viernes, 15 de enero de 2016
CAPITULO FINAL (PRIMERA PARTE)
Paula pasó el fin de semana con Juan. O, mejor dicho, él lo pasó con ella. Alejandro iba y venía, trayéndoles comida y por norma general preocupándose por tonterías. Los dos hombres trajeron películas y se quedaron tumbados en el sofá viendo la tele hasta que Paula se quedaba dormida por culpa de la fiebre.
El lunes por la mañana, ya se sentía mejor, pero no lo bastante como para volver al trabajo. Así que llamó a Louise y Greg para hacerles saber que no iría.
Juan y Alejandro se dirigieron hacia la oficina, pero le dijeron que volverían porque tenían algo especial planeado para la noche.
Durante todo su gripazo, no había escuchado ni una sola palabra de Pedro. Ni había recibido flores ni regalos. Solo silencio. La ponía de los nervios y hacía que se cuestionara cada decisión que tomaba con respecto a él.
Paula no tenía corazón para decirle a Juan que no estaba para lo que sea que tuvieran planeado él y Alejandro. Ambos habían sido muy buenos con ella durante todo el fin de semana, la habían mimado a más no poder y habían intentado todo lo posible por animarla.
Sea lo que fuere que tuvieran planeado, ella estaría preparada y lo recibiría con una sonrisa en la cara. Juan le había dicho que se vistiera con ropa de abrigo, así que se podía imaginar que el sitio a donde iban era al aire libre.
Gracias a dios que ya no tenía fiebre, o si no el mero pensamiento de salir a la calle, al frío, la hubiera puesto de los nervios.
Se duchó por la tarde e intentó con todas sus fuerzas hacer algo decente con su pelo y su maquillaje para no parecer resacosa o que un camión le hubiera pasado por encima.
Pero incluso el maquillaje tenía sus limitaciones.
A las seis, Juan y Alejandro llegaron con ojos traviesos. Ella soltó un quejido para sus adentros porque obviamente lo que tenían planeado no era nada bueno, y, teniendo en cuenta que iba a estar involucrada, seguro que sería víctima de lo que sea que tuvieran entre manos.
Juan tenía chófer esta noche, un hecho extraño, ya que él tendía a conducir su coche por la ciudad cuando se trataba solo de ellos. Aun así, la metieron en el coche tras asegurarse de que se había tomado los medicamentos por si acaso la fiebre le volvía a subir.
—¿Adónde vamos? —preguntó con exasperación.
—Eso solo lo sabemos nosotros, y pronto lo averiguarás —le dijo Juan con suficiencia.
Tanto él como Alejandro parecían niños en Navidad; los ojos les brillaban de felicidad de una forma excesiva.Paula se relajó en el asiento y se dijo a sí misma que disfrutaría fuera lo que fuese aunque el corazón aún le doliera por ese vacío que sentía. Pedro había desaparecido tras esa noche del viernes cuando se quedó con ella en el apartamento. No había oído nada de él, ni una palabra. ¿Se habría rendido?
Cuando se pararon frente a Saks en la Quinta Avenida, junto al Rockefeller Center, Paula ahogó un grito de alegría al ver el árbol tan gigantesco que se alzaba por encima de la pista de patinaje. Era muy bonito, y la hacía ponerse nostálgica por los recuerdos que tenía de Juan trayéndola aquí cuando ella era una niña. Nunca se habían perdido, ni una sola vez, la primera iluminación del árbol. Hasta este año, de hecho.
—Oh, Juan—susurró mientras se bajaba del coche—. Tan bonito como siempre.
Juan le sonrió con indulgencia, y luego tanto él como Alejandro se pusieron cada uno a un lado de ella y la guiaron hasta la multitud que había reunida alrededor del árbol.
Este se alzaba sobre ellos brillando con miles y miles de lucecitas de colores. La música navideña llenaba el ambiente, y luego empezó a oír una melodía cuando un hombre comenzó a cantar The Christmas Song.
—¿Hay un concierto? —preguntó Paula con emoción y girándose hacia Juan.
Él sonrió y asintió y luego la instó a irse a las filas de delante.
Sorprendentemente, nadie protestó al intentar abrirse paso entre los demás, y, de hecho, un grupo de personas hasta les hizo un hueco justo en primera fila donde se encontraba la barandilla que daba al escenario.
—¡Oh, es perfecto! —exclamó Paula.
Alejandro y Juan se rieron entre dientes, pero luego ella fijó su atención en el cantante que estaba interpretando los villancicos navideños.
Le traía muchísimos buenos recuerdos de Juan y ella. Paula alargó la mano para coger la de Juan y le dio un apretón; el corazón latía de amor por su hermano. Él había sido su punto de apoyo durante mucho tiempo, y aún lo seguía siendo. Nunca habría sobrevivido a la ruptura con Pedro si no hubiera sido tanto por Juan como por Alejandro.
—Gracias —le susurró cerca del oído—. Te quiero.
Juan sonrió.
—Yo también te quiero, peque. Quiero que esta noche sea especial para ti.
Durante un breve instante, Paula pudo ver tristeza en sus ojos, pero, antes de que pudiera preguntarle sobre esas palabras tan crípticas, la canción terminó y el cantante comenzó a dirigirse a la muchedumbre.
Le llevó un momento antes de darse cuenta de que había dicho su nombre.
Ella parpadeó por la sorpresa y luego un foco de luz la buscó y la iluminó entre la multitud. Miró a Juan con desconcierto, pero este retrocedió junto con Alejandro y la dejaron sola bajo el foco de luz, que parecía no moverse.
—Una muy feliz Navidad y estupendas felices fiestas para la señorita Paula Chaves —dijo el hombre—. Pedro Alfonso quiere que sepas lo mucho que te quiere y desea que pases estas Navidades con él. Pero no hagas caso de mis palabras, aquí está él mismo para decírtelo en persona.
La boca se le quedó abierta cuando vio aparecer a Pedro al fondo, tras las vallas y junto a las escaleras que daban al escenario donde el hombre había estado actuando. Su mirada estaba fija en la de ella, y tenía entre las manos una cajita envuelta en papel de regalo y con un enorme lazo en la parte superior.
La multitud a su alrededor aplaudió cuando Pedro se acercó a ella y luego se arrodilló con la cajita aún en la mano.
—Feliz Navidad, Paula —le dijo con voz ronca—. Siento haber sido tan imbécil. Nunca debería haber dejado que te alejaras de mí. Tienes razón. Te mereces a alguien que siempre luche por ti y yo quiero ser ese hombre si quisieras darme otra oportunidad.
Paula no tenía ni idea de qué decir, o cómo responder. Las lágrimas se le habían amontonado en los ojos y amenazaban con caer por sus mejillas.
—Te amo —le confesó con intensidad—. Te amo tanto que me duele cuando no estoy contigo. No quiero estar alejado de ti nunca más. Te quiero en mi vida para siempre. ¿Entiendes eso, cariño? Quiero que te cases conmigo. Quiero estar contigo para siempre.
Él le tendió la cajita y ella la cogió con dedos temblorosos.
Los pasó erráticamente por encima del lazo mientras intentaba abrir la tapa. Dentro había una cajita aterciopelada de una joyería, que casi se le cayó al suelo mientras la sacaba.
Entonces los flashes a su alrededor comenzaron a dispararse y la gente con teléfonos móviles empezó a grabar el momento. Hubo gritos de ánimo y de júbilo, pero ella lo ignoró todo y se centró únicamente en el hombre que tenía enfrente. Nada más importaba.
Abrió la caja y vio un precioso anillo de diamantes. Brillaba bajo la luz, pero no lo pudo admirar bien debido a las lágrimas que le estaban nublando la visión. Entonces bajó la mirada hasta el hombre que se encontraba de rodillas frente a ella y que la miraba con ojos suplicantes.
Dios, se estaba arrastrando y, efectivamente, viniendo de rodillas.
—Oh, Pedro.
Ella se arrodilló frente a él para poder estar a la misma altura de sus ojos y le rodeó los hombros con los brazos, aún con la caja y el anillo en la mano.
—Te amo —dijo en voz baja—. Te amo muchísimo. No puedo estar sin ti.
Él la agarró por los hombros y la separó de él con ojos llenos de amor y posesividad. Luego se metió la mano dentro del abrigo y sacó un documento grueso. Oh, Dios. Era su contrato.
Y entonces, lenta y metódicamente, lo rompió en dos sin dejar de mirarla a los ojos.
—De ahora en adelante nuestra relación no tiene reglas —declaró con voz ronca—. Serán solo las que tú y yo decidamos. Las que queramos que sean. Sin restricciones de ningún tipo, excepto amor. La única firma que quiero de ti es la del certificado de matrimonio.
Pedro cogió la caja de su mano y sacó el anillo de diamantes. Entonces le levantó la mano izquierda y se lo puso en el tercer dedo.
La muchedumbre explotó en vítores a su alrededor.
Finalmente, Pedro la estrechó entre sus brazos y la besó con fuerza. Paula se aferró a él con el mismo ímpetu, absorbiendo el momento y grabándoselo bien en la memoria.
Era uno de esos instantes que no se le olvidaría nunca en la vida.
Cuando ambos fueran viejos y tuvieran canas, Paula recordaría esta noche y la reviviría una y otra vez.
Una historia para contar a sus hijos e hijas. Entonces cayó en la cuenta de que no tenía ni idea de si él quería tener hijos siquiera.
—Quiero tener hijos —le soltó ella de repente.
Cuando se dio cuenta de lo alta que le había salido la voz, se ruborizó descontroladamente. Escuchó a alguien reírse a su alrededor y luego una voz decir:
—¡Dáselos, hombre!
Pedro sonrió; la expresión de su rostro denotaba tanta ternura que le derritió el corazón y le llegó tanto al alma que no sentía siquiera el frío.
—Yo también quiero hijos —contestó con voz ronca—. Niñas tan preciosas como tú.
Ella sonrió tanto que pensó que los labios seguramente se le iban a partir.
—Te amo, Paula —le dijo, ahora con la voz áspera y llena de inseguridad. Se le veía muy vulnerable ahí de rodillas frente a ella—. Te voy a amar siempre. Espero ser lo bastante bueno para ti. He hecho las cosas muy mal desde que entraste en mi vida, pero te juro que me voy a pasar el resto de mis días compensándote por ello. Nadie te va a querer más que yo.
Las lágrimas le cayeron por las mejillas mientras le devolvía la mirada a ese hombre que humildemente se había sincerado delante de ella y de media Nueva York.
—Yo también te amo, Pedro. Siempre lo he hecho —le contestó con suavidad—. Te he estado esperando toda mi vida.
Pedro lentamente se puso de pie y luego le tendió la mano para ayudarla a ella también. A continuación, la estrechó entre sus brazos y la abrazó con fuerza mientras la música comenzaba a sonar a su alrededor.
—Yo he esperado tanto como tú, Paula. Quizá no sabía lo que me estaba perdiendo, pero eras tú. Siempre has sido tú.
Entonces se giró junto a ella para encarar a Juan y a Alejandro. Paula se había olvidado de ellos por completo, aunque luego cayó en la cuenta de que también estaban metidos en todo ese lío. Y de lo mucho que eso significaba.
La alegría se instaló en su corazón, y, sin poder evitarlo, se lanzó hacia Juan y casi lo tiró al suelo de la fuerza con la que lo abrazó.
—Gracias —le susurró al oído—. Gracias por entenderlo y por aceptarlo, Juan. No sabes lo mucho que significa para mí.
Él le devolvió el abrazo; la emoción también estaba patente en su propia voz.
—Te quiero, peque, y yo solo quiero que seas feliz. Pedro me ha convencido de que él es la persona idónea para lograrlo. Un hermano mayor no puede pedir más.
Paula se giró y se lanzó a los brazos de Alejandro para darle un beso en la mejilla.
—A ti también te quiero, tontorrón. Y gracias por ayudarme estas últimas semanas.
Alejandro sonrió de oreja a oreja y la besó en la mejilla también antes de devolvérsela a Pedro. Luego la despeinó con cariño.
—Por ti, lo que sea, pequeñaja. Solo queremos que seas feliz. Y bueno, yo quiero ser el padrino del bebé.
Juan gruñó.
—Oh, no. Imposible. Ese soy yo, para eso soy el tío.
Paula puso los ojos en blanco y se pegó a Pedro mientras Alejandro y Juan empezaban a discutir. Pedro se rio
entre dientes y luego afianzó el brazo que tenía colocado alrededor de su cintura. Le sonrió lleno de alegría; el amor se veía tan claramente en sus ojos que estos brillaban incluso más que la estrella que había en la copa del árbol de Navidad del Rockefeller Center.
—¿Qué me dices si nos vamos a casa y nos ponemos manos a la obra para darles un bebé por el que
pelearse de verdad?
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Ayyyyyyyyy, cómo me gustó esta parte!!!!!!!!!!!
ResponderEliminarMuy buen final!!! y se arrodilló al final! jaja Que lindas cosas que le dijo! que cambio para él decir todo lo que dijo siendo como él siempre fue!
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