domingo, 31 de enero de 2016
CAPITULO 5 (TERCERA PARTE)
Pedro se encontraba sentado en su despacho al día siguiente de la boda de Gabriel y estudiaba la pequeña caja que contenía las joyas que Paula había empeñado. Examinó cada pieza antes de devolverlas cuidadosamente a la tela para que no se vieran dañadas.
Eran piezas de calidad. No era un experto pero parecían antiguas y reales. Definitivamente no eran falsas. Valían mucho más de lo que Paula había obtenido al empeñarlas, y el prestamista lo sabía a juzgar por el precio que Pedro tuvo que pagar para conseguirlas.
No le gustaba la desesperación que había en ese simple acto de empeñar joyas para obtener dinero rápido y conseguir menos de lo que valían porque no tenía otra opción. Él le iba a dar esa otra opción.
¿Pero otras? No tanto. No si él tenía algo que decir al respecto.
Eso lo hacía parecer arrogante y exigente, pero él ya sabía que era ambas cosas, así que no le molestaba. Así era él.
Sabía lo que quería, y quería a Paula. Ahora solo tenía que poner el plan en marcha.
Su interfono sonó y Pedro levantó la cabeza con irritación.
—Señor Alfonso, su hermana está aquí y quiere verle —dijo Eleanora, su recepcionista, con un deje en la voz que sonaba a enfado.
No eran un secreto los sentimientos de Pedro —y de Gabriel y de Juan— hacia su familia. Eleanora había estado con ellos durante años y no le había gustado ni un pelo tener que molestarlo con esta clase de información.
¿Qué demonios estaba haciendo Belen aquí? ¿Había tenido su madre que resignarse a mandar a su hermana para que hiciera el trabajo sucio por ella? Podía sentir cómo su presión sanguínea estaba por las nubes, a pesar de saber que tenía que dejar de darles tanto poder sobre él.
—Dile que entre —dijo Pedro con voz seria.
De ningún modo iba a airear asuntos familiares fuera de la privacidad de su despacho. Sea lo que fuere que Belen quisiera, Pedro le daría unos pocos minutos y luego le haría saber que no era bienvenida en su oficina. Nadie de su familia lo era, y ahora que lo pensaba, ninguno de ellos había pisado jamás las oficinas de HCA. Se habían guardado su maldad para fiestas y reuniones familiares.
Si ponían un pie dentro de las oficinas de HCA, se verían obligados a reconocer su éxito en vez de tratarlo como si fuera un secretito del que nadie hablaba. Se verían forzados a ver de primera mano que no los necesitaba y que había tenido éxito sin su ayuda o influencia. Y ni en sueños iban a hacer eso.
Unos golpes suaves sonaron en la puerta y él simplemente contestó con un «adelante».
La puerta se abrió lentamente y su hermana entró con el recelo pintado en la cara. Parecía estar más que nerviosa.
Parecía aterrorizada.
—¿Pedro? —preguntó suavemente—. ¿Puedo hablar contigo un minuto?
Belen era una réplica de su madre. No es que su madre no fuera una mujer hermosa. Lo era. Y Belen era igual de guapa, o incluso más, que su madre. El único problema era que su madre era fea por dentro y eso le estropeó la percepción de su apariencia física. Porque sabía lo que residía detrás de esa cara bonita. Una mente fría y calculadora. Pedro creía fervientemente que su madre era incapaz de amar a nadie más que a sí misma. Era un misterio para él saber por qué había tenido hijos siquiera. Y
no solo uno, sino cuatro.
Además de Belen, Pedro tenía dos hermanos mayores.
Ambos hombres siempre bien agarrados de la manita de su madre y su padre. Aunque Belen era la más joven, se estaba acercando a los treinta.
O quizás los había cumplido ya. No se acordaba y tampoco es que le produjera mucha tristeza ese hecho. Ella estaba igual de ciega por su familia que sus hermanos. O quizás incluso más.
Su madre había elegido al marido de Belen. Un tío mayor que ella con el que se había casado cuando apenas salió de la universidad. Rico. Con influencia. Con los contactos adecuados. El matrimonio apenas duró dos años y la madre de Pedro la culpó de todo a ella. No le importó que en las
investigaciones de Pedro encontrara muchos más secretos por parte de Roberto Hanover.
Ese tipo no era el hombre que le gustaría que estuviera casado con su hermana o cualquier otra mujer. Pero Belen se había sometido a los deseos de su madre sin queja alguna y a pesar de las advertencias de Pedro de que Roberto no era el hombre que aparentaba ser.
Al menos ella había tenido el valor de romper el matrimonio.
Eso les sorprendió.
—¿Qué pasa? —preguntó Pedro en un tono neutral.
Le hizo un gesto para que se sentara en la silla frente a su mesa. Ella lo hizo y se sentó en el borde; el nerviosismo y la inseguridad eran evidentes en su lenguaje corporal.
—Necesito tu ayuda —dijo en voz baja.
Él alzó una ceja.
—¿Qué ha pasado? ¿Has discutido con mamita querida?
El enfado se reflejó en los ojos de Belen mientras esta le devolvía la mirada a Pedro.
—Por favor, no empieces, Pedro. Sé que me merezco tus burlas y tu desdén. Me merezco un montón de cosas, pero quiero largarme. Y necesito tu ayuda para hacerlo. Me avergüenza tener que venir y suplicarte que me ayudes, pero no sé adónde o a quién más acudir. Si voy al abuelo, se lo diría a mamá y probablemente no me ayudaría de todos modos. Tú eres su favorito. Al resto de nosotros no nos
soporta.
La sorpresa se apoderó de él al escuchar la sinceridad —y la urgencia— en su voz. Se inclinó hacia delante y entrecerró los ojos en dirección a Belen.
—Quieres largarte. ¿Qué significa eso exactamente, Belen?
—Quiero alejarme de ellos —dijo agitadamente—. De todos ellos.
—¿Qué narices te han hecho? —exigió Pedro.
Ella sacudió la cabeza.
—Nada. Es decir, nada además de lo habitual. Ya sabes cómo son, Pedro. Siempre te he envidiado mucho. Tú les dices que se vayan a freír espárragos y te has marcado tu propio camino. Todo lo que yo he hecho ha sido casarme con el hombre que mi madre quería, intentar sacar lo mejor de una situación pésima y fracasar miserablemente. No cogí nada del divorcio y me parece bien. Yo solo quiero alejarme. Pero no tengo nada sin la ayuda de mamá y papá. Y no la quiero ya. Porque su ayuda viene con ataduras. Tengo treinta años, ¿y qué más en mi vida? No tengo vida, ni dinero. Nada.
La desolación de su voz le llegó a Pedro muy adentro.
Sabía exactamente a lo que se refería. Podría haber sido él perfectamente el que estuviera en su situación. Sus hermanos lo estaban. No le gustaban las manchas oscuras que tenía bajo los ojos y la mirada apagada que tenía en estos momentos. Por mucho que se hubiera comportado como una zorra antes, imitando a su madre, no podía ignorar la carita de cordero degollado que mostraba.
—¿Qué quieres hacer? —preguntó en voz baja.
—¿Es muy patético que no lo sepa? No sé siquiera por dónde empezar. He venido a ti porque no tenía a dónde más ir. Mis amigos no son amigos cuando las cosas se tuercen. Están más que encantados de apoyarme cuando todo va bien, pero no puedo contar con ellos para un apoyo real.
—Te ayudaré —dijo Pedro con un tono regular—. Juan tiene un apartamento en el que Melisa vivía antes, y más recientemente su prometida. Pero está otra vez vacío. Probablemente pueda comprárselo o al menos usarlo hasta que te instalemos en otro sitio.
Ella abrió los ojos como platos, sorprendida.
—¿Tienes un trabajo? —preguntó.
Ella se ruborizó y bajó la mirada.
—No te estoy criticando, Belen —dijo suavemente—. Te pregunto para saber qué clase de ayuda necesitas.
Ella negó con la cabeza.
—No. He estado viviendo con mamá y papá. No es que no quiera trabajar, ¿pero qué se me da bien?
—Se te podrían dar bien muchas cosas —comentó Pedro—. Eres lista. Tienes una carrera universitaria. Solo tienes miedo de intentar salir al mundo real.
Ella asintió lentamente.
—Puedo conseguirte un puesto en uno de los hoteles, pero Belen, tienes que saber que será un trabajo real con responsabilidades reales. Puedo mover los hilos para que te contraten, pero si no haces tu trabajo, no lo conservarás. ¿Entendido?
—Lo entiendo y gracias, Pedro. No sé qué decir. Hemos… yo me he comportado fatal contigo. — Las lágrimas inundaban sus ojos mientras lo miraba con total sinceridad—. Te odian porque no pueden controlarte. Y yo les he permitido que me controlen. Pero ahora que ya no lo harán, me odiarán a mí también.
Pedro extendió un brazo por encima de la mesa y le cogió la mano antes de darle un apretón tranquilizador.
—No los necesitas, Belen. Eres joven y lista. Puedes sobrevivir tú sola. Solo necesitas un poco de ayuda para conseguirlo. Pero estate preparada. Vas a tener que ser fuerte. Nuestra madre es peor que un zorro, y no vacilará en usar cada arma que tenga en su arsenal contra ti en cuanto sepa lo que estás haciendo.
—Gracias —susurró—. Te pagaré de alguna manera, Pedro. Te lo juro.
Él volvió a darle un apretón en la mano.
—Lo mejor que puedes hacer por mí es vivir tu propia vida y no dejarles que te hundan otra vez.
Te ayudaré. Haré lo que pueda para protegerte de toda esa mierda. Pero va a conllevar mucha fuerza por tu parte también. Me gustaría pensar que vamos a poder ser familia otra vez.
Ella entrelazó ambas manos alrededor de la de él con los ojos brillantes de la emoción.
—A mí también me gustaría, Pedro.
—Deja que llame a Juan y vea qué opina sobre lo del apartamento. Si no podemos instalarte ahí, tendremos que echarle un ojo a lo que hay en el mercado. ¿Necesitas que vaya contigo a recoger las cosas de casa de mamá y papá?
Ella negó con la cabeza.
—Ya lo tengo todo listo. Mi ropa y demás, me refiero. No tengo nada más. Me lo traje conmigo. Mis maletas están en el área de recepción. Cogí un taxi hasta tu oficina. No estaba segura de lo que iba a hacer si te negabas a verme.
—Está bien, entonces deja que llame a Juan e iremos a buscar tus maletas. Por esta noche te registraré en nuestro hotel. Estoy seguro de que el apartamento necesitará provisiones. Me ocuparé de eso durante el día de hoy y también te abriré una cuenta bancaria con el dinero suficiente hasta que cobres tu primera nómina. Tómate unos cuantos días libres para instalarte y luego vuelve a verme por lo del trabajo. Para entonces espero tenerlo todo listo.
Ella se levantó y de repente rodeó el escritorio y lanzó los brazos alrededor del cuello de Pedro. Él la cogió al mismo tiempo que se ponía de pie. La agarró para que no se cayera y le devolvió el abrazo.
—Eres el mejor, Pedro. Dios, te he echado de menos. Siento cómo te he tratado. Tienes todos los motivos para echarme y no volverme a ver nunca. No olvidaré lo que vas a hacer por mí. Jamás.
El fervor de su voz hizo a Pedro sonreír mientras pacientemente esperaba a que el festín de abrazos terminara. ¿Quién habría pensado que el día de hoy traería a su hermana a la oficina para una reunión familiar de lo más peculiar? Gabriel y Juan no se lo iban a creer.
Aunque pasarían dos semanas antes de que Gabriel supiera nada.
Juan pensaría seguramente que había perdido la cabeza por ayudar a su hermana. Pero Pedro nunca podría darle la espalda. Aunque eso hubiera sido exactamente lo que su familia le hubiera hecho a él.
Belen aún seguía siendo su hermana pequeña y quizás este era un nuevo capítulo para ellos. A Pedro no le gustaba esa distancia que había entre él y su familia, pero no le habían dejado otra elección. Él quería lo que todos los demás daban por hecho. Una unidad familiar sólida. Gente que le cubriera las espaldas. Gente que lo quisiera y lo apoyara sin condiciones.
Tenía eso con Gabriel y Juan, y ahora con Melisa y Vanesa.
Pero nunca lo había tenido con los de su propia sangre. Quizás Belen pudiera cambiar eso. Aunque nunca fueran una gran familia feliz, él y su hermana podrían al menos tener una relación.
—Haré que mi chófer te lleve al hotel. Le pediré a Eleanora que le diga que suba y recoja tus maletas. También llamará al hotel para asegurarse de que tengan una habitación lista para cuando llegues. Tendrás que ir al banco para abrir la cuenta. Le diré a Eleanora que te ayude con eso también.
Pero por ahora tómatelo con calma, intenta descansar y mañana te instalaremos en el apartamento.
Sonrió indulgentemente cuando ella lo abrazó una vez más.
La joven se secó apresuradamente una lágrima de la mejilla a la vez que se giraba.
—Esto significa mucho para mí, Pedro. Lo significa todo. Y te juro que te lo compensaré.
—Solo sé feliz y no dejes que te hundan —dijo Pedro en un tono serio—. No se dará por vencida con facilidad, Belen. Tienes que saberlo y estar preparada para ello. Si intenta algo, ven a mí y yo lo solucionaré.
Belen sonrió lánguidamente y empezó a dirigirse a la puerta. Se paró con la mano agarrando el pomo.
—Siempre te he admirado, Pedro. Y si soy sincera, siempre he sentido celos de ti. Pero no eres lo que ellos dicen. Los odio por lo que te hicieron a ti. A mí. Y me odio a mí misma por haberlo permitido.
—No se merecen tu odio —dijo Pedro en silencio—. No les des esa clase de poder sobre ti. No estoy diciendo que vaya a ser fácil, pero no puedes dejar que te afecte y te hundan.
Ella asintió y luego sonrió ligeramente.
—Te veré pronto. Quiero decir que… me gustaría. Quizás una cena. O puedo cocinar algo en el apartamento para los dos.
—A mí también me gustaría —dijo con sinceridad—. Cuídate, Belen. Y si necesitas algo, llámame.
Tan pronto como salió de la oficina, llamó a Eleanora y le dio todos los detalles de lo que necesitaba. Después de pedirle que ayudara a Belen a abrir una cuenta bancaria, le dijo que le diera el número una vez lo tuviera Belen para poder ingresarle dinero.
Qué día. Así que Belen tenía agallas después de todo. Le había llevado bastante tiempo, pero mejor tarde que nunca. Sus otros dos hermanos mayores nunca habían tenido el valor o el deseo de desafiar a sus padres y al viejo. Ya no tenían arreglo. Ambos estaban en la cuarentena y ninguno era capaz de mantenerse a sí mismo ni a su familia. Joder, Pedro tenía sobrinas y sobrinos que apenas había
visto. No sabía nada de sus cuñadas más que se habían casado con hombres débiles que aún estaban bajo el ala protectora de sus padres.
Ese no iba a ser él. Nunca sería él. Y ahora, si de él dependía, tampoco iba a serlo Belen.
Aún quedaba por ver si ella tenía la fortaleza necesaria para empezar de cero y huir del control de sus padres. Pero estaba más que feliz de ayudarla si ese era su verdadero objetivo. Era joven y guapa.
Era lista aunque hubiera tomado algunas decisiones bastante malas. Tenía tiempo más que suficiente para darle la vuelta a su vida y seguir por el buen camino.
Todo el mundo cometía errores, y todo el mundo se merecía una segunda oportunidad. Él solo esperaba que Belen diera un giro a su vida y mantuviera la cabeza bien alta.
Abrió el cajón para mirar la caja llena de joyas que había metido dentro apresuradamente cuando Eleanora lo avisó de la llegada de Belen. Pasó un dedo por el filo de la misma a la vez que se la quedó mirando con una expresión pensativa.
Belen desapareció de su mente; ahora tocaba concentrarse en su principal preocupación.
Paula.
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