domingo, 31 de enero de 2016

CAPITULO 4 (TERCERA PARTE)





A las ocho y diez de la tarde, Pedro se adentró en el reservado en el que Gabriel y Juan ya estaban sentados y disfrutando de una copa. Estos levantaron la mirada cuando Pedro entró y Juan lo saludó con la mano.


—¿Qué vas a tomar esta noche? ¿Lo de siempre? —preguntó Juan cuando Pedro se sentó a su lado.


Una mujer apareció con una sonrisa muy seductora en el rostro y apoyó el brazo en el hombro de Gabriel.


—Siento escuchar que estás fuera del mercado —dijo con voz coqueta.


Gabriel miró explícitamente el brazo de la mujer y al no responder este, ella lo apartó incómoda y luego se giró hacia Pedro.


—¿Qué te traigo?


No se encontraba con ganas de beber, pero no quería ser un aguafiestas en la noche de su amigo.


Era, de hecho, su última noche como soltero.


Bueno, ni Juan ni Pedro estaban casados, pero Juan lo estaría pronto. Era la última noche donde los tres aún serían solteros y marcaba el final de casi veinte años de vivir libres y jugar duro.


Sus amigos argumentarían que ellos no eran libres ni jugarían duro. Estaba seguro de que ambos lo llevaban muy bien. Melisa y Paula y no eran ninguna carga para ellos, y estaba claro que estaban convencidos de comenzar una relación duradera.


—Whisky —dijo finalmente Pedro.


—¿Ha sido tan difícil elegir? —preguntó Juan arrastrando las palabras.


Pedro sonrió aunque lo sintió más como una mueca. Un momento después, la camarera volvió con la bebida de Pedro y este alzó la copa frente a sus dos amigos.


—Por Gabriel, el primero en dar el gran paso. Bueno, el primero y el segundo —corrigió Pedro, refiriéndose al hecho de que Gabriel había estado casado una vez antes. Tendía a olvidarse de eso y estaba seguro de que Gabriel lo preferiría así también. El matrimonio no duró mucho y no terminó bien.


Como era de esperar, Gabriel gruñó, aunque levantó el vaso.


—Melisa es la única que cuenta —dijo Gabriel.


Juan asintió.


—Mucho mejor que Lisa. Lo has hecho bien.


—Dice el hermano de la novia —soltó Pedro con una risotada.


Juan arqueó una ceja y miró a Pedro.


—¿Estás diciendo que Melisa no es una buena elección?


—Ni borracho. No le des a Gabriel una razón para patearme el culo. No quiero que el pobre lleve el p´´+ojo morado en su gran día mañana.


Gabriel se rio.


—¿Y quién dice que seré yo el que lleve el ojo morado? Barreré el suelo contigo, cabrón.


Pedro puso los ojos en blanco y se repantingó en la cómoda silla.


—¿Así que de esta forma es como vamos a terminar? ¿Sentándonos alrededor de una mesa como pringados la noche de antes de la boda?


—Sí, bueno, tú no tienes a ninguna mujer esperando en casa ni a la que le tengas que explicar nada más… alocado —dijo Juan secamente—. Melisa y Vanesa nos cortarían los huevos si hiciéramos algo remotamente parecido a una despedida de soltero. Así que sí, esto es lo que vamos a hacer. Lo siento.


—Nos estamos haciendo muy viejos para eso de todas formas —murmuró Gabriel—. Actuar como un puñado de niñatos con la primera tía a la que se van a tirar en su vida ya no me parece tan divertido.


—Brindo por eso —dijo Juan.


—Bueno, cuando lo ponéis así… yo también —añadió Pedro—. Joder, ¿fuimos así de gilipollas?


Gabriel se rio.


—Nosotros fuimos un poco más perspicaces, pero sí, no me digas que no te acuerdas de aquellos días de universidad. Mucho alcohol y sexo. No necesariamente en ese orden.


—Al menos yo me acuerdo de todas las mujeres con las que me acosté —dijo Juan.


—Eso es porque tienes a Pedro para que te lo recuerde —le devolvió Gabriel—. Yo no voy en equipo, así que no tengo a nadie que me recuerde todas a las que me he follado porque no me las estaba follando con mis mejores amigos en escena.


—Eso sí que es lo que yo llamo una buena imagen mental —soltó Pedro arrastrando las palabras—. Probablemente sea lo único que no intentamos nunca. Un cuarteto.


Juan se rio. Incluso Gabriel se unió mientras intentaban tirarse comentarios los unos a los otros.


Unas cuantas copas más tarde, Gabriel no paraba de mirar la hora y eso le hizo gracia a Pedro. El tío se moría por volver a casa con Melisa. Mandando a tomar por culo todas las tradiciones que decían que no se podía ver a la novia la noche ni la mañana de antes de la boda, Gabriel se iba a ir a la cama con Melisa, se despertaría junto a ella por la mañana y probablemente la haría llegar tarde a la ceremonia al darle un adelanto de la luna de miel.


—No te quedes por nosotros —dijo Pedro con sequedad.


Gabriel levantó la mirada, llena de culpabilidad, mientras que Juan se rio.


—¿Cuánto tiempo os iréis Melisa y tú de luna de miel? —preguntó Juan—. No nos lo dijiste y no he visto que hayas cancelado tu agenda en el trabajo.


La expresión de Pedro se oscureció.


—No voy a trabajar en dos semanas. No me voy a llevar siquiera el teléfono ni el ordenador. Así que si la empresa se va a la mierda en mi ausencia, no voy a estar muy contento.


—Que te den —murmuró Pedro—. Juan y yo hacemos todo el trabajo de todas formas. Tú solo te sientas y te obsesionas.


—Me sorprende que solo vayas a estar fuera durante dos semanas —confesó Juan—. Me imaginé que te quitarías de en medio y que no volveríamos a verte el pelo en al menos un mes.


—No puedo decir que no esté tentado de hacerlo. Pero por ahora, con dos semanas basta. Sin embargo, tengo intenciones de cogerme más vacaciones a partir de ahora. Hay un montón de lugares que Melisa quiere ver y voy a hacer que sus deseos se hagan realidad.


—Te lo mereces, tío —dijo Pedro con sinceridad—. Te has dejado la piel en la compañía. Ya tuviste un mal matrimonio. Tienes a una buena mujer ahora y más dinero del que te podrás gastar jamás. Ya es hora de salir y de disfrutar de los frutos de tu trabajo. Asegúrate de que no la cagues con Melisa. Ella te querrá para siempre, que es más de lo que podré decir nunca de la zorra de tu ex.


—No arruinemos la noche hablando de mi ex —gruñó Gabriel


—¿Alguna intención de tener hijos ya? —preguntó Juan—. ¿Te ha hablado ella de eso?


—Melisa no tiene que persuadirme —dijo Gabriel encogiéndose de hombros—. Yo ya voy lanzado. Mi única preocupación es si ella está preparada. Aún es joven. Tiene mucha vida por delante. Esperaría si eso es lo que la va a hacer feliz, pero insiste en que quiere una gran familia y cuanto antes mejor.


—En otras palabras, vas a darlo todo para dejarla embarazada tan pronto como sea posible — concluyó Pedro arrastrando las palabras.


Gabriel levantó el vaso en dirección a Pedro y Juan hizo una mueca. Le entraron claros escalofríos y luego le dio un largo trago a su bebida.


—Ya basta. Estamos hablando de mi hermana. Ahora voy a tener que volver a casa y lavarme los ojos con lejía por culpa de las imágenes mentales que me estáis proporcionando.


Gabriel puso los ojos en blanco y Pedro se rio entre dientes. 


Luego Gabriel se puso serio y miró a Juan y Pedro.


—Me alegro de teneros a ambos acompañándome. Significa mucho para Melisa que estéis allí mañana, pero no hay nadie más a quien quiera presente en la ceremonia. No me importaría un comino si nadie excepto vosotros y Melisa estuvierais allí. Y Vanesa, por supuesto.


—Un discurso muy elocuente, tío —dijo Juan, con un deje divertido en la voz.


—Lo digo en serio —añadió Gabriel simplemente.


Pedro extendió el brazo y chocó el puño con el de Gabriel.


—Enhorabuena, tío. Me alegro por ti. Cuida de Melisa y nunca tendrás que preocuparte de que Juan y yo te cubramos las espaldas.


Juan asintió.


—¿Y qué te pasaba a ti antes? —preguntó Gabriel.


Pedro parpadeó y se percató de que le estaba hablando a él. 


Se movió en el sitio con incomodidad mientras Juan centraba su atención también en Pedro.


—Nada —dijo—. Solo tenía cosas que hacer.


—Parecías bastante serio cuando casi me noqueaste al salir de tu despacho —dijo Gabriel—. ¿Algo que tenga que saber antes de que no esté disponible durante dos semanas?


—No tenía nada que ver con el trabajo —contestó Pedro con un tono neutro—. Y eso es todo por lo que necesitas preocuparte.


—Joder —murmuró Juan—. ¿Es tu maldita familia otra vez? ¿Aún te siguen acosando? Pensé que les dijiste que se fueran a la mierda para siempre en la cena con el viejo.


Pedro negó con la cabeza.


—No he hablado con ninguno de ellos en semanas. Vi al viejo, hice mi buena acción del día, actué como un nieto bueno y luego les dije a mis padres que me dejaran en paz.


Gabriel se rio entre dientes.


—Me habría encantado ver sus caras.


Juan aún seguía gruñendo. Pedro apreciaba el hecho de que sus amigos se enfadaran tanto cuando su familia empezaba a meter mierda. Gabriel y Juan siempre habían estado ahí cuando se trataba de su familia, pero últimamente no quería que se vieran involucrados. No quería que Melisa o Paula
quedaran expuestas a la maldad de su familia. 


Especialmente Vanesa, que era muchísimo más vulnerable y sería objetivo inmediato de sus críticas.


—¿Estás seguro de que no te están dando la vara? —exigió Juan—. Gabriel estará fuera de la ciudad durante su luna de miel, pero Vanesa y yo estamos aquí. Sabes que estaremos a tu lado.


—Ya soy un niño mayor —dijo Pedro arrastrando las palabras—. Puedo enfrentarme a mami y a papi sin ayuda. Pero te lo agradezco. Y no, no me están dando la vara. Están sospechosamente calladitos. Estoy esperando que aparezcan en escena en cualquier momento.


—Bueno, si todo está bien, y vosotros dos no vais a tener problemas manejando la nave sin mi durante las siguientes dos semanas, yo me retiro. Cuanto antes acabe esta noche, antes será Melisa mi esposa y antes empezaremos nuestra luna de miel —dijo Gabriel.


—Hablando de manejar la nave —cortó Pedro antes de que ninguno de los tres se pusiera de pie para marcharse en direcciones distintas—. Nunca nos dijiste por qué dejamos fuera a Charles Willis de la negociación como si tuviera la lepra. Con él fuera, y al perder los otros dos inversores, apenas conseguimos salvar el hotel en París. ¿Hay algo que no hayas compartido con nosotros?


La expresión de Gabriel se volvió indescifrable y sus labios formaron una delgada y fina línea. Juan miró inquisitoriamente a Gabriel. Todo lo que Gabriel había compartido con ellos por entonces fue que Willis estaba fuera y que inmediatamente los otros dos inversores se habían echado atrás sin dar ninguna explicación. Uno de ellos era un rico texano que no podía permitirse perder. Pero con el trabajo de buscar otros inversores que los reemplazaran, ni Juan ni Pedro hicieron preguntas. Se callaron e hicieron lo que debían para que todo volviera a su orden natural.


—No era el adecuado para el trabajo —dijo Gabriel con seriedad—. Lo supe en París cuando nos conocimos. Sabía que no trabajaría con él, sin importar lo que ofreciera. Fue una decisión por el bien del negocio. Lo mejor para la compañía. Mi decisión. Sé que sois mis socios, pero no teníamos tiempo para entretenernos con los cómos ni los porqués. Teníamos que movernos rápido para tener la
situación bajo control y que los planes fueran viento en popa.


Juan frunció el ceño. Era evidente que no se tragaba la explicación de Gabriel. A Pedro no le convencía tampoco, pero el rostro de Gabriel era implacable. Decir que fue una decisión por el bien del negocio era una sandez. Era algo personal. Pedro no sabía qué podría haber pasado en París, pero sea lo que fuere había puesto a Gabriel completamente en contra de Charles Willis. El hombre había desaparecido del mundo tras haberlo apartado de las operaciones de HCA.


Pedro se encogió de hombros. Todo lo que le importaba era que habían arreglado el desastre. No iba a meterse en lo que había hecho que Gabriel se comportara de esa forma entonces. Ya quedaba en el pasado. No había pena sin delito.


—Ahora, si hemos acabado, me gustaría volver a casa con mi futura esposa —dijo Gabriel con voz cansada.


Gabriel se levantó y Juan, también. Dios, realmente se estaban haciendo viejos. No eran siquiera las diez todavía y ya estaban despidiéndose, aunque ellos tenían mujeres con las que volver a casa. En su lugar, él tampoco tendría tantas ganas de pasar una noche con sus amigos.


Salió con ellos fuera y observó cómo Gabriel se marchaba en su coche. Juan se giró hacia Pedro.


—¿Quieres que te lleve a tu apartamento o te está esperando el chófer?


Pedro vaciló. No estaba de humor para hablar y, sin duda, tras las preguntas de Gabriel, la curiosidad le habría picado a Juan. Pero, si lo rechazaba, Juan estaría incluso más convencido de que algo lo estaba molestando. Sería mejor que se aguantara y aceptara la oferta.


—¿Cómo le va a Vanesa? —preguntó Pedro cuando entraron en el vehículo. Se imaginó que si conseguía que Juan hablara de Paula no se metería en sus asuntos.


La expresión de Juan se suavizó y sus labios formaron una sonrisa.


—Le va bien. Emocionada por ir a la universidad.


—¿Cuáles son las últimas novedades de Kingston? ¿Aún sigue siendo un imbécil?


Jeronimo Kingston era el hermano de acogida de Vanesa. 


También era el hombre que casi la mató y estaba actualmente en rehabilitación. 


Personalmente, Pedro pensaba que Juan había sido demasiado benévolo con él. Pedro le habría dado una paliza y luego lo habría puesto contra la pared, pero en un intento de no hacerle más daño a Vanesa del que había sufrido, Juan había ayudado a Jeronimo a conseguir la condicional que incluía rehabilitación y un período de prueba.


—No sabemos mucho de él, y a mí eso me parece perfecto —dijo Juan.


Pedro arqueó una ceja.


—¿Pero a Vanesa le parece bien?


Juan suspiró.


—Tiene sus días buenos y malos. Cuando consigo que solo piense en mí o en nosotros, las cosas van bien. Cuando tiene tiempo de pensar, se preocupa. Sabe que él la fastidió, y no ha superado eso. Dudo que algún día lo haga. Pero aún lo quiere y se siente enferma por lo que ha hecho.


—Vaya mierda —murmuró Pedro.


—Sí.


Aparcaron frente al edificio de Pedro y este se sintió aliviado de que Juan no hubiera tenido tiempo de hacerle preguntas. 


Porque las habría hecho. Tal y como Pedro las hubiera hecho si hubiera percibido que algo no iba bien con él. Pero saber que él haría lo mismo no significaba que tuviera ganas de que Juan lo interrogara. Eso lo convertía en un hipócrita, pero… en fin.


—¿Te veo mañana entonces? —preguntó Juan cuando Pedro comenzó a bajar del coche.


—Sí, no me lo perdería. ¿Vas a llevar a Melisa del brazo hasta el altar?


El rostro de Juan se suavizó.


—Sí.


—¿No deberíamos haber tenido algún ensayo o algo así? —preguntó Pedro.


Estaba claro que sus experiencias con las bodas habían quedado reducidas a la primera de Gabriel, pero los ensayos eran normales en bodas de la escala de la de Gabriel y Melisa, seguro.


Juan se rio.


—Sí, tío. Fue anoche. No apareciste. Pero solo tenías que estar allí de pie junto a Gabriel. Melisa te va a cantar las cuarenta por haberte escaqueado. Te cubrí y le dije que tenías pendientes algunos asuntos de trabajo y que te habías quedado para que Gabriel pudiera ir al ensayo. Eso la tranquilizó.


—Señor —dijo Pedro—. Me siento como un cabrón. Te juro que no me acordé. No me habría acordado de que la boda es mañana si no me hubiera cruzado antes con Gabriel en la oficina.


—Has estado perdido últimamente —dijo Juan con curiosidad—. ¿Va todo bien? Las cosas no han sido tan malas en el trabajo a menos que haya algo que no me estés contando. Las cosas han estado bastante calmadas desde que Gabriel se volvió loco intentando dejarlo todo listo antes de irse de luna de miel.


—Solo he estado preocupado. Nada del otro mundo.


Juan se echó hacia delante antes de que Pedro pudiera cerrar la puerta.


—Mira, sé que las cosas han sido… diferentes desde lo mío con Vanesa. Lo sé. Pero no quiero que las cosas cambien, Pedro. Tú formas parte de mi familia.


—Las cosas sí que han cambiado —replicó Pedro con suavidad—. No hay nada que hacer con eso. Lo estoy llevando. No hagas de la situación un problema que no es, Juan. Sé feliz y haz feliz a Vanesa.


—Entonces, ¿está todo bien? —preguntó Juan—. Porque has estado raro últimamente. Y no solo lo he notado yo.


Pedro dibujó una sonrisa en su rosto.


—Sí, está todo bien. Deja de actuar como una maldita niñera. Vete a casa con tu mujer. Te veré mañana vestido de pingüino. Dios sabe que solo hago estas cosas por Melisa.


Juan se rio.


—Sí, dímelo a mí. Vanesa y yo nos vamos a escaquear.


—¿Habéis decidido una fecha ya?


Aunque Juan y Vanesa se hubieran comprometido en la fiesta del vigésimo cuarto cumpleaños de Vanesa, no habían decidido una fecha todavía, al menos que supiera Pedro. Él había estado tan metido en su mundo últimamente que era posible que no se hubiera enterado.


—Todavía no —dijo Juan—. Estaba esperando hasta que todo este marrón con Jeronimo terminara. No quiero que eso pese entre nosotros cuando estemos casados. Cuando salga de rehabilitación y se centre, planearé algún viaje a algún sitio y nos casaremos en la playa.


—Suena bien. Te veo mañana, ¿de acuerdo?


Pedro cerró la puerta y retrocedió un paso para indicarle al chófer que podía marcharse. A continuación, se dio la vuelta y entró en el edificio de apartamentos.


Una vez dentro de su apartamento, entró en su dormitorio y su mirada recayó en la pintura que el marchante de la galería de arte había sacado de la trastienda. La que aún estaba protegida en su envoltorio y aún no había sido expuesta.


Había colocado las otras en la pared del salón, pero había dejado esta en su dormitorio con toda la intención de verla nada más llegar a casa. Ahora la curiosidad lo estaba carcomiendo por dentro, así que con cuidado quitó el papel de embalar que protegía la obra y dejó el cuadro al descubierto.


—Joder —dijo en voz baja.


Era… impresionante. Provocador y sugerente a más no poder.


Era ella.


O mejor dicho, su tatuaje. O lo que él imaginaba que tenía que ser su tatuaje. Apenas había podido verlo cuando la camiseta se le subió hasta la cintura, pero el que mostraba el cuadro estaba en el sitio correcto y parecía una vid en flor.


El cuadro era del perfil de una mujer desnuda. Se veía una de las dos caderas y los brazos cubrían los pechos, pero se dejaba entrever mínimamente de forma tentadora uno de ellos por debajo del antebrazo. Y a lo largo del costado se encontraba el colorido tatuaje floral. Se curvaba por encima de su cadera y desaparecía entre sus piernas.


Tenía que estar en la parte interna de uno de los muslos y ahora se moría por saber si este era una réplica exacta de su tatuaje. El que había visto en su cuerpo. Dios, se moría por saberlo. Se moría por trazar las líneas del mismo con los dedos y la lengua.


Se quedó mirando el cuadro para absorber cada detalle. El marchante había sido un estúpido por no haberlo incluido en la exposición. ¿Lo había mirado siquiera? Era increíblemente erótico y aun así tenía un gusto exquisito.


El cabello rubio caía por la espalda y terminaba con las puntas levantadas como si la brisa lo estuviera sacudiendo. 


Se abrazaba el cuerpo con los brazos y los dedos de las manos se extendían sobre el brazo que ocultaba el pecho. Delicado. Totalmente femenino. Y tan jodidamente precioso que hacía que las pelotas le dolieran.


Joder, estaba obsesionado con la mujer que solo había visto en persona una vez. Y esta pintura no estaba ayudando ni un poquito.


Al día siguiente iría a enmarcar el cuadro y lo iba a colgar encima de la cama para que así pudiera verlo cada vez que entrara en el dormitorio. O, incluso mejor, lo pondría en la pared opuesta a la cama para que fuera lo primero que viera cuando se despertara por la mañana y lo último cuando se fuera a dormir por la noche.


Sí, no estaba solamente obsesionado. Estaba completamente ido con esta mujer. Tenía que serenarse.


Johnny llevaría sus joyas a la oficina pasado mañana ya que toda la compañía cerraría debido a la boda de Gabriel al día siguiente. Pedro tendría que ingeniárselas entonces para ver cómo iba a devolvérselas. Podría simplemente enviárselas por correo, pero entonces no la vería. Y tenía más que planeado volverla a ver. Pronto.







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