Paula se ciñó más el abrigo mientras recorría la última manzana que quedaba hasta llegar a su apartamento. Había sido duro volver al trabajo con todo ese frío tras haber pasado los últimos días en una playa del Caribe.
Juan y Alejandro habían intentado con todas sus fuerzas animarla y asegurarse de que disfrutara del viaje, y tenía que admitir que sí que se lo había pasado muy bien. Ya había transcurrido bastante tiempo desde que ella y Juan se hubieran ido de vacaciones juntos, y con Alejandro allí las cosas habían sido divertidas y alegres.
Eso no quería decir que no se hubiera pasado otro tanto pensando en Pedro, pero se las había arreglado para disfrutar del viaje. Si alguien le hubiera dicho que podía divertirse estando tan reciente la ruptura entre ella y Pedro, no se lo habría creído.
Aun así, ir a La Pâtisserie en vez de a ACM esta mañana había sido duro. Había sido como recibir una bofetada en la cara y recordar otra vez la traición de Pedro. A ella le gustaba su trabajo con Pedro. Sí, había sido un trabajo sin valor con la sola función de esconder su affaire, pero conforme el tiempo había pasado, había tomado más responsabilidades y se había adueñado del trabajo. Había demostrado que podía aceptar un reto y superarlo con creces.
Ahora había vuelto a vender pasteles y a servir tazas de café. Y aunque antes nunca le había molestado, ahora se sentía incómoda y quería más. Más retos. Ya era hora de que dejara de estar asustada y de que saliera a la calle a labrarse un futuro. Nadie lo iba a hacer por ella. Ya estaba
buscando ofertas de trabajo de su profesión, trabajos que se midieran con el nivel de su formación y experiencia, aunque no es que tuviera mucha.
Quizá debería hablar con Juan. No para trabajar con él; ni mucho menos iba a volver a ACM y tener que enfrentarse a Pedro día sí y día también. O, peor aún, a cualquier mujer con la que la hubiera reemplazado. Eso ya era pedirle demasiado.
Pero sí que podría tener ideas o incluso conocer a más gente con la que pudiera ponerse en contacto.
Ellos tenían más de una docena de hoteles solo en Estados Unidos, sin mencionar los resorts de fuera del país. Podría trabajar para cualquiera de ellos y no tener que preocuparse nunca por volver a ver a Pedro.
Eso requeriría mudarse. ¿Estaba lista para eso?
Paula estaba acostumbrada a vivir en Nueva York. A estar cerca de Juan. Pero no habría sobrevivido si hubiera estado sola. Juan la había apoyado económicamente. Le había comprado el apartamento.
¿Acaso había llegado a independizarse?
Quizá ya era hora de irse por su cuenta y tomar las riendas de su vida. Que lo consiguiera o no ya era otro asunto, pero lo haría por sus propios méritos.
Por muy satisfactoria que la idea fuera en teoría, sí que la entristecía abandonarlo todo.
A Carolina. A Juan. A Alejandro. Su apartamento. Su vida.
Mierda, no. No iba a dejar que Pedro la echara de la ciudad. Encontraría un trabajo mejor aquí, pasaría página y se olvidaría de su cara.
Eso también sonaba muy bien teóricamente, pero no iba a ninguna parte en la realidad.
Cuando llegó al portal de su edificio, vio en el reflejo de la puerta a Pedro bajarse de un coche que estaba aparcado cerca. Y estaba yendo hacia ella.
Oh, no. Ni soñarlo.
Sin mirar atrás —por muy tentador que fuera embeberse en él— se metió en el portal y se dirigió al ascensor. Mientras las puertas se abrían, se subió y pulsó el botón de «cerrar»..
Cuando levantó la mirada, vio a Pedro pasar junto al portero, que estaba protestando, y apresurarse para llegar al ascensor. Su rostro estaba lleno de determinación.
«Ciérrate, ciérrate, ciérrate»., suplicó Paula en silencio.
Las puertas se empezaron a cerrar y Pedro se lanzó hacia delante, pero llegó tarde. Gracias a Dios.
¿Qué narices estaba haciendo allí?
Se bajó del ascensor y abrió la puerta de su apartamento.
Dentro estaba todo en silencio, así que dejó el bolso junto a la puerta. Carolina no volvería a casa hasta dentro de un rato y luego se marcharía seguramente al club Vibe a ver a Brandon.
Pegó un bote cuando un golpe sonó en la puerta. Luego suspiró. Había visto la mirada en los ojos de Pedro y sabía que no iba a irse porque le hubiera dado largas en el ascensor. ¿Qué quería?
Paula se acercó a la puerta, le quitó el seguro y la abrió de un golpe; Pedro estaba allí en el pasillo. El alivio se reflejó en sus ojos y este comenzó a avanzar, pero ella lo bloqueó con la puerta.
—¿Qué quieres? —le dijo con brusquedad.
—Necesito hablar contigo, Paula —le contestó.
Ella sacudió la cabeza.
—No tenemos nada de lo que hablar.
—Te equivocas, maldita sea. Déjame entrar.
Paula sacó la cabeza por la puerta para que él pudiera verla y que supiera que iba completamente en serio.— Deja que me explique mejor, entonces. Yo no tengo nada que decirte a ti —le dijo en voz baja—. Nada de nada. Ya dije todo lo que tenía que decir en tu apartamento. Fue tu decisión dejarme ir… qué digo, me echaste de allí. Yo me merezco algo mejor que eso, Pedro, y estoy más que segura de que no me voy a conformar con menos.
Ella cerró la puerta de un portazo y la volvió a asegurar con el cerrojo. Como no quería escuchar si volvía a golpear la puerta, se fue hasta su dormitorio y cerró la puerta. Estaba cansada y lo único que quería era darse un baño de agua caliente para que le diera calor desde dentro.
Pero lo que temía era que nada podría volver a aliviar ese frío que le causaba la ausencia de Pedro.
Nada excepto él.
Al día siguiente, Paula le estaba sirviendo a un cliente habitual su café favorito cuando Pedro entró y se sentó en la misma mesa que había ocupado aquellas semanas atrás. No se lo podía creer. ¿Cómo se suponía que iba a trabajar cuando él estaba ahí invadiendo su espacio?
Ella tensó la mandíbula, se acercó a él y lo miró fríamente.
—¿Qué estás haciendo aquí?
Él la miró de arriba abajo, y, al ver la expresión de su rostro, suavizó la suya en sus ojos. ¿Veía lo cansada que estaba? ¿Lo deprimida que se encontraba? ¿Tenía alguna señal de neón en la frente que gritara a los cuatro vientos lo infeliz que se sentía sin él?
—Yo tampoco puedo dormir, Paula —le dijo con suavidad—. Cometí un error. La fastidié. Dame una oportunidad para poder hacer las cosas bien.
Ella cerró los ojos y apretó los puños a cada lado de su cuerpo.
—No me vengas con esto, Pedro. Por favor. Tengo que mantener este trabajo. Hasta que decida lo que quiero hacer, tengo que trabajar, y no puedo tenerte aquí, distrayéndome.
Él alargó la mano para cogerle uno de esos puños, y le aflojó los dedos. Entonces se llevó la mano a los labios y le dio un beso en la palma.
—Tú ya tienes un trabajo, Paula. Te está esperando. No se ha ido a ninguna parte.
Ella se soltó como si le hubiera quemado.
—Solo vete, Pedro. Por favor. No puedo hacer esto. Vas a conseguir que me despidan. Si quieres hacer las cosas bien, entonces desaparece y no vuelvas.
Paula se encontraba peligrosamente cerca de venirse abajo.
Sus emociones eran muy inestables. ¿Por qué no podía ser fuerte? ¿Por qué tenía que dejarle ver lo mal que estaba?
Se dio media vuelta y no le importó que pudiera parecer grosera o borde su forma de tratar a un cliente. Tenía otros a los que atender.
Pero él siguió allí, observándola, con la mirada fija en ella mientras atendía a otra gente en la tienda.
Los clientes iban y venían y él seguía ahí, sentado, hasta que ella se sintió acechada. Acosada.
Al final se fue a la trastienda y le pidió a Louisa un descanso.
Ayudó a Greg con los pedidos mientras Louisa se encargaba de los clientes. Una hora después, cuando se aventuró a salir nuevamente, Pedro ya se había ido.
Paula no sabía si se sentía aliviada o decepcionada. Lo único que sabía era que había un agujero en su corazón que no tenía esperanza alguna de volver a cerrar.
Cuando volvió a casa caminando esa noche, se encontró un gran ramo de flores en la puerta.
Suspirando, cogió la tarjeta y leyó la nota garabateada de Pedro.
Lo siento. Por favor, dame una oportunidad para explicarme.
PEDRO
Las puso sobre el aparador y se preguntó por qué Pedro siquiera se esforzaba. ¿Por qué estaba haciendo esto? Él había sido el que había dicho que cortar por lo sano era mejor. ¿Por qué prolongarlo si no tenía intención de hacer que la relación fuera permanente? ¿Se pensaba que quería volver a pasar por esto una vez se cansara de ella?
Hablar con Juan y Alejandro abiertamente sobre Pedro y sus relaciones le había abierto los ojos. Ella ya se había imaginado, o tenía una muy buena idea, cómo iba con ellas.
Pero durante sus vacaciones en el Caribe, los dos se habían explayado y le habían dado detalles que antes no conocía.
Pedro siempre firmaba un contrato con todas las mujeres con las que estaba. Eso lo sabía. Lo que no sabía era la frecuencia, ni lo cortas que eran sus relaciones con él.
Y eso le había hecho darse cuenta de que siempre había sido algo temporal.
Estaba tumbada boca abajo en la cama cuando Carolina entró en el dormitorio.
—Eh, Paula. ¿De quién son esas flores?
—De Pedro —murmuró.
Carolina se sentó en la cama con una expresión en el rostro entre «no me fastidies». e irritación.
—¿Por qué te manda flores, maldita sea?
Paula se giró y se puso boca arriba.
—Oh, y eso no es todo. Estuvo aquí anoche. Y hoy se ha presentado en La Pâtisserie.
—¿Qué narices…? ¿Por qué?
—No tengo ni idea —le dijo cansada—. ¿Para volverme loca? Quién sabe. Le cerré la puerta en la cara anoche. Y hoy simplemente lo ignoré.
—Bien por ti —le dijo Carolina con un tono de voz violento—. ¿Quieres que le dé su merecido?
Paula se rio y luego se inclinó para abrazar a su amiga.
—Te quiero, Caro. Me alegro mucho de tenerte.
Carolina la achuchó igual.
—Para eso están las amigas. Y, oye, si decides matarlo, ya sabes que te ayudo a esconder el cuerpo.
Paula soltó una carcajada otra vez; el corazón lo sentía más ligero que un momento antes.
—Oye, ¿qué quieres comer esta noche? Estaba pensando en pedir algo, pero si quieres podemos salir al pub de al lado y pasar el rato.
Carolina estudió a Paula atentamente.
—¿Estás segura? No me importa cocinar si te quieres quedar aquí.
Paula sacudió la cabeza.
—No, salgamos. No me puedo quedar aquí y deprimirme para siempre por culpa de Pedro.
Mientras se levantaba de la cama, Carolina se calló por un momento y luego la volvió a mirar completamente seria.
—Quizá quiere recuperarte, Paula. ¿Lo has considerado? ¿No deberías al menos escucharle?
Los labios de Paula se torcieron con desdén.
—Le dije que, si quería volver a recuperarme, tendría que arrastrarse y venir de rodillas. Aún no está de rodillas, pero es que no le voy a poner las cosas nada fáciles.
Ayyyyyyyy, Pedro la va a tener que remar en dulce de leche repostero jajajajajaja.
ResponderEliminarMuy buenos capítulos! Muy bien Paula! que se arrastre! jajaja
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