jueves, 28 de enero de 2016
CAPITULO 44 (SEGUNDA PARTE)
Pedro paseaba agónico de un lado a otro de la sala de espera, sin saber cómo iba Paula. Lo habían mantenido alejado de la habitación donde estaba mientras los médicos trabajaban en limpiarle el sistema circulatorio de las drogas que había ingerido. No sabía cómo o por qué Jeronimo la había obligado a tomárselas, y no lo sabría hasta que el cretino apareciera. Sería un milagro si Pedro no lo mataba antes de que pudiera sonsacarle una explicación.
Pero una cosa tenía clara: se habían acabado las contemplaciones. No iba a permitir que la situación continuara. Le importaba un comino lo enfadada que Paula se pusiera, pero Jeronimo iba a desaparecer del mapa. De hecho, iba a salir de sus vidas. Si Jeronimo le había dado las drogas, Pedro presentaría cargos y haría que lo arrestaran.
Por lo que a él le importaba, se podía pudrir en la cárcel.
Melisa había salido disparada hacia el hospital en el mismo momento en que Gabriel la llamó, y se mantuvo atenta, expectante, con todos los demás. Se preocupaba de forma incesante por el estado de Pedro, pero le dejó cierto espacio cuando Gabriel le sugirió que dejara a su hermano tranquilo.
Él le envió a Gabriel una mirada de agradecimiento. Lo último que quería era pagarlo todo con su hermana cuando
ella simplemente estaba intentando ayudar. Y apreciaba que todos estuvieran allí. Apreciaba su inquebrantable apoyo, aunque solo Dios sabía que no se lo merecía después de haberlos tratado como lo había hecho. Especialmente a Alejandro.
Sin embargo, Alejandro no se había movido de la sala de espera en ningún momento. Estaba sentado igual de preocupado que el resto, temiendo continuamente por el estado en que se encontrara Paula.
Entonces Kevin entró por la puerta y tiró de Jeronimo a empujones para ponerlo delante de los demás.
Kevin levantó una mano cuando Pedro estaba más que dispuesto a lanzarse contra él, y llevó a Jeronimo al interior de una sala de espera privada para las familias. Pedro lo siguió justo detrás, con Alejandro y Gabriel pisándole los talones.
Ellos más que nada querían asegurarse de que no fuera a cometer un homicidio en un edificio público.
Tan pronto como cerraron la puerta detrás de ellos, Pedro estampó a Jeronimo contra la pared y acercó su rostro al de él.
—¿Qué hostias le has hecho, gilipollas?
El semblante de Jeronimo se deformó de dolor. Estaba demacrado y ojeroso. Completamente derrotado.
Sus ojos estaban inyectados en sangre y ni siquiera intentó defenderse.
—¿Qué le has dado? —rugió Pedro—. Ella está ahí luchando por su vida y necesitamos saber qué diablos fue lo que ingirió para que puedan ayudarla.
—Narcóticos —dijo Jeronimo con voz temblorosa—. Una botella entera. Creo que había unas cuarenta o así. No lo sé exactamente.
—Iré a decírselo —informó Gabriel en voz baja.
—¿Por qué se los diste? ¿Cómo narices se los tomó sin saberlo? Ella nunca se habría metido esa mierda.
—No eran para ella —añadió ahogadamente—. Nunca tendría que habérselos tomado. Cogió la taza equivocada. Era chocolate caliente. Se bebió la taza que no era.
—¿Qué? —rugió Pedro.
—Se suponía que iba a ser yo el que me los iba a tomar —dijo Jeronimo con resignación—. No esperaba que Paula fuera a aparecer por el apartamento. No tendría que haberlo hecho. No tenía ni idea de que lo tenías vigilado.
—¿Qué diablos estás diciendo? ¿Que ibas a suicidarte?
—Sí, eso es lo que estoy diciendo. Eché las pastillas en el chocolate caliente. Iba a dejarle una nota y luego me las iba a tomar sin dar mucho la lata.
—Estúpido idiota. ¿Dices que te preocupas por ella y pretendías hacerle pasar ese mal trago? ¿No has pensado en que la destrozarías si eligieras el camino fácil para quitarte de en medio y te mataras? Eres increíblemente egoísta y cobarde. ¿Te paraste siquiera a pensar en las consecuencias de semejante acto?
—Mira, te estaba haciendo un favor —contestó Jeronimo, enfurecido—. Deberías alegrarte de que desapareciera del mapa.
—Me das asco —musitó hirviéndole la sangre en las venas—. Increíble. Esto no tiene nada que ver conmigo. A mí no tienes que gustarme, pero Bethany te quiere y yo la quiero a ella. Quiero que sea feliz. Eso es todo lo que me importa. Y que tú estés muerto no la va a hacer feliz.
El dolor y los remordimientos se apoderaron de los ojos de Jeronimo.
—No era mi intención que pasara esto. Tienes que saber que yo nunca haría nada que le hiciera daño.
—¡Pero si el otro día le ofreciste drogas!
—Eso fue distinto. Ella nunca hubiera sufrido una sobredosis con ellas. Nunca había ingerido más de la cuenta. Solo tomaba algunas cuando las necesitaba. Y yo solo quería asegurarme de que tenía lo que necesitaba.
—Ella ya no las necesita. Nunca más —rugió Pedro.
—¿Va a salir de esta? —preguntó Jeronimo con miedo.
—Pedro, tío, tienes que venir —dijo Gabriel desde la puerta—. Ha entrado en parada cardíaca. Están intentando recuperarla ahora mismo.
Pedro cayó de rodillas al suelo con el dolor atravesándole el corazón.
—¡No! —gritó—. ¡No! ¡No puedo perderla! Maldita sea, ¡no es posible!
Alejandro estaba triste y pálido. Melisa apareció de repente y lo rodeó con sus brazos, pero él estaba insensibilizado. No sentía nada más que una devastación abrumadora. Jeronimo retrocedió cuando Kevin tiró de él hasta una silla y le ordenó bruscamente que no se moviera. Gabriel se adelantó, su rostro era una máscara de dolor y compasión.
—No —susurró Pedro, el sonido terminó ahogado en un sollozo.
Luego se puso de pie con el único pensamiento de que tenía que ir con ella. No dejaría que se fuera de esta manera.
¡Tenía que luchar! Por ella. Por él. Por ambos.
Se apartó del fuerte abrazo de Melisa. Cuando llegó a la puerta, tanto Alejandro como Gabriel intentaron retenerlo. Él los apartó de su camino contundentemente, desesperado por llegar hasta Paula. No podía morir. No moriría sola rodeada de médicos. Rodeada de gente que no la quería como él.
Corrió hacia su habitación y abrió la puerta con ímpetu, ignorando las órdenes urgentes de las enfermeras para que se fuera.
—¡Paula! —gritó. La sangre se le heló en las venas cuando los vio intentando resucitarla—. ¡No te rindas! —dijo con ferocidad—. No te atrevas a rendirte, nena. ¡Lucha, maldita sea! ¡Lucha!
Su mirada se quedó fija en el tubo que habían reinsertado en sus pulmones. En el médico haciendo las compresiones. En el oxígeno que forzaban a penetrar en su cuerpo. En la medicación que le estaban inyectando en vena.
Pero en lo único que se centró hasta el punto de dejar todo lo demás excluido fue en la línea horizontal que transcurría en el monitor cardíaco, que solo saltaba con las compresiones que le estaban aplicando en el pecho.
—No me dejes —dijo con angustia—. Nena, por favor, no me dejes.
—Señor, tiene que irse —le dijo una de las enfermeras en una voz baja cargada de compasión y comprensión—. Sé que quiere estar con ella, pero tiene que dejar que la recuperemos. Está estorbando aquí.
—No la voy a dejar sola —insistió Pedro ferozmente—. Necesito estar con ella para que lo entienda. Para que sepa lo mucho que la amo. No dejaré que muera sola. No dejaré que muera, punto.
—Si quiere que viva, entonces márchese de aquí para que podamos hacer nuestro trabajo —espetó uno de los médicos—. Eso es lo que puede hacer por ella: dejarnos trabajar.
—Tío, vamos, dejemos que hagan su trabajo —dijo Alejandro con voz queda—. Lograrán recuperarla. Tienes que creer en eso. Lo mejor que puedes hacer es dejarles que hagan su trabajo.
Tanto Alejandro como Gabriel agarraron a Pedro y lo sacaron de la habitación a la fuerza.
—¡Paula! —rugió Pedro justo cuando la puerta se cerraba—. ¡No te atrevas a rendirte! Te quiero, maldita sea. ¡Lucha!
La tensión en la pequeña sala de espera estaba por las nubes. Pedro estaba sentado, con la cabeza escondida en sus manos y los hombros hundidos. Había reproducido en su mente todos y cada uno de los recuerdos que tenía de Paula desde aquella primera vez que la vio al otro lado de la sala donde se celebraba la fiesta de compromiso de Melisa.
Cada sonrisa. Cada risa. Cada vez que habían hecho el
amor. Cuando le puso la gargantilla esa segunda vez. La noche en que había estado borracha y tan adorable y la forma en que le había hecho el amor con tantos ánimos. Y el dolor y la pena en sus ojos la noche anterior cuando le había herido los sentimientos de forma imperdonable.
—Pedro.
Levantó la mirada y vio que Melisa se había sentado a su lado. Envolvió sus brazos alrededor de él y lo abrazó con fuerza.
—Se pondrá bien. Ella es fuerte. Ya ha salido de muchas situaciones complicadas. Es imposible que vaya a rendirse en esta.
Pedro la estrechó entre sus brazos y la abrazó con la misma fuerza. Escondió el rostro en su pelo y simplemente se quedó así durante un rato. Con cada minuto que pasaba sin saber nada, ni una palabra, se moría por dentro un poco más.
—No puedo perderla, Melisa. No puedo perderla.
—Y no lo harás —contestó Melisa con ferocidad—. Ella es mucho más fuerte que todo eso, Pedro. Saldrá de esta.
Pedro levantó la cabeza por encima del hombro de Melisa y fijó su mirada en Jeronimo, que estaba sentado en la esquina con el rostro escondido entre sus manos. La ira volvió a apoderarse de él. Le llevó todo el autocontrol que tenía no lanzársele encima y destrozarlo con sus propias manos. Estaba furioso porque Jeronimo hubiera sido tan descuidado con Paula. No importaba que no hubiera tenido la intención de hacerle daño. Lamentablemente, había ocurrido y ahora podía perderla. Si eso pasaba, Pedro no descansaría hasta que Jeronimo hubiera pagado por lo que había hecho.
—Te quiero, peque —susurró Pedro contra su pelo—. Gracias por estar aquí y por creer en Paula.
—Yo también te quiero, Pedro. —Su voz estaba cargada de tristeza y pena—. Y quiero a Paula. Es perfecta para ti, y tú eres perfecto para ella.
—No soy perfecto para ella —rebatió en un tono apagado—. He hecho muchas cosas mal, Melisa. Me mata saber todo lo que he hecho mal con ella. Si sale de esta, solo espero y rezo para que me perdone.
—Cariño, escúchame —dijo Melisa, apartándose un poco. Le colocó una mano en el rostro, sobre el mentón. Sus ojos estaban llenos de amor y comprensión—. Todos cometemos errores. Mira los que cometió Gabriel. ¡Estaba tan enfadada con él! Me destrozó cuando me apartó de su lado. Nunca he
sentido tanto dolor como entonces en toda mi vida. Lo sabes. Me viste. Tú y Alejandro me llevasteis de viaje el Día de Acción de Gracias y viste cómo estaba todo el tiempo. Pero ¿sabes qué? Hizo lo que tenía que hacer. Y a pesar de lo que hiciera, eso no cambió el hecho de que lo amaba. Puede que me hubiera hecho daño y que estuviera cabreada, pero eso no quería decir que no lo quisiera. Ella te
quiere —dijo Melisa con suavidad—. Y eso no ha cambiado porque le hayas hecho daño. Tendrás la oportunidad de hacer las cosas bien, Pedro. Tienes que creer en eso. Es lo que ella necesita ahora más que cualquier otra cosa. Fe. Tenemos que creer en que va a salir de esta y necesitas creer en tu amor.
—Gracias —pronunció Pedro con un hilo de voz—. Tienes razón. Sé que tienes razón. Va a salir de esta. Es una luchadora. Está clarísimo que no se va a rendir o si no ya lo habría hecho hace bastante tiempo. Y yo voy a estar con ella en cada momento. No voy a rendirme, igual que ella tampoco lo hará.
Melisa sonrió y luego se echó hacia delante para darle un beso en la mejilla.
—Me gusta que estés enamorado, Pedro. Te hace bien. Me alegro de que hayas encontrado a alguien tan especial. Te lo mereces por todos los años que sacrificaste por cuidar de mí.
Pedro la agarró de la mano y la sostuvo entre las suyas mientras se dejaba apoyar por la familia y por el amor incondicional que lo rodeaba.
—Nunca fue un sacrificio, Melisa. No me arrepiento de nada. He estado esperándola toda mi vida y ahora la he encontrado. Solo me alegro de que ambos seamos felices ahora y de que tengamos un futuro brillante que recibir con los brazos abiertos. Tengo muchísimas ganas de que me des sobrinas y sobrinos a los que mimar y malcriar. También tengo muchísimas ganas de tener yo mis propios hijos para poder hacer lo mismo.
La sonrisa de Melisa era hermosa, le iluminaba todo el rostro.
—Es un pensamiento maravilloso, ¿verdad? El que vayamos a construir nuestras familias juntos. Seremos una gran familia.
—Sí que lo es —le respondió Pedro con suavidad.
—¿Señor Alfonso?
Pedro se giró y vio al doctor en la puerta.
—Puede entrar y quedarse con ella si lo desea.
Pedro se puso de pie al instante, temiendo la respuesta a su propia pregunta.
—¿Está bien? ¿Lo… han conseguido?
La expresión del doctor era de alivio, pero seguía siendo seria.
—La reanimamos y conseguimos extraerle la mayor parte de las drogas que tenía en sangre. Está descansando ahora. Probablemente no se despertará hasta dentro de un buen rato, pero puede quedarse con ella si quiere.
No había más que decir. Se quedaría con ella hasta que se volviera a despertar y no la dejaría sola en ningún momento.
Antes de irse desvió su atención hacia Kevin y con ojos duros asintió en la dirección de Jeronimo.
—Asegúrate de que no se va a ningún sitio. Todavía no he decidido lo que haré con él.
—Sí, señor.
Pedro se apresuró a llegar a la habitación de Paula. Estaba mucho más silenciosa que antes. Se le cortó la respiración en la garganta cuando caminó a través de la puerta y la vio en la cama tan pálida y quieta.
Se sentó junto a la mesa de noche y arrastró la silla hasta estar a la altura de su cabeza. Se la veía extremadamente frágil, como una muñeca de porcelana, tan quieta y callada.
Levantó la mano para apartarle un mechón de pelo del rostro y dejó que sus dedos le acariciaran la piel.
El único sonido que se escuchaba era el monitor cardíaco y el ritmo estable de su corazón. Aún llevaba las gafas de oxígeno que la ayudaban a respirar por la nariz. Aparte de eso, ya no tenía nada más. Su respiración era tan ligera y suave que tuvo que inclinarse hacia delante para asegurarse de que aún lo hacía.
Pegó los labios sobre su frente y cerró los ojos mientras saboreaba el tranquilizador sonido que provenía del monitor cardíaco. Estaba viva. Respiraba. Su corazón latía. Era suficiente. A pesar de lo que pudiera ocurrir de ahora en adelante, siempre sería suficiente que estuviera viva y en su vida.
—Vuelve a mí, Paula —susurró—. Te quiero mucho
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Ayyyyyyyyy, qué susto. Buenísimos los 3 caps.
ResponderEliminarqué capítulos! que manera de hacernos sufrir!!! Pedro pasa por todos los estados, de querer hacerse a un lado por sentirse culpable a querer casarse con ella en segundos!
ResponderEliminar