miércoles, 3 de febrero de 2016

CAPITULO 13 (TERCERA PARTE)




Pedro no era estúpido. Sabía que había presionado a Paula y no le había dado ni tiempo para respirar, analizar o reaccionar a su arrogante reclamo. Y había sido la clase de arrogancia de entrar en su apartamento y ordenarle que se mudara al suyo.


Así que se precipitó a llevar a cabo su tarea con eficiencia, porque cuanto más tiempo se quedara sentada en esa cama sintiéndose abrumada y aturdida, más tiempo tendría de reconsiderar su acelerada y silenciosa conformidad. Lo que significaba que se arriesgaba a que ella no se fuera con él a su propio apartamento.


Y esa no era una opción.


Preparó la bolsa de viaje, llamó a su chófer para asegurarse de que estuviera esperándolos fuera del apartamento de Paula y luego la llevó apresuradamente a la puerta para no darle más tiempo para procesar los rápidos y precipitados sucesos de la noche.


Tras ayudarla a entrar en el coche, Pedro cerró la puerta y se paró solo un momento para llamar al portero de su edificio y pedirle que subiera al apartamento y quitara el cuadro de Paula de su dormitorio y lo guardara, junto con los otros que había en el salón, hasta que Pedro fuera a por ellos de
nuevo. No quería que Paula supiera que él era quien le había comprado los cuadros. Todavía no.


Cuando se subió al coche a su lado, se relajó y luego la miró, fijándose en ese semblante pálido y alterado. Los moratones lo cabreaban. Lo enfurecían. El corte en el labio destacaba, un recordatorio de que otro hombre le había puesto las manos encima a lo que Pedro ya consideraba suyo. Estaba seguro de que ese tío le habría puesto las manos encima a cualquier mujer de esa forma. No solo a la mujer de Pedro, sino a cualquier otra también. Pero lo había hecho con la suya.


—No sé si esto es una buena idea, Pedro —dijo ella en silencio. Era la primera vez que hablaba desde que le había dado las vacilantes instrucciones para saber qué guardar en la bolsa de viaje.


—Es una muy buena idea —dijo él con firmeza—. Habrías venido a mí de no ser por ese gilipollas. Tú lo sabes, y yo lo sé. Aún tenemos que discutir la cuestión de Martin, y lo haremos cuando estés en un lugar donde te sientas segura y a salvo, y lo harás entre mis brazos, donde nada malo te va a pasar ni nada te podrá tocar. Pero ten en cuenta esto, lo que él te ha hecho no cambia nada entre tú y yo. El «nosotros» es inevitable. Desde ese primer día en el parque ya era inevitable. Luchar contra ello es una pérdida de tiempo y de energía mental. Yo no voy a luchar contra ello y no quiero que tú lo hagas tampoco.


Ella abrió la boca, sorprendida. Sus ojos destellaron, no de enfado, sino de reconocimiento. Bien.


Estaban yendo en la buena dirección porque ella empezaba a ver lo mismo que él. Lo que sabía.


—No me hace especialmente feliz que me hayas ocultado esto —continuó—. Que no vinieras a mí cuando esto ocurrió. Pero trabajaremos en ello. No eras mía por entonces aunque yo ya sabía que sí. Pero ahora lo eres, y vendrás a mí cada vez que tengas algún problema.


Ella asintió lentamente, y la satisfacción —el triunfo— se apoderó de él.


Extendió su brazo; no le gustaba la distancia que había entre ellos, pero tampoco quería presionarla demasiado. No todavía. Ya la había presionado suficiente por hoy. Quería que el siguiente movimiento saliera de ella, así que esperó con el brazo estirado hacia ella.


Ella se acercó inmediatamente, sin vacilación, y a él eso le gustó. Se deslizó junto a él, apretándose contra su costado para que él pudiera rodearla con su brazo. Y lo hizo. La pegó contra él.


Ella reposó la cabeza contra su pecho y la coronilla de esta quedó justo debajo de su barbilla. A Pedro le gustaba tenerla así.


Paula soltó un suspiro suave y luego pareció derretirse contra él. El cuerpo se le relajó como si se hubiera quitado un enorme peso de encima. Alivio.


El olor de su pelo lo tentaba. Suave y dulce, como ella. Le pasó una mano por todo el brazo, disfrutando del tacto de su piel y sabiendo que pronto descubriría todo su cuerpo. Pero por ahora necesitaba confort. Seguridad. Sentirse a salvo. 


Necesitaba saber que él nunca le haría daño. Nunca le
levantaría la mano tal como Martin había hecho.


Presionó los labios contra su pelo e inhaló incluso cuando le estaba dando el beso.


Hasta el fondo. Sí, estaba pillado hasta el fondo. Ni siquiera tenía un plan completo pensado.


Había actuado por instinto. Sabía que tenía que tenerla. 


Sabía que tenía que tenerla en su espacio. Y sabía que si no la presionaba ahora, lo más seguro era que la perdiera.


Abrumarla parecía ser la mejor idea, aunque eso lo convirtiera en un completo cabrón. Pero no se compararía con Martin. Él no era ese tío. Puede que no fuera la persona más comprensiva, paciente y considerada, y definitivamente no se rendía cuando quería algo, pero él nunca, jamás, le levantaría la mano a una mujer. La idea lo horrorizaba.


Pero no tenía en absoluto ningún problema con desembocar toda esa violencia en el hijo de puta que le había hecho daño a Paula.


Apartó ese pensamiento de su cabeza porque sabía que tendría que encargarse de ello más tarde. Y estaba claro que iba a ocuparse de ello. Pero Paula estaba primero. Sus necesidades, su comodidad, desde ya.


El camino en coche fue silencioso, y Pedro no hizo nada para remediarlo. Sabía que Paula estaba procesando los sucesos de la noche. Sabía que estaría probablemente dándole vueltas y vueltas y sintiendo incluso arrepentimiento. Pero estaba aquí en sus brazos, y siempre y cuando estuviera aquí y no en su apartamento, podría luchar contra todo.


En vez de hablar, simplemente le acarició la piel, deslizando las palmas por sus brazos y ofreciéndole consuelo de la mejor manera que sabía.


—Lo siento, Pedro —dijo ella en voz baja. Sus palabras casi se perdieron contra su pecho.


Sus manos pararon cuando estaban recorriendo el brazo hasta llegar al hombro y ladeó la cabeza para poder oírla mejor.


—¿Por qué lo sientes?


—Por no llamarte. Por no responder cuando dije que lo haría. Solo estaba histérica y asustada.


Pedro deslizó sus dedos por debajo de la barbilla de Paula y se la levantó para que pudiera mirarlo a los ojos. Luego posó un dedo sobre sus labios.


—Ahora no. Y no te disculpes conmigo. No hay razón para ello. Lo hablaremos, Paula. Quiero escucharlo todo, cada palabra. Pero no aquí. Por ahora simplemente siéntate conmigo y déjame abrazarte. Cuando lleguemos a mi apartamento, hablaremos. Pero incluso entonces no te disculpes por algo que no fue por tu culpa. Puede que no me haya gustado que no me llamaras cuando necesitabas a
alguien, pero lo entiendo.


La sonrisa que se dibujó en el rostro de Paula fue trémula y la calidez se apoderó de sus ojos, eliminando parte de esa inseguridad y ansiedad que se había instalado en esos pozos aguamarina.


—¿Ves? Eso está mejor —dijo—. Tienes una sonrisa preciosa. Voy a asegurarme de que sonrías más a menudo, Paula. Voy a hacerte feliz. Eso es una garantía.


Ella ladeó la cabeza con una expresión confusa reflejada en el rostro.


—Estoy perdida, Pedro. Las cosas como esta no suceden simplemente. No lo hacen. Una parte de mí piensa que he entrado en una dimensión desconocida. Todo parece… una locura.


Él sonrió con indulgencia.


—En mi mundo, sí. O al menos ahora sí. No puedo decir que esto me haya ocurrido a mí antes, así que ambos estamos entrando en un territorio nuevo. Pero es tu mundo también, Paula. No más reglas que las que nosotros queramos. No puedo decir que haya sido muy tradicional. Yo soy más de hacerlo todo a mi manera y que le den al resto del mundo.


Su sonrisa se ensanchó, dejando ver sus dientes y formándosele un hoyuelo de lo más adorable en la mejilla. 


Se sentía fascinado por ella. Quería tocar esos labios y luego hacer lo mismo con su lengua.


—Ya me estoy dando cuenta de eso. Compadezco a la persona que alguna vez te diga que no puedes hacer algo.


—Sí, las cosas no terminan bien —admitió.


—Intentaré no ser la persona que te haga enfadar diciéndote no, entonces.


La sonrisa de Pedro desapareció y se la quedó mirando intensamente a los ojos.


—Espero no tener que darte nunca una razón por la que decirme no. Pero si lo haces, Paula, quiero que entiendas que no ignoraré esa palabra a menos que tenga algo que ver con tu seguridad o bienestar. O si significa que te vas a alejar de mí. «No» es un factor decisivo. Significa que dejo de hacer lo que sea que esté haciendo. Así que úsalo con cabeza y solo si es de verdad. Porque me tomo esa palabra muy en serio.


Ella suavizó la mirada y se echó más contra él, moldeando su cuerpo al de él de una forma demasiado tentadora. Las pelotas le dolían, su polla estaba dura como una roca y los dientes le rechinaban mientras intentaba controlar esa reacción física a su cercanía.


Esta mujer le provocaba eso. No tenía ninguna explicación de por qué. Apenas la conocía, pero sabía que debía tenerla. De hecho, sabía que la tendría. Sabía que iban a enrollarse y que no tenía ningún deseo de liberarse. También sabía que esta mujer era diferente a todas las mujeres con las que
había estado antes que ella.


Esa parte lo asustó y lo excitó al mismo tiempo.


¿Y si ella era la elegida? La mujer que, cuando un hombre la veía, sabía que ya no tendría que buscar más. Tal y como Melisa lo era para Gabriel, y como Vanesa lo era para Juan. 


La única.


No podía siquiera pensar en ello. No iba siquiera a considerarlo. Era demasiado pronto. Toda la situación era una locura. Se iba a mudar a su apartamento. Se iba a adueñar de su vida. No había pensado más allá de eso ni se había preguntado ahora qué.


Porque ¿qué narices venía ahora?


Además de conseguir llevarse a Paula a la cama, bajo su cuidado, sumisa, completamente sumisa a cada necesidad y deseo que él tuviera. ¿No era eso suficiente? Tenía que serlo porque no se iba a permitir pensar más allá.









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