sábado, 30 de enero de 2016

CAPITULO 3 (TERCERA PARTE)




Pedro se adentró en la pequeña galería y rápidamente miró en derredor. Daba la impresión de que se trataba de un marchante pequeño con no muchos artistas reconocidos en la exposición. Probablemente trabajara solo con artistas independientes. Esos que aún tenían que ser descubiertos. 


Esos que exponían sus trabajos con esperanzas de ser descubiertos.


Sus ojos se posaron inmediatamente en una pintura de la pared y supo sin lugar a dudas que se trataba de uno de los trabajos de Paula. Mostraba su estilo. Brillante. Vibrante. 


Despreocupado. La sentía a ella cuando miraba su cuadro. 


La veía, le recordaba el modo en que le había sonreído, ese
océano que eran sus ojos en el que podría hundirse. Sí, era de ella, estaba claro. No había ninguna duda.


—¿Puedo ayudarle?


Pedro se giró y vio a un hombre mayor sonreírle. Estaba vestido con un traje viejo y unos zapatos desgastados y llevaba unas gafas que atraían la atención de las arrugas de su frente y del contorno de sus ojos.


Paula Chaves —dijo Pedro de sopetón—. ¿Expone su trabajo aquí?


El hombre pareció sorprenderse pero luego sonrió de nuevo y se volvió hacia la pared.


—Sí. Es buena. No muy centrada, no obstante. Creo que esa es la razón por la que no ha vendido. Es muy generalista y su estilo no ha emergido todavía. Uno que sea identificable, si sabe a lo que me refiero.


—No, no lo sé —dijo Pedro con impaciencia—. Me gusta. Me gusta su trabajo. ¿Es todo lo que tiene de ella expuesto?


Las cejas del hombre se alzaron.


—No. Para nada. Tengo varias piezas suyas. Solo expongo unas pocas a la vez. Tengo que utilizar el espacio para exponer lo que vende, y solo he vendido uno o dos de sus cuadros, desafortunadamente. En realidad he reducido su número de obras expuestas solo porque no se mueve bien.


—Los quiero todos.


La sorpresa aún era evidente en el rostro del hombre pero se precipitó inmediatamente a la pared para bajar el cuadro que primero había llamado la atención de Pedro. Estaba enmarcado. No muy bien, así que claramente iba a reemplazarlo por otro que fuera más merecedor de su talento. Pero primero tenía que comprar todos sus cuadros y hacerle saber al hombre que cualquier otra cosa que Paula
trajera era suyo.


Tras unos pocos minutos, el hombre había bajado la última pintura y se dirigía hasta la mesa que había frente a la galería. Luego se paró y se giró, en su rostro se dibujaba una expresión pensativa.


—Tengo uno más. Detrás. Lo trajo hace dos días. No tenía espacio para colgarlo, pero no tuve tan mal corazón de decirle que no. No cuando ya le había dicho que no podría cogerle nada más hasta que vendiera algo.


—También lo quiero —soltó Pedro.


—¿Sin verlo?


Pedro asintió.


—Si ella lo pintó, lo quiero. Quiero cada cuadro de ella que tenga.


La expresión del hombre se iluminó.


—Bueno, entonces perfecto. ¡Estará encantada! Me muero por contárselo.


Pedro levantó la mano para parar al hombre antes de que fuera a la trastienda para sacar la pintura.


—Dígale lo que quiera, pero no le dé mi nombre ni ninguna otra información sobre mí. Quiero completo anonimato o rompo el trato, ¿entendido? Y lo que es más, voy a dejarle mi tarjeta. Si trae algo más, llámeme. Quiero todo lo que traiga. Le pagaré el doble por todo lo que actualmente tiene,
siempre y cuando se asegure de que ella se lleva su parte. Y averiguaré si la ha timado, así que no piense en ello siquiera. Pero ese dinero extra además me asegura ser la primera opción para cualquier cosa que le traiga —y voy a comprar todo lo que traiga—, así que sería lo mejor para sus intereses que la deje traer todo lo que sea que quiera.


—P… por su… supuesto —tartamudeó el hombre—. Lo haré como usted quiera. No sabrá nada más que a alguien le gustó su trabajo y quería todo lo que tenía. Estará encantada. Yo, por supuesto, le diré que es libre de traer lo que quiera.


Pedro asintió.


—Bien. Entonces nos entendemos.


—Absolutamente. Déjeme traer la pintura de la trastienda. ¿Le gustaría llevárselos hoy, o que se los entreguen en casa?


—Me llevaré este conmigo —murmuró Pedro haciéndole un gesto al primer cuadro que había visto en la pared—. Los otros que me los envíen a mi apartamento.


El hombre asintió y luego se apresuró a entrar en la trastienda para volver un momento después con un cuadro sin enmarcar envuelto en una funda protectora.


Un momento después, Pedro le entregó al vendedor su tarjeta de crédito y observó cómo el hombre sumaba el importe de todos los cuadros. No estaba seguro de cuánta comisión habría, pero con lo que había pagado, Paula debería tener suficiente para solventar cualquier problema de dinero que tuviera a corto plazo.


¿A largo plazo? Pedro no estaba preocupado por eso, porque aunque Paula no tuviera ni idea de sus intenciones —todavía—, él las tenía todas puestas en que el largo plazo lo incluyera a él.









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