miércoles, 13 de enero de 2016

CAPITULO 40 (PRIMERA PARTE)





Cuando Paula entró en su apartamento vestida solamente con una bata, y con Alejandro y Juan escoltándola a ambos lados de forma protectora, Carolina se precipitó hacia ella con una expresión llena de preocupación en el rostro.


—¿Paula? ¿Qué ha pasado? ¿Estás bien?


Paula abrazó a su amiga y, para su horror, se deshizo en lágrimas. Ya no podía seguir manteniendo la compostura.


Caroline la abrazó con fuerza y luego estalló contra Alejandro y Juan, exigiéndoles saber qué es lo que le
habían hecho.


—Solo haz que se vayan, Caro —dijo Paula entrecortadamente—. Ahora que estoy contigo, ya estoy
bien. 


Carolina la llevó hasta el sofá, la ayudó a sentarse y luego se quedó de pie para mirar fríamente a Juan y a Alejandro.


—Ya la habéis oído. Fuera. Yo me encargo de la situación.


Juan gruñó y luego se acercó al sofá donde Paula estaba sentada. Se la quedó mirando durante un buen rato y luego suspiró al tiempo que la estrechaba entre sus brazos.


—Lo siento, peque. Sé que esto te ha hecho daño. Te juro por Dios que no teníamos ninguna intención de que pasara. No teníamos ni idea de que tú y Pedro estabais juntos. Él me mandó un mensaje al móvil y me dijo que tenía algo importante que discutir conmigo cuando volviera. Esa es la razón por la que fui a su apartamento y entré sin más. Alejandro y yo tenemos copias de la llave que lleva a su planta. Joder, asumí que serían negocios. Parecía urgente, así que fuimos tan pronto como llegamos a la ciudad.


Paula se aferró a su hermano mayor y dejó que le cayeran las lágrimas, tal y como había hecho tantas otras veces mientras crecía.


—No estoy enfadada contigo —susurró—. Estoy furiosa con él. Si no tiene los huevos para enfrentarse a ti o a Alejandro por mí, entonces no lo quiero. Me merezco a alguien mejor.


Juan le acarició el pelo con la mano.


—Sí que te mereces a alguien mejor, peque. Pedro es (o era) mi amigo, pero no lo estoy excusando. Él hace lo que le da la gana en lo que se refiere a mujeres, y o todo va a su manera, o a la mierda.


—¿Y tú eres diferente? —le dijo de forma acusadora mientras se separaba. Juan suspiró y desvió la mirada hacia Alejandro, que parecía estar igual de incómodo.


—No quiero discutir esto contigo —dijo Juan con suavidad—. No tiene ninguna relevancia en lo que ha pasado esta noche.


Paula puso los ojos en blanco. Típico de los tíos dejar de lado las cosas. Si hubiera sido otra mujer a la que hubieran visto con Pedro al entrar en el apartamento, ambos se hubieran ido en silencio, o, quién sabe, a lo mejor se hubieran quedado a mirar. No le habrían dedicado ni un solo pensamiento a la mujer y casi seguro que le habrían dado una palmadita a Pedro en la espalda.


Pero ella no era cualquier mujer. Era Paula. La hermana de Juan y, en la práctica, de Alejandro también. Lo que significaba que las reglas cambiaban.


—Idos los dos —le dijo en voz baja—. Caro está aquí, así que estaré bien.


Juan paseó la mirada entre las dos mujeres.


—No quiero que estés sola, Paula.


—No está sola —dijo Carolina con exasperación—. ¿De verdad crees que la podría dejar sola ahora mismo?


—Pero tienes que trabajar —añadió Alejandro frunciendo el ceño. 


Paula sacudió la cabeza.


—Por el amor de Dios. ¿Pensáis que me voy a cortar las venas o algo? Estoy enfadada y molesta, pero no soy estúpida ni una suicida.


—Vendré a ver cómo estás mañana —sentenció Juan—. Y vas a pasar el Día de Acción de Gracias conmigo y con Alejandro. ¿Entendido? No vas a estar como un alma en pena alrededor de Pedro.


Paula suspiró.


—Como tú digas. Solo vete. Quiero llorar sola y no con vosotros dos agobiándome. La situación ya es lo suficientemente humillante. He sentido suficiente humillación esta noche como para que me dure para el resto de mis días.


Alejandro se sintió avergonzado.


—Estoy de acuerdo.


Reacio, Juan se levantó del sofá y se encaminó hacia la puerta. Pero luego se paró y se dio la vuelta.


—Vendré mañana y cenaremos. Alejandro y yo planearemos algo para el Día de Acción de Gracias y ya te informaremos con lo que sea.


Paula asintió, cansada. Ella solo quería que se fueran para poder estar a solas con Carolina y contarle todas sus penas.


Nada más salieron por la puerta, Carolina se sentó junto a Paula en el sofá y la estrechó entre sus brazos. Mierda, se iba a poner a llorar otra vez.


—¿Qué ha pasado? —le preguntó Carolina mientras mecía a Paula una y otra vez—. ¿Llamo a las chicas para que vengan?


Paula aspiró y se secó la nariz mientras se apartaba. Dios, aún estaba desnuda bajo la bata —la bata de Pedro—; y, de repente, no le entraron más ganas que de quitársela del cuerpo.


—Deja que vaya a ducharme —le dijo—. Y entonces te lo contaré todo. Necesito ponerme algo de ropa encima, y preferiblemente que no sea de Pedro.


—Prepararé chocolate caliente —añadió Carolina con el rostro lleno de pena y preocupación.


—Eso suena genial —comentó Paula con una lánguida sonrisa dibujada en el rostro—. Gracias, Caro. Eres la mejor.


Paula se fue, agotada, hasta el cuarto de baño y se quitó la bata. Tras un momento de vacilación, la metió en su armario en vez de tirarla a la basura. Probablemente haría algo tan patético como llevarla puesta por su apartamento ya que era de Pedro. No tenía el valor suficiente como para deshacerse de ella.


Al menos, no todavía.


Después de la ducha de agua caliente con la que casi se abrasa, se puso un pijama y se lio una toalla en el pelo sin importar si este se le enredaba o no.


Carolina la estaba esperando en el salón con dos tazas de chocolate caliente, así que Paula se dejó caer en el sofá junto a ella. Carolina le tendió una de las tazas y ella, agradecida, la agarró con las dos manos, envolviéndolas alrededor del recipiente.


—¿Cómo van las cosas entre tú y Brandon? —le preguntó.


Se sentía horriblemente culpable porque últimamente había pasado todo el tiempo con Pedro. Cada minuto. Cada hora. No había hablado siquiera con Carolina en una semana. Ella sonrió.


—Bien. Aún nos estamos viendo. Es difícil debido a nuestros horarios de trabajo, pero estamos intentando que funcione.


—Me alegro —dijo Paula.


—¿Qué ha pasado, Paula? —preguntó Carolina con suavidad—. Es obvio que te ha hecho mucho daño.
¿Cómo narices han terminado Juan y Alejandro envueltos en la situación y por qué demonios has vuelto a casa con solo una bata puesta?


Paula soltó la respiración.


—Es una larga historia. No fui totalmente sincera contigo sobre mi relación con Pedro. Es mucho más complicado que eso.


Carolina frunció el ceño.


—Te escucho.


Entonces le contó toda la historia, sin dejarse nada. Cuando llegó a lo que había pasado esa noche, los ojos de Carolina estaban abiertos como platos, aunque luego los entrecerró, disgustada.


—No me puedo creer que te dejara sola de esa manera. Ya estabais planeando contárselo todo a Juan. 


Ella asintió lentamente.


—Se quedó ahí, de pie, y me mintió, Caro. Yo sé que siente cosas por mí. Y se quedó ahí y me soltó todo ese rollo de que estaba mezclando demasiado los sentimientos y bla, bla, bla. Quería estrangularlo.


—Qué gallina —soltó Carolina con rudeza—. Tú te mereces a alguien mejor que él, Paula. Te mereces a alguien que te apoye y que lo arriesgue todo tal y como tú lo has hecho.


—Estoy de acuerdo —acordó Paula —. Le dije que, si algún día despertaba y se daba cuenta del error que había cometido, tendría que arrastrarse y venir de rodillas si quería recuperarme.


Carolina se rio.


—Esa es mi chica. Y debería tener que arrastrarse.


Paula levantó la taza como en un brindis.


—Exactamente.


Entonces la expresión en el rostro de Carolina se ensombreció.


—¿Y qué crees que va a pasar entre Juan y Pedro? Son socios además de ser mejores amigos. Juan parecía estar verdaderamente enfadado.


—No lo sé —confesó Paula con honestidad —. Por eso no quería que Juan se enterara. Quizás estaba siendo muy tonta, o a lo mejor no esperaba que las cosas entre yo y Pedro fueran tan en serio. Yo pensé que sería fácil ocultárselo a Juan. Supongo que pensé que Pedro me querría un par de veces a la semana y el resto del tiempo seguiríamos como si no pasara nada. Esa también es parte de la razón por la que queríamos contarle a Juan lo nuestro, para no tener que esconderlo durante más tiempo.


Una nueva oleada de rabia la embargó y le corrió por las venas hasta que las mejillas se le colorearon de rojo.


—Maldita sea. ¿Es que has visto qué mala pata? Lo único que necesitábamos era un solo día más. Si Juan hubiera llamado a Pedro para avisarle de que ya había vuelto a la ciudad, se lo habríamos dicho juntos y todo habría ido bien. Pedro se estaba enamorando de mí, Caro. Se estaba enamorando y eso lo asustaba muchísimo. Y entonces Juan irrumpió en el apartamento y le dijo todas esas cosas horribles. Podía ver la culpa reflejada en su cara. Especialmente después de lo que pasó en París.


Carolina arrugó su rostro con compasión.


—Lo siento, Paula. Es una putada. Pero te mereces a alguien mejor que Pedro Alfonso.


—Sí —dijo en voz baja —. No hay duda. Pero yo lo quería a él… Lo amo, Caro. Y no hay nada que pueda hacer para cambiar eso.







2 comentarios:

  1. Y se armó en grande no más. Buenísimos los 5 caps Carme.

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  2. Que decepción lo que hizo pedro! En vez de enfrentar las cosas se echó para atrás! que capítulos!!!!

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