domingo, 7 de febrero de 2016
CAPITULO 29 (TERCERA PARTE)
A Paula le encantaron esas palabras que salieron de sus labios. Su preciosa y pequeña sumisa. De la forma en que lo había pronunciado, en su voz se podía percibir mucha ternura y afecto. Y ella sabía lo que él estaba haciendo, y lo amaba incluso más por ello. Estaba borrando de su mente los pensamientos sobre Martin. Sobre su relación con él. Y le estaba demostrando el hecho de que él nunca le devolvió nada de lo que ella le había dado.
Esta noche Pedro le estaba dando el regalo más valioso que ella podría recibir nunca. Él mismo, su confianza y el cederle el control a ella.
Pedro no era hombre de ceder nunca el control o su dominancia. Y no se engañaría a sí misma. Ella podría estar al mando, pero él sin duda manejaría la situación desde abajo. Porque sabía que él seguiría teniendo el control, y la controlaría aunque ella tuviera las riendas.
—Súbete a la cama —le dijo con voz ronca—. Bocarriba y con la cabeza en la almohada. Quiero que estés cómodo.
—Nena, tengo que decir que mientras estés encima de mí y yo bien dentro de ti, no importa dónde esté, estaré cómodo seguro.
Ella sonrió y le acarició el mentón antes de girarlo hacia la cama.
¿A quién estaba engañando? No tenía ni idea de cómo hacer esto. No tenía siquiera el deseo fuerte de ser la que estaba al mando. Pero era lo que él quería y lo que quería darle a ella, así que lo haría sin reserva alguna.
Pedro hizo lo que le ordenó y se estiró sobre la cama. Su miembro salió disparado hacia arriba y se quedó descansando contra su ombligo mientras él yacía bocarriba.
Estaba duro y completamente erecto, su cabeza era como una ciruela oscura y ya tenía líquido preseminal goteando de la hendidura.
Paula se subió a la cama entre sus piernas y lentamente se acercó a su cuerpo gateando. Agarró la cabeza de su sexo con la mano y la echó hacia atrás para poder lamer y jugar con sus testículos.
Pedro gimió con suavidad y se retorció, reajustando su posición para que ella tuviera mejor acceso.
Le recorrió el escroto con la lengua, succionándolo ligeramente con la boca antes de subir hasta llegar a la base de su miembro. Luego deslizó la lengua por toda la parte inferior del mismo y siguió la gruesa vena que lo recorría desde la base hasta la punta.
Cuando llegó hasta el glande, vaciló durante un breve instante y le rodeó la punta con la lengua.
Luego se lo tragó entero de un solo movimiento. Sus caderas salieron disparadas hacia arriba, arqueándose e insertándose más adentro de su boca.
—Joder, Paula. Es increíble, nena. Esa boca tuya es puro pecado.
Ella sonrió.
—Me alegro de que le des el visto bueno.
Pedro hundió una mano en su pelo y la retuvo en esa posición para que recibiera su envite. Sí, le había cedido el control, pero él seguía estando al mando de la situación.
Durante un buen rato, Paula lo chupó y lo lamió mientras disfrutaba de la forma en que se retorcía y se estremecía debajo de ella. Luego le apartó la cabeza con la mano aún fuertemente agarrada a su pelo.
—Nena, si te vas a subir, hazlo ya. Estoy cerca y no voy a durar mucho más. Quiero que te corras conmigo.
Ella levantó la cabeza y liberó su pelo del agarre al que Pedro lo había tenido sometido. Luego le pasó una pierna por encima y se sentó a horcajadas sobre sus caderas. Se movió hacia delante hasta que su erección estuviera resguardada entre la unión de sus muslos.
Se inclinó hacia delante y le plantó ambas manos sobre el pecho para ayudarse a levantarse.
—Necesito tu ayuda —susurró—. Guíala hasta dentro, Pedro.
Sus ojos brillaron con intensidad al tiempo que bajaba la mano y se agarraba la polla. La acarició entre los labios vaginales con la otra mano, estimulándole el clítoris mientras se colocaba adecuadamente. Cuando empujó la cabeza de su pene contra su abertura, ella se bajó y capturó su erección.
Pedro liberó sus manos y enseguida las colocó sobre sus caderas, anclándola a él mientras ella se deslizaba por su miembro hasta envolverlo por completo.
Con un suspiro de felicidad, Paula lo acogió entero. La sensación de plenitud era abrumadora.
Incluso más que cuando se la folló con el dildo enterrado en el trasero. Se sentía increíblemente pequeña y estrecha, y a él lo sentía enormemente grande dentro de su ser.
Cada movimiento le enviaba una punzada de increíble placer hasta su abdomen. Paula se alzó y gimió cuando comenzó a deslizarse tal y como lo había hecho antes.
—Dios —soltó Pedro—. Estás tan estrecha. Estás abrazada a mí con tanta fuerza que tu coño parece un puño, nena. Nunca he sentido nada igual.
Paula echó más peso sobre sus manos y se hincó en su pecho con más fuerza. A él no pareció importarle ni lo más mínimo. Observó sus ojos, cómo se inundaban de deseo y de placer, cómo los ponía en blanco y cómo se dilataban las pupilas cada vez que lo acogía entero dentro de su cuerpo.
La mandíbula la tenía apretada, como si sus dientes estuvieran mordiendo con mucha fuerza. Se podían ver arrugas de tensión alrededor de sus ojos y en la frente, cubierta por una ligera capa de sudor. Era el hombre más guapo que hubiera visto nunca. Y era todo suyo.
—Mándame, nena —dijo—. Dime lo que necesitas para llegar y lleguemos juntos.
—Tócame —susurró—. Los pechos y el clítoris.
Él sonrió con esos preciosos ojos suyos ardiendo de pasión.
Llevó una mano hasta uno de sus pechos y luego deslizó la otra entre sus cuerpos para acariciarla de forma íntima. Paula cerró los ojos, echó la cabeza hacia atrás y esperó un momento antes de continuar moviéndose para alcanzarlo a él.
Cuando los latigazos de su orgasmo comenzaron, fuertes e intensos, ella empezó a moverse de nuevo. Se levantaba y luego se volvía a deslizar hasta abajo. Rotaba sus caderas, rebotando el trasero contra su ingle. Pedro no apartó las manos de su cuerpo. Siguió acariciándole los senos, alternándose entre ellos. Le tocó el clítoris con firmeza, con presión suficiente, pero al mismo tiempo con suavidad.
—Ya casi estoy —jadeó ella—. ¿Y tú?
—También —soltó—. No pares, nena. Hagas lo que hagas, no pares ahora.
Ella se volvió loca encima de él. Echó la cabeza hacia atrás, de manera que el pelo le cubría toda la espalda, y abrió la boca para soltar un grito silencioso que al final encontró voz.
Las manos de Pedro parecían estar en todos sitios, y su miembro se hundía hasta el fondo dentro de su cuerpo.
Su orgasmo creció más y más, sin control, haciéndola volar como si estuviera con un paracaídas. Y aun así la presión aumentó, y el alivio no llegaba.
Pedro arqueó sus caderas para encontrarse con ella desde abajo. Se humedeció a su alrededor, pero luego se dio cuenta de que era él, que ya se estaba corriendo y su semen la estaba inundando. Sonidos húmedos de succión llenaron sus oídos; algo de lo más erótico. El olor a sexo, agrio y almizclado, se filtró a través de su nariz.
Pedro le pellizcó el pezón con sus dedos pulgar e índice, lo que le provocó el placer suficiente como para por fin llegar al clímax. Fue una caída libre como ninguna otra que hubiera experimentado.
Poderosa. Explosiva. Dolorosa y al mismo tiempo tan increíblemente buena que todo lo que pudo hacer fue sentir.
Le clavó las uñas en el pecho, sabiendo que le arañaría la piel. Llevaría sus marcas durante días, tal y como ella llevaba sus marcas de posesión. En ese momento donde todo era salvaje se sintió extasiada de felicidad por ellas. Por la idea de que él era suyo. De que esta era la prueba de que lo poseía. Joder, ella podría haberse sometido a él, pero él era tan suyo como ella era suya.
Paula se derrumbó hacia delante, sus brazos ya no eran capaces de soportar todo el peso de su cuerpo. Pedro la pegó firmemente contra él, abrazándola mientras le susurraba al oído. No tenía ni idea de lo que le estaba diciendo. El pitido que tenía en los oídos no dejaba que lo escuchara. Su sangre palpitaba. Sentía su cuerpo hormiguear de la cabeza a los pies. Se sentía como si un rayo la acabara de atravesar y todas sus terminaciones nerviosas se hubieran colapsado.
Entonces se percató de otro pulso que no era el suyo; los reconfortantes latidos del corazón de Pedro contra su mejilla. Ella suspiró, acurrucándose mucho más entre sus brazos. Él la abrazó con más firmeza, sosteniéndola contra él mientras ambos luchaban por recuperar el aliento.
—¿Te estoy aplastando? —le preguntó débilmente.
—No, cariño. No quiero que te muevas. Quédate justo aquí conmigo. Tal cual. Me voy a quedar dentro de ti tanto como pueda. Nos ducharemos por la mañana.
Ella sonrió al mismo tiempo que él le acariciaba el pelo con la mano. Nada era mejor que estar aquí, ahora, tumbada encima de su hombre tras haberlo cabalgado con fuerza y dedicación. ¿Y que se quedara en su interior tanto como pudiera arreglárselas? Claramente, una muy buena forma de irse a dormir. ¿Qué podría ser mejor?
Nada la podría tocar aquí. Ni el mundo exterior. Ni familias locas. Ni examantes abusivos. Ni siquiera el miedo a que Pedro fuera arrestado por haberse tomado la justicia por su propia mano contra el hombre que le había hecho daño.
Aquí solo estaban ella y Pedro.
«Te quiero».
Las palabras permanecieron encerradas dentro de ella, pero sabía sin ninguna duda que pronto encontrarían la forma de salir a la superficie. ¿A quién le importaba que fuera demasiado pronto?
Cuando llegara el momento, se las diría.
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Muy buenos capítulos! Menos mal que se tomé bien lo de Martín! Ojalá no pase nada!
ResponderEliminarExcelentes los 3 caps, me encanta cómo Pedro la protege a Pau
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