lunes, 1 de febrero de 2016
CAPITULO 7 (TERCERA PARTE)
Era un hombre que no tenía que buscar mucho para encontrar mujeres. Probablemente tenía hasta una cola en la puerta de su casa a todas horas. Era obvio que era rico; tenía esa apariencia de revista GQ que gritaba riqueza y clase alta. Y tenía una confianza en sí mismo —arrogancia— que le decía que no solo conseguía lo que quería, sino que él también era consciente de ello.
La arrogancia no era una cualidad hacia la que ella se sintiera particularmente atraída. Pero en él lo era. Le pegaba, de la misma forma que su ropa y toda su forma de comportarse. Y había algo en esa mirada que la volvía loca.
Ya lo había conseguido la primera vez que se conocieron. El estómago le dio vueltas y él le hizo considerar cosas que nunca antes se le hubieran pasado por la cabeza. Le había
hecho querer cosas que nunca había tenido o que nunca se había dado cuenta de que quería.
Y lo odiaba por eso. Por alterar su vida tan cuidadosamente ordenada. No, no estaba tan bien ordenada. No tenía una rutina y eso le gustaba. Pero estaba cómoda en su vida; sabía quién y qué era.
Hasta que apareció él. Hasta que se lo encontró en el parque y le hizo dudar de todo lo que tenía en la vida.
No era un hombre que se quedara callado. Le daría la vuelta a su mundo en el mismo momento en que ella le diera acceso a él. Estaba convencida de ello. Era alguien a quien le gustaba —y exigía— el control. Era evidente por la forma en que hablaba, la forma en que se comportaba. Había comprendido el significado del collar. Había sabido lo que significaba y le había hablado como si tuviera muchísima experiencia en el estilo de vida al que el collar pertenecía.
Pero él no sería como Martin. Ni remotamente parecido a él.
Y eso la asustaba y la intrigaba a partes iguales. Tenía curiosidad, eso no podía negarlo. Tampoco negaría que le había hecho cuestionarse toda su vida y su relación con Martin. Que él era la razón por la que ya no llevaba ese collar.
Y ahora lo tenía frente a ella, con las joyas de su madre, exigiendo una cena a cambio de ellas.
Pero su mirada prometía mucho más. Sería una tonta si creyera que se quedaría satisfecho con solo una cena.
No era una idiota. Había sentido la atracción —esa chispa— entre ellos. Sabía que él la había sentido también. Por muy inexplicable que fuera que hubiera encontrado algo interesante en ella, sabía que estaba completamente interesado en ella. Pero ¿por cuánto tiempo? Las mujeres como ella no tendían a mantener la atención de un hombre a largo plazo. Y Paula no tenía ningún deseo de ser su juguete temporal. Un reto que se sentía obligado a ganar.
—¿Paula? —la animó—. ¿Cenamos? ¿Esta noche?
Ella suspiró y bajó la mirada nerviosa a la caja que aún sostenía en las manos. Quería recuperar las joyas. Tenían un valor incalculable para ella. Debería sentirse aliviada de que no quisiera su dinero. El dinero que había recibido por la venta de sus cuadros la ayudaría bastante en los próximos meses. Sin embargo, se encontraba deseando que simplemente hubiera cogido el dinero, le diera las joyas y luego desapareciera de su vida. Porque este hombre lo pondría todo patas arriba. No tenía ninguna duda.
Todo lo que quería era una cena. Una simple cita. Paula había tenido citas. Salir una noche.
Comida. Un poco de conversación. Después podría irse y aclarar que no quería volver a verlo.
—De acuerdo —concedió por fin—. ¿Dónde y a qué hora?
—Te recogeré a las siete.
Ella sacudió la cabeza.
—No. Te veré allí directamente. Solo dime el lugar y la hora.
Él se rio entre dientes.
—Eres tan difícil… Te concederé esto, pero te lo advierto ahora. Esta será probablemente la última concesión que permitiré en lo que a ti se refiere.
Paula entrecerró los ojos.
—No estás haciendo que tenga muchas ganas de ir a cenar contigo.
Pedro sonrió.
—Simplemente te digo las cosas como son, Paula.
—¿Hora? ¿Lugar? —lo animó.
—Siete y media —respondió suavemente—. Hotel Bentley. Te veré en el vestíbulo.
—¿Y llevarás las joyas?
Él bajó la mirada hasta la caja que tenía en las manos y luego la volvió a mirar con una expresión divertida.
—Si no estuviera seguro de que al final no irías esta noche, te daría las joyas ahora. No tengo ningún interés en conservar algo que evidentemente significa mucho para ti. Pero si con ello logro que vengas a cenar conmigo esta noche, entonces lo tomaré como un daño colateral. Y sí, las llevaré. Yo no rompo mis promesas, Paula. Cena conmigo y tendrás las joyas. No importa lo que pase.
Ella soltó el aire que había acumulado en los pulmones y hundió los hombros de alivio.
—Está bien. Te veo a las siete y media.
Pedro alzó una mano para tocarle la mejilla. Sus dedos simplemente le rozaron el mentón.
—Lo estaré esperando con ansia. Tenemos mucho que discutir.
Mientras decía esto último, bajó la mano hasta llegar a tocar el hueco de su garganta, donde el collar había estado antes.
El gesto era imposible de malinterpretar. Quería saber su estatus. Lo que le había pasado al collar. Y por qué ya no lo llevaba.
Paula suspiró y luego se dio la vuelta para irse. ¿Cómo podría explicarle que precisamente él era lo que había pasado?
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario