lunes, 1 de febrero de 2016
CAPITULO 8 (TERCERA PARTE)
Pedro miró su reloj mientras esperaba en el vestíbulo del hotel Bentley, uno de los muchos hoteles que HCA poseía.
Exhaló con irritación al posar de nuevo la mirada en la entrada del lujoso hotel.
Llegaba tarde.
O quizás había decidido no acudir a la cita.
Habría apostado lo que fuera a que iba a venir. Las joyas de su madre claramente significaban mucho para ella, y aunque se hubiera comportado como un auténtico cabrón al chantajearla con ir a cenar con él, no podía sentir ni una pizca de arrepentimiento. No si lo ayudaba a conseguir lo que quería.
Unas pocas horas en compañía de Paula.
Tenía una docena de preguntas listas y preparadas. Quería saber por qué no llevaba el collar.
Quería saber si el tipo que se lo regaló había desaparecido del mapa. No cambiaba mucho sus planes si no hubiera cortado con él, pero sí que hacía las cosas mucho más fáciles si ella tenía una relación con otro tío.
A las ocho menos cuarto, Pedro se enderezó y empezó a aceptar que no iba a venir. La decepción se adueñó de él; una sensación a la que no estaba acostumbrado. Pero si ella pensaba que el plantón lo iba a disuadir, se equivocaba.
Solo había enardecido su empeño.
Estaba a punto de coger el teléfono para llamar a su chófer cuando Paula entró precipitadamente por la puerta principal del hotel. Las mejillas las tenía rojas y el pelo despeinado, como si hubiera venido corriendo y el viento hubiera estropeado los largos tirabuzones.
Cuando su mirada reposó en él, se paró a unos pocos metros mientras sus ojos se encontraban. Pedro se estaba acercando a ella cuando, normalmente, nunca era el primero en dar el paso. La gente venía a él, no al contrario. Pero aun así, quería acercarse antes de que ella cambiara de parecer y saliera de nuevo por la puerta.
—Paula —la saludó con diplomacia.
—Siento llegar tarde —dijo ella sin aliento—. Estaba pintando. Estaba totalmente abstraída en lo que estaba haciendo y olvidé la hora por completo.
Pedro miró el bolso exageradamente grande que colgaba de su hombro y las pequeñas manchas de pintura que cubrían sus dedos. Luego la miró a ella, de la cabeza a los pies, memorizando cada detalle.
—No pasa nada. Nos guardarán la mesa —dijo—. ¿Quieres comer ya o prefieres tomar algo primero?
Ella hizo una mueca ante la situación.
—No suelo beber mucho. Es decir, no tengo nada en contra, y sí que bebo en algunas ocasiones, pero soy bastante especial y siempre bebo las tonterías para mujeres. Pero sí que me gusta una copa de vino de vez en cuando.
Pedro se rio entre dientes.
—Encajarías perfectamente con Melisa y Vanesa y sus amigas.
Ella ladeó la cabeza.
—¿Quiénes son Melisa y Vanesa?
Alargó la mano para cogerla del brazo y la guio hasta la entrada del restaurante.
—Melisaa es la mujer de uno de mis socios, Gabriel, y es la hermana de mi otro socio, Juan. Vanesa está prometida con Juan.
—Suena como a una gran familia feliz —murmuró.
—Algo así.
Llegaron al restaurante y el maître inmediatamente los llevó a la mesa que siempre estaba reservada para él, Gabriel o Juan cuando preferían comer aquí.
Juan se sentó frente a Pedro, pero no se relajó por completo.
Se acomodó en el borde de la silla y su mirada no dejó de mirar de derecha a izquierda y por detrás de Pedro.
Parecía nerviosa y como si prefiriese estar en cualquier otro lugar menos en ese con él. Su ego lo estaba sufriendo.
Normalmente no tenía que chantajear a las mujeres para que accedieran a tener una cita con él.
—¿Quieres vino? —le preguntó inmediatamente cuando el camarero apareció.
Ella negó con la cabeza.
—No. Agua está bien. Gracias.
—Que sean dos —murmuró Pedro al camarero.
—No dejes que te impida disfrutar de una copa de vino si eso es lo que prefieres —dijo—. Yo simplemente no quiero beber y tener que volver a casa luego. El alcohol me nubla bastante. Lo último que necesito es ir borracha por Manhattan cuando haya oscurecido.
—Así que no toleras bien el alcohol y, cuando bebes, son bebidas de mujeres. Tendré que recordarlo.
Sus labios se movieron y sus ojos resplandecieron. Casi había conseguido sacarle una sonrisa.
¿Tan ogro era? Estaba acostumbrado a que las mujeres cayeran rendidas bajo sus encantos, aunque en defensa de Paula tenía que decir que no había sido exactamente encantador en su presencia. Algo en ella hacía que sus instintos más primitivos salieran a la superficie. Tenía suerte de poder formar frases coherentes sin gruñir, golpearse el pecho o arrastrarla del pelo hasta su cueva.
Eso podría ir muy bien…
No solo le cortaría los huevos, sino que no la vería nunca más.
El camarero apuntó lo que habían pedido y luego desapareció rápidamente. Paula levantó la mirada con los ojos llenos de interrogación tan pronto como se quedaron solos.
—¿Has traído las joyas? —preguntó con suavidad.
Pedro se llevó la mano al bolsillo del pecho de la chaqueta y sacó una bolsita pequeña de terciopelo.
La puso sobre la mesa y se la acercó a ella, pero se paró justo antes de que ella pudiera cogerla.
—El trato era la cena —dijo—. Si te doy las joyas ahora espero que no salgas corriendo en el mismo momento en que las tengas en tu posesión.
Ella se ruborizó, Pedro no estaba seguro si de vergüenza o de culpabilidad. Quizá lo hubiera considerado.
—Mi ego se está llevando hoy una paliza —dijo, dándole voz al pensamiento de antes—. ¿Soy tan poco atractivo, Paula? No me imaginé tu reacción ante mí en el parque. Percibiste tanto nuestra química como yo. Pero actúas como si tuviera la lepra y no quisieras respirar el mismo aire que yo.
Ella enrolló los dedos sobre la bolsita sin poder evitar el roce con su mano. Una calidez instantánea le recorrió el brazo hasta llegar al hombro. Solo con un roce. Con algo tan simple que no tenía ninguna doble intención detrás. Fue accidental y aun así el aire se cargó inmediatamente de
reconocimiento. No, él no fue el único que lo sintió, pero fue el único que lo aceptó de lleno.
—Creo que sabes que no eres poco atractivo —dijo ligeramente—. Dudo que necesites que te diga eso. Estoy segura de que lo debes escuchar todo el tiempo. Las mujeres probablemente se pelean para regalarte cumplidos.
—Me importa un comino lo que las otras mujeres piensen —dijo de sopetón—. Me preocupa más lo que tú pienses.
Con cautela, apartó la mano con la bolsa bien sujeta entre su puño, como si tuviera miedo de que él intentara detenerla.
Como no hizo ningún movimiento para quitarle la bolsa, la abrió rápidamente y con cuidado sacó los dos anillos, un collar y una esclava.
El alivio era evidente en sus ojos. Sus pozos aguamarina se iluminaron mientras pasaba los dedos por encima de las joyas con adoración. Una mirada distante se adueñó de sus ojos cuando volvió a poner su atención en Pedro; las lágrimas le empañaban la visión.
—Gracias por devolverme a mi madre —susurró—. Esto es todo lo que tengo de ella. De mi abuela, también. Un día quiero dárselas a mi hija. Mi abuela y mi madre eran mujeres excepcionales. Quiero que mi hija tenga este legado. Aunque mi hija no las conozca, quiero que sepa sobre ellas.
Quiénes fueron y lo importantes que fueron para mí.
—¿Qué le pasó? —preguntó Pedro con delicadeza.
Sus labios temblaron, pero se mantuvo serena y no apartó la mirada en ningún momento aunque esta se volviera sospechosamente más brillante a causa de las lágrimas.
—Cáncer —dijo con la voz llena de pena.
—¿Reciente? —preguntó él en un tono más bajo.
Lo último que quería era apenarla más, pero le daba un absurdo placer saber que se estaba abriendo a él. Se comunicaba. Era un comienzo. El principio de algo más permanente si se salía con la suya. Y tenía toda la intención de salirse con la suya. Solo iba a requerir muchísima más paciencia de lo que estaba normalmente acostumbrado.
La adrenalina le quemaba por las venas. Era un reto. Uno que anhelaba conquistar. Había pasado bastante tiempo desde la última vez que se sintió así de excitado por algo. Y Paula claramente lo excitaba.
—Hace dos años —dijo Paula mientas la tristeza se reflejaba en sus ojos—. Pero estuvo enferma durante mucho tiempo. Al final… —se paró, la voz rompiéndosele justo al final.
—¿Al final qué? —la animó con suavidad.
—Al final fue un alivio aunque estuviera completamente devastada por tener que dejarla ir y decirle adiós. Sufría mucho. Dolía verla así. Le dolía a ella. Odiaba que la tuviera que ver de esa forma, que tuviera que cuidar de ella. Se preocupaba de que estuviera ocupando demasiado mi vida, de que me estuviera reteniendo y cargando con la responsabilidad de cuidar de ella. Pero Dios, era mi madre. Habría hecho lo que fuera por ella. Nunca me arrepentí de ninguno de los momentos que pasamos juntas. Y al final, estaba preparada para irse. Había luchado durante tanto tiempo y tan duro.
Estaba cansada y ya sin fuerzas para seguir luchando. Eso fue lo más duro para mí. Ver a mi supermadre desaparecer lentamente. Solo quería que su dolor terminara y que tuviera paz. Así que cuando murió, hubo un sentimiento de alivio. Y sé que eso suena horrible.
Él sacudió la cabeza.
—No es horrible, Paula. Es humano. Era tu madre y la querías. A nadie le gusta ver a sus seres queridos sufrir.
Paula asintió y se secó los ojos con el dorso de la mano. Los dedos le temblaban cuando volvió a poner la mano en la mesa.
—En fin, qué gran conversación para una cena, ¿verdad? Siento haberme puesto así.
—Yo pregunté —dijo él simplemente—. ¿Y tu padre? ¿Tienes hermanos o eres hija única?
Ella suspiró con tristeza.
—Soy hija única. Mis padres querían tener más, pero mi madre no pudo quedarse embarazada después de tenerme. Le diagnosticaron el cáncer antes y, con todos los tratamientos, no solo no podía soportar otro embarazo, sino que estaba demasiado debilitada debido a todo el proceso. Yo… nosotros pensamos que lo había superado, ¿sabes? Se pasó veinte años en remisión y luego volvió a aparecer. Y
de una forma más generalizada esta vez. No respondía al tratamiento como lo había hecho antes.
Ella sacudió la cabeza.
—Lo siento. Otra vez me enrollo.
Pedro extendió la mano por encima de la mesa y cogió la de Paula.
—Estamos teniendo una conversación, Paula. Es lo que dos personas hacen cuando van a cenar.
Deja de disculparte. Si no estuviera interesado, no habría preguntado. Sin embargo, si es un tema demasiado doloroso, podemos hablar de otras cosas. Pero estoy interesado en cada parte de ti. Quiero saber de ti, de tu vida, de tu familia, lo que sea que te mueva.
Ella sonrió y no apartó la mano de la de él. Un hecho por el que se sentía absurdamente triunfante.
—¿Qué ha sido de tu padre? ¿Murió también?
Ella pegó los labios para formar una fina línea con ellos y una frialdad se apoderó de su mirada, transformando el color aguamarina en más azul. Era como mirar a un cristal cubierto de escarcha.
—La abandonó… De hecho, nos abandonó la primera vez que mi madre tuvo cáncer. No de repente. Esperó hasta que estuvo lo bastante recuperada como para estar sola y, luego, se marchó. ¿La razón? No podía soportar el dolor que le provocaba perderla por culpa del cáncer. No quería tener que verla morir y por eso se fue. ¿No es esa la mentira más grande que hayas oído en tu vida? No tiene ningún sentido para mí. Nunca ha tenido ningún sentido el que se alejara de su mujer y su hija, todo porque se preocupaba de que se fuera a morir. La perdió de una forma u otra, pero también me perdió a mí. Nunca se lo perdoné. No le perdoné que se fuera cuando nosotras lo necesitábamos con desesperación. Especialmente mi madre, que tras soportar el extenso tratamiento tuvo que buscar trabajo para poder mantenerme y pagar las facturas.
—Sí, eso son estupideces —dijo Pedro, con tono serio—. ¿Así que no lo has visto desde entonces? ¿Cuántos años hace de eso?
—Dieciocho —contestó con la voz tensa. A pesar del enfado, y no la culpaba en absoluto por estarlo, también había dolor en su voz. Traición. Pedro le pasó el pulgar por encima de los nudillos en un movimiento tranquilizador y en silencio la urgió a que continuara.
La tenía hablando ahora y esperaba que se relajara y se abriera a él más aún.
—Yo tenía diez años cuando se fue. Durante bastante tiempo él ni siquiera intentó ponerse en contacto con ella ni conmigo. Más tarde, cuando me gradué en el instituto, me llamó. Quería mandarme un regalo de graduación. Le dije dónde podía meterse su regalo de graduación. Cuanto más hablaba, más se le nublaban los ojos de lágrimas y en los labios se fue instalando una mueca.
—No volvió a contactar conmigo hasta que mi madre murió.
Las lágrimas brillaron con intensidad en los ojos, pero Paula levantó la mano libre y se limpió el rastro húmedo que se había formado en las mejillas con el pulgar.
—Lo siento —murmuró otra vez—. No hablo nunca sobre el tema. Quiero decir que nunca he compartido esto. Parece que todo está saliendo y no me había dado cuenta de lo enfadada que aún estoy con todo eso.
—Es comprensible —dijo él—. Son muchos años de guardártelo todo para ti.
Ella asintió.
—¿Así que te llamó cuando tu madre falleció? ¿Sabía que estaba enferma de nuevo?
—Lo sabía —soltó Paula con rabia—. Nunca vino a verla. Jamás la llamó. Ni una vez habló con ella. Tras su muerte, llamó porque quería verme. Dijo que sentía lo de mamá pero que quería que fuésemos una familia. Le dije que la familia no hace la clase de cosas que él ha hecho y que mi familia estaba muerta. Eso fue hace dos años. Nunca ha intentado volver a ponerse en contacto conmigo. No sé siquiera dónde vive. Se mudaba mucho tras el divorcio con mi madre. Su trabajo lo hace viajar bastante.
—¿Alguna vez te arrepientes de no verlo?
Ella pareció sorprenderse por la pregunta.
—No. Para nada. No creo que pudiera verlo sin montar en cólera. Especialmente justo después de que mamá muriera. Si llega a haber estado allí, creo que me habría lanzado contra él. Estaba furiosa y dolida. Y enfadada. Enfadada de que hubiera sido tan cobarde y de que no hubiera estado ahí para mi madre cuando ella más lo necesitaba.
—Lo entiendo. Créeme, lo hago. Yo no veo a mi familia. Bueno, a la mayoría de ellos.
Recientemente mi hermana vino a verme, pero hasta entonces no he tenido nada que ver con ellos.
Ella ladeó la cabeza para estudiarlo. Sus manos aún estaban unidas, así que Pedro trazó varios círculos y dibujos en su piel desde los nudillos hasta la muñeca, y viceversa. Le gustaba tocarla. La podría seguir tocando durante toda la noche. Y no era algo meramente sexual, simplemente disfrutaba con la satinada suavidad de sus manos. Dedos que estaban manchados de pintura, un color diferente en
cada uno.
—¿Qué te hizo tu familia? —preguntó ella con suavidad.
—Es una larga historia. Te la contaré algún día. Ahora estoy mucho más interesado en saber de ti.
Ella frunció el ceño.
—Eso no es justo. Yo te he contado lo de mi familia. No diré una palabra más a menos que tú también hables.
Pedro se rio entre dientes y apretó su mano sobre la de ella.
Ella abrió mucho más los ojos y bajó la mirada hasta sus dedos entrelazados. Sí, Paula lo sentía tanto como él, solo que ella estaba combatiendo contra ello, y él no.
—Muy bien. Te daré un cotilleo y luego es tu turno otra vez.
Ella entrecerró los ojos.
—Eso depende de lo valiosa que yo crea que sea tu información. Debes darme algo que iguale a lo que yo te he dado.
—Eso es imposible —murmuró él. La miró con toda atención a los ojos y esa sensación como de ahogarse lo inundó—. Ninguna información que pueda darte es igual de valiosa que tú abriéndote a mí.
Paula se sonrojó y bajó la mirada. Su mano se movió debajo de la suya, pero Pedro la agarró con firmeza para que no pudiera apartarla.
—A lo mejor solo tú piensas eso —dijo con voz ronca—. Pero quizá yo encuentro tu información mucho más valiosa. Ya ves, me tienes en desventaja. Tú ya me has investigado y has hecho que me sigan. No tengo ninguna duda de que sabes más sobre mí de lo que me hace sentir cómoda. Así que es justo que equilibres la balanza diciéndome todos tus oscuros y más profundos secretos.
Estaba flirteando con él. De una manera tímida y adorable, como si no estuviera segura de cómo hacerlo. Pedro nunca había experimentado tal intensa… excitación. Había lujuria, sí. La deseaba como nunca había deseado a una mujer antes. Pero había más. Estaba interesado en ella. En lo que le gustaba. Quería meterse dentro de su cabeza tanto como quería introducirse en su cuerpo. Y lo más importante de todo, quería su confianza, aunque nada que hubiera hecho hasta ahora se mereciera tal regalo.
Con tiempo le demostraría cómo era él de verdad. Solo tenía que darle una oportunidad.
—Secretos oscuros y profundos, ¿verdad? Me temo que te decepcionarás. Soy tremendamente aburrido. Estoy casado con mi trabajo, y desprecio a mi familia casi tanto como ellos me desprecian a mí. Mi verdadera familia son mis socios y sus mujeres.
—Excepto tu hermana que ha ido a verte recientemente. ¿Os habéis reconciliado?
Esta vez fue él el que apartó la mano y se recostó en la silla.
Su mirada se posó más allá de donde se encontraba Paula por un momento y luego volvió a centrarse en su rostro.
—Supongo que se podría decir que sí. No estoy completamente convencido de su sinceridad todavía. Me gustaría pensar que por fin está intentando salir de la boca del lobo, pero solo el tiempo lo dirá.
—¿Qué os hicieron?
Pedro suspiró.
—¿Darnos a luz a los dos? Ojalá lo supiera. Mi madre tiene cero instinto maternal, y aun así tuvo cuatro hijos. Me desconcierta que una mujer tan interesada continuara teniendo hijos que consideraba una carga.
La nariz de Paula se arrugó y sus ojos se llenaron de compasión.
—¿Alguna vez te has llevado bien con ellos? ¿Aun siendo niño?
—Raramente los veía cuando era un niño —dijo secamente—. Nos metieron en un internado y solo volvíamos a casa durante las vacaciones e incluso entonces teníamos una niñera. Normalmente, mi madre y mi padre estaban haciendo sus cosas. Viajando. Inmersos en algún acto social. Mi abuelo ganó mucho dinero durante su vida, pero no somos ricos antiguos. Nos podríamos considerar como nuevos ricos, un hecho que mi madre nunca ha podido aceptar.
—Perdona mi juicio, pero suena a ser una persona bastante horrible.
—No es tu juicio. Ella y mi padre son personas abominables. No solo en el sentido parental, sino en todos los aspectos. Yo firmemente creo que la única razón por la que ella tuvo tantos hijos es porque mi abuelo vino de una familia grande con bastantes hijos, y él quería que mi madre le diera varios nietos. Y por supuesto, mi madre nunca hará nada que enfade al viejo porque depende de él demasiado. Ella nos tuvo, pero él pagaba nuestros gastos, tal cual. Las únicas veces que ella o mi padre tenían tiempo para nosotros eran cuando el viejo estaba presente. No sé qué era peor, si ellos al ser tan horripilantes o al actuar como si fueran padres increíbles cuando estaban en compañía.
—Qué putada —dijo Paula—. Yo adoraba a mi madre. Y a mi abuela. Eran mujeres maravillosas. ¿Y qué pasó con tu hermana? ¿Qué edad tiene?
—Belen es la más joven. Tiene treinta años. Mi madre la casó justo cuando terminó la universidad con un hombre con buen pedigrí mucho mayor que ella. El matrimonio duró dos años y Belen se divorció, pero no se llevó nada con la separación. Eso mosqueó a mi madre incluso más porque, según sus palabras, había trabajado muy duro para conseguirle un marido a Belen y lo mínimo que podía hacer era aguantarse y seguir siendo una esposa ejemplar hasta que su marido muriera y la dejara viuda y rica, lo que significaba una fuente de dinero para nuestros padres.
—Guau —susurró Paula—. Es una locura. Es decir, parecen cosas sacadas de alguna novela histórica. No pensé que de verdad hubiera gente así en el siglo que estamos.
Él sonrió.
—Siento haber alterado tu burbuja.
—¿Y qué hizo que Belen te visitara?
—Quiere alejarse —dijo quedamente—. Como dije, no se llevó nada del divorcio y ha estado viviendo con mis padres desde entonces. Tiene una carrera universitaria pero nunca ha tenido un trabajo. Vino para pedirme ayuda. Mayormente financiera, pero creo que también está buscando un aliado. Apoyo emocional también.
—¿Y la ayudaste?
—Por supuesto. La he instalado en un apartamento, le abrí una cuenta bancaria con suficiente dinero como para vivir bien hasta que empiece a trabajar. En unos pocos días se incorporará a trabajar en uno de mis hoteles. El resto depende de ella. Le di los medios para que empiece una nueva vida, pero dependerá de ella tener éxito. Mi madre le dará la vara. Querrá que vuelva bajo su techo donde ella tiene todo el poder. Solo espero que Belen tenga lo que hay que tener para enfrentarse a ella.
—Creo que es maravilloso que hicieras tanto por ella. Debe de haberse sentido como si no tuviera a nadie a quien acudir.
Pedro negó con la cabeza.
—No tenía a nadie. Y a pesar de lo mal que me haya podido tratar en el pasado, me doy cuenta de que no tenía otra elección. Mi madre nunca hubiera permitido que actuara de otra forma. Parece sincera ahora, y si lo es, entonces haré todo lo que pueda por ayudarla. No me importa lo que mis
padres o mis otros hermanos piensen de mí. Belen no ha llegado a ese punto todavía, pero lo hará.
—¿Otros hermanos? ¿Cuántos tienes?
—Tres, incluyendo a Belen. Tengo dos hermanos mayores, ambos en la cuarentena, y ninguno de ellos puede mantener a su familia sin la ayuda de mis padres y del viejo.
—Eso es triste. Así que si no tienes nada que ver con ellos, ¿cómo lo consigues? O sea, es evidente que te ha ido bien.
—Creo que es tu turno —señaló—. Yo he soltado todos mis sentimientos y hasta ahora todo lo que sé de ti es que tu padre es un cabrón y que tu madre falleció tras una larga lucha contra el cáncer.
—Te dejaré que me hagas una pregunta cuando respondas a la última mía.
Él arqueó una ceja.
—Mejor dos porque tú ya te has pasado.
Ella sonrió, divertida.
—¿Tienes alguna idea de lo estéril que resulta esta conversación con toda esta charla sobre llevar la cuenta?
—No tiene por qué serlo. Y, de acuerdo, la responderé, pero esta es la última hasta que tú me correspondas por igual.
—Trato hecho —dijo con una sonrisa.
—Me hice amigo de Gabriel Hamilton y Juan Crestwell en la universidad. Los padres de Juan murieron en un accidente cuando él tenía veinte años y tuvo que hacerse cargo de una hermana mucho más pequeña que él. Nuestra actitud cambió después de eso. Antes teníamos ese aire de que todo nos daba igual y, aunque sacábamos buenas notas, estábamos más preocupados por beber cerveza y ligar
con tías. Montamos la empresa tan pronto como salimos de la universidad. Empezamos con un simple hotel. Le pusimos todo nuestro corazón y empeño, así como cada céntimo que pudiéramos conseguir o pedir prestado. Esperamos un año antes de expandirnos. Usando el primer hotel como garantía,
pudimos asegurarnos la financiación para otra propiedad. De ahí, aprovechando los otros hoteles y su éxito, nos expandimos rápido y comenzamos a encontrar inversores más fácilmente.
—Entonces tu familia no tuvo nada que ver con tu éxito, ¿es así?
—Nada de nada —soltó con mordacidad—. No cogería ni un céntimo de ellos. No quería que me tuvieran atado. Y no quería que ellos formaran parte de mi negocio.
—Supongo que no se lo tomaron muy bien —murmuró ella.
Pedro sonrió.
—No. De hecho, estaban muy cabreados por que lo estuviera consiguiendo sin su ayuda, y además por que no les diera dinero. Es como si tu padre se presentara ante ti mañana y quisiera que fuerais una gran familia feliz.
Los ojos de Paula se volvieron tormentosos y pegó los labios en una fina línea ante la mención de su padre.
Pedro se inclinó hacia delante y deslizó la mano por la mesa para cubrir la de ella otra vez. Un músculo se contrajo en su brazo y ella se estremeció mientras una serie de escalofríos le recorrían la piel.
—Ahora es mi turno de preguntarte veinte preguntas.
—Eh, yo no te he hecho veinte.
—Casi —murmuró.
Ella suspiró.
—De acuerdo, está bien. Pregunta.
Su mirada inmediatamente recayó sobre su cuello. Sobre esa marca pálida donde la gargantilla había estado antes.
Había sido lo primero de lo que se había percatado cuando salió de la casa de empeños, y no se había atrevido a tener esperanzas. Pero el hecho de que hubiera aceptado la
invitación para cenar, incluso aunque la hubiera chantajeado, y de que no llevara el collar esta noche como barrera entre ellos le decía que al menos estaba intrigada con esta cosa que había entre ellos.
Fuera lo que fuese.
—¿Por qué no llevas el collar? —le preguntó con suavidad.
Su mano libre se fue inmediatamente hasta su cuello, y la consternación brilló intensamente en sus ojos. Pero se mantuvo callada y con los labios firmemente cerrados.
—Paula, ¿por qué no llevas el collar?
Ella suspiró.
—Ya no me estoy viendo con él.
Pedro tuvo que esforzarse mucho para no reaccionar ante esa noticia. Había sospechado lo mismo, pero no había querido lanzarse a ninguna conclusión sin tener la confirmación.
—¿Qué ha pasado?
Ella retiró la mano que Pedro tenía agarrada y la dejó caer en su regazo. Bajó la mirada, negándose a mirarlo a los ojos. Él esperó; no la dejó librarse de la pregunta. Era demasiado importante. Quería saberlo todo.
—¿Rompiste tú o fue él? —preguntó al final.
—Yo lo hice.
—¿Quieres decirme por qué? ¿Qué ha pasado, Paula?
Ella levantó la mirada y sus ojos destellaron.
—Tú eres lo que ha pasado, Pedro. Tú.
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