miércoles, 3 de febrero de 2016
CAPITULO 16 (TERCERA PARTE)
Las ansias de saborearla íntimamente habían conseguido que él también se estremeciera. Estaba caminando sobre la hoja de una cuchilla. La urgencia de abrirle las piernas incluso más y de introducirse en ella era abrumadora. Quería poseerla. Era un instinto primitivo, uno que había gobernado sus pensamientos desde el momento en que había puesto sus ojos en ella. Y ahora la tenía aquí, desnuda y en su cama. Suya para hacer con ella lo que quisiera.
Iba a saborear bien el regalo que le estaba dando y lo valoraría tal y como se merecía. Le había dado su confianza, y él sabía lo mucho que eso significaba dadas las circunstancias.
Depositó un beso en los sedosos rizos de su pubis y luego la acarició con la nariz con más fuerza, inhalando su aroma mientras la abría incluso más para facilitar sus movimientos. Le acarició los aterciopelados labios con los dedos y le restregó la humedad desde su abertura hasta su clítoris para
que estos se deslizaran con más facilidad y no le irritara la sensible carne.
—¡Pedro!
Su nombre salió como una explosión de sus labios. Le encantó la forma en que lo había dicho, le volvía loco oír su nombre en sus labios. Y sabía que podría volverla incluso más loca de deseo en cuanto reemplazara los dedos con su boca.
Usando los dedos para abrirla más a él, se acercó a ella y le recorrió con la boca toda la carne desde la abertura hasta el clítoris. La humedad de Paula era como miel en su lengua.
Un gemido irregular salió de la garganta de Paula y de repente su mano apareció entre los mechones de pelo de Pedro, hincándole los dedos en su cuero cabelludo. Él succionó levemente su clítoris, ejerciendo solamente la presión suficiente como para enviarle espasmos de placer a través de sus piernas. Luego se fue más hacia abajo otra vez, queriendo saborear de nuevo esa sedosa y caliente
humedad.
Deslizó la lengua en su interior y la poseyó con movimientos lentos y sensuales. Aunque pudiera haber decidido que esta vez sería todo para ella y para su placer, hacerla retorcerse debajo de él también le provocaba placer a él. Estaba duro y palpitante, tan excitado que la cabeza le daba vueltas.
—Dame uno —dijo con voz ronca, levantando la cabeza para mirar por encima de su cuerpo—. En mi boca, Paula. Córrete en mi boca. Voy arriba otra vez, haré que sea bueno para ti.
Los ojos de Paula brillaban de pasión, sus labios estaban rojos e hinchados debido a sus besos y a los mordiscos que ella se había dado cuando Pedro la había estado saboreando.
—¿Te gusta mi boca, Paula?
—Oh, sí —dijo en apenas un susurro—. Tienes una lengua muy diestra.
—Tú me inspiras —dijo con una sonrisa.
Ella gimió de nuevo cuando Pedro deslizó la lengua de nuevo en el interior de su húmedo calor. La saboreó de dentro afuera.
Decidiéndose a aumentar la tensión en su cuerpo y a hacerle correrse con su lengua en su interior, deslizó el pulgar por encima del clítoris y lo acarició mientras él seguía lamiéndola y succionándola, actuando como si su lengua fuera en realidad su polla.
Paula levantó el trasero de la cama y se arqueó contra Pedro debido a la presión que este había ejercido con el pulgar. Se humedeció incluso más alrededor de su lengua.
Un líquido caliente y brillante se derramó en su boca y él la lamió con avidez. Ansiaba su orgasmo.
Con la mano que tenía libre, Pedro introdujo un dedo y movió la lengua el tiempo suficiente para poder introducirse en ella. Acarició las sedosas paredes vaginales y luego se hundió bien en ella. Paula se aferró con fuerza a su dedo como un puño y se quedó así cuando él lo sacó y lo reemplazó una vez más con su lengua.
—Ahora, Paula —gruñó—. Vamos.
La acarició con los dedos y con la lengua y ella se volvió loca contra su cuerpo. Paula descargó un torrente de energía mientras se estremecía alrededor de su boca. Le rodeó la cabeza con las piernas y lo dejó anclado para que continuara lamiéndola con ansias. Y luego, de repente, Pedro sintió un estallido de miel caliente sobre su lengua.
Paula movió las caderas y las levantó mientras, debido a su orgasmo, una ola de placer tras otra ola de placer los bañaba a ambos. Joder, su polla iba a dejar una marca permanente en el colchón. Estaba rígida y dura bajo su cuerpo, hambrienta por lo que su boca estaba saboreando en estos momentos.
Se levantó cuando sintió que su orgasmo se hubo desvanecido hasta dejarla demasiado sensible como para continuar recibiendo sus continuas atenciones.
Agazapándose sobre ella, apoyó las manos a cada lado del rostro de Paula para que el peso de su cuerpo no la aplastara y ladeó la cabeza hacia ella para besarla. Para que ella pudiera saborearse a sí misma, y para que él pudiera compartirlo con ella.
—Tu pasión. Tu dulzura, Paula. Nunca he saboreado nada más dulce. Eres tú la que está en mi lengua y ahora en la tuya también.
Ella gimió, y sonó casi como si fuera de dolor pero le correspondió el beso con la misma hambre que él tenía de ella. Sus pezones estaban enhiestos, duros y rígidos como si estuvieran suplicando que su boca los lamiera al igual que su sexo. Estaría con ellos enseguida, pero primero quería probar su boca y su cuello. Luego se movería más abajo hasta llegar a esos pechos tan deliciosos.
—¿Puedo tocarte? —susurró ella.
—Eso no me lo tienes que pedir nunca —murmuró él en su oído. Le lamió la oreja y logró hacerla estremecerse—. Quiero que me toques a menudo. No voy a querer que no lo hagas. Si estás conmigo, quiero que me toques. Aunque no sea sexual. Soy una persona a la que le gusta el tacto, Paula. No sé si te molesta a ti o no, espero que no, pero me da igual si es en público o no, no tengo ningún problema
con dejarle saber al mundo que eres mía.
Ella suspiró y deslizó sus propias manos sobre los hombros de él y luego sobre su espalda. Pedro casi ronroneó cuando Paula le clavó las uñas en su carne.
—Me gusta —dijo.
—¿Qué parte?
—Todo. Martin no era así.
Sus ojos se llenaron de preocupación, casi como si se hubiera dado cuenta de que no era una muy buena idea sacarlo a relucir especialmente cuando Pedro estaba a punto de introducir su miembro dentro de ella por primera vez.
Él se aseguró de suavizar la expresión sobre su rostro, no quería que pensara que lo había enfadado.
—¿No era cómo?
—Expresivo. No le gustaba mucho mostrar afecto, tocarme, excepto cuando teníamos sexo. Pero solo entonces, e incluso entonces, era muy… impersonal. La forma en que tú lo dices suena… bien. Como si quisieras que esté cerca de ti, que te toque.
—Pues claro que sí —dijo—. Y no me importa una mierda quién lo sepa, tampoco.
Ella sonrió y luego se volvió a estremecer cuando él rozó la piel de debajo de su oreja con los dientes.
—Me está gustando esto, Pedro —susurró—. Todo. Y eso me asusta porque suena demasiado bien como para ser verdad.
—Me alegra que te atraiga, Paula. Sería un asco si no lo hiciera, porque esto es lo que soy y lo que te ofrezco. No es demasiado bueno como para ser cierto. Es bueno, simplemente. Ahora centrémonos en el asunto que tenemos entre manos. Porque si no meto pronto mi polla dentro de ti, va a ser todo muy doloroso para mí.
Ella pareció alarmarse, pero Pedro sonrió, dejándole saber que solo estaba medio en broma. Porque sí que era doloroso. Había pasado bastante tiempo desde que había aguantado una erección de caballo durante tanto tiempo sin hacer nada para remediarla. Y saborearla mientras su pene había estado restregándose contra el maldito colchón no era una experiencia que quisiera repetir pronto.
Preferiría mucho más hacer un sesenta y nueve, con Paula succionándolo mientras él se daba un festín con ella. Pero junto con todas las otras fantasías que tenía, tendría que esperar. Y ahora que la tenía justo donde quería, tenía todo el tiempo del mundo para explorar cada perversión sexual que pudiera querer sacar de su repertorio.
Desvió la atención a sus pechos… y eran unos pechos perfectos. Pequeños, pero sin ser demasiado pequeños ni tampoco demasiado grandes. Tenían el tamaño justo para hacer que la boca se le hiciera agua. Y sus pezones eran una creación rosada y absolutamente perfecta.
Rodeó uno de ellos con la lengua, trazando cada detalle y lamiendo la punta antes de metérselo entero en la boca. Todo el cuerpo de Paula se puso rígido, sus jadeos llenaron el ambiente y acariciaron los oídos de Pedro con un cálido zumbido.
—Pedro.
Con la forma con la que había pronunciado su nombre, Pedro supo que ella quería pedirle algo. Este alzó la cabeza para conectar ambas miradas y la observó con fascinación mientras el color de sus ojos se volvía eléctrico, un azul verdoso inundado de deseo.
—Yo también quiero saborearte —susurró—. Quiero hacerte sentir tan bien como tú a mí.
Pedro sonrió tiernamente y luego se inclinó hacia delante para besarla en la comisura de los labios.
—Lo harás. Pero hoy se trata solo de ti, y de todas las veces que pueda hacer y conseguir que te corras. Créeme cuando te digo que tendrás mi polla en tu boca muy pronto.
—Lo estaré esperando con ansias —dijo apenas en un murmullo.
—Yo también —dijo él antes de bajar la cabeza hasta sus senos.
Jugó indolentemente con sus pezones, primero uno y luego el otro, lamiéndolos hasta conseguir ponerlos duros antes de succionarlos con mordiscos lo bastante fuertes como para hacerle soltar unos sonidos de lo más eróticos. No era una amante silenciosa. Era extremadamente ruidosa. Una multitud de sonidos se le escapaban de los labios, sensuales a más no poder, sonidos que representaban el placer máximo de una mujer.
Pedro buscó a tientas el condón que había sacado antes, rompió el envoltorio y luego bajó la mano para ponérselo. Hizo un gesto de dolor cuando su mano tocó su erección.
Estaba tan duro y tan cerca de correrse que incluso sus propias caricias eran dolorosas.
—¿Estás bien? —susurró ella.
—Lo estaré dentro de unos tres segundos —le respondió en un murmullo al mismo tiempo que deslizaba un dedo en su interior para comprobar lo preparada que estaba.
Aún estaba hinchada y caliente del anterior orgasmo. De repente, Pedro comenzó a sudar al imaginarse lo placentero que iba a ser para ella tener su miembro bien adentro de su cuerpo mientras este lo apretaba y lo ordeñaba para conseguir hasta la última gota de su semen. Joder, tenía que
controlarse o se iba a correr en el condón en ese mismo momento.
Respirando hondo, se colocó encima de ella y alentó la entrada de su cuerpo con la cabeza de su pene al mismo tiempo que fijaba sus manos a cada lado de su cabeza.
—Baja las manos y guíame —dijo con voz ronca—. Envuélveme con tus dedos y ponme en tu interior, nena.
Pedro se percató de la reacción que había tenido a su palabra afectiva: aprobación y deleite se reflejaron en sus ojos. Se guardó esa información en la mente y luego cerró los ojos cuando su mano lo encontró.
Sus dedos rodearon todo su grosor y lo acariciaron en toda su longitud al mismo tiempo que lo colocaba justo a la entrada de su sexo. El sudor se le acumuló en la frente y Pedro pegó los labios con fuerza en un esfuerzo para mantenerse bajo control.
—Hazme tuya —susurró—. Estás ahí, Pedro. Entra ya en mi interior.
De inmediato, él empujó las caderas hacia delante asegurándose de no ser demasiado bruto y de que ella pudiera acomodarlo con facilidad. Estaba increíblemente estrecha, pero se abrió y lo envolvió cuando él la embistió con más fuerza y con más profundidad esta vez.
—Ahora mueve tus manos y ponlas por encima de tu cabeza contra el cabecero de la cama —le indicó.
Ella se retorció y vibró en reacción a sus palabras, y su sexo se humedeció y calentó más a su alrededor. Lentamente, Paula hizo lo que le había indicado y levantó las manos para ponerlas por encima de su cabeza.
Pedro se echó hacia atrás y luego deslizó las manos por debajo del trasero de Paula para poder agarrarla y colocarla de forma que él pudiera introducirse en ella mucho más profundamente. Bajó la mirada atraído por la imagen de su polla deslizándose dentro y fuera de su sexo, luego deslizó las manos desde su trasero hasta sus piernas hasta enroscarlas alrededor de su cuerpo y así poder abrirla mucho más para tener acceso completo a su interior.
—¿Cuánto te falta para correrte otra vez? —le preguntó respirando por la nariz mientras intentaba hacerse con el control de su cuerpo.
—Estoy a punto —susurró—. Pero necesito…
Se mordió el labio, se paró y apartó la mirada de la de él.
—Mírame —soltó mordaz.
Ella volvió a conectar sus miradas con los ojos abiertos como platos.
—¿Qué necesitas?
—Mmm… que me toques. —El color inundó sus mejillas y ruborizó su cuerpo, dándole una apariencia deliciosamente rosa—. Nunca me he podido correr solo con la penetración.
Él bajó, dándole un descanso a sus antebrazos, de manera que su rostro estuviera justo encima del de ella con las bocas precariamente cerca.
—Un montón de mujeres no se pueden correr sin la estimulación del clítoris —dijo con suavidad —. No significa que haya algo mal en ti. Es más, aunque fuera una rareza, no dudes nunca en decirme lo que necesitas en la cama, ¿de acuerdo? No puedo complacerte si no sé lo que te pone a cien y lo que no. Y quiero complacerte porque eso me hace feliz.
—De acuerdo —le devolvió suavemente.
—Usa tu mano —le dijo al mismo tiempo que con cuidado levantaba una mano para coger la de ella y la metía entre ambos cuerpos—. Voy a ir con fuerza, nena. Estoy a punto de explotar. Llevo demasiado tiempo así. Una vez que empiece, no voy a poder parar, así que tienes que asegurarte de que estás allí conmigo. Si necesitas un minuto, adelante y empieza a tocarte ahora. Solo dime cuándo, ¿de acuerdo?
Paula deslizó los dedos entre sus cuerpos y Pedro notó cuando ella empezó a acariciarse el clítoris.
Una inmediata explosión de satisfacción inundó sus ojos; se volvieron borrosos y fantasiosos, nublados de deseo.
—Ahora —susurró.
—Estate segura, Paula. No voy a durar.
Ella asintió con el rostro tenso debido al orgasmo que estaba a punto de estallar.
Era como poner en libertad a unos sabuesos.
Pedro se salió de su cuerpo disfrutando del sensual deslizamiento de su carne contra la de ella y luego la embistió y comenzó a hundirse bien en ella con fuerza. Más rápido. Con más fuerza. Los ojos se le pusieron en blanco; nunca había sentido nada tan bueno en toda su vida.
Un rugido comenzó en sus oídos, su sangre tronó en sus venas. Paula perdió toda noción del tiempo y espacio frente a él y la habitación se desvaneció a su alrededor mientras un agonizante placer florecía, desplegándose como un capullo bien cerrado durante los primeros rayos del sol de primavera.
—Dios —soltó rechinando los dientes—. Esto va a matarme.
—A mí también —jadeó Paula—. Oh, Dios, Pedro, ¡no pares, por favor!
—Ni loco.
La embistió con tanta fuerza que sus movimientos agitaron toda la cama. Sus pechos rebotaban de forma tentadora, sus pezones estaban tan duros y arrugados que hasta dolía mirarlos. Se la estaba follando como un animal en celo.
La necesidad lo recorrió de pies a cabeza. Con fuerza, el orgasmo creció y creció en su entrepierna, concentrándose en sus testículos, pero luego salió disparado hasta su miembro, explotando hacia fuera en un doloroso chorro. Pedro no estaba respirando. Solo estaba moviéndose, surfeando la ola.
Sumergiéndose en su cálida humedad una y otra vez.
—Paula —susurró su nombre casi con un gemido.
—Estoy contigo, Pedro.
Sus palabras marcaron el final de su orgasmo y Pedro comenzó a bajar en espiral, como un copo de nieve en el viento, todo el camino que había subido hasta llegar al clímax. Era una total y completa locura. Todo su cuerpo crepitaba como un plomo fundido. Joder, lo más seguro es que hubiera fundido varios circuitos eléctricos. Su cerebro estaba hecho papilla. Estaba completamente rebasado, saciado y satisfecho.
Cayó encima de ella como un peso muerto al no ser capaz de seguir soportando su cuerpo con sus brazos. Se quedó ahí tumbado, jadeando en busca de oxígeno, con su cuerpo encima del de ella.
Durante un largo rato se quedó allí, pero sabía que la estaba aplastando y también tenía que deshacerse del maldito condón.
Se moría por follársela a pelo. Se quedaría en su interior durante toda la maldita noche. Se despertarían pegajosos y húmedos, pero no le importaba una mierda. Quería derramar su semen dentro y encima de ella.
Levantándose, Pedro la besó en la frente y luego le apartó el pelo que tenía en la cara antes de besarla en los labios.
—¿Ha sido bueno para ti? —preguntó.
—Si hubiera sido mejor, estaría muerta —dijo con arrepentimiento.
Él sonrió y luego se levantó el tiempo suficiente como para deshacerse del condón y volver a acurrucarse en la cama con ella entre sus brazos.
—Creo que podría volver a dormirme otro ratito —murmuró.
—Mmm… mmm… —coincidió ella.
—Entonces durmamos. Haré algo de comer cuando nos levantemos.
Ella se pegó más contra él y luego metió una pierna entre las dos suyas para que él estuviera rodeándola por completo.
—Me parece bien —susurró.
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