miércoles, 3 de febrero de 2016
CAPITULO 15 (TERCERA PARTE)
Paula se removió e intentó estirarse, pero inmediatamente se encontró con un cuerpo duro a su lado. Abrió los ojos y parpadeó con rapidez mientras la confusión se abría paso en su cabeza. Luego se acordó de todo. Estaba en la cama con Pedro. En el apartamento de él. En sus brazos.
Posó la mirada sobre esa pared dura que era su pecho y observó la subida y bajada de su precioso tórax al respirar. Paula inspiró y saboreó su olor. Sus labios estaban tan cerca que podía fácilmente pegarlos contra su piel. Y estaba tentada.
Pero no eran amantes que se despertaran tras haber estado haciendo el amor toda la noche. No habían tenido sexo.
Todavía. No se conocían más allá de unas cuantas cortesías compartidas y una conversación durante una cena.
Y aun así, aquí estaba en su cama tras haber accedido a mudarse con él.
Cerró los ojos y se preguntó de nuevo si estaría tomando la decisión correcta. Su mente y su corazón se debatían incesantemente, y aún no estaba segura de quién era el claro ganador en esa pelea.
Quizás no había ninguno. Iba a tener que arriesgarse, porque no había ninguna decisión clara ni correcta.
Levantó la mirada con vacilación, conteniendo la respiración mientras alzaba la cabeza para ver si Pedro estaba despierto.
Sus ojos se encontraron con los de él y sintió un calambre que le recorrió todo el cuerpo hasta los pequeños dedos de los pies. Estaba despierto y mirándola con muchísima intensidad.
Como si pudiera extender el brazo y sacar todos esos pensamientos directamente de su cabeza.
—Buenos días —murmuró.
Ella hundió la cabeza mientras el calor se apoderaba de sus mejillas.
—¿Paula?
Volvió a levantar la mirada para ver la interrogación que se reflejaba en sus ojos.
—¿Qué pasa? —preguntó con amabilidad.
Tragó saliva.
—Esto es difícil.
Él deslizó la mano por su cuerpo; primero por el brazo y luego por el pelo enredado antes de acariciarle la mejilla con los dedos.
—Nunca dije que fuera a ser fácil. Nada que sea bueno lo es.
Eso era verdad. Y no, Pedro nunca sería fácil. Nada que tuviera que ver con él era simple o poco complicado.
—Me gusta despertarme contigo en los brazos.
Esa afirmación salió del pecho de Pedro y el calor comenzó a correrle por las venas por todo el cuerpo.
—A mí también —susurró.
—Quiero que te sientas segura aquí —dijo Pedro en un tono serio—. Segura conmigo.
—Ya lo hago.
—Bien. Ahora acerca esa boca para que te pueda dar los buenos días como mereces.
Ella ladeó la cabeza y posó una mano contra su pecho. Pedrose encogió bajo su contacto; sus músculos se tensaron y estremecieron. Paula apartó la mano apresuradamente, pero él se la cogió y la volvió a posar sobre su pecho.
—Me gusta que me toques —murmuró—. Quiero que lo hagas a menudo. Al igual que yo querré tocarte cada vez que estés cerca de mí. Si estamos en la misma habitación, Paula, voy a tocarte.
Y luego la besó. Su cálida boca trabajó sobre la de ella de forma exquisita.
Era un beso dulce. Poco exigente. Casi persuasivo.
Paula suspiró contra su boca y se relajó. Todo su cuerpo se quedó lacio contra el de Pedro, lo que hizo que una de sus manos se quedara atrapada entre ambos.
—He estado esperando este momento —murmuró Pedro—. Tú en mi cama. Tu boca sobre la mía. Que seas lo primero que saboreo en la mañana. La semana pasada me volví loco, Paula. Esperarte para tener esto… Y ahora que por fin lo tengo, no voy a dejarlo ir.
—Yo también he estado esperando —admitió ella. Y era verdad. Había soñado con ello. Se había preguntado cómo sería y lo que sentiría, y ahora lo sabía. Se sentía… bien.
Sus preocupaciones anteriores se evaporaron; sus preguntas, sus miedos, la idea de que estaba tomando la decisión incorrecta. Todas desaparecieron en lo que fuera un momento totalmente perfecto. Esto era lo que quería, lo que él podía darle, así que ya no iba a combatirlo ni a luchar contra sí misma más tiempo.
Pedro la puso boca arriba en la cama y su cuerpo, fuerte y grande, la cubrió por completo. La besó de nuevo pero con mucha más profundidad esta vez para permitir que ella sintiera la misma urgencia que él en su boca.
Sus labios se movían con fuerza sobre los de ella.
Exigentes, conquistadores. Le robó el aliento.
Paula no podía respirar porque él no la dejaba.
—Estaba decidido a esperar. A ser paciente —dijo él con la voz ronca—. No puedo hacerlo, Paula.
Tengo que hacerte mía ahora. Dime que estás conmigo. Tienes que estar conmigo. No puedo ser el único que sienta que se va a morir si no estoy dentro de ti.
Sus apasionadas palabras le llegaron al alma. Se arqueó contra él, invitándolo sin palabras, pero él se detuvo y la miró intensamente a los ojos. Quería las palabras. Las exigía.
—Dímelo —exigió—. Dime que estás conmigo, Paula. Quiero escuchártelo decir para que no haya ninguna duda de que esto es lo que quieres. Por mucho que te desee, por mucho que tenga que hacerte mía, si no estás conmigo, esto se detiene ahora mismo.
—Estoy contigo —dijo sin aliento, con el corazón a punto de salírsele por la boca y la adrenalina recorriéndole las venas.
—Menos mal —dijo él en voz baja.
La besó otra vez, como si no pudiera soportar tener la boca apartada de la de ella ni siquiera un momento.
Seguidamente se separó de ella de mala gana con los ojos brillándole de lujuria y de excitación.
—Tengo que ir a por un condón. Hablaremos sobre las alternativas luego, pero por ahora tienes que estar protegida. Y tienes que deshacerte del pijama. El rosa eres tú. Ese es definitivamente tu color, pero ahora mismo me estoy muriendo por ver ese tatuaje que tienes.
Ella sonrió mientras Pedro se quitaba de encima de ella y comenzaba a rebuscar en el cajón de la mesita de noche. Luego volvió a colocarse sobre ella y metió las manos bajo la parte superior de su pijama hasta llegar a la cinturilla de sus pantalones.
—Me he estado muriendo por verlo desde ese primer día en el parque cuando pude verlo de refilón porque la camiseta se te subió.
—¿Ya lo has visto? —preguntó sorprendida.
Él sonrió y dejó de tirar de sus pantalones hacia abajo.
—Sí. Me volvió loco. He estado pensando en él todo el día. Quiero ver hasta dónde llega.
Ella levantó el trasero para que él le pudiera bajar el pijama por completo. Tiró los pantalones a un lado y luego comenzó a desabrocharle lentamente la parte superior del pijama desde el último botón para dejar a su vista el resto del cuerpo de Paula.
Cuando desabrochó el último botón, le deslizó la prenda por sus hombros y brazos. Paula se echó hacia delante; quería deshacerse del pijama tanto o más que él. Esta vez fue ella la que envió la prenda volando hasta el otro lado de la habitación, junto al cuarto de baño.
Pedro fijó la mirada en el tatuaje. Ella lo observó mientras sus ojos seguían la línea del diseño hasta abajo donde continuaba por encima de su muslo y desaparecía entre sus piernas.
Ella se estremeció ante la intensidad de su mirada. Había una taciturna posesividad en ella. Una mirada que gritaba indudablemente «¡mía!».
Pedro giró suavemente a Paula para ponerla de costado; quería ver el tatuaje por completo. Era sorprendente la vitalidad que desprendía. Era una conmoción de colores sobre su pálida piel. Estaba hecho en rosas, naranjas, azules aguamarina que combinaban con sus ojos y en sombras verdes y moradas.
Era, tal y como él había sospechado, un viñedo floreciendo, pero estaba dibujado con detalles exquisitos. No era un simple tatuaje que se hiciera en unas pocas horas. No podía siquiera imaginarse cuánto tiempo le habría llevado hacérselo, ni la paciencia que había necesitado para conseguir tatuarse el diseño como debía y sin prisas.
Le recorrió la piel con los dedos; trazó las líneas del tatuaje por encima de su cadera y seguidamente por encima de su muslo antes de llegar más abajo por el interior del mismo. La volvió a girar para ponerla boca arriba y apoyó los dedos junto a los rizos dorados que cubrían su pubis.
—Enséñamelo —dijo con un leve gruñido—. Abre las piernas,Paula. Enséñame el tatuaje y ese dulce coñito.
Ella abrió los ojos como platos y estos perdieron toda expresión; las pupilas se le dilataron y seguidamente se le contrajeron, pero obedeció al instante. Las piernas perdieron toda tensión que pudieran haber tenido antes y lentamente las abrió para quedar completamente expuesta a su mirada.
Pedro le acarició los suaves rizos para dejarle saber que aprobaba su fácil consentimiento.
—Preciosa —dijo. Las palabras sonaron graves en su garganta. El tatuaje; esa carne dulce y rosada, femenina.
Paula era preciosa.
El complejo diseño se curvaba alrededor del interior de su muslo y terminaba justo en la parte de atrás de su pierna.
Era una manta floral y brillante sobre su piel, vibrante como ella, un perfecto reflejo de su personalidad y destreza.
Habría tiempo más que suficiente para ejercer su dominancia, para someterla de todas las maneras posibles.
Hoy se trataba solo de su primera vez juntos y de entablar una confianza entre ellos. Se trataba de que él tuviera en cuenta todas las necesidades de Paula, de que la complaciera. Sería infinitamente suave porque antes de haber terminado siquiera sabía que arrasaría con todo. Le exigiría todo. Así que por esta vez, le daría una experiencia que sería la base de su relación.
Se inclinó hacia abajo y presionó su boca contra la piel de entre sus pechos. Ella se arqueó contra él y buscó más de su boca, así que él le dio más. Trazó una línea de besos desde sus pechos hasta el ombligo, que consiguió que un suave gemido se escapara de la garganta de Paula y que su estómago se estremeciera y se tensara bajo su boca
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