa empezó, supe que estaba mal. Me di cuenta de lo que estaba haciendo, pero antes de poder pararlo todo, Charles se sobrepasó con Melisa. Estaba intentando meterle la polla en la boca y luego la golpeó cuando ella protestó.
—¡Hijo de puta! —maldijo Juan—. ¿Qué demonios esperabas, tío? ¿Cómo pudiste hacerle eso? ¿En qué estabas pensando?
Gabriel levantó la mano.
—Hay más. Se pone peor.
—Dios —murmuró Pedro.
—Cuando volvimos, Charles se enfrentó a Melisa fuera del edificio de oficinas cuando fue a comprarnos algo para comer. Intentó chantajearla para que le diera información sobre las ofertas.
Sabía que yo no tenía ninguna intención en hacer negocios con él, pero supuso que si ofrecía el precio más bajo no tendríamos elección. Le enseñó esa imagen a ella y le dijo que si no le daba lo que quería, la haría pública.
—Increíble —gruñó Juan.
—Melisa vino a mí en vez de sucumbir, y yo me ocupé del asunto. O al menos pensé que lo había hecho —terminó Gabriel con cansancio.
La mandíbula de Pedro estaba apretada con fuerza. La ira lo quemaba por dentro.
—Me ocuparé de ello —dijo Gabriel con voz queda—. La cagué, por lo que me aseguraré de que ese maldito cabrón no le ponga las manos encima ni a Melisa ni a Vanesa y me aseguraré de que pague por lo que le ha hecho a Paula.
—No —dijo Pedro, y la palabra salió de sus labios con tanta brusquedad que pareció un disparo.
Tanto Gabriel como Juan miraron a Pedro con los ojos entornados.
—Tú ya tuviste tu oportunidad —dijo Pedro con una voz plana—. Ahora voy a ser yo quien se ocupe de ese cabrón.
El rostro de Juan destelló, alarmado.
—No creo que eso sea una buena idea, tío. Tus emociones están apoderándose de ti ahora mismo.Deja que yo y Gabriel nos encarguemos de esto.
—He dicho que no —espetó Pedro—. Es mi turno. Gabriel tuvo su oportunidad. La cagó, así que no le voy a dejar esto a él.
—Pedro —replicó Gabriel, pero Pedro lo calló con una mirada.
—Si fuera Melisa o Vanesa la que estuviera tumbada en una cama de hospital, con moratones, huesos rotos, un pulmón perforado y Dios sabe qué más, ¿os quedaríais sentados, dejando que otra persona se ocupara del cabrón que le ha hecho todo eso?
Juan torció la boca y luego suspiró.
—No. Pero, joder, tío. Después de lo que ha pasado con Martin, esto es demasiado arriesgado. Te has librado de la primera, no te vas a librar de esta. Charles Willis no tiene nada que perder. No va a ceder ante amenazas. Tócalo, y tendrá tu cabeza en una bandeja de plata.
—¿Quién ha dicho nada de amenazas? —preguntó Pedro con calma—. En mi mundo, las amenazas
no valen nada a menos que hagas algo que las respalde. Yo no tengo intención de amenazar a Charles Willis. Pero sí que tengo toda la intención de cargármelo.
Gabriel y Juan intercambiaron miradas de preocupación, pero Pedro las ignoró. Intentarían hacer que se lo pensara dos veces, pero no lo iban a disuadir.
—Esto no os salpicará. Y mucho menos les salpicará ni a Melisa, ni a Vanesa ni a Paula. Nunca más. No tenéis de qué preocuparos. No estaréis relacionados con esto.
—Que te jodan —dijo Juan con rudeza—. Ni de coña voy a dejar que toda esta mierda te caiga encima a ti solo. Ya hemos pasado por eso. No tienes que pedirlo. Siempre te cubriremos las espaldas.
—Significa mucho —dijo Pedro calladamente—. Pero no voy a arrastrar a mi familia conmigo.
Vosotros y las chicas significáis demasiado para mí. Yo no voy a caer tampoco, eso lo podéis tener claro. Ni en el peor de los sueños voy a dejar que Paula sobreviva sola. Yo voy a estar ahí en todo momento y no se volverá a tener que preocupar de que algún gilipollas que nos tenga rencor la use para llegar hasta nosotros. Esto no volverá a pasar.
—¿Qué vas a hacer? —preguntó Gabriel quedamente.
—Mejor que no lo sepas —respondió Pedro.
Gabriel se pasó una mano por el pelo.
—Joder, tío. Esto es por mi culpa.
—Tuviste tu oportunidad —dijo Pedro con cuidado—. No estoy diciendo que lo hicieras mal, pero fuera lo que fuese, no fue suficiente. Yo voy a asegurarme de que esta vez sí lo sea. Él no le ha dado una paliza a tu mujer hasta casi dejarla muerta, aunque ella fuera el verdadero blanco. Ha jodido a
Paula, y voy a cerciorarme de que eso no vuelva a pasar.
—¿Por qué narices no nos contaste esto antes? —le reprochó Juan a Gabriel—. No me puedo creer que nos ocultaras esto, especialmente si no te aseguraste del todo de que Charles no fuera a ser una amenaza en el futuro.
—No os lo podía contar cuando ocurrió —dijo Gabriel entre dientes—. Melisa estaba histérica porque no quería que su hermano se enterara de la clase de relación que teníamos o ni siquiera de que teníamos una relación. Y después ya no parecía tan importante. Él desapareció. Los meses pasaron y él pareció esfumarse de la faz de la Tierra. Pensé que no volvería a ser un problema.
—Lo que hiciste fue enfadarlo hasta tal punto de querer darle una paliza a Paula y de tener ahora en el punto de mira a Melisa y a Vanesa —dijo Juan con un tono furioso.
—Tienes que mantenerte ojo avizor con las chicas —dijo Pedro desviando el tema que tenía enfurecido a Juan.
Tenía ese derecho. Melisa era su hermana. Pero eso no era lo importante ahora. La seguridad de las mujeres, sí.
—Sí —gruñó Gabriel—. No van a ir a ninguna parte hasta que Charles ya no sea un problema.
Pedro asintió.
—Os lo haré saber cuando el asunto se haya resuelto.
La expresión de Juan aún era intranquila pero se mantuvo en silencio, aunque era obvio que ni él ni Gabriel habían terminado con la conversación.
—¿Señor Alfonso?
Pedro se giró y vio a una enfermera en la puerta. Se precipitó hacia ella.
—¿Cómo está Paula? —exigió—. ¿Puedo verla ya?
La enfermera sonrió.
—La doctora les atenderá enseguida. Ella les dirá cuál es el estado de Paula y luego podrán preguntarle si pueden ir a verla. Quédense aquí mientras les informo de dónde está.
Pedro se movió con impaciencia. Había pasado mucho tiempo sin que le dijeran nada y se estaba volviendo loco. No le gustaba que Paula estuviera sola. O al menos rodeada de extraños. Se estaría preguntando dónde estaría él. Le había jurado que no la dejaría, que estaría con ella en todo momento.
¿Cómo podía mantener esa promesa cuando lo habían echado de su habitación mientras la trataban?
Un momento más tarde, una mujer vestida con una bata entró por la puerta. Parecía joven, y la cola de caballo que llevaba contribuía a realzar su juvenil apariencia.
—¿Señor Alfonso?
—Sí, ese soy yo —dijo Pedro dando un paso hacia delante.
Ella extendió la mano y la estrechó firmemente con la de él.
—Doctora Newton. Soy la doctora de urgencias que lleva el caso de la señorita Chaves.
—¿Cómo está? —preguntó Pedro con ansiedad—. ¿Cuándo puedo verla?
La expresión de la doctora se suavizó.
—Está bastante magullada. Lo más preocupante es el trauma que presenta en el neumotórax. Le he insertado un tubo en el pecho para ayudarla a eliminar el aire que se ha quedado atrapado entre el pulmón y la cavidad torácica y también ayudará a que el pulmón se vuelva a inflar. Vamos a vigilarla de cerca para ver si hay infección y también para ver cómo mejora el pulmón. Ahora mismo no creo que requiera operación, pero consultaremos a un cirujano y él tomará la decisión final.
»Tiene varias costillas rotas, una conmoción cerebral y algunos dedos fracturados en su mano derecha. Tiene también una pequeña fisura en la muñeca derecha. Numerosas contusiones y otras lesiones menores. La dejaron muy mal, señor Alfonso. Tiene suerte de estar viva.
Pedro dejó escapar el aire que tenía en los pulmones mientras Gabriel y Juan maldecían suavemente a su espalda.
—¿Puedo verla?
—Puede entrar. Acaba de volver de hacerse una radiografía y la van a trasladar a la UCI en cuanto el papeleo quede solucionado y haya sido admitida. No puedo decir con ninguna autoridad el tiempo que permanecerá en la UCI. Eso dependerá del médico que se le asigne. Pero puede quedarse con ella hasta que se la lleven a la unidad. Normalmente suelen ser muy indulgentes dejando a los familiares entrar aunque no sean las horas de visita.
—No la voy a dejar —soltó Pedro.
En la expresión de la doctora se reflejó la compasión.
—Lo entiendo. Y como he dicho, normalmente suelen ser muy indulgentes. Desafortunadamente, cuando la trasladen allí por primera vez, tendrá que esperar hasta que la instalen, pero le avisarán cuando pueda volver a estar con ella.
—Gracias —dijo Pedro en voz baja—. Aprecio todo lo que ha hecho por ella.
—Es mi trabajo, señor Alfonso —contestó con una voz animada—. Ahora, si me perdonan, tengo otros pacientes que atender. Si quiere, le acompaño dentro y le muestro en qué habitación está.
Pedro se giró hacia Gabriel y Juan.
—¿Le vais a contar a Melisa y a Vanesa lo que ha pasado? Estarán preocupadas por Paula.
—Se lo diremos —dijo Juan—. Le diré a Kevin que las traiga y se quedarán con nosotros hasta que nos vayamos.
Pedro asintió y luego se volvió a girar para seguir a la doctora hasta la habitación de Paula.
Cuando entró en el pequeño cubículo en el que Paula se encontraba, se le cortó la respiración y las lágrimas se le acumularon en el rabillo del ojo. Le dolía respirar. El pecho lo tenía tan tenso que se llevó la mano automáticamente hasta allí para acariciarlo e intentar hacer desaparecer esa
incomodidad.
—Dios —susurró.
Le destrozaba verla tumbada en una cama de hospital porque un gilipollas tuviera una guerra abierta con él, Gabriel y Juan. Fue hasta el lado de su cama y, vacilante, levantó la mano para acariciarle la frente. Le pasó la mano por el pelo y luego se inclinó hacia delante para darle un beso en la frente.
—Te quiero —murmuró—. Estoy aquí. Contigo, tal y como te dije. Siempre estaré aquí, Paula. Tú y yo, para siempre, nena. No voy a conformarme con menos.
Estaba tumbada perfectamente quieta. El único sonido que se oía era el leve zumbido que la máquina de oxígeno hacía al llevar el oxígeno hasta la máscara que tenía colocada sobre su rostro, y el pitido del monitor cardíaco. Parecía muy frágil, amoratada e hinchada. Le habían limpiado la sangre,
pero el color oscuro de los moratones ya se veía claramente en contraste con su pálida piel.
Le tocó la parte del cuello donde la gargantilla que él le había dado había estado antes. Ahora parecía desnudo.
Quería que ese collar volviera a lucir alrededor de su cuello.
Quería que tuviera su anillo en el dedo y la promesa de casarse con él. Quería atarla a él de todas las formas de las que no podría escapar. Pero serían las ataduras más sedosas y cariñosas del mundo.
La mimaría, la amaría y la adoraría todos los días de su vida.
Se quedó junto a su cama durante dos horas, y solo se movió cuando una de las enfermeras entró para ver qué tal iba. Y luego, finalmente, vinieron para llevársela a la UCI.
Para su completa frustración, le dijeron que pasaría un buen rato antes de que pudiera volver a verla. Pero no pasaba nada porque tenía que hacerse cargo del problema de Charles Willis. En cuanto antes estuviera fuera del mapa, antes se podrían relajar todos y antes dejarían de preocuparse por que Melisa o Vanesa pudieran ser las siguientes.
Tras contarle a Gabriel, Juan, Melisa y Vanesa cuál era el estado de Paula, y conseguir la promesa de que se quedarían con ella hasta que él volviera, salió con paso largo del hospital, decidido a vengarse del maldito cabrón que le había hecho daño a Paula.
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Wowwwwwwwww, re intensos los 3 caps.
ResponderEliminarQue capítulos! Se destapó lo de Melisa y Gabriel!!! En algún momento iba a buscar vengarse ese tipo! pobre Pau!
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