viernes, 29 de enero de 2016
CAPITULO 46 (SEGUNDA PARTE)
Pedro entró en la sala de espera a tiempo para ver al oficial de policía esposar a Jeronimo con las manos en la espalda. Se acercó a ellos, olvidándose al momento de que había vuelto para informar a Melisa, Gabriel y Alejandro de que Paula se había despertado.
—¿Puedo hablar con él un momento? —le preguntó al policía.
El oficial vaciló, pero luego dijo:
—Dos minutos. Tengo que llevármelo a comisaría.
Pedro asintió y el policía retrocedió un paso, aunque seguía estando cerca y vigilaba a Jeronimo.
—Quería que supieras que Paula está despierta y que está bien —dijo Pedro en voz baja—. También sabe lo que pasó y cómo.
El rostro de Jeronimo se volvió serio y el arrepentimiento pareció torturar sus ojos. Luego miró a Pedro directamente a los suyos.
—Cuida de ella por mí.
—Lo haré —dijo con sequedad.
—Y dile que lo siento —añadió con voz queda—. Dile que la quiero. Que siempre la querré.
—Si la quieres, aprovecharás esta oportunidad para enderezar tu vida —dijo Pedro—. Si te comprometes, contrataré a un abogado para ti. Intentaré llegar a un acuerdo para que puedas ir a rehabilitación y tener la libertad condicional en vez de una sentencia de cárcel. No te garantizo nada. No quiero que estés cerca de Paula. Ella ya ha salido demasiado mal parada con todo esto. Si todo
sale bien, no me opondré a que mantengas el contacto con ella.
Jeronimo se quedó mirando a Pedro durante un buen rato.
—¿Harías eso por mí?
—Lo haré por Paula —dijo Pedro de forma envarada—. Solo por ella.
Jeronimo asintió.
—Gracias, entonces. Lo haré. Ya es hora de que haga algo… diferente. Mejor. Casi mato a la persona que más significa para mí. No puedo siquiera empezar a decir lo que eso le hace a un hombre. No tocaré esa mierda otra vez. Jamás.
—Espero que estés diciendo la verdad. Espero que te reformes y te desintoxiques.
—Ya ha terminado el tiempo —dijo el oficial mientras se acercaba para guiar a Jeronimo hasta fuera.
—Haré que un abogado vaya a verte —dijo Pedro.
Iba en contra de cada instinto el no dejar que Jeronimo se pudriera en la cárcel. Aunque no era que no lo fuera a hacer por un tiempo, igualmente. Sin embargo, esto lo hacía por Paula, porque sería ella la que lo pasaría mal sabiendo que Jeronimo había ido a la cárcel por sus estúpidas acciones. Y él haría todo lo que estuviera en su mano para ahorrarle más dolor. Aunque significara ayudar al hombre que casi había acabado con su vida.
Era retorcido lo mirara como lo mirase. Su fuero interno le decía que se vengara. Que hiciera a Jeronimo sufrir por lo que había hecho. Pero Paula sufriría todavía más y Pedro no lo soportaría.
—Eres un buen hombre —dijo Jeronimo—. Serás bueno para mi Pau. Quiero que sea feliz.
—Ella es mía —corrigió Pedro.
—Pero fue mía primero —rebatió Jeronimo suavemente.
Y luego el oficial se lo llevó y Pedro se lo quedó mirando mientras este se alejaba arrastrando los pies como si se tratara de un hombre mucho mayor que el veinteañero que de verdad era.
—¿Pedro?
Se giró y vio a Melisa de pie a unos pasos de distancia, flanqueada por Gabriel y Alejandro.
—¿Es verdad? ¿Está despierta? Te oí cuando hablabas con Jeronimo.
Pedro se relajó y luego sonrió a su familia.
—Sí, se despertó hace un rato. Hablamos. Estaba desorientada. No tenía ni idea de lo que había pasado. —Su sonrisa se esfumó—. Tuve que contarle lo de Jeronimo.
La compasión se reflejó en los ojos de Melisa.
—¿Cómo se lo tomó? —preguntó Gabriel bruscamente.
—No muy bien. Está molesta —contestó Pedro con un suspiro—. Pero es fuerte y se da cuenta de que ha hecho todo lo que podía por él.
—¿Podemos verla? —preguntó Melisa.
—Sí, peque. Pero primero necesito ver si le permiten comer. Tiene hambre y le prometí una buena comida si la dejaban. Nada de comida asquerosa de hospital para ella.
—Ya me encargo yo y traeré también para todos —se ofreció Alejandro.
—Eso sería genial. Gracias. Estoy seguro de que todos tenemos hambre. Habéis estado aquí toda la maldita noche. Quizás sería mejor que os fuerais a casa y descansarais.
—Nos iremos a casa cuando veamos a Paula. Quiero que sepa que tiene a gente que la quiere — dijo Melisa.
Pedro la abrazó.
—Gracias, peque.
Ella le dio un abrazo y luego se separó.
—Averigua si puede comer algo. Solo sé que yo sí que estoy famélica y que me encantaría hincarle el diente a parte de esa comida tan fantástica que le has prometido.
Paula levantó la mirada cuando la puerta se abrió y Gabriel, Melisa y Alejandro entraron. Unas sonrisas llenas de alivio se dibujaron en sus rostros cuando la vieron sentada en la cama. Pedro le dio un apretón en la mano y sonrió.
—Parece que la comida ya está aquí.
Alejandro se adelantó con varias bolsas y cajas en las manos. Las esparció por la cama y luego caminó hasta el otro extremo para acercarse y darle un beso.
—Menudo susto nos hemos llevado, cariño.
Ella le sonrió y luego se vio apretujada entre sus brazos.
Tan pronto como Alejandro la soltó, Gabriel le dio otro fuerte abrazo y luego Melisa se lanzó sobre ella y la abrazó y comenzó a hablar sin parar hasta que a Paula le dio vueltas la cabeza.
—Te he traído la cena. Bueno, la he traído para todos. No hemos comido mucho durante la vigilia —dijo Alejandro.
—Gracias a todos por estar aquí —dijo con suavidad—. Significa muchísimo para mí tener a gente que se preocupa por mí. Nunca antes había tenido ese apoyo.
Pedro apretó su mano. Alejandro suavizó su mirada mientras Melisa parecía que iba a ponerse a llorar. Gabriel le dio otro rápido abrazo y luego la besó en la parte superior de la cabeza.
—Eres de la familia —declaró Gabriel—. Quizás no somos la familia más normal del mundo, pero tendrás que apechugar con nosotros.
Ella sonrió.
—No puedo imaginarme una familia mejor a la que pertenecer.
Alejandro le alcanzó una caja pequeña de cartón con comida que olía de maravilla. La abrió y se dio cuenta de que la había llenado de comida para picar. Queso frito, pequeños rollitos de cangrejo, costillas a la barbacoa, patatas fritas, fideos asiáticos y sushi. Era tan increíblemente perfecto que no podía hacer más que quedársela mirando mientras su estómago protestaba por el hecho de que no hubiera hincado el diente todavía.
Sin embargo, cuando le dio una botella de zumo de naranja, perdió la batalla y rompió a llorar. Alejandro parecía horrorizado. Melisa y Gabriel intercambiaron miradas nerviosas y Pedro se inclinó hacia ella con la preocupación patente en los ojos.
—Nena, ¿qué pasa? ¿No es lo que querías? Te traeré lo que quieras.
—Es perfecto —dijo sorbiéndose la nariz—. Son mis platos favoritos y, además, se ha acordado del zumo de naranja.
Alejandro sonrió y Pedro se volvió a echar hacia atrás, el alivio inundaba sus ojos. Luego Melisa y Gabriel rompieron a reír y Alejandro se les unió. No mucho más tarde Pedro empezó a reír entre dientes y Paula igual, limpiándose las lágrimas de las mejillas.
—Dios, soy una idiota —dijo—. Tengo la mejor comida del mundo y va y empiezo a llorar como una tonta.
—Estoy contigo —dijo Melisa, cogiendo un plato de esa deliciosa comida enviada del cielo—. ¡La mejor comida del mundo mundial!
Alejandro se sentó al final de la cama, su muslo pegando contra los pies de Paula.
—¿Te han dicho cuándo puede volver a casa?
Pedro suspiró.
—En casos como este, bueno, debería decir, cuando un suicidio se intenta de verdad, ponen al paciente bajo evaluación psiquiátrica, llaman al psiquiatra y esperan que dé el visto bueno, etcétera, etcétera. Pero en este caso, dadas las circunstancias, si todas las pruebas salen bien, se podrá ir a casa mañana. La policía ya ha tomado declaración a Kevin y se quedarán por aquí dando vueltas para verse
con Paula hoy un poco más tarde, pero ella no se acuerda de mucho, así que solo puede dar información de los acontecimientos que ocurrieron antes de perder el conocimiento.
Paula suspiró y masticó uno de los palitos de queso mientras la tristeza se arremolinaba en su pecho. Pedro le dio un apretón en la rodilla y continuó hablándoles a los otros sobre todo lo que el médico había dicho.
—¿Está en la cárcel? —preguntó cuando Pedro terminó.
Pedro le dedicó una mirada llena de compasión.
—Sí, nena. Se lo llevaron justo después de que dejara tu habitación para ir a preguntar lo de la comida. Ha accedido a ir a rehabilitación. Le he ofrecido un abogado si iba a rehabilitación y si se reformaba. Si el abogado puede llegar a un acuerdo con el fiscal, obtendrá la libertad condicional con
la condición de ir a rehabilitación.
—Gracias —dijo—. No tenías por qué hacerlo. Sé que estás enfadado y que tienes todo el derecho del mundo a estarlo. Pero gracias por hacer esto por él.
—Lo hice por ti, nena.
—Lo sé —susurró—. Y te amo por eso.
Los ojos de Pedro se suavizaron como el chocolate al derretirse.
—Yo también te amo, nena.
Paula contuvo un bostezo y se metió un rollito de cangrejo en la boca antes de saborear su exquisito sabor. Lo siguieron los fideos y luego se manchó los dedos de salsa barbacoa cuando devoró una costilla. Para cuando se zampó una cantidad considerable de la comida que Alejandro le había traído, los bostezos venían más rápido de lo que podía comer.
—Nos vamos a ir ya —dijo Gabriel—.Paula está cansada y todos nosotros estamos exhaustos también. Nos vamos a casa a descansar.
—Gracias por estar aquí —dijo Paula otra vez—. Significa mucho para mí. Gracias por preocuparos.
Gabriel sonrió y le revolvió el pelo antes de doblarse para darle un beso en la mejilla. Melisa le dio un abrazo gigantesco y luego Alejandro la besó en la frente y le dio otro fuerte abrazo también.
—Te veo luego, cariño. Descansa para que puedas irte a casa mañana.
—Eso haré —dijo con una sonrisa.
Todos abandonaron la habitación y Paula se relajó de nuevo en la cama con la caja de comida aún descansando sobre su regazo. Pedro se la quitó y la dejó a un lado, y luego manipuló el mando de la cama para que estuviera completamente reclinada.
—Ya es hora de que te vayas a dormir, nena.
—¿Te vas a quedar? —preguntó, preocupada porque fuera a irse y ella se quedara sola.
Él frunció el ceño.
—No me voy a ir a ningún lado. Voy a acurrucarme contigo en la cama y vas a dormir entre mis brazos.
Ella suspiró de alegría.
—Bien. No quiero estar sola esta noche. Los hospitales me dan repelús.
—No volverás a estar sola otra noche más en tu vida —le dijo con ternura y con los ojos llenos de amor y promesa.
Se acomodó en la cama con ella, completamente vestido, y se colocó de costado justo antes de tirar de ella para pegarla contra su pecho tal como había hecho antes. La besó en la sien y luego posó su mejilla en su frente.
—Te quiero —susurró ella.
—Yo también te quiero, nena. He estado a punto de perderte. No voy a volver a pasar por eso otra vez.
Ella sonrió y se acurrucó más en su abrazo; quería sentir la seguridad y la comodidad que su fuerte cuerpo le proporcionaba. Se encontraba donde de verdad realmente pertenecía.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario