—Déjame ver si lo he pillado bien. Nos dejaste tiradas a mí y a las chicas en la discoteca para poder ir a esa aburrida gran inauguración del hotel de tu hermano, y, mientras estabas allí, Pedro Alfonso te arrastró hasta la terraza, te besó, y luego te envió derechita a casa con explícitas instrucciones de que estuvieras en su oficina esta mañana a las diez.
Paula se repantigó en el sofá que estaba enfrente de su compañera de piso y mejor amiga, Carolina, y se restregó los ojos en un intento de deshacerse de esa niebla que la acechaba. No había dormido nada en toda la noche. ¿Cómo podía? Pedro le había dado la vuelta a todo su mundo y, ahora, las diez de la mañana se le estaban echando encima y no tenía ni idea de qué era lo que se suponía que debía hacer.
—Sí. Básicamente, eso fue —respondió Paula.
Carolina hizo una mueca exagerada con los labios y se dio aire con una mano.
—Y yo que pensaba que no podía ser posible que te lo pasaras tan bien como nosotras. Pero vamos, yo te puedo asegurar que a mí no me ha besado ningún multimillonario buenorro.
—Pero ¿por qué? —preguntó Paula con voz inquieta debido a la frustración. Era una pregunta que se había hecho a sí misma repetidas veces durante su vigilia. ¿Por qué la había besado? ¿Por qué la quería ver ahora cuando parecía haber pasado tanto tiempo evitándola?
No había sido una petición. Aunque, bueno, había que tener en cuenta que Pedro Alfonso nunca pedía nada. Él daba órdenes y esperaba resultados. Paula no sabía qué decía eso de ella pero encontraba ese rasgo de su personalidad excitante. La estremecía y la ponía muy caliente por dentro.
Carolina puso los ojos en blanco.
—Te desea, nena. ¿Y por qué no iba a hacerlo? Eres joven y estás buenísima. Me apuesto lo que quieras a que has estado en sus fantasías una o dos veces a lo largo de todos estos años —Paula arrugó la nariz—. Haces que suene muy mal.
—Oh, por el amor de Dios. ¿Acaso no lo has deseado desde que eras una adolescente? Y es cierto que él nunca se dejó llevar por sus deseos. Pero tienes veinticuatro años ahora, no dieciséis. Hay una gran diferencia.
—Ojalá supiera lo que quiere —dijo Paula con la preocupación haciéndose evidente en su voz.
—Si todavía te estás preguntando eso después de que te amenazara con follarte en la terraza, es que no hay esperanza para ti —dijo Carolina con exasperación. Miró entonces su reloj de manera exagerada y luego levantó la vista en dirección a Paula para dedicarle a su amiga una mirada mordaz.
—Cariño, tienes menos de una hora para arreglarte antes de que te tengas que ir. Te sugiero que te levantes del sofá y vayas a ponerte estupenda.
—No sé ni siquiera qué ponerme —murmuró Paula.
Carolina sonrió.
—Yo sí. Vamos, que tienes a un hombre al que deslumbrar.
¿Deslumbrar? Paula se quería reír. Si alguien estaba deslumbrada, era ella. Estaba tan confundida por los hechos de la noche anterior que iba a ser un completo desastre andante cuando entrara, o si lograba entrar, en la oficina de Pedro.
****
Pedro manoseó con los dedos el contrato que había sacado y se quedó con la mirada fija en la primera página mientras contemplaba mentalmente en silencio el camino exacto que quería tomar con Paula. Era nuevo para él pasar tiempo reflexionando sobre cómo iba a hacerse cargo de la situación. Pedro solo hacía las cosas de una manera: iba directo al grano. Trataba todas sus relaciones personales de la misma manera que dirigía su negocio. No había espacio para las emociones, ni siquiera en una relación. Ya lo habían pillado con los pantalones bajados una vez —completamente por sorpresa, si quería ser cruelmente honesto consigo mismo— y se había jurado que ya no volvería a pasar ni una vez más.
No había nada como volverse un completo idiota por una mujer cuando se había confiado en ella para asegurarse de que nunca más volvería a tropezar en la misma piedra. Eso no significaba que se hubiera propuesto no volver a acercarse a una mujer; le gustaban demasiado. Le encantaba tener a una mujer sumisa entre sus manos y bajo su tutelaje. Pero su estrategia había cambiado. La forma en que lidiaba con ellas había cambiado. No había tenido elección.
Pero Paula…
No podía pretender que no era diferente a cualquier otra mujer que hubiera tenido antes, porque lo era. No era otra cara femenina a la que podía mirar con afecto en la distancia y sin implicarse demasiado.
Las mujeres con las que él elegía estar sabían bien de qué iba el tema. Sabían qué era lo que se esperaba de ellas y lo que podían esperar a cambio.
Paula era la hermana pequeña de Juan. Y yendo mucho más allá, era la muchacha a la que había visto crecer. Joder, había asistido a su graduación del instituto. Recordaba cómo le había gruñido a su pareja para el baile cuando el capullo fue a recogerla a casa. También recordaba lo mucho que había disfrutado al ver cómo el chico se asustó cuando él, Juan y Alejandro le habían dicho claramente lo que podría pasar si no la respetaba en todo momento.
La había visto cuando había visitado a Juan en vacaciones y cuando terminó el instituto. Había ido incluso a su graduación de la universidad.
Esa vez había sido un infierno para él ya que Paula se había convertido en una mujer deslumbrante. Ya no tenía ese aspecto de niña joven e inocente y no se quería ni imaginar cuántos amantes había tenido, eso solo conseguiría cabrearlo. Pero bueno, no es que estuviera preocupado por ellos de todas formas, porque estaban en su pasado y ahí es donde se iban a quedar.
Paula no lo sabía todavía pero iba a ser suya. Él aún no tenía muy claro en su mente lo directo que debería comunicarle su proposición. Ella era. diferente. Más joven, sí, pero también más callada, y quizás hasta más cándida. O a lo mejor solo era su percepción. ¿Quién sabía realmente lo que hacía cuando no estaba bajo el ojo controlador de Juan?
Sin importar cómo decidiera dirigirse a ella, tenía que ser con finura y de manera que no la agobiara por completo ni la asustara sin que pudiera siquiera explicárselo todo bien.
Porque ni por asomo iba a rendirse o a aceptar un «no». por respuesta cuando por fin había decidido mover ficha.
Y luego también estaba el maldito problema llamado Juan.
Ese era un factor que aún no había solucionado pero en el que no tenía sentido preocuparse ahora cuando todavía no había captado la atención de Paula. Tendría que lidiar con Juan más tarde.
Un golpe en la puerta hizo que Pedroe levantara la mirada furiosamente. Sus instrucciones para la recepcionista de ACM habían sido claras: no quería que nadie lo molestara. Y aún quedaba todavía más de una hora para que Paula llegara.
Juan y Alejandro entraron tranquilamente por la puerta y el enfado de Pedro solo aumentó. ¿Qué narices estaban haciendo hoy en la oficina? Se suponía que tenían que estar subidos en un avión en dirección a California para reunirse con un contratista y discutir los planes para un nuevo resort.
Los tres hombres viajaban mucho, y a menudo se repartían las tareas de supervisión de proyectos nacionales e internacionales. Tenían varios en diferentes fases de trabajo en este momento, incluido el hotel del que iban a hablar en California, otro que aún estaba en fase de planificación en París y un posible lugar en el Caribe para un resort de lujo.
Sin embargo, últimamente, Pedro se había quedado en
Nueva York supervisando los últimos detalles del Bentley, su nuevo hotel de lujo en Union Square. Él era el que cerraba las ventas. Era demasiado obsesivo como para confiarles siquiera a sus mejores amigos esa tarea.
Juan y Alejandro eran los intermediarios, como Pedro los llamaba. Y aunque los tres trabajaban conjuntamente en la sociedad anónima, Pedro se encargaba de iniciar los proyectos, de sacarlos a licitación y de obtener hasta el último detalle a su gusto. Luego Juan y Alejandro supervisaban y se aseguraban de que la construcción comenzara y de que las cosas funcionaran bien sin problemas. Y entonces Pedro volvía de nuevo para darle los últimos retoques.
Era un acuerdo que los beneficiaba a los tres bastante bien.
Además, todos lidiaban con las operaciones diarias y la gerencia de los hoteles y resorts.
Los tres habían sido amigos desde la universidad. Si lo pensaba bien, no estaba siquiera seguro de qué fue lo que los unió además del alcohol, las fiestas de fraternidad y la cantidad de chicas que los perseguían. Simplemente habían congeniado bien desde el principio e hicieron buenas migas.
Las cosas se le habían complicado a Juan cuando sus padres murieron en un accidente de coche y había tenido que asumir la responsabilidad de una hermana mucho más pequeña que él, pero Pedro y Alejandro se unieron a él y le ofrecieron su apoyo. Nunca hubieran permitido que lo hiciera solo.
Un tiempo después, fueron Alejandro y Juan los que lo apoyaron a él durante su público y conflictivo divorcio.
Quizá, de alguna manera, Paula era bastante responsable del fuerte vínculo que había entre los tres. Lo cual era irónico puesto que también podría ser el fin de la relación si Pedro no sabía lidiar bien con la situación.
—¿Qué es lo que te ha puesto de mala leche esta mañana? —dijo Alejandro arrastrando las palabras mientras se dejaba caer en una de las sillas ante la mesa de Pedro.
Juan se sentó en la otra, más callado y ligeramente menos irreverente que Alejandro.
Sí, Juan y Alejandro eran las dos únicas personas que consideraba amigas en el verdadero sentido de la palabra. Confiaba en ellos —las únicas personas en las que confiaba— y tenían su lealtad, que era algo que no ofrecía tan ciegamente a nadie.
Juan era el más callado de los dos, mientras que Alejandro era el guaperas encantador que atraía a las mujeres como moscas. Pedro estaba convencido de que era la combinación de los dos la que hacía que las mujeres se volvieran un poco locas. Desde luego había una larga cola de mujeres que se mostraban dispuestas para hacer un trío con los dos.
Alejandro siempre estaba en la vanguardia. Al ser abierto y el rey del flirteo, hacía que las mujeres se quedaran sin aliento y revoloteando a su alrededor. Pedro sabía de primera mano cómo funcionaba el encanto de Alejandro y cómo las afectaba. Juan, no obstante, simplemente se quedaba detrás, observándolas con esos ojos oscuros y ese comportamiento retraído. Las mujeres lo encontraban un reto y quizá porque consideraban a Alejandro una conquista medianamente fácil, siempre iban tras Juan con determinación solo para descubrir que era inalcanzable.
Los tres hombres tenían sus perversiones y no sentían remordimientos por ello, lo cual fue otro de sus descubrimientos durante sus años de universidad.
Habían conseguido el suficiente dinero y habían llegado a tal nivel de éxito que habían ido más allá de lo que ninguno de ellos se podía haber llegado a imaginar nunca. No tenían ningún problema en encontrar compañeras de sexo dispuestas, o incluso para una relación más larga, siempre y cuando las mujeres supieran de qué iba el asunto.
Era un acuerdo sobreentendido entre los tres. Ellos jugaban duro pero vivían libres, especialmente tras la debacle del matrimonio de Pedro.
De la misma forma que Pedro y Alejandro habían apoyado a Juan cuando este tuvo que hacerse cargo de Paula, Alejandro y Juan habían sido una ilimitada fuente de ayuda y sostén para Pedro cuando Lisa se divorció de él. También habían sido sus acérrimos defensores cuando Lisa había lanzado acusaciones sin fundamento contra él, que habían dañado su reputación tanto personal como profesional para siempre. Hasta el día de hoy, Pedro aún no entendía qué era lo que había hecho que Lisa se volviera contra él, pero siempre les estaría agradecido a Juan y a Alejandro por su apoyo incondicional durante los peores meses de su vida.
¿Había sido el mejor marido? A lo mejor no, pero sí que le había dado a Lisa todo lo que él pensó que quería y deseaba. Sus perversiones sexuales eran consensuadas, él nunca la había forzado a hacer nada que ella no deseara hacer también, así que el simple hecho de recordar las acusaciones de Lisa aún lo ponía furioso.
Lo habían crucificado en los medios de comunicación y en el juicio por su divorcio, mientras que Lisa había salido de todo el asunto como la víctima de un cabrón manipulador y abusador.
Desde entonces, no había entrado en ninguna otra relación sin tener documentos legales y de completa privacidad firmados por ambas partes. Era posible que algunos lo vieran un tanto extremo, o incluso ridículo, pero tenía demasiado que perder como para volver a arriesgarse a tener otra Lisa yendo detrás de él. —Se suponía que vosotros dos teníais que estar en un avión de camino a California —dijo Pedro con impaciencia. Juan entrecerró los ojos.
—Nos vamos dentro de media hora. El piloto nos llamó diciendo que había un problema mecánico con el avión. Lo más temprano que podemos despegar es a las once, cuando el hombre pueda conseguir otro avión con combustible y haya presentado los planes de vuelo.
Pedro hizo un cálculo mental. Los dos se habrían ido mucho antes de que Paula llegara. Solo esperaba que ella no fuera del tipo de mujer superpuntual que llegaba temprano a todas partes. Por mucho que él fuera un maniático del tiempo y odiara a la gente que no era puntual, esta era una excepción que estaba dispuesto a pasar por alto.
Bajo el escritorio, los puños de Pedro se abrían y cerraban en puños una y otra vez. Paula había sido lo único que había ocupado su mente desde que había entrado en el gran salón del hotel la noche anterior.
Ahora que se estaba permitiendo pensar en ella como algo más que la hermana pequeña de su mejor amigo, una crispación que desafiaba a la lógica lo consumía.
Pedro solo podía describir lo que sentía como… impaciencia. Expectación. La adrenalina recorría sus venas; Paula había revuelto su mundo perfectamente ordenado y le estaba dando la vuelta sin parar.
Apenas podía esperar a tenerla bajo su mano y dirección; la sangre se le calentaba solo de pensar en ello.
Dios, se ponía duro solo de pensar en ella y estaba sentado justo enfrente de sus dos mejores amigos.
El concepto de peligroso no empezaba siquiera a describirlo.
Solo esperaba que los dos se quedaran justo donde estaban y no se dieran cuenta.
Y sabiendo que, si no sacaba el tema, Juan le haría muchas más preguntas sobre por qué no lo había mencionado antes, lo miró directamente a los ojos y dijo:
—Te perdiste a Paula anoche en la inauguración.
Juan se enderezó en la silla con el ceño fruncido.
—¿Estuvo allí?
Pedro asintió.
—Te quería dar una sorpresa. Llegó un poco más tarde de que desaparecierais con la morena.
Juan soltó una maldición y suspiró exageradamente con disgusto.
—Mierda. No tenía ni idea de que tuviera planeado ir. Ojalá me lo hubiera dicho. Me habría asegurado de estar allí. ¿Qué pasó? ¿Hablaste con ella? ¿Se quedó mucho tiempo?
—Me hice cargo de ella —dijo Pedro de forma casual—. Le dije que te tuviste que ir. Bailé una pieza con ella y luego la mandé a casa en coche. Habrías tenido un ataque al corazón de haberla visto con lo que llevaba puesto.
Las comisuras de los labios de Alejandro se arquearon en una sonrisa.
—Nuestra pequeña Paula está creciendo.
Juan le gruñó.
—Cierra la puta boca, tío —entonces volvió a mirar a Pedro—. Gracias por cuidar de Paula. No es el mejor sitio para ella, especialmente si tienes razón sobre lo que llevaba puesto. Entre toda la panda de viejos verdes que están buscando alejarse de sus mujeres, Paula habría sido como el Santo Grial. Ni de coña van a apuntarse otro tanto con ella.
Pedro debería haberse sentido culpable, pero él ya sabía que iba a ir al infierno por todo lo que tenía planeado hacerle a Paula y por lo que había pensado para ella. Ella no iba a ser otra más en su vida, así que podía dejar de lado toda inquietud que el comentario enfadado de Juan le hubiera provocado.
El interfono de Pedro sonó.
—Señor Alfonso, una tal señorita Houston acaba de llegar y pregunta por el señor Chaves y el señor McIntyre.
Pedro arqueó las cejas.
—¿Os lleváis a la morena a California?
Alejandro sonrió.
—Joder, claro. Hará que el viaje se haga mucho más corto —Pedro sacudió la cabeza—. Déjala entrar, Eleanora.
Un momento después, la preciosa morena con la que Pedro había visto a Juan y a Alejandro la noche anterior entró en la oficina. Los altos tacones que llevaba repiqueteaban en el suelo de mármol hasta que se silenciaron una vez hubo pisado la alfombra.
Alejandro estiró uno de sus brazos y la mujer se sentó cómodamente en su regazo con las piernas rozando a Juan. Juan posó una mano en su pantorrilla y la deslizó posesivamente en dirección norte hasta llegar a su rodilla sin mirarla en ningún momento. Era como si solo le estuviera recordando que, al menos por el momento, ella era suya.
Pedro no pudo evitar hacer comparaciones entre la mujer que estaba sentada en el regazo de Alejandro y Paula, lo cual era estúpido dado que una no estaba a la misma altura de la otra. Esta mujer era mayor, tenía más experiencia y sabía muy bien cuál era el tema que tenía con Juan y Alejandro. Paula no tenía ni idea de lo que Pedro estaba pensando para ella, y tendría suerte si no salía corriendo y gritando de su oficina.
En el pasado, a Pedro no le habría importado lo más mínimo la escena que tenía ahora mismo frente a él. No era nada raro que Juan y Alejandro trajeran a una mujer a sus oficinas. Pero hoy estaba desesperado por que se fueran. No quería que Paula estuviera más incómoda de lo necesario y estaba más que claro que no quería a Juan al tanto de lo que tenía en mente para su hermana pequeña.
Pedro deslizó la mirada exageradamente a su reloj y luego volvió a alzarla para mirar a Alejandro, que tenía el brazo alrededor de la voluptuosa mujer. Joder, ni siquiera se habían molestado en presentársela, lo cual era señal de que no tenían previsto tenerla con ellos durante mucho tiempo.
—¿El coche os recoge aquí? —preguntó Pedro.
—¿Te estamos molestando? —inquirió Juan.
Pedro se reclinó hacia su silla y se obligó a poner cara de aburrimiento.
—Solo tengo muchos correos electrónicos y mensajes que debo atender y me gustaría ponerme al día. Ayer no pude terminar de hacer absolutamente nada con todos los detalles de última hora de los que me tuve que hacer cargo para la inauguración.
Alejandro resopló.
—Haces que suene como si nos estuvieras intentando echar en cara que Juan y yo estuviéramos notablemente ausentes y no tuvieras más remedio que hacerte cargo de todo tú solo. Pero ya sabemos lo controlador que eres, así que no tenía mucho sentido que Juan o yo intentáramos ayudarte cuando el universo se desmorona si no lo tienes todo organizado como tú quieres.
—Cabrón obsesivo —dijo Juan mostrándose de acuerdo con Alejandro.
La morena se rio tontamente y el sonido molestó a Pedro.
Ella podría ser mayor que Paula, y podría tener más experiencia, pero él no recordaba que Paula se hubiera reído nunca como una estúpida adolescente.
—Salid de mi despacho de una puta vez —dijo Pedro con el ceño fruncido—. A diferencia de vosotros dos, yo tengo trabajo que hacer. Llevad vuestros culos hasta California y planificarlo todo con el contratista. Tenemos que estar seguros de que empezamos a construir a tiempo. No quiero tener una bandada de inversores enfadados detrás de mí cuando me he pasado los últimos meses lamiéndoles el culo para traerlos a nuestro terreno.
—¿He fallado alguna vez? —le preguntó Alejandro en tono burlón.
Pedro movió su mano en un gesto despectivo. No, Alejandro nunca había fallado, y Pedro no estaba preocupado por eso. Los tres formaban un buen equipo. Sus puntos fuertes y débiles se los complementaban unos a otros muy bien.
ACM no era solamente un negocio. Era una sociedad anónima que había nacido de la amistad de los tres hombres y de una increíble lealtad. Justo lo que Pedro iba a poner a prueba porque estaba obsesionado con la hermana pequeña de Juan. Que lo ahorcaran si eso no estaba mal.
Por suerte, Juan se levantó y deslizó la mano por la pierna de la mujer. La levantó del regazo de Alejandro y la colocó cómodamente entre los dos mientras caminaban a la vez hasta la puerta del despacho de Pedro.
Juan se detuvo y se dio la vuelta un momento. Tenía el ceño fruncido.
—Intentaré llamar a Paula antes de irme, ¿pero puedes echarle un ojo mientras estoy fuera? Asegúrate de que esté bien y de que no necesita nada. Siento mucho no haber estado anoche allí con ella —Pedro asintió ligeramente con cuidado de mantener controlada la expresión de su rostro.
—Me ocuparé de ello.
—Gracias, tío. Ya hablaremos cuando estemos en la otra costa.
—Mantenme informado de cómo van yendo las cosas —dijo Pedro. Alejandro sonrió—. Loco controlador.
Pedro le enseñó el dedo corazón y, a continuación, él y Juan salieron de la oficina con su última conquista situada entre ambos. Pedro se reclinó de nuevo en su silla y volvió a bajar la mirada hacia su reloj. El alivio tomó posesión de su cuerpo cuando vio que aún tenía media hora más antes de que Paula llegara.
Y Juan y Alejandro ya estarían bien lejos para entonces.
Buenísimos los 3 caps.
ResponderEliminarMuy buen comienzo! Se nota que va a ser una novela intensa! ;)
ResponderEliminar