viernes, 15 de enero de 2016
CAPITULO 1 (SEGUNDA PARTE)
Pedro Alfonso le dio unos golpecitos en el hombro a Gabriel Hamilton, y, cuando este se giró, Pedro le sonrió.
—Ya has acaparado a mi hermana lo suficiente. Ahora es mi turno de bailar con ella.
Gabriel no parecía muy feliz por la interrupción. Él y Melisa habían estado pegados el uno al otro como lapas durante la última hora, pero se apartó a regañadientes y Melisa sonrió radiante mientras Pedro lo reemplazaba.
El salón de baile del hotel Bentley había sido decorado para la Navidad, sobre todo porque a Melisa le encantaba la Navidad, y, como todo el mundo sabía, Gabriel era capaz de hacer casi cualquier cosa por complacer y ver feliz a su prometida.
Y, bueno, Gabriel actuaba deprisa cuando quería algo.
Había empezado a planificar la fiesta de compromiso en el mismo momento en que le había colocado a Melisa el anillo en el dedo. Casi como si tuviera miedo de que ella cambiara de opinión a menos que se pusiera manos a la obra de inmediato.
Para Pedro ver a su amigo perder tanto la cabeza por una mujer era bastante raro. Además, el hecho de que la mujer en cuestión fuera su hermana lo hacía más extraño todavía.
Sin embargo, Melisa era feliz y eso era todo lo que podía pedir.
—¿Te lo estás pasando bien, peque? —le preguntó Pedro mientras ambos daban vueltas en la pista de baile.
El rostro se le iluminó.
—Es fantástico, Pedro. Todo. Es… inmensamente perfecto.
Pedro le devolvió la sonrisa.
—Me alegro de que seas feliz. Gabriel se portará bien contigo, o le daré una buena patada en el culo. Ya se lo he dejado bien claro.
Ella entrecerró los ojos.
—Si no se porta bien conmigo, tú no eres el que se tiene que preocupar. Yo misma me encargaré de darle una buena patada en el culo.
Pedro echó la cabeza hacia atrás y se rio.
—De eso no tengo ninguna duda. Se lo hiciste currar, y eso es algo que admiro.
El rostro de Melisa se ensombreció y Pedro frunció el ceño.
Se preguntaba qué era lo que la había puesto tan seria en una noche en la que debería estar loca de felicidad.
—Sé que tuviste que renunciar a muchas cosas por mí —le dijo con voz queda—. Siempre me he preguntado si la razón por la que nunca te has casado ni tenido hijos era yo.
Él se la quedó mirando como si se hubiera vuelto loca.
—Quizás ahora puedas dejar de preocuparte tanto por mí, y… ya sabes…
—No, no sé —contestó Pedro. Luego sacudió la cabeza—. Estás chiflada, Melisa. En primer lugar, solo porque te vayas a casar no significa que vaya a dejar de preocuparme por ti y cuidar de ti. No va a pasar, es un hecho. Supéralo. En segundo lugar, ¿no crees que si me hubiera casado antes,
especialmente cuando eras más joven, hubiera hecho que las cosas fueran más fáciles tanto para ti como para mí? Habrías tenido una figura materna en vez de tener que estar con un hermano sobreprotector y controlador como única fuente de apoyo.
Melisa se paró justo en el medio de la pista de baile y le lanzó los brazos al cuello para abrazarlo con fuerza.
—No me quejo de cómo me criaste, Pedro. En absoluto. Llevaste a cabo un trabajo maravilloso y siempre te estaré agradecida por todos los sacrificios que hiciste por mí.
Él le devolvió el abrazo mientras seguía moviendo la cabeza con gesto de sorpresa. Loca de atar.
La felicidad resplandecía en su rostro por su inminente matrimonio con Gabriel, y ahora deseaba que todos aquellos a los que quería estuvieran envueltos en el mismo halo de felicidad. Que Dios lo ayudara. Alejandro y él deberían probablemente empezar ya a correr y a huir…
—No fue un sacrificio, Melisa, y tampoco me arrepiento de nada. ¿Alguna vez se te ha pasado por la cabeza que realmente no quería casarme ni tener hijos?
Ella se separó de su hermano con el entrecejo fruncido y luego desvió la mirada hacia donde Alejandro y Gabriel se encontraban, al otro lado del salón.
—Sí, supongo que sí.
Pedro apenas pudo contener un suspiro. Era obvio que Melisa algo sabía de las preferencias sexuales que compartía con Alejandro y que se concretaban en hacer tríos con la misma mujer. No era exactamente algo que un hermano quisiera que su hermana supiera sobre su vida sexual, pero ya no había remedio.
No se disculparía por el estilo de vida que llevaba, pero tampoco iba a entablar una conversación con su hermana pequeña sobre ese asunto.
—Juega duro y vive libre —le dijo como explicación.
Melisa frunció el ceño y ladeó la cabeza.
Pedro se rio entre dientes.
—Es nuestro lema. El de los tres, Gabriel, Alejandro y yo. Solo porque has cambiado la forma de actuar de Gabriel no significa que Alejandro y yo queramos seguir su ejemplo.
Ella puso los ojos en blanco.
—Por el amor de Dios, haces que Gabriel parezca un calzonazos.
Pedro se aclaró la garganta.
—El que se pica…
Melisa le dio un golpe en el hombro.
—¡Voy a contarle lo que acabas de decir!
Pedro se volvió a reír.
—Seguro que admitirá ser un completo calzonazos en lo que a ti se refiere. Y no es algo malo. Quiero que te trate bien.
Los interrumpieron cuando Alejandro se acercó y acogió a Melisa entre sus brazos.
—Mi turno —proclamó Alejandro—. Gabriel no va a esperar mucho tiempo antes de que la vuelva a acaparar, así que voy a bailar con ella ahora mientras sus padres lo tienen ocupado.
Pedro se echó hacia delante y besó a Melisa en la frente.
—Esta es tu noche, peque. Quiero que la recuerdes para siempre. Diviértete.
Su sonrisa iluminó todo el salón.
—Gracias, Pedro. Te quiero.
Él le tocó la mejilla y luego retrocedió cuando Alejandro la alejó de sus brazos.
Pedro se fue hasta el fondo del salón y se quedó observando lo que ocurría en la fiesta. Era una celebración íntima, tal como Gabriel y Melisa querían. Una noche para celebrar su amor con amigos.
Sonaba muy cursi, pero solo había que mirarlos a los dos para saber que ya no tenían solución.
Aún no estaba del todo seguro de saber cómo se sentía al ver a su mejor amigo liado con su hermana pequeña. Los separaban catorce años y Pedro sabía perfectamente bien cuáles eran las exigencias sexuales de Gabriel.
Entonces apareció una mueca en su rostro al recordar la escena que había interrumpido cuando había ido al apartamento de Gabriel sin previo aviso unas semanas atrás. Necesitaba que le echaran lejía en los ojos porque había cosas que un hermano nunca, jamás, debería ver de su hermana pequeña.
Pedro aún estaba preocupado por si Melisa de verdad sabía dónde se estaba metiendo, pero Gabriel era un auténtico blandengue en lo que a ella se refería. Joder, si hasta el hombre se había sincerado delante de media ciudad de Nueva York para volver a tenerla, así que Pedro se imaginaba que Melisa sería perfectamente capaz de lidiar con lo que fuera que Gabriel le echara encima.
Lo que iba a hacer era no pensar más en ello.
Suspiró mientras su mirada vagaba sobre los invitados y el ambiente festivo que había. Melisaa había sido una parte esencial de su vida desde que sus padres habían muerto en un accidente de coche. Había venido por sorpresa cuando sus padres eran ya mayores y no esperaban más descendencia, pero todos ellos la habían adorado. Sin embargo, cuando murieron, tanto su vida como la de ella se vieron alteradas de forma irreversible.
Estando él en la universidad centrado únicamente en cervezas, chicas y en pasárselo pipa con Gabriel y Alejandro, se había visto forzado a responsabilizarse de una Melisa de seis años. Tanto Gabriel como Alejandro habían sido un gran apoyo para él, y quizá Melisa de muchas maneras había sido la que había cimentado esa relación de amistad entre ellos. Así que supuso que era lógico que dejara que su mejor amigo cuidara de ella ahora que era una adulta y estaba viviendo su propia vida.
Sería un cambio al que ajustarse ya que ahora Melisa no era únicamente de su responsabilidad. Pedro no había planeado irse a ninguna parte, pero las cosas eran diferentes ahora.
Ella había iniciado una relación seria y ya no consultaría con él sus problemas. Debería ser un alivio para Pedro, pero en su lugar sintió una tristeza en el pecho al pensar que su hermanita pequeña ya no volvería a necesitarlo como anteriormente lo había hecho.
Su mirada se posó en una mujer joven que recogía vasos y platos de las mesas. Era ya la segunda vez que sus ojos se habían detenido en ella esa noche, aunque la chica no había estado mucho a la vista, simplemente de vez en cuando para limpiar el salón. No era una de las camareras. No la había
visto rondar por el salón con las bandejas de entremeses o de champán. Iba vestida con unos pantalones negros, una camisa blanca y un delantal.
La estudió durante un buen rato antes de darse cuenta de qué era lo que le atraía de ella. Parecía completamente fuera de lugar. Y Pedro no estaba del todo seguro de qué era lo que le daba esa impresión. Cuanto más la miraba, más pensaba que esa mujer debería ser una invitada de la fiesta.
No la que iba limpiando lo que dejaban los invitados.
Llevaba el cabello recogido en un moño desordenado, como Melisa cuando lo sujetaba algunas veces con unas horquillas. En aquella mujer parecía una sugerente maraña de cabello que no hacía más que pedir a gritos que un hombre lo soltara. Era de un color negro como la medianoche, con rizos rebeldes que se escapaban de la sujeción de las horquillas y caían a lo largo de su cuello.
Era menuda y no tenía tantas curvas como a él normalmente le gustaba en las mujeres. Caderas estrechas y pechos pequeños, pero con suficiente protuberancia tras la camisa blanca abotonada como para ser una tentación. Todo en ella era pequeño. Delicado. Casi frágil.
Cuando se dio la vuelta y pudo ver la belleza de su rostro, a Pedro se le cortó la respiración. Su estructura ósea era pequeña y delicada. Tenía pómulos altos y prominentes, casi como si estuviera por debajo del peso adecuado, y una barbilla diminuta. Pero sus ojos… ¡Madre mía sus ojos! Eran
enormes en comparación con su pequeño rostro. De una tonalidad azul brillante. Un azul impactante, como si se tratara de hielo. Eran impresionantes en contraste con el color negro azabache de su pelo.
Era cautivadora.
Entonces la mujer se alejó con prisas y aguantando con los brazos el peso de la bandeja llena de platos y vasos que había recogido de las mesas. Pedro la siguió con la mirada a través del salón hasta que desapareció por la puerta de los empleados de cocina.
—No es de las que te atraen normalmente —murmuró Alejandro a su lado.
Pedro despertó de su ensoñación, se dio la vuelta y vio que Alejandro ya había terminado de bailar con Melisa. Un breve vistazo a la pista de baile le dijo que Gabriel había vuelto a reclamar a Melisa y los dos estaban una vez más pegados el uno al otro como con cola. Los ojos de Melisa brillaban de felicidad y risas, hecho que consiguió que parte de su anterior tensión se suavizara. Estaba en buenas manos y era
feliz.
—¿De qué diablos hablas? —dijo Pedro con una voz un tanto apremiante.
—La muchacha que está limpiando y recogiendo las mesas. Te vi haciéndole un buen repaso. Joder, prácticamente la estabas desnudando con los ojos.
Pedro frunció el ceño y permaneció en silencio.
Alejandro se encogió de hombros.
—Me apunto. Está buena.
—No.
La negativa salió con más énfasis del que a Pedro le habría gustado. No estaba siquiera seguro de dónde venía todo ese ímpetu, ni de por qué se había puesto tenso de repente.
Alejandro se rio.
—Relájate. Ha pasado ya tiempo desde la última vez. Iré a poner en práctica mi encanto.
—No quiero que te acerques a ella, Alejandro —gruñó Pedro.
Pero Alejandro ya se había encaminado con paso tranquilo hacia la cocina dejando a Pedro ahí, de pie, solo y con las manos apretadas en puños a ambos lados de su cuerpo.
¿Cómo narices le iba a explicar a su mejor amigo, un amigo con el que compartía las mujeres regularmente, que no lo quería a un kilómetro de distancia de esa mujer?
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Muy buen comienzo! Como les va a costar a Pedro y Alejandro dejar atrás sus costumbres!
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