domingo, 7 de febrero de 2016
CAPITULO 28 (TERCERA PARTE)
Paula se adelantó a Pedro cuando el ascensor abrió las puertas que daban a su apartamento. El camino de vuelta a casa había sido tranquilo y en silencio. Se terminaron el postre y hablaron durante un rato con los amigos de Pedro y luego Pedro se despidió y Paula y él se fueron.
Sabía que Pedro la observaba, que estaba calibrando su estado de ánimo y su reacción ante el tema con Martin.
¿Qué podía decir? ¿Que se sentía más avergonzada por el hecho de no estar ofendida por lo que Pedro había llevado a cabo que porque se hubiera vengado del hombre que le había pegado?
No quería ni pensar en qué clase de persona la convertía eso. O quizás simplemente la hacía humana. Odiaba a Martin por lo que había hecho. Detestaba que hubiera conseguido hacerla dudar de sí misma, de haber estado demasiado impresionada, avergonzada y asustada para presentar cargos contra él. También odiaba pensar que si hubiera hecho lo que debiera, Pedro nunca se tendría que haber inmiscuido en este lío. Difícilmente podía culparlo cuando su propia inactividad había contribuido en todo este asunto.
—Tienes muchas cosas en la cabeza, nena —observó Pedro al mismo tiempo que se paraban en el salón.
Ella se volvió hacia él e intentó regalarle una sonrisa tranquilizadora.
—Estoy bien, Pedro. De verdad. No quiero que te preocupes por que esté molesta contigo. O enfadada. Estoy enfadada conmigo misma, pero no contigo.
Él alzó una ceja e intensificó su mirada.
—¿Y por qué narices estás enfadada contigo misma?
Paula suspiró y luego Pedro le pasó un brazo alrededor de la cintura y tiró de ella hacia el sofá. Él se sentó y la colocó sobre su regazo, una posición a la que ella se estaba acostumbrando demasiado.
Le encantaba que no quisiera distancia entre ellos. Le encantaba que sintiera la necesidad de tocarla a menudo, que la quisiera cerca de él siempre que estuvieran hablando o discutiendo algún problema. Era reconfortante.
Era increíblemente difícil temer nada cuando estaba a su alrededor. Sabía que la protegería de cualquier cosa que pudiera hacerle daño de una forma u otra, tal y como lo había hecho con Martin.
—Paula —la animó—. Estoy esperando, nena.
—Si hubiera tenido el valor para hacer lo que se suponía que debería haber hecho, tú nunca te habrías tenido que arriesgar de la forma en que lo hiciste al ir tras Martin —dijo con el ceño fruncido, denotando tristeza.
Él le puso los dedos sobre los labios y la miró con fiereza.
Parecía… enfadado.
—Eso son tonterías —soltó—. Le habría dado la paliza igualmente. Y mirándolo por otro lado, mi forma de encargarme de él es mucho más efectiva que si hubieras conseguido que lo detuvieran.
Probablemente habría salido con una amonestación leve, y ni eso. Y si hubieras querido ahondar más en el tema, habría sido un infierno para ti. Todo eso sin contar con lo lejos que podría llegar él para convencerte de que no tomaras más medidas en su contra. De esta manera —mi manera— el tío está acojonado, y lo que es más, ahora sabe lo que se siente al recibir una paliza. No creo para nada que vuelva a ser un problema para ti. ¿Te dijo algo cuando lo viste hoy? No me lo has dicho.
Ella negó con la cabeza.
—No. Parecía… asustado.
El triunfo y la satisfacción se apoderaron de los ojos de Pedro.
—Bien —expresó ferozmente—. ¿Así que no te dijo nada? ¿Te miró?
—Tropecé con él, o más bien él tropezó conmigo cuando estaba esperando fuera del lavabo de señoras a que Melisa y Vanesa salieran. Él salió del de caballeros y yo ahogué un grito cuando lo vi. Tenía un aspecto… ¡terrible!
—Bien —murmuró Pedro de nuevo.
—Le pregunté qué le había pasado pero él no dijo ni una palabra. Actuó como si no pudiera separarse de mí todo lo rápido que quisiera.
Pedro sonrió con suficiencia.
—Supongo que mi mensaje le quedó claro.
—Sí, supongo que sí —murmuró ella.
Él le pasó la mano por el pelo y luego le dio un beso en la sien.
—¿Aún te molesta?
—No —susurró—. Y creo que es precisamente eso lo que me molesta. Sé que no tiene sentido, pero me siento culpable. Me siento la persona más horrible del mundo por no sentirme mal por lo que le ha pasado.
Él la besó de nuevo, pero esta vez dejó los labios pegados contra su cabeza.
—Que no te sientas culpable porque ese imbécil haya recibido su merecido no te convierte en una mala persona. Es un cabrón, Paula. Piensa en que no solo no te volverá a hacer daño a ti, sino que no se lo hará a ninguna otra mujer. Arrestarlo no garantiza eso. Que yo le dé una paliza y lo amenace con arruinarlo si vuelve a ponerle la mano encima a otra mujer, sí.
Paula arrugó la nariz.
—Lo superaré. Se lo merecía. Casi desearía haber estado ahí para haberle podido dar bien en los huevos aunque sea una vez.
Pedro se rio entre dientes.
—Yo ya le di más que suficiente, nena. No querría, nunca, que te vieras envuelta en esa clase de situación. Quiero que brilles, no que te vengas arrastrada por mí hasta las sombras.
—Que me cubras las espaldas no significa que estés en la sombra, Pedro. Significa mucho que te hayas arriesgado tanto por mí.
—Puedes apostar que sí —dijo en un tono de voz bajo y serio—. Nunca lo dudes. Todo lo que necesites, todo lo que quieras, es tuyo. No tienes ni que pedirlo.
Ella se inclinó hacia delante para besarlo.
—En ese caso, hazme el amor, Pedro. Eso es lo que de verdad necesito y lo que de verdad quiero en este momento.
—Y especialmente eso no me lo tienes ni que pedir —gruñó contra su boca.
Él se movió hacia arriba y la echó a ella hacia delante antes de levantarla y agarrarla entre sus brazos. Se la llevó al dormitorio y la dejó suavemente, casi con reverencia, en la cama.
—No sé qué es lo que tienes en mente esta noche, nena, pero lo que quiero darte es lo dulce. Ya has tenido el dolor. No quiero que pienses en dolor esta noche, no cuando acabas de ver al cabrón que te lo infligió. Así que hoy voy a darte lo dulce. Voy a hacerte el amor para que no solo sepas cómo me siento por ti, sino para que lo sientas también.
Dios, amaba a este hombre, y cada vez se le hacía más difícil no dejar que las palabras se le escaparan de los labios. Qué fácil sería decírselo, pero quería hacerlo en el momento adecuado. Ahora mismo no estaba segura de cuándo sería, pero no quería que pensara que solo eran palabras dichas por el calor del momento. Quería que supiera con total seguridad que las decía de corazón y que eran de verdad.
Pedro se inclinó hacia delante y fundió su boca a la de ella con pasión. Sus lenguas se encontraron y se deslizaron sensualmente la una sobre la otra. Fuerte y luego suave. Era un beso pasional, húmedo, eléctrico.
Él quería demostrarle sus sentimientos, pero ella también quería hacerlo con él. Quería hacerle el amor, dejarle sentir lo mucho que significaba para ella.
Paula colocó las palmas de sus manos sobre los hombros de Pedro y luego las deslizó hasta la parte posterior de su cuello. Lo atrajo más hacia ella para tener mejor acceso a su lengua y poder entrelazarlas sin descanso. Lo saboreó, pero quería más.
Bajó los dedos hasta su camisa y tiró de ella con impaciencia.
—Te quiero desnudo —se quejó.
Pedro se rio entre dientes y el sonido vibró dentro de la boca de Paula.
—Yo también te quiero desnuda a ti. ¿Qué me dices si ambos solucionamos ese problemilla?
—El primero gana —lo retó con una enorme sonrisa en los labios.
—Oh, ni hablar —le contestó con una risa cuando ella rodó por la cama mientras se tiraba de la ropa—. Pequeña tramposilla.
Paula se rio a la vez que se quitaba la ropa y Pedro empezaba a tirar de la suya. La lanzó a un lado y se quedó de pie junto a la cama con las palmas de las manos hacia arriba y sonriendo con suficiencia.
—Has tardado lo tuyo —lo provocó cuando este lanzó sus pantalones a un lado.
Él la atrajo hacia sí de un tirón y la encerró entre sus brazos. Paula aterrizó contra su cuerpo con un golpe.
—Si piensas que he tardado mucho, espera a ver lo que tardo en hacer que te corras —dijo Pedro con una voz suave y sedosa.
—No lo harías —soltó ella en voz baja.
Él arqueó una ceja.
—¿Ah, no?
—Dijiste que no te gustaban los castigos —le señaló.
—¿Quién ha dicho que vaya a ser un castigo? No se me ocurre nada más placentero que tomarme mi tiempo provocándote y llevándote al límite, haciendo que te contengas hasta que finalmente grites mi nombre cuando te corras.
Paula gimió y se echó contra su pecho.
—Para. Me estás torturando, Pedro. No importa cómo tú lo llames, esto claramente es un castigo.
—Bueno, ¿entonces qué me dices si hacemos un pequeño intercambio de roles?
Intrigada, alzó la mirada y ladeó la cabeza.
—Tú, encima. Llevando las riendas.
—Mmm… me gusta la idea. Tiene mérito, sí.
—Entonces a por ello, nena. Llévate a tu hombre a la cama y cabálgalo.
Poniéndose de puntillas para besarlo, Paula le rodeó el rostro con las manos y le dio un beso lleno de pasión y vigorosidad.
—Mmm… —le devolvió él imitando su anterior sonido de placer—. A mi preciosa y pequeña sumisa le gusta la idea de estar al mando por una noche.
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